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Domino – Una trampa sin salida (Novela) (página 3)




Enviado por roberto macció



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Lo que puede acontecer y originar el sonido tangencial
de un simple monosílabo nacido de la boca de una persona
amada, un vergel de estrellas titilando sobre la mar
eterna… júbilos y sonrisas se escuchan entonces y
ese canto del cielo pronunciando dos letras, cambia nuestro mundo
y el de todos, por que la historia de la humanidad se modifica a
partir de su voz contestando mi llamado…

El universo que era solo mío en aquel preciso
segundo cambio su rumbo para todos los tiempos.

Escuchar esa voz me conmovió de una forma rara,
fue como pasar de una realidad a otra igual pero a la vez
diferente, así de confuso.

La autenticidad de aquel momento, esa que me rodeaba y
que mi ser contemplaba desde la cabina telefónica de
pronto se transformó.

Las cosas y personas que mi cerebro registraba con todos
los sentidos, por arte de magia sufrieron una especial
mutación…

En aquel momento experimenté lo duro pero bello
que es la conquista del presente, del ahora… cuando lo
real en un soplido se transforma a pesar de no innovarse, por la
simple interpelación de la sensaciones y el entorno deja
paso al alma y el espíritu conversa sin traductores con la
verdad.

El fortuito contingente que me rodeaba estaba ajeno de
aquel "si" percibido por mi oído, y por ignorante entonces
del gran suceso, no tendió de modo unilateral a esbozar
cambio alguno, más dentro de mí la realidad
tomó matices, formas y ritmos diferentes.

Todo parecía alterarse… por ejemplo, a mi
derecha, un abeto de considerable tamaño que mecía
sus ramas al ritmo del fuerte viento que en aquella tarde soplaba
se detuvo en seco cuando Mabel contestó, lo mismo
ocurrió con un tipo que en bicicleta cruzaba la avenida
con un ritmo cadencioso y de pronto se esfumó de mi vista
sin pedalear siquiera…

Y sin ser partícipe todavía de los
formidables sucesos que estaban aconteciendo en mi halo
afortunado de príncipe novelesco, y de nacimientos y
muertes en mis ignotas facultades de creación del
pensamiento, continué mí terrenal
dialogo:

– ¿Mabel?-

– Si, ¿Quién habla…?-

– Luciano…-

Podría haberle dicho soy el amor, el gran amor
que atravesara tu vida para siempre, al que no esperabas pero
esta aquí, esperando solo esa señal del destino,
implacable y soberano…Soy ese a quien le abriste con una
maza la cabeza e hiciste una ventana en su razón para que
comprenda que la complacencia no es una foto familiar ni tampoco
un empleo correcto, le podría haber dicho que le hablaba
un hombre hambriento de amaneceres frescos, ese que
entendía que su equilibrio emocional solo se
mantendría estable si ella le entregaba su amor…
pero solo conteste: Luciano.

– ¿Quién…?- contestó
desentendida del momento

– Luciano… Nos conocimos la otra noche, yo estaba
parado en la ruta y…-

-¡Hola!… No recordaba tu nombre…
¿Cómo estás…?-

-Bien… estoy en Pergamino, acabo de
llegar…-

Ahí nomás pensaba reprocharle su olvido,
pero intenté ser cauto… seguro estaba nerviosa
porque no esperaba mi llamada.

-Me agarraste justo, yo termino de llegar a
casa…estuve unos días en Rosario visitando una
amiga y hace unos minutos que llegué…-

Esa era Mabel, una persona que no mentía,
había estado en Rosario por eso no la encontré
antes.

-Que coincidencia…- dije entonces sin aparecer
asombrado.

Mi torpe pudor impidió ser autentico en esa hora
inicial, pero no mentí, solo oculte algunos detalles
embrionarios de aquella gesta emocional, me mordía los
labios para no parecer ansioso y pedirle ahí nomás
que me cuente donde se encontraba, que yo saldría
corriendo, cual tropel desboscado a su encuentro y si me lo
pedía, me arrodillaría a sus pies para pedirle que
me acepte por siempre…

– Y, ¿Como fue el regreso…?-
Preguntó ella cambiando su tonalidad de voz

-Una historia larga… Estuve más de un
día deambulando por las rutas del noroeste de esta
provincia-

Una historia no… ¡Mi historia! Como
describir a través de una conversación
telefónica una explosión emocional, una catarata
indómita de efusiones inéditas derramadas de una
osadía valiente.

-Una verdadera odisea, ja ja ja. Tendrías que
pasar algún día con tiempo y contármela, yo
aterricé el domingo a la tarde…-

-Aterrizaron…-

-No, aterrice sola, por que al loco lo perdí en
la quinta, creo que la siguió con un partido de futbol, no
lo veo desde entonces…¿Ya te vas para
Rojas…?-

Entendí su mensaje cuando recalcó que no
lo veía desde el domingo. Era su invitación a
escondidas. El corazón me palpitaba tan fuerte que no
dejaba oír su voz sincera.

– No…- Iba a confesarle mi verdad única,
mi infinito existencial, tan solo decirle "Vine a verte a vos",
más no me animé.

– Ya sale tu colectivo…- pregunto susurrando su
dicción.

Quise gritarle a toda voz "Tengo para vos, amada, lo que
me resta de vida", pero no tuve valor, solo soplé con el
aliento que me acompañaba:

– Creo que en un par de horas-

Casi no podía creer lo que estaba diciendo,
porque no dejarle en claro que estaba allí, en ese pueblo
de mierda, solo por ella, por su ventana abierta…porque no
pude declararle que hacia casi tres días que solo pensaba
en ella, en ella y en su número de teléfono que
martillaba mi razón hasta en el sueño, que mi mundo
era ese papel que apretujaba en el bolsillo de mi pantalón
a cada rato temiendo que sea irreal, que no existiese, que fuese
solo una fantasía mas de mi imaginación
desquiciada.

-¿Estás en la terminal?-

Me preguntó con voz tímida, tal vez
queriendo separarse tangencialmente de una invitación
formal.

No tenía ya margen para titubeos, ya no quedaba
mucho hilo en mi carretel, se podía decir que todo mi
ulterior dependía de esa llamada que estaba sosteniendo.
No podía exhibir vacilaciones juveniles y perplejidades
adultas, tenía algunas señales acordadas,
debía sortear de manera elegante sus contradicciones y mis
egoísmos…

Ella, el arrobamiento de mis emociones plenas,
todavía no lo sabía, pero mi supervivencia toda era
ese momento, toda mi existencia yacía en ese lugar del
cosmos, las coordenadas de mi vida posible estaban marcadas
ahí, aquel instante significaba en mi energía, mi
sumo cuestionamiento personal, no podía fallar en mis
decisiones. Entonces, respire hondo, callé mi alma, y
trate de razonar con mi espíritu.

-No, me puse a caminar un poco, estoy
en…déjame ver, Rocha y Alberti.

Y no le mentía, haber caminado esos cien
kilómetros durante días buscándola era poco,
nada para un hombre en busca de su felicidad… hubiera
caminado hasta quemar mis piernas si hubiese sido
necesario.

-Estás cerca de casa, yo vivo en Rocha y Alberdi,
a tres cuadras de allí, justo frente a una
plazoleta…-

-La de Belgrano…-

-Esa, la conoces…-

-Si, algo conozco de tu ciudad-

Era ese el momento crucial de toda la
conversación, no podía estirar mas la incertidumbre
del no ser, no podía permitir bajo ninguna circunstancias
no verla. Así que a cara o cruz, cerré mis ojos y
con voz firme le impuse casi:

-Mabel, puedo pasar ahora… en realidad quisiera
verte un rato…-

Y espere su respuesta mientras repetía una
oración en mi mente. "Dios, no me abandones ahora",
recuerdo que repetí en silencio.

Ella tardo lustros en contestarme hasta que su boca por
fin se abrió:

-Bueno, mi casa es el número 239, estoy al lado
de un restaurante chiquito-

-Creo que me ubico-

Bastó tan exiguo diálogo para que
reconociera en aquel instante, cuanto influía en mi
historia la divina providencia.

No hubiese sido suficiente el esfuerzo y la
pasión que esa mujer avivaba en mí, para que yo la
pudiese hallar en aquel desierto… Todo mi amor no hubiera
alcanzado… e verdad tuvo que conjurar el más
allá de la razón para ensamblar dos
vidas…

Cuando nombró su domicilio sentí la
mágica sensación de lo irreal caminando a mi lado,
comprendí, invadido de felicidad que Mabel encallaba en
forma definitiva en mi destino.

En aquella ocasión entendí que no
había sido tan solo una casualidad el haber rondado por su
cuadra y su casa en forma constante. Algo no racional me estuvo
guiando en esa búsqueda sin que mi alma percatara la
ayuda, algo más fuerte que la desazón me
permitió resistir el desencanto de no saber por donde
empezar.

Me pregunté entonces que energía sublime
pudo arrebatarme a la locura de organizar mi vida alrededor de un
número de teléfono. Y toda conjetura,
suposición, barrunto, interrogante e hipótesis
sobre el tema, se apiñaba en un solo sentido y una sola
dirección: Mabel. Ella era la energía vario pinto
que había regenerado de modo irreversible el sentido de mi
vida.

-Listo, vení que te espero…-

Colgué el teléfono y me maravillé
cuando el cielo gris de Pergamino se abrió solo para
mí.

Pero nada es eterno y aquella tarde se hizo noche y de
esa noche amaneció mi peor día.

CAPITULO VI

(Los
límites del amor cruzan las fronteras de la
razón)

Pergamino, 13 de julio de 1983.

Mis días con Mabi, así me gustaba
llamarla, solo fueron migajas de tiempo, minutos desparramados en
dos o tres días pero que sumados no llegaban a completar
una órbita lunar.

La primera noche, la del reencuentro, me quedé a
dormir en su casa, en su cama, en su cuerpo… y
disfruté su tersa piel en toda su extensión, y
gocé sus quejidos sumergido en el éxtasis
más profundo que haya conocido y vibré al
compás de su ritmo, indeleble en mis sentidos… y
entendí que significa ser feliz, sin vueltas ni
definiciones vagas, sin conjeturas ni bocetos trasnochados de
hipótesis freudianas, fui un tipo feliz, simplemente
feliz, no todos pueden afirmar lo que yo, sin retaceos,
afirmo.

Pero esas horas, que mi ánimo ambicionaba sean
eternas, fueron simplemente horas, como todas… de apenas
sesenta minutos, de apenas tres mil seiscientos segundos…
y pasaron… una tras la otra con el compás
monótono y sordo del tiempo, implacable y cruel…
tal su creador… y entonces el infinito negro cielo se
tornó de color rosa, y luego el rosa se hizo celeste y
comprendí allí que mi dicha se tornó negra y
después… después fue otra
historia.

Lo sublime y lo mortal son definiciones difíciles
de coordinar en la realidad de un ser.

No existe nada más mortal que el tiempo y no hay
nada más excelso que el deseo procedente del amor, en este
caso del amor a una pareja, al quien completa tu ser, a la mitad
de tu mitad.

Ese sueño glorioso, superior, no siempre se
cumple en la existencia de una vida, yo diría casi nunca,
se cumplen otros, algunos parecidos, algunos similares, unos de
oferta, pero ese, ese que magnifica nuestro espíritu y
sensaciones, no.

Ese es difícil.

Porque en la metamorfosis de los sueños
perfectos, cuando saltan de nuestro mundo fantástico a
este tangible y mezquino, siempre disipan intensidad y
excelencia. Pocas veces pasan con todo su potencial intacto, al
cien por ciento… y ese sueño mío, ese que
cobro vida a partir de un papelito con números, era uno de
esos marcados por el Altísimo, era una de esas quimeras
que franqueaban de un cosmos a otro sin transitar ninguna
alteración, y en este caso, diría yo, que al
contrario, se habían potenciado en él, sensaciones
desconocidas para mi razón, cuerpo y alma.

El primer amanecer de mi vida autodeterminada, me
sacudió temprano el entumecimiento del amor.

Aún con la noche despidiéndose, ella
saltó cual atleta rusa de la cama, se duchó,
preparó el desayuno y me despertó, todo al mismo
tiempo y por el mismo precio.

Segundos después cerrando la puerta de su casa se
despidió con un desabrido:

"Nos vemos"

Y se fue.

Yo dormido todavía en mi sueño, a mitad de
la vereda, la miraba como desatenta, caminaba rumbo a su
trabajo

Sin poder reaccionar de su ida, mire a mi alrededor y me
metí en el bolichito para despertarme
tranquilo.

Me senté en la mesa que estaba detrás de
la puerta de entrada, junto a un amplio ventanal. El encargado
cuando notó mi presencia solo rumió un inteligible
saludo que asentí con mi cabeza, sin salirse de
atrás de la envejecida barra me preguntó que
quería tomar, le pedí entonces un café
cortado con tres medias lunas saladas.

Con la lentitud que predispone un amanecer ojeroso y
desabrido, intente ordenar mis ideas quejosas por siempre,
así fue que desplegué entonces con voluptuosa
serenidad mis mejores virtudes para entender que estaba
pasando.

Si busque sincerarme, no se, supongo que no, solo
pretendí dibujarme un margen justificativo a las
reacciones de Mabel.

De esa manera deliberada intenté argumentar, con
un razonamiento endeble e ineficaz, sus reacciones frías y
antipáticas.

¿Como una persona puede ser tan convencional e
insensible ante un hecho mayúsculo en su
vida…?

No lo entendía.

Yo había dejado una existencia para estar con
ella, una familia, un hijo, un trabajo y si se quiere, porque no,
una esposa… Solo por estar con ella… Esta bien,
también se podría interpretar que de alguna manera
yo me encontraba en esa ciudad difícil, buscándola,
tan solo para agradecerle su presencia en mi mundo,
reconociéndole su interrupción profunda sobre esa
especie de supervivencia que tenía como vida. Soy
conciente ahora, pero ya lo era en esos tiempos, que su
influencia energética se había apoderado de todo mi
ser desde aquella noche en la ruta y, si bien ese yunque me
golpeo unos días después para abrirme la cabeza,
era nuestro destino una crónica compartida, que otra cosa
sino.

Solo en este marco de quebrantadas ilusiones es que
justifique su manera tan cotidiana de seguir la historia, como si
nada nuevo le hubiese pasado, como si fuese natural en su mundo
despertarse con un hombre amándola todos los
días… y tener cada noche a un enamorado que se
derrita a sus pies, a una persona que solo tenga ojos para ella y
aliento para admirar su belleza y que se emocione hasta las
lagrimas al besar y recorrer su piel.

Yo solo esperaba que se quedara esa mañana
conmigo, ese día y todos, que justificara en su trabajo
diciendo que el amor le había atrapado y no podía
librarse de él; que la tenía acorralada y nunca se
podría escapar, o tal vez, si no podía fallarle a
su jefe, porque había estado en lo de su amiga unos
días, esperaba que me diga, "Luciano, quédate en mi
cama, hoy y siempre" o no más me hubiese dicho, te espero
a la una o a las dos, cuando salga del trabajo, o pásame a
buscar, salgo a tal hora y por que no "Levántate y
acompáñame, me gustaría caminar de tu mano
por estas calles y que todos vean quien es mi amor."

Pero solo dijo: Nos vemos…

Frase vaga si las hay…nos vemos,
¿Cuándo?, ¿Donde…?.

¡Maby, amor…te perdono! "Tal vez mi
imprevista aparición enredó tus percepciones y
todavía no sabes como resolver tus ejes, tus
sumarios… Sé que no es fácil.

También me costó tomar decisiones, pero es
cuestión de imponerse a esa impávida razón,
moda y conservadora, que nos impide enriquecer los
sentimientos puros".

Fue en resumen la escueta exclamación de mi
pensamiento.

Era cuestión de tiempo… y yo tenía
en mis ligeros bolsillos todo el tiempo del mundo.

Era el único cliente y tal vez el primero del
día, tal vez fue por eso que el dueño, cocinero y
esa mañana también mozo, se tomo largos quince
minutos para preparar el pedido y servirme.

El ritual completo para servirme lo hizo enarbolando una
cara de persona malhumorada que daba miedo verla. Sin levantar,
por un instante la vista de su bandeja, me dejo la taza de
café con leche, las medialunas y dos sobrecitos de
azúcar sobre la mesa pelada. Frío y sincero. Un
rato más tarde se puso a limpiar el local
pidiéndome por dos veces que levantara los pies para pasar
el lampazo. Yo intentando ser amable, accedí contemplativo
a su demanda, pero el tipo ni siquiera me miraba. Resultaba
evidente que su fastidiosa conducta era adrede y supongo que era
por haberle interrumpido, con mi tempranera llegada, su
leída del diario, tal vez por el mismo motivo superfluo no
tuvo reparos en mandarme al frente cuando entró el
mismísimo Rodríguez Paz a preguntar por
Mabel.

Mi atención no había percibido su
presencia, mi mente de seguro todavía estaba compenetrada
en discernir la conducta social de mi amada mientras mi boca
deglutía como un caníbal mi tentempié,
más, bien paré la oreja cuando escuché la
voz detrás de mi:

– Buen día Juan, ¿La viste a la flaca?-
Pregunto el hijo del militar

– ¿A Mabel?- Contestó el ogro casi sin
levantar la cabeza.

– ¿Hay alguna otra flaca…?-

– Tantas…- Y se hecho a reír por primera
vez en el día o tal vez en su vida…

– Déjate de joder… ¿La viste?, pase
por el local y todavía no había llegado… A
esta boluda la van a echar. El colorado esta
recaliente…-

– Si la ví…Estaba recién en la
vereda con ese muchacho- Le dijo entonces el pelado que, a todas
luces, se notaba que no me tenía ningún
aprecio.

Y a pesar de estar a espaldas de los interlocutores,
sentí como el tipo me señalaba.

El loco del volante salió del barzucho
relojeándome, más no se detuvo a preguntarme nada y
tampoco creo que me haya reconocido.

Una grata sensación de alivio me asaltó
cuando mi ex socio se subió a la Coupe negra y se
marchó.

Abandoné de improviso el desayuno porque mi
estómago se cerró en aquel mismo instante y a su
vez, un horrible presentimiento de que algo andaba mal
invadió mi mente.

Pagué sin dejarle al botón una
mísera propina y partí hacia la jungla.

¿Dónde trabajaba mi
Mabi…?

Tenía que encontrarla.

Lo primero que sobrevino a la razón fue volver a
la pieza de la pensión, quería estar solo para
poder pensar tranquilo, sin interrupciones… En el trayecto
compré un mapa de la ciudad en un kiosco de revistas, me
pareció importante empezar a conocer a fondo el territorio
donde me movería, no solo yo, sino también mi
enemigo.

A esta altura de la fantasía, mi dulce enamorada
no podía negar que se encontraba informada de manera plena
sobre mis planes y que en los mismos sopesaba la imperturbable
intención de quedarme en Pergamino.

No podía no saberlo. Es real que esa primera
noche le confesé mi deslumbramiento, y si no aludí
de manera directa sobre mis íntimos deseos de quedarme por
siempre allí, obviamente con ella, para entregarle mi amor
incondicional, fue simplemente que no encontré una
ocasión para hacer el comentario, como tampoco le hice
sobre los últimos giros que mi presente había
tenido a partir de su hojita de papel en mi bolsillo: la venta de
las pertenencias y mi decisión unilateral de
separación con Estela.

Estaba enterada que después de pasar por Rojas
esa tarde, volvería para verla. Lo que ignoraba es que
nunca estuvo en mis planes pasar por Rojas esa tarde.

Toda la maldita mañana me la pasé
encerrado en aquel bunker compartido, sentado en el borde de la
cama interpretando el mapa y colocando puntitos con una birome
roja en los lugares transitados: La pensión de mierda en
donde estaba, el departamento de Mabel, la terminal de micros, un
cabaret a la entrada de la ciudad que había conocido la
segunda noche y donde había dejado mas de un peso, la
oficinita de correo desde donde había mandado la
correspondencia a Rojas, la plaza Rocha…la cabina
telefónica desde donde me comuniqué con
ella…también marque con un punto la
intersección de rutas donde me levantaron con la
Coupe esa noche fría…

Trace, después de marcar los sitios anunciados,
algunos cuadrantes de norte a sur y de este a oeste para iniciar
la búsqueda de el local donde trabajaba ella, no
tenía casi referencias, le había escuchado algo
sobre que hacía un horario de corrido, además que
se iba caminando y de hecho así lo había hecho esa
mañana, por lo tanto tenía que estar cerca de su
casa y también sabía, gracias a la
conversación en el bar entre Rodríguez Paz y el
pelado, que al dueño del local le apoderaban "el
colorado".

Pocos datos para iniciar una búsqueda, pero
Pergamino no era tan grande y yo tenía, como era sabido,
la temporalidad y sus pretendidos componentes en mis
ojos.

Cuando el cansancio y la modorra me bloqueaban,
recostaba mi cuerpo de costado en la catrera, sin levantar las
piernas del piso, cerraba los ojos y recomponía el dialogo
del bar entre el gordo puto y el otro malandra, y de forma
constante me abarcaba la misma duda, pues, si bien la realidad
demostraba que el loco la seguía viendo…y esto
aunque tratara de negarlo, me jodía mucho mas de lo que yo
suponía, la pregunta que surgía del lado inocente y
sensible de mi oscuro corazón era siempre:

¿Era un amigovio o pasaba algo
más…?

Mi mente indagaba, le daba vueltas al asunto y se
contestaba en forma repetida el interrogante, oscilando en
opciones poco valederas, que de manera inevitable obligaban a
considerar respuestas aturdidas que, como no podía ser de
otra manera, desembocaban en una confusión
eterna.

Por suerte el sueño invadió mi cuerpo
antes que la inquisidora interpelación de mi dictamen
sometiera a mi alicaído espíritu.

Desperté a eso de las cinco de la tarde, me
pegué una buena ducha reparadora de sueños
confusos, refrescante y generadora de inesperadas energías
positivas… Es increíble como en ocasiones un simple
chorro de agua puede recomponer el cuerpo y limpiar la
percepción de una persona.

Busque a la encargada del hotel para pedirle un te o
algo caliente, pero no había nadie en la
conserjería así que deambule husmeando los pasillos
oscuros de la pocilga y de esta forma encontré la cocina,
un ambiente amplio de unos cinco por cinco metros pintada de un
apacible tono durazno, con una ventana mediana frente a la puerta
de entrada que dejaba ver un patio interno atiborrado de trastos
viejos y chirimbolos rotos o en mal estado como camas, mesas de
luz, cajones de manzanas junto a estufas de cuarzo
destruidas… el recinto donde me encontraba parado estaba
sin embargo aseado y con un dulce perfume a rosas. Revolví
curioso entre los utensilios de la cocina tratando de encontrar
un jarro para calentar agua y preparar un te, el que tomé
sentado frente a la mesa redonda que se alzaba en medio del
salón.

Aquel momento me recordó las tardes cuando era
chico y mi mamá me preparaba la merienda después
del colegio… cuanto tiempo hace ya…

Tiempos felices…lástima que duró
solo un par de años, pocos…solo una miseria del
destino. Si mi madre no se hubiera marchado tan lejos tal vez mi
historia hubiese recorrido otros sitios…

"Pero a quien le importa esto ahora, estoy aquí
para revertir ese cuadro desabrido que pinto mi vida y así
lo haré…" Le grité mudo a mi
corazón.

Era tarde para lamentos, lave la taza y la
deposité sobre un escurridor de cubiertos. Me dispuse
luego a emprender sin tentaciones urbanas, la búsqueda de
esa doncella confundida.

Recorrí sin rumbo fijo las calles del centro
abrazadas todas ellas de locales comerciales y galerías.
Atendiendo cada vidriera, a cada empleada, y también a
cada colorado que se cruzaba en mi camino, que dicho sea de paso,
fueron muchos más de los que supuse podían residir
en ese pueblo, tantos cruce en mi derrotero que bien se
podía rebautizar la comarca como La colorada o simplemente
Colorados…

Estuve más de dos horas cruzando peatones y
mirando por entre vidrios, pero no tuve suerte, así que
cansado me di por vencido y decidí esperarla en el
mugriento café del gordo charlatán.

Mabel apareció a las nueve de la noche,
bajó de la coupe negra, beso al maniático
de la rutas y entró a su casa.

Por el ventanal del bar observe el cielo y
confirmé que la iluminada noche se cubría muy lenta
de gruesas sombras erráticas que inevitablemente
anunciaban un importuno aguacero.

No quería dar fe de lo que había
presenciado, no podía ser verdad.

Ella me había dicho por teléfono primero y
luego en su departamento que no lo había visto desde ese
domingo, ¿Entonces…? ¿Que pasó?
él ya a la mañana la estaba buscando, eso yo lo
sabía y suponiendo que la haya ido a buscar a su trabajo,
está bien, también lo entendía, pero el
beso… el beso… eso era otra cosa…

Creo se lo dio en la mejilla, pero no estoy seguro de
ello…

Mejilla o no, fue un beso suyo al fin.

Trate de serenarme, de equilibrar mis sensaciones, de no
aumentar esa angustia que galopaba sobre mi decepción,
pero no lo logré.

En mi retina se había grabado las figuras de
ellos dentro del auto besándose…

Trataba de reconstruir esa diabólica despedida
cuadro a cuadro, me esforzaba por ser prudente, por no
contagiarla con mis inseguridades alertas, pero era una tarea
titánica, mis dudas a flor de piel, encendidas,
obnubilaban toda posibilidad de ser objetivo, yo lo sabía,
lo razonaba, quería darle crédito a mis buenas
intenciones, a mis buenos pensamientos, aquellos que solo
veían en este episodio sombrío una simple despedida
de dos ex…

Pasaron diez minutos o quince… no recuerdo, si
que ya no me aguantaba sentado en aquel inmundo y asqueroso
bar.

Llame al chico que estaba detrás de la barra, el
mismo que me había atendido la primera noche, pagué
la adición y salí con paso rápido a tocar el
timbre de su casa.

Cuando se abrió la puerta, recibí su
estampa con mi mejor sonrisa…Ella me besó en la
mejilla y me invitó a pasar.

A todos besarás igual… fue el primer
pensamiento que elaboró mi raciocinio.

Recapacite entonces y para esfumar esa
abstracción que estallaba en mi cabeza buscando mi boca
para gritarle en su cara mi desilusión… me la
imaginé desnuda en su cama.

-Parece que sabes cuando estoy en casa…-
Comentó con la frescura de sus veinte años…
para agregar:

-Acabo de llegar…Prepárate lo que quieras
mientras me doy una ducha… estoy muerta de
cansancio…tuve un día…-

"Tuve un día" me imagino… especulé
la frase letra por letra con mi conciencia ardiendo de
impotencia, mi interior más profundo estaba golpeado de
muerte y a ella parecía no importarle
nada…

Buscaba desesperado desviar mi enajenamiento, negar la
realidad, concentrarme solo en mi noche de amor con ella, en sus
caricias suaves sobre mi espalda, en sus besos tan profundos y
húmedos donde buceaban mis mejores sueños. Ella tal
vez todavía no había tomado conciencia de lo que
estaba sucediendo, de mi amor y su amor, del giro que nuestros
destinos habían dado desde aquel mismo instante que su
ventanilla bajo para preguntarme a donde iba… Yo
tenía que explicarle entonces que nuestras vidas se
habían cruzado en este mundo para siempre, que se
habían fundido como una aleación extrema, lo
nuestro era una amalgama de sueños y proyectos, nosotros
éramos ya casi uno, Mabel no lo había entendido
aún, a pesar de haber sido la mentora de toda esa
relación.

Hablaría tranquilo cuando terminara su ducha,
confiaba en que todo se podía recomponer, solo
debía escuchar sus explicaciones, sus motivos…ella
no mentía, no me mentía, como cuando me
contó que recién había llegado de
Rosario.

Mientras preparaba su baño, el conjunto racional
y sentimental limítrofe a mi cuerpo y alma solo atinaban
contemplarla… Me limitaba mancebo a espiar con cuidado su
contorno adonis deslizarse dentro de la sala… la
seguía mi espíritu idealista mientras el murmullo
seráfico de su voz custodiaba mis huellas erráticas
y cada vez que sus perlas celestes descubrían mi
indolencia, me sonrojaba como un adolescente y mis gestos adustos
carentes de armonía asentían sus meneos…
pero mi cara de extraviado no hacía más que ocultar
en todo caso, ese fuego que corriendo por mis entrañas,
devoraba mis mejores congojas.

La realidad nunca es utópica, la realidad cuando
no nos gusta duele, nos raja el corazón si es allí
donde se enciende el amor. Yo estaba quebrado en esa sala color
rosa, estaba aturdido hasta en mis lamentaciones, vacío de
toda esperanza, es que Mabi me había engañado, Mabi
me había estafado, Mabi no me merecía.

Cuando salió de su ducha, apenas cubierta con una
toalla corta que dejaba ver sus tersas piernas en toda su
extensión, busque en su mirada una justificación,
una respuesta a mi martirio pero solo tropecé su sonrisa
endiablada.

"Podemos a ir a esa pizzería que me comentaste",
le murmure mientras se vestía en su pieza, yo siempre
ambulando por su sala, pero Mabel no quiso, con voz dulce me
contestó que mejor sería quedarnos en el
departamento porque se encontraba muy cansada… otra vez
con lo mismo, "Estoy cansada" me ponía furioso escuchar
ese vocablo: CANSADA… de que…

De mí, de mi amor, de mi sufrimiento o cansada de
mentirme como a un niño, de jugar con mis sentimientos, o
tal vez, lo más probable es que estuviera cansada de hacer
todo el día el amor con ese enajenado que la había
estado buscando desde la mañana temprano.

"Mejor pedimos un par de pizzas por teléfono y
cenamos en la cama mirando tele". Me dijo volviendo su
cándido semblante hacia mí y haciendo una mueca
picaresca que dejaba entrever sus íntimas
voluntades.

Asentí con un gesto y no mucho mas hice, no
sabía como encararla, como preguntarle sobre todas las
dudas que me carcomían la cabeza, deje que los sucesos y
la providencia gobiernen en aquellos momentos, como antes…
pienso hoy… mi expectante inseguridad esperando una
oportunidad para examinarle, pero se me hacia arduo, espinoso,
pues ella siempre reía, parecía feliz,
despreocupada y segura con mi presencia; conversaba de su empleo,
me hizo saber entonces que trabajaba en una agencia de
loterías que se encontraba en la parte norte de la ciudad,
cerca de la avenida circunvalación, bastante alejada de la
zona céntrica donde yo la había buscado toda esa
tarde.

También en la charla se refirió a la buena
relación que tenía con su mamá y una
tía, hermana de está, los única parientes
directos que le quedaban. Su padre había muerto, cuando
apenas tenía un año, en un accidente de trabajo,
armando un silo en un campo cercano a Alvarado, de donde eran
oriundos; tal vez por ese hecho nunca más había
tenido acercamiento con sus familiares por vía
paterna.

Mabel me exteriorizaba muy tranquila sus temas
circundantes y mientras conversaba jugaba con sus manos
entrelazando las mías, cada tanto acercaba su boca a
mí cuello y me besaba suave, mordisqueándome y yo,
entre sus brazos, buscaba dejarme encantar por ella.

"Mejor pedimos un par de pizzas por teléfono y
cenamos en la cama mirando tele". Había dicho y casi fue
así, comimos, no miramos tele, pero nos saciamos de
sexo.

Antes de que el sueño ganase su cuerpo, le
pregunté por el loco.

Sin inmutarse afirmó muy suelta:

"Que se yo…hace mucho que no lo veo".Y se
durmió.

A mí en cambio, su respuesta infame logró
despabilarme el alma, el cuerpo y el espíritu.

El agotamiento de mi carne se evaporó como el
agua del mar en pleno enero y tras pegar dos o tres vueltas en la
cama desordenada, sentí la necesidad de no estar cerca de
aquella piel desnuda, así que me levanté y
comencé a caminar envuelto en una frazada por toda la
pieza, después el espacio se envició de mi
enrevesado presente y decidí vestirme y salir a comprar
cigarrillos que, como era de esperar, no conseguí en ese
pueblo de mierda.

No se cuantas horas estuve arrastrando mis pies por esas
calles recién lavadas por el creador, en verdad no lo
sé, no puedo calcularlas, muchas creo, o todas tal
vez… nunca podré saberlo, mis vista clavada en el
gris del pavimento mojado, sorteando cordones y veredas rotas, mi
vista fija en la nada que nos rodea y no la vemos, mi
razón en blanco, rifando tonterías absurdas que
evadían todo sano juicio, mi alma con sus alas rotas
esperando no se que… puede que solo buscaba que
transcurriera el tiempo y feneciera esa noche maléfica y
la luz de Eros configurase mis sentidos otra vez.

Bajo la anunciada lluvia, fastidiado el porvenir, el
frío de la noche retornó a mi organismo los
sentidos, recién entonces emprendí camino al
departamento…nada había cambiado, solo yo y mis
circunstancias…

Intenté dormirme, así que resuelto
volví a desnudarme y me acosté junto a
ella…pero fue peor, pues pude confirmar como Mabel
ignoraba de igual forma tanto mi ausencia como mi
presencia.

Al rato cerré los ojos para no ver la oscuridad
de la habitación y buscando un roce casual con su piel,
desplacé lenta mi mano hacia su cálida y
pérfida figura.

A medida que mi brazo se acercaba comiendo
centímetro a centímetro la tela de la
sábana, mi respiración intensificaba su ritmo
acelerando el latido de mi corazón. De pronto sentí
como la yema de mi dedo explorador hacía contacto con su
espalda, entonces respiré profundo, tomé aire y
apoyé toda la palma de mi mano en aquella
suavidad.

Su espalda se arqueo con un movimiento suave mientras
deslizaba mi piel sobre la suya, entonces recorrí con mis
uñas toda su columna vertebral…despacio, de arriba
hacia abajo, después rasgué sus muslos yacidos de
cansancio, mientras notaba como toda su humanidad soñadora
trataba de acercarse a mi.

Me pregunté en aquel momento que actitud
asumiría aquel cuerpo penetrado por él.

Buscaría su goce con la misma ansiedad de esa
noche…transpiraría igual cuando explotaba de
placer…sus gemidos profundos repicarían con la
misma desesperación…

No lo note entonces, pero mientras preguntaba a mi
razón esta catarata de acusaciones, en forma instintiva
abandoné de su epidermis la mano tentadora.

Nunca contesté aquellas dudas, ¿Para
que…?

Esa mujer me había engañado y no
merecía mi perdón.

Esa era la realidad. Aceptarla o no era mi
desafío.

Volví a levantarme de la pira
pecadora.

Mabel con la tozudez de aquel que duerme,
persistía en ignorarme.

En medio de esa oscuridad intenté consolarme
creyendo que solo se trataba de un hábito, una simple
costumbre.

Ella me ignoraba como lo hizo de alguna manera Estela en
la casa de sus padres ese último día, y como lo
había hecho mi mamá cuando se fue a vivir a Entre
Ríos y me dejó al cuidado de mi abuela,
todavía recuerdo sus lágrimas cuando me
prometía un pronto regreso para buscarme, cosa que nunca
sucedió. Mi madre fue la primera mujer que me
mintió, de una forma tan cruel como lo estaba haciendo
ahora Mabel… Mi madre solo regreso alguna vez a la Plata
para visitarme… se notaba a la legua que mi presencia no
le interesaba mucho y solo le importaba su nueva
pareja.

Mentiras todas, mujeres mentirosas que duermen los
sentimientos más sinceros y profundos, los rompen sin
ningún tipo de miramientos ni tapujos, acreedoras de
impasibles y apáticos valores, ímpetus violadores
de dulces momentos y generadoras de voluntades indóciles y
despóticas. Ellas nunca se detienen para contemplar los
gorgoteos de las almas sensibles y generosas.

Caminé sin pausa hasta la cocina entre las peores
tinieblas del alma, e intenté encender la lámpara
que estaba sobre la heladera pero no fue necesario. Un
relámpago perdulario atravesó la ventana e
iluminó suficiente la mesada para permitirme ver la
cuchilla desafilada con la que habíamos trozado las
pizzas… después fue fácil, volví mis
pasos lentamente y cuando mi pierna derecha hizo tope con la
cama, deslicé mi brazo izquierdo buscando el bulto de la
infamia, palpé el cuerpo, estaba de costado así que
solo tuve que apoyar mi mano en su hombro, hacerlo girar
bruscamente para que quede boca arriba y bajar puñetazos a
un negro vacío que tenía enfrente.

No recuerdo cuantas veces mi brazo inhiesto cayó
tal cual látigo sobre su humanidad vencida, puede que
cinco, puede que diez…

Ya no importaba. Mi dolor era incalculable, la mujer que
convirtió mi vida en algo merecido de ser transitado con
todos los sentidos encendidos, era una gran
embaucadora.

Nunca ese cuerpo insolente ahora extendido sobre la
fría sábana nefanda, atrio de toda su doctrina,
había querido hacerme feliz, solo se había
entretenido conmigo, con mi expectativa… Mabel era el
arquetipo de esos seres con un corazón malvado,
pérfido, pero cubiertos por un hermoso estuche. Ella era
un gélido ente con las curvas perfectas y la piel de un
ángel, capaz de ensoñar al mismísimo narciso
y hace sonrojar al propio Satán…

Pero ya no era, nunca más engañaría
a un corazón sano e incauto…

Su muerte en mis manos tal vez haya sido la razón
primaria de mí existir…

Al rato encendí la luz, bañé su
sangre de mi cuerpo, me cambié despacio, sin prisa y
salí para siempre de aquel departamento. A Mabel ni
siquiera la miré.

Dejé la tormenta de aquella habitación y
me sumergí en la vendita cellisca que desde lo más
alto glorificaba mi cuerpo.

CAPITULO VII

(Todo es
efímero aun tu recuerdo y tu muerte)
Haykus

Pergamino, 14 de julio de 1983.

Pasé por la pieza a retirar mi valija.

Sin querer había cumplido con mi palabra de irme
antes de los cinco días.

Mientras mis pasos achicaban el extenso pasillo de
entrada me daba cuenta que uno podía entrar y salir de
aquel lugar sin que a nadie le importase, como en la vida
cotidiana, donde unos y otros nos comportamos como lo que
somos… seres extraños para la gran mayoría y
entramos y salimos de las vidas ajenas en forma
continua.

Todos somos personajes en esta sociedad falsa e
hipócrita, todos sin excepción nos divertimos
camuflándonos como camaleones para aparentar lo que no
somos…

Recién en ese momento descubrí que la
portera o quien fuera la gordita que me había atendido la
primera noche, jamás preguntó sobre mi nombre o
cualquier otro dato, por lo tanto ahora, que la mentirosa estaba
descansando su último sueño, nadie sabía de
mi paso por ese lugar de la argentina.

Me senté en la cama deshecha de aquella triste
habitación, tome unos minutos para empezar a empacar la
poca ropa que estaba tendida sobre el respaldar de una silla
solitaria de mimbre que hacia las veces de valet.

El rostro de ella sonriente y sus carcajadas tan
límpidas y resonadoras se enredaban en torno a mi
razón confusa imposibilitándome recapacitar
tranquilo. Su maleficio todavía tenía poder sobre
mi persona, sobre mi alma toda, pero fui otra vez más
fuerte que su propio fantasma para zafarme de aquella
contorsión amarga de la fatalidad.

Estaba excitado y a la vez cansado, molido.

Mi cuerpo era puro sufrimiento, el corazón
sangrando y la cabeza en llamas pedían sosiego, silencio,
orden. Eran irrefrenables las lágrimas, por que negarlo,
para mitigar toda esa basura que la malvada había
desparramado sobre mí, fue que me abandoné al
llanto desconsolado, casi a gritos, exigiendo un juicio justo que
salve a mi espíritu inocente.

Fue el momento en que me di cuenta que Luciano Giovanini
debería dejar de existir para siempre en este mundo, que
su vida debería ser solo sólo un recuerdo en la
mente de muchas personas.

A su espíritu debería regalarle nuevas
alas y un vasto cielo, limpio y sereno…a su materia
debía redimir de los pecados precedentes.

Dar muerte a sus propias vivencias es un buen paso en el
camino de la superación.

Esta evolución requería proceder con
mesura, midiendo cada uno de mis actos, disfrutando cada
determinación, sin miedos ni temores al
destino.

Tiempo después, cuando evolucionó mi
evolución, entendí que Mabel había sido el
corolario de mi transformación, una víctima de la
revolución de mis intereses, fue la conclusión de
ese cambio nacido aquel primer viernes.

Marcelo Paús iba creciendo en mi ente
anárquico y asombrado.

Fuera de ese hotel, cuando mi pie tocase la vereda, el
ruin mundo aguardaría por mí persona de nuevo.
Debía ser precavido, solo eso me mantendría
equilibrado y a salvo de las malas interpretaciones y los juicios
apresurados y erróneos de la masa desinformada que, sin
esfuerzos instruidos se avalancha sobre los
condenados.

Cuando corrí por las calles buscando la Terminal,
crucé con jóvenes en cada esquina, que sin
atriciones derramaban adrenalina a mansalva, era la madrugada de
día domingo cuando la noche cantaba, para ellos, su
venganza semanal.

Esperé el primer coche de la Belgrano a Rojas que
partía a las 5.55 hs. de la plataforma 3.

Poco después de las seis estaba fuera de aquel
martirio.

Traté de dormitar en el viaje pero fue imposible,
su rostro me acosaba sonriéndome y su carcajeo no dejaba
de molestarme. Yo miraba por la ventanilla como la luz del sol
empezaba a dibujar siluetas de árboles y vacas sobre los
manchones oscuros de los extensos campos.

El colectivo estaba casi repleto de pasajeros, en su
mayoría menores que seguro habían llegado hasta la
ciudad buscando diversión, más no reconocí a
ninguno… y esperaba que ninguno supiera quien era yo.
Aunque confieso que me sentí perseguido por sus miradas
furtivas y cuchicheos incesantes.

Llegué al pueblo de mi ex – mujer pasadas las
seis y cuarenta.

Di unas vueltas por la desolada estación
recién remodelada sin saber que hacer. Mi mayor
turbación era no poder dominar mi raciocinio, no lograr
retener una concepción premeditada en mi cabeza, un tema
fijo, cualquiera, algo que me ahuyente de su icono, de su
mentira, de toda esa noche y su traición.

No contemplé mi cara en ningún espejo, no
lo busque tampoco, no quería verme, pero advertía a
mi rostro deformado, brotado, a pesar del frío existente.
Intentaba no despertar la curiosidad de los pocos
transeúntes, que a esa hora rondaban por la terminal, pero
era difícil lograrlo. O yo lo sentía así.
Todos me observaban, los que estaban cerca, los mas alejados, los
que pasaban en auto a cien metros, todos, hasta aquellos que no
estaban.

Seguí caminando por la cuadra paralela a la
estación, reparando hacia atrás de continuo, me
movía perdido, asustado. En aquella avenida
ermitaña me descubría a mí mismo como un
alto sospechoso de la vida.

Lejos, por la circunvalación, un aullar de sirena
me conmocionó paralizándome en seco y la silueta de
un patrullero de policía con sus luces altas encendidas
congelaron aún mas el esqueleto de mi alma; me
senté entonces con la cabeza gacha en el cordón de
la vereda aguardándolos, pero la ley paso por mi lado sin
notar mi presencia. Los buenos no venían por mí y
el alivio de los inhabilitados, desahogó su máxima
majestuosidad sobre mis restos, proporcionándome esa
frialdad que estaba buscando. Decidí ocultarme de tantos
ojos entonces busque un lugar cerrado, busque un bar donde
desayunar.

Volví mis pasos otra vez hacia la estación
de colectivos y entré en una cafetería contigua. En
su interior dos borrachos sentados alrededor de una mesa redonda
al fondo del local y una prostituta que se insinuaba en la barra
e intentaba venderles sus servicios eran los únicos
habitantes del local, esperé unos cinco minutos hasta que
de atrás del mostrador, tapado por una pared de machimbre,
salió un hombre bajito y con nariz prominente para tomarme
el pedido.

Solicité un café doble con leche y dos
medialunas saladas.

Mientras esperaba que el narigón traiga el pedido
miraba a la mujerzuela como movía su culo redondo
provocando a los borrachos y pensé en Mabel. La
analogía era tangible, imposible no urdir la
comparación…la misma conducta pilla y ese proceder
manipulador… acompasaba su paso de espalda a ellos de tal
modo que su minifalda negra dejaba al descubierto el limite de
sus fantasías, mientras que cuando volvía, sus
pechos parecían volcarse en la mesa de las dos
víctimas alcoholizadas.

Tardo mas tiempo mi café doble que la fulana
saliendo con un tipo colgado de cada brazo de aquel antro, cuando
paso por delante de mí, ensalzo su rostro coloreado y me
guiño un ojo. Los tres se perdieron rápido tras el
edificio de la Terminal, solo se escuchaba su carcajada, fuerte y
contagiosa como la de todas las putas.

Esperé sentado un buen rato hasta que abrieron la
boletería y pude comprar un pasaje hacia Buenos
Aires.

El colectivo salía a las 8.25, todavía
tenía tiempo para perder así, que compré el
diario y esperé que se haga la hora. En policiales no me
nombraban.

Diez minutos antes de subir al autobús
llamé a la casa de mi ex suegros…Tuve suerte porque
Estela contestó el teléfono.

Tenía fe de que eso sucediera, había
decidido que si atendía cualquiera de sus padres,
colgaría y trataría de llamarla mas
tarde…Necesitaba hablar con alguien cercano, de mi
entorno, escuchar una voz conocida.

-¿Estela?…Soy yo…Lo que te
mandé con la encomienda es la mitad del dinero que
conseguí vendiendo todo lo nuestro-

-¿Hola… sos vos, que pasa, estas loco o
que, contame que te paso, no entiendo nada, que es esto de la
plata que mandaste, que hiciste… donde estas? ¡Vos
estás loco!… ¿Qué te
pasa?-

– No puedo ahora, me tengo que ir, te voy a llamar, tu
ropa y la del nene la embolsé y la deje en lo de
doña Matilde, la vecina, pasa a buscarla cuando
puedas… cuida mucho a mi hijo…-

-Te volviste loco…- Repetía sin entender y
sin enterarse de mis expresiones atemporales e
inciertas.

-La semana que viene te llamo, cuida a Seba…-
coreé alzando la dicción para que ella reaccione y
me atienda.

-Hijo de puta-

Fue lo último que escuché y me
pareció la única expresión lógica
emanada de su boca.

Subí al micro apenas éste estacionó
en su cuna esperando la hora de partida, el chofer me saludo
dándome los buenos días, corto el boleto y
sonriéndose apuntó "pareces que estas apurado en
irte".

Algo parecido a una contestación se me
escabulló de la boca mientras buscaba el asiento que me
había tocado en suerte para esconderme del mundo:
número 17 por pasillo… me acomodé en el 18
ventanilla.

En esos infinitos diez minutos que tardó en
ponerse en marcha el micro solo subieron tres personas. En primer
lugar lo hizo una señora algo mayor, gordita, de unos
cincuenta años con una niña que parecía su
nieta colgada de su brazo izquierdo mientras en el derecho
arrastraba por el pasillo una especie de bolso con rueditas
gigantesco y el otro viajante que trepó casi cuando el
colectivo se empezó a mover, fue un muchacho de mi edad al
que alguna vez crucé en el pueblo.

Algo comentó con el chofer apenas subió,
se ubico en el primer asiento y no dejó se charlar en todo
el trayecto.

Cuando a las dos horas de viaje, el micro se detuvo en
Lujan, decidí quedarme en el pueblo.

No fue algo predeterminado, pero cuando baje en la
plataforma de la parada para estirar las piernas me
descubrí frente a la misma basílica y sentí
de pronto la necesidad de rezar.

Yo no era un católico practicante, más no
pude contener ese impulso de orar ante la virgen cuando
pasé frente a la gran iglesia, sentí la
sensación que una fuerza magnética me captaba y
guiaba mis pasos hacia su interior. Me deje encaminar por ese
aliento místico.

Estuve en el templo hasta las seis de la
tarde.

En esa ciudad tan devota como melindrosa, cinco
meses.

Cuando logré cesar de discutir con mi alma, que
intentaba redimir sus penas recientes, adecuando castigos
mundanos que lejos están de ser correctores y tan solo
hubieran castigado una fatídica apuesta del destino,
retorne a la concordia del los sentidos y las
emociones.

Si Dios me había perdonado, el mundo, su
creación, no podía juzgarme.

Yo era a su semejanza y así como su hijo alguna
vez reacciono contra los pecadores en Sodoma y Gomorra, mi mano,
puño en acero forjado, solo había sido su arma, El,
creador y supremo y no yo, esclavo de su fe, había
castigado a Mabel, mujer adultera y pecadora.

Me comenzaba a apreciaba en conciliación y
equilibrio de alma y cuerpo flotando ambos sobre un
éxtasis beato.

Si los hombres no conseguían interpretar, con sus
desequilibradas leyes actos rayanos en los límites de la
ideología, la moral y lo metafísico y se
empecinaban como mulas en enjuiciar a una persona calificando la
consecuencia de una actitud meramente emocional, sin considerar
el valor de los acontecimientos previos y las conductas desviadas
y ofensivas de la que se denomina en forma equivocada como
víctima, haya ellos y sus formas, yo ya estaba en paz con
el creador.

CAPITULO VIII

(Hasta los rayos
del sol dejarán de arder algún día)
Haykus.

Pergamino, 20 de julio de 1983.

-Jefe, acá le traigo los datos del
forense-

-Leémelos…que dicen- Inquirió seco
y rotundo, el inspector Vicente Soriano a su ayudante.

-La piba llevaba muerta entre 36 y 48 horas. Se le
contaron más de quince puñaladas, una le
traspasó el corazón-

-Adjúntalo a la carpeta y gíraselo al
juzgado… ¡Y los peritos que
cuentan…?-

-El negro Martines levantó un par de
huellas…también tenemos muestras de
semen…algunos cabellos… nos falta la foto
nomás…para mí el que sabe algo mas es el
novio de la piba…- El que hablaba sonriendo, abriendo
apenas sus labios y así dejar expuesta su amarillenta
dentadura, era el Sargento Romero quien creía que su
ocurrencia era un pretexto asaz para que lo festejasen sus
camaradas, pero ninguno sonrió, menos Vicente, que no
venía de tener un buen día.

-El hijo del hijo de puta…- Contestó
malhumorado Soriano.

-Ese mismo…- se limitó a contestarle, esta
vez sin ninguna sutileza, Romero.

-Puede ser, el fiscal me comentó que esta semana
lo vuelve a llamar, pero el guacho tiene una buena
coartada… no te olvides de las citaciones de mañana
para el gordo del bar y para el pibe que entregó las
pizzas…-

-El Adrián…-

-¿Quién…?-

-El Adrián, el hijo del negro Pereira, el
carnicero del barrio Alvarado-

-No me digas que es el hijo del
negro…-

-Si, buen pibe…-

-¿Vos lo conoces bien…?-

– Si, lo juno del barrio, antes vivía a una
cuadra de lo del negro, así que lo conozco de chiquito,
quiere que se lo traigo antes de que lo interrogue el
fiscal…-

-Si podes…A la tarde voy a estar a eso de las
cuatro, porque voy a pasar antes por lo del colorado-

-Listo jefe, délo por hecho, a las cuatro se lo
tengo aquí sentado-

Vicente Soriano, mas conocido por el mono Soriano, era
una persona común, un policía común, que
había nacido en Junín hacia cuarenta y tres
años y que caminaba por estos parajes casi cuarenta, desde
que a su padre, el recordado don Fernando Soriano, telegrafista
del desaparecido Correo Argentino y emblemático arquero de
Duglas, campeón de la liga en el cincuenta y seis, fuera
trasladado desde aquella ciudad a esta.

Su historia podía exponerse como la acuarela de
un apacible paisaje serrano, sin manchas oscuras ni trazos
fuerte, sin colores afanosos ni profundos. Una bonita imagen,
simple, elemental y pura, tal cual su vida sosegada, desarrollada
en diarias exposiciones pueblerinas, aunque en su íntimo,
siempre disputada por la arcaica tirantez que se genera cuando el
espíritu debe elegir entre la "natural" paz exterior y el
bello arrepentimiento interno.

Su vida afectiva era Nora y la existencia con Nora era
una reseña calcada de sus actitudes mundanas.

Tampoco tuvo mayores sobresaltos en su plano laboral, su
foja de servicios era una prolija ficha a punto de terminar. Una
sola sanción perdía la virginidad del legajo 03456
y en realidad había sido una equivocación del
superior que la impuso y con quien él prefirió no
discutir para no crearse un enemigo.

Aquel mediodía, el sol de Pergamino dejaba verse
en lo más alto del cenit, cuando Vicente se
encaminó rumbo a su finca, apostada en las afueras de la
ciudad, sobre la ruta 8 a Rosario. Normalmente, esos cinco
minutos de viaje, siempre lo disfrutaba a pleno, sea de
día o de noche, el manejar en ruta a Vicente lo serenaba
por sobre todas las cosas.

Si era por ese andar escoltado, en forma continua por
campos verdes de lino o amarillo espiga, o por ese silencio
característico, que conseguía en el trayecto,
estaba fuera de su alquimia, de su importancia, pero la
cuestión era que el mismo se había transformado,
desde siempre, en su mejor terapia.

Esos kilómetros de asfalto eran el respiro
necesario en su cotidianeidad para enfrentar algunas veces las
ingratas decisiones laborales y otras tantas para descomprimir
sus berrinches hogareños.

La realidad por lo general lo despertaba cuando
abría la puerta de entrada y ese día lo
volvía a golpear con la irritante bienvenida que, apenas
llegado, recibió de su mujer:

-Pasaste a buscar el remedio de Deissy- Preguntó
Nora antes que su pie tocara el piso del living.

-No. Me olvidé…paso a la tarde, cuando
regreso a la oficina…-

-¡No se para que compraste un perro si no te
ocupas de cuidarlo! El veterinario dijo que cuanto antes tomara
la medicación era mejor…pero no le das
bola…claro, total soy yo la que se queda en la casa y
tiene que aguantar que el animal se queje todo el
día-

-Cálmate un poco, no es para tanto. A la tarde
voy…me olvidé, estoy enquilombado con lo de esta
chica… no te das cuenta que voy y vengo de acá para
allá con este caso-

-Si claro… como no me voy a dar cuenta…Que
se pare el mundo entonces, todo el pueblo hablando de lo mismo
hace tres días… Si, si ya me enteré que la
pendeja era bastante rapidita… porque salía con ese
tal Jorgito Paz, lindo apellido, lástima que esa familia
no le haga ningún honor, porque el
viejo…-

– En eso te doy la razón… ¡Pero en
lo demás…déjate de embromar! Razonas como
las viejas del pueblo… ahora el problema es la
piba…-

-Solo repito lo que se comenta…Salía con
él y algún otro mas… Y no se si no se
acostaba también con Juan, que es un viejo
baboso-

"Ya esta bien, déjame de joder" dijo Vicente
cortando la insulsa conversación para sentarse frente al
televisor.

Las noticias en el canal local solo hablaban del
asesinato de Mabel.

– Hoy estuvieron periodistas de Rosario…-comento
al vacío.

Como Nora no contestó siguió hablando en
vos alta:

-Son jodidos estos tipos, uno preguntaba porfiado si no
era un ajuste de cuentas porque tenía información
de que la piba andaba en asuntos de drogas, el comisario le dijo
que no se sospechaba por ese lado, pero el tipo siempre daba la
vuelta y preguntaba lo mismo, anda a saber que quieren tapar,
no…-

-Y, el policía sos vos… A esta altura ya
no me quemo las manos por nadie ¿Vos si?- Le
escupió sin anestesia su mujer mientras terminaba de
ubicar los últimos utensilios para el almuerzo.

-Hoy a la tarde voy a ir a verlo otra vez a Juan, por
ahí me da una punta…- dijo caviloso el
policía.

-Pero antes pasa por la veterinaria– La vos mandona y
mediática de ella retumbó en sus
oídos.

-Anda a cagar…- escapó tímido de su
boca.

Juan era el dueño del local de locutorio en donde
trabajaba Mabel y era también amigo de la infancia de
Vicente. Estaba conmovido y se le notaba en su cara, en sus
gestos, en ese color amarillento de su piel, por esas ojeras que
señalaban las pocas horas que le había brindado al
descanso esos últimos días, se trasmitía en
toda su humanidad como le había afectado el inesperado y
trágico final de la flaca, como a el le gustaba
llamarla.

-Estoy hecho pelotas Vicente, yo la conocía desde
que llegó de Rosario, no se quien fue el hijo de puta que
pudo hacerle algo así. Porque el loco Jorge, que en
definitiva era el amiguito, es eso, un loco, a veces agrandado,
otras tanto se la da de matón, pero todo es puro grupo,
espuma me entendes… Es un buen pibe… en verdad no
creo que el esté detrás de todo este tormento. Es
más, el último día cuando la pasó a
buscar, pobrecita, después volvió para llevarme a
casa… Que sé yo…no creo que tenga algo que
ver-

– Esta todo confuso, pero por ahora todos somos
sospechosos, no lo digo por vos, claro, sino por el pibe este,
por ahí te paso a buscar para tener una coartada, que se
yo, razono en voz alta, nada de esto es oficial,
compréndeme… Mira entre nosotros te comento que al
pibe yo también lo noté realmente compungido y por
otro lado tiene como treinta y pico de testigos de donde
pasó esa noche, porque estuvo en el cumpleaños de
la hija del juez Gastaldi, que terminó a eso de las cinco
o seis de la madrugada. Pero viste, por ahora se duda de todos,
es normal… ¿Y a vos, la flaquita no te
mencionó nada raro, no la viste con alguna
preocupación, algún fulano que la pasara a
buscar…?-

-No, en verdad nada que llamara mi
atención… y que la pasara a buscar algún
otro que no sea el loco, no…por acá
nadie-

-Ah, te voy a tener que citar y seguro que te cita
también el juzgado, te aviso para que no te sorprenda la
noticia, seguro que te van a preguntar por ella y que sabes de
sus cosas, amigos, amigas, hábitos, costumbres, un poco de
todo, vos tranquilo, no ocultes nada-

-Esta bien, me imaginaba que tendría que ir a
declarar…-

– Y de esa no puedo zafarte, pero es solo
testimonial-

– Todo bien…es la ley…Y lo que comentan de
la droga, no es verdad, por ahí se fumó
algún porro alguna vez, pero ni en pedo vendía o
consumía-

– Seguro, si acá todos sabemos quienes son los
que andan en ese palo, ya sé, esa bola la tiraron anda a
saber para que cuernos…ba, seguro que para ocultar
algún vendedor que este marcado…-

– En eso tenes razón, pobre Mabel, anda a saber
si no quieren cargarle alguna cagada de otro-

El agenciero hizo una pausa y meneo la cabeza como si
una duda carcomiese sus ideas y destemplado en su voz y
fisonomía, le reveló con vergüenza a su amigo
de la infancia:

– Che Vicente…tengo un
problema…-

El representante de la ley lo miro con gesto adusto y
preocupado, no dijo nada solo movió su cabeza como
interrogándole.

-Yo a ella la tenía en negro…Justo este
año la iba a blanquear, pero viste, todo esta
jodido…voy a tener algún problema…- Juan
mientras hablaba evadió la mirada de su amigo y bajo su
vista hacia el piso cuando terminó la frase avergonzado de
la confesión que había hecho.

-La verdad no se… no creo, pero, te puedo
preguntar otra cosa Juancito-

-Si mono, lo que quieras…-

-Vos te la movías a la pendeja…

Juan se puso blanco y se quedo mudo de repente, Vicente
se sonrió nervioso, le golpeo con su mano izquierda la
espalda y le dijo por lo bajo mientras se despedía, "Eso
si es un problema".

Camino riendo entre dientes hacia su auto estacionado
justo enfrente del negocio de su amigo. Al cruzar la calle piso
heces de perro todavía húmedas, maldijo entonces
contemplando al cielo y se acordó de Nora, "Tengo que
pasar por la veterinaria, la puta madre"

Cuando llegó a la comisaría lo estaba
esperando Adrián Pereira, el repartidor de la
pizzería donde compró Mabel esa última
vez.

Vicente lo atendió con premura, pero
decidió no hacerlo pasar a su despacho, sino invitarlo a
la cocina del fondo, un lugar más cómodo y propicio
para mantener una charla informal y también para que el
pibe se sintiera menos presionado.

El inspector, mientras ponía a calentar la
abollada pava de aluminio para tomarse unos verdes, trató
de aquietar el nerviosismo que traslucía el hijo del negro
preguntándole justamente por la vida de
éste.

-Con tu viejo nos mandamos unas cuantas cagadas de
pibes, como anda ahora que se jubiló…-

-Siempre igual…jodiendo…me mandó
saludos para usted.-

– Gracias, dile que uno de estos días voy a pasar
a tomar unos vinos. Bueno, te imaginas porque le pedí a
Carlos que te fuera a llamar…por lo de la
piba…-

-Si, ya lo suponía, hoy me llego una
citación del juzgado o algo así-

-Si, esa es del juez, te van a preguntar como testigo y
supongo que tu padre te va acompañar, igual no creo que
sea un interrogatorio intenso…vos viste
algo…-

– No, nada, entregue la pizza, cobre y me fui, no
más…-

-Che, y viste algo raro cuando entregaste el pedido, a
que hora fue, no se… algo que te haya llamado la
atención en la piba…- le indagó Soriano en
tono de duda, sin darle mucha importancia a su propia pregunta y
estirando su brazo ofreciéndole un mate al
chico.

– No, llamar la atención, no…la hora
sería las nueve o nueve y media de la noche y el que me
atendió fue un tipo…-

En un acto reflejo, involuntario, Vicente retuvo el mate
que le convidaba al chico y se lo llevo a la boca.
Succionó de la bombilla un trago largo, con su vista
perdida en la pared que tenía frente al él,
manchada por múltiples aureolas de humedad, su estampa era
el dibujo de una persona ida de la realidad, y realmente, eso es
lo que estaba sucediendo dentro de su ser. Todo su ente abstruso
vibraba dentro suyo sabedor que esa última respuesta era
la punta de aquel diabólico ovillo.

Suspiro profundo, y todavía con la bombilla entre
sus labios, repregunto al pibe tratando de que su nerviosismo se
notase lo menos posible.

-Mira vos, y lo conoces al fulano-

-Ni idea- dijo el chico mirándolo
desconfiado.

-No mientas, mira que el juez te va a apretar con esto,
si lo conoces decilo pibe, no te comas un
garrón…-

-Es la verdad señor, mi viejo me pregunta lo
mismo, pero nunca antes lo había visto-

-¿Y te acordás como era?-

– Si…era un tipo de unos treinta
años…-

– Pero lo viste bien…era alto, bajo, gordo,
flaco, que se yo, morocho y fiero como tu viejo o un tipo con
pinta como yo…-

El pibe se sonrió nervioso. Quiso decir algo,
explayar su anterior respuesta, pero el mono Soriano se le
anticipó con el oficio que dan los años y le
apuntó antes que pueda contestarle su recreada
duda:

-Yo quiero prevenirte, sos el hijo de un amigo y no
puedo menos que aconsejarte en ésta circunstancia…
Tomate otro mate…-

-No gracias, amargos me hacen doler la panza,
vio…-

-Me hubieras dicho, si para mi dulce o amargo es lo
mismo, espera que voy a buscar la azucarera que seguro la
llevaron los muchachos para la oficina-

Se levanto entonces de la mesa donde estaba apoyado y
dejo solo en aquella cocina al repartidor de pizzas.

Soriano con la excusa de ir a buscar la azucarera a su
despacho, busco a su colaborador Romero por toda la
comisaría hasta que lo encontró en la salita de
radio que estaba en el ala izquierda de la institución,
pegada a un patio interno que hacía las veces de cochera
para los jefes.

-Romero que haces acá, te estoy buscando por toda
la comisaría…-

-Jefe estaba…-

-No me importa, esta bien, estabas boludiando como
siempre, presta atención a lo que te voy a pedir, saca mi
auto y anda a buscar a el negro Martinez o al otro pibe de
criminalística y me lo traes para acá
urgente-

-A Boloco…-

– Si, no se bien como se llama, creo que si, ese, a
cualquiera de los dos me lo buscas y me lo traes de raje, tienen
que hacer un identiquid, así que quiero que vengan con sus
chirimbolos, apurate que yo mientras lo voy a entretener a
pibe…-

-Al Adrián…-

-Sí, al mismo, así que apresúrate

Y le tiró las llaves del auto. Paso luego por su
despacho, tomó la azucarera y volvió a la cocina
donde seguía el pibe sentado inmóvil, con rostro de
sufrimiento y pensando que al juzgado solo iría con el
acompañamiento de su padre.

-Bueno che, que te parece si esperamos que se caliente
un poco mas el agua y nos vamos a tomar unos mates a mi
despacho…así estamos mas cómodos y nadie nos
jode…tomabas dulce me dijiste, no…-

-Si, dulce-

-Bárbaro- dijo mientras pensaba en su
úlcera.

Al final de la tarde, horas después de haberse
marchado Adrián, Vicente Soriano trasmitía a
quienes cruzaba en su camino de regreso a su domicilio, una
extraña sensación del deber cumplido.

Internamente, desde las entrañas de su alma,
invadía a su materia una emoción sincera, bella,
cristalina que suscitaba en él una mirada aguda en torno a
su destino. Su razón templada por el silencio del
triunfalismo, iba vanagloriándose de su olfato de
investigador que cada tanto, muy cada tanto, le brindaba
algún fruto.

Intuía que este podría ser el suceso que
estaba esperando desde su entrada a la institución. De una
manera axiomática, entendía que la
resolución del asesinato de esta chica, lo
convertiría en una persona nueva, diferente, sería
elogiado y reconocido entre sus amigos, vecinos, pares… y
sería una persona importante para Nora de una vez por
todas…

A partir de los datos que le trasmitió el hijo
del negro, a partir de esa cara dibujada en un papel amarillento
que parecía desafiarlo y lo enfrentaba con unos ojos
inciertos e impuros, el podía construir un destino de
grandeza a su universo todo, tenía apostados sus
últimos boletos a ganador y ninguna contra visible en su
firmamento.

Haría lo humanamente correcto para esclarecer el
caso, lo imposible para lograrlo y lo desatinado si fuese
necesario.

CAPITULO IX

(Toda la vida no
alcanza, para comprender la vida) Haykus

Luján, 20 de Julio de 1983.

La primera noche dormí en una pulcra pieza de
pensión a pocas cuadras de la plaza. Esta vez el
recepcionista que me atendió solicito algunos datos
míos y los anotó en el cuaderno de entrada. Le
conteste de manera muy formal "Marcelo Paús" cuando
pidió mi nombre y apellido y como domicilio inventé
una calle de Florencio Varela, que fue lo primero que me vino a
la mente, pues me acordé de Raúl, un conocido
oriundo de esa ciudad que, alguna vez me había comentado
que su padre tenía un campito cerca de
Luján.

Mi voluntad en principio era estar en aquel poblado dos
o tres días, hasta que mi cabeza pudiera establecer
algunas prioridades que me permitiesen ejercer una vida cotidiana
sin resonancias del pasado. Enterrar a Mabel, olvidarme de Estela
y mi hijo por unos meses, descartar cualquier posibilidad que
dejase algún rastro del hecho escabroso; si me
movía con inteligencia podía volver a ser de nuevo
un mortal, ni más ni menos, tan solo eso es lo que buscaba
de una manera casi desesperada.

Dormí por más de un día y medio. Me
levante de la cama el lunes a las nueve de la mañana, si
alguien alguna vez golpeó mi puerta nunca me
enteré.

Cuando desperté, abombado como
correspondía por haber descansado durante tantas horas, no
comprendía bien donde estaba y por un instante
calculé que me encontraba en Rojas, en el dormitorio del
frente, ese con ventanal a la calle, pero la ilusión solo
duró unos instantes, apenas segundos, rápido la
realidad me devolvió a ese hotel de
Luján.

Tenía hambre así que me vestí
apresurado y marché en busca de un desayuno que me ayudara
a enderezar mis ideas. Esa liturgia que tiene el acto de ir a
comer, sea para desayunar como en esa ocasión o para
almorzar o cenar, y poder estar sentado frente a una mesa,
tomándose uno el tiempo necesario para saborear la comida
o un trago de vino, o para mirar de reojo alguna otra mesa y
llamar al mozo para que le sirva a uno, se me había hecho
una escena necesaria en mi cotidiano: Estoy seguro que el asunto
no implicaba que me gustase la ceremonia en sí, ni mucho
menos, pero me brindaba la posibilidad de, por el espacio de una
o dos horas, porque yo estiraba el ritual lo mas que
podía, sustraerme de mi historia y al mismo tiempo me
sentía entre los otros comensales como un ciudadano
más, sin culpas ni cargos.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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