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Domino – Una trampa sin salida (Novela) (página 8)




Enviado por roberto macció



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Intenté despertar, en el lavatorio del
baño, el semblante de mi rostro agotado, posteriormente,
quedé contemplándome al espejo por largo rato. Me
examinaba impávido como si la figura que reflejaba aquella
luna manchada de oxido no fuese auténtica, sino un
fantasma de aquel que una vez había sido.

Me asombraba al repasar como una cinta de cine, que
rápido había rodado mi vida esos últimos
cuatro meses. Pasmado por tantos momentos inesperados que
habían obrado en ese transcurso de tiempo, me resultaba
imposible no indagarle a mi destino la típica
pregunta:

¿Que hubiese sido de mi espíritu sin ese
papel escondido en mi mano?…

Un interrogante cruel de mi desdicha mundana, nacido
desde el mismo embrión del engaño… sé
que tuve una oportunidad de perderle, más mi avaricia y mi
ego se mostraron condenables a la hora de razonar y
todavía sigo costeando irremediablemente las crueles
consecuencias…

Pero esa alba entusiasta, brinco mis planes inmediatos
en piezas de un rompecabezas, y yuxtapuesto al fruto de rencor de
amante, escarbó para revelarme ignorados atajos que me
alejaran de tanta frustración.

Mi razón galopeaba fulgorosa entre mis opiniones
promiscuas, y sin estancarse en detalles, abrigó una
aspiración para intentar conquistar esa otrora
sensación de paz que alguna vez mi alma había
desfrutado.

Mis manos rápidas no perdieron tiempo y buscaron
un papel donde ponerse a redactar, encontré mi bloc de
hojas y abordé mi escrito, en primer lugar fije la fecha,
pero no…ese no era mi estilo, así que lo
rompí, hice un bollo y lo arrojé al piso, a mi
segundo intento lo encabecé con un título, como
hacía con todas mis cartas guardadas, esas que nunca
mandaré a nadie, pero esta vez era distinto, si la
entregaría a su destinatario, así que
puse:

"Para Rogelio, el mas inocente en esta historia
infeliz"

Y generé de un tirón, todo el texto. Al
finalizarlo lo feche y rubrique como Marcelo
Paús.

Minutos después llego a la chacra un
camión de transporte de la Capital Federal, para retirar
el importante encargo que ya estaba preparado en cajones de
encomiendas.

Rogelio cayó en la chata una media hora mas tarde
cuando yo, junto a los chóferes estaba acomodando el
pedido.

En un poco más de cuarenta minutos, todas las
plantas se encontraban estibadas de forma correcta dentro del
acoplado del Escania.

No me inquieto verlo llegar, al contrario, me
sentí gustoso con su presencia. Ante mis ojos, él
se transformaba en esa jornada en una especie de llave maestra
que finalmente, me liberaría de esa gran jaula en la que
me sentía acorralado.

A mi patrón se lo veía de un humor por
demás agradable. Es que esa venta sin duda, se
convertía en una cardinal transacción que le
aseguraba un año de holgura económica.

Paseaba sin tapujos sus dientes amarillentos frente a
todos los presentes y se festejaba chistes viejos y
trillados.

Yo también me reía de su contento y
disfruté ese mediodía como pocos en la
granja.

Cuando los comisionistas dejaron el predio, Rogelio se
sentó en la mesita de la galería y acomodó
parte del fajo de billetes grandes que le habían dejado
como paga. Contaba y recontaba la pila de dinero, separo entonces
un par de valores y me lo entregó
diciéndome:

"Toma Marcelo, te pago esta quincena y la que entra
adelantado… así no te quejas…" y otra vez se
hecho a reír sin criterio ni gracia.

Mientras agradecía su gesto pensaba en lo que le
había escrito en su carta… "Me quede corto con este
pelotudo" pensé… y comencé a sonreír
a la par de él.

Celia esa tarde apareció en el labrantío a
una hora temprana, poco usual en ella en esos
días.

Su disposición era por demás amable, se
podía decir que estaba acorde al temperamento que
había destellado su marido esa mañana. Se
advertía en su talante, que la significativa
operación mercantil, le había sentado de maravillas
a su genio.

Me imagine que tal vez hasta se había permitido
hacer el amor con Rogelio.

La tarde se mostraba tan equilibrada como mi
suerte.

Busque no entrar en un diálogo paranoico que
pudiese romper la diacronía de mis ideas.

Quiso besarme y la bese, quiso amarme y la
amé.

Tiernamente, como antes, la sostuve entre mis brazos
para contemplarla. Fui robándole el cinturón de
cuero que custodiaba su magnifica cintura mientras ella se
desclavaba sus zapatillas altas, su fino sueter fue la primera
prenda que rodó como un guijarro hacia el vacío. Su
tensa piel se erizada en cada una de mis caricias.

Me envolvió con su mirada de Clío y
proyectando con sus labios una liturgia necesaria, fuimos
atiborrando el aire con un muestrario de vahos húmedos que
brotaban de nuestros cuerpos.

Nos contagiamos suaves, de ese temblor rítmico
que fue creciendo dentro nuestro hasta rebasar el cenit de los
misterios. Cada uno en su gozo, para arribar juntos en ese
nirvana emocional que nos esperaba en el último
respiro.

Celia volvía a ser esa tarde mi amante y
volvía a mí para despedirse.

Después, todavía sentados en la cama, le
ilustré de mi plan y sin decir palabra, suspiró
esforzado, tomó mi mano y la beso en sosiego.

Al rato se marchó tranquila, ya no reinaba en su
boca esa risa contagiosa de la primera tarde, en cambio su efigie
trasmitía una ecuanimidad que asustaba los ojos de
cualquiera.

Desde mi puerta semiabierta, todavía desnudo,
contemple como su figura se perdía entre los verdes de las
hojas y los azules de los jazmines, me permití
entristecerme con su ida… pero era una
determinación que ya estaba resuelta dentro de mí y
era imposible dar marcha atrás.

Me entretuve un buen tiempo separando la ropa que
pensaba llevarme y luego la embolsé en la vieja valija
marrón.

Lo que en ella ingresara me lo llevaría, el resto
de mis pertenencias solo sería un recuerdo. Calculé
en incendiar ese sobrante para no dejar huellas sueltas… y
fue así que deje preparada una pila de ramas y troncos que
carbonizaría junto a la ropa la tarde
siguiente.

Por último, antes de caer definitivamente el sol,
me llegué hasta el cuarto de herramientas, sabía de
antemano lo que buscaba, así que del segundo estante baje
el polvo amarillo y lo lleve a la casa.

CAPITULO XXXVIII

(Te perdí
muchas noches pero siempre busqué en el alba)
Haykus

Luján, 30 de noviembre de 1983.

Los viernes por lo general, catalogaban con mal puntaje
en mi reciente calendario, y aquel no sería, una
excepción a esta regla.

Esa insufrible fecha fue una catarata pegajosa de
postreras indecisiones, que intentaron inocular mi inmóvil
propósito de supervivencia.

Un día treinta de noviembre baje al pueblo santo
para hacer justicia, debía mi memoria registrar esa
fecha.

No estoy muy convencido de haber dormitado en esa
víspera, porque tengo la sensación que pase
soñando todo el tiempo con mi designio. Algunas horas de
la noche creo haber estado despierto, otras medio cabeceando y
las que restaron, si así fue, medio adormecido o
aletargado, más durante toda la vigilia el único
pensamiento diligente estuvo referido a mi ardid y como
mejorarlo…

A Rogelio le esperé despierto desde las
seis.

El llegó cerca de las nueve. En esas tres horas
mis nervios sacudían a mis hormonas y destripaban mis
penas.

Lo putié apenas alcancé ver a la chata
cruzar el puentecito del arroyo…

Prorrogaba esa sonrisa híbrida pegada en su
cara.

Yo lo esperé sentado bajo la galería,
él se acerco una silla y se acomodó a mi
izquierda:

– Como anda el capitalino…- refirió a modo
de saludo.

-Bien, al pedo hoy… ya regué lo que quedo
en el invernáculo chico y no mucho más… por
ahí a la tarde si quiere empiezo a pasar los bulbos de
agapanto al soplado- respondí sabiendo que me iba a
responder que no.

-No…le faltan un par de días
todavía… el lunes….el lunes empezamos de
nuevo-

Repitió la misma frase con la que se había
despedido el día anterior:

"El lunes empezamos de nuevo"… Y mi conciencia
pensó exactamente lo mismo que la primera vez:

¿Dónde estaré yo el lunes…?.
¿Dónde estarás vos…?

Amago al ratito con levantarse e irse, así que le
convide unos verdes para retenerlo.

Fue un santiamén en donde presentí que
todo lo planificado se derrumbaba de un plumazo… Supuse
que Celia no había tenido las agallas suficientes y se
había arrepentido.

Mientras le cebaba mate replanteaba mis
propósitos y cerca estuve de empantanar mis
intentos.

El a la media hora se levantó apurado y como en
secreto confesó que pasaría por el bar de la ruta,
ese atendido por mujeres traqueteadas y ligeras de
ropas.

Dio un paso hacia su camioneta y otro… y yo
contemplando como se esfumaba la posibilidad de volver a nacer,
por eso supongo, intenté como un último recurso
pedirle que me lleve al piringundín con
él…

-Vamos, yo te invito… ¡Hablando de
invitación…! Que chambón que soy…
Dijo la Celia que te esperamos esta noche a cenar, así
festejamos la venta de ayer… casi me olvido-

El alma me regresó al cuerpo y no pude evitar una
sonrisa tranquilizadora, fiel reflejo al estado de gracia que me
consagraba.

Esa frase era la única que quería
escucharle decir al traicionado y el tonto casi se olvidó
de pronunciarla…

Le contesté de memoria la oración que
había mascullado los últimos dos
días:

– ¿Hoy a la noche…? Que justo, es el
cumpleaños de mi tía, la que vive sobre la
ruta…se acuerda, y ya le prometí que iba a ir a
saludarla… Pero si no lo toma a mal puedo pasar
después de cenar, a tomar un café o una copita de
licor… yo llevo las masas… le parece Don
Rogelio-

-Si mijo…pero que lástima, sino lo dejamos
para otro día-

Que decía el iluso, claro que no se lo iba a
permitir.

-No, faltaba más, voy hoy medio tardecito y llevo
las masas, otra noche me invita a cenar-

-Como quieras Marcelo, pero no lleves nada, no te pongas
en gastos…yo las compro-

– No, voy si me deja llevarlas a mí, es un
compromiso…-

-Bueno…quedamos así entonces, bueno, vamos
dale, que si no se me va hacer muy tarde…-

– Pensándolo bien, mejor vaya usted solo
patrón… mejor me pego un baño y voy al
pueblo a comprarle el regalo para la
tía…-

– Como vos quieras… te esperamos
entonces…-

– Si…voy sin falta… saludos a su
señora y agradézcale la
invitación…-

La mecha estaba prendida y la estela de pólvora
empezaba su cuenta regresiva.

Entusiasmado contemplé como se perdía de
mi vista.

Mi amante desfiló por la granja cerca de las seis
de la tarde.

Su temple transmitía una flemática
proyección de cuánticas dualidades desprovistas de
toda impunidad.

Cuando llegó, apoyó con cuidado extremo
sobre la mesa de la cocina, el paquete de masas que
habíamos acordado la tarde anterior debía traerme.
Las depositó despacio como si se tratase de un pan de
glicerina.

Nos tratamos como viejos conocidos, un beso en la
mejilla, un par de recomendaciones y un "hasta luego"
errático que sonó distante, lejos del mundo que nos
rodeaba.

Rato después, antes que la luz del astro agonice,
recogí las pertenencias que no llevaría en mi
retorno y las calciné en la hoguera
predispuesta.

De pié, al costado de la pira, avistaba como esas
inquietas llamas rojas y azuladas devoraban sin dolor ni piedad,
mis trastos, mis formas y porque negarlo, también algo de
mi esencia.

Asomaron ambiguas dudas sobre mi razón, pero
¿Que más daba? Si ya casi nada importaba en mi
vida… era para mi dominante registrar una
transformación, un maldito giro al hueco derrotero y esa
noche, esa noche de viernes, pretendería lograrlo. Y si
fuese necesario para consumar esta empresa, pactaría hasta
con el mismísimo Pedro Botero.

Una vez que todo quedó convertido en cenizas,
regresé a la casa y dispuse a seguir con la parte
más importante del objetivo. Fui entonces por el paquete
de masas finas y las empapé de cloroformo, luego las
espolvoreé con el polvo letal, sin orientarme mucho de la
dosis que necesitaría para lograr el fin.

Una vez finalizado este paso fui en busca del
vino.

Bautizar el contenido de la botella resultó una
más tarea compleja.

En realidad el primer intento me salió mal,
así que fui en búsqueda de una segunda botella,
armarme de extremada paciencia y con delicadeza procurar insertar
a través del corcho, con la ayuda de una jeringa, una
buena dosis del cloroformo, cuidando en no estropear en
demasía el capuchón que lo
recubría.

La misión estaba en marcha, el misionero
dispuesto.

Cargue la mochila y salí a la ruta para esperar
el colectivo, el reloj del comedor marcaba las ocho de la noche,
antes de abandonar la casa, acomodé en el baño un
segundo espejo para no perder tiempo luego.

El parsimonioso colectivo blanquito, después de
cuarenta minutos de paseo, me depositaba en Zarate y Balcarce, a
tres cuadras de la casa de los Romero.

A esa hora eran pocos los parroquianos que caminaban por
esas calles oscuras, así que me moví con bastante
facilidad.

Me encaminé, antes de pasar por la vivienda de
mis patrones, a la basílica para pedirle al Señor
que esa noche no me abandonase y le diese la osadía
necesaria a mi alma para cumplir con su cruz. Ya se encontraba
cerrada, así que ofrecí mi plegaria desde la
escalinata.

A las nueve y media toqué el timbre de la familia
Romero.

Sabía que ambos estaban dentro.

Había estado espiándolos. Primero, parado
desde la esquina más lejana de la cuadra y después,
dando un par de vueltas a la manzana, caminando despacio y
fumando un cigarrillo, no había vuelto al hábito,
pero esa noche creí funcional y apropiado comprarme un
atado y volver al vicio.

Cuando pasaba frente a la casa me tomaba un tiempo,
dejaba la mochila en el suelo y hacía como que me
acomodaba la campera, así fue como pude ver la figura de
ella por las transparencias del ventanal del comedor.

Todo parecía fácil. Me anime entonces a
cruzar la acera y adelantar el futuro.

Dios estaba conmigo.

Rogelio fue quien abrió la puerta
atendiéndome muy cordial. Otra vez su sonrisa dibujada me
saludaba ese día, me invito a pasar y agradeció la
visita. Celia estaba en el comedor sentada frente a la mesa en la
que todavía se veían restos de la cena.

La contemplé tan bella…

Su rostro de porcelana irradiaba auras de angelical
ternura, como aquella primera vez cuando la descubrí en la
quinta… la saludé, estrechando muy respetuoso su
mano y padecí, como aquella tarde cuando rozó mi
diestra, esa maravillosa quemazón invisible que
adormecía mi piel.

Lucía un holgado vestido de bambula, color
salmón de generoso escote.

Le entregué mis convites y fue inevitable
quedarme mirándola cuando se marcho hacia la
cocina… su bamboleo sedicioso confundía todas mis
astucias, suerte que la voz de él me rescató de
aquel precipicio:

– Llegaste temprano, si sabíamos que
vendrías a esta hora te hubiésemos esperado para
cenar… recién terminamos- dijo mientras yo me
acomodaba en una silla alejada de la mesilla.

– Es que mi tía se levanta temprano y tampoco
quería llegar aquí muy tarde…- fue mi
desabrida respuesta.

Me sorprendí de sentirme tan
tranquilo.

No tartamudeaba ni me transpiraban las manos, se notaba
que mi razón se movía conciente, legitimando mi
proceder.

Celia evitó mirarme una o dos veces y apenas si
me dirigió la palabra, solo el primer saludo y
algún otro bocadillo. No quise que se sienta tensionada,
así que tampoco busque sus ojos y apenas di importancia a
su presencia.

Ella se apuró en levantar los utensilios de la
cena y una vez realizada la tarea, tomó entre sus dos
manos el paquete que le había "traído", se
marchó a la cocina y en unos minutos regresó con
las masitas finas en una decorativa bandeja de plata, tres copas
altas y la botella de vino.

Rogelio parecía sentirse feliz, me daba charla,
hablaba del tiempo, del calor insoportable de ese día y,
cuando ella se encontraba lejos, me cuchichiaba por lo bajo, sus
andanzas de la mañana en el cabaret de la ruta,
también estaba atento a un programa chabacano que pasaba
la televisión local, pero cuando vio entrar al comedor a
su mujer con la bandeja exclamo:

– Que buena cara tienen, yo soy un loco por las masas,
pero, no mas de dos o tres me recomendó el
médico-

Y ahí nomás se comió dos, yo
empecé a transpirar un poco.

Me encargue de servir el vino y propuse un brindis por
la venta concretada. Los tres levantamos entonces las copas y
bebieron… ellos, yo apenas humedecí los
labios.

Mis antenas mentales buscaron de inmediato,
señales en sus rostros… pero nada sucedió.
Me levante del lugar y fui en búsqueda de la mochila, con
la excusa de buscar los cigarrillos.

-No sabía que fumabas Marcelo…-
indicó Rogelio mientras inspeccionaba una bomba de
chocolate.

Ella tomó la bandeja y sonriéndome me
convidó a que tomase una masa.

Mientras extendía su mano me miraba firme a los
ojos. No soslayé su visual, busque con las manos
humedecidas, una de las que estaban en la esquina marcada muy
suave con un trazo celeste. Sabía que esas estaban
limpias, eran pocas, cuatro o cinco, no más, las
había dejado sin decorar en esa punta para
acompañar a mis invitados y no levantar sospechas
innecesarias. Y también por las dudas, si las
pequeñas molotov no hacían el efecto esperado y
solo les daban un susto, entonces yo podía decir que las
masas no eran, porque también las había
probado.

Elegante, o tratando de serlo, levanté una
palmerita, Celia dijo entonces:

– Hay…esa la quería yo…
elegí otra…-

Habíamos arreglado que ella fingiría un
dolor de estómago y por eso no probaría las
masas…

Si alguna esperanza le quedaba a su destino, esa actitud
la deshizo. Su suerte estaba sellada.

Volvió a sonreír con picaresca, mientras
yo buscaba otra limpia para llevarme a la boca.

Rogelio por suerte estaba en otra cosa…
bebía y comentaba de la suerte que había tenido en
conocer a ese comprador de Buenos Aires.

Abrí sin que se percataran la mochila y busque
con mi mano la botella de sedante. También deje a mano un
trapo de toalla que había llevado de ex
profeso.

Le convide de nuevo vino a ambos y propuse otro brindis,
ahora por haberlos conocido, ella alzo su copa.

Me era inevitable recordar, mientras la miraba beber,
como había diluido con sal de ácido
cianhídrico y cloroformo todo el brebaje.

Mi cuerpo estaba sin apetito y mi mente
hambrienta.

Sus organismos en cambio, parecían estar alegres,
comían y bebían riéndose de no se
que… yo paciente tal cual una araña que espera a su
mosca.

Todo era una cuestión de aguante y a mi presente
le sobraba tiempo…

El primer síntoma no tardó en
llegar.

El color del rostro de Rogelio fue tornándose,
hasta tomar un color amarillento apagado, parecía un
muñeco de cera.

Ahora la dicharachera era Celia, percibía su
figura parlanchina sentada frente a mí más, todos
mis sentidos vibraban vigilantes en esa cara en pleno proceso de
transformación cadavérica

Yo lo miraba de reojo, atento, y noté cuando
él, siempre envuelto en su sacro silencio, fijó su
vista en un punto indefinido de la pared que tenía
enfrente… así se mantuvo unos cinco segundos hasta
que, sin decir una palabra, se levantó de su silla y
caminó hacia el baño. La sentencia se había
puesto en marcha.

Desde mi posición noté como trastrabillaba
cuando tomó el angosto pasillo. Se ayudaba extendiendo sus
brazos contra las paredes para mantener el equilibrio. Su tiempo
entraba en una especie de cuenta regresiva, yo no solo era
testigo de ello sino el mentor de su destino. Esa noche yo no
podía esperar, deseaba que todo pasase en forma
rápida, no toleraba en ese instante un silencio, una
tregua, en el aire se había soltado mi locura y ya era
imposible enjaularla.

Celia, de espaldas al pasillo y al mundo, no notó
los síntomas de Rogelio, al contrario, siempre sonriente,
aprovechó su ausencia para apoyar dos dedos sobre sus
labios y tirarme un beso, entornando sus ojos.

El cuerpo tambaleante de él, cruzó el
corredor y se zambulló en la alcoba.

Gesto adusto, sus manos abrazando su estómago.
Fue un instante, un segundo, décimas de vida; más
bastaron para observar su rostro blanco y transpirado, su mirada
ciega cruzándose con la mía, su última
mirada, su última imagen

Me quedé un tiempo imposible de precisar, mirando
muy atento el tenebroso corredizo por sobre el hombro de Celia.
Mi mente asustada, imaginaba que en cualquier instante, mi
Patrón saldría por él arrastrándose,
maldiciéndome y extendiendo sus brazos para
estrangularme.

Pero ese episodio nunca ocurrió.

Le pedí permiso a la anfitriona para pasar al
baño, pero creo que ella ni se enteró. Estaba
aturdida. Moviéndome con libertad, tomé mi mochila
y llegue hasta la habitación matrimonial, la luz tenue del
velador estaba encendida, el tipo estaba tirado en la cama, sus
ojos abiertos parecían acusarme, no quise perder tiempo y
dudar, así que resuelto, busque la toalla dentro del
bolso, la empape con el narcótico y le tape totalmente el
rostro, apenas si intentó una inútil resistencia.
Al segundo estaba inmóvil. Regresé a buscarla a
ella.

Celia fue más resistente a su destino.

En algún momento me preguntó por
él. Y como no le contesté, se puso de pié y
se llegó hasta la puerta de la pieza.

Pensé en un grito, en la histeria, en un
escándalo. Me invadió entonces un álgido
sudor, sufría sintiendo como la adrenalina escapaba por
mis poros.

En un acto reflejo también me paré, con la
clara intención de detenerla, pero Celia me volvió
a sorprender, como en esos últimos meses…
volvió sus pasos por la vía de la muerte, siempre
con esa sonrisa dibujada en el rostro, mientras, hacia
señas que Rogelio estaba dormido.

"Se quedó frito" mencionó, y nunca antes
le había escuchado una verdad como esa.

Sin perder tiempo me abrazó y me beso profundo,
hasta apoyarme junto a la mesa.

La tomé por la cintura y apreté fuerte su
cuerpo al mío. Ella susurraba algo en mi oído
mientras yo bajaba lentamente mis manos buscando sus piernas.
Bastó que besara de manera delicada su cuello desnudo para
que sus muslos tensos se permitiesen abrir a mis caricias.
Enredamos nuestros cuerpos descubriendo en silencio, una vez mas,
todos nuestros rincones. Jugué con su ropa interior hasta
humedecer mis dedos. Ella agitada, se extendió sobre la
mesa sin dejar de abrazarme.

Lo haríamos ahí, en ese altar
improvisado.

No había sido lo convenido entre
nosotros.

El plan esgrimido por los dos era el de librarnos ambos
de su marido y dude… como buen amante, hasta último
momento en no alterarlo…pero, cuando me convido la masa
frente a él, no sé si para probarme o tal vez
simplemente como gracia, entendí que esa mujer era
incorregible y siempre, mas allá de sus sueños,
jugaría de forma riesgosa con su suerte y por ende
también con la mía. Así que decidí no
apartarme en una pizca de mi objetivo.

La hice mía por última vez, para siempre,
sus gemidos reprimidos mordían mis hombros entre sollozos
y sus uñas estriaban mi espalda con saña, con un
odio profundo, fuerte, inenarrable, indudable que germinado de un
inefable amor.

Fue un encuentro breve pero intenso, que nos
aceleró a ambos la respiración e hizo estallar
nuestras arterias… jadeando sobre su piel transpirada la
bese en la boca, su aliento espaciado, exiguo, indicaron que ya
se encontraba inconsciente.

Celia se merecía ese adiós.

Su cuerpo tieso, con impresiones avanzadas de un color
amarillento…se abrazaba todavía a mi cuello como si
no quisiera despedirse, como pidiendo que me quedase… su
rostro orgulloso y sereno se esforzaba por mantener la
expresión placentera de sus labios rojos.

Me separé con mucho cuidado de ella, me
acomodé la ropa y sin pausa, traté de culminar la
tarea.

Mi espíritu brillaba tranquilo en la penumbra de
aquella casa.

Primero fui en búsqueda de la botella de
cloroformo, empapé de nuevo la toalla y la froté
otra vez sobre el rostro de Rogelio primero y en el de ella
después. A él lo acomodé en el piso de su
alcoba, me costo moverlo así que me limité solo a
sacarlo de la cama.

Después fui en búsqueda de Celia,
alcé su cuerpo entre mis brazos y tratando de no golpear
su cabeza, que colgaba hacia un lado, lo trasladé hasta el
dormitorio matrimonial recostándolo sobre el
lecho.

La desnudé por póstuma vez…
parecía una ninfa durmiendo en su olimpo, amarré,
con un par de sogas que llevaba en la mochila, sus pies y sus
manos a la cama, en posición de
estacada…

Me dedique luego a buscar el dinero de la venta.
Sabía, porque ella me lo había dicho en varias
oportunidades, donde guardaba Rogelio su plata, así que me
resulto fácil descubrirla, estaba dentro de un tarro de
chapa, de color verde, similar a los que sirven para guardar
galletas, sobre el segundo estante de la alacena.

El efectivo era mayor a lo que había imaginado y,
desde ese mismo instante, se convertía en el mejor aliado
para buscar un nuevo horizonte a mi destino.

Por último escarbé en el bolsillo de mi
campera para encontrar la carta que tenía preparada y la
deposité sobre una de las mesitas de luz.

El sobre grande rezaba en trazo ancho y rojo:

"Para Rogelio"

No era una esquela extensa, más bien escueta, en
sus líneas pretendía, entre otras cosas, pedirle
disculpas por el robo del dinero. Exprese mis argumentos sabiendo
de antemano que él nunca aprobaría ese accionar,
pero de todos modos, ya estaba hecho y no intentaba en esa misiva
lograr su perdón.

En el resto de la epístola le relataba en grandes
trazos mi relación con su mujer.

Nuestro amorío, nuestros encuentros, fechas,
horarios… y por supuesto, le contaba acerca de la tremenda
presión que Celia había tratado de ejercer para que
yo le quitase la vida a él.

No expuse datos de quien era realmente, pero deje
constancia que ella si estaba en conocimiento de que yo
había matado a una persona y por eso me presionaba,
también agregué que sus deseos, a los que
califiqué como utópicos, dado de quien
provenían, eran de vivir el resto de su vida
conmigo.

Anoté en una especie de pos data, secretos e
intimidades de su matrimonio que Celia había comentado en
alguna charla informal, para, que una vez despierto, no tuviera
dudas de que le estaba diciendo la verdad.

Terminada mi estrategia bese a mi amante en la frente y
dejé a su tiesa humanidad descansar.

En aquel momento me sobresalto pensar que, si mi dosis
de veneno y cloroformo había sido demasiada,
existía la posibilidad que ellos, marido y mujer, nunca
más se despertasen y me molestó descubrir esa
posibilidad, porque si así ocurría, él nunca
se enteraría de la traición de su adultera y ella
no sentiría jamás el peso de la culpa en su
alma.

A la quinta volví caminando.

Antes de salir de la casa de los Romero, bien entrada la
madrugada para evitar las miradas indiscretas de los vecinos por
las persianas, acomodé un poco la cocina para tratar de no
dejar rastros. Lavé el vaso que había usado y
guardé en la mochila las masas que habían sobrado y
también la botella de vino que luego derramé por el
camino de regreso.

A las masas en cambio me preocupé por enterrarlas
o quemarlas en la granja, que en definitiva fue lo que hice
apenas llegué. Mas tarde me arrepentí de haberlo
hecho apenas llegado…pues se la merecían unos
malditos cuzcos, que con sus ladridos, no me dejaron en paz y
alborotaron todo el campo.

Cerré con llave la morada de mi ex patrón
y de mi ex amante por fuera y luego la deslicé suave por
debajo de la puerta, cuestión que cuando la derribasen o
esforzasen para entrar, se creyese que estaba puesta por
dentro.

No se cuanto tiempo demoré en llegar a la granja,
una caminata normal desde el pueblo demandaba casi dos horas,
pero esa última noche Lujarense no pude haber tardado mas
de una.

En todo el trayecto mi intelecto apabulló con
interrogantes inútiles a mi conciencia. Por lo tanto,
forzoso mi espíritu, debió lidiar sin pruritos
contra la libertad del ser que forjaba por tener una nueva
oportunidad.

Si bloquee mi moral en función de sobrevivir, no
me arrepiento de ello. Soy un animal por naturaleza, por instinto
y por definición.

Y si en el viaje de regreso pensé de modo fugaz
en ellos y su suerte, fui conciente que de la forma en que
había resuelto el problema, era la correcta y la
más indicada atento a mi delicada
situación.

A ella por ser una mala amante, traicionera a su
condición.

Que es una amante, sino esa mujer que durante un
día, un año o toda una vida, simula ser la mejor
esposa y la mejor compañera.

Ella en su condición de adúltera,
persiguió en su transgresión mejorar su
situación económica, cuando la mayoría de
ellas lo hace por el placer de ser logradas o en busca de un
amor.

A él, por el simple hecho de salvarlo de
ella.

En definitiva, lo único que yo hice fue poner sus
destinos frente a frente. Sus egos tenían ahora la
posibilidad de desafiar sus verdades.

Cuando traspase la tranquera, lo primero que hice, fue
dirigirme hacia la guardilla de herramientas para buscar una pala
de punta y enterrar el resto de las masas envenenadas.

Pretendí darle un baño a mi cuerpo que
sudaba y olía a miedo. Pero no lo hice, sentí
temor, temor pensando que alguno de los dos podría haberse
animado de su estado de inconciencia y dado aviso a la
policía.

Otra vez perseguido… otra vez corriendo y
escondiéndome del mundo. Más juré que ese no
sería de nuevo mi destino, no lo
permitiría.

Solo me lave las manos y la cara. Pensé en
raparme la cabeza pero lo deje para otro día.

Separe el dinero, guardando la mayor parte en el bolso y
sin perder más tiempo deje para siempre esa
propiedad.

Otra vez la noche era testigo de mis desamparos y
adversidades despóticas, otra vez bolso en mano buscando
horizontes ajenos.

Caminé por la orilla de la ruta seis rumbo al
pueblo de Navarro, todo era oscuridad alrededor de mi…todo
era oscuridad también dentro de mi.

Plenamente reflexivo especulaba, en esa forzada caminata
nocturna, que la ley me estaba buscando para corregirme, para
penarme… tenía pues que medir en forma muy
detallada, cada una de mis acciones y no cometer ningún
fallido.

No podía ni debía entonces, intentar
conectarme con alguna cara de mi pasado… ellas
seguirían dormitando hasta que mi alma despertara
algún día serena y fresca, limpia de toda
pesadumbre y martirio.

Lamenté fuerte, haber afrentado a Marcelo
Paús… su ángel merecía eterna
beatitud, pero no tuve en el control de su porvenir, la
viabilidad de ambicionar otra intrepidez.

Era muy probable, que al pobre personaje también
se lo empezaría a buscar después de la denuncia de
Rogelio…

Me permití teorizar como llamaría a mi
nueva sombra. Soy completamente sincero si confieso que era
aquella indagación una sosería de mi parte, porque
visto el enmarañado jeroglífico en que me hallaba
sumido, el mote de mi nuevo dignatario resaltaba algo
insignificante, menor, más presumo, que solo se trato de
una superflua pesquisa, simplemente una forma de minimizar el
estremecimiento que me asediaba en aquellas horas.

Inoperante o no, el tema me valió para no asumir
aquella actualidad tétrica y cuando quise darme cuenta, me
encontraba frente a una parrilla rutera, emplazada a unos diez
kilómetros de la chacra. La cerrazón comenzaba a
iluminarse en el horizonte marcando el advenimiento de un nuevo
amanecer campero. Calcule que serían las cinco y pico de
la madrugada.

En la fonda se divisaban unos pocos paisanos que
abordaban su improvisada infraestructura y se tropezaban acodados
en el mostrador de tablones alrededor de una clásica
botella de grapa, esperando sin apuro que el alcohol le marcara
la hora de regreso a sus casas.

Yo me paré a unos veinte metros de la escena,
buscando descansar un poco mis piernas medio acalambradas, y
también, porque no reconocerlo, tratando de acomodar un
poco mis insurgentes pensamientos.

Fue entonces que observe sin prestarle mucha
atención, estacionar a un auto sobre la vera de la ruta
casi a la altura de los parroquianos. Al instante uno de ellos se
acercó al vehiculo y por los ademanes que realizaba
parecía indicarle al chofer una
dirección.

Mi razón solo se abstraía pensando en como
esfumarme de aquella zona marital. Mi primera especulación
fue la de llegarme hasta el pueblo de Navarro y desde allí
subirme a algún colectivo que me depositará en una
provincia limítrofe, había meditado que
podía ser Santa Fe o Córdoba.

Si no fuese por lo incierto que es nuestro futuro,
nuestro destino, que poco valdría la pena de ser vivida
esta vida…

Y que inusitada y asombrosa sensación de
placidez, de pleno goce, advertimos cuando estalla y excede en el
alma la providencia, cuando todo se paraliza de nuevo y la
aleatoria impronta del eventual escandaliza la
ilusión.

En esta historia mía, otra vez, el hado
resucitó entre mis sombras y se enredo en mis piernas, y
como sucedió en alguna ocasión, una voz
buscó mi respuesta:

-¿Puedo hacerte una pregunta?-

Estoy seguro que mi cuerpo se tensionó ante
aquella voz, y también estoy convencido que el
interlocutor recapacitó en ello porque agregó sin
que yo todavía abriese la boca:

– Perdóname… creo que te
asusté… no fue mi intención hacerlo…
solo quería hacerte una pregunta…-

Una señora cuarentona me parloteaba desde la
ventanilla a medio bajar de su coche. Era la misma que
hacía unos instantes se había detenido en el asador
espontáneo del camino.

– Perdóneme a mí. No la vi cuando
estaciono y sí, es cierto que me alarmó…
estaba pensando en otra cosa, ¿Que anda buscando
señora?-

– Sabes como debo hacer para tomar la ruta que me lleve
a Lezama, creo que es la dos…

Miré hacia el interior del vehiculo y
divisé que en el asiento de atrás dormitaba un
niño tapado con una abrigo.

-Si claro que sé… mire que casualidad, yo
voy para allá… Tiene que seguir hasta casi la
entrada a Luján, ahí se va a encontrar con unos
carteles viales que le indican la entrada a Opendors…
doble entonces y a unos cinco kilómetros se va a cruzar
con la ruta siete que la lleva para donde usted
va…después tendrá que preguntar de nuevo
porque tiene otro cruce en Cañuelas y otro mas adelante en
Etcheverry…-

– ¿Cómo empezaba….? Ya me
perdí…- Sonrió franca, aguda su risa, algo
destemplada, más intentó iluminar un poco los
rasgos fatigados de su rostro.

– Fácil… Siga ahora hasta la entrada
de…- contesté sonriéndole y la mujer me
cortó en seco:

– Vos vas para allá dijiste… dale,
subí que te llevo y de paso me haces de
guía…-

No dudó en invitarme ni dudé en aceptar su
convite.

-¡Bárbaro…! Hacía bastante
rato que estaba esperando el colectivo…-

Dije convencido y sabedor que era más admisible y
por ende tolerable un muchacho esperando el colectivo que otro
haciendo dedo en una ruta.

Destrabó el seguro de la puerta del
acompañante y sin perder el tiempo me senté junto a
esa desconocida. Extendí mi diestra mientras me presentaba
ante ella:

– Julio González, mucho gusto señora y
gracias…-

– Hola Julio, no me des las gracias… favor por
favor…-

Me sentí totalmente protegido arriba de ese auto,
como si un escudo invisible me protegiera de todos los problemas
profanos que asfixiaban mi ser.

La mujer, de nombre Lidia, era una persona charlatana,
esa que me desesperan… pero aquel amanecer nada me
perturbaba, estaba feliz.

El viaje fue una clinoterapia oral que renovó mis
fuerzas y mis ilusiones.

Escuche toda su recitada biografía con una
extrema aptitud y naturalidad, como si fuese toda mi humanidad
una magnánima oreja ávida de sonidos y
oraciones… Se regocijaba mi ánimo al escuchar su
decir, se sonreía mi aliento al celebrar sus agudezas, se
robustecía mi energía al consentir sus concepciones
y doctrinas.

Esa mañana ella se había convertido en mi
mejor estrella.

Separada de un marido alcohólico hacía
poco más de seis meses, viajaba al pueblo de Lezama con su
única hija de once años, a hospedarse en la casa de
una amiga para pasar las vacaciones y después
vería, según sus palabras…

Por lo que contaba, se notaba que no tenía muy en
claro que pretendía de su vida, pero quien puede afirmar
tal concepto sin temor a estar equivocado.

Era peluquera y esperaba adaptarse al ritmo del pueblito
que visitaba porque en lo recóndito de su ser evaluaba la
posibilidad de radicarse en el lugar.

Que notable supuse que es la condición humana,
que desborda emociones incontrolables en pos de una paz
utópica… y convida a quienes se cruzan en su
desbandado recorrido con sus glotonerías de
libertad.

La observe como mujer recién cuando bajamos en
una estación de servicios para cargar combustible sobre la
ruta siete. Era una dama grandota, alta, casi como yo, de curvas
exuberantes.

No se ajustaba al tipo de hembra que a mi me atraen,
pero había algo en ella que me atrapaba, ¿Su
prestancia… su porte… su pelo negro lacio y llovido
que le daba un marco intrigante a su ser… no lo
sé?… Pero alguna magia se escondía tras aquel
rostro fuerte.

Venía desde Resistencia, provincia del Chaco y
había conducido ese automóvil las últimas
veinticuatro horas.

Hicimos en total dos paradas, en la última
aprovechamos y comimos unas hamburguesas los tres, pues Emiliana,
su hija, hacía rato que se había despertado y
tenía hambre.

Me aseguré de abonar el almuerzo aunque ella se
empecinó en que no lo haga.

Lidia se recreaba atendiendo indolente mis opiniones
cismáticas a sus juicios y valores, en tanto que todo el
trayecto que hicimos juntos, ambos borramos de la memoria esos
actos sibilinos que vejaban nuestras vidas.

Esa mujer era en mi ruta solo la cuerda que me lanzaba a
otro horizonte. Lo tenía en claro mi razón, no
así mi castigada vanidad.

Por ello le mentí cuando preguntó quien
era, a donde iba y a que me dedicaba. Mentiras, todo un
cúmulo de mentiras piadosas, como diría mi madre
sin sonrojarse siquiera, tuve que inventarle a esa hidalga dama
que el destino había cruzado para mi suerte.

Se anunció al mundo entonces Julio
González, estudiante de periodismo, soltero y sin familia
cercana, que se movía a esa comarca cercana a Chascomus
para entrevistar a un descendiente directo del Restaurador Rosas
y no recuerdo cuantas otras ficciones improvisó mi albur
desbocado.

Esa mañana mi lucero brillaba lozano en el
éter, sin desconfianza ni pavor a caerse. Todo era posible
en esas horas irrepetibles de mi savia, sintiendo como se
hinchaban mis alas de nuevo para ascender a ese limbo
traslúcido y puro que alguna vez me protegió. Mi
seguridad era un cono de encendidas percepciones que
revivían por sí solas los brotes enjutos de mi
anhelo.

Pero el azar no evalúa ni regula sus secuelas o
ramificaciones y, sin llegar a entristecerse jamás,
envejece los sueños más nobles. Por eso
evalué mi destino conciente de mis errores y vicios y no
intenté perderme en mis tormentos mundanos otra vez, por
eso no la escuche cuando llegando al cruce de Atalaya, ya sobre
la autopista dos, Delia me pidió que anotase el
número de teléfono de su amiga y también su
dirección:

-Si necesitas algo llámame y si no
también, así me contas como te fue el encuentro con
el pariente del prócer… Cuantos días piensas
quedarte en el pueblo…-

Ninguno pensé rápido, pero igual le
contesté lo que ella quería oír:

-Un par…supongo que dos o tres… no
sé, pero seguro te voy a llamar para avisarte como me
fue…-

Le pedí que me dejara sobre la ruta, a la entrada
al pueblo, pues quería saber si había colectivos
hacia la capital todos los días… Porque entre mis
mentiras le dije que era de Capital y estaba en Lujan solo de
paso…

Así lo hizo, nos saludamos y todavía, cada
mañana al despertarme, agradezco su paso por mi vida, pero
nunca más la vi.

CAPITULO XXXIX

(Cuando
decidí disfrutar la vida… no tenía vida)
Haykus

Pergamino, 1 de diciembre de 1983.

Vicente en una tregua emocional, se distraía
evocando otra vez esa pretérita tarde de verano cuando el
azar lo había cruzado osadamente con la hermana del
Juancito, hacía por o menos veinte años
atrás.

El colorado nunca sospechó de aquel fugaz pero
ardiente acercamiento acontecido en uno de los vestuarios del
club Social. Y él tampoco se animó nunca a
contarle… códigos de vida… o simple miedo
tal vez.

Cada tanto se le ocurría retraer esas
imágenes al presente y era inevitable que concluyese la
evocación, maldiciéndose por su falta de
resolución en aquel minuto cumbre, cuando ella semidesnuda
no se negaba a sus libidinosas demandas… solo restaba
plasmar su carnal emoción… pero no…
él por miedo a ser descubierto le dijo que ahí
no…que después en otro lugar…y dejó
pasar la historia y nunca más existió un
después… porque la bella turra jamás le
brindó una segunda oportunidad…

Quedó como un autentico boludo ante ella y ante
su ego.

Y solo su desasosiego sabe cuanto le costó
reponerse de aquel porrazo juvenil, se lo puntualizó en
cada encuentro fortuito, sea un baile del colegio, un
malón en el Social o un simple cruce en una calle
cualquiera del barrio.

"Que lento estuve… con lo buena que estaba esa
mina… ¿Como estará ahora, mantendrá
esas hermosas tetas que tenía de
pendeja…?"

El timbre del teléfono desvaneció al
instante el morboso pensamiento y le volvió a su
monótona realidad.

-¿Si…?- enunció
desatento.

– Buenos días, me podría pasar con el
Inspector Soriano-

– El habla… quien es…-

– Inspector, mucho gusto, le habla el sargento mayor
Bustamante, de parte del Coronel Rodríguez
Paz…-

– Dígame Bustamante…- su voz formal
compuso su pregunta, más allá que en su
razón todavía giraba esa incógnita
existencial…

– Le hablo desde Lujan inspector…-

Escuchar el vocablo Luján borró de un
santiamén las lolas de la hermana del colorado
íntegramente de sus sentidos.

-¿Alguna novedad…?- contestó
respirando profundo.

-Creemos que si Inspector, ayer ocurrió un
episodio confuso, un asesinato… parece ser que un marido
celoso apuñalo a su mujer, se la encontró a la
occisa atada a la cama, el tipo ya
confesó…-

– ¿Y… tiene que ver con el caso que
seguimos, sargento…?-

Vicente no lograba articular todavía la
información recibida, supuso en un primer momento, que su
objetivo había asesinado de nuevo…

– Tenemos sospechas que el amante de la occisa era
Giovanini…-

– ¡Lo agarraron…!- Todo su ser
especuló escuchar un "positivo"…

– No… se escapó, dejo rastros y una carta
de puño y letra… quiere que se la
lea…-

– No, gracias Bustamante, a eso del mediodía
salgo para allá, nos estamos viendo y mis saludos al
coronel-

"¡Hijo de puta, ya te tenía!"
repitió elevando su voz una y otra vez dentro de su
despacho y los gritos se escuchaban hasta la guardia.

Cinco minutos después enderezó su corbata,
trató de acomodarse sus pelos alborotados y salió
de su guarida con cara de yo no fui.

CAPITULO XL

(Mi soledad es
eterna desde que pensé en la
muerte)
Haykus

VIAJE EN COLECTIVO (8)

(Viajando en el colectivo número 2 de la empresa
Chevalier- hora 07.36 asiento 17 por ventanilla – destino
Rio Negro- Tengo como acompañante un niño de no mas
de 10 años, su madre sentada al otro lado del pasillo, los
dos durmiendo casi todo el viaje – Lo miro a él cada tanto
y pienso en Sebastián… espero que su viaje alguna
vez sea tan tranquilo como el de este chico).

Recuerdo mi viaje sobre aquel colectivo como un
imaginario suceso de otro siglo, de otro ambiente, de otro ser. Y
por que no interpretarlo así. Si al fin y al cabo eso que
recuerdo pasó en otro siglo, en otro ambiente y
seguramente, si quiero interpretarlo, en otro
ser…

Ocurre a veces, veces muy seguidas, muy continuas, que
mi memoria, casi siempre remolona, torpe comienza a trabajar y
rebobinando espacios de tiempo, me ubica de manera placentera en
una butaca imaginaria, como esos antiguos cuadros que por mi
mente saludan el paso de recientes años y yo los
relato… en silencio con mi conciencia y disfruto y sufro
como si me hubieran pasado sin entender hasta ahora, que si
pasaron, que cada uno de ellos, de esos cuadros, de esos
instantes, los que logro retener en mi memoria y los otros tantos
que se borraron ya de ella, constituyen mi vida, ni mas ni menos,
son mi eternidad, mi paso por este mundo, quizá tan
imaginario en mi conciente, como esos cuadros, como mi existencia
misma.

Paradoja los recuerdos, porque sin ser ellos una cosa
material, se acumulan en nuestro ser de una manera inevitable y
es allí donde me doy cuenta que mientras mas acumulo menos
espacio me queda… que no soy inagotable, que por suerte
hay un final…

Que sería del hombre sin la muerte.

Inimaginable.

Que seria del hombre sin su temor a la
muerte…

Una vida sin cielo.

Que tremenda encrucijada casi maléfica del
desarrollo de la psiquis del hombre, del homos
sapiens:

Por un lado el preguntarse alguna vez siquiera, por
necesidad o casualidad, solo o acompañado, afanosamente o
en silencios:

¿De donde vengo…y para que
estoy…?

Una agnóstica y titánica tarea la de
encontrar un motivo para seguir creyendo en esa hendija
cósmica de esperanza científica.

Y, por el otro lado, estar sometido civilizadamente a
tener que creer con fe ciega o una fe temerosa en dios y suponer
desde antaño, desde nuestro inocente desarrollo, desde la
evolución misma, que sé hacia donde me lleva la
muerte…

Crear un dios y alabarlo es una tibia manera de no
querer pensar.

Hace falta preguntarse:¿Que es esto que tenemos
por vida?.

Decidido confirmo que no, pero nuestra extraordinaria
razón, tan porfiada como diabólica, solo sabe de
preguntas y cuestionamientos.

Quien es el valiente que se anima, no a contestarse,
sino a analizar la pregunta, solitario, desnudo, frente al
universo todo.

Yo traté, lo juro…

Pero mi sapiencia distorsionó la pregunta hasta
hacerla viable, comprensible para mi alma cósmica…
esa que mis antepasados y yo tuvimos que desarrollar para
entender tanto disparate.

El hombre no es una realidad sino una tenue
coyuntura.

El mundo es la nada misma…son los proyectos del
hombre los que le dan importancia y sentido al mundo.

Soy una de las tantas energías que pululan y
equilibran este universo, soy tan hijo del sol, como de mi madre,
¿Quien lo duda?

Y parte de la tierra misma, y del agua de cada mar, de
cada océano, y de la roca que sobresale del
llano.

Y corro su misma suerte, su destino es el
mío.

¿Hay alguna alternativa…? Me
pregunto.

Todo cerraría, lástima nuestra conciencia
que desolada, busca un lugar para nuestra alma.

Nuestra conciencia que nos pinta, sin muchos colores, de
seres distintos, nos disfraza…

Y esa incontenible sensación de omnipotencia
terrenal de creernos tal diferencia nos hace colocar por encima
del umbral mismo del universo, y nos proyecta a otros mundos tan
imaginarios como nuestra fantasía y tan poco posible como
nuestra eternidad.

Que es mi vida, pregunto a toda mi humanidad y ella,
después de meditar me contesta:

No más que un viaje en colectivo.

Julio González, ruta tres, Azul, 24 de diciembre
de 1983

Ciudad de Concordia, Entre Ríos, 23 de diciembre
de 1985.

La muerte no existe

porque la vida

no existe.( haykus).

– Luciano, quédate… hace tanto tiempo que
no pasamos juntos una navidad…-

-Me gustaría, pero no puedo madre, tengo que
estar mañana en Río negro, estoy de turno en la
empresa…-

-Pero nene, tanto tiempo sin vernos y apenas estuviste
por dos días…-

– Volveré mas seguido…lo prometo, dale un
saludo a tu esposo de mi parte… un beso madre me
voy…-

-Cuídate hijo…-

Saludó a su madre con un beso en la mejilla,
cerró la portezuela del cerco perimetral y se dispuso a
caminar las dos cuadras que lo separaban del boulevar Urquiza
para tomar el colectivo celeste que lo depositaría en la
Terminal de micros.

Pero la suerte lo abandonó antes de llegar a la
primera esquina:

– ¡Luciano Giovanini, alto! ¡Está
detenido, al suelo!-

El grito de Soriano lo paralizó, mas lo
había estado aguardando por casi dos años…
su instinto lo instó a darse vuelta y correr, pero por el
rabillo de sus ojos vio como se cruzaba un auto en la calle y
bajaban tres o cuatro tipos…

Fin.

 

 

Autor:

Roberto Macció

 

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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