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Domino – Una trampa sin salida (Novela) (página 4)




Enviado por roberto macció



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En la primera esquina, cerca de la plaza, compre el
Clarín, pues quería asegurarme si ya tenía
sobre mí la condición de prófugo, pero para
mi sorpresa, nada se decía de Mabel en las páginas
policiales.

Tal vez no la habían encontrado
todavía…o acaso la habían encontrado, pero
no había muerto.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo
cuando se cruzó esa posible imagen, que ella pudiera estar
viva… ¿Y si no la había matado…? Si
solo había herido de gravedad pero seguía
respirando… ¿Que sucedería entonces conmigo,
con mi disciplina…?

Si esta posibilidad se plasmaba entonces ya no me
considerarían un asesino sino que pasaba a ser un
aspirante de homicida… Me alegré suponiendo que
ella todavía se encontraba con vida. Era una
probabilidad… en definitiva, yo nunca verifique si ella
respiraba o no. Son tantos y tan pocos los recuerdos de ese
instante. Como pasa cuando uno sueña y luego quiere
recordar lo que soñó, solo recuerda imágenes
borrosas y confusas.

Si se encontraba aun viva, llegarían fácil
a Rojas y a Estela, Mabel estaba enterada de muchos datos
míos… Esto me dio temor. Sabrían
definitivamente que yo había sido quien la quiso matar;
como haría para explicarle al juez y a Estela que no quise
hacerlo… No lo sé.

No quise pensar mas, tenía que volver a Pergamino
si quería sacarme esa duda y ser un tipo libre.

Caminé y caminé otra vez como cuando
estaba allá, en su pueblo buscándola.

Antes marchaba averiguando sobre su presencia y su piel,
ahora recorría calles tratando de olvidarme de ella, de
extraviar su espectro avieso.

Pensé, pensé, pensé… no
sabía bien que hacer, mi desayuno ya era historia, pero
necesite entrar en un restaurante para no sentirme tan
perseguido. Mi estomago se revolvía de nervios y no de
hambre.

Sentí que todos en aquella fonda me miraban y yo
miraba al piso.

Recién cuando la camarera se acerco a la mesa
para levantar mi orden, crucé mi vista con el mundo que me
azotaba, todo a mi alrededor parecía normal, menos yo
claro. Poco a poco fui ganando confianza y mis temores de ser
reconocido se disiparon.

Entre bocado y bocado resolví permanecer un
tiempo mas en Lujan y definitivamente no aparecer nunca
más por Pergamino.

Deduje que si Mabel estaba resistente, ya se
hallarían buscándome por lo tanto era muy
comprometido ir, y si estaba muerta, descubierta o no, entonces
todo seguía igual.

Puedo decir que almorcé tranquilo, sin su
fantasma. Pero cuando reaparecí otra vez por esas calles
anchas y austeras, solo, sin un lugar donde estar, ni donde ir,
desguarnecido… sin nadie con quien conversar, otra vez me
sentí incadido por ese estado de ansiedad suprema. No
quería volver a la pieza y estar escondido entre cuatros
paredes. Necesitaba aire.

Pretendí llamar a mi madre pero su
teléfono dio ocupado las dos veces que intenté y
también llame a Estela pero atendió primero el
padre y después la madre así que colgué en
ambas oportunidades.

Empecé a caminar de nuevo, recorriendo calles
alejadas, despobladas, pensando en nada y en todo al mismo
tiempo, cada tanto distinguía algún patrullero
merodeando las calles y a la sazón cambiaba mi itinerario.
Trataba de ser cuidadoso y no pasar dos veces por la misma cuadra
para no levantar sospecha en algún vecino desconfiado de
los nuevos desconocidos.

Pero era imposible continuar mucho tiempo así, me
volvería loco, lo sabía.

Me dirigí entonces a la iglesia.

Estaba a unas veinte cuadras del templo, pero para
mí, eso ya no era distancia.

El simple hecho de tener un lugar donde dirigir mis
pasos, hacía que éstos tengan un sentido
práctico y toda esa suma de convicciones, valores,
sentimientos y vanidades que enumeraba mi presencia, recuperase
su contenido existencial.

Fue gracias a esa actitud positiva de mi ser, cuando mi
paso acelerado y firme me acercaba al centro de la ciudad, que
pasé por delante de un negocio de ventas de plantas y un
cartel escrito a mano alzada ofreciendo un trabajo de casero,
acaparó por completo mi atención.

Me detuve para leerlo y sin pensarlo, entre al negocio a
ofrecer mis nulos conocimientos de floricultura.

Que impulso instintivo de mi organismo se disparo para
que yo arremetiera con la firmeza de quien busca el puesto
sabedor que es el mejor postulante, lo ignoro, pero me
paré muy seguro ante un señor cincuentón,
algo mostrenco que de manera amable comenzó a hablarme del
trabajo en cuestión.

Por esa rareza argentina, a mi interrogador tampoco le
importó estar al corriente sobre mis capacidades como
jardinero y solo se interesó por preguntarme de donde era,
cuanto hacia que estaba en la ciudad, si era casado, y alguna
otra consulta referida a mi vida civil, todas ellas contestadas
por mí con fría naturalidad y correcta
dicción, cualidades que me valieron para obtener el
trabajo en menos de una hora.

Ya tenía un refugio y encima un
sueldo.

Estaba contento. Mi oscuro horizonte volvía
abrirse y se asomaba escuálido el mejor sol que
jamás allá asomado sobre él. Descontaba que
la santísima estaba detrás de toda esta felicidad
en ciernes. Mas tarde iría a verla y agradecerle sus
voluntades.

Volvía a vivir.

¿Qué es vivir sino valorar, juzgar,
elegir, ser indigno, parecer arbitrario, ser restringido y
condicionado, a veces incapaz y limitado, que es vivir sino
querer ser diferente… y que luego el mundo se nos
parezca?

Los humanos, creadores de ciencias y mitos tan
volátiles como tangibles, incrementamos en cada acto de
nuestra existencia una interminable lista de razones que
justifican la creación de esos compartimentos sectoriales
que, con disímiles juicios, caracteres y principios, nos
adormecen social y espiritualmente.

Profesando que su configuración y disciplina
elevan nuestra razón de existir y ser y
transfiriéndole a cada uno una valoración taxativa,
principio de todo valor artificial que de tanto justipreciarla
nos vemos, de manera forzosa, a respetarla como moral.

El tipo que me atendió se llamaba Rogelio Romero,
de contextura gruesa, maciza, su cara redonda y su piel cobriza
tan curtida por el viento y el sol que impedían a uno
distinguir sus mínimos gestos, pareció en toda la
charla como un hombre afligido, enojoso, que hablaba lo justo y
menos. Se puede decir que despreciaba la palabra.

A mi las personas que no hablan a la larga me
pudren…quizás esta fue la verdadera
explicación de porque tuve que joderlo.

A Rogelio le dije que me llamaba Marcelo Paús. Me
salió de forma natural, sin pensarlo, se notaba que ya lo
había asumido en mi interior, tanto, que en ningún
momento creí haberle mentido cuando se lo
expresaba.

También le mencioné que hacía unos
días había llegado de La Plata a la casa de una
tía que vivía afuera de la ciudad. Inventé,
entre otras cosas, que esta tía era de apellido
González y su casa estaba camino a Opendor. Después
me arrepentí de nombrarle a La Plata como mi ciudad de
origen, pero en esos momentos me pareció acertada la
respuesta porque las mentiras construidas a partir de alguna
verdad son las más creíbles.

Creo que le agradé al hombre desde un primer
momento. Me pidió que regresara esa misma tarde a eso de
las tres para llevarme a conocer la chacra en
cuestión.

Nos despedimos con un apretón de manos y
continué el camino a la basílica, iba a dar
gracias.

No estuve dentro de mas de quince minutos, ni siquiera
ore, tan solo me limite a observar a los fieles que circulaban
delante del altar mayor, algunos de ellos dibujaban en su rostro
gestos de agradecimientos, otros en cambio trasmitían
muecas de dolor y arrepentimiento. Intenté entonces,
imaginarme que cara había puesto yo dos mañanas
antes cuando entré a la iglesia.

El templo, ladrillo y piedra, lugar sagrado por la fe de
sus visitantes y venerado tanto por aquellos pecadores temerosos
de su dios, como aquellos otros que lo justifican, era la
manifestación terrenal de la justicia divina. Dentro de
sus paredes solemnes los pobres y ricos se arrodillaban uno cerca
del otro y sus rezos se confundían en un sordo murmullo
celestial.

Todos éramos uno solo en ese ruego de
perdón. Malos y no tan malos, buenos y no tan buenos
entreverados por la fe y el espíritu y sobre todo por las
mismas incorrecciones humanas.

Todos hombres perseguimos un destino que no es
universal…

Nuestra angustia y desesperanza de saber que esa es la
verdad, nos conlleva a inventar supuestas definiciones para
justificar nuestra razón de ser.

De manera tonta, en esta visión mezquina y
atemporal, común del razonamiento humano, creemos con
firme devoción, tan fieles como fanáticos que
somos, y con el aterrador miedo de los fanáticos, que es a
través de nuestras convicciones que nos situamos siempre
del lado lógico de las cosas, indiferente a cuales sean
estas, y ésta esquemática y esquizofrénica
construcción de pensamiento, nos encasilla de manera
emblemática ante la dificultad de contemplar y no
comprender, que la mayoría de los mortales concibe de la
misma manera y por lo tanto, nuestra verdad quiérase o no,
nunca podrá ser absoluta sino, que existirá siempre
a medias.

Somos iguales solo en la certeza de creernos
únicos, esa fe vulgar del hombre y en el miedo en que
sentimos en creer que esto realmente sea verdad.

Aquella tarde estaba frente al negocio de Rogelio a las
tres menos cuarto. El apareció en su chata a los cinco
minutos, abrió desde adentro la puerta del
acompañante y subí.

En el trayecto de no mas de diez kilómetros solo
hable yo, él apenas se limitaba a contestar con
monosílabos. Cuando llegamos al plantío, se
sintió mas cómodo, como si el lugar le imantara una
fuerza especial, y fue su rostro mostrando una sonrisa, quien
primero experimentó ese loable cambio…

La chacra se encontraba recostada sobre un camino
lateral a dos kilómetros de la ruta siete, una tranquera
azul bien pintada era la entrada de aquella prolija propiedad y
un camino angosto, de unos quinientos metros, lo depositaba a uno
frente a una vieja casona bien conservada, rodeada de eucaliptos
y tilos.

Cerca del pueblo y lejos del mundo y de los
curiosos.

Todo el vivero estaba extendido en unas diez
hectáreas. Orientados al este cinco grandes
invernáculos acaparaban toda la atención y frente a
ellos, sobre una playa de unos doscientos metros por cien se
erguían toda clase de árboles y arbustos empacados
para la venta, en filas tan juntas que apenas se podía
transitar entre ellas sin ser uno rozado por las jóvenes
cortezas.

En el fondo del campo se levantaba otra
construcción cuadrada de unos diez metros por seis, con un
techo de chapa a una sola agua que terminaba en una amplia
galería. Ese sería mi lugar. Tenía dos
ventanas bastante grandes al frente, una a cada lado de la puerta
de entrada. Una correspondía a lo que hacía las
veces de cocina comedor y la otra a la habitación. El
baño estaba al fondo de la casa, una salita de dos por
dos, pasable, con un lavatorio chiquito, un inodoro enfrentado a
este y un calefón eléctrico colgado a menos de un
metro setenta.

Toda la extensión de tierra era un
auténtico vergel con distintos colores de verdes
distribuidos de forma paciente y sabia entre sotos, frondas,
follajes y flores de corte.

Me gusto el lugar y lo hice mío desde que pise su
tierra.

Rogelio me paseo por todo el predio explicándome
lo que yo debía hacer, a que hora y como.

"A la mañana tenés que regar bien temprano
las plantas de corte, las de aquel vivero, pero antes debes
controlar siempre el termómetro, nunca tiene que estar por
debajo de los dieciocho grados, si baja échale gasoil a
las estufas…aquellos otros, de plantas de interior las
mojas bastante después que terminas este, y esos
últimos, el de los plantines, le das agua a la tardecita.
A media mañana te podes cortar un poco de leña y la
apilas allá adentro" y señalo un galponcito de
chapas al lado de la casita.

– Lo demás es simple – dijo
sonriendo.

-¿Que, hay más…?- pregunte
también sonriendo.

– Y…el trabajo con las plantas, fumigarlas, pasar
los plantines a macetas de soplado… pero eso mas adelante,
por ahora ese trabajo lo hago yo a la tarde, cuando aprendas
será otra de tus tareas, de a poco, con que me riegues a
la mañana y me controles las estufas me basta-

– Y a la tarde, no abre el boliche…- indague solo
por seguir la conversación y ser atento con mi nuevo
patrón, a mí en realidad, poco o nada me importaba
si el medio mudo abría o no el negocio.

-No, a la tarde se queda mi señora, por
suerte… a mi me gusta mas esto, estar acá, y no
atender a las gordas – y largó una carcajada que
dejo ver su raleada dentición.

¿Mira vos…? Se reía la momia
pensé y mi alma, por horas angustiada, se permitió
escapar un leve suspiro de regocijo.

En el camino de vuelta arreglamos la paga. Para
sincerarme debo confesar que hubiese ido a trabajar gratis a esa
especie de purgatorio, solo por un plato de comida y tener un
lugar que me permitiese acomodar mis precarios desbarajustes y
confusiones dominantes.

Pero no todo fue tan redondito y de color rosa como en
los libros de cuentos, siempre Satán mete su cola y no lo
deja a uno tranquilo con su suerte. El muy ladino quedo en
pasarme a buscar después que cerrase el negocio al
día siguiente, a eso de las doce y media dijo, y entonces
me pregunto por donde debía levantarme. Me pidió la
dirección de la casa de mi tía.

Más la divina todavía no me abandonaba, al
contrario, me había iluminado cuando le había dicho
esa mañana que mi tía vivía camino a
Opendor, pues yo era un buen conocedor de esa ruta, a la que
había transitado varias veces con mi ex suegro de regreso
de la capital, cuando él pasaba a visitar a un amigo suyo.
Así que no me fue difícil decirle con la mayor
naturalidad a Rogelio que lo iba a estar esperando sobre la ruta
en el almacén de Zanón, conocida boliche de ramos
generales

Se quedó conforme con la respuesta y solo atino a
decirme a que cargue algo de ropa.

Yo solo debía entonces tomar un colectivo a
Opendor pasadas las once y media y listo.

Y así fue.

Los primeros días transcurridos en esa mezcla de
esperanza nueva y recomposición con el mundo, traté
de que sea un apresurado aprendizaje no solo de floricultura sino
también de cómo debería empezar a
relacionarme con mis nuevas amistades. La lista por entonces solo
involucraba a Rogelio, pero sabía que se iba a ir
incrementando de a poco. Mi relación tendría
siempre que evitar contaminarse con los resabios pasados. No era
fácil, porque siempre se me escapaba algún
recuerdo, alguna añoranza, algún nombre…y,
por más fuerza que intentaba hacer por olvidarme de lo que
había sido, nunca lo logré. Si no se asomaban
durante el día, seguro lo hacían en las
noches… siempre emergían en las largas
noches.

La convivencia terrenal, fue para ambos una
analogía de tregua, basada en el estudio mutuo de
necesidades y urgencias, donde el respeto, los miedos y el
reconocimiento eran moneda corriente de intercambios y
críticas…pero la ilusión siempre interrumpe
la mejor de las rutinas y cuando lo hace, pega fuerte en las
costumbres…en los hábitos y por mas esfuerzos en
que se esmere el protagonista, por sus hendijas piadosas se
escurre la savia intolerante de la traición.

Debía aprender a crecer, que no es poco para
alguien, que mal o bien, ya está
crecido…

Todavía no puedo establecer con la exactitud que
se merece el hecho, en que etapa de mi existencia, entendí
que había crecido como mortal, no en el aspecto corporal
sino en el aspecto netamente espiritual o racional.

Creo percibir o intuir en que período, por
ejemplo, deje de ser un niño y también, presumo
reconocer, cuando empecé a abandonar mi
pubertad.

También deduzco a medias, no porque no me
esfuerce, sino porque me parece que hay etapas en la vida que
ennoblecen nuestra inteligencia y otras muchas que nos la
paralizan, cuales fueron algunos de los hechos y las
circunstancias determinantes y condicionantes que fueron
ordenándome en esta sociedad que me toco en suerte y, como
de repente, de un plumazo, al mismo ritmo de ese natural
desarrollo hormonal, se fueron rectificando los significados de
algunos vocablos que comenzaban a hacerse cotidianos en mi
abecedario, como " futuro – trabajo – hogar –
prosperidad – justicia – libertad ", para citar algunos
ejemplos.

La realidad me indicó que no fueron los conceptos
quienes variaron su significado sino que, en mi crecimiento
espiritual y racional, los fui interpretando y valorando en un
marco especial, a cada uno según mi formación y
capacidad. No hice más que modelar mi
personalidad.

Digo entonces que, mas allá de los marcos
universales de entendimiento regidos por el orden de cada
comunidad, todo concepto tiene interpretaciones colectivas e
individuales y estos conceptos, subjetivos por naturaleza, pueden
convertirse, en manos de los mal llamados formadores sociales y/o
religiosos, en peligrosas impresiones de vida, y pueden, con el
tiempo, proponiéndose o no, desinformar por completo
nuestra razón universal. Si es que creemos que existe
alguna.

EL HOMBRE Y LA RELIGION (1)

(Luján…que eras antes de hoy para
mí, solo una molesta parada de colectivo.)

Que es la religión para un hombre.

Una pregunta con muchas y variadas
respuestas.

La religión es para el hombre una especie de
válvula de escape que actúa cuando el
espíritu del ser humano se ve colmado y presionado por el
temor a la muerte, a la extraña sensación de
mortalidad física y espiritual.

Hoy y siempre para la mayoría de la humanidad, la
idea de religiosidad involucra a un Dios, un Ser Supremo,
incuestionable, sagrado… al que uno debe rendir a diario
cuentas, no solo de sus actos sino también de sus
pensamientos y a partir de esa analogía, cada fiel puede
creerse beneficiario o sentirse castigado por
él.

Es evidente que esta circunstancia lleva consigo
involucrada un temor profundo y reverente a ese ser superior.
Temor que adrede, ha ido in creciendo a través de los
mismísimos encargados de trasmitir las liturgias de cada
una de estas adoraciones.

Pero, cual es el verdadero rol que debe cumplir la
religión en la vida social del hombre, si es que lo
hay.

Me pregunto si su coexistencia en nuestra razón,
cumple el magnánimo objetivo de ensanchar los horizontes
que apenas profundizamos en concepciones filosóficas a
cierto de nuestra existencia, cuando nos son exiguos los
límites de nuestro razonamiento.

El pensamiento, por si solo no lleva al hombre a
encontrar el fin último y fundacional, lo que si hace es
posibilitar al ser humano a que cada vez esté mas cerca de
los objetivos y aspiraciones humanas. Es decir, proporciona todos
los enlaces posibles, a través de relacionar
descubrimientos y hechos para alcanzar estos objetivos; pero para
entender el "objetivo primero, ese por el cual estamos
acá", debe surgir una señal desde otro estrado de
nuestra mente, debe nacer en otra parte de nuestra
sabiduría.

Cuando arriba escribo que la religión debe
aclarar estos fines, también sostengo que es ella quien
debe introducirlos en la vida social del hombre.

Pues bien, pero de que manera la religión puede
hacerlo, me pregunto en estos días tan inciertos para
mí… me inquieta mi pensamiento atolondrado, me
siento envuelto por la propia extática de la veracidad
originaria.

Y no tengo otra forma de contestarme que dejando que los
ejemplos y los valores trasciendan en una forma natural, simple y
clara.

Es entonces cuando un hombre los puede incorporar de esa
misma manera natural sin necesidad de justificar su
existencia.

Parece ser a veces que la religión una
aglomeración de tradiciones vigorosas y juicios de valores
elevados, a los que difícilmente un hombre pueda llegar,
pero sin embargo, son esos mismos atributos los que fundamentan
sus valores y aspiraciones espirituales y morales.

En una persona religiosa, y me refiero no a esa que
acomoda ciertas voluntades y actos de su vida social para
aparecer como devota, estoy rodeado de ellas, las veo día
a día peregrinar por las calles rumbo al templo, sino a
esas otras que elevando sus conceptos espirituales, han despojado
su alma de toda susceptibilidad y egoísmo, que de manera
sincera están convencidas que a través del
recogimiento alcanzarán de modo claro y completo, los
valores y objetivos primeros o fundacionales.

En muchas personas creyentes pero, suele presentarse
dudas sobre la veracidad de algunos escritos o liturgias de su
culto y para una gran mayoría de ellas, su mayor
contradicción resulta del concepto mismo de Dios,
común en todas las religiones.

Este concepto, siempre nos pinta a un dios
personalizado, omnipotente, justo y misericordioso, que brinda a
todos los humanos, mas allá de clases sociales e
inteligencias, distintas posibilidades de ayuda y buenaventura,
entonces me pregunto desde mi estrecho entendimiento, si Dios es
infalible, el destino de los hombres, sus actos y pensamientos,
están por él marcados o guiados. Si esto es cierto,
si esto es verdad, Dios es el responsable directo de nuestros
actos, él los ajusta, es él quien nos destina.
Porqué entonces este mismo Dios nos juzgará
algún día, cual es su razón de castigos y
premios, donde el cielo… a quien el
infierno…

Se hace indudable, que para muchas inteligencias, este
concepto de Ser Supremo mandando y juzgando, es desde la
razón, incomprensible.

Este razonamiento es para mi consideración, la
mayor coyuntura que la evolución misma tiene para
entender, la mística y la fe religiosa.

Dejo por un momento este concepto de Dios universal, que
si bien me resulta es contradictorio, nadie pudo,
científicamente, refutar su autenticidad, agrego para ser
sincero esta noche, tampoco pudo afirmarse por esa misma
vía su autenticidad.

Me pregunto en estas horas largas de espera final,
burlando el corto destino y arriesgando mi inmortalidad
atea… que sería de nuestra historia si los
sacerdotes trasmitiesen sus cultos sin infundar miedo y castigos
y en cambio divulgaran sus dogmas celestiales como innatas
fuentes inspiradoras, capaces de proporcionar el bien y la verdad
en el común de la gente.

Considero a pesar de mi estado antropófago, que
esta forma de difundir la religión fortalecería al
género humano elevando por sobre sus temores y sus vicios
la evolución del espíritu.

Solo así se engrandecería la verdadera
misión de una religión tan mundana como
preciada.

No puede entenderse una adoración convertida en
una monstruosa odisea ecuménica de la razón humana,
ávida de atinar un itinerario cimentado solo en la fe
ciega, transportando los espantos de este pasar terrenal al mas
allá, e infundir ese terrorífico miedo a la
muerte.

Exijo hoy y aquí otra cosa.

En tu regazo te suplico, madre, que oigas mis plegarias
y tu juiciosa enseñanza ilustre a diario mi
espíritu y lograr así elevar mi pobre nivel
racional y mi visión de la muerte.

Por que, como dijo Séneca, "Si el hombre es
perecedero, perezcamos resistiendo, y si es la nada lo que nos
está reservado, hagamos que esto sea una
injusticia.

Marcelo Paús, ciudad de Luján, primera
noche hora 02.48 del 16-07-83

CAPITULO X

(Infeliz alma
aquella que
quiebra lo que ha amado) Haykus

Pergamino, 29 de julio de 1983.

Soriano se dormía y despertaba en las
últimas dos noches, repasando un figurín que
había sido convalidado por las tres personas que, como
testigos, estaban involucradas en el hecho delictivo que lo
tenía obcecado.

Los datos que aportaron tanto Adrián, como Jorge
Rodríguez Paz y Juan Labayen, el dueño del boliche
que se encontraba abajo del departamento de Mabel, habían
sido sin dudas la punta del ovillo para comenzar a tejer una
hipótesis valedera sobre lo acontecido aquella fría
noche frente a la plazoleta Belgrano.

A partir de la información que el hijo del negro,
a quien le debía una visita, le había entregado al
negro Martínez, jefe de criminalística y encargado
de confeccionar las caripelas de los sospechosos, su
convencimiento que se estaba por buen camino era
pleno.

Primero, el tal Juan reconoció en el portador del
rostro que se le enseñaba, a un tipo que había
estado por lo menos un par de veces en su bar.

Aseguró además, que aquel día, en
que se especulaba habían asesinado a la chica, a este
sospechoso lo vio por lo menos en dos ocasiones. La primera bien
temprano desayunando en el local, para él, el tipo
había pasado la noche con la flaquita. Y así se lo
trasmitió a Rodríguez, cuando éste la fue a
buscar para llevarla al trabajo o algo así.

Sostuvo que la segunda vez que lo vio, fue a eso de las
ocho u ocho y media de la noche, cuando el fulano se sentó
en una de las mesas que se encontraban pegadas a la vidriera. No
recordaba a que hora se había marchado ni si se
había cruzado con la occisa.

"Tenía cara de tipo raro" observo más de
una vez en la charla.

Dato que le era completamente inservible e inocuo para
Soriano, "Quien no porta una cara de tipo raro en un pueblo donde
se conocen todos…", pensaba el mono.

Por su parte, lo que pudo aportar a la causa el hijo del
hijo de puta, como familiarmente llamaba Soriano a Jorge
Rodríguez Paz, fue también de real valía, ya
que en su segunda narración y mirando ese dibujo tan
pasible como insensible, el pibe reconoció que se
parecía en buen grado al tipo que había levantado
en la ruta un par de viernes atrás, ya de madrugada,
cuando junto a Mabel iban camino a Ramallo.

El inspector con el testimonio de Juan fresquito se
animó a repreguntarle apenas hecho el primer
silencio:

-Te parece que es el mismo que estaba en el bar de Juan
cuando la fuiste a buscar esa mañana- Y mientras lo
indagaba, impostaba su voz como para demostrarle al hijo de, que
tenía conocimiento de algo mas, aunque ese algo mas se
consumiría apenas el respondiera.

-No se…lo que yo le entendí a Juan, cuando
pregunté por ella, fue que le consultara al tipo que
estaba sentado junto a la entrada…y bueno, cuando
pasé cerca de él, lo miré de reojo y como no
lo reconocí, me fui. Tampoco el asunto era
importante…la estaba buscando para llevarla al trabajo y
como en el departamento no estaba…-

-Bueno…pero podría ser el tipo-

-Si podría ser…Pero la verdad es que no
estoy muy seguro…lo de la ruta si, es bastante
parecido… aunque este tiene como otro peinado…algo
le noto raro en su cara-

– Puede ser que se lo haya cambiado…¿Vos
como recordas al tipo ese que levantaron en la ruta?-

– Mira- Lo tuteó el joven mientras el
investigador dejo pasar ese gesto de confianza sonriendo para sus
adentros, le interesaba que el hijo de, confiara en
él.

Continuó aclarando entonces Jorge:

-Aquel tipo tenía el cabello más largo y
peinado para el costado, me acuerdo de eso porque dos o tres
veces lo sorprendí acomodándose con su mano un
mechón que le caía un poco sobre la cara… yo
estaba un poco ebrio pero de eso me acuerdo…-
añadió el hijo del militar soltando una carcajada
frágil por su comentario.

-Volviendo al viaje ese, a esa noche de
viernes…tenes que recordar bien que día del mes
fue, sino se convierte en un relato con poco valor,
imagínate, algo muy híbrido… y
también te pido que busques en tus recuerdos alguna pista
que nos pueda decir de donde venía o a donde iba este
personaje-

-El viernes creo que fue el día
tres…-

-El tres fue sabado…-

-El viernes a la noche o el sábado a la
madrugada…no se, yo de mi casa salí el viernes a la
noche y llegue a Ramallo el sábado a la madrugada, casi de
día… se entiende…-

-Tenés que asegurármelo…no me sirve
que me digas que crees que fue el tres o si entiendo o
no…-

-Si, fue el día tres, a eso de las tres o cuatro
A.M. se entiende ahora… igual mis amigos con los que me
encontré esa noche lo van a confirmar- Y se río
tímido por el chascarrillo.

Soriano dibujo una mueca fría en su cara,
tratando de aparentar una muestra de aprobación y
repregunto entonces:

-Ellos van a dar una fecha…solo espero, para tu
bien que sea la misma que vos me das… comprendes, sino, se
te puede complicar pibe…-

Esta vez Soriano fue rígido en su accionar y sus
palabras hicieron eco en el frío recinto de la sala. Jorge
percató entonces, que en verdad esa conversación
era una sección indagatoria y no podía atolondrarse
con contestaciones ambiguas. Buscó acomodarse mejor en su
silla, se tomo unos segundos en silencio mirando fijo el piso
gastado y sucio de aquella sala policial para después
levantar su cabeza y mirarlo a Soriano haciéndole un gesto
de aprobación y entendimiento a sus últimas
palabras.

-Entiendo oficial- contestó en voz parda y
prosiguió exponiendo:

-Estoy seguro que fue el tres de julio, a eso de las
tres o cuatro de la mañana cuando levantamos a ese
tipo… –

-Era este tipo…de eso también estás
seguro…-

-Si no era ese que esta ahí en el papel, era uno
bastante parecido y agrego que ese que levante esa noche camino a
Ramallo, justo en la intersecciones de las rutas, también
era flaco y mas bajo que yo-

Bien, dijo entonces Soriano. Entendiendo que la charla
más o menos informal de un comienzo había dado paso
a un formal cuestionario, como debía ser.

Soriano dejo que largos silencios se cuelen entre las
preguntas y después de un rato, que a Jorge le
pareció eterno, el inspector volvió a
sondearlo,

– ¿Te acordás de donde era o adonde se
dirigía este tipo…?-

-No me acuerdo mucho, creo que nombró Rojas o
Junín, me parece que venía de ese lado… pero
no estoy seguro… le repito inspector, estábamos un
poco entonados…a decir verdad bastante, lo que si recuerdo
fue que Mabel, cuando regresábamos, y pasamos frente a la
estación de servicios donde lo habíamos dejado unas
horas antes, me contó que ese turro le narró algo
sobre una pelea que había tenido con su novia o su
mujer… Ella riendo lo recordó apuntando algo
así como "Pobre tipo… lo bruja que debe ser la mina
para que se escape así corriendo…" Ahora, en que
momento él se lo comentó no lo sé…
pudo haber sido cuando pasamos por el pueblito de Alberti y ellos
se quedaron en el auto mientras yo bajé para comprar
cigarrillos.-

Soriano agradeció el testimonio y por primera vez
lo despidió llamándolo por su nombre de
pila:

-Listo Jorge… Por ahora gracias y si recuerdas
algo más…ya sabes… dilo sin pérdida
de tiempo, eso nos ya a ayudar a nosotros pero principalmente a
vos…te queda claro eso, no…-

El joven asintió con su cabeza el consejo del
inspector, pero una sonrisa socarrona le jugaba en su rostro,
sabedora que el policía con mucho gusto lo pondría
entre rejas si fuese por él.

Esa misma noche, la décima a contar desde que se
había descubierto los despojos de Mabel casi por
accidente, cuando un técnico del servicio de cable se
animó a espiar dentro de la casa, al ver que nadie
respondía a su llamado y la puerta estaba entreabierta,
Soriano se sentó frente a su antiguo escritorio y
comenzó a tomar notas en un cuaderno Rivadavia de tapas
duras al que había arrancado las primeras hojas repletas
de viejas cifras pertenecientes a una contabilidad
casera.

En la primera página escribió con birome
negra los datos de Mabel, comenzó con su nombre completo
"Mabel Encantadora Gutiérrez, fecha de nacimiento
21-10-63, (Rosario) nombre de los padres (ambos fallecidos)" y
así continuo llenando esa primera hoja, transcribiendo los
datos que rezaban en la causa hasta que finalizó con un
sombrío "fecha probable de fallecimiento 14 de julio de
1983".

Cuando concluyó de pasar los datos que no
llenaban una carilla, los volvió a leer, una y otra vez,
"Puta, que vida corta" se dijo a si mismo.

Dejó la siguiente página en blanco para
luego comenzar a transcribir la historia desde el mismo momento
que se enteró del crimen. Quien se lo había
comunicado, bajo que circunstancias, como llegó al
escenario horrendo, quienes ya estaban, peritos, policías,
curiosos, vecinos…trató de recordar en detalle cada
paso, cada frase, cada rostro y el gesto de cada una de las
personas que en forma directa o indirecta, estaban involucrados
en el caso, en su caso.

Terminado este paso, adelantó en blanco muchas
hojas y por la mitad de esa especie de libreta de anotaciones,
empezó a garabatear datos del sospechoso,
añadió con un ganchito una copia de su identiquid y
luego adjuntó:

Altura: 1.75 (aproximadamente)

Peso: entre 60 y 70 kilogramos
(aproximadamente)

Color de piel: Blanca

Color de cabello: Castaño claro (puede ser
teñido)

Color de ojos: Celeste o claros

Contextura física: Delgado

Posible tic: Arreglarse continuamente el pelo

Oriundo: Posiblemente sobre la ruta 181- Rojas –
Junín

Edad: entre 23 y 25 años

Y no mucho mas… era poco, lo sabía,
más siempre observando atento el retrato que jugaba
nervioso entre sus manos, especulaba que esa lista pronto se
incrementaría de señales, rastros e
indicios.

Estaba tranquilo, confiado en descubrir a él o
los autores de ese aberrante asesinato. Se veía muy
crédulo con su destino.

Luego de un par de horas sentado frente a su
cómodo escritorio y habiendo repasado por décima
vez sus escritos en el viejo cuaderno, anotó en la portada
de éste con letras mayúsculas de imprenta "La noche
de la venganza", pues estaba convencido de manera fehaciente que
el criminal era alguien ensañado a modo extremado con
aquella chica.

Miró con extrema atención el rotulo
elegido pero su mente estaba pensando en otra cosa, como sucede
muy de a menudo y volvió abrir el cuaderno para retocar y
añadir otros datos que aparecían sueltos. A
minutos, se encontró de nuevo corrigiendo un importante
número de carillas con todo tipo de reseñas y
acotando al pie de página, nombres, apellidos y apodos de
diversos personajes. También escribiendo en los
márgenes datos sueltos que, según su impronta,
podrían tener alguna valía, describió con
lujo de detalles cada una de las charlas con los testigos que lo
habían visto, que habían tenido algún
contacto con el buscado. Cuando terminó de escribir,
cerró su cuaderno y se dispuso a ensayar algunas
hipótesis sobre los hechos acontecidos y como
derivación de ello, cuales eran los pasos a
seguir.

Pero antes de todo este conjunto de axiomas, se
levantó por primera vez de su mullido sillón de
cuero negro y se condujo hasta a su bodeguita del living para
servirse un buen coñac. Le gustaba un coñac bien
seco, de etiqueta marrón, que deletreaba como
portugués, pero en realidad se denominaba
Portujan.

-Me lo merezco- exclamó en voz alta cuando su
figura se reflejó sobre el gran espejo a la entrada del
pasillo que conducía a la otra ala de la casa.

Era más de las tres de la madrugada.

Solo los agudos y cíclicos ronquidos de Nora,
bajando del piso superior, donde se encontraban los cuartos,
modificaban la quietud de la fría noche.

Su ansiedad rehuía del sueño, estaba
excitado, se sentía tan estimulado como un estudiante a
punto de recibirse.

Saboreo de modo lento su copa de licor importado bajo un
haz de luz tenue que emanaba de su "barcito", así
había bautizado a esa esquina del comedor, diseñada
especialmente por él para celebrar ocasiones como
esa.

Su mente giraba solo en torno del asesinato.

No existía en su conciencia la posibilidad de
pensar en otra cosa.

Los perezosos y lánguidos soplidos de su vida se
habían convertido de pronto en frenéticos cuasi
histéricos instantes azulados.

Ese tiempo tranquilo, que en un pasado reciente solo se
repartía entre su monótono cotidiano, en el
presente acorralaba todo lo acostumbrado para dar vía
libre a su interesante obsesión.

En voz alta se indagaba una y otra vez:

"Quién era ese tipo que describió el pibe
del negro Pereira…"

¿Y porque había matado a la piba si todo
hacía indicar que la había conocido solo esa noche
cuando lo levantaron en la ruta…?

¿La conocería de
antes…?.

Al parecer no… se dijo.

¿Pero el fontanero lo vio con ella y a su parecer
durmieron juntos?

¿Cómo volvió el tipo a
verla… a encontrarla…?

"De casualidad parece imposible"

Se contestaba alterando la calma del hogar, y exasperado
por su propia ignorancia.

¿Si no era del pueblo… el tipo la
conocía de otro lado sin que ella
supiese…?

Pero no, enseguida se corregía, "No se va a parar
a tres o cuatro de la mañana en medio de la ruta, hacer
dedo y esperar que ella pase con su
novio…imposible".

"Hay algo que no me cierra" se decía mientras ya
apostado otra vez en su pupitre anotaba datos y
preguntas.

"¿Sería el mismo tipo el facineroso que la
mató y el que el "hijo de" había levantado en la
ruta…?

El dice que sí, que es casi seguro, un noventa y
cinco por ciento me dijo…pero.

¿Por qué lo levantó en la ruta a
esa hora…?.

El turro este no es tarado, sabe que eso de levantar
gente extraña y menos a esa hora es un acto peligroso y
justo él, que, como nadie, sabe que hay que
cuidarse… si se lo habrá advertido el turro de su
padre, todavía no llegamos a
diciembre…tendría que saberlo.

No sé si será un buen tipo como dice mi
amigo pero de lo que estoy seguro es que no es ningún
boludo… y después…

¿Por qué no lo reconoció al fulano
cuando se lo marcó el dueño del bar, si apenas
había transcurrido una semana que hipotéticamente
lo había levantado en la ruta?

"Mas que curioso… ¿Es real que se le
había borrado la cara…? Por lo menos digamos que es
dudosa esa posibilidad…"

¿No será que no le convenía que
Juan supiera que se conocían…?.

"Ahí va", dijo con exaltación y
agregó "parece que está aclareciendo".

Sorbió un trago largo de su coñac y dejo
que su teoría siga fluyendo convencido que podía
estar en una huella convincente.

"¿Porque esa noche el tal Labayen asegura que el
fulano estaba en el bar, en una mesa de enfrente… y o
casualidad, la piba baja del auto del propio Rodríguez
Paz? El mismo que minutos mas tarde, también de manera
casual, pasa a buscar al colorado y por último, la tercera
casualidad, esa noche se va al cumpleaños de la hija del
juez… solo, solito, sin su novia… es
extraño, o por lo menos dudoso…

Este la entregó. Pero, ¿Porque… que
intentaba ocultar? Nadie asesina porque si, tiene que existir un
motivo… por ahí la piba sabía algo que a
él le disgustaba, porque no creo que este la haya matado
solo porque la piba le era infiel… Acá hay algo
más… a ver si todavía es cierto esto que
comentaba la prensa de la droga y todo eso… ¿Por
algo lo preguntaban… hay que investigar a este
Rodríguez Paz…quien te dice que atrás de
todo esto no se esconda algo groso…

A esta altura de su análisis, la mente de Soriano
tejía, sin darse ningún respiro, alrededor del
nombre de Jorge Rodríguez Paz, el hijo del hijo, en estas
nuevas circunstancias tan hijo como su padre, toda clase de
conjeturas y su figura revoloteaba en su razonamiento policial
como el principal sospechoso y el cerebro de la muerte de la
piba.

No cerró un ojo en lo que quedaba de esa noche,
ni siquiera intentó acostarse.

Los ronquidos de su esposa eran sordos a sus
oídos y su ansiedad por cuidar todos los costados
débiles de su hipótesis lo llevó a escribir,
borronear y volver a escribir una y mil veces teorías y
posibilidades.

Acompañó el lento tránsito de la
fría vigilia, consumiendo hasta el final la botella de su
buen coñac y dejando como tácito comprobante,
múltiples aureolas redondas sobre la ajetreada
mesa.

Los primero rayos de febo lo descubrieron marcando el
teléfono del fiscal de la causa.

-Hola ¿Pepe… creo que tengo una buena
hipótesis, tenes tiempo ahora?-

CAPITULO XI

(Los deseos
incontrolables nunca se deben razonar) Haykus

Lujan, 20 de agosto de 1983.

Mi presente no justificaba una interferencia en la vida
de nadie, mi razón por respirar en aquellos días
era la naturaleza arcaica, pero lo sorprendente del destino es
que no existe, se dibuja a través de decisiones colectivas
e individuales.

Una tarde temprana de agosto, camuflada con una
temperatura de novel primavera nos hacia sudar los cuerpos
envueltos en camisas gruesas de algodón, a Rogelio se le
ocurrió llegar a la casona acompañado de su joven
mujer.

Yo no la conocía y debo reconocer que cuando mi
vista se cruzó con sus maravillosas curvas, en mi mente
una perilla volvió a activarse soltando mi libido en
torrentes desmadrados de toda cautela y sosiego.

A Celia, la pareja del patrón, la
contemplé en aquella tarde tal cual la imagen que mis ojos
retenían…una hermosa mujer, de tez blanca casi
transparente, cabellera rubia, suelta e indomable por el viento
sudoeste de la campiña, piernas de muslos fuertes, bien
formados y cara de niña con gestos de adolescente…
más, transcurrido un resplandeciente espacio de mi vida,
descubriría en forma grata, muchas otras de sus sabrosas y
apasionantes cualidades.

Cuando ellos llegaron a la chacra yo estaba a unos
veinte metros de la casa en un cuadrado de árboles
frutales recién llegados desde San Pedro. Rogelio, apenas
estacionó la chata, se acercó para pedirme a que
prepare un par de encargues que debíamos entregar esa
misma tarde. Ella se quedo unos minutos sentada en la camioneta,
contemplando muy atenta los árboles frutales que yo estaba
acomodando, luego con un aire distinguido descendió del
vehículo y se dirigió directo a la casona principal
sin siquiera mirarme.

Aceleré el trabajo para terminar lo antes posible
el encargue de mi patrón pues deseaba hacerme un tiempo
para cruzarme con esa señora. Me picaba saber de su
presencia tan cercana a mi persona. Era posible que ese
aislamiento que de alguna manera me había impuesto,
estuviese llegando a su fin, con mucho fulgor y ganas
entendí que mi humanidad buscaba recobrar esas perdidas
ansias virulentas dentro de su ser.

Mientras cargaba los arbustos de cítricos en la
caja de la chata, pensaba cuan bonita era, ¿Cuál
sería su nombre?, ¿Porque estaba al lado de un tipo
mucho mayor que ella?, ¿Sería amor? O buscaba solo
protección… podía ser probable que esa
mujer, bella al extremo, solo era una más de las tantas
interesadas en asegurarse un buen porvenir… lo que en
realidad sé, es que no me importaba hallar en aquel
momento una respuesta fehaciente, solo se trataba de ejercitar un
proceso mental, un simple juego pergeñado por mi
raciocinio para pasar el tiempo.

Estaba por terminar de acomodar en la caja de la
camioneta todos los mandados, cuando la rubia se aproximó
ofreciéndome con su blanca mano un vaso de
jugo.

Agradecí el gesto estirando mi diestra tan
transpirada como sucia, y en aquel instante comprendí que
el casual roce de mis dedos con esa tersa piel era un punto de
pandeo en mi destino. Sorprendí en su mirada una dulzura
especial y sus labios dibujaron una sonrisa tan complaciente como
cómplice, que jugaría entre nuestros silencios,
toda esa tarde.

Se marcharon a las tres horas y acusé un
último atisbo de esperanza antes que su figura agraciada
se trepe al asiento de acompañante de la camioneta cuando
me dijo:

-Marcelo, por favor cuida de mis rosales, pasaré
a buscarlos una tarde de estas-

-Vaya tranquila señora, los cuidare como hasta
ahora- Y mirándola de reojo atrape su sonrisa tramposa que
me guiñaba un ojo.

Y esa tarde anunciada llegó con la celeridad que
mi expectativa fantaseaba y su multiplicación en el tiempo
fue un presente eterno en mi presente y en cada uno de esos
crepúsculos febriles, Celia se consagraba sin
límites al deseo y la pasión.

No existieron en mí, después de su primer
beso, caminos nuevos sin su huella marcada en
él.

La efusión que emanó en esas
célebres semanas, agotó mi cerebro y mi
intuición por completo.

Ella conciente que era mi sol, me obligaba a
desearla…y yo, por convicciones e impotencia me
erguí como su sometido…a tal punto, que la ausencia
del perfume de su sombra era motivo más que suficiente y
verdadero para suscitar dentro de mí, un profundo dolor en
el alma y no existía forma, en estos desencuentros, de
desprenderme de su figura ni siquiera en el
sueño.

La odisea de transitar en esta majestuosa cornisa
amorosa, obnubiló, de modo considerable, el
pretérito cercano de una manera arto peligrosa, a tal
punto, que exigua atención le presté a la noticia
que se extendió por todos los medios periodísticos
de la zona sobre posible encarcelamiento del presunto autor del
asesinato de la perra prostituta.

Una mañana, cuando desayunaba solo entre tanta
soledad, al escuchar por décima vez la noticia
sensacionalista que se sospechaba que el autor del aberrante
crimen podía ser el hijo de un militar en servicio activo,
me sentí invadido por el aura de aquel amor inconcluso y
su hálito intentó volar a mi presente, pero por
suerte, mi raciocinio se puso firme ante mis emociones,
recordándole con entera fortaleza a mi remendado
corazón, aquel descarriado y cruel engaño, y por
suerte su evocación disipó cualquier
locura.

En el instante de debilidad jugó en mi mente la
idea de volver aquel infierno y ver que pasaba. Deseaba
experimentar en situ el presente de mi ex socio.

Si de nuevo me mostraba deambulando por sus horribles
calles y pasaba desapercibido, volvería a dulcificar esa
ansiedad que me carcomía el tiempo y en definitiva me
sentiría, obviamente, mas libre y tranquilo.

¿Podría alguna vez sentirme así?
Este era mi único anhelo.

Pero solo fue un amague de mi incertidumbre que no
prosperó. De igual manera debo ser honesto que ese
día no fue fácil de transitarlo y se profundizo la
herida cuando Rogelio, en su vuelta de rutina del
mediodía, después de dejarme un par de pedidos para
la tarde, mencionó el tema de manera burda y mezquina
cuando por la radio local volvían a repetir la
crónica:

-Viste, pobre piba, hay que ser hijo de puta…- Y
dejo la frase flotando en el aire buscando una necia
aprobación de mi parte que nunca llego. Ante el silencio
agregó:

-Seguro que ese turro es el asesino, pero vas a ver como
zafa por ser el hijo de un militar…ni siquiera esta preso
para averiguaciones… A esos tipos hay que castrarlos
primero y matarlos después, pobre
chica…-

Otra vez "Pobre chica, pobre niña, pobre pendeja
calentona, prostituta de cuarta, mentirosa…murió
como debía, en la cama…"

-Por ahí no fue el tipo Don Rogelio…vaya
uno a saber como fue el asunto…- dije entonces agregando
nada.

Pero contesto muy seguro de sus dichos:

-Si los periodistas ya lo marcaron por algo
será… pero en algo tenés razón, por
ahí meten preso a cualquier perejil… –

No le contesté, simplemente lo miré
sonriendo y asentí con la cabeza.

Nadie tiene la voluntad de preguntarse de los conjuros
esotéricos y divinos desde donde se proyecta esa fuerza
enigmática y cruel que opera dentro de ese alma elegida y
esclava que, sin atrevimiento, se somete a una empresa
superlativa para cualquier ser pensante como lo es la de quitarle
la vida a otra persona, mas allá que ésta sea
deshonesta y falsa.

No cualquiera es dueño de ese convencimiento, no
cualquiera se yergue impoluto entre sus cenizas blandiendo en su
diestra un corazón sangrando sabedor de estar haciendo la
voluntad del mismísimo creador.

Ella no era una pobre chica, ni yo soy un pobre muchacho
confundido.

Y me parece que es la mala formación de valores
un error generalizado, alimentado por el egoísmo humano y
la masificación involuntaria de la sociedad
moderna.

Toda interpretación deformada que interprete la
ansiedad vulgarizada de la cruel realidad humana, crea
antagonismos irrelevantes y caprichosos que desvirtúan
toda interpretación sólida de evolución
humana y es así que entonces el hombre busca su destino
terrenal y universal defendiendo órdenes
antagónicas con su naturaleza humanitaria.

Su inconsistente y quebradiza grandeza significa que
cualquier mortal busque su proyección eterna en el
transcurso de su vida, pero no dudará en defender causas e
intereses netamente terrenales para valorar esa vida y ante la
menor incidencia de intereses incompatibles entre ambas
búsquedas, de seguro serán estos últimos los
que tengan prioridad sobre los primeros.

Nos replanteamos entonces la pregunta: cual es el punto
del hombre en el mundo, cual es el sentido de su
vida…

Cual es la salvación del hombre, existe o no un
modo de perpetuación de los valores personales, pudiendo a
veces conectarse con la religión, cuando se admite la
posibilidad de una nueva existencia…

Preguntas sin sentido, sino se tiene convicción
que la búsqueda de una verdad que nos calme el ansias de
entender nuestra vida, tiene sentido.

Yo en aquellos días comenzaba a intrigarme por
ese principio ancestral.

Rogelio era simplemente un hombre engañado, un
cornudo afásico.

"Si tenias ganas de abrir la boca y soltar palabras
inertes de toda idea fundada, porque no hablaste de tu mujer,
otra calentona y prostituta…

Sobre que querías opinar, con que criterio, pobre
infeliz, si nunca lograste relacionar al mundo desde otra
visión que no sea la hipócrita de todo hombre
mancebo del sistema"

Ese mediodía empecé a odiarlo y esa tarde,
cuando él estaba en pleno reparto, me entregué de
modo consciente a una maratón sexual con Celia y no
acaeció otro crepúsculo en mis días como
aquel.

Fue aquello una danza de fuego donde reinaron en forma
constante, impresiones dispares, mezcla de erotismo desenfrenado
rayano por espacios a un deseo morboso y un afán resentido
y quejoso que produjeron una representación de sexo
extremo.

Esa tarde dejó de existir el maldito reloj con la
alarma puesta a las siete y diez, para llegar a su casa,
bañarse y esperarlo con una sonrisa resplandeciente
brillando en su boca… Y no hubo barreras ni pruritos en
los juegos amatorios, y mi piel recorrió toda su piel
transpirada, envuelta en aromas seductores que activaban de
continuo deseos e instintos puramente carnales, y el
último jadeo nos encontró desnudos sobre el piso
frío de la galería, arrumbados de apetito
genésico. Se fue a las diez y pico sin preocuparse
demasiado por las excusas.

Cuando ella se marchaba, pensé en mi
patrón: "Habla ahora de las pobres chicas. Quiero saberte
herido, embaucado, tomado por un tonto, tú que eres
honesto y fiel…

Quiero que tu carne se estremezca y tus viseras se
revuelvan dentro de tu cuerpo cuando te sepas traicionado, que
harás entonces…que demandaras dentro tuyo, que le
dirás a ella, cuales de tus pensamientos disociarán
tu raciocinio en aquel instante, quiero saberlo simplemente
porque quiero curiosearte en ese mismo momento, a ver si
continuas ponderando y considerando a las pobres
chicas…"

Después de aquella víspera, Celia
comenzó a cambiar composturas y sus visitas se hicieron
mas asiduas, temerarias, estúpidamente temerarias, al
límite de esconderse una mañana, totalmente desnuda
en el baño cuando su marido se apareció de
improviso en la chacra.

Sospecho que Rogelio al tiempo intuyó que algo
estaba pasando entre nosotros, una mañana temprano antes
de irse me dijo tranquilo que le comente a su mujer acerca de
unos bulbos:

– Cuando la veas a Celia pregúntale por los
bulbos de fresias dobles, porque me parece que ella los
guardó el año pasado-

"Bueno", inconsciente le contesté sin darme
cuenta que de esa forma estaba avalando su sospecha. El tipo ni
se inmutó, no repregunto siquiera, siguió tranquilo
con su ritmo cadencioso, cargando cajones de plantines en la
chata. No le guardaba lástima, más, a partir de ese
día le fui perdiendo el poco respecto que le
tenía.

Otra vez se apareció casi anocheciendo y me
preguntó si sabía donde estaba Celia o si la
había visto por la chacra esa tarde pues había
llegado a su casa y no estaba…Y pasada una hora y media de
espera, le consultó por ella a su vecina y entonces
ésta, le comentó que la había visto salir
temprano en su auto rumbo a la ruta…

Mi respuesta fue mas cuidadosa esa vez, a pesar de
haberla amado toda aquella tarde.

El desdichado, cuando puse cara de no saber nada, se
llevó la mano a la cabeza, hizo una mueca desagradable y
parco como siempre, se marchó. En un momento, cuando
caminaba pausado como arrastrando los pies hacia la camioneta, se
detuvo en seco y se volvió hacia mí; se quedo
parado, inmóvil, mirándome unos segundos eternos y
sin decirme nada se alejo de nuevo hacia su auto.

Celia luego me comentó, que esa noche
había sido el cumpleaños de su mejor amiga y
él sabía muy bien donde estaba.

Estaba claro que Rogelio tenía o empezaba a
demostrar incipientes muestras de desconfianza sobre nuestra
relación y estas circunstancias generaban en mí una
situación comprometida e incómoda que se potenciaba
por la inmutabilidad de Celia.

Pues engañar al marido es un suceso de amplio
espectro, posible de interpretar y definir a través de una
cascada de vocablos tan diversos como
legítimos…pero que esa infidelidad no le importe al
protagonista directo es por lo menos una postura arto
peligrosa.

Muchas noches tirado en mi cama solía pensar en
ello. Ese hombre se sabía engañado por su mujer y
no hacía ni decía nada. Que estaría pasando
dentro de su cabeza. Sentiría por sus venas cansadas, el
miedo a perder un amor o era un simple fundamento, al temor de
tener que arrancar ya de grande, una nueva vida.

Miedo a la crisis o perturbación como
dicen.

Rogelio no solo por su edad era un hombre conservador,
se le intuía en cada uno de sus actos, en su forma de
caminar, de vestirse, de moverse, de mirar… Sus dichos y
sus largos silencios reafirmaban esa condición.

Pero cual era su temor mayor, el que ella lo abandonara
y entonces su espíritu deambularía deshabitado otra
vez, era eso, su potencial soledad paralizaba por completo
cualquier reacción sanguínea o racional y le
forzaba a humillarse ante cualquier degradación que sus
circunstancias le tendiesen, tanto la amaba para compartirla
antes de perderla, imposible, el que ama no desea compartir con
otro ser ni siquiera la sombra de su amada… tal vez no la
amaba tanto y Celia era inteligiblemente un acostumbramiento de
su cuerpo, un cotidiano mas en su anodina
subsistencia.

No podía tropezar con una respuesta sensata y
reflexiva a este interrogante de umbral
filantrópico.

El amor nace siempre como una agraciada utopía y
las utopías, aún las más exquisitas, se
construyen en forma subjetiva, desde corazones
generosos.

Como leí de Goytisolo, "La utopía no
existe sino cuando se prueba y se fracasa".

Rogelio creo yo, se encontraba aún buceando en
sus quimeras e ilusiones y la relación con su joven mujer,
de seguro, se erigía como su principal
sueño.

Pero los días de oscuridad no tardaron en
llegar.

Cada día que pasaba en mi cama, Celia se
perfeccionaba en su actitud de buena amante, pero su
predisposición al vicio y al amor parecía que
estaba ligada de una manera directamente proporcional al absurdo
aumento de sus actitudes irresponsables.

Una tarde en la chacra, habiendo acompañado a su
marido, me dio un beso en la boca cuando él giró la
cabeza para observar unos cajones de crotones que había
dejado un mandadero de misiones y en otra ocasión, sentada
muy cerca mío, la deliciosa atorranta no dudó en
tocar mis genitales durante largo rato buscando y consiguiendo la
erección de mi miembro, mientras yo intentaba vanamente
clasificar unas semillas de césped y teniendo a Rogelio a
pocos metros de espaldas, limpiando unos plantines de no se que
especie.

Celia se fue tornando en poco tiempo en una mujer
demasiado exigente para mi gusto y mis posibilidades.

A sus asiduas visitas vespertinas le fue sumando
encuentros matutinos bastante periódicos y hasta se
animó a aparecer alguna noche, cuando Rogelio con
algún amigote se llegaba hasta el club social, cerca de su
casa, a jugar una partida de tute, tomar unos vinos y hablar de
mujerzuelas.

Lo que comenzó a atormentarme, aparte de esas
continuas visitas cargadas muchas veces de una tensión
fútil, gracias a su postura despojada de toda cautela, fue
la metódica y sigilosa forma de ingerirse en mi cotidiano
sin que mi razón lo notara, hasta que la realidad me
pegó de lleno en la cara.

Entonces, cualquier día resolvía sin mi
consentimiento lavarme la ropa o planchármela, o estando
yo trabajando por ejemplo en los invernáculos, ella, sin
anunciarse, llegaba a la casa y se ponía a limpiar y
acomodar mis cosas.

Los días pasaron sin detenerse en mis estaciones
favoritas y las otrora mariposas crecidas de la tentación
comenzaron a envolverse en una espesa humedad pegajosa
autóctona de la más insoportable relación
humana.

Se anunció en forma temprana ese año la
primavera y yo me di cuenta que me estaba hastiando de
Celia.

Su sombra era para mí, a esta altura de los
acontecimientos, un macabro tormento, así que
resolví pensar como apartarla de mi vida.

CAPITULO XII

(Alerta, que tus
días no pasen más pronto que tus sueños)
Haykus

Pergamino, 16 de agosto de 1983.

El teléfono sonó apenas dos veces antes
que Nora atendiese, atenta desde la mañana estaba
esperando el llamado de su suegra que vendría a visitarla
ese fin de semana:

-Hola si…-

-Con la casa del inspector Soriano- Una voz solemne y
apostada repiqueteó en el auricular del
teléfono.

-Si…- Afirmó la esposa del
policía.

-Podríamos hablar con él- Otra vez
sonó severa la voz.

-De parte de quien…- Dijo entonces con un dejo de
ofuscación ya que no le gustaba que la urgieran ni
siquiera por teléfono.

-El coronel Rodríguez Paz le quiere hablar, la
molesto del comando III de operaciones…-

-Usted es el coronel… – Se atrevió a
repreguntar segura de la respuesta.

-No, su secretario- El tono bajo entonces unos
decibeles.

-Ha… Si mi marido lo puede atender, le
pasaré la comunicación…- Y sin esperar
alguna respuesta dejo apoyado el aparato sobre la mesita
esquinera donde estaba y fue hasta la pieza donde su pareja
dormitaba una cómoda siesta.

Le costo despertarlo pero lo zamarreo de los hombros
varias veces hasta que él abrió los
ojos:

-Vicente es para vos… El padre del hijo de
puta…querés atenderlo…o le digo que no
estás-

-Estoy. Sí lo voy a atender. Vos no te hagas
ningún problema, pásame la
comunicación…sabía que iba a llamar este
turro…-

Ella caminó entonces apresurada hacia la sala
para colgar el auricular del teléfono cuando Soriano le
observo:

"Y cuelga… no te quedes
escuchando…"

Nora arqueo una ceja de mala manera, y sin darse vuelta
le imperó una buena putiada.

La conversación si bien escueta, tensa y
diplomática, sirvió para que ambos protagonistas
tuvieran un primer contacto en toda esta historia.

Convinieron en verse a la mañana siguiente en un
lugar neutral, así que acordaron encontrarse en la casa
del médico Da Silva, conocido de ambos, previa llamadas
cruzadas para ponerlo en aviso y diera su consentimiento; cosa
que sucedió sin mayores contratiempos, apenas un cambio de
horario puesto que Da Silva, a la hora que ellos convinieron,
tenía una intervención quirúrgica
programada.

Así entonces el encuentro se reprogramó
para las once de la mañana.

Soriano no continuó con su merecida siesta sino
que se levanto y preparó el baño para darse una
ducha rápida.

Nora, cuando él terminó, ya le
tenía preparado el mate y trozó una torta de
chocolate que era la preferida del policía.

Todo el resto del día se lo observó
ansioso a pesar de cumplir varias tareas y estar de acá
para allá, sea por este caso principal o algún otro
de menor cuantía, como lo fue el robo de unas cuantas
chapas nuevas recién compradas por el dueño de la
carnicería La Imperial, de la ruta 6, casi a la entrada de
la ciudad y cuyos únicos sospechosos eran los Montenegros,
dos hermanos que vivían en la misma cuadra del incidente y
a quienes, mas de un vecino, los vio acarrear en una destartalada
chata, las chapas en cuestión.

La resolución era asunto de horas, llamar a
testificar a un par de testigos y un buen apriete a cualquiera de
los dos hermanos.

No quería pensar en Rodríguez Paz, pero
como hacerlo, si era su obsesión, su camino para salir de
esa vulgaridad gris, tinte del pueblo todo.

Cuando una vida uniforme se ve perturbada por lo que
sentimos, ese sentimiento materializado se constituye sin
razón alguna en un hecho trascendental o significativo
para esa armonía sosa.

Nos pasa comúnmente que, con un agudo estado de
ansiedad superlativa aguardamos esa resolución a la que
creemos final o suprema, pero nada sobrenatural
ocurre.

Cuan equivocados estamos.

Porque el tiempo no entiende de alteraciones mundanas e
intrínsecas, no existe para los relojes congoja,
incertidumbre o desazón… el tiempo en esas horas
cruciales donde nuestro pulso se acelera pasa igual, con su misma
lentitud y su misma aterradora macha mortal que todo traga y
sumerge en el eterno olvido, buenos y malos suspiros de las
gente, sin sentirse un monstruoso y horrible caníbal
destructor por ello.

Soriano en esa víspera se dio cuenta de
ello.

Su tarde no fue la de los cuentos de ficción,
donde una trama se enhebra en condición sistemática
en peldaños numerados… ese crepúsculo paso
como los otros tantos de su tradición, con sus mismos
tristes protagonistas y sus mismos escenarios pobres y
velados.

La única mutabilidad, la única
transformación, no acaeció como la relatada por el
gran kafka en su metamorfosis, fue solo subjetiva, en sus
entrañas, en su espíritu y razón.

Los minutos pasaron como siempre, de modo habitual, sin
ningún otro apelativo significativo que implique una
importancia cualitativa, todo fue semejante, similar para el
inspector, porque el mundo fuera de su cuerpo siguió
girando igual, el universo no cambió su
eje…

Los canjes y permutaciones transcurren dentro de uno,
son sustraídos por nuestros humores y contradicciones y
entonces lo subjetivo se multiplica hasta el infinito.

Ni él mismo recuerda si esa noche pudo
dormirse.

Nora sospecha que ni siquiera se acostó en su
lecho. Cuando se levantó, a eso de las ocho y media de la
mañana, Vicente ya estaba bañado y vestido con su
traje marrón.

Ella comprendió la importancia que tenía
para él aquel instante, tal vez por este motivo noble fue
que esa mañana intentó no regañarlo como lo
hacia habitualmente.

Vicente apenas pasadas las ocho ya había
telefoneado a la oficina del secretario de la causa, Félix
Rotundo y al propio juez de la misma, su compañero de
colegio Gustavo Lagos, para interiorizarse sobre los
últimos autos de la causa y ambos le confirmaron que la
detención del pibe del milico era cuestión de
horas.

"Por eso el hijo de puta me quiere hablar…ya lo
sabe… Que me querrá pedir…" se preguntaba
una y otra vez mientras daba vueltas por la casa sin razón
aparente.

La hora once parecía no querer llegar nunca y
Soriano puso en marcha el auto a eso de las diez y
veinte.

Entro y salió de la casa como tres veces sin
motivos aparente y menos cuarto partió rumbo a la
residencia de Da Silva, que se hallaba a apenas a ocho cuadras de
su casa.

Quería estar dentro de la casa del médico
cuando el militar llegase, esperándolo cómodo
sentado, tal vez bebiendo un café, ese era el cuadro que
su imaginación le regalaba. Lo recibiría con la
calma y la humildad de los que se creen superiores, tal vez una
sonrisa de cortesía pero siempre manteniendo la distancia
que le brindaba su actual protagonismo…

Pero nada así ocurrió porque por suerte,
el destino nunca marca planes y menos los nuestros.

Juntos llegaron Soriano y Rodríguez
Paz.

Sus vehículos estacionaron frente a la casa del
doctor al mismo tiempo. Bajaron casi en forma simultánea y
apenas lo hicieron sus manos se saludaron de forma cordial. Da
Silva apareció entonces de la nada y los invitó a
pasar a su casa.

Todo muy informal, muy tranquilo. Si los
partícipes elaboraron de antemano alguna estrategia o
tenían marcados pruritos uno sobre el otro, todo
desapareció con el simple contacto de la
realidad.

La reunión se alargo hasta mas de las una de la
tarde y un Soriano relajado se sorprendió por el trato
afable y gentil del militar que en ningún instante de la
plática modificó siquiera su lineal tono de voz
pausada. El se lo había imaginado como un tipo intolerante
y soberbio como todos los uniformados del ejército, pero
ante su asombro se tropezó con la antítesis de su
fantasía.

Vicente escuchó atento la liturgia apenada del
padre del reo que en ningún momento pidió impunidad
para su primogénito, tan solo le requirió al
policía que interfiera ante el juez de la causa para que
no trasladasen a Jorge al penal de Junín en caso de que se
resolviera encarcelarlo.

Ambos eran consientes de lo mal que la pasaría el
preso si el tribunal tomaba esa medida. No esta bien visto entre
los penados aquel que mata a su amante de la manera que lo
habían hecho con Mabel y menos si este es el hijo de un
militar…

Soriano no le prometió nada en absoluto pero se
comprometió hablar con el juez personalmente esa misma
tarde y también le ofreció visitar a su hijo en la
comisaría cuantas veces él quisiera, sin
límites de horario ni régimen de visitas. Hecho que
el padre le agradeció en más de una ocasión
durante la charla.

En un momento de la larga tertulia pues, en eso se
había transformado la seudo discusión, el militar
con un estilo muy parlamentario le insinuó a Soriano que
se estaba ocupando en indagar algunas pistas y canales paralelos
a la investigación realizada por él, a la que
elogiaba en casi todos sus aspectos, menos claro está en
los que culpaba a su hijo.

Por primera vez en esa mañana Vicente se
encontró sorprendido ante la confección casi impune
que el militar le hacía e intentó buscar una manera
elegante pero firme de acotarle la falta que estaba cometiendo
con su proceder. Pero no supo como, esa es la verdad. O no se
animó o se descubrió atrapado por la
telaraña verbal que el militar había tejido de
manera paciente, desde el comienzo de la visita, lo cierto es que
dejo pasar la oportunidad de regañarle esa actitud de
intentar seguir una investigación paralela y solo se
limito a sugerirle que siempre lo consultara antes de dar
algún paso que pueda entorpecer el curso legal que sus
hombres estaban llevando a cabo:

– Señor coronel, comprendo sus ansias de
esclarecimiento de este lamentable suceso en que esta implicando
a su hijo mayor, lo entiendo, créame, pero me siento con
el deber de decirle, en pos de esta amble conversación que
mantuvimos, un hecho que usted conoce mejor que yo y es que su
actitud esta rayando el límite de lo legal y no quisiera
en un futuro tener que sentarme frente suyo sin esta
armonía reinante… Sé también que, por
más reparo que yo pueda procurarle, usted persistiera
averiguando por su cuenta… en su lugar, tal vez
haría lo mismo. Por lo tanto apelo a su juicio y solo le
pido que me tenga al tanto de todos sus hallazgos e
informaciones.

– No tema Soriano, no voy a cometer ninguna
tropelía, desde ya le estoy agradecido por interferir ante
su amigo el juez Lagos… –

CAPITULO XIII

(Ayer,
ayer… solo te recuerdo cuando me duele el hoy)
Haykus

Pergamino, 18 de septiembre de 1983.

Mis días de florista pasaban menos rápidos
que los de amante, pero éstos últimos me estaban
fastidiando altivos, en desmedro de mi integridad emocional y
psíquica.

Los días que Celia pasaba por mi cama anunciaban,
de manera indefectible, noches truncadas y
aborrecibles.

Su mismísimo frasco aterciopelado y sabroso, como
néctar de los dioses, se convertía en una repulsiva
bolsa de huesos y músculos agarrotados en mi solitaria
penumbra nochera.

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