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Domino – Una trampa sin salida (Novela) (página 6)




Enviado por roberto macció



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Esos escuetos cuatro días que en definitiva
duró mi estancia en la ciudad de las diagonales me
posibilitaron entre otras cosas discurrir en el significado del
vocablo amistad entre nosotros los mortales.

Más no logre dar con algún resultado
lógico.

Asocio la palabra amistad con la palabra
compartir… y este vocablo me pasea por distintas
sensaciones que gozan en mi alma recuerdos positivos…y
cuando sucede este atemporal acto mi corazón se anima de
forma diferente.

El acto de compartir por razones insospechadas me
permite disfrutar en forma plena esa magnánima
impresión de sentirme que estoy vivo.

No existe nada más importante que compartir el
tiempo con personas cercanas a nuestro corazón…por
que esa sociedad es el término acaparador del hacer humano
que encierra en un solo instante la misma historia de una
civilización.

Mis compañeros de niñez, no entienden que
es una interesante propuesta vivir compartiendo el tiempo que uno
transcurre en este mundo…aún cuando en ese lapso
inquietudes desafortunadas invadan nuestros
jardines…

Con ellos compartí muchos malos momentos y esto
es lógico, la vida es así…pero esos
dolientes lapsos fueron tan solo eso… horas o días
compartidos, repartidos entre nuestros hombros para que nos pesen
menos…

Mis amigos son personas que se dejan pisotear por los
acontecimientos pero se dicen libres de espíritu…
es acaso una broma… no creo que sea la forma correcta para
que un hombre escriba su historia…

Por que el hombre existe cuando persigue fines
trascendentales, proyectándose más allá de
sus límites y miedos.

Ese soy yo, pese a quien le pese.

A la mañana siguiente, temprano, Estela me
llamó por teléfono. Comprendí apenas escuche
su voz que algo andaba muy mal y lamentablemente no me
equivoque.

Hablo entrecortada y respirando profundo durante los
quince minutos que duró la comunicación. Apenas yo
le respondí su hola, sin la cortesía del saludo
previo, me expresó susurrando, como queriendo que nadie en
este bendito planeta la pueda escuchar más que
yo:

-Hay una foto tuya pegada en la comisaría de
Pergamino y te buscan por asesino… –

"Una foto…" pregunte con temple calmo a pesar que
me había estallado el corazón en ese mismo momento,
a lo que respondió:

-Bueno no es una foto pero es un dibujo de la
policía, un identiquid y sos vos…-

– ¿Y vos como la viste…?- fue lo primero
que se me ocurrió preguntarle.

– ¿Eso importa…? La acompañe a mi
prima Susana que tenía que realizar un trámite por
un robo y la ví pegada en una cartelera…
conforme-

Tome aire y tratando de no perder la calma le
rebatí que no tenía ni idea de lo que estaba
hablando, que se trataba seguro de un tipo muy parecido a
mi…

Ella no me contestó, solo hizo una pausa y
agregó entonces:

-Ojala así sea, por vos y por nosotros, yo solo
te quería poner en aviso…-

Hizo otra pausa, interminable, todo un silencio
mortuorio se levanto entre esos trescientos kilómetros que
nos separaban… nuestras respiraciones palpitaban a
través del cableado telefónico y acaparando
bizarría desde mi tuétano, me animé a
indagarle, supongo porque el anonimato de gesticulaciones que nos
brinda una comunicación a la distancia permite a veces
ciertas atribuciones que de otra manera serían engorrosas
y atrevidas.

-Que dice el cartel…-

-No mucho, tu cara, bastante parecida pero con otro
peinado, que podes tener entre veinticinco y treinta años,
tus medidas, altura, peso aproximado y tu
nombre…-

Mientras prestaba oídos a los testimonios que
suponía lejanos a mi historia, en mi razón se
interfoliaban preguntas y respuestas por doquier y el rostro
olvidado de Mabel se dibujo otra vez en mis párpados y en
mi sangre.

-¿Cómo mi nombre…? De donde lo
sacaron- le grite casi como si fuera ella la que me
perseguía…

-Bueno, no literalmente, dice algo así como que
te podes llamar Mariano y no se que otra alternativa
pone…-

Otra vez un silencio perpetuo separó nuestras
almas, y ella que me consulta con su espíritu desnudo y a
punto de morir oyendo una respuesta:

-¿Luciano…te buscan a vos,
verdad…?-

– No – mentí seguro que no era convincente
y le colgué.

Esperé que sonara de nuevo el teléfono
pero Estela no llamó más.

Le escribí una nota a Martín
agradeciéndole su hospedaje y caminé
escondiéndome hasta de mi sombra rumbo a la Terminal de
micros.

Antes de tomarme el colectivo le hable a Celia y le dije
que ya salía para Luján… que la
extrañaba y la quería mucho.

CARTA PARA MI (3)

Moreno, ruta 7, 29 de septiembre de 1983.

(Viajando en el colectivo número 172 de la
empresa Rojas- hora 14.25 asiento 12 por ventanilla –
acompañante primero un señor mayor, obeso y con muy
mal aliento – acompañante segunda, una señora
cuarentona de gesto adusto, pero con un generoso escote que
confundió varias veces los ideas, hasta que me resigne y
deje de lado la lapicera para mirar sus esplendorosos
pechos).

Estaba tratando de acomodar algunos dudosos recuerdos,
siempre borrosos en cuanto a su autenticidad, cuando resalte sin
petulancia ni remordimiento que nadie puede evaluar cuales de sus
actos han sido o consideramos de manera subjetiva, que han sido
buenos, inteligentes y sabios o han sido simple,
intrínseca e involuntariamente, tontos.

Trato de volver todos los días, mis días
atrás.

Regresar con mi pensamiento, todas las horas vividas que
pueda y lo hago sin temor, sin resentimientos ni
añoranzas, tan solo me gusta descubrirme cada
tanto… No se si este es el mejor método para
entenderme y hasta discutirme en cada episodio pero confío
en mi instinto.

Creo que busco concebir mis intenciones y mis logros,
busco deducir errores y templanzas, de opinar en frío
sobre mis eternos desatinos pero sobre todo, de gozar altanero de
mis aciertos furibundos. Eso trato o por lo menos eso
pretendo.

Para refutarme como llegue hasta acá, sin evaluar
de forma rígida el acá, me es imprescindible
recordarme, retroceder un poco y a veces hasta mas allá de
la cuenta.

Y ahí veo, me veo, los veo a todos.

Historia reciente, ilusiones perdidas.

Río y lloro con cada recuerdo, con los
míos y los de otros que ya son míos.

Pasan fugases frases que fueron verdades y hoy ni
siquiera son nuestras utopías… y cantidades de
señales que ignoramos ver, veo hazañas que
parecían juegos y crónicas de comportamiento que
hoy son realidad, algunas, la mayoría,
dañinas.

Veo en el recuerdo a jóvenes tontamente sabios,
sin pizca de maldad, que el tiempo fue tornando a hombres
burgueses, algunos más hipócritas que otros. Por
sobre toda las cosas, personas banales y
melancólicas.

Veo también a tantas almas, que sin embargo son
un puñado de voces que hicieron y hacen mi mundo, como
será la construcción de otros mundos… con
que armas se edifican, con que criterios…y como juega el
azar en esa campanuda arquitectura, me respondo en cada
pregunta.

Y allí esta mi vida, veo a mis padres
jóvenes, a él vivo, a mis abuelos, siempre
abuelos… a los amigos, algunos que todavía retienen
ese titulo y otros a los que ni siquiera recuerdo sus caras, pero
se que pasaron… que estuvieron, será esto la
eternidad… tan relativa como mi memoria

Gente de distinto criterios y formación, tan
únicos como el sol, tan vulgares como la
hierba…

Todos mortales, ingenuos, sabedores de nada y buscadores
de su propio destino, algunos sin saberlo, ni siquiera de
sospecharlo, burdos y fugaces como el último
aliento… y yo entre ellos, pretendiendo ser
distinto… y ellos entre nosotros creyendo lo mismo y todos
descubriendo caminos tan viejos y transitados como nuestro
cósmico albur… husmeando y escarbando no sabemos
que, que nos mantiene atentos y esperanzados.

¿Esta es la vida…? Inquiero a mi
razón desbordada de preguntas y cautiva de sueños
simples.

Entonces ¡Que pobre que estamos! me contesto con
ánimo de que el mundo sienta como yo.

¿Esta es la vida…? O es mi difuso camino
me respondo…

Y pienso…y luego pienso…más
allá de las circunstancias… y creo que no
existo… ojala sea solo mi senda, mi visión, mi
calidoscopio…mi infierno.

Si alguna verdad quiero que sea cierta es esta, ninguna
otra.

Solo deseo que esta desabrida mirada del tiempo que
aplaca por completo toda mi expectativa acerca de la vida, sea mi
mayor anacronismo.

Si mis ilusiones penden del grueso hilo de mis
desatinos, estaría eternamente complacido, pero, como para
justificar mis yerros es que a veces acierto… tengo temor
adivinar.

Que mi juzgada mirada sea otro de mis fracasos
resultaría hoy mi única carta de salvación,
mi esperanza y porque no, la de todos.

Marcelo Paús, de regreso a Luján,
29-09-83

CAPITULO XVIII

(Noche negra,
podrás desorientarme, pero el sol saldrá)
Haykus

Pergamino, 30 de septiembre de 1983.

Vicente llego esa mañana a la comisaría
algo retrasado. Primero se le había cruzado en su camino,
apenas salió de su casa, el colorado Juan, quien de una
forma poco suspicaz, se apareció caminando por la esquina
de su casa sin un motivo aparente, cuando en realidad a esa hora
tendría que estar abriendo su negocio… En seguida
se disiparon las dudas, se hacía evidente que su amigo del
secundario, adrede lo estaba esperando para preguntarle si
sabía algo de la declaración hecha unos días
antes ante el fiscal de la causa.

Estaba nervioso, se notaba a simple vista, más
Vicente intento calmarlo y hacerle bajar su ansiedad
haciéndole una broma que al principio no le cayó
muy bien al dueño de la agencia:

-Mira Colo, lo único que puedo adelantarte es que
el juez me dijo que no eras, por ahora sospechoso… Pero me
informo que tiene que citar a tu
señora…-

-A mi mujer… ¿Cómo?, ¿Para
que Mono…?- el rostro de Juan trasmitía todo el
susto que su cuerpo sentía en aquel momento.

-Para confirmarle su estado de mujer cornuda- Y
lanzó una fuerte carcajada que retumbó en la cuadra
toda.

-Anda a la puta que te parió, boludo…- Le
expelo el colorado que estaba transpirando como su estuviera a
plena tarde en una playa del Brasil.

-Subí Juancito que te llevo a la
agencia…no pasa nada, lo tuyo fue una declaración
testimonial, no te preocupes…-

Apenas depositó al asustado agenciero, perseguido
por fantasmas que como estatuas recorrían a toda hora la
senda de sus viriles remordimientos, se cruzó en el
semáforo de Rocha, frente al hotel Fenicia con
Rodríguez Paz quien, no bien lo distinguió se
apresuró a saludarlo y hacerle señas para que
estacionase el automóvil.

El militar se acerco presuroso a su
encuentro.

Soriano por cortesía bajo de su coche e
intercambiaron algunas palabras. Nada importante para la causa,
pero el hecho sirvió para confirmarle que el padre de
Jorge todavía seguía respetando ciertos
códigos y si bien se estaba moviendo por su cuenta para
esclarecer el asesinato que involucraba a su primogénito,
cosa que a él le desagradaba por completo, el milico le
estaba informando de todas o algunas de sus
averiguaciones.

En la puerta de la comisaría estaba parado su
ayudante Acosta, Soriano creyó que el cabo estaba a punto
de irse, pero este cuando lo vio llegar se hizo el
distraído, tratando de engañar a su superior
mostrando que estaba simplemente tomando sol en la vereda. El
inspector le hizo señas para que entrase mientras
subía escalinata de entrada.

Acosta aceleró su marcha para entrar con
él, Soriano entonces le preguntó por
Romero:

-Está en la cocina tomando unos mates…se
lo llamo jefe-

-Dale… vénganse los dos a mi despacho que
hay trabajo… y que traiga el equipo de
mate…-

-Listo jefe…- y siguió camino al fondo por
el pasillo principal que lo depositaba en la cocina de la
comisaría.

– No se queden boludiando…-

-No jefe, ya vamos…-

Apenas ubicado frente a su escritorio gris abarrotado de
papeles y expedientes, golpeó la puerta de la oficina una
de las tres aspirantes que habían ingresado esa misma
semana a la fuerza. Era la flaquita del departamento de Radio y
le traía un correo mandado por el principal
Amuschástegui jefe de servicio de calle de la
comisaría de rojas.

El epígrafe era escueto, pero Vicente se
pasó más de cinco minutos releyendo la hoja del
fax. Tan absorto estaba en ese papel que ni siquiera noto cuando
sus dos ayudantes entraron sin golpear en la dependencia, ambos,
al verlo tan interesado leyendo, se sentaron de frente a la
ventana que se orientaba hacia la calle y matizaron su charla con
la ingesta de unos amargos. Romero, bastante mayor que su
compañero, intentaba persuadirlo a toda costa para que lo
acompañase esa noche a una peña folclórica
sobre la ruta 188 que organizaba su compadre.

-Ni loco voy Romero… hoy salgo con un amigo, su
novia y una amiguita que esta rebuena…- Le quería
explicar el cabo a su compinche entre mate y mate.

Romero enmudecía por unos momentos intentando tal
vez elaborar un nuevo artilugio para convencer a su colega y
volvía a la carga:

– No podes dejarme a pata pibe, a la minita esa es
posible que la veas cualquier otro día, pero a las
gringitas que van a ir esta noche no…es hoy o
nunca… sé piola, encima son todas fáciles
nene… cuando salen del campo lo único que quieren
es ponerse al día… y si uno es de la ciudad ni te
cuento, se te pegan solas… dale, yo corro con todos los
gastos

-No gracias…dejate de joder, a una peña me
queres llevar, aburridísimo Romerito, eso es para
viejos…- E intentó reírse pero no lo hizo
porque temía que Vicente lo regañara.

-Que viejos, vos no sabes nada pibe, hace caso esta vez
y no te vas a arrepentir, yo sé porque te lo digo-
Insistía el sargento, sabedor que si lo cansaba de tanto
proponérselo, el joven lo acompañaría esa
noche.

Acosta estaba a punto de contestarle pero Vicente
interrumpió en seco la conversación.

– A ver muchachos… tenemos noticias de la
piba-

Ambos volvieron sus sillas hacia el escritorio de su
superior y cortaron por completo su informal charla.

– Y son buenas, jefe…- curioseó
Romero.

-Parece que si…vamos a ver, por lo menos es una
posible pista, una punta en este enmarañado
ovillo…-

– Un avance… y de donde saltó esta
perdiz…- Averiguo ahora el cabo.

– Y de tu viaje hace unos días a Rojas
Acosta… viste, esto es así, disparas para todos
lados y por ahí, Pum…le pegas a algo
importante…éste es un correo que me acaba de llegar
desde la comisaría de allá, lo manda el principal
Amuschástegui, el jefe de calle-

-El principal que usted me mando a ver, si
claro…- interrumpió de nuevo Acosta.

-El mismo… acá me señala que uno de
sus hombres se topó con lo que puede ser una buena punta,
parece que alguien del pueblo lo reconoció al
punto-

– A que bueno…ya salimos para allá
entonces jefe…- Apunto Romero.

– No, todavía no…yo ahora lo llamo al
principal y convino con él a ver como seguimos con esto,
tranquilos… Quiero que ustedes sigan buscando otros
posibles indicios por el pueblo… Así que vos Romero
seguí intentando por los hoteles, pensiones o piezas,
tenemos que saber donde paró ese tipo los días que
estuvo acá y vos Acosta quiero que vayas hasta el juzgado
a ver al juez y al fiscal…le vas a llevar una nota que ya
te preparo, al mediodía nos encontramos acá de
nuevo y vemos si vamos para Rojas o no… –

-¿Me puedo llevar al pibe nuevo jefe?-
Sondeó Romero a su superior.

-¿A quién?-

-Al novato, el hijo de Mario…- confirmó el
sargento.

-Bueno, pero no lo estés paseando al pedo…
hace como una semana que estas visitando hoteluchos, ya te
conozco… entre una visita y otra paras en todos tus
boliches, ponte las pilas Romerito…-

-No diga eso jefe… –

Esbozo cómo único justificativo el
subalterno, pero Soriano ni siquiera levantó su vista para
reprocharlo, con un gesto de su brazo le indico que salga de la
oficina y se ponga a trabajar.

Acosta hizo silencio, volvió a sentarse otra vez
mirando para la calle y mientras esperaba que su jefe terminase
la nota que de puño y letra estaba preparando para su
amigo el juez Lagos, se puso a discurrir en cual de las dos
opciones que tenía para esa noche, era la mas
entusiasta.

CAPITULO XIX

(Los terribles
males del alma se curan en compañía)
Haykus

Luján, 30 de septiembre de 1983.

Descubrir que tus propias sombras te agobian y atacan es
un icono infiel de la debilidad humana. Mi viaje de regreso fue
un calvario insulso desprovisto de aristas tensionadas, solo mi
adrenalina trepo tan alto como el cenit de los sueños
cuando un policía subió en la ruta pasando
Moreno… revelé por primera vez en toda mi vida cuanto
tensión y miedo puede sentir el cuerpo de un
mortal… altísima, inimaginable por aquellos que
nunca pasaron por trances extremos como el que yo estaba
resistiendo.

Por suerte el uniformado ni me registró, era tan
solo un pasajero mas en ese viaje a Lujan.

De lo cerca que me tuvo, nunca se lo va a
imaginar…

Cerré mis ojos escondidos tras unas amplias gafas
que había adquirido en la mismísima Terminal de La
Plata antes de subir al colectivo.

Intentaba con ellas ocultar mi alma del
mundo.

Pensaba, pensaba… no podía no
pensar…

La ley… o quienes se atribuyen la facultad de
defenderla me estaban buscando… y hasta casi sabían
quien era yo y esto me fastidiaba de sobremanera porque nunca me
permitirían narrar la exactitud de lo
acontecido.

Debía ser fuerte.

El plan por mí trazado daría buenos frutos
siempre y cuando yo consiguiera afirmar mi temperamento y
convicciones. No existía otra posibilidad, otro
camino.

Celia se convirtió durante el trayecto que me
devolvía a mi tierra prometida, en la única verdad
palpable de mi presente. El salvoconducto de la salvación
espiritual y terrena de mí ser.

Ella, en forma descarada no dudó un ápice
en buscarme cuando necesito evadirse de su monótona y
triste vida marital. Ella, un volcán activo de emociones
amatorias, nunca reparó en mi condición
atípica de ser su empleado, abuso de su poder y nunca o
casi nunca tuve reproches para con ella…

Ahora mi existencia la necesitaba a ella, a toda ella,
en cuerpo y alma… pura e impura, la requería para
aislarme, entre sus brazos y sueños, del mundo
caníbal que empezaba a cercarme.

Hacia bastante tiempo que interpretaba a Marcelo
Paús, pero había llegado el momento en afirmar en
forma definitiva esta resolución…

Luciano Giovanini debía dejar de existir para
todos y principalmente para mi.

Cuando ese mediodía el colectivo hizo entrada en
la Terminal de Lujan, un enjambre de turistas pululaban por toda
ella. Hombres, mujeres, grandes y chicos, con sus mochilas y
canastas a cuestas, familias enteras arrumbadas por pasillos y
veredas esperando los micros, unos iban, otros
venían… Todos ellos con velas y velones de todos
los tamaños y colores en sus mano para atestiguar su paso
por la capital de la mística y religiosidad.

Mis ojos buscaban la sombra y mis pasos el espacio
abierto, la libertad… sin mirar a los estribores
aspiré a buscar sendas tranquilas y me interne en calles
paralelas a la avenida principal en búsqueda de la
ruta.

Camine y caminé sin sentir los pinchazos del sol
sobre mi espalda.

Cuando llegue a la ruta, no quise esperar el colectivo
rojo que me llevaba casi directo a la chacra, no deseaba cruzarme
con nadie, por lo tanto continué mi camino cabizbajo por
el borde del camino, con mi vista clavada en ese forraje verde
que comenzaba a querer brotar con sus mejores savias,
preparándose para recibir el equinoccio en su mejor
fulgor.

Mi razón se confundía de a ratos con ideas
cruzadas, se superponían unas y otras, pensaba por ejemplo
en Celia, la quería ver, abrazar… y al instante se
atravesaba en mi fantasía la cara de Estela
interrogándome por teléfono, acusándome a la
distancia… y al instante otra vez interrumpía ahora
la cara de Julio apuntándome con su índice y
así todo el recorrido, unos y otros atosigando mi bosquejo
de paz.

La hierba, que bajo mis pies retoñaba confusa,
fue mi mejor terapia durante todo el pasaje.

Por trayectos intenté fijar en mi memoria algunos
de sus tantos contornos, setos y misceláneas formas,
busque referencias en mi senda, como intentando incorporarlos a
mi nuevo entorno, a mi novel mundología, pues ese camino,
esa ruta, era ahora mi camino y debería comenzar a
respetarlo porque ese territorio, esa tierra, era desde ese
momento mi lugar.

Arribe a la propiedad tarde, eran casi las cuatro.
Apenas entré me desvestí casi por completo, solo me
deje puesto el calzoncillo, abrí las ventanas, todas,
buscaba aire para mis pulmones y sol para mi vida.

Tirado sobre el sofá del living descanse unos
quince minutos, no quería pensar pero era imposible
mantener mi mente en blanco… dos o tres veces me
alteré porque creí escuchar el motor de un
automóvil entrando en el predio… pero nada, todo
era producto de mi alucinación o mejor dicho de mi
miedo.

Decidí entonces darme un baño, dejar
correr el agua tibia ahuyentaría esbozos de fantasmas y
sanearía mis yagas mortales. Todavía no eran las
cinco de la tarde.

Celia llego pasadas las seis. Llegó en un
remís.

Verla me alegro el alma y contuve mis emociones para no
llorar, al abrazarla sobre mi pecho.

Nos besamos con ternura, sin tiempo, sin apuro…
trasmitiéndonos en el arrumaco la totalidad del contenido
de nuestras almas quebradas.

Solo me separó de su cuerpo para preguntarme por
la salud de mi hermano. Le contesté con un
lacónico:

-Bien, muy bien…gracias…- y volví a
besarla.

Me regodeo su presencia aplacada, decidida y puedo
afirmar que por vez primera disfrute de modo pleno, el poder
acariciar su lozana piel.

Sin separarnos de ese abrazo eterno que nos
fundía en un sola esperanza, me siguió preguntando
por mi hermano y por el viaje. Me confesó sonriendo que
estaba sorprendida por mi regreso anticipado y esa vez le
mentí a medias, diciéndole que la había
añorado más de lo previsto. Me señaló
solazando que Rogelio no estaba en el pueblo pues se había
ido ese fin de semana a cazar con unos amigos, a un campo cerca
de Azul por lo tanto, no estaba enterado de mi regreso. No agrego
nada más. Todo estaba dicho.

La bese en clara señal de
aprobación.

Ella reía como un ángel consagrado y yo la
contemplaba delicioso de gozo, sin muchas palabras nos fuimos
desnudando, apacibles entre beso y beso, libres
retozábamos en ese nuevo universo, extenso, tanto como
nuestros sueños… redimidos de toda
imputación y censura nos amamos por primera
vez.

Estando ambos relajados todavía en el
tálamo ardiente, manteniéndonos entrelazados como
queriendo enredar, sin fugas nuestros idilios, persistentes en
nuestra dicha, altivos en nuestra locura, me pareció que
Celia pretendió husmear si yo había conseguido
averiguar algo sobre el asunto del alquiler. No me
preguntó de manera directa pero, mi percepción de
embaucador lo sospechó de manera instantánea,
observando ese imperceptible cambio que se produjo en su mirada y
en ese tic, que sin motivo aparente, apareció en su
gesto.

Es posible que se diera cuenta de mi premonición
y por ello me haya regalado un pequeño beso que apenas
rozó mis labios, de inmediato se incorporó de
manera muy suave, meneando su figura escultural y
ofreciéndome la grandiosa ida de su espalda, fue
deslizándose hacia la cocina para poner sobre la hornalla,
agua a calentar.

Siempre dándome el regalo de su dorso, se
vistió con una larga remera blanca de algodón, que
extrajo del bolso grande que había traído y que a
duras penas ocultaba sus redondos glúteos y poniendo una
carita de niña picara, sabedora del poder de su belleza,
me invito a sentarme en la mesa del comedor.

No pude enfrentar esa endiablada embestida, así
que manso me alcé de la cama, me puse un pantalón
vaquero y descalzo me acerque lentamente a la mesa. Ella ya
estaba sentada, con todos los elementos del mate listos, pava,
azucarera, yerbera y un plato lleno de facturas que
también había traído. Fue cuestión de
segundos…milésimas diría…
estiró su mano…me convidó un mate y
desclavó su primera pregunta:

-Dime algo más de tu viaje amor… pudiste
averiguar algo sobre lo nuestro…-

Menee la cabeza en señal negativa…me
dolía tener que mentirle otra vez.

-Para ser sincero no – Y continúe diciendo antes
de que ella, quien ya había ensombrecido su mirada, pueda
repreguntarme.

-El segundo o tercer día tuve toda la
intención de llegarme hasta la inmobiliaria de un conocido
de la familia, pero luego se complico porque Soledad, mi
cuñada, no podía quedarse con mi hermano, entonces
me quede yo…el asunto es que ella llegó bastante
tarde y ya lo dejé…y…-

No dejó que terminara la
mentira

-No me embauques más Marcelo divino, di que ni te
acordaste de ir y listo…- y frunció el seño
en clara señal de un enojo contendido.

-No quiero mentir, me acorde pero no voy a negar que no
puse todo el empeño necesario… pero te prometo que
voy remediar mi error-

-¿Así? ¿Y haciendo que…?-
dijo regalándome otra vez una sonrisa.

– Vos dirás…- prometí.

La chanza hizo que en esa mujer retornaran sus
exquisitos fulgores. De modo precoz, renovó sus brotes
sicalípticos y matizo con sabrosos roces los mates dulces
que compartíamos.

Surcamos casi una hora ridiculizando nuestra suerte, el
ocaso nos encontró por primera vez dibujando sueños
improbables pero posibles y esas locas fantasías
parecían complacer de sobremanera a nuestras histerias
profanas…

Pero esa química de ensamblarnos y fundirnos en
la quietud del paisaje, con la eternidad de nuestro lado y
apostarnos a divagar e idealizar que cosas haríamos si
asumiéramos estar unidos… era en verdad un
imposible.

Ambos éramos sabedores de ello.

Ambos escondíamos en silencio, en esos silencios
ocultos que a veces transitábamos, el verdadero cogollo de
nuestras realidades.

A Celia la enfatizaba la idea de alejarse de su marido,
siempre y cuando sacara un holgado beneficio
económico… El amor que decía tenerme
marchaba detrás de esta prioridad.

Por mi parte, yo intentaba simplemente renovar mi
subsistencia, mi contexto… Reconozco, impulsos más,
impulsos menos, que mi forastero cariño, no era, ni
más ni menos, que una circunstancia mas que se
cruzó en mi distorsionado destino.

Ninguno quería reconocer, y menos aún
confesarle al otro, que estar juntos por ese tiempo, era solo una
quimera.

Esa noche asé un pollo y cenamos sentados en la
amplia galería, la luna llena alumbraba por completo la
chacra permitiéndonos admirarla en su plenitud…
agudizando la vista era fácil distinguir los
múltiples verdes de árboles y arbustos y hasta la
tonalidad de alguna de las flores.

Un mutismo armónico circundaba nuestras figuras
serenas, solo el crispar de un cigarrillo o un suspiro disgregado
rasgaba aquella elipsis campestre.

No sé cuanto tiempo nos hallamos sumergidos en
ese halo majestuoso, mucho seguro, después ella se
levanto, tomo mi mano y me llevo a la cama.

CAPITULO XX

(El desencanto es
siempre el final de una mentira) Haykus

Rojas, 30 de septiembre de 1983.

Vicente pasó a buscar, pasado el mediodía,
por la esquina de su casa, al pibe Acosta, como le gustaba
llamarlo.

Los dos viajarían hasta el pueblo de Rojas para
encontrarse con Ermindo Sosa, un sargento ayudante, amigo del
cabo y colaborador de Amuschastegui.

El sujeto parecía que había obtenido
alguna información sobre un posible sospechoso del crimen
de la piba, como internamente se le llamaba al caso, gracias a
trabajar con la identificación del rostro que Acosta, le
había alcanzado un par de días antes.

La ruta 188 estaba insoportable. La temperatura trepaba
por lo menos los 32 grados y no corría brisa alguna,
más que la generada por el desplazamiento del
automóvil. A ambos flancos del camino los campos de trigo
doraban por completo el monótono paisaje y solo cada
tanto, alguna alameda alejada de la carretera y generadora de la
apetecida lobreguez para los cascos de las granjas se
blandían en el horizonte rompiendo la amarilla
hegemonía.

Los espectadores de aquella serafín
campiña marchaban distendidos y departieron muy por
arriba, durante los cuarenta minutos que duraba el viaje, sobre
la cuestión que de alguna forma los involucraba y los
motivaba a estar haciendo ese trayecto.

Soriano muy escueto, se limito a curiosearle por el tal
Sosa a su acompañante y éste entonces le
contó, que el petiso, como le decían sus allegados,
había sido compañero de escuela de su hermano mayor
en el pueblo de Alberti, de donde eran oriundos. Y años
después lo cruzó en un curso que se dicto en
Junín sobre Inteligencia interna, allí se entero
que también era policía y que vivía en
Rojas.

Luego la conversación salto por los temas mas
diversos, algunos triviales como por ejemplo discutir sobre el
programa de radio que iban escuchando, el de Alberto
Badía, a quien el inspector detestaba y no percibía
nada bueno en él, "Es bastante zurdo para mi gusto" tildo
en varias ocasiones sin recibir más que una
aceptación con la cabeza de su acompañante, o pasar
por otros tópicos mas significativos y transformadores
como el de opinar sobre los comicios electorales de ese
próximo treinta de octubre para elegir el presidente de la
nación.

"El compañero Luder", sin dudar una
fracción de segundo apuntó Soriano que venía
de una familia de tradición peronista e intentó
profundizar y testimoniar su convicción con viejos
argumentos partidarios. Silogismos dispersos que al pibe Acosta
no le persuadían. El avistaba, en la figura del radical
Alfonsín, al mejor candidato pero en ningún momento
se lo aclaró a su superior, tan solo se restringió
a escucharle de modo sumiso y disimular sus criterios y
valoraciones respecto a los razonamientos expuestos.

Apenas encontró un silencio en su interlocutor,
el cabo intentó con buen éxito cambiar el tema de
conversación y entonces los policías retornaron a
sus bizantinas y ligeras discusiones.

Entraron a Rojas por el bulevar Italia, Acosta intentaba
guiarlo hasta la casa del petiso Sosa. A los dos les llamo
poderosamente la atención de no cruzarse con ningún
auto, moto o bicicleta en la calles del pueblo…ni siquiera
un peatón:

– Esto parece un cementerio Acosta… que hora
es…- Preguntó el inspector a su ayudante apenas
entrados en el casco urbano.

– Son las cuatro… pero tiene razón, no hay
nadie… y estarán durmiendo la siesta- Agregó
medio en broma el subordinado

– A miércoles que les gusta dormir a estos
rojenses, pero fíjate, ni un mísero perro se nos
cruza…- comentaba Vicente, mirando para todos lados como
buscando siquiera una silueta perdida para desarticular su
tesis.

– Es que también los perros duermen
jefe…por ley municipal- Y no aguantó su chiste y se
hecho a reír con una risa contagiosa.

Soriano también sonreía de la chanza de su
compañero que le seguía indicando por donde marchar
para encontrar la casa del petiso.

– Ya casi llegamos, es en ese barrio que se ve
allá. El de casitas iguales, tiene que seguir tres cuadras
y una a la derecha y listo, la segunda casa…-

Vicente siguió las instrucciones y girando por
última vez buscó estacionar en la segunda casa
donde le estaba señalando Acosta:

-Ahora sí, es esa, esa que tiene las ventanas
azules y amarillas…- acotó el ayudante.

– A mierda que es fanático este Sosa…- Y
agregó:

-Mejor de fútbol no hablamos…yo soy de
Independiente.

El cabo se adelanto para tocar el timbre de la casa,
pero como no funcionaba, golpeó fuerte sus manos. Sosa
enseguida abrió la puerta y con una amplia sonrisa y un
abrazo estudiado saludo a su amigo quien se apresuró en
presentarle a su jefe, rápido, el dueño de casa los
invitó a pasar.

El petiso era ante todo eso, un petiso, no medía
más de un metro sesenta, pero de una contextura
física oronda, hombros robustos y un torso que no
ensamblaba para nada, con el resto de su cuerpo.

A pesar de su poca edad, no contaba más de
treinta y cinco años, su cuero cabelludo dejaba ver
amplias entradas y una nuca casi pelada.

Sus ojos eran azules, grandes y redondos y
parecían salirse de sus cuencas cada vez que el
hombrecillo gesticulaba.

Muy atento, enseguida les ofreció algo fresco
para tomar.

– Un jugo, una cervecita… que toma jefe, o
prefiere un matecito…-

-No se moleste amigo, si hay un jugo mejor sino un vaso
de agua fría viene bien… se nos vino el verano de
repente vio…- contestó el inspector.

Mientras el sargento de Rojas preparaba en la cocina los
refrescos, Acosta sentado a la izquierda de su jefe en el
pequeño living de la casa comentó
orondo:

-Se acuerda que le dije jefe, este petiso no me
podía fallar, es una bestia trabajando…-

– Vamos a ver…- En voz baja, para que no escuche
el dueño de la casa, le rebatió Soriano a su
ayudante, que irradiaba un evidente estado de plenitud, sabedor
que se estaba anotando buenos puntos con su jefe.

Sosa llego con tres vasos y una jarra de jugo de naranja
con hielo que colocó en el centro de la mesita ratona y
sirvió entonces a sus invitados.

Soriano apenas bebido el primer sorbo
preguntó:

– Bueno, cuéntenos amigo, que pudo averiguarnos,
me dijo el principal Amuschástegui que usted nos iba a dar
los detalles…-

– Si jefe… miré, después que Acosta
estuvo en la comisaría con el principal, paso por casa
para saludarme, ya le habrá señalado …
porque yo me tome unos días de vacaciones que me
debían desde hace un año… bueno, ese es otro
asunto… la cuestión es que el amigo me
comentó que se encontraba en el pueblo por el caso de la
piba que mataron allá y que había dejado un
identiquid del sospechoso, entonces le pedí observar una
de esas copias, de curioso nomás, esté trabajo es
más fuerte que uno, se lo pedí porque acá
somos pocos, esto es una aldea y nos conocemos todos vio…
si el tipo era de Rojas yo seguro que lo junaba… hace casi
diez años que estoy en el servicio de calle, pero
ahí nomás le dije a él (y
señaló a el cabo) éste fulano del pueblo no
es… igual me quedé con una fotocopia porque pensaba
en ir a preguntar al Victoria, que es él único
hotel de acá o pasar por la ruta 188 que hay un par de
cabañas, no mucho mas…- Y suspendió su
relato para rehumedecer su boca seca.

– ¡Y Sosa…! Miré que le gusta
hablar… la hace larga che…- el chascarrillo de
Vicente hizo enrojecer al petiso que enseguida pidió
perdón…

A lo que el Inspector contestó:

– Siga amigo, es solo una broma, me gusta que nos cuente
todos los detalles… no como éstos que tengo
allá que nunca saben nada –

Después de algunos risueños comentarios
vertidos por Acosta, el petiso prosiguió con su
relato:

– Bueno, se la hago corta jefe, el asunto es que
ayer… no, antes de ayer a la nochecita, pasé por lo
de un almacenero amigo para hacer unas compras, venía
justamente de las cabañas esas que le comenté y
nada, nadie sabía nada del tipo ese, bueno el asunto es
que llevaba la fotocopia conmigo y el viejo Anselmo, el
almacenero, de chusma nomás me pregunta que era eso que
llevaba en la mano vio, y le comento entonces que era la cara de
un paisano que andaba buscando, el asunto es que el viejo se
queda mirando la foto y me dice "Este se parece al marido de
Estelita", le preguntó entonces que Estelita, y me dice:
"Estelita, mi vecina, la hija del negro Vitela". La verdad yo no
tenía ni idea de esa chica porque para mí se
había ido a estudiar a la Capital o a La Plata… Al
padre si lo conozco… nació acá, un personaje
del pueblo, macanudo el tipo… bueno el asunto es que
ahí nomás el Anselmo la llama con un grito a su
mujer, de bestia que es el pobre: "Negra, veni un cacho", y
cuando aparece la doña de atrás de una cortina le
muestra la foto y le pregunta: "Decile a Sosa…
¿Quien es…?" Y se queda esperando con la foto
arriba como si mostrara un cuadro, la vieja entrecierra los ojos
para mirar mejor y se va acercando despacio, con pasitos lentos y
le contesta: "!Que se yo! ¿Quien es…?" ; el viejo
le dice entonces enojado, porque ella no lo reconocía al
tipo: "!Ponete los lentes… fíjate…no es
igualito al marido de la Estelita!", La pobre señora saca
los anteojos de la bata, mira la copia y me dice: "Y
sí…se parece bastante…que se yo…" y
se vuelve a la cocina. Yo hago como que le resto importancia al
asunto y como quien no quiere la cosa, de a poquito le saque
algún dato al viejo, me contó que el pibe
éste es de La Plata y parece que ahora anda medio peleado
con la chica… bueno, no mucho más, le aviso
entonces esa misma noche a Amuschastegui… y eso todo lo
que sé-

– Bien, es una punta, una buena punta, tenemos que
seguirla, acá no se puede descartar nada… Y se
podrá ir a hablar con esta chica- Inquirió Soriano
en un tono sereno, que para nada exteriorizaba el armario de
impacientes sensibilidades que crujían dentro
suyo.

-¿Cuándo?- Se atajó
Sosa.

-Y…ahora, ya que estamos acá…
aprovechemos…no le parece-

-No se jefe… usted decide- contestó de
manera disciplinada el sargento, sabedor que era un punto
delicado el que demandaba Vicente, que si bien era un funcionario
de la ley, no tenía ninguna autoridad es ese pueblo para
interrogar a uno de sus parroquianos.

-Tranquilo Sosa… una charla informal… Que
le parece si mejor que intentar charlar con la señorita no
lo hacemos con el padre de ella… usted dijo que lo
conocía –

Soriano se mostró firme en el pedido y cauteloso
a la vez.

– Me parece buena idea arrancar por ahí
inspector… Bueno… si quiere ir ahora… vamos
nomás-

– Vamos, si… Solo espero no despertarlo…
porque nos llamo poderosamente la atención de no ver a
nadie prácticamente en las calles del pueblo…se ve
que la siesta es rigurosa aquí…-

– Si es cierto…pero no vieron a nadie en las
calles porque están todos en el
partido….-

– Partido…quien juega… Boca y
River…-

– No, más importante aún… se esta
jugando el clásico del la ciudad, el Argentino versus el
Newbery…-

– Mira vos…por eso era… pero ni un perro
se nos cruzó…-

– Es que hasta los cuzcos están en el potrero
jefe…-

La casa de Vitela quedaba a unas pocas cuadras de donde
ellos se encontraban y no tardaron más de cinco minutos en
estacionar el automóvil frente al domicilio.

Sosa fue quien bajó y tocó el timbre, el
que salió a atender al llamado fue un chico de no mas de
diez años, el hijo menor del negro quien fue en busca de
su papá.

El tal Vitela saludó al petiso de manera cordial
y se quedaron unos minutos hablando en el pórtico de
entrada, en un momento el hombre, de presencia importante ya que
medía casi dos metros y seguro pesaba más de ciento
veinte kilos, ejecutó el típico gesto de quien se
encuentra sorprendido, levantando sus hombros y arqueando los
labios.

Al segundo los dos interlocutores se fueron acercando
hacia el auto donde estaban los agentes de Pergamino esperando.
Soriano entonces bajo del móvil y se quedó parado
al lado de la puerta entreabierta.

Sosa se lo presentó a Vitela y ambos estrecharon
sus manos.

Acosta estaba atento observando sentado en el asiento
trasero.

– Jefe, acá le estuve explicando al amigo que
esta es no es una visita oficial ni nada parecido, que
simplemente usted quiere realizarle una consulta sobre una
persona que por ahí él conoce…-
aclaró en seguida el petiso a su superior y más que
nada para que le quedase en claro a su vecino, que él era
solo un intermediario, porque lo que menos quería era
comerse una futura sanción por apriete o algo
así.

– Bien hecha la aclaración Sosa, esto es una
conversación entre amigos, solo eso- explicó
Soriano ante un ropero asombrado y mudo.

– Bueno… usted dirá oficial- fue la
única expresión que se escapo de la boca del
sondeado.

Por un instante despuntó en Soriano la ambigua
especulación de requerirle a su recién presentado
que le permita pasar al interior de su morada para mantener un
dialogo mas distendido, pero por suerte dedujo a tiempo que si la
famosa Estelita también se encontraba dentro de la
vivienda, de alguna manera podía entorpecer la visita y
ésta entonces se podía convertir en un futuro
factor de riesgo para la causa, así que se contuvo de
hacer el pedido.

Le especificó entonces que él era quien
estaba investigando el caso del asesinato de la chica de
Pergamino y le realizó algún que otro ligero
pormenor del mismo.

Vitela, como todos los habitantes de la región
sabía muy bien del tema a que le estaba haciendo
referencia el inspector y mientras éste se explayaba en
esos detalles menores, él se comenzaba a preguntar que
carajo estaban buscando esos policías… que
esperaban que les informara…

Cada centésima de segundo que trascurría
inmóvil, parado en el borde de su vereda escuchando a esos
canas que implantaban siempre esa facha de saberlo todo, aunque
ni siquiera hayan terminado alguno de ellos el primario, lo
estaba desesperando.

Por fin escucho del tal Soriano la frase que estaba
esperando:

– A ver amigo, conoce por casualidad a este
tipo…-

Y el inspector fue desplegando despacio la hoja del
identiquid doblada en cuatro, mirando fijamente el rostro de
Vitela, que a su vez mantenía su vista clavada en el
dibujo que iba asomando como si fuese una paloma de las manos de
un mago.

En menos de dos segundos el negro se puso
blanco.

CAPITULO XXI

(Si miro
atrás, solo veo fantasmas que me saludan)
Haykus

Rojas, 2 de octubre de 1983.

– ¡Estela, cuéntanos que sabes…somos
tus padres!-

La voz del negro tan enérgica como equilibrada,
retumbaba en el comedor de los Vitela como eco de
montaña.

Su esposa Julia no conseguía detener un sollozo
mudo y visceral que apretujaba todo su ser. Congojas infames que
anunciaban descontrolados temporales en la familia. Ella bien lo
intuía.

Su hija mayor, postrada en un sillón del comedor,
se encontraba hacía casi un día como exorcizada,
muda, temblorosa, sus ojos verdes y elegantes se habían
desvanecidos por tanto llorar, su mente desorientada, por
atemporales instantes se anunciaba como en blanco, perdida de
toda razón, deambulando por misteriosos confines de la
conciencia… y otras veces, se rehacía disparando
diez mil imágenes encimadas que no permitían
ensamblar un pensamiento coherente.

En la desfachatez de su tolerancia, el sentido de su
razón pretendía detallar el término como si
fuese una tarea simple, fácil… Como se logra ser
coherente cuando los sustratos de toda una entidad fugan
desorbitados por nuestra génesis,
¿Cómo…? cuando los místicos valores
medulares de la conciencia se sienten aniquilados de el plumazo
por el viento marginal del destino. A que vínculo apelar
cuando nuestros límites más ahuyentados se ven
arrastrados por una entelequia que no dominábamos ni
preveíamos siquiera.

Como se vuelve de ese lugar de donde nuca supimos como
llegamos.

Como se hace, por donde se empieza…

Ella se demandaba por todo esto y más.

Ella se comprendía estafada por la vida, violada
por el destino.

El rostro de Luciano revoloteaba en su mente de forma
constante como el peor de los espectros, la aterraba sin tregua,
despiadado, se lo imaginaba inhumano… Lo conjeturaba
abriendo su caníbal boca y devorándola con la
desesperación de un sanguinario.

-¡Estela!…reacciona… decirnos lo que
sabes… Te citaron del juzgado… reacciona por amor a
Dios-

Ella se enteraba de la voz desesperada de su padre, pero
no podía contestarle, intentaba no mirarlo.

La figura de su padre, el ardor de su presencia la
herían… la inhibía del presente.
Sentía que su cuerpo arrastraba toda la culpa del
mundo.

Le quemaba las narices el vaho que emanaba de su
ángel, de su halo, los juzgaba como vapores putrefactos
nacidos propiamente de la humillante vergüenza que
sentía de si misma. Intentaba gritar y de su boca solo
emanaba el aliento del abochornado, del cautivo, del
abatido.

No recuerda mucho más. Su madre junto a un joven
medico la despertaron en su cuarto de soltera.

– Hija…- dijo Julia con el último gemido
que se animó a dar su voz marchita.

– Como te sentís… no tienes que hablar si
no quieres… ya estas bien…solo fue un
desmayo…- Añadió el joven

Estela cerró los ojos e intentó dormirse,
no se animó a preguntarles si las imágenes que
seguían explotando en su mente eran de verdad el presente
o solo habían sido su más terrible
pesadilla.

CAPITULO XXII

(Di un paso, di
otro… y otro…es esto caminar… o morir)
Haykus

Luján, 18 de octubre de 1983.

El mes de octubre promediaba y yo todavía no
había traspasado, desde mi regreso, el alambrado que
limitaba la granja. Y no deseaba hacerlo.

Mis días trascurrían sin horas fijas ni
almanaques que pudieran atraparlos.

No obstante mi cuerpo era la sombra de aquel que una vez
fue y me dolía la amputación aún sangrando,
pero era necesaria.

Lo que mas echaba de menos era un
teléfono.

Había noches que me tentaba la idea de salir a
buscar alguna cabina en el pueblo, pero mi ansiedad siempre pudo
detener, ese incontrolable miedo que especulaba sobre mi
razón, ante la posibilidad de un encierro, si era
detenido.

Pensaba mucho en los extremos de mi vida… mi
madre y Sebastián, no tanto en Estela. Seguro, porque yo
sabía que ella sabía…

Igual, ya a esa altura había tomado la
determinación de dejar pasar una o dos semanas más
e intentar hacer una llamada.

Pero en medio de la conversión mundana de mi
destierro, paso algo que cambió deforma radical, el eje de
mis decisiones.

Fue una tarde, una tarde de viernes, calurosa como la
mayoría de esas tardes de ese mes de octubre.

Pasadas apenas la hora tres arribó Celia, yo la
estaba esperando, como todos esos días.

Una vez ocurrida mi vuelta a la ciudad, ella se las
había ingeniado para cambiar el horario de atención
del negocio con Rogelio, así que ahora la bonita iba por
la mañana y el pobre infeliz lo hacia en el horario
vespertino.

La dulce infiel se había tomado la perspicaz
costumbre de dejar sobre la mesa de su cocina, antes de salir de
su casa, siempre una notita que rezaba:

"Fui a la quinta a buscar unas cosas. Un
beso."

Mas en su regreso, quince o veinte minutos antes del
cierre del negocio, la retiraba y la guardaba hasta el otro
día.

Mis vísperas con sus llegadas, a pesar de los
calores reinantes, se habían convertido en refrescantes y
sanadores paños para mi alma temerosa.

Normalmente, mi perfeccionada amante me acercaba, en una
especie de vianda, la comida para mi cena y dos veces a la semana
se llevaba la ropa sucia, regresándomela siempre bien
planchada y perfumada y, lo más importante de esos
cambios, fue que su sola presencia me hacía
compañía, más allá de nuestros
exaltados revolcones.

Para mi suerte, Celia solo preguntaba por aquello que le
interesaba, es decir cuando nos iríamos a vivir juntos. Mi
respuesta era siempre la misma: otro día…es decir
nunca.

Necesitaba tiempo para serenar mi espíritu y
liberar mi conciencia.

Y estaba en el camino correcto, hasta ese día
infame.

En las mañanas templaba mis esfuerzos por atender
extremadamente todo lo referido a la quinta. Me interese en
mejorar mis atenciones por las plantas y mas de una vez Rogelio
se sintió sorprendido por mi avidez en aprender algunos de
sus secretos.

Entendí que si más sabia del tema,
más rendía y por lógica, más me
interesaría por el trabajo y esa era la cuestión,
que la mañana se pase rápido, sin darme tiempo a
pensar.

Extendía mis tareas hasta casi la dos de la
tarde, para tener el tiempo justo de almorzar y arreglarme para
esperarla a ella.

Los fines de semana me costaba bastante más
acomodarme a los horarios, porque por ejemplo la tarde del
sábado el que venía a la quinta era Rogelio y
prácticamente se quedaba hasta bien entrada la noche.
Regresaba de seguro el domingo cerca del mediodía pero no
ha trabajar, sino a tomar unos mates y al observar ese nuevo
interés mío por las plantas, también a
conversar un poco sobre el tema.

A él le gustaba que uno escuchara sus
conocimientos herbarios.

A mi, si bien mucho no me entretenía la
conversación, me servía para quemar minutos muertos
de mis días.

Las tardes ya las describí, eran siempre
fructíferas.

Mi problema aparecía en las noches.

Celia se marchaba cerca de las ocho de la noche y yo
estiraba un poco su retirada manejándome con una rutina
diaria que trasladaba mi reloj hasta casi las nueve y media. A
esa hora me sentaba a cenar, encendía la televisión
y miraba todas las vigilias la misma
programación.

Primero una novela del canal trece que en Lujan la
repetía el canal local dos, ni bien terminaba, cambiaba al
siete, ese si, estaba en directo, y veía sin mucho
interés un programa político que finalizaba cerca
de las doce, después dejaba encendido el aparato hasta que
me quedaba dormido por el cansancio y el alcohol.

No miraba noticieros y si aparecía algún
flash informativo, de inmediato, en forma automática,
cambiaba de dial.

Pero nunca fueron tranquilos esos oscuros desvelos
porque siempre, siempre, me agobiaron los duendes mortuorios de
Mabel, que retornaron para abatirse sobre mis despojos desechos y
carcomer mis entrañas hasta llegar a mi espíritu
sordo, hueco de todo anhelo.

Noche tras noche como vampiros famélicos,
hincaban sin piedad alguna, sus colmillos afilados en los restos
de mi partido corazón.

Y uno a uno iba desfilando frente a mí… de
modo burlesco, mostrándome sus heridas abiertas
todavía, puñalada tras puñalada y se las
señalaban con sus dedos en llagas sobre sus cuerpos
interfectos y me miraban con ojos vacíos y bocas
abiertas… solo el alcohol los desvanecía de mis
sueños y de mi realidad.

Por eso también, noche tras noche, me
emborrachaba.

Pero esa tarde se desmoronó mi último
reducto.

Celia llego como siempre, bonita, principesca, el sabor
melosos de sus labios despertaron como todos los
crepúsculos mis deseos de hacerla mía, de retenerla
en ese vergel para que me acompañe por siempre, fuera del
alcance de cualquier mortal.

Yo la aprendería amar…

Pero ni siquiera puso encumbrarse el sueño, la
vaga quimera.

Antes de volver a su casa, después de habernos
amado sin prisa ni pausa, abordando nuestros cuerpos sudorosos
entre sábanas calientes y arrugadas, Celia saco de su
cartera un ejemplar del periódico local, lo abrió
de par en par y me señalo con su dedo índice una
importante foto que ganaba por lo menos media página del
pasquín:

– Saliste lindo amor…-

Exclamó serena de toda soberbia y
desilusión, solo delineó una especie de sonrisa
estirando muy leve, sus labios hacia un costado.

Yo sobresaltado por el certero golpe, intente dibujar en
mis gestos la sensación de que el dibujo que estaba
observando era muy diferente a mi rostro, pero tan solo
conseguí falsearle a mi imaginación.

Si era o no parecido…que razón de ser
tenía a esta altura de los acontecimientos… de
algunos momentos nunca se vuelve indemne… y me di cuenta
de inmediato.

Ese dibujo era para mí un
espejo…

Simplemente leyendo el encabezado de la
noticia:

"Posible asesino de la chica de Pergamino, etc,
etc…"

Aunque el cuadrado estuviese en blanco yo solo
vería mi rostro en él.

Quise decir algo…dije algo, pero no recuerdo
nada… si su respuesta:

-Mañana hablamos…- y subió a su
auto, bajo la ventanilla y me tiró un beso con su mano
extendida.

CAPITULO XXIII

(Pisas donde otro
pisó… y alguien pisará tus huellas)
Haykus

La Plata, 14 de octubre de 1983.

Vicente estacionó su auto particular frente a la
comisaría y sin apuro se dirigió hacia su despacho,
se cruzó en su camino con un agente de la guardia y
aprovecho para pedirle que se lo ubicara a Romerito y lo mandase
a su oficina.

Acosta ya lo estaba aguardando en su
despacho.

Impecablemente vestido, camisa blanca, pantalón
gris de vestir y mocasines negros recién lustrados. A su
lado descansaba un bolso de viaje.

-Ya estas por acá… que pinta…-
apuntó Soriano apenas distinguió al cabo parado al
lado de su escritorio.

-Buenos días jefe…llegue temprano porque
quería acomodar unos oficios antes de irnos- contesto el
chico.

-Bien… bueno… ahí mande a llamar a
tu compinche para dejarle un par de recados… hacerte unos
mates mientras, que dentro de un rato salimos-

-Ya se los preparo entonces…-

Romero llego recién a los quince minutos, cuando
la pava chillaba de caliente. Dirigió un melifluo saludo a
sus colegas y se ubico en la única silla giratoria que
existía en la sala.

Vicente sin demora le pidió que le efectúe
un par de encargos intrascendentes referidos a la causa de la
piba, aunque en verdad le había citado a su despacho para
encargarle que esa tarde llevara a su esposa hasta la casa de su
suegra que vivía en Salto.

El inspector sabía sin dudas, que Nora se
había quedado furiosa en su hogar, cuando él le
informo esa misma mañana que viajaría hasta la
ciudad de La Plata por cuestiones de la causa que lo tenía
involucrado.

"Justo hoy que pensaba ir de mi mamá" le
había repetido ella una y otra vez, siguiéndolo por
toda la vivienda mientras él buscaba algunos papeles y
anotadores que le serían útiles en su visita a la
capital de la provincia.

Para que no lo jorobe mas, le prometió que Romero
la llevaría y la iría a buscar ese mismo viernes o
el sábado, si es que prefería permanecerse en el
domicilio de su madre.

Por eso la única orden significativa, que
pretendía y necesitaba que su ayudante efectuase ese
día, era la de llevar hasta la ciudad de Salto a su
consorte cada vez más insufrible.

-Viaje tranquilo jefe… yo la llevo a su
señora… lo que no se si el móvil tiene
combustible… – Acuso el sargento.

-No le pusimos ayer… si te di un par de
vales… te acuerdas…- le contesto Soriano,
sospechando que el malandrín de su ayudante buscaba sacar
provecho de la situación.

-Si jefe… pero esa nafta se la puse a la
camioneta… el toro suyo apenas debe tener medio
tanque…- exclamo el ayudante chofer.

-Me parece que me estas pasando Romerito, como
siempre… toma, te doy un vale mas y si te falta
después, para ir a buscarla, ordeña la camioneta y
listo… – le sonrió Soriano percatando la vil
maniobra de su subordinado.

El inspector reconocía, a esa altura del partido,
que necesitaba a ese hombre como al aire, si pretendía no
ver, lo menos por una semana, la cara de culo que iba a tener
Nora cuando él volviese.

Al final salieron rumbo a la capital a eso de la una de
la tarde.

El recorrido de tres horas se les paso rápido a
ambos que no pararon de conversar durante todo el
trayecto.

El propósito de este viaje para Vicente era el de
poder interrogar a por lo menos tres personas, de una lista de
diez que había confeccionado esa semana, todas
relacionadas de manera directa con el sospechoso y entonces
poder, a partir de sus testimonios, empezar a esclarecer algunos
de los baches que todavía tenía vacíos en la
causa.

La declaración testimonial realizada por la mujer
del implicado, al comienzo de esa semana, había resultado
trascendental para comenzar a desenrollar esa inmensa madeja de
dudas por donde navegaba el expediente todo.

A partir de sus dichos y alegatos, pocos eran los que
todavía tenían alguna duda de que el tal Luciano
Giovanini, era el responsable de tan horrendo hecho.

La chica, la tal Estela, si bien se declaró
desentendida de toda la historia, relató con lujos de
detalles sus últimas conversaciones y contactos con su ex
marido. En todo momento remachó como fausto latiguillo,
que lo notaba a él muy cambiado.

En ella jugaba también de manera
maquiavélica, la rebuscada contradicción de esas
dos imágenes de la que fue testigo.

Una, tal vez la mejor para su recuerdo, fue esa que
estuvo enfrascada dentro de la virtuosidad de un tipo tranquilo,
hogareño y buen padre, mientras que la otra, la que
seguro, deseará por siempre borrar de su mente, es la que
apareció de imprevisto y desmantelo como torbellino un
presente y un futuro de pareja…

¿Quien y como era el tal
Luciano…?

Nadie se levanta un día y decide matar a un
inocente….

¿O si…?

Tanto él como el Juez Lagos, habían
logrado por fin tener un acceso formal a lo que conformaba el
entorno de aquel reo. Sabían de datos y de los
números que formalmente constituyen lo que acunamos como
identidad social.

Estaban, ambos, enterados ahora por ejemplo, de cosas
que meses atrás le parecían inalcanzables, como
saber el numero de documento de este personaje o también
estar al tanto de la escuela a que fue de chico, quienes eran sus
amigos y desde luego conocer donde trabajaba antes de su
separación…

Le sorprendía de sobremanera mirar a cada rato
una foto del cumpleaños número treinta que le
había dado Estela. La chica quería colaborar, ya
sea por despecho o como decía la pobre "Porque se
volvió loco y temía por su hijo y por
ella".

Mientras charlaba con Acosta, se apilaban como cajas de
productos unas sobre otras, pilas de preguntas que suponía
tendría que hacerle a sus indagados, muchas de ellas ya
las había registrado en sus apuntes, otras, las que se le
ocurrían por primera vez, se las mencionaba a su
acompañante para que éste las anotara en un
cuaderno que guardaba en la guantera del auto.

Llegaron a su destino apenas pasadas las cuatro,
entraron por la avenida 44, rumbo al centro.

– Pibe, abrí el cuaderno, en la ultima hoja tengo
un par de direcciones… pásame la que dice Banco
Provincia.

CARTA PARA MI DESTINO (4)

Luján, 15 de octubre de 1983.

Hoy me siento tan diferente del resto de los
mortales… y sin embargo comprendo racionalmente que nada
hay en mí que me diferencie de alguno de ellos.

Plutarco dijo que él encontraba menos diferencias
entre dos animales que entre un hombre y otro hombre; y para
afirmar tal pensamiento habló solo de la capacidad del
alma y sus cualidades internas… Yo te contestó que
pensaste equivocado.

Existen distinciones desde antropológicas hasta
sociales… pero son eso, mínimas instancias que no
logran imponer espaciosas desigualdades entre uno y el resto de
los mortales.

Podemos comparar un rey con la turba estúpida,
servil y voluble, aquella que flota al viento de las triviales
pasiones que la mecen de acá para allá y que hasta
se podría decir que depende por entero de la voluntad
ajena… ¿Asumimos considerar este planteo como una
diferencia?

La ceguera de nuestro espíritu es tal, que en las
cosas dichas no observamos al juzgar a los hombres, allí
mismo donde si comparábamos a un rico y un pobre…y
lo representamos en nuestra consideración como extremos de
una escala y no obstante no son mas que la vestimenta que
lucen.

Ningún hombre sería mejor o peor que yo si
tuviera que pasar por las penosas circunstancias que yo
viví y que hoy comenzaron a agobiar y taladrar mi cerebro
todo el día y en todas formas.

Tal vez algún otro desafortunado en mi
condición, hubiera actuado en forma muy o poco
diferente… Solo es una cuestión de
matices.

Si sé que debo anteponerme a mis desgracias, y
hacerme más fuerte que la roca. Es mi vida y no puedo
regalársela a un destino prestado.

Lo que hice ya lo hice… nadie sabrá
juzgarme de manera prudente, ni hombre ni dios…

Solo yo… y mi conciencia, tan divina como el sol
que me alumbra, y ella ya se perdonó.

Yo fui un puñal sayón, no puedo denegar lo
hecho, soy conciente de ello, pero desde esa apocalíptica
madrugada de sábado, le pregunto infatigablemente a
mí extraviada sabiduría: ¿Quien me dio la
orden para ejecutarla… desde cuando dormía en
mí ese mandato…?.

¿Puede uno perder tanto la razón…?
Me contesto que no.

Cabalmente digo que no, universalmente digo que
no.

Si es tan rotunda esta afirmación mía
entonces, confieso que yo no perdí la razón…
Solo procedí como mi instinto humano me
ordenó.

Y estoy convencido que cualquier otro mortal hubiese
obrado de forma análoga a la mía ante ese
escenario, ante tales coyunturas, cual sería la variedad
del caso si le hubiese pegado una cachetada…o si la
hubiese herido de palabra, ninguna… en esencia todos
hubieran ejecutado igual que uno…

Yo la mate… Sí… Pero reniego de una
condena si se me castiga por la consecuencia del acto y no por
los motivos del mismo…

Yo la maté, pero eso no me convierte en un mal
tipo.

El mero y trivial "todos somos iguales" es, a mi humilde
entender, una afirmación que globalmente no tiene ninguna
fuga ni escape pese a que resistimos su autenticidad.

Razones que justifiquen sus veracidad, miles, tantas
como temas a tocar… Detractores que buscan aniquilar su
contenido, también miles, todos ellos blandiendo causas
disímiles y valiéndose de un amplio y
heterogéneo marco de razones casi filosóficas y
religiosas o tal vez culturales, antropológicas,
étnicas, ideológicas y muchas otras, todas anexadas
a esa cuota subjetiva e universal que el argumento
demanda.

La contrariedad esta planteada en principio de un
análisis cuantitativo de la virtuosidad del
anagrama:

¿Cuánto, hasta donde un ser busca
distinguirse de su par, que no es otro que un igual…un
hombre igual que uno…?. Obramos así por que en el
fondo uno busca diferenciarse de si mismo o de alguna parte de su
todo…

¿Hasta que grado se anima a evidenciar su
diferencia sin que esta decisión reaccione de manera
negativa en su interior involucrando su ego?

Pregunto sin buscar una contradicción, porque si
uno se animara a diferenciarse en forma constante del otro,
entonces entraría en un permanente cambio de
identidad.

Y después, suponiendo que esta etapa se encuentre
en transición, ¿Cual es el dardo existencial que le
paraliza sus emociones y valores para no permitir que esta
disimilitud se extienda en toda su potencialidad?

Será la respuesta a este interrogante el
miedo.

El temor a ser visto también como un ente
diferente por aquellos ojos famélicos e inconcientes que
nos miran u espían, es decir esos mismos de los que
pretendíamos distinguirnos.

Una persona solo intenta calificarse de otra a quien
encuentra o entiende parecida o de un orden inferior. Un pobre no
tiende a diferenciarse de un rico ni un analfabeto de un
ilustrado.

Y si bien esta condición es primordial,
también lo es el carácter temporal que justifica a
toda diferencia que es lo mismo que decir a toda
verdad.

Seguro el acto de manifestar nuestra diferencia tenga
una procedencia voluntaria o involuntaria, pero es también
indudable que tiende a tener, en la mayoría de los casos,
un carácter recíproco.

Solo se puede conseguir el "distanciamiento" si nuestra
vocación y estímulos están orientados por
cualquiera de las distintas razones que interpretemos, de modo
lógico e instintivo, y que, en definitiva, son los que nos
ayudarán para manifestar esa diferencia que nos
pesa.

Yo solo intento diferenciarme de un
asesino…

Marcelo Paús, Luján, octubre 15 de
1983

CAPITULO XXIV

(Cuando verdades
y mentiras se mezclan, nada sale bien) Haykus

La Plata, 14 de octubre de 1983.

-Gracias por otorgarme estos minutos señor
Giampieri, mucho gusto, soy el inspector Vicente Soriano de la
comisaría de Pergamino, a cargo de la investigación
del crimen de Mabel Gutierrez, el señor es mi
ayudante…-

– Mucho gusto inspector, Ricardo Giampieri a sus
órdenes-

– Lo molesto porque su jefe me dijo que usted era el
compañero del señor Luciano Giovanini, puede ser
cierto eso…-

– Así es señor… Le pasó algo
al chico…-

-Al señor Giovanini no le paso nada, pero tenemos
indicios sólidos de que puede estar involucrado en este
crimen…-

– Luciano…me deja sin palabras, me parece
imposible…-

– Y vio como es esto Giampieri… Uno por
ahí nunca termina de conocer a las personas… Me
podría decir cuando lo vio por última vez y si
puede recordar algún detalle de ese
día….-

– Si, como no… lo recuerdo bien, fue un lunes,
Luciano llego tarde esa mañana, mal… todo le
venía saliendo mal, pobre… recuerdo que me
contó que se había peleado ese fin de semana con su
mujer en Rojas, porque ella es de allá, sabia
eso…-

– Si estoy enterado, continúe por
favor…-

– Bueno me comentó todos los contratiempos que
había tenido, nos reímos mucho… me dijo que
había venido a dedo todo el viaje de regreso, sin un peso,
creo que tardo como dos días en llegar-

– A si, que bueno… siga Giampieri, somos todo
oídos…-

CAPITULO XXV

(Lloro y un mar
desbordando agua, barre mis penas) Haykus

Lujan, 19 de octubre de 1983.

Esa noche no dormí y si bien muchas noches la
pase en vela ninguna como aquella sombra.

"Mañana hablamos… mañana
hablamos…" Esas dos palabras me martillaban la cabeza
hasta hacérmela estallar.

Celia ya estaba enterada de quien era… y si bien
eso ya no me importaba porque era un hecho consumado, la
pregunta, mi interrogante, era el de saber cual y como
sería su reacción.

La esperé todo el santo día, atento
siempre a los movimientos de la tranquera.

Rogelio apareció como todos las alboradas pasada
la hora ocho y gradualmente fue ejecutando uno a uno, todos sus
rituales mañaneros. Yo le presté poca
atención, solo limite mi tarea a remover una parcela que
estaba destinada a un futuro invernáculo.

El tampoco me prestó mucha observación esa
aurora y fue mejor para ambos que así ocurriese. Yo no
estaba de ánimo para escuchar sus charlas
idiotas.

A la hora del almuerzo recalenté un trozo de
carne con papas que había sobrado de la noche anterior y
por primera vez en mucho tiempo me animé a sintonizar en
la televisión un programa de noticias.

Tenía que hacerlo, no me quedaba otra
opción. Si ya sabían de mi persona, si me estaban
investigando entonces, la única manera de lograr estar a
salvo de toda pesquisa era estar al corriente de todo lo que
urdían mis sabuesos.

Pero en el noticiero no hablaron ni una palabra del
hecho.

Una rara sensación entonces embargo mi
circunstancias, mi presente.

Volví mis pasos y preguntaba al aire como
habían logrado saber de mí, que rastro traicionero
me había entregado…

También carcomía mi cerebro esas ansias de
escarbar sobre quien era mi cazador, él tenía mi
rostro… seguro que también mis datos, buscaba ahora
saber yo algo de él, predecir sus pasos para estar atento
a sus movimientos, estudiar su estrategia para saber de sus
deducciones…

Que virtud le sobraba a ese mortal para inquietar mi
libertad…

La modorra de la tarde me sorprendió dormitando
una siesta frágil, tirado vestido sobre la cama, el
televisor encendido todavía y los utensilios del almuerzo
sucios esperando ser levantados de la mesa.

Cuando pisó el portal de entrada me
sacudió.

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