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Domino – Una trampa sin salida (Novela) (página 2)




Enviado por roberto macció



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No iba a entrar… pero no volví al auto;
quedé estático como una estatua amarillenta y
desabrida en la puerta y tuve suerte…

Como tantas veces en el pasado y me asombro al decir
esto…

¿Que es la suerte… a que llamamos buena o
mala suerte…?

Por el deshilvanado cortinado que colgaba al fondo del
pasillo de entrada, el rostro del demente se fue asomando con
gesto de haber cumplido el objetivo, apenas me reconoció
levantó sus brazos cual boxeador saludando al
público, exhibiendo una botella de whisky berreta en cada
mano.

Yo le sonreí, pero en realidad hubiese querido
que jamás salga de ese antro.

-Listo socio, podemos seguir el
camino…-

Ya era su socio… aunque yo a esa altura de las
circunstancias me sentía más que su socio, parte de
su inmobiliario.

El resto del camino a Ramallo, (destino que me
enteré recién cuando descendí del auto), fue
un amontonamiento de ininteligibles situaciones, miradas,
diálogos, silencios y gritos recreados en un aquelarre
mezcla caprichosa de madrugada festiva con la inconsciencia
descontrolada que destella el vacío del ser.

Cuando entramos a la ciudad, tanto Jorge como yo
estábamos casi sobrios… Esa segunda mitad fue
tranquila y por ende más lenta.

Rara paradoja, encubierta por alguna resistencia natural
de nuestro cuerpo, que, gracias a esa especie de alquimia, nos
permitía razonar con tres litros de alcohol en nuestras
humanidades.

El nuevo socio me invitó a una fiesta privada en
la casa quinta de un amigo en San Andrés. Pero ya estaba
amaneciendo y esa peregrina magia que enciende la noche se estaba
evaporando lentamente con cada rayo de sol que se asomaba desde
el horizonte.

Le contesté que no… Mi estrella
parecía volver a su cielo.

Ella no me lo pidió…

Entonces me dejaron al borde de la ruta con mi maleta de
cuero marrón.

Mi Dulcinea se bajo del auto para permitirme el descenso
y por vez primera la contemplé de cuerpo entero…
era alta y delgada, con curvas tan apasionantes como aquellas que
habíamos sorteado esa noche.

Se despidió extendiéndome su tibia y
frágil mano, a la que tome suave con mi diestra en un
instante que añoré fuese interminable… me
guiño un ojo, se subió a la coupe y se
marcho.

Desaliñado, quede observando extasiado, como esa
ilusoria nave negra se alejaba rauda de mi vida. Fue allí
entonces cuando baje mi vista para leer el papel que había
dejado en mi mano cuando se marcho:

Soy Mabel 55376 Pergamino. Llámame.

CAPITULO III

(Escapando
encontré Sendas… Más nunca una
salida)

La Plata, 4 de julio de 1983.

Aterricé por mis pagos el domingo por la tarde,
bien tarde, cuando en el horizonte la luz del sol pelea a brazo
partido su despedida.

Transitaba esos últimos cien metros que me
separaban de mi casa con la ansiedad misma del enamorado que
acude a su primera cita.

Así me profesaba en ese espacio de tiempo,
aún sabedor que tan solo soledad, recuerdos y porque no,
angustia, me esperaba detrás de la puerta.

La sensación de pertenencia al lugar, a mi lugar,
era algo que hacia mucho tiempo no experimentaba…
pensándolo ahora, creo que fue la primera vez que lo
hice.

Hasta aquella ocasión nunca antes había
reparado en esa línea invisible y a su vez tan palpable,
mitad mística y mitad espectral que uno, como mochila
errante, va cargando día a día y arrastrando en su
camino universal….y que luego reconoce como vida,
recuerdos y pasado….

Quizá también, de manera mucho más
simple y menos misteriosa brotaba en mi interior esa
emoción de dominio casi feudal de quien se sabe
propietario de un lugar…

Si fue el austral instinto de bestiario indolente, el
causal de no encontrar antes, dentro del intrincado laberinto,
espejo cruel y arrogante de mi alma, esa sensación de
apego a los sentidos que uno va cobijando, por ejemplo, entre
cuatro paredes, no lo se…pero yo, en un todo,
comprendí que llegaba a casa y eso me hizo
feliz…

Mientras alargaba mis pasos recreé dentro de mi
otra impresión extraña, difusa, invadida netamente
la pobre de tintes surrealistas, acordes todos a esas
últimas horas vividas. De seguro, el suceso que
invadía mi espíritu y mi conciente, era una
consecuencia directa del insomnio y el hambre atrasada que a esa
altura, asaltaban por completo mi cuerpo y por
transmutación directa supongo, también a toda mi
mente…

En mi alucinación, supuse que mi organismo
carecía de masa, que flotaba, levitaba cual seguidor del
dhammapada, y que era tan liviano como un capullo de
algodón arrastrado por el viento del norte.

En esta cuestión metafísica y complicando
mi retazos filosóficos iba pensando cuando arrastraba mis
zapatos sucios de tierra campera, tratando de ganar esos
últimos metros que me separaban de mi nirvana; más
bastó pasar frente a la vidriera de la panadería de
la esquina, la de Manolo, el gallego que siempre se ríe
para poder, casi sin querer, reparar en mi triste humanidad
reflejada en el espejado y frío vidrio, y sentir como la
sensación del capullo se derrumbaba al suelo como una
bolsa de arena mojada.

Me detuve en un acto reflejo a mirarme… Y me
ví… y me asuste, lo confieso.

Distinguí un rostro barbudo y cansado que
pedía descanso a través de todos sus poros…y
contemplé también a un saco de pana negro que ya
era gris….

Y comprendí que a ambos les había nacido
tantas arrugas, tantas, que seguro dejarían en ellos
marcas indelebles.

Desde esa esquina hasta mi casa, solo pensé en
abrir la puerta de mi casa.

Abrir y cerrar de puertas.

No es eso el destino… no es acaso la única
manera de caminar en el tiempo esa aventura de ir
construyéndolo abriendo y cerrando puertas, atravesando
algunas y huyendo de otras….

Cuantas puertas había yo abierto en mi reciente
tiempo y cuantas muchas mas había cerrado…
afortunado camino que me aguardaba en su regazo… infinito,
rodeado de sombras, luces intermitentes, solitarias y
frías…

A las conocidas, las abrimos con la seguridad del sereno
descanso, que en ocasiones es reparador y en otras angustiante, y
otras veces, cuando en un rapto tal vez de lucidez o de
inconciencia, que no se bien si son o no sinónimos, nos
paramos frente a esas otras puertas desconocidas,
anónimas, inexploradas y la adrenalina nos envuelve en su
hedor sobrenatural y exquisito para, por suerte, indicarnos que
todavía la vida corre a través de nuestra alma y
nos convertimos, mas allá de la materia, en un ser y
empujamos con los sueños intactos esa puerta que nos
depara un cambio …. O no…. Pero la sensación
de que algo pueda ocurrir, nos atesta el espíritu de
renovadas esperanzas, despierta en uno la lógica aventura
de vivir, que no es ni más ni menos nuestro verdadero
destino…

Y me detuve frente a ella, a mi puerta, y fue así
que comprobé con desazón, como se volvía
realidad la trillada alegoría de un viejo compañero
del Banco que repetía dos por tres:

"TODO MAL MOMENTO, PUEDE EMPEORAR "

Y en mi caso, tal ley de Murphi se cumplió a raja
tablas.

Había perdido el llavero, es decir, las llaves de
mi casa entre otras llaves.

En otro tiempo y en un contexto mas favorable y ameno,
como podría ser una noche de juerga, la misma
situación hubiese sido disparador de infinitos planteos
filosóficos y existenciales, divagantes y aterradoramente
indiscutibles, especies de conjeturas psicológicas de
escuelas Freudianas y post Sigmund como por ejemplo que uno
olvida sus llaves para no abrir de nuevo su arca de lamentos o
ese mismo lugar desagradable y chato de ilusiones…. Pero
esas inferencias hubiese sido repito, si uno viene de una noche
de buenas mujeres y excelentes vinos, aquella otra en cambio era
un muestrario incomparable de la desdicha y el único
escenario presente indicaba que yo era, o seguía siendo,
un reverendo pelotudo e infortunado cristiano.

En realidad y para decir verdad, no sabía con
exactitud si las había dejado en Rojas o extraviado en la
increíble odisea del regreso…pero, ¡Que
carajo me importaba el motivo de la negligencia en aquel momento!
Lo único que deseaba en ese instantes era entrar a mi
hogar, a mis húmedas paredes… así que
abandoné al ensayista del yo y el ello en la vereda, y me
dispuse sin complejo alguno, a escalar el tapial de casi tres
metros y violentar la ventana de la pieza de atrás, la del
fondo, y por ahí escabullirme hacia el interior del
refugio.

Poco dolió el golpe en la pantorrilla derecha que
me pegue apenas camine un paso a ciegas para prender la luz con
una de las puntas de la máquina de trotar de
Estela.

Putiando entre la oscuridad de esa pieza encontré
las teclas, se hizo la luz y me derrumbé en el
sillón grande del living, al que aprecie en todo su
esplendor y lo juzgué mas reconfortable que nunca y
descanse.

Un sitial ubico mi cuerpo cansado, mi espíritu en
cambio, todavía seguiría buscando un rato
más.

Había viajado, después que el loco y la
bella me dejaron en Villa Ramallo, en camiones, camioneta y hasta
en una moto durante treinta y seis horas por las rutas de todo el
noroeste de la provincia.

Riéndome y llorando sin gesticular alguna mueca
en mi cara, todo el tiempo alternando espacios figurados,
impresos en desdichas fortuitas y configurando mi alma en tramos
desiguales de buenas intenciones.

Y ella, mi mujer como una sombra persiguiendo mi
respiración

Y mientras mi presente iba desandando las recientes
sendas, mi conciencia, en plena conspiración con mi miedo
para estrenar las nuevas puertas, incentivo a especular como
verídica, la ilusión de creer que tal vez Estela me
estuviese esperando cuando yo llegase…

Pero mi altivez por fin se derrumbo en ese deslucido
sillón.

Inquieto aún, recopilé el periplo
turístico forzado, cotejando que gracias a mi derrotero
campestre había tenido la suerte de conocer tres ciudades
y algún que otro pueblito perdido en el mapa de la zona.
Me permití también recordar, en aquel momento de
reflexión etérea, a los tipos que me habían
ayudado a través del mismo, personas sin nombre, con
quienes seguramente nunca mas me iría a cruzar, pero a las
que sin embargo, les adeudaba mucho, sobre todo al último,
el de la moto, que se había desviado de su camino tan solo
para dejarme cerca de mi hogar.

Después no recuerdo nada, me dormí
profundo sobre el sofá y recién desperté a
las ocho de la mañana, con el tiempo más que justo
para darme una reparadora ducha, tratar de desayunar e ir al
trabajo.

Aquel primer lunes se mimetizo de una manera cruel con
toda aquella hegemónica fuerza oscura que me
perseguía casi sin darme un respiro, y fue desde hora
temprana, la continuación impertinente de ese fin de
semana.

Al llegar a la sucursal, Arístides, el portero,
apenas me divisó puso cara de que algo andaba
mal.

-Nene, como no me avisaste que ibas a llegar tan tarde,
estás retrasado como veinte minutos…- me dijo sin
perder su línea cuando me tuvo a escasos metros de la
entrada.

Ante mi gesto de: "Tenes razón"… me
expresó contemplativo, mientras movía su cabeza
para ambos lados en claro signo de negación:

-Te estuvo buscando el sapo de bronce y, como yo no
sabía nada de vos, no me quedo otra que mandarte al frente
y decirle que no habías llegado… sos un boludo,
avisa si llegas tarde… obviamente tampoco pude marcarte la
tarjeta… sos un boludo…- repetía esto ultimo
en voz baja sintiéndose también culpable por mi
desgracia.

"No importa…ya está, igual,
gracias…" le contesté mientras palmaba su espalda
medio jorobada.

Sapo de bronce le decíamos al gerente,
simplemente porque tenía cara de sapo y siempre se
vestía con un traje marrón ya lustroso por el
desgaste.

No era costumbre llegar tarde, tan retrasado…
pero tampoco lo era pasar fines de semana tan agitados… a
pesar de mi reprimida vocación de bohemio y mochilero.
"Despídete Luciano del premio de este mes" expresé
para mis adentros.

"Despídete Luciano", otra premonición a la
que no supe prestar oídos.

El gerente era un sapo gordito, petiso, una miserable
persona de un raleado y muy elemental razonamiento, estereotipo
muy común en empresas tan estructuradas.

En aquel presente era la resaca de un imbécil
agrandado por su cargo, logrado gracias a ser siempre un
alcahuete de los de arriba y además ser apadrinado por un
antiguo gerente de esa sucursal, a las que las malas lenguas
indicaban como su verdadero padre.

Bueno, a ese engendro lo fui a ver sin pasar por mi
oficina, un grosso error de mi parte porque el muy turro,
después de cagarme a pedos por el retraso, me
preguntó si ya le había dado curso al memorando que
él mismo habría dejado sobre mi escritorio, como le
conteste la verdad, es decir , que no tenía la mas puta
idea de que me estaba hablando, se increpó mal y me
trató de inoperante y ahí nomás me
recordó que se había hecho el boludo ( como si le
hiciera falta, pensé), cuando notó que yo
había extendido la hora de mi almuerzo el viernes
anterior, pero que no lo tome como tal porque si no iba por mal
camino.

Pedí disculpas a regañadientes. En un
momento del reproche creí conveniente contarle sobre mi
historia reciente… pero después me dije: "Si a
éste, lo único que le interesa es que cierre bien
la caja diaria y los balances, ha, y que la secretaria le siga
quitando la mitad del sueldo…" así que
callé.

Ante su disgusto, también se desdibujo la
posibilidad de pedirle un adelanto de viáticos o
comisiones… así que todo era negativo alrededor de
mí.

Ya instalado en mi escritorio, conseguí unos
pesos gracias a un compañero, el gordo Giampieri, que no
cesaba de reírse mientras le relataba algunas de mis
insólitas horas vividas.

Las carcajadas que dio, cuando le conté lo del
camionero que me confundió con un artista, llamaron la
atención hasta de los clientes…yo también me
reía, pero por dentro pensaba, falta que ahora caiga el
petiso y soy boleta de nuevo.

La suerte del día sugería cambiar, pero
tan solo era un eufemismo de mi espíritu, porque cuando se
acercaba la hora del almuerzo, el bendito sapo Gerente me
volvió a requerir en su oficina y el hecho que un superior
enojado, lo llame a uno dos veces a su despacho en una misma
mañana, se convierte de manera irreversible en un
indeseable augurio para cualquier mortal en relación de
dependencia. Y así fue.

Primero me tuvo haciendo huevo en la antesala de su
escritorio por mas de cuarenta minutos y después, ya
dentro de la cámara de gases, se las ingenió para
joderme adrede, bien adrede, toda la hora de
refrigerio.

El petiso alcahuete no bien entre a su covachuela y me
senté frente a su trono, me alcanzó una circular
que había llegado esa mañana referida a una nueva
línea de préstamos, para no se que mierda de
exclusivos clientes y pidió que la leyese, lo peor, lo
ingrato, lo realmente molesto, fue que dos por tres me
interrumpía para hacer alguna acotación trivial
sobre como se debería desarrollar ese control… Yo
contestaba a todo que si… y me crispaban los
ojos…

Y terminada la lectura de la bendita circular,
siguió dando vueltas y vueltas para entretenerme sentado y
transpirando el culo en su terrorífica silla
inquisidora….mientras yo seguía respondiendo a todo
que si y hubo veces que me reía de nervios escuchando sus
tediosos cascarrillos…. Después, cuando se
cansó de joderme y ya había pasado la hora del
refrigerio, donde el turro de seguro quiso cobrarse la falta del
viernes anterior, me dejo escapar. Pero antes de salir de su
antro, me sugirió que pretendía el maldito listado
esa misma tarde.

El tipo sin saberlo, estaba colocándole a mi
condenado día, un colofón acorde a mis
últimas desgracias.

Cerré su puerta con ganas…

Deambulando por los crónicos pasillos del Banco,
rumbo a mi circunstancial morada, sufrí a horrores esos
incontenibles retorcijones de estómago, síntomas
crueles y agnósticos de mi olvidada y sufrida
terapia.

Me transpiraban las palmas de las manos y por la
impotencia y la rabia que recorría cada una de mis
arterias y venas, creo que deje escapar varias
lágrimas.

Sé que alguien se me cruzó en el camino y
me saludo, pero lo mande a la mierda… como
correspondía.

Una sensación misteriosa y arrebatada
invadía mi plasma todo, y lo confuso del tedio
imperdonable de los malos sentidos, se roían ante la
posibilidad karmaza que criaba una rara especie de
ambigüedad que mi mente no podía resolver.

Yo pretendía recomponer en el pasado, como si se
pudiera hacer eso, buscaba remediar errores recientes para
revertir el horrible presente que me estaba agobiando, aún
sabiendo que eso era un absurdo. Las horas no vuelven
atrás y por mas que uno solucione problemas o pida
disculpas por sus yerros, el curso de los momentos no cambian por
ello… para que la solución sea efectiva uno debe cambiar
dentro suyo y elaborar el perdón.

Me sentía mal, solo… un ser desvalido, sin
espíritu, una persona vacía, sin

un horizonte trazado, ni con ganas de trazarlo que es
mucho peor y con la sensación de tener frente siempre un
futuro de vuelo corto, como el de una perdiz…

Me derrumbe sobre el sillón con la cabeza en
blanco, me recliné hacia atrás lo mas estirado que
pude y coloqué mis manos en los bolsillos del
saco.

Estaba tratando de compaginar mis neuronas para arrancar
con el inocuo listado, cuando de manera intuitiva mi mano
izquierda, la del corazón, extrajo del bolsillo, cual mago
de su galera, un papelito escrito a mano alzada que casi
había olvidado…

Me dio hambre.

"Gerente mal atendido, gordo alcahuete, sapo de
bronce… ¿Buscas un listado…? ¡Que te
lo haga Magoya! o esa turrita de secretaria, que te saca la
plata…y te engaña con el contador".

Me levante de la silla feliz.

Me fui a almorzar y nunca más
regresé…

Gerente puto, la reputa que te
reparió.

CAPITULO IV

(Mariposa
ambulante del dios errático, visita mi
estado algún
día)

Salí del banco liberado de todo
pasado.

Uno a veces no interpreta esos soplos de la ventura que
encienden mojones en nuestra energía y la marcan con un
sello indeleble en la fantasía de lo eterno, momentos
únicos que recitaremos luego…

Esa realidad fue la autentica sensación
engendrada por el ávido estado de
excitación.

Sin rumbo fijo, pero ansioso por sentirme emancipado del
mundo retrospectivo que perseguía mi respiración
creciente, me interne en el primer café con una mesa libre
que se cruzó en el camino.

Antes de todo esto, antes de emprender mi vuelo
bautismal, detuve mi marcha en la mitad de la calle, parando el
tráfico adrede para mirar hacia el cielo, sin duda digo
hoy, para erigir ese próximo y ancestral destino que me
esperaba del otro lado de la acera… Y, entendí por
primera vez en mi insulsa y descarriada vida, que él
debería ser desde ese eterno momento y para todos los
días que me restaban vivir, de un color azul intenso,
profundo, limpio y puro… a pesar de las tinieblas y las
noches cerradas.

Inspire de sus aires el mejor, bien profundo…
buscando colmar mis pulmones con su espíritu…y por
fin, entre las oxidables bocinas de tantos pobres transportistas,
me sentí pleno, oxigenado, nuevo, calmo…

Me ubique frente a una mesita marrón despintada y
medio enclenque de un bolichito pequeño y pintoresco de la
calle 47 y 10. Frente a mi, un espejo corroído por el
pudor de tantas miradas, devolvió en su faz mi cuerpo
real… recién entonces abordé el intento por
redescubrirme…

Entendí que debía trazar por primera vez
mi propia vida.

Porque no…

Decreté de manera unilateral decidir mi suerte. A
pesar de las circunstancias, mas allá de los ponderables y
de los imponderables que condicionan los minutos y las vivencias;
lo mejor que podía pasarme a partir de ese día era
equivocarme por mis propias resoluciones y, aún con
dubitaciones y miedos ser como todos los humanos, conciente de
ello y asumir esa responsabilidad ante todo el
universo.

Dicho así suena tan simple…tan ligero,
parece una verdad de perogrullo, tonta… ¿Que ser
humano no decide su vida…? ¿Quien no es
cómplice activo o pasivo de sus hechos, de sus minutos, en
fin, de su supervivencia toda, quien no lo hace…si hasta
disimulando la opresión del otro o tolerando la
presión de las circunstancias y hasta sucumbiendo frente a
la mala estrella que le toco en suerte uno decide su
rumbo…? O no…

La respuesta es no…

Yo hasta ese solitario segundo había sido
simplemente un poco de cada cosa, a veces un generador activo de
mis propias dichas y desdichas y otras tantas un aguantador de
presiones ajenas, de presiones externas, lejanas, tangentes a mi
existencia toda…

La diferencia que imponía mi ser nacía de
las entrañas en ese mismo puto instante y obligaba a darme
cuenta del momento, del tiempo, del modo…tan simple como
difícil… de ser conciente de lo que hacía e
iría hacer… de ser el único responsable de
mis acciones. Jure hacerlo así, razonar y pensar sobre
mí sin chicanas ni recreos.

Ahí nomás le pedí al mozo una
lapicera porque la mía no funcionaba y en una servilleta
borroneé un catálogo de prioridades.

Lo primero que escribí, y me asombre al releerlo
luego, fue el nombre Mabel, quien desde ese punto sin retorno, se
constituyo en el génesis de mi nuevo mundo y al que le
brindaba una armonía especial, suprema.

Si necesitaba todavía un vestigio para entender
por donde transcurriría mi proceso futuro, no dudo que ese
hecho, me haya convertido en aquel soplo.

Alcanzaba tan solo pensar en su nombre, para que se
forjara en mi infinito una simetría distintiva.

Dibuje entonces dos columnas, una a la izquierda y otra
a la derecha del papel, en la primera escribí el nombre de
Mabel, en la otra el de Estela, luego escudriñe, declaro
que en condiciones muy arbitrarias e improcedentes, encontrar
distintos sustantivos que pudieran caracterizar sus
idiosincrasias y méritos.

Lo que borroneé aquella tarde no tiene ninguna
valoración testimonial ni siquiera emotiva, más de
la que yo le di, más de la que yo necesite en aquel
instante… Pero sirvió, porque sin buscarlo, afiance
con aquellas palabras sueltas toda la frágil inseguridad
que me estaba invadiendo por entonces.

Fue aquella proyección de opiniones mi plano de
escape, el mapa para la búsqueda de mi
tesoro…

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La voz altisonante de mis circunstanciales vecinos de
mesa discutiendo sobre quien era el mejor delantero de Boca en
toda la historia, resucitó mi vigente en aquel
bar.

Mi prioridad para facilitarle un sólido punto de
partida a mi forastero sol, era sin dudas, generar el dinero
suficiente que me agraciara a cavilar juicioso.

Lo que me había prestado el colorado no alcanzaba
para arrancar el camino del proyecto emancipador, así que
decidí, conciente de lo trascendental del instante, a no
especular sobre cual ruta era la convenida para alcanzar el
designio.

Lo que no entrara en mi valija de viaje ya no
servía… y por eso debía descartarlo,
haciendo tal vez un paralelo con mi existencia, lo que no me
hacía bien, tampoco existía.

Llame al mozo con una sonrisa desplegada en la boca,
pague mi gaseosa y me marche de ese bar hecho un gladiador.
Percibía a la turba suspirando y envidiando ese halo de
luz que me convertía en intocable, deseosa de mi garbo y
mi desfachatez.

No esperé el colectivo para volver a casa, estaba
ávido de que el tiempo acelerara mis pensamientos,
así que detuve al primer taxi que se cruzó y
ansioso por gritar mis convicciones, apenas subido al auto,
busque una tonta excusa para contarle, durante todo el trayecto
de mas de quince minutos, el torrente de cosas que por mi mente
circulaban al sorprendido chofer, quien cabeceando cada tanto en
señal de aprobación, con ojos sorprendidos me
miraba por el espejo retrovisor.

Cuando descendí y estaba cerrando la puerta, el
tipo giro su cabeza y me contemplo un segundo con cara de
"Cuídate…" articulando un escueto " Que díos
te acompañe…", que todavía tañe
nervioso en mis oídos.

Ya dentro de la casa esa sensación de libertad
que me envolvía se volvió incipiente,
impura… y entendí que si no buscaba desde mis
entrañas un convincente motivo para deshacer mis
días vividos, nada resultaría valido
entonces.

Uno no debe permitirse un cambio a medias, eso es de
cobardes y yo quería por primera vez en mi vida ser un
valiente; un valiente que cargue el peso del miedo y de la
renovación.

Digo que no dude ni un atisbo la idea que tronaba en mi
espíritu pidiendo ser luz. Pero confieso, que desde el eco
de mi desesperación y soledad, desde ese rincón
húmedo de las contradicciones, desde el despecho y la
inseguridad de aquellos que como yo sienten que nada quedaba en
la bandeja del afecto, me tome toda esa noche para meditar la
forma, la idea, la epopeya…

En la mañana temprano, apenas amaneció, me
descubrí en la rutina diaria, preparándome el
desayuno ordinario de todos los días y
bañándome a la misma hora que todas las
mañanas para ir al banco, ¿Si lo
pensé…? Para ser honesto digo que si, que
pensé cambiarme y salir a buscar el colectivo temprano y
aguantar que el sapo me putee y todo eso…

Inconciente, creo que mi alma resistió la sosiega
llamada de la costumbre, del hábito y dejando que el reloj
siga machacando segundos, busque serenidad en la
revancha.

Recuerdo que mire la corbata azul sobre el respaldar de
una silla de la cocina. Era la que normalmente usaba para ir al
trabajo, lustrada por el uso y salpicada de múltiples
manchas de refrigerio y parecía esperarme como una mascota
obediente para que la saque a dar su paseo diario… Me
acerque lento a la poltrona, tome en un puño aquel trapo y
como tributo a mi nuevo destino lo arroje sin piedad ni
compasión al tacho de basura.

Ese fue el primer grito de guerra, fue mi ejercicio de
iniciación.

A secuencia, mis actos saltaban espontáneos,
desde cristalinas ventanas cósmicas que nunca antes
había atendido.

Prioridad era el dinero, así que mi horizonte se
tiño, y prometí que sería por última
vez, de un color y sabor materialista.

Admire mi alrededor y todo lo que me rodeaba
perdía su forma y esencia para transmutarse ante mis ojos
en billetes.

Ya la pava con que estaba tomando mate, ya la yerbera,
el mantel, la mesa, las sillas, la alacena y las cientos de cosas
que me rodeaban se habían convertido, no gracias a un
armonioso pase de magia sino por un afortunado devenir de la
motivación suprema, en un considerado
patrimonio.

Así que sin hacer mucho uso de mi tieso
raciocinio, busque en la guía telefónica negocios
de empeño y casas de compraventas.

Llame a unas cuantas y todas o casi todas me informaron
que pasarían esa misma tarde.

Confieso que almorcé lo que pude con lo mezquino
que había en la heladera, pero mientras masticaba el
tentempié solo pensaba en cuanto pagarían por cada
cosa… y sumaba con mi mente al principio, ayudado por la
calculadora después, cada objeto que mi vista divisaba,
mil por la tele, otros tanto por el juego de mesa y sillas de la
cocina, sumaba la radio-grabador, el juego de jardín que
me había regalado mi ya ex suegro, la vajilla, heladera,
juego de dormitorio…

Se escapaba sin querer una tibia sonrisa al imaginar
tanta plata en mi bolsillo esa misma tarde, más de forma
indeliberada me imponía sin embargo, la idea de
recapacitar que la mitad de todo lo recaudado era de
Estela… ¿Si de rebato juzgaba en alguna trampa?.
Si.

Al primero que llego esa tarde solo tolere escucharlo no
más de quince minutos, porque cuando comenzó a
tasarme las primeras cosas, lo mire como para putiarlo tres
días seguidos… pero me contuve y solo le
dije:

– Lo medito y te llamo, gracias….-

Usurero de mierda pensé mientras lo
despedía… por la tele no pagaba mas de doscientos
pesos, cretino…

Como es lógico, no tarde mucho en
comprobar que, a todos los que fueron llegando mas tarde les
correspondía como mínimo el mismo adjetivo,
pertenecían todos a la misma familia de
estafadores…

Derroché entonces todo ese álgido ocaso
ocupándome en anotaciones en la última hoja de la
libretita de teléfonos.

Aquel día esquemático, inusual para el
conjunto que formaba mi todo existencial, paso rápido para
mi intelecto arrebatado de intenciones inseguras.

De buenas a primeras entendí que había
caído un frío atardecer de invierno.

Ahí adentro hacia frío,
mucho…

Me senté frente a la mesita ratona del comedor en
cuclillas, e intente abrigarme con un pullover grueso de Estela
del aquel gélido éter que invadía toda mi
carne.

No intente encender alguna estufa, me quede inerte,
pensando sin otra estimulación que la memoria en la figura
de ella… que estaría haciendo ella en esos momentos
en Rojas… en un arrebato quise sacarme su abrigo y tirarlo
al piso, deshacerme de todo su mundo y sus pertenencias, pero no
pude, apenas si me quite el abrigo y lo deje doblado cerca de una
silla, después pensé otra vez en el frío, en
como se iba apoderando de mi cuerpo, de mis ideas, de mis
sueños… el frío lo puede todo dije, te
invade, te atonta, te deja sin sueños y sin
responsabilidades ni tormentos… el frío extremo,
como aquel que mato a los dinosaurios, como el que
extinguió su mundo, tal vez pueda esta noche extinguir el
mío…

Me abstraje del contemporáneo,
escudriñando ese presente, el espíritu de
Mabel… nuevo sol… nueva esperanza, mi reto al
futuro…

¿Que estaría haciendo en ese preciso
momento aquella hermosa doncella de cuento de
hadas…?

Y reí del príncipe quijotesco que
reflejaba el espejo del living…

Un gozo mayúsculo estallo en mi corazón
cuando me propuse no especular con las emociones puras como el
amor y enérgico con mis convicciones, jure vender todas
las cosas posibles al otro día para llegar a los brazos de
mi damisela lo más rápido posible.

Aquel miércoles amaneció también
fresco y a mi humanidad castigada y mal alimentada la
despertó un dedo imbécil soldado a mi
timbre.

No se si al propietario de aquel índice le
llegaron todas mis blasfemias o, como mi cuerpo estaba en ese
trance del despertar violento, yo solo creía haberlos
pronunciados pero en realidad mis labios solo susurraban…
Bueno, no importa, lo que si es cierto es que me levante en
calzoncillos y entreabrí la puerta para pedirle que saque
su maldita extremidad superior del timbre, a lo que el tipo, un
insulso flacucho con cara de "Yo no fui…" sin decir
palabra se desplazó azuzado de la pared para exhibirme que
no era él quien activaba aquel sonido
insufrible.

Le hice una seña o intente hacerlo, cerré
la puerta y me llegue hasta donde se encontraba la caja de luz,
corte la energía eléctrica, pase por el
baño, me cambie, volví a la cocina, puse la pava
para calentar agua para unos mates y recién entonces,
volví a la portezuela para atender como se debía a
ese tipo.

Como se sabrá entender, le vendí a ese
mortal que estoico todavía se encontraba parado frente a
la entrada de mi casa, casi todo lo que había dentro de
ella, o mejor dicho las cosas más importantes, como el
juego de dormitorio, el de living, mesa sillas y una linda
alacena.

Al final se compadeció de mí diatriba
realidad y abonó una suma de dinero mas importante de la
que me había tasado un par de horas antes, supongo que
haberle relatado algunas de mis grotescas aventuras recientes,
influyeron literalmente en esta decisión.

¿Porque personas desconocidas se permiten
intentar escenas de profunda solidaridad? No sé,
podría apostar a creer en la caridad del humano, pero
desconfío de este razonamiento, ¿Que química
emerge entre ellas para tal mágica componenda…
supongo que nadie lo sabe, no lo investigo, pero por suerte
existe.

El flaco desgarbado se fue cerca de las diez de la
mañana y dijo que volvería con un flete antes del
mediodía. Y así fue… apenas me dio tiempo
para vaciar cajones de ropa, otros menos importantes llenos de
utensilios de cocina y unos otros cuantos abarrotados de
porquerías que a partir de aquel instante empezaron a
vagabundear por los pisos de todo el hogar.

Cuando el ajetreado Ford 350 de amplia cabina mudancera
partió, la vivienda arrancaba por adquirir un tinte
luctuoso bien acorde al perfil de refugio a punto de ser
desertado.

El segundo y último exponente del negrero negocio
de compraventa se presentó el jueves a la mañana,
temprano, apenas pasadas las ocho y cuarto.

Era un muchacho joven, de pelo corto y una amplia
sonrisa siempre dibujada en su rostro.

Enseguida se definió como un novato en esto de
comprar y vender, mas gracias a esta inexperiencia y a su poco
oficio en esto de regatear fue quien mejor pago hizo.

Se llevó contento, y siempre sonriendo claro, el
juego de jardín despintado y medio desoldado, una mecedora
de caña y mimbre coloreada de blanco, que había
sido de una tía de mi amigo Orlando y que nunca supe como
había llegado a mi casa…también cargo en su
citroneta verde loro un par de garrafas con un anafe casi sin
uso, la pileta de lona y algún otro desecho amontonado en
el galpón, como una bicicleta rota y un par de
cañas de pescar.

El se fue contento, sonriendo y saludando con su mano
cuando arranco la chatita.

Yo quedé… también contento, no
recuerdo si sonreí como él… pero sí
que empecé a contar billetes y a sacar cuentas.

Automáticamente la figura de Estela
retornó a mí bloqueando de alguna manera mi
discernimiento de evocarla, la sensación de habitar ese
cuarto con su halo fantasmal acechándome era una
situación palpable, la tenía canturriándome
sobre la nuca, observándome luctuosa, era acusadora desde
el mismo infierno que ella había engendrado… La
intuía reclamándome por actos pasados,
insulsos… como el no querer ir a cenar una vez a la casa
de su aburrida amiga de la facultad o no acompañarla al
cine cuando daban una película
romántica…

El espectro de mi ex regañaba por cuanta
acusación se le ocurriese dentro de mi oído,
taladraba sin compasión alguna mi cerebro, buscaba como
siempre, acabar con mis mejores proyectos

Tuve miedo, abrí las ventanas de par en par,
todas, prendí la radio y busque música, trate de
pensar en otra cosa, puse a calentar agua para desayunar, ella
seguía allí, latente, reconocía su
respiración profunda y seca…

Me volví de repente, aterrado en el silencio que
se escuchaba a pesar del bullicio y sus facciones intransigentes
me inquirían, como una fiera, desde una fotografía
tirada en la esquina del comedor…

Mi corazón saltaba en el pecho queriendo huir de
esa efigie siniestra, pero pude acercarme sigiloso, atento, la
vista puesta en un punto turbio de la pared, tratando de no mirar
de lleno la foto, su foto… cuando a tientas
descubrí el marco azul que la contenía, la tome
entre mis manos y la hice pedazos.

Respire aliviado… desahogado, repuesto de aquella
tortuosa amenaza emotiva… Sacudí mi modorra y me
dispuse a tomar unos buenos mates, me los había
ganado.

La gran mayoría de los aparatos eléctricos
que teníamos los pude ubicar entre un par de vecinos que
se enteraron de mi subasta por esa casualidad tan
simpática que siempre revolotea en las cuadras de los
barrios.

Solo tuve que mencionar que estaba interesado en vender
alguna cosita, como el televisor en la verdulería del
negro chusma de enfrente para que se enterara todo los
Hornos.

Por este canal tan propicio de comercialización,
fue que le di salida a la tele que todavía se encontraba
en garantía, la video que me había obsequiado mi ex
suegro para mi último cumpleaños, el lavarropas y
un equipo de musical al que yo quería mucho porque lo
tenía desde soltero, la plata de este último
pensé que me correspondía solo a mi.

No quise recurrir a los conocidos o amigos porque
imagine que harían demasiadas preguntas y mi dogma no
tenía ni tiempo y mucho menos ganas de
contestarles.

En ese instante entendía que no había
amigos ni conocidos, casi no existían parentescos, todas
las personas que cruzaron alguna vez mi pasado eran eso, pasado.
Menos ella claro, ella era solo pretérito, la
iniciación a un nuevo espacio, era la luz
etérea… esa que irradiaría a un ignorado
albur.

Los demás, los que antes estuvieron en calidad de
algo, hoy eran solo estatuas de sal decorando un camino, tal vez
el nuevo sol les diera vida alguna vez, tal vez, pero eso ya no
dependía de mí.

Doña Carla, la viejita que vivía en el
lote de atrás de la casa, fue una de las últimas en
venir a chusmear y, como me compró una manoseada batidora,
le regale parte de mi heterogénea vajilla, incluidas una
cacerola y dos sartenes… a esa altura para que me
servían…

Cada paso que daba me alejaba en definitiva de
mí… y sentía al mismo tiempo ansiedad y
pánico… lo confieso y el escalofrío de lo
desconocido hacía cabalgar mi pensamiento por campos
todavía vírgenes, inexplorados.

Un común denominador de mis visitantes fue querer
saber que estaba pasando, todos preguntaron, y en ocasiones
interrogaron más de lo previsto sobre el tema.

Parece ser que existen ocasiones simples y cotidianas
que sin embargo encierran una dispersa aureola que la premian de
únicas y determinantes en la subsistencia social de
cualquier mortal.

Estos soplos de tiempos tienen la particularidad de
emerger desprovistos de las mínimas contenciones urbanas,
de estar exentos a las mínimas reglas de sociabilidad y de
buen gusto. Traigo por ejemplo aquellos recuerdos, los de mis
vecinos asaltando mi casa, buscando no saldos sino botines.
¿Cómo…? me pregunto hoy, ¿Como
alguien tan cercano y sin embargo tan desconocido para uno, como
puede ser un colindante, se te anima a preguntarte por temas
personales, íntimos, temas de pareja, coyunturales todos?,
y lo hace con una importante cuota de desparpajo y
desvergüenza… Supongo que con el descaro de quien
intuye que, es posible que uno jamás lo vaya a cruzar en
esta puta vida… ¿Que uno se lleva con su partida
siempre algún secreto de vecindad…? y claro,
también deja alguno… sabedor que ya no te cruzaras
cada mañana por su vereda, ni lo escucharas putearse con
su mujer o maldecir a un hijo medianera por medio… Por eso
preguntan mas de lo que en general está permitido, se
abusan, se exceden, se permiten secretear con uno que se marcha,
detractan a otros vecinos ausentes… buscan ser compinches
y por último, claro esta, regatean algún
precio

Todos ellos mediocres humanos… mezquinos y
triviales, buscadores anodinos de cartón pintado y
brillantina… resaca de la humanidad.

A todos ellos les contesté con la misma
mentira:

"Viajamos a España, nos salio un buen trabajo y
no queremos desaprovecharlo…"

Así a secas.

Pero entonces la curiosidad avanzaba, y si el interesado
era alguien apenas visto por uno, su indagatoria parecía
ser aun más punzante.

Pase escuchando las mismas cuestiones y los mismos
curioseos:

Algunos: ¡Que bueno che…! ¿Y como
conseguiste ese trabajo…? ¿Ya sacaron la
visa…? Tengan cuidado, estén atentos, mira que en
Europa no se jode como acá…allá te meten
preso por cualquier pelotudez, me lo dijo un amigo de mi
cuñado que vivió como un año en
México

Otras: ¡Y tu esposa no me dijo nada, y eso que
estuve con ella hace unos días…! ¡Que
guardado lo tenían…!.. Esta bien porque si lo
comentas, se te quema, viste, mejor así, calladitos hasta
que salga… si lo decís antes, con la envidia que
hay en esta cuadra, sabes de quien te hablo…. Seguro que
no se te daba, suerte nene…

¿Pediste el traslado nene…? ¿A
no,… claro…? Pensé que por ahí
tenían alguna sucursal, que se yo…viste… hoy
en día esta todo tan avanzado…

¿Estas contento pibe…? Mira lo que te
pregunto, como no vas a estarlo, si te salís de toda esta
mierda, acá no se puede más, no da mas este
país nene…yo sabía, mira sin ir mas lejos el
otro día le comente a mi mujer, si la conoces
¿No…? La gordita, esa si, la que pasa todas las
tardes a buscar a los chicos al colegio, le comente que vos
estabas para cosas mayores, claro, mira que
casualidad…Che, ¿A cuanto me dijiste que
vendías la tele…?

Yo entonces les sonreía y contestaba cualquier
cosa que se me ocurría en el momento, tratando siempre de
ser bastante coherente con la historia, pero recuerdo que algunas
barrabasadas me mande, como decir en alguna ocasión que me
iba a Madrid y en otra comentar que me iba a Barcelona y que
tenía una posibilidad de trabajar en una empresa
eléctrica que me había recomendado mi cuñado
y a otros les dije que un amigo había puesto un
restaurante y los dos trabajaríamos allá, Estela
como mesera y yo ayudando en la cocina.

Para todos me iba a España con mi familia a
empezar una nueva vida…

Yo quería que piensen eso, total, a ninguno les
debía aclarar nada y decir la verdad significaba dar
explicaciones complicadas.

Lo real fue que me sobraron sesenta horas para poder
deshacerme de una parte importante de mi presente y de todo mi
reciente pasado, o mejor dicho, en menos de tres días pude
desbaratar el marco ambiental y cultural que por años
rigió y controlo no solo mi entorno sino mis
límites.

Aquella última noche, bajo ese techo que
había sido mi albergue y el de mi familia, fue
desesperadamente fría, angustiosa y
mística.

Sedentario en medio de lo que había sido un
reconfortante living, en la única banqueta mal trazada
sobreviviente del terremoto existencial, comencé a
recontar mi botín de guerra.

Dentro de aquella casa arrasada era imposible no temblar
de frío, sin embargo, a mi me sacudía la
ansiedad… cada tanto hacia un alto en el conteo para
anotar en una libretita negra con el logotipo del banco en
concepto de qué había entrado la plata.

Tenía decidido repartir con Estela en partes
iguales, lo que no tenia definido todavía a esa altura era
como iba a decirle lo del expeditivo remate…

El amanecer me sorprendió despierto,
soñando encuentros y despedidas, las que en forma
reiterada fui experimentando durante horas, buscando el mejor
final para cada caso…

Me costaba todavía ser una persona
crítica, sincera con sus verdades y atenta con sus
consecuencias…todavía intentaba tratar de aparecer
diferente a lo que era, me preguntaba en aquellas horas si me
atrevería en modo y causa, a enfrentar en el nuevo espacio
construido a tantos duendes conocidos que, sin haberles cambiado
su esencia, se volverían extraños; tenía
pavura y agobio en esos momentos de iniciación reciente,
de pura adrenalina sin causa … miedo de desafiar esos
posibles juicios y condenas que ya en mi mente me
acribillaban…

Apenas descubierto el día hice un par de llamadas
por teléfono.

La primera fue a Concordia, a la casa de mi madre, que
en un primer momento se sorprendió por la hora y cuando
preguntó por Estela y Sebastián le mentí
diciendo que estaban en Rojas paseando…

– ¿Cuando van a venir por acá…? Los
extraño mucho… les preparé la piecita del
fondo, quedo linda pintada de rosa, como le gusta a tu
esposa…- Indagó sabedora que cualquiera fuese mi
respuesta, era imposible antes de las fiestas.

– En cualquier momento estamos por allá…
le seguí mintiendo conciente que ella también
sabía del engaño, por ahí el mes que viene
me puedo tomar unos días en el Banco…yo hoy o
mañana también me voy a Rojas-

– Mandale besos a Estelita y al nene…-

– Adiós madre, te quiero…- Y corté
la comunicación por mucho tiempo. Hacía mucho que
no le decía te quiero a mi madre, tanto, que no recordaba
cuando había sido esa última vez…

Aquel alborear también me descubrió ebrio
de cerveza y de desamparo, discutiendo mi circunstancia en una
riña callejera donde el amor y el odio no pudieron sacarse
ventaja…

Me encontró espiando el destino, el punto del
camino mas crítico de mi vida, un instante trascendente,
culminante, y al que no lograba componer de manera coherente,
pues, por un lado me sacudía ese empuje visceral que se
siente cuando confía en una determinación
convencido que esta haciendo lo correcto, y por el otro lado me
acobardaba el temor y la angustia de saber que cuando en el amor
se rompen todos los puentes es difícil, sino imposible, un
digno retorno.

En un descanso de mi ruleta rusa, llame a doña
Isabel, la dueña del departamento y le notifique que
dejaría la vivienda ese mismo día. Antes de que
reaccionara de mi buena nueva y comenzara a recriminarme aspectos
legales, le anuncie que pagaría ese mes por adelantado
pero le dejaba la llave y me marchaba.

A la vieja rezongona le hice el verso de el viaje al
exterior y creo que ello la ablando bastante… me di cuenta
que salir del perímetro del país a uno le daba
cierta importancia y lo convertía inmune a ciertas
críticas. Típicas postales del medio pelo argentino
como describió don Arturo Jaureche.

Quede con la señorita Isabel, como le gustaba que
la llamasen, en pasar por su casa esa tarde y
arreglaríamos la disolución del
contrato.

Su voz no era amigable, pero mi anticipo y su avaricia
callaron su incipiente bronca.

Estela nunca me llamó.

CAPITULO V

(Busqué
solo felicidad y perdí con
dignidad mi
vida)

Pergamino, sábado 10 de julio de
1983.

No se porque aguante a que el ómnibus toque
tierra Pergaminense para correr hacia una cabina
telefónica y marcar el numero de Mabel.

Podría haberlo hecho desde La Plata antes de
salir o desde Lujan que era una parada obligada del micro, pero
no, mis avaricias descarnadas por cautivar un alma sensible, que
un soplo del destino había arrojado sobre mi peor
encrucijada, había cavilado ante el recelo embrionario de
sentirme rechazado… Sabía empero, que en
algún momento todo ese entusiasmo y éxtasis que me
invadía, inducido y estimulado tan solo por el pensamiento
de poder tenerla cerca y amarla para siempre, estaba atado a una
rigurosa cita telefónica.

Mi ser transpiraba miedo, un terror prócer
carcomía mis viseras al especular que ella no me
atendería nunca… potencie la idea que esos cinco
números borroneados en aquel ajetreado papel no fuese su
teléfono… entonces me pregunte…
¿Tendría que buscarla por toda la ciudad…?.
Buscando a Mabel… parecía el título de una
comedia malograda; buscar a Mabel… si casi no recordaba su
bello rostro… tantas horas de zozobra me aniquilaban su
puro legado…

Me veía delirando por esas rías nuevas
gritando su nombre, calle por calle, timbre por timbre…
hasta hallarla, ¿Como sería aquel
encuentro…?.

Ella tenía el derecho de enterarse que era el
génesis de mi existencia y que le buscaba para agradecerle
por siempre, entregándole mi pasión y gratitud por
el resto de mi vida…

Encontré en medio de una vereda cualquiera un
escaño mal trazado, que me pareció tan solitario
como mi naturaleza y me invitaba, parecía, a que me
acomodase sobre su madera rajada.

Me desplome sobre él dejando a un lado la pesada
maleta que me acompañaba, pesada…como el melindre
canceriano que me invadía y, aunque buscaba dejar el
magín en blanco por un rato, la enajenación de mi
cuerpo lo impedía, imposibilitándome a prestarme
ese respiro…

Me sosiegue mirando un hormiguero que se
enaltecía al pie de una planta de geranio, las hormigas
iban y venían rápidas, como saludándose
todas a cada paso e indicándose una a una la
travesía disciplinada, la dirección a seguir,
advirtiéndose en cada uno de esos meneos, que no
coexistía riesgo alguno detrás de ellas…
intente en vano detectar desde mi perspectiva el remate de ese
largo y estrecho sendero que se disipaba entre el césped
amarillento de la vereda rumbo al interior del jardín de
la casa.

¿Tendrían un dialecto?… se
comunicarían por señas, tal vez solo algunos
retumbos y asonancias… Cuan poco dominaba yo el universo
de las hormigas, tal vez solo sabía que depredaban las
plantas de Estela…

Estela. Me interrogue que estaría realizando ella
en ese puntual y minucioso momento, tal vez jugueteando con Seba
o por ahí dando la vuelta al perro, como lo hacían
todos los parroquianos a esa hora en el pueblo…y
él, cuanto habría crecido en estos días,
como estaría su dedito… apenas si lo había
podido contemplar esa noche de la pelea.

Y si ella estaba en Pergamino, me espeluznó de
pronto ese desfachatado recelo.

Me atontó esa macabra probabilidad que enredaba
mi cabeza… Que Estela se hallase en la ciudad fue una
coyuntura que deshizo en mí, toda reflexión cuerda.
Debía hacer algo, mis manos comenzaron a transpirar porque
percataba que la idea no era alocada ni perversa, Rojas se
encontraba a solo cuarenta kilómetros, apenas media hora
de viaje y para empeorar la situación, era cotidiano que
ella se llegarse hasta allí, ya sea por compras o a
visitar a alguno de sus primos, me acordé entonces que
tenia dos, no, tres, si, tres primos residiendo en el centro de
Pergamino y yo ni siquiera estaba al tanto de sus domicilios. Me
percaté fugitivo.

Mi primera reacción fue levantarme de aquel
banquito y ponerme en movimiento, ¡A caminar¡ me dije
y bolso en mano, así lo hice. Pero mientras ganaba metros
alocado, entendí que no intuía, no interpretaba
para donde debía enfilarme, escaparme de que, de quien, de
un fantasma… Como podía buscar a Mabel por las
calles y a la vez ocultarme no solo de mi ya ex, sino de sus
primos que eran seres prácticamente anónimos para
mi, pues sabía que si alguno de ellos se cruzara conmigo,
yo no lo registraría pero sobre seguro ellos sí,
porque ellos, todos, todos sus parientes, cercanos o lejanos, me
reconocían y también sus amigos, los amigos de
Rojas, lo había corroborado, cuando andaba solo en el
pueblo, por algún mandado o por el simple hecho de caminar
o dar la bendita vuelta al perro; me saludaba gente en cada
cuadra, y casi nunca supe quienes eran, más claro,
respondía siempre cordial a sus cortesías y luego
me enteraba, porque le comentaban a Estela o a su madre, que
fulano o mengano, amigos de ella del secundario, o algún
vecino de la otra cuadra y a veces esos primos segundos…
eran a los que me había cruzado… Todos con alma de
policía, buchones, comprendo ahora.

El caserío entero podría decir, sin temor
a equivocarme, sabía quien era yo, no se si
conocían mi nombre, pero sí quien era…el
marido de Estela, o el yerno de Oscar o de
Chiquita…

No tenia la menor chance de recorrer Pergamino sin que
alguien no me reconociera… era un hecho… así
que acelere sin temor mi metamorfosis existencial y
decreté en ese mismo intervalo universal y
categórico, ser ese otro yo que estaba por primera vez
asomando de mis entrañas, no digo naciendo, porque siempre
estuvo, siempre fue, relegado por aquel otro que había
guiado mis días desde el mismo génesis.

Me bautice Marcelo, porque de chico me llamaban
así, y de apellido me dije Paús, que era el
apellido de Vicente, mi segundo padre.

Su figura y la de Minga acudieron al presente y necesite
otra vez detener la marcha furtiva.

Yo había nacido en Los Hornos, hijo de madre
soltera. A pesar que los parientes más cercanos,
tíos y abuelos, trataron de sostener la patraña
para las vecinas chismosas, de que mi padre había
fallecido en un accidente de tránsito cuando ella estaba
recién embarazada.

Mi madre y yo vivíamos en una pequeña y
ordenada casita construida por mi abuelo Florencio, a tan solo
cincuenta metros de la suya, sobre la avenida 64.

Ella trabajaba de tarde en el Hospital Italiano y todos
los medio días me dejaba al cuidado de mi
abuela.

Yo recién nacido o con apenas tres meses, cuentan
que era un niño bastante llorón y así fue
que una vez escuchó mis gemidos una joven que se llamaba
Alicia, hija de Minga y vecina de mi nona, entonces le
pidió permiso a ésta para pasearme por la cuadra y
llevarme a su hogar un rato y este aquí, que mi ronda se
repitió día a día hasta que se hizo un
hábito y se puede afirmar entonces que mi niñez
trascurrió más tiempo en la morada de Minga y de
Vicente Paús que en la de mi mamá o en la de mi
abuela.

Por ahí desfilaron hermosas tardes y transitaron
mis mejores años, hasta que nos mudamos, teniendo yo casi
trece a una vivienda en el centro de la Plata.

El nombre Marcelo aconteció de un hecho cultural
tan fortuito como insólito, la cuestión fue que
siendo todavía un bebe de apenas dos navidades, se
estrenó un largometraje italiano, de gran éxito
titulado "Marcelino pan y vino" que contaba la historia de un
infante abandonado en un convento, historia lúgubre que
hizo llorar a toda una generación…
antagónica con mi suerte de tener dos mamás y un
gran padre.

Alicia, que por esos años estaría
cumpliendo sus quince, me hizo un corte de cabello similar al de
ese Marcelino, con flequillo y a partir de ahí, las
vecinas gordas y chusmas de la 137 me bautizaron con ese mote y
siendo mas grande lo recortaron a Marce y aún así
me nombraban cuando pasaba por el vecindario a saludar a Minga o
Alicia.

Ahora el camino me imponía retomar una nueva
vida, por eso aquel alias me pareció un prometedor
comienzo para esta historia… ni más ni menos que un
placentero viaje hacia la inmortalidad de mi alma, expeditiva
orla celeste perdida en mi firmamento terrenal.

Quería mi ser empezar a ser Marcelo… En
aquel momento yo ya era Marcelo Paús…

Envuelto en ese frágil halo mágico que
cubría por completo mi materia me sentía protegido,
como si la luz del alma de Minga me cobijara como antes,
defendiéndome de los comentarios de las chusmas del
barrio…

Solo tenía que encontrar una
peluquería… no me cortaría el cabello con
flequillo pero estaba seguro, que al salir de ella, nadie me
reconocería…

Me dispuse entonces, tranquilo a caminar.

Era apenas las seis de la tarde y la luz del sol
brillaba atenuada en el filo del horizonte… busque un
teléfono público y marque su número pero
corte sin dejar que el timbre suene ni siquiera una vez…
deje descolgado el receptor que pendulaza como un ahorcado y
repasé palabra por palabra lo que diría cuando
escuchara su voz…las palmas de las manos transpiraban al
ritmo alocado del corazón. Tome fuerzas desde mi ansiosa
alma y lo volví a intentar… en lo de Mabel no
contestaba nadie.

Marque una, dos, tres… muchas veces. Hasta que el
maldito aparato se devoró mis dos monedas de cincuenta
centavos.

¿Donde estas Mabel? Pregunté al
aire…de mandados, en el trabajo
¿Trabajaría en el pueblo…? Todas dudas
fueron las que me planteé en aquel estacionario momento,
mientras el frío iba lentamente destruyendo la tarde ocre
de la comarca campestre.

Sobre mi pensamiento se deslizo la idea de que ella
podría estar a esas horas estudiando…en
algún instituto terciario o por que no, en el
mismísimo secundario, tal vez no tenía más
de diez y ocho años, era una deducción
lógica….Pero entonces recordé que la alocada
noche en el auto, cuando el loco bajo a comprar las botellas,
ella me dijo que tenía veinte años…
así que si era estudiante, ya estaría cursando un
nivel terciario. Tal vez lo hiciese en el pueblo o quizá
en Junín.

Yo sabía que existían en esa ciudad varios
colegios terciarios… recordé que Estela me
había contado su experiencia de casi un año en el
Instituto de Bellas Artes de Junín antes de viajar a la
Plata.

El tiempo empezó a correr ligero desde aquel
instante, y yo a deambular por esa ciudad gris,
deteniéndome en cuanta cabina de teléfono se
cruzaba en el camino y de las que encontraba sana, volvía
a insistir con el 55378 que sonaba y sonaba llamando en
vano.

Cambie un billete de cinco pesos en monedas de diez y de
veinticinco centavos a un canillita que vociferaba solo en una
esquina de la plaza Rocha como si estuviera anticipando noticias
mundiales y solo despachaba los pasquines del pueblo.

Aproveche en uno de esos interminables derroteros,
cuando la fatiga corporal fisura inapelable a ese escudo
corpóreo que inspira el sentimiento de la búsqueda
del amor, cuando las piernas flaquean ante el menor desnivel de
una vereda mal trazada, de una baldosa suelta…para tomar
un poco de respiro, borrar a Mabel de mi mente y todas las
preguntas que continuo, en cada paso, iba realizando sobre ella,
su vida, su entorno y su ausencia y sobre todo, para empezar a
cerrar esas ventanas del ayer…

Busque entonces un localcito de mala muerte del correo
que había descubierto en mi dispendioso peregrinaje con la
idea de hacerle llegar a Estela la mitad del dinero obtenido por
la venta de todas nuestras tenencias.

Era una oficina pequeña, tanto que no
cabían en ella tres personas de pie.

Estaba dividida por una pared levantada en aglomerado y
listones de dos pulgadas, tenía una especie de ventanilla
de unos treinta centímetros por otros tantos, por donde me
atendió un señor obeso, envestido en un uniforme
gris y con su rostro sin afeitar. Me saludo por ese hueco mal
trazado, y como se tenía que agachar para mirarme su cara
parecía enmarcada y resaltaban sus ojos celestes,
perdidos… Luego de explicarle dos veces la
operación que quería realizar, pues en mi primera
interlocución el tipo me dejo hablando solo y se arrimo
una sillita baja para sentarse y ponerse cómodo, atino a
decirme el valor del envío; me ofreció, por una
módica suma una cajita marrón por que dijo que se
había quedado sin sobres de madera, para que colocara mi
entrega y marco con dos equis, un formulario manoseado, por donde
debía firmar.

Aboné y extendió un recibo de
pago.

El destino universal, llámese esperanza renovada
o futuro fracaso anunciado o preanunciado, lo mande a
través de una encomienda del correo argentino… e
invente como remitente la dirección de un chalecito a dos
aguas de paredes amarillentas que se levantaba enfrente al local
mismo.

Dentro de la caja, puse en un sobre la mitad del dinero
que llevaba conmigo y aparte un par de hojas con el listado
completo de las cosas que había vendido, todas estaban con
su precio al lado y algunas hasta le había agregado quien
había sido el comprador.

Estaba convencido que la mamá de mi hijo y la
mujer que me había dado tantos años de su vida era
justa merecedora de una buena razón de mi
conducta.

Fue raro escribirle a mi ex-mujer… ¿Que
podía confesarle…? Como se logra reflejar en un
papel un encuentro cósmico, ese vertiginoso amor por una
mujer desconocida… tal vez la solución era mentirle
y de manera escueta manifestarle que ya no la amaba…
¿Como explicarle que yo ya no era yo? Que el Luciano que
ella intimó, del que ella se enamoró, ya era
pasado, estaba muerto, no existía mas… no supe que
poner y entonces solo tome una hoja del anotador y
redacté:

Esto es tuyo, Luciano.

¿Qué otra explicación le hubiese
dado?

Entendí que sería mejor continuar con el
silencio por un tiempo, no era lo sensato, lo indicado, ni moral
ni éticamente justo, lo sé…pero el tiempo,
verdugo de todos los sinsabores y devorador de tantas verdades de
seguro nos abriría nuevas puertas y tal vez en alguna de
ellas nos volveríamos a encontrar.

Marché del correo aliviado, con la exagerada
sensación de haberme extirpado un gran peso de mi espalda,
diría un tumor benigno…pero tumor al
fin….

Seguí caminando, camine hasta que la oscuridad se
extendió sobre la aldea acompañada de un
frío penetrante y agudo como aquel que ya había
sufrido unas noches atrás parado en medio de la ruta
esperándola a ella… mire el reloj que indicaba las
nueve y diez, marque entonces por ante última vez el
numero de Mabel esperanzado que una voz me responda del otro lado
pero fue una espera inútil.

Con el emblema de su ausencia clavada en mi espalda y
convertida en definitiva, a esa altura de las circunstancias, en
el ombligo universal de toda mi histérica humanidad, no
visualice otra alternativa que refugiarme en mis necesidades
primarias para poder de manera decorosa, paliar aquel
bajón anímico.

Me fui a cenar.

Sin meditarlo demasiado y para protegerme de todo
pensamiento lioso, me deslice en una fonda de mala muerte que se
escondía frente al monumento a Belgrano y que había
avisado en la tarde.

Estaba cansado, mi alma, consumada por la pesadumbre que
la envolvía y le ahogaba, trataba en todo momento,
conversar en silencio con mi ego, y lo alentaba a seguir
creyendo… no se animaba a pensar siquiera, en que
había tomado con razón o no, alguna
determinación equivoca esos últimos
días…

Si me empeñaba en seguir encerrado en aquellas
paredes aceradas que mis innumerables interrogantes iban
levantando a cada paso, a cada segundo de ese interminable
día, estaba seguro que quedaría seco por completo,
sería como una momia disecada, sin alma, sin cuerpo, solo
piel pegada al hueso…

La idea de mirar el mundo que me rodeaba por unas horas
y alimentar mis tripas era lo mejor que podía
hacer…

Una excelente buseca rociada con abundante vino tinto,
servido en pingüino, alivió mis penas un buen rato,
confieso sin embargo, que me ubique en una mesa pegada al
ventanal que daba a la vereda y durante toda la cena
contemplé fijo en la calle solitaria y poco alumbrada que
parecía vigilarme… revoloteaba en continuo el
fantasma triste del espectro escondido tras de mi, espiando
siempre, tratando de adivinarla por la acera, esperando verla y
en mas de una ocasión aceleró sus pulsaciones al
creer percibir su figura espigada caminando o se sentaba en la
plazoleta.

Dentro del local solo se encontraban ocupadas dos mesas
además de la mía, ambas próximas a un
televisor elevado donde pasaban una película de Porcel y
Olmedo.

En una de ellas, la más contigua a mí, una
pareja de cuarentones cenaban casi sin mirarse ni hablarse,
parecían dos personas desconocidas que se habían
sentado en una misma mesa.

Cada tanto el tipo le hacia una seña a la mujer y
esta le pasaba entonces el salero o el pan…

Ella, una mujer rubia teñida, de cara alargada y
nariz importante, miraba hacia mí, no a mí, sino a
la calle, como yo…tal vez también su sueño
descansaba esperando un amor perdido.

El hombre, sedentario frente a ella, contemplaba la
película sin hacer gesto alguno, era de tez
trigueña, rasgos hoscos, y sus ojos siempre entrecerrados
eran atravesados por cien arrugas juntas.

La otra mesa la ocupaban dos mujeres de unos treinta y
pico de años, rellenitas y brotadas de pintura y rimel
ambas, cuchichiaban todo el tiempo en voz alta y sin importarles
nada ni nadie, soltaban cada tanto endiabladas
risotadas.

Eran sin rodeos prostitutas, al parecer habitué
del boliche pues todos los presentes la trataban con cierta
simpatía.

Sobre la barra un par de parroquianos bebiendo fernet
completaban aquel momento de mi historia.

A todos nos atendía el mismo pibe que estaba
detrás de la barra. Un chico de no mas de veinte
años, de buenos modales y atento siempre a cualquier
pedido.

Se parecía mucho al hermano de una amiga del
barrio, creo que se llamaba Alfredo, así que cuando lo
tenía que llamar para hacer algún pedido, levantaba
mi mano y despacio indicaba "Alfredo, aquí por
favor…"

Detrás, en la cocina, se veía cada tanto a
un señor mayor, de grande talla y una calvicie avanzada
que a cada rato le daba alguna instrucción al joven de la
barra, se notaba que era el dueño y el cocinero a la
vez.

Rato después, estomago lleno, corazón
vacío, busque un espacio donde tirar mi cuerpo.

No intente averiguar mucho, con paso apurado
exploré la zona de la Terminal de ómnibus que
estaba a solo un par de cuadras de allí.

Me metí en una pensión que sin
interpretarlo se encajó en mi tiempo.

Recuerdo su ruinoso frente, que parecía competir
a ver quien estaba mas destruido, con interior no menos
siniestro. En un cartel de acrílico verde, que alguna vez
había sido luminoso se leía PENSION FAMILIAR,
aunque a la letra F le faltaba un pedazo y de la R solo quedaba
su alma impresa.

La entrada era un pasillo largo y mal alumbrado, que lo
entregaba a uno en una amplia sala, como único mobiliario
mostraba un sillón marrón de cuero mal trazado y
arrumbado sobre una de las paredes descascaradas y un escritorio
que se parecía mas un mostrador de bar, con una pata rota
remendada con un ladrillo hueco del doce.

Me dio cierto miedo al entrar, pero una vez dentro, no
me anime a salir.

Me paré junto a la mísera mesa y golpee
con mis nudillos sobre ella.

Alrededor el silencio solo se alteraba con el murmullo
lejano que tendía a escaparse de alguna pieza. Un grito
sordo, alguna risa franca, tal vez algún
gemido…

Volví a golpear una o dos veces hasta que de la
nada apareció tras de mí una señora bajita,
redonda, con ojos embotados de sueño y alcohol que, sin
hablarme, se situó del otro lado del mostrador mientras su
rostro intentaba una mueca parecida a una sonrisa.

Le pedí una pieza por cinco días e
intentando ser o parecer un tipo simpático le
comenté:

"Creo que me voy antes…"

Todo un esfuerzo estéril, pues ella, sin mirarme,
siquiera apoyó cerca de mi mano un par de llaves y con voz
cansada me contestó:

"Son quinientos pesos".

Sin abrir la boca le pagué, entonces me completo
diciendo:

"Por el pasillo, la segunda puerta".

Y señalo un oscuro pasadizo a su
izquierda.

Fue esa la primera y la última vez que la
vi.

Cuando entré a la pieza, indescriptible a esa
hora con el alumbramiento de una bombilla de no más de
60watt., me apuré en acostarme, así que deje en el
suelo las pertenencias, no me arriesgué a entrar en el
baño y solo afloje el cinturón de mi
pantalón que me ajustaba demasiado.

Mi cansancio era tal que literalmente me desmayé
cuando sin querer pensé en mí.

Dos días estuve muriendo en un laberinto de
desesperanzas gregarias que se abalanzaban como saetas
envenenadas tratando de herirme de muerte.

Pergamino comenzó a odiarme desde el
principio… lo percibía en cada esquina, lo
respiraba en la mesa de sus bares y en la transpiración de
sus mujeres… Cuando caminaba por las infinitas veredas
buscando toparme con la sombra de Mabel, los parroquianos me
miraban, sabedores que no era del lugar…y yo caminaba sin
rumbo, sin camino ni meta y esto fue lo que me hizo un individuo
altamente sospechoso…

A pesar de esas sinrazones del destino malicio, en
ningún instante de todo ese calvario contingente que
emocional carcomía mis venas y mi aire, dudé de mis
obligaciones nomológicas, lo juro…

Jamás pensé en revertir mis escalones
alcanzados…

En ningún tiempo se cruzó por mi cabeza
fragmentada y descosida por donde se la mirase, esa posibilidad
incongruente y anodina.

Nunca, jamás de los jamases me lo hubiese
permitido…

Antes de desandar un tranco y volver a ser aquel tipo
que había sido y odiaba mas que a nada en el mundo, a ese
hombre de sonrisa fácil y sin felicidad…a ese
hombre sin fantasías ni sueños imposibles, a ese
infeliz con un alma alquilada…Antes, antes me
dejaría morir en ese pueblo, maltrecho y olvidado por el
destino, me dejaría llevar por sus costumbres cansadas y
simples, me dejaría tentar por sus modales mediocres y
conservadores, caminaría hasta que mis piernas se
derrumbasen, siempre sin rumbo y sin son por sus rías
grises e inalterables, terminaría como un vagabundo, con
una historia de amor y desencuentros enquistada en mi cuerpo,
como todos los vagabundos del mundo, pero nunca, nunca… me
jure en aquellas horas, volvería a tener una vida anodina
y pulcra como la que había tenido hacia apenas unos
días atrás.

Al tercer día resucité de mi muerte,
cuando Mabel atendió por fin la enésima
llamada…

  • Si…-

El mundo entero que cabía en mí por
entonces, se derrumbo.

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