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Domino – Una trampa sin salida (Novela) (página 7)




Enviado por roberto macció



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Le sonreí con mis ojos atornillados, ella se
acerco para besarme en forma tierna, me acarició con sus
manos tibias y sin mediar palabra alguna me fue desvistiendo
despacio, después me beso todo el cuerpo y desnuda
también se tendió sobre mi cuerpo. Nos amamos como
siempre… apasionados.

Cuando me desperté Celia ya había
preparado el tentempié cotidiano. Me hizo señas
para que me levantara y me dijo que había preparado bajo
la galería la mesita ratona para merendar.

Otra vez sentados frente a los viveros nos encontramos
en silencio, la tarde calurosa estaba calada por una ventisca que
de a ratos menguaba la temperatura y nos refrescaba los cuerpos
aún transpirados.

Yo no decía nada. Escuchaba y respondía
sus cortos argumentos. No sabía si ahondar sobre el tema
que me preocupaba o esperar a que ella sugiriese
algo…

Llegue a pensar que tal vez lo del día anterior
había sido una solo una chanza y nada más que eso.
El tiempo huía y Celia mutis, me trataba como siempre,
bondadosa y afectiva.

Más, cuando mi razón y mi lógica se
habían casi olvidado del tema, su boca se abrió
para dispararme justo al centro de mi corazón:

-Por que la mataste…- pregunto sin ni siquiera
levantar una ceja de asombro, tendiéndome al hacerlo un
mate en su mano derecha.

-¿A quien…?- solo pretendía ganar
algo tiempo para especular sobre el mejor destino de mi mentira.
Intuía sin embargo, que en aquella febril jornada, mi
conciencia agotada tendría que confesarle a esa amante
conquistadora, toda o casi toda la verdad.

-Quiero la verdad… no te hagas el tonto…
Creo que merezco, como mínimo, saber con quien
estoy…-

-Pero yo no…-

-Decime la verdad, tienes que confiar en mi… sino
en quién…-

Escuchar por primera vez a alguien que está
sentado frente a vos y que te pide una explicación de los
horribles sucesos de aquella noche fue totalmente demoledor para
toda mi estructura como persona. En lo psíquico y en lo
físico. Me puse a llorar por primera vez desde que quite
una vida.

Celia me contuvo, me abrazo como se le abraza a un
niño que confiesa su pecado y pasando su mano por mi
cabeza gacha me tranquilizaba diciéndome:

– Llora amor… alivia tus
penas…-

Enjuague mis lágrimas sobre su remera y mis
condenas sobre su corazón. Y fui conciente que mi savia
vigente se estaba atando a fuego con la respiración de esa
mujer.

Creí en ella y en su amor… pero otra vez
una mujer me desilusiono.

Le exterioricé como pude mi ligazón con
Mabel e intenté descifrar lo que había pasado esa
trágica noche. Jugué mi futuro a todo o nada. Ya me
tropezaba batido de tanto yerro.

Ahora era ella quien debía disipar esa
energúmena alternativa, o colegía mis alegaciones y
las juzgaba atenuando las secuelas, o me sentenciaba y
listo.

Pero Celia era antes de todo una mujer… y como
tal no acató ninguno de los dos
florilegios…

Nunca supe a ciencia cierta si su razón
discurrió los tornadizos escenarios y eventualidades que
mi palabra quiso sugerir o si la generosidad tibia germinada
desde su torpe corazón había arrojado un manto de
piedad sobre mis errores…

Eso si, su arremuesco marcaba una honda
preocupación, latente espeluzno en su
semblante.

-Te amo, te entiendo y quiero ayudarte… los dos
podemos salir juntos de esto…- Me susurró sofocando
sus voces en mi cabellera.

Conteste con el crudo silencio de mi fatigada
inocencia… perdido entre sus faldas buscando su mano tibia
para que me ampare de mi limosneado existir.

Y exactamente eso hizo, todo el largo rato que se quedo
conmigo esa jornada me ciño entre sus brazos y me mimo
cuantas veces pudo.

Y al ángelus se alejó de mi, no sin antes
ambicionarme compasivos descansos y comprometiéndose a
volver temprano al otro día.

– No te preocupes amor…- Me balbuceó al
oído – Todo se va a arreglar… los dos solos podemos
hacerlo….- Me beso en la frente y se
marchó.

Y por primera vez en mucho tiempo me sentí por
fin acompañado.

CAPITULO XXVI

(Un proyecto debe
ser un sueño sin límites obtusos)
Haykus

La Plata, 15 de octubre de 1983.

-Señor Martín Aguirre- La voz de Vicente,
que se encontraba apoyado sobre el capot de su auto estacionado
en la vereda de los números pares de la calle diez,
sobresaltó al dueño de casa que recién
llegaba y estaba tratando de abrir la cerradura de la puerta de
entrada.

– Si soy yo…- Contestó sorprendido por
esos dos individuos que lo estaban esperando.

– Soy el inspector Vicente Soriano de la Policía,
podría hablar unos minutos con usted…- Le
expresó el detective mientras extendía su diestra
para saludarlo.

-Si, como no…- Continúo contestando el
empleado del banco.

-Le presento a mi ayudante el cabo Acosta-

-Mucho gusto señor- apuntó Martín y
estrecho la mano del joven que se encontraba a la izquierda del
veterano.

-Esto nos llevará poco tiempo, le queremos hacer
unas preguntas sobre un amigo suyo…-

– Usted dirá inspector…-

– Tengo entendido que usted es amigo del señor
Luciano Giovanini… puede ser…- Soriano con un dejo
de frase desgarbada intentó amedrentar al interlocutor que
tenía enfrente.

Efusivo, adrede y por sobre todo, articulando viejas y
oscuras enseñanzas de una escuela de interrogatorio
perimida, que consideraba involucrados en primera face a todos
aquellos testigos o sujetos sondeados.

– Si, en efecto, es así, le sucedió algo
malo a Luciano…- respondió inquieto el
muchacho.

-A él no…- marcó en demasía
un breve silencio y agregó:

-Perdone Aguirre, podemos pasar un momento a su casa
para conversar –

-Sí, como no, pasen por favor…-

La charla se extendió no más de cuarenta
minutos.

El equilibrio psíquico de Martín,
conmovido de modo profundo ante los relatos pavorosos de ese
vigilante pueblerino, se manifestó con el semblante de un
anacoreta y buscó en la honra de su razón
desorientada, una explicación factible de toda esa
ensortijada y chiflada historieta policial.

" El no puede ser, Luciano es incapaz de una cosa
así… lo conozco… Debe ser otro tipo, uno con
nombre parecido, o igual, pero no el que nosotros
conocemos…"

Fueron estas algunas de las respuestas que en forma
ingenua y de una manera espontánea, volcaba el joven
bancario mientras el inspector le machacaba el cerebro, vertiendo
anatemas irracionales sobre la conducta de su amigo.

Al final, desdibujado su rostro ante tanta evidencia, se
animó a contar con lujos de detalles, todos los hechos
ocurridos esos días que Luciano paso en su
casa.

"Nos dijo a todos los que estábamos esa noche
reunidos que estaba viviendo y trabajando en la ciudad de
Ramallo, en una fábrica de galletitas "

Párrafo que Vicente registró con mucha
atención en su libreta.

Intentó sacarle alguna otra información,
un teléfono que el sospechoso le haya dejado u alguna
dirección, pero nada, no había
más.

Ramallo pensó… donde lo dejaron cuando
hizo dedo…

Sentía que por fin empezaba a cerrar el
círculo.

Se despidió de Martín
agradeciéndole su valiosa colaboración y como
había hecho el día anterior con Giampieri, le
comunico que seguro, serían citados por el juez de la
causa para atestiguar en la misma.

CAPITULO XXVII

(Puedo ser sin
ti, sin ellos, sin nosotros, pero no sin mí)
Haykus

Pergamino, 25 octubre de 1983.

-¡Vos estas loca, reloca…!
¿Meditaste sobre lo que estas pidiéndome que
haga…? Quiero pesar que no, no podes razonar
así-

– ¡Si que lo deliberé, claro que
analicé, no soy como vos que se mueve por
impulsos…!-

– ¡Pero me pedís
locuras…!-

– ¡Me pedís locuras…! La palabra
locura en tus labios se desdibuja como una gota en el mar, no
seas perverso… Mi locura creo que es pedirte que lo
ejecutes, porque en definitiva lo especulé por ti…

– ¿Por mi…? No me digas, no me creo ese
argumento… ¿Por mi
decís…?-

– Y por quien más… Parece que no percibes
aún cual es tu estricta situación. ¿Que
proyectas?, ¿Quedarte enclaustrado el resto de tu vida
acá? Por que si es así como reflexionas, entonces
te detallo que es una lúgubre quimera. La realidad es
otra…tú realidad es otra-

– Hoy es esa, esa utopía de la cual te
reís es mi única verdad, no hay otra posible, no
tengo otra posible-

– Yo ya sé quien sos, que te llamas Luciano,
vivías en La Plata y un día de locura mataste a una
piba. A mi toda esa historia que leí en el pasquín
local, me importa un bledo porque te quiero antes de saberla.
¿Pero razona? Rogelio no es un hombre tonto, al contrario,
es un tipo muy desconfiado y apenas tu descripción
despunte de nuevo en las páginas de otros
periódicos, él también va a sospechar de vos
y no te quepa ninguna duda, que lo primero que va hacer es
denunciarte, por las dudas nomás…-

– Me puedo ir a otro lado-

-A si, no me digas… a ver, contame… que
pensaste hacer, vas a cambiar tu apariencia, alguna
operación de rostro…-

– No seas burlona… puedo irme a otro lado, como
llegue acá puedo…-

-No peques de ingenuo que te queda mal… si
emigras de este inmundo campo muy bien sabes que corres el riesgo
de que te reconozcan y fuiste… se terminó
todo… Y rasurarte o teñirte el pelo no es una
escapatoria conveniente… No te queda otra posibilidad que
la que yo te brindo… recapacítalo con tu almohada
esta noche… yo ya me voy –

– No lo voy a matar…-

– Entonces empieza a olvidarte de mí… No
quiero estar presente cuando te aprehendan, ni mucho menos
aparecer como tu cómplice…-

Y se marcho sin besarme después de aquella
anamnesia.

Mi noria sustancial se había desbaratado,
fragmentada en mil pedazos que huían por todas partes
abandonándome. Anacoluto irresuelto, otra vez me
encontraba solo frente al mundo.

A Celia le había demando una semana escasa, para
carearme de nuevo, con mi albur sombrío.

Abroquelado en mi quebradiza anabiosis, hambrientos
despojos de mi espíritu apimplaban sus penas en una
botella de ron.

Aquella que yo consideraba que apuntalaba mi alma, en
forma repentina se volteaba hacia mí,
arrinconándome en un callejón sin
salida.

Otra vez una ilusión muerta, y
van…

Otra vez una mujer intentando manipular mi destino, y
van…

Celia mentía, otra mentira de la persona a quien
pretendes amar…y van…

Mi madre primero, Estela desde un principio, Mabel
apenas pudo…ahora Celia…

¿Para que me declaro su amor, si nunca fue
necesario…?

Anagogía simbólica la
interpretación de sus recientes dichos:

"Tienes que matar a Rogelio, un accidente, no tiene
parientes cercanos, después de un tiempo, cuando todo se
olvide, apareces vos y listo, empezamos nuestra vida, como lo
soñamos"

Mentía la funesta, no perseguía con su
siniestro plan solucionar mi suerte, ¡No!
¡Mentía…! Y asimismo resultaba tramposo el
silogismo planteado que su marido descubriría quien yo
era…

Su único objetivo era el de quedarse con el
dinero y las posesiones de estúpido esposo. Y de nuevo yo
me tendría que convertir en el brazo
ejecutor…

CAPITULO XXVIII

(Deja a los
caballos galopar hasta el hartazgo) Haykus

Ruta 8, 16 de octubre de 1983.

La ruta ocho encerraba en esos últimos
kilómetros que faltaban para llegar a Pergamino todo el
cansancio de los dos agentes policiales. El cabo Acosta cabeceaba
en el asiento de la derecha hacía por lo menos una hora
larga y su boca semiabierta dejaba cada tanto escapar
algún chillar de ronquido.

Vicente embutido literalmente en su butaca, cerraba uno
de sus ojos para poder encontrar la ruta. Le restaban apenas unos
cinco mil interminables metros y se consolaba pensando que pronto
estaría durmiendo en su confortable cama.

Durante todo el trayecto de vuelta repasó uno a
uno los avances que había logrado en su
investigación. A pesar del agotamiento, se percibía
ansioso por describirle a su amigo Lagos cada uno de los
testimonios ganados, datos todos por demás importantes,
como el suministrado por el gordito Giampieri, el empleado del
banco, que le confirmo de manera muy clara, que este tal Luciano
le había relatado un lunes, en una hilarante
crónica, no solo los detalles de la pelea con su mujer
Estela y los pormenores del viaje de regreso a dedo hasta La
Plata, sino lo más substancial, la referencia que hizo de
la chica que conoció en esa vuelta…

Todas estas reseñas coincidían en un
ciento por ciento con las declaraciones vertidas por Jorge
Rodriguez Paz. Informe que seguro pondría muy contento al
milico de su padre, pensó entonces que lo llamaría
a éste temprano la mañana siguiente, para ponerlo
al tanto de sus investigaciones

Recordó también las otras informaciones
que dio el otro amigo bancario, como se llamaba se pregunto en
silencio: "Martín", se contestó en silencio
mientras buscaba un cartel que le indicase cuantos
kilómetros faltaban para llegar.

– Estaba bastante asustado – le contestó a
su conciencia.

Y siguió hablándose en voz alta para
despabilarse un poco más:

-Lo que dijo el chico también es importante,
confirma que el turro estaba separado de su mujer, como ella
sostuvo siempre…Esta chiflado el chabón este, dejar
a una familia por una piba que conoce en un viaje… cada
loco con su tema, por donde andará trotando el tipo
este… porque eso que esta viviendo en Ramallo, como le
especificó a sus amigos no me cierra mucho… En
principio él estuvo en ese lugar de paso, ni siquiera eso,
porque Jorge lo dejo, según recuerdo, a la entrada de la
ciudad… pero nada se puede descartar… o es mucha
casualidad o vaya uno a saber por que miércoles lo
mencionó-

Ya estaba entrando al pueblo, miró de reojo a su
compañero de viaje que a esta altura roncaba de una manera
descarada.

Se sonrió de verlo desparramado y reanudó
la conversación con su sombra:

– El lunes lo mando a éste y a Romerito bien
temprano a Ramallo, que visiten todas las fábricas de
galletitas y distribuidores, a ver si conocen a este loco…
Me tengo que acordar antes de avisar al comisario de allá,
sino después se ponen celosos estos putos, creo que el
flaco Godoy todavía anda por esos pagos, mañana le
hago una llamadita por teléfono…-

Miró su reloj, habían pasado diez minutos
de las once:

– Buen promedio- exclamo.- Menos de cuatro
horas-

– Acosta, despertate que ya llegamos…-

– ¿Estamos en Pergamino…? Que
rápido jefe…- Murmuro el cabo refregándose
con el puño sus ojos.

– Dale dormido, ya estamos en la puerta de tu
casa…-

– En verdad estaba muerto jefe…-

– Bueno, entonces descansa bien el fin de semana porque
el lunes viajas de nuevo…-

– ¿A dónde…?- preguntó el
subordinado que ya había descendido del auto y se
encontraba parado al lado de la ventanilla de su jefe.

– Te vas a ir a Ramallo, con Romero, mañana te
llamo por teléfono y arreglamos… chau
pibe…-

– Hasta mañana jefe-

Cruzó otra media ciudad para llegar a su
residencia, las luces apagadas de ésta le advertían
que su señora Nora todavía estaba en Salto
visitando a su mamá…

Por suerte era sábado y todavía
podía pedir una pizza por
teléfono…

Se pegó una refrescante ducha mientras esperaba
el delívery.

Cuando salió del baño gozaba la
emoción de sentirse en otro cuerpo, si bien denotaba el
cansancio residual del viaje, la tranquilidad del ambiente
apaciguaba en buen grado el tenor de aquellos
ajetreos.

"Todo hombre necesita descansar de su mujer unos
días…" meditó como si fuese un real
bhikku.

Salto de cama mediante, pantuflas bien cómodas,
una cerveza fresca, la pizza con servilleta, sentado frente a la
tele mirando como las minas movían sus culos en la
repetición tardía de "venga a bailar", los pies
sobre la butaca marrón de la cocina, la voz chillona de
Norita a cien kilómetros de distancia… despejado,
sosegado, buscó el apuntador que había llevado en
su viaje, leyó de nuevo todos sus extractos,
después marcó algunos párrafos y los
traspasó al libro de tapas duras que guardaba en su
escritorio.

CARTA A MI COLERA… (5)

Luján, 25 de octubre de 1983.

Fue tal vez el mayor error fue poner mi mano sobre su
cuerpo cuando la ira se apoderó de mi razón. Lo
sé.

Cuando el pulso nos empieza a latir mas atropellado de
lo conveniente y advertimos esa convulsión que emana desde
los instintos mas sombríos es provechoso quedarnos
quietos, serenos… el presente será otro cuando de
nuevo nos gane la calma… pero como se
hace…

Cuando la pasión es quien nos gobierna y habla en
sordina a nuestro oído interno y su impulso desorbitado
nos invade… es entonces cuando los defectos se nos dibujan
voluminosos, exagerados, como las siluetas a través de la
bruma.

El decir es distinto del hacer…

Un mortal de tradiciones sanas puede admitir espurios
criterios, un infame sermonear la verdad, hasta aquel que no cree
en ella puede hacerlo.

Una cosa es decir y otra muy distinta es
hacer…

Pasión es esa ira desenfrenada que consigo misma
se complace y regodea.

¿Como impedir su voracidad cuando le soltamos la
cuerda dentro nuestro…?

Pues aún cuando sea originada por un juicio
infundado, al revelársenos una coartada razonable o una
compasiva defensa, nos enfadamos contra la verdad misma y contra
la inocencia.

La cólera se crispa escondiéndola, mejor
optaría por exteriorizar mis ímpetus que incubarlas
a mis propias expensas, pues enflaquecen y se evaporan al
expresarlas, preferible es que sus punzadas obren exteriormente a
que contra nosotros las pleguemos.

"Los vicios son más leves al ser conocidos y son
muy perniciosos cuando están ocultos bajo apariencia de
salud", declaró alguna vez Séneca.

Y dijo Aristóteles:

"alguna vez la cólera procura armas a la virtud y
al valor"

Y a mi entender es verdad este principio.

A pesar de aquellos imberbes que pretenden contradecirlo
pero, en su descrédito, solo logran afirmarlo sosteniendo
con cierta sagacidad que son armas novedosas, porque así
como nosotros manejamos a las armas conocidas, éstas
diferentes nos manejan a nosotros; y nuestra mano no las
gobierna, son en cambio ellas las que conducen nuestra mano y nos
empuñan sin que nosotros empuñemos.

Y así fue.

CAPITULO XXIX

(Por mi ventana
la noche oscura me pide auxilio) Haykus

Luján, 27 de octubre de 1983.

-Si…quien habla…-

-Oscar…Pásame con Estela por
favor…-

-Vos, en que lío te metiste pibe… para que
la buscas… déjala tranquila, piensa un poco en
Sebastián…-

No vislumbre odio en esa queja.

-Solo quiero que me des con Estela…
después no molesto más…-

Escuche como el negro la llamaba y le anticipaba "es
Luciano, ojo con lo que decís…"

Ella me habló con voz trémula,
quebrada… yo intenté impostar la mía para
que resulte a sus oídos más convincente.

Dijo solo hola y se quedó muda del otro lado de
la línea. No sabía bien por donde empezar mi
sermón confesado, se confundían en mi
lógica, frases y emociones, "Hola, como estás",
contesté tonto, escuchando del otro lado un
vacío.

Al rato "Para que llamaste Luciano, sabemos todo…
me mentiste".

"Me mentiste", era lo único que parecía
afectarle… Abrió su bezo solo para
excomulgarme.

De nuevo se produjo un sepulcro silencio, esperando
seguro que de mí naciera alguna razón para haberla
llamado.

Emociones primarias empezaron a germinar dentro de mi
cabeza acribillada, enfrascada aún en las alegorías
de expectativas falsas.

Nunca entendí que razonamiento valedero me
animó esa madrugada a caminar tantos kilómetros
para encontrar una cabina pública y realizar esa llamada.
Tal vez haya sido ese estado de soledad que iba de a poco
cubriendo mi fase letal, mezclado con el sabor rancio emanado
desde la impotencia por demostrar mi inocencia interior…
quien lo sabe… Por ahí solo buscaba un
perdón o pedir perdón… ya no importa cual
fue…

-¡Sí! Te mentí parcialmente, no en
todo… igual ese detalle hoy es de menor cuantía, ya
no tiene ninguna importancia. Tampoco sé cual es la causa
de porque te hablo, supongo que es porque a vos y a mi hijo los
sigo considerando como mi única familia… pero ya ni
de eso estoy seguro…- Cavilé al escucharme e
intenté reflexionar sobre ese recogimiento evaluativo,
ella sin perder tiempo y sacando bravura como aquel viernes, muy
posible que rodeada por su padre otra vez, me escupió en
la cara:

– Yo sí estoy segura, ya no eres nada
nuestro…así que será mejor que te olvides de
nosotros-

Pensaba antes, mencionarle que no volvería a
llamarla por mucho tiempo, pero la frase había quedado
obsoleta con su comentario.

-¡Soy inocente!- grité en la calma
Lujarense esperando que mi clamor estallara en su
alma.

Pero Estela esa noche era solo carne y
especulación:

– ¿Vas a negar que la mataste…?
Seguís mintiéndome… si eso te ayuda hazlo,
pero cuando te encuentre la policía tendrás que
encontrar otros argumentos… o vas a falsearles a ellos
como lo hiciste siempre conmigo…-

El clic de las monedas bajando en el aparato de
teléfono, aceleraban también mis pulsos mientras mi
raciocinio intentaba buscar una fórmula sensata que
lograse explicarle en diez minutos mis últimos tres meses
de vida.

Pretendí interrumpir su monólogo
induciéndola a que me escuche, una, dos, tres veces, y
nada, ella hostigaba con su ensimismamiento.

No intentaba parecer apodíctico ni ambiguo, solo
me consumía la desazón del culpable.

Cuando pudo, cuando se le antojó,
suspendió su declamación y por primera vez me
preguntó:

– ¿Qué piensas hacer…?- Su tono se
acentuaba moderado y divulgaba una cierta descarga emotiva que me
inspiró a seguir la charla.

– No sé… en verdad no sé… –
franco como un ángel respondí.

– ¿Dónde estás…?-
curioseó sin segundas intenciones.

– No quiero decirte…no puedo,
lejos…-

– Entrégate… están detrás de
ti, vinieron acá, estuvieron en La Plata, con tus amigos,
saben de vos… te van a agarrar y va a ser
peor…-

Escuche por primera vez su llanto y me compungió
el alma.

La voz de su padre se entendía en un segundo
plano, pidiéndole a ella que cortase por que seguro su
aparato telefónico se encontraba
pinchado…

Quise decirle tantas cosas en aquel instante pero no
pude, mi lengua atornillada entre los dientes apretados solo
dejó escapar algún que otro espasmo seco. Lagrimas
afónicas cubrían mi rostro.

En mi mudez pero, maduré mil frases, mil
perdones, mil cuídate, mil cuídalo, mil te
quise… mil te quiero.

Y colgué.

CAPITULO XXX

(Alma, a
través de la ventana, confío que regreses)
Haykus

Luján, 1 de noviembre de 1983.

Gano Alfonsín, yo creo que lo hubiese
votado.

Como será votar, hubiera sido mi primera
vez.

Ese fin de semana en que hubo elección
presidencial, con Celia urdimos un plan para que Rogelio creyese
que yo había marchado a mi pueblo a sufragar, pero en
realidad nunca salí de esa prisión
agrícola.

Aquel célebre domingo, sabedor que mi
patrón iría al cuarto oscuro bien temprano y que
luego pasaría a dar un vistazo al calmil, me
enclaustré, casi al amanecer, en un establo abandonado de
la esquina sudoeste de la chacra. Me llevé el termo, el
equipo de mate y una radio a pilas que Celia me había
regalado.

Él llegó a eso de las nueve y media y se
quedó hasta las once.

Bigardeando báculo, junto al sector de la broza,
permaneció esa hora y pico. Se retiró en silencio,
como llegó.

Yo permanecí hasta las doce en aquel desmantelado
cubil por temor a que regresara. Después ya me
instalé en la casa. Sabía que en ese horario los
dos estarían viajando rumbo a la ciudad de Cañuelas
para que Celia votase y de paso, visitarían a la
parentela.

Prendí la tele para distraerme un rato pero solo
existían esa tarde programas de noticias departiendo de la
histórica jornada. Yo exclusivamente repensaba en que
hacer con mi subsistencia.

Enigma cósmico el destino, tantas veces
pensé en él durante este tiempo… tantas, que
ya perdí el número.

No era el mío ese típico temor a lo
desconocido, no… el sentimiento que se gestaba dentro de
mí era un miedo sobrenatural que intentaba birlar una
fantasía a su incierto futuro.

Medité en tantas cosas… proyecte tantas
otras…

No quería vivir con temor el resto de mi
existencia, ni por siempre en esa tierra santa…

Que buscaba realmente Celia con su plan, sino más
que colgar una pesada ancla a mi existencia, cargar una pesa
monstruosa en mi mochila.

Ella me estaba usando… Era un suceso que estaba a
la vista, lo intuía el más imbéciles de los
mortales. Si yo tomaba la determinación de acabar con la
vida de Rogelio tal como ella lo sugería, ya sea
envenenándolo o de cualquier otra manera, podía
pasar dos cosas: la primera, que apenas sucedido el hecho la
cretina me denunciara… así de una… ya en
varias ocasiones me había relatado varias andanzas con un
par de policías del pueblo que según sus dichos,
eran solo amigos de juventud, pero conociéndola, sospecho
que eran antiguos amantes más que compañeros, y si
esto no ocurría y en verdad su plan era sacarse del medio
a Rogelio, quedarse con sus posesiones y después de un
tiempo formar pareja conmigo, entonces de forma invariable
utilizaría, toda vez que lo creyese necesario, esos
miserables secretos que conocía de mi pasado en mí
contra. Estaba cantado, nunca sería
libre…

O sí…

Para amparo de mi dicha o desdicha, lo que me deparaba
el destino dependería de manera estricta, solo de mis
actos.

Solo necesitaba creer en mis decisiones.

Ellas me hacen único.

Todos somos únicos pero algunos nos creemos
diferentes…

Y en todas las sociedades, sean antiguas o
contemporáneas, existieron y convivieron personas con
características propias y objetivos distintos.

Yo soy único.

Esta invariable composición del tejido social a
sabido sobrevivir al tiempo, mas allá de modos,
aditamentos y formas. Yo formo parte de ella y a pesar de mi
falta de voluntad e interés soy un partícipe activo
en su orientación y rumbo.

Nadie se escapa a esta condición.

Ni siquiera aquella alma que pretende escaparse de esa
red poniendo distancia entre sus códigos y modales…
se sigue perteneciendo.

El rebelde, o debo decir el que vive en estado de
rebeldía, como pretendo hacerlo yo tal vez, no hace
más que elegir una de las tantas posibilidades que tiene
para moverse dentro de este mundo de relaciones.

Pero yo me creo único…

Hombres deambulando ordenados, cada cual con sus
historias, sus inciertos futuros… se hace irremediable una
tormenta de acomodamientos unilaterales y a su vez
equitativos.

Constantes vaivenes de avances y retrocesos. Yo estoy en
ese tobogán ahora… pero confío detener mi
caía.

Ella deberá entenderme, no quiero pasar otra vez
por eso, no soy un asesino, lo de Mabel fue otra cosa.

CAPITULO XXXI

(Hombre, el ser
más imperfecto… aún así… cree
en Dios) Haykus

Pergamino, 27 de octubre de 1983.

Vicente hacía varios minutos que quería
irse de la comisaría pero daba vueltas por una cosa o por
otra y terminaba quedándose en ese crisol de
idiosincrasias que era la comisaría.

Estaba fastidioso por esa actitud inconsciente e
inconsistente de su proceder. Intentaba no pensar entreteniendo
su razón en archivos y causas viejas pero era
inútil la pérdida de tiempo, a la larga,
entendía que su obligación era encaminarse hacia su
casa y apencar el enojo de Nora.

Que podía pasar… que lo putiase como la
última vez y se fuera de nuevo a la casa de su
madre… o peor, que lo putiase pero invite a su madre a
pasar unos días a Pergamino… Una u otra fuese la
decisión de su esposa, su suerte estaba echada, pero esa
tarde a mas tardar, le tendría que decir a Nora que ese
fin de semana viajaría a la provincia de Entre Ríos
para interrogar a la madre del asesino.

Miró de nuevo su reloj que marcaba la hora doce y
cuarenta y seis, "Es tarde" pensó y en un acto reflejo
buscó en su bolsillo la llave de la oficina para
cerrar.

Sonó el teléfono cuando estaba abandonando
el picaporte de su puerta, en un primer instante consideró
hacerse el tonto y dejar repiqueteando al aparato, pero su
disposición o sumisión volvieron a apoderarse de su
prudencia, entonces apresurado abrió de nuevo su oficina
atendió la llamada:

– Hola si, quien habla, el inspector Soriano…- La
voz era conocida pero Vicente no acomodaba la ficha
correspondiente a ese tono en su memoria.

– Así es, quien es…- vociferó
agrio.

– El principal Sosa, de Rojas, como anda
jefe…-

– Hola como estas Sosa, a que debo el honor… o
quieres hablar con Acosta- Se acordó súbito
entonces del petiso y sus ventanas pintadas de Boca.

– No con usted…le tengo una sorpresa…-
Señaló el rojense y se hizo un mínimo
silencio en la conversación.

– A mí… no sé… alguna piba
de veinte…- Voceo Vicente dejando escapar una sobria
carcajada.

– A, eso cuando quiera jefe… pero creo que esta
otra novedad le va a gustar más todavía que una
pendeja de veinte- Rió del otro lado el petiso.

– A miércoles… soy todo oído- El
estómago de Vicente buscaba precipitado, acomodarse a un
eventual pico de tensión, liberando un cúmulo de
fluidos intestinales que intentaban neutralizar con algún
éxito, el dolor de úlcera que ya se veía
venir.

– Tengo una punta de donde puede estar el coso
este…-

No fue necesario escucharle a Sosa dar algún otro
dato a la información… solo existía en su
vida laboral "un coso" que le sustraía todo su tiempo y su
atención en los últimos cuatro meses.

– Quien… Giovanini…-

Su estómago no pudo contener tanta impaciencia y
cedió. Su úlcera palpitaba como una bomba
eléctrica entrando una faz en cortocircuito.

– El mismo jefe…- corta y precisa la respuesta
como una daga romana.

– ¿Fue para halla, apareció en el
pueblo…?-

A Vicente se le trababan las ideas en su inferencia y
rebotaban en su boca.

– No, si pone un pié por acá lo cazo de
una… no, parece que está en
Luján-

– ¿Lo vieron…?, Adelántame algo,
queres que vaya a verte y me contas bien, me estas dando la mejor
noticia del año nene…-

Sosa era sabedor de ello y mientras lo invitaba a su
casa pensaba en el ascenso de ese fin de año.

– Lo espero, si quiere esta tarde pase por mi casa, yo
llego a eso de las cinco…-

– Adelántame algo petiso…- Protestó
Vicente sin sonrojarse por el exabrupto que había
cometido.

Del otro lado se escucho la sonrisa cómplice de
Sosa al escuchar su mote por el inspector y contestó a la
blandicia:

-Solo le adelanto lo siguiente, acá di con un
pibe que es amigo de la secundaria de la esposa del guanaco este
y me atestigua que lo vio a este tal Luciano el mismo fin de
semana que parece que mataron a la chica, tomaron juntos el
primer colectivo a La Plata pero el tipo se bajo en Lujan, este
chico no había dicho nada porque recién en estos
días se enteró de todo el drama de su amiga cuando
se cruzó con otra compañera, también del
colegio, que lo puso al tanto de lo sucedido…
chusmerío, como pasa acá…-

– Una buena punta Sosa… A la cinco en punto te
estoy esperando en tu domicilio… y perdóname por lo
de petiso…se me escapo de escucharlo a
Acosta…-

– Todo bien jefe, lo espero- Y cortó.

Su apepsia huía despavorida de su vientre
evaporada por ese mecanismo antropológico que explota en
un alma feliz.

Se quedó reposando en su silla giratoria
sonriente como un Cesar frente a las Bacanales…

Replanteó en un segundo todas las posibilidades
de su fin de semana… "Tal vez no viaje a Concordia"
profirió una locución interior.

"Por ahí Dios existe…" dejó correr
la dicha de su espíritu.

Estiró su brazo, asió de nuevo el aparato
de teléfono, marco el número de su casa y cuando
escuchó la voz de ella solo indicó:

– Nora… que te parece si te paso a buscar y
comemos algo en una parrilla de la ruta…-

CAPITULO XXXII

(Sólo un
loco puede amar locamente… los cuerdos…no)
Haykus

Luján, 18 de noviembre de 1983.

Mis mañanas justificaban los días en esa
granja.

El forzoso cautiverio Lujanense abordaba sin cesar mis
estremecimientos comunes. Comencé a respetar cada broza
aislada en el suelo calmo. Los invernáculos ya no eran
aburridas galerías de yuyos imberbes sino vergeles
gestados por mi mano.

Los primeros ojales de brotes en las ramas erguidas de
los álamos nuevos me cautivaban tanto como los libros de
Moro y Comte.

Rogelio había cambiado conmigo esa actitud
menguada que ostentaba al principio de la relación y
también había modificado esa fundada sospecha con
respecto a mi relación con su mujer.

Por lo general llegaba a la quinta temprano
acompañándome en mi exiguo desayuno, su gesto casi
siempre campante, sondeando algún tema de
conversación mundana para entablar la
mañana.

No éramos amigos ni lo seríamos nunca,
pero a ese hombre comenzaba a simpatizarle.

De seguro que el demostrado interés por los
huertos fue una desequilibrante más que importante para
ese cambio de conducta.

Yo a veces quedaba observándolo desde mi tarea
sin que él se diese cuenta. Pensaba entonces que mal me
había hecho ese tipo para que tuviera que matarlo,
"Ninguno" me relataba siempre mi voz interior.

Que mal le había hecho a ella, entonces
pensaba… y otra vez me sugería mi conciencia
"ninguno"…

Y buscaba yo, subterfugios abstractos, tan falaces como
su matrimonio para conseguir acreditar mi expectante proceder,
pero era una tarea ingrata, insostenible, ninguna entelequia
justificaba el mal que ella pretendía causarle.

¿Será su sueño eterno la franquicia
a mi destino?

¿Será su asesinato el arranque de mi
ventura… ápex ingobernable que seduce mi nostalgia?
Me interrogué muchos momentos.

Me siento tan egoísta como todos los mortales, mi
fiel especula su alborada rosada solapando toda esta lobreguez
terrífica, pero a que precio

¿Cuando se sale de toda esta
locura…?

Si su crimen me asegurara un poco de paz… pero no
quiero otra voz susurrándome en las noches
largas…

Rogelio en ciertas ocasiones me descubría
observándolo entonces yo trataba de desviar mi vista
haciéndome el desentendido, pero cuando me era imposible
evitarlo, él se sonreía diciéndome: "en que
estarás pensando" y enseguida agregaba: "Seguro que alguna
minita".

Y se echaba a reír con ademanes
chabacanos.

Un mediodía, antes de marcharse a su casa, lo
noté como quisquilloso. Daba vueltas y vueltas por los
establos sin rumbo fijo, parecía no querer irse de la
granja.

Le pregunté entonces si podía ayudarlo en
algo, si lo aquejaba algún problema.

Problemas de sobra…- contestó con voz
rispiada.

No quise indagar en su respuesta porque pensé que
le molestaría mi curiosidad pero él agregó
sin que nadie preguntara:

-Me tiene medio cansado la Celia…-

Baje la mirada y en silencio volvía mis pasos
hacia la cocina del rancho.

El impávido, continuó cerrando una bolsa
de arpillera llena de tubérculos de fresias y
volvió a abrir su boca a mis espaldas. Yo no tuve
más remedio que detenerme en seco y girarme para
verlo:

-No se que pasa pibe, para mi señora yo ya no
existo…todo lo que digo esta mal, todo lo que hago esta
mal… siempre esta con cara de enojada, no habla…
antes no era así… nunca fue una pegota conmigo pero
por lo menos cuando necesitaba plata se hacía la
bonita… entendes… ahora nada, ni eso… me
tiene cansado esta piba, un día de estos la mando a la
mierda y listo…-

Yo mudo. Supongo que también ruborizado porque
percibí el calor trepando por mis mejillas, intenté
sumar algún dislate a sus críticas hogareñas
para amenizar su mitin improvisado mencionando que tal vez su
mujer estaría mestruando…

– Que miércoles va a estar en regla… a
esta le pasa algo raro y me parece saber por donde viene…
tiene un par de amigas bastante ligeras… que se
están visitando mucho… ¿Por acá no
apareció nunca…?-

Sabía que me iba a preguntar eso, lo venía
intuyendo mientras él soltaba toda su bronca, pero
comprendí que esta vez no me lo preguntaba porque
desconfiara de mí sino para averiguar sobre
ella…

– Mire, vino un par de veces a dejar unas cortinas y
otras cucherías y si estuvo algún otro día
por acá no la ví… usted sabe, yo todas las
tardecitas me voy a lo de mi tía…-

Le mencioné esas ocasiones porque bien
sabía que Celia le había informado a él de
las mismas.

Por suerte Rogelio al rato se marcho. Pero una
extraña sensación de angustia gano por completo a
mi razón y me fue inevitable el resto de ese día
pensar en ese tipo, en su suerte y en la mía, que el
destino se empecinaba en hacerlas correr paralelas.

Celia aterrizó bastante tarde, a eso de las seis,
apresurado le comenté las sospechas de su marido y le
aconseje que deponga su actitud y tratara de ser más
cariñosa con él para no levantar recelos, a lo que
respondió sin siquiera turbarse en lo más
mínimo:

-Ese tipo está muerto para mí… y
vos tenes que empezar a pensar de igual modo… así
no vas a sentir culpa cuando lo mates…-

CAPITULO XXXIII

(Hay hombres que
viven con
la pobreza eterna en el alma) Haykus

Luján, 5 de noviembre de 1983.

Sobre el borde de la ruta siete, a la altura del poblado
de Tres Sargentos, Vicente detuvo su automóvil a la sombra
de un monte de eucaliptos e intentó refrescarse de ese
calor infernal que había soportado toda la tarde en
Lujan.

Acosta a su vez, aprovechó la parada para echarse
una meada que venía aguantando desde que partieron de la
ciudad cristiana.

Los dos en silencio masticaban de alguna manera su
bronca y desconcierto. Esa misma mañana, apenas unas horas
atrás, habían partido de Pergamino con la
ilusión intacta de aclarar muchas dudas y porque no,
encontrar el paradero del asesino de Mabel.

Pero nada importante obtuvieron en su
derrotero.

El itinerario que estaban concluyendo no había
podido esclarecer o descifrar ni una sola pista de la causa
Mabel.

Es cierto que se reunieron con los comisarios y
demás jefes de la departamental local y estos en su
conjunto se comprometieron en emprender una pesquisa diferenciada
en toda la zona de influencia y también en difundir por
los medios masivos locales la fotografía del posible
asesino, todo era cierto… pero en verdad, ambos detectives
sabían que en esa jornada poco o nada se había
avanzado.

Cruces de números telefónicos, pedidos de
informes y alguna otra formalidad en el procedimiento fueron los
únicos testimonios fehacientes de todo ese agotador
día de trabajo, menguadas recompensas ante tantas
expectativas.

Soriano recostado sobre el baúl del auto era la
foto de un autómata que no cesaba de hablar en silencio
consigo mismo, intentando relacionar e inducir datos y fechas
almacenados en su cabeza transpirada:

"El testigo que aportó el petiso fue contundente
en sus dichos, el pibe aseguró que lo vio bajar y sin
ningún tipo de duda atestigua que era el marido de Estela
Vitela. El chofer de la empresa Rojas, que ese día estuvo
al frente de la unidad que lo depositó en Luján,
también reconoció la foto y agregó que el
tipo fue el primero en subir y acomodarse en el bondi.

Así que a Luján llego,
estuvo…"

Inquietos interrogantes, acabadamente vagos, imprecisos,
que jugaban en su razón una especie de juego de palabras
profano.

Reconocía a esa altura que era por lo más
delicado, hasta resbaladizo diría, intentar un
rastrillaje, con su equipo, como el que había hecho en
Pergamino… y si bien sus camaradas del lugar se
comprometieron a buscar… no era lo mismo… para
todos ellos ésta sería una causa más…
en cambio para él era la única
causa…

Acosta le preguntó algo y Soriano
respondió que si… Pero su atención era tan
ambigua como su pensamiento… intentando un equilibrio
somático, su voz interior en una especie de deyavú
le retornó a su ahora la consulta:

-¿Hacemos unos mates jefe…?-

Vicente no conseguía deponer la
reconstrucción de su proceso:

"Estuvo en Rojas, después en Lujan… paso
por La Plata, este es el mapa ambiental por donde se mueve este
hijo de puta…"

Si los funcionarios con quienes había acordado
esa tarde plasmaban un treinta por ciento de lo que habían
comprometido efectuar, existía una buena posibilidad de
encontrarlo.

"Si sacarán la caripela en el diario y en el
canal local es potencialmente viable que algún parroquiano
se anime a proporcionar algún dato"

Su cerebro a mil por hora escudriñaba sin
intervalos:

"Si no, podría pedirle a Lagos que levante el
teléfono y los apriete un poco para que se muevan…
eso voy hacer mañana mismo"

-Este mate esta medio frío Acosta…- se
escuchó de su boca sin que su lógica
intervenga…

– Pero jefe…este es el tercero o cuarto que le
cebo… y le pregunte dos veces si el agua estaba bien y me
respondió que si… Usted esta en otra cosa
oficial… para mi que esta pensando en la secretaria que
nos atendió a lo último… que buena que
estaba esa flaquita…vio jefe- profirió en una
especie de lamento el cabo quien al instante, tuvo que contener
su carcajada al observar la cara de obnubilado que tenía
su superior, que ni siquiera refutó sus dichos.

En silencio, acompañando la tranquilidad del
paisaje, por vez primera en todo este calambur
histriónico, la mente de Vicente elaboró un
pensamiento dionisíaco, un principio irracional que
buscaba sacudir su perdida entelequia conservadora por completo,
pensó que tal vez ese era el costo que debía abonar
para comprar su boleto ganador, ese que le aseguraría el
éxito que en toda su vida había buscado, ese
reconocimiento social que borraría su imagen del
montón.

Ya estaba decidido.

En ese mismo instante de su vida, allí, en medio
de una ruta desolada, transpirando el desgaire de la masa
soporífera, en silencio con su ayudante, tomando un
frío y desabrido mate amargo, asumió la
determinación de llamar esa misma noche a Rodríguez
Paz, el militar le debía un favor por el trato
preferencial a su hijo… así que le pediría
que sus hombres de tareas busquen el Lujan a Luciano Giovanini y
se lo entregasen en bandeja.

CAPITULO XXXIV

(Llegas al fin
cuando morir o vivir te es insensible) Haykus

Luján, 20 de noviembre de 1983.

Lo último que escuche de su boca fue: "Quiero
pasar mis primeras fiestas como viuda"

Braca insana atormentando mi instinto de
conservación, ¿Que buscaba su sangre sino mi sangre
derramada?

Anatema astral de la peor calígine, me
soldaré al apocatástasis de mis ruinas si fuese
necesario para no seguir sufriendo.

Matar por matar, como si fuese mi misión ser un
sicario del destino.

Hembra infiel, diosa del pagano rito de la muerte, no he
de darte una liliputiense exhalación de esperanza, ni
caneco que estuviera.

Celia enloqueció en su desaforada carrera
epicúrea, como una egoísta desenfrenada buscando
solo su goce.

Yo era otro de aquel que conoció a Mabel y
ejecutó su destino… si bien el cúmulo de mis
aptitudes y la práctica de divergencia era usualmente la
misma, los accidentes que me rodeaban hacía que todo se
vea diferente ante mis ojos y mi alma. Las coordenadas se
habían modificado en mi horizonte trascendental y en mi
nuevo tiempo.

Su urgencia loca solo inquietaba en demasía a mi
espíritu y bajo ninguna amenaza alienta su
salvación. No quería hundirme más y ella no
se percato nunca de ello o prefirió no darse
cuenta…

Esa tarde, como todas las tardes, paso a por la chacra
para verme y amarme, le prediqué como nunca lo
había siquiera intentado, con el corazón boato en
mis labios desnudando mis entrañas, lloraron mis cuencas
lágrimas sentidas originadas en las arcas de mis penas
demandándole, rogándole un poco de paz y sosiego
para la salud mental de toda mi humanidad.

Bucee en mi glosario las palabras más agraciadas
que pudieran esclarecerle lo serafín que podría
ser, si nuestras voluntades se lo proponían, nuestro
mañana:

"Si tanto me amas Celia… debes cuidarme,
protegerme, no te pido mucho, no te pido nada… tan solo
tiempo… toda esta tormenta que me acucia y me desequilibra
ya pasará y ambos la olvidaremos… solo necesitamos
tiempo para que se olviden de mi… de mis historia…
después que ello suceda podemos empezar otra vida,
juntos… lejos de esta granja, lejos de tu marido, lejos de
estos malos recuerdos…"

Sentada desnuda en la cama, la mujer que todos los
días me regalaba su piel, observaba impávida como
mi conciencia trataba de convencerla. Mi aliento agonizaba en
cada intento cargando la desazón de los derrotados, ella
seguía siendo un témpano en medio de la pieza.
Busque silencios y no se inmutó, lloraron mis ojos
humedeciendo mis mejillas y no se enteró… respire
hondo para darme ánimo una y otra vez, mis puños
cerrados quebraban mis huesos y ante tanta tensión solo me
contestó:

"La policía sabe de vos, ya llegaron a Lujan y te
están buscando, me lo dijo mi amigo… el
oficial… Yo puedo ayudarte para que pases desapercibido
acá por un largo rato, pero eso tiene un costo… y
vos sabes muy bien a que me refiero… Marcelo…o te
llamo Luciano… no me jodas con toda esa novela
romántica de dejar pasar el tiempo y después comer
perdices juntitos en una casa de muñecas… Yo te
protejo ahora, hoy, en concreto… por que te quiero,
¡Si!, pero nunca seremos felices sin no nos deshacemos de
Rogelio… porque me va a perseguir y por ende a vos
también y cuando se entere de lo nuestro él te va a
matar o a denunciar si supiera quien eres en verdad… No
tenemos otra salida posible, no tenés vos otra salida
posible… yo ahora me voy a jugar por vos para que no te
encuentren… pero tu tienes que pagarme…"

¡Pagarle…! ¿Qué deuda tengo
con ella…?

Lo único que saco en concreto es saber que Celia
me tiene atrapado en un dilema infame, injusto.

O elimino a su marido corriendo el riesgo de quedar
preso para siempre o espero impávido a que ella me suelte
la mano y que me atrapen un día de estos; también
puedo escapar…pero ¿A dónde? Ya están
cerca de mí y no me quedan amigos
confiables…

Estoy mas solo que nunca en esta vida, tengo miedo de
morir, es cierto, pero hoy sé que algunos muertos
viven… como Mabel, en mi pecho, me gobierna desde aquella
noche su ausencia, me conduce y hasta ordena, su odio es mi odio
y me perturba la existencia.

Soy un débil humano que nunca podrá vencer
con gloria, el imperio de los muertos.

Y ahora Celia que me atosiga en su liviandad.

¿Por qué busca con desesperación la
muerte de Rogelio…?

Por mí amor no lo es.

Ni tampoco él es un cónyuge represor o
castrador, si ella se mueve tan libre como una mariposa en
verano… dinero no le niega y supongo que también le
consentirá todos sus caprichos. Dichosa tendría que
estar… pero no… busca más, siempre
más, insaciable, como en el amor

Si Rogelio muriese, me pregunto, ¿Sería
Celia libre y dueña de sus actos… o como Maby a
mí, el espectro de él la trastornaría en
forma perpetua?

Porque si así ocurriese entonces
resultarían vanos los esfuerzos para sustraerse de sus
dolientes pensamientos. El muerto la perseguirá hasta la
eternidad y ella le llorará siempre.

Se revierten los valores, todos, más aún
los que son productos de una conciencia perturbada por un
sentimiento de culpa.

Hoy ella anhela que él desaparezca de su vida,
pero cuando se cumpla ese deseo, su conciencia devaluada le
impedirá gozar de sus sueños.

Las personas ignoran que la muerte es solicitada como
libertadora de toda esclavitud y de todo engaño. Pero no
es verdad, es solo un pensamiento egoísta,
claro…

Más cuando se concreta la súplica, existe
una obediencia póstuma que nos obliga a replantearnos la
vida y nos conduce por sendas que antes
criticábamos.

El recuerdo que tenemos de los muertos siempre es
superior que sus actos.

Y estas mudanzas suelen aparecer más fuertes en
personas de sentimientos apasionados, tremendos en el odio y en
el amor, celosos incorregibles, envidiosos y vengativos como mi
amante Celia.

Los muertos se transforman en implacables acreedores de
las deudas de amor.

Yo lo sé.

No quiero matar a ese hombre… pero tampoco poseo
el suficiente valor para entregarme.

CARTA A MI MADRE (6)

Lujan, 15 de noviembre de 1983.

Como escribirte madre sin herir tus
sentimientos.

Como escribirte madre sin abrir mis heridas.

No se cuando recibirás estos escritos, estoy tan
confundido en mi parecer que tampoco tengo en claro si quiero que
toquen tus manos alguna vez.

Pero necesito testimoniar mi angustia ante
ti.

Quisiera cobijarme en tus brazos como cuando era muy
niño y esperar a que me acaricies el pelo en señal
que me perdonas. Eso me hace falta.

¿Cuanto tiempo paso entre nosotros madre,
cuanto…?

Toda una vida, señala mi corazón
fragmentado en mil pedazos con tu partida.

¿No tienes pecado por haber emprendido una nueva
vida sin mí…? Todos los días indago a mi
razón emparchada: ¿Por qué no me llevaste
contigo? ¿Que tiempo te hubiese quitado mi
presencia…?

Cuantas mañanas me desperté anhelando ver
tu rostro… ¡Tantas! Que una tarde te dibuje en un
papel que pegue con plasticola en el respaldar de mi cama, nunca
lo supiste…

¿Vos también pensabas todos los
días en mí… allá lejos con tu nuevo
amor tenías tiempo para pensar en mí…
cuantas veces me dibujaste madre… dime cuantas, hoy
necesito saberlo…?

No te imaginas madre como odiaba yo las fechas
patrias… esas donde uno debía representar a
próceres bienhechores y virtuosos, y todos los chicos
llegaban de la mano con sus padres, menos yo, que entraba al
colegio de la mano de la abuela y me dolía, mas a ella
nunca se lo demostré… Pero como hubiese querido
entrar alguna vez de tu mano y que mis compañeros te
vieran, hermosa como una reina… ¿Que hacías
esos días de las fechas patrias… te acordabas de tu
hijo, madre…?

¿Tan mal hijo fui que me dejaste abandonado
madre… tan malo fui?, Dime, confiesa
mujer…

Porque de joven, sobresaltado por las noches, mendigue
ambicioso en mis recuerdos para averiguar que desventura
había cometido para que a los diez años me
abandonaras por otro hombre.

Tu explicarás que te fuiste por trabajo y
también que tu plan era llevarme contigo y luego me
contarás que lo conociste a él y como yo ya estaba
en el secundario creíste mejor no desarraigarme y
terminaras diciendo que después fui yo el que no quise ir
porque estaba de novio…

Reconozco todo este relato, me lo diste a entender
alguna vez… tus maneras lo forjaron en mi mente a
fuego… quemando mis entrañas, pero tu boca nunca se
animó a confesarlo y mi ser necesitó escucharlo de
ella.

Nunca pude confesarte mis penas… será tal
vez por ello que te las escribo.

Hoy que mi destino juega quizá a todo o nada su
última partida, preciso dominar esta biografía, mi
espíritu requiere una salomónica respuesta para
equilibrar tantas emociones encontradas… Amor y odio no
quiero que se mezclen esta vez… este no es un cuento
pintoresco, es mi vida, es tu vida, es mi relación con el
mundo.

Espero para mí bien, que no sepas nada de mi
subsistencia por un largo tiempo, pero, si mi camino no es el que
yo deseo transitar, y me desmorono en el fango de mis desdichas y
temores, quiero escribirte entonces que siempre te ame
madre.

No intento culparte de nada, solo demando que me
recuerdes.

A su vez me obligo en pedirte perdón por lo que
vaya hacer con mi aliento de aquí en más, de lo que
me está sucediendo nadie tiene la culpa, sino más
que yo.

Un beso de tu hijo Luciano

Lujan, 15 de noviembre de 1983.

CAPITULO XXXV

(Colores velados
cegando mis ojos tu rostro se va) Haykus

Luján, 28 de noviembre de 1983.

Busque alternativas, si Dios existe, entonces él
sabe que las busqué.

Más ninguna de ellas me consagraba cierta
eventualidad de tropezar con un oasis que ofreciera un nimio de
quietud a mis martirios.

Y el tiempo parecía correr más de aprisa
en ese lugar de la argentina. En cuestión de días,
de semanas, el cotidiano de la casa se trastoco de tal forma que
nada parecía igual a antes…

Un día te levantabas y escuchabas al pobre
Rogelio despotricar de su bella y deshonrada esposa: ¡Que
lo tenía cansado con sus desplantes, que se vestía
como una rea, que solo le pedía plata y no se cuantas
cosas más…!

Esa misma tarde tal vez, era ella la que te llenaba los
oídos refiriéndose al tipo, injuriándolo por
pusilánime, pasado de moda y tonto: ¡No aguanto
más a este imbécil, su aliento me desagrada, me
produce vómitos… y encima cada día
está más amarrete… no sé como pude
casarme con un viejo así… me da
asco…!

Mis mañanas perdieron ese encanto laboral y de
complicidad que hubieron lograr ensayar alguna vez.

Mi patrón había envejecido un siglo, ya no
se llegaba todas las mañanas por su chacra y cuando lo
hacía, su humor no era el mejor, más conmigo nunca
se degustó o tuvo un desencuentro porque siempre
evité algún roce, aunque tuve ganas, varias veces,
en mandarlo a la mierda.

Pero el engañado daba lástima.

Era visible que sus continuas discrepancias con Celia
estaban menguando su psiquis y su semblante. Ojeroso y mal
trazado en su vestimenta era una mala fotocopia del tipo que
meses atrás me había ofrecido trabajo.

Tampoco le animaba como antes su labor en el predio,
apenas si lo hacia de compromiso, tan así era que
empezó a delegarme tareas que por lo general se encargaba
él, como suministrar hormonas de crecimiento a los
almácigos de plantas de interior o separar de las plantas
madres los mejores brotes para trasplantar.

Si hasta me confió que le preparase un importante
pedido de más de mil trescientas plantas y árboles
que pasarían a buscar en apenas una semana.

Un par de veces se apareció por la noche,
después de la cena, siempre buscaba un pretexto que
justificara su viaje, pero el único motivo que le
urdía era el de sentirse acompañado y tomar buena
cantidad de vino.

En el presente de Celia no era más
halagüeño que el de Rogelio.

La pelea matrimonial también había
trastocado su retorcido genio y por osmosis, ese mal humor que
asediaba su halo, se transportó a nuestra
relación.

Al igual que su cónyuge, sus visitas a la casa se
hicieron más espaciadas, día por medio o a veces
cada dos días. También los espacios de tiempo de
las mismas se redujeron, y eran mas las veces que
discutíamos por sus berrinches, que las que
hacíamos el amor.

Mi amante se había convertido en una mujer
insoportable, con una idea fija en su cabeza, en su razón:
Que yo mate a su marido.

Escudriñó mil intentos para quebrar mi
postura, falseo convencimientos, rebuscó actitudes,
negó circunstancias y amenazó mi paz de manera
cotidiana con desplantes y aflicciones. Todo ello mi organismo lo
pudo digerir, pero, cuando la malvada instaló dentro de
mí esencia, el temor a ser atrapado, doblegó sin
titubeos mi resistencia.

Una tarde polémica de noviembre, fría para
esa época del equinoccio y tan oscura que parecía
la noche, estando dentro de la casa escuche el sonido del motor
de un auto que se detenía frente o cerca de la granja, al
instante sonó un bocinazo que replicó en el monte,
me asomé sigiloso, para espiar por la ventana del comedor
y se me heló la sangre cuando observé un patrullero
estacionado frente a la tranquera.

Me presentí morir.

Intenté deslizarme hacia atrás, pero las
piernas no me respondían. Quedé inmóvil. Mi
cerebro fragmentaba información por doquier pero mi cuerpo
no atendía sus mensajes.

Tanteando salir de esa sala, me lleve por delante una
silla y también derribé la pava apoyada sobre la
mesa.

Percibí voces y quebrantado mi espíritu,
pretendí espiar de nuevo lo que sucedía afuera. Fue
cuando la vi.

Celia bajaba del patrullero, saludaba con su mano
extendida a los policías y entraba a la chacra como una
reina.

Advertí, sumergido en la espesura del espanto,
como mi corazón reanudaba su latir dentro del
pecho.

Ella se presentó ante mi espectro como si nada
hubiese sucedido, moviendo su culo de acá para
allá, burlándose de mi palidez.

"Se descompuso el auto y justo pasaba mi amigo,
así que le pedí que me acercara… no pasa
nada… nunca va a sospechar de mi…".

Celia me estaba advirtiendo con esa insólita
actitud.

Cada vez que podía ella cerraba caminos adrede y
su imposición y modos se volvían abusivas,
imposible de sostener por mi virtud.

Pero las sorpresas de esa tarde no terminaron con ese
deliberado episodio, al contrario, dos horas más tarde
otra vez apareció el móvil policial y volvió
a tocar bocina frente a la tranquera de la granja. Mi alma de
nuevo fugo de mi cuerpo, mientras ella, muy suelta de boca
mencionó:

"No te preocupes amor… son los chicos… es
que les pedí que me pasasen a buscar en dos horas para
llevarme al pueblo y bueno… parece que tuvieron
tiempo".

Se acercó a mi cuerpo petrificado, creo que me
beso en la mejilla y dejando escapar risitas absurdas se
marcho.

Dio unos pasos por el pasto húmedo rumbo al
acceso en donde la aguardaban sus amigos de uniforme, más
a poco de andar les hizo una señal clara como
pidiéndoles unos minutos más de espera,
volvió entonces sus pasos, entró a la sala y me
dijo con ceño serio:

"No quiero esperar más tu decisión…
así que pensá en algo"

Cerró la puerta y se marcho con pasos
firmes.

CAPITULO XXXVI

(Lo mejor de la
vida, es no saber para que te sirve) Haykus

Pergamino, 20 de noviembre de 1983.

Noviembre se estaba despidiendo ataviado de un halo
democrático a pesar de los amagues continuos de
salvoconductos y amnistías inadmisibles que la dictadura
intentaba obtener en su retirada.

Todos los uniformados del país en mayor o menor
grado se concebían incluidos y enmarañados en esa
pávida huida, así que en su mayoría,
buscaban disimularse entre los ciudadanos comunes y fingir un
espíritu republicano ante todo.

La circunstancia de que el candidato radical se haya
impuesto sobre el peronista, potenciaba en todos los efectivos de
las distintas fuerzas armadas del país, una fundada
aprensión a sufrir un nomológico
correctivo.

Se hacia evidente, en su escasa lógica humanista,
que jamás habían evaluado las consecuencias
jurídicas y sociales, que por suerte sufrieron en los
años venideros.

El pensamiento de Vicente Soriano no estaba ajeno a esta
disyuntiva existencial, que por supuesto lo involucraba en todo
sus campos, no se consideraba forzado por su tiquismiquis, pero
resultaba indudable que tampoco podía desconocer la voz de
su conciencia.

Tal vez por eso creyó conveniente empezar a tener
menos contacto social con el militar que lo estaba ayudando en su
búsqueda, lo consideraba un socio útil pero de
ninguna manera un potencial aliado.

-Decile que no llegue todavía…
después lo llamo…- Fue el argumento que le
ordenó a Romerito cuando éste le dijo que
Rodríguez Paz estaba al teléfono. Se moría
de ganas por saber el motivo de la llamada pero atento a su
especulación procuraba que en la comisaría nadie lo
vinculase con el jodido jefe militar.

Se hizo el distraído un rato y sin avisar a nadie
se retiró de la delegación pública para
buscar una cabina de teléfonos y charlar con su
incorporado a la investigación.

No hubo nada nuevo.

El milico simplemente quería informarle del
dueño de un hotel que decía haber hospedado al
sospechoso hacía un par de meses atrás, pero
aseguraba que nunca más lo cruzó. También le
comentó que en dos días sus hombres
empezarían un rastrillaje por las zonas aledañas a
la ciudad, lo que comprendía varias chacras y barrios
adyacentes al casco urbano. Se cruzaron saludos y se
despidieron.

Vicente regreso a la oficina masticando una cuota de
ansiedad, no común en los hombres de su experiencia pero,
le era inevitable sentir de esa manera por que su olfato de
detective le apuntaba a que se hallaba muy cerca de toparse con
el asesino de Mabel.

Toda su materia intuía que era cuestión de
días… su instinto le sugería mantenerse atento en
los detalles, su razón lo estimulaba a meditar sobre sus
pasos y displicente, controlar los impulsos y estar preparado
para la exposición final.

Su informador de Rojas, el principal Sosa, le aseguraba
que por el pueblo todo estaba en calma.

Tanto Estela como su padre no se habían movido
mucho de la aldea esos meses, tan solo una o dos veces el negro
como le decía el petiso, se había llegado hasta la
Capital Federal a buscar mercadería para su taller
metalúrgico.

El uniformado lo tenía bien vigilado al suegro
del sospechoso, había sobornado a un empleado del taller
que en otros tiempos fue amigo de lo ajeno y habitué de
las frías celdas de la dependencia policial Rojense, para
que se apegara a Vitela lo más cercano posible y
así poder mantenerlo informado de todos sus movimientos o
de su familia y el buchón aparentemente le estaba
rindiendo en forma considerara.

En la ciudad de La Plata, la otra punta de su mapa
experimental, también estaba controlada, había
conseguido que un colega, compañero de su
promoción, espiara de manera espaciada, los movimientos de
los dos empleados del Banco amigos de Giovanini.

Vicente pensaba muchas veces en la provincia de Entre
Ríos, para ser mas exactos en la madre del asesino. Su
amigo el juez Lagos, la había citado por intermedio de la
comisaría del pueblo mesopotámico y como era de
prever, le habrían tomado declaración testimonial
en el juzgado de Concordia.

"Pobre mujer", pensó entonces Vicente
sensibilizando su lógica, "apenas ligeramente sabía
que su hijo se había separado, suponía aún
que todavía trabajaba en el Banco y a decir por los
conceptos vertidos de los fiscales que la interpelaron, en la
entrevista nunca pudo salir de su asombro y se marchó del
tribunal imaginando que toda la acusación que se
vertía en contra de su hijo, solo se trataba de un mal
entendido, que era una equivocación de la
justicia".

¿Que le había pasado a este personaje
Luciano, cuando enloqueció? Se repetía de moso
reiterado, sin mucho éxito, cuando buscaba escarbar en la
personalidad del reo.

"Todas aquellas personas que de alguna manera
tenían un vinculo con su persona, todos, llámese
entorno familiar o íntimo y también aquellos otros,
el de sus amigos de trabajo o sus compañeros de estudios y
hasta esos de llegada mas etérea, como pueden ser los
vecinos circunstanciales a quienes entrevisté, coinciden
en señalarlo como una buena persona, templada,
pacífica, moderada… ninguna refleja en esas
consultas una sospecha sobre su proceder", consultaba
extrañado a su noble conciencia, inquiriéndole a
ella las herramientas que resuelvan tantas
controversias.

¿Que estalló en su cabeza…?
¿Como puede un hombre ahorcar sus
hábitos?

¿Qué demonio le invadió su psiquis
hasta convertirlo en un sayón?

CARTA A MI CONCIENCIA (7)

Luján 28 de noviembre de 1983.

Yo no soy bueno pero tampoco soy malo.

Ni Dios ni diablo.

Yo soy ateo o lo era, hoy estoy confundido, pero el
diablo no es ateo, su verdad está en las antípodas
de esta concepción.

El está persuadido, más aún que
cualquier mortal, de la existencia del Supremo, porque alguna vez
lo vio actuar, estuvo cerca de él, fue parte de su
creación… sabe de sus dogmas más que los
teólogos que muchas veces deben descansar sus conceptos en
puras fantasías silogísticas.

El diablo por definición no es partidario del
ateísmo, porque su existencia depende también de la
fe del hombre.

Los ateos como yo no nos planteamos ofenderlo o
desobedecerlo, los ateos como yo nunca cometemos sacrilegios, tal
vez estemos condenados de por si a su reino…pero nos
entregamos mansamente, sin dar lucha.

Por eso nos odia más.

Podría afirmar también que Dios sí
es ateo.

Pues la fe reconoce una analogía entre el devoto
y el objeto de la creencia, pero Dios es Aquel que es… y
ningún otro ente se halla por encima de
él.

Dios no necesita tener fe, Dios no cree en
nada…

En cambio Lucifer esta forzado a creer en Dios:
él es un teísta.

Yo sé que estoy más cerca de Satán
que de Señor… como David en el libro de las
Crónicas, cuando dominado por Satanás, censa a los
israelitas.

Si mi suerte esta designada por el Señor digo
entonces que Dios emplea a veces medios
diabólicos.

El me ligo a esta suerte y ahora quiere mi
condena…

"Sed prudentes como las serpientes y sencillos como las
palomas" dijo el hijo de Dios a sus
apóstoles…

Si la paloma es el Espíritu Santo y la serpiente
es Satanás… me pregunto entonces ¿Dios, el
Supremo, me aconseja a que imite la prudencia (astucia) del
diablo…? Cual es entonces la diferencia entre las artes de
uno y otro… las que marca mi conciencia o las que me
deponen las leyes terrenales…

Mañana he de tomar una decisión… no
sé si será sabia… no creo en este apotegma,
porque mi razón se interpone a toda lógica, pero
debo estar convencido que la que acepte tomar será la
mejor para mí espíritu.

Lujan, 28 de noviembre de 1983

CAPITULO XXXVII

(No
soportaría la eternidad con mis ojos abiertos)
Haykus

Luján, 29 de noviembre de 1983.

Ese jueves, veintinueve de noviembre, lo llevo
registrado en mi retina desde el mismo segundo que abrí
mis ojos.

La luz del sol trepo esa mañana por la ventana de
mi pieza muy lento, en un amanecer renegado y caluroso, me
levante sin prisa pensando que las horas venideras
resultarían abrumadoras para mi
espíritu.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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