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Experimentos sobre el origen de la vida



  1. Introducción
  2. Los
    experimentos de Miller
  3. Los
    experimentos de Fox
  4. El
    origen de la información genética y del sistema
    de síntesis de proteínas
  5. Aparato empleado para la síntesis de
    aminoácidos mediante rayos ultravioleta de
    lámpara de mercurio
  6. Conclusiones

Introducción

Si se acepta la concepción
evolucionista general de la historia de la vida sobre la tierra,
no es difícil creer que la vida debe haber surgido de
manera natural1 por medio de evolución química. Si
la vida se ramifico de modo natural a partir de organismos de una
sola célula hasta la maravillosa complejidad de las formas
de vida que tenemos en la actualidad, ¿por qué no
pudieron los primeros paquetes mínimos de
información genética (precisos para sustentar la
vida) haber surgido de manera espontánea como resultado de
las propiedades de la materia carbonase? Y desde luego, si uno
tiene esta mentalidad, es muy difícil poder ver
cómo el origen de la vida puede haber sido por otra
vía que por la de evolución
química.

Desde un punto de vista naturalista, uno
considera su investigación como un esfuerzo para encontrar
caminos químicos posibles par el surgimiento de la vida.
El objetivo es limitar el conjunto de caminos posibles y producir
al menos un bosquejo de la transición de la no-vida a la
vida. Es de suponer que muchos procesos químicos que
tuvieron lugar en la superficie del globo primigenio serán
parcialmente duplicados en las simulaciones de
laboratorio.

Si, sin embargo, uno abriga dudas acerca de
la perspectiva evolutiva general del origen de la vida y mantiene
abierta la posibilidad de que alguna otra explicación
pudiera ser correcta, queda en libertad para enfocar el problema
del origen de la vida desde un ángulo distinto. Una manera
de enunciar las presuposiciones de esta persona sería
ésta: La vida puede que haya surgido
espontáneamente (de manera natural) en este planeta, o
puede que no. Por causa de la necesidad metodológica
(Kenyon y Setenan, 1969, pág. 31; Kenyon 1984a) uno
podría suponer inicialmente que la vida surgió de
manera natural. Podría entonces tratar de simular
acontecimientos químicos y físicos que pudieran
haber estado envueltos en un proceso así en la Tierra
primitiva. Si aconteciera que algunos de los resultados de
nuestros experimentos no son congruentes con la
presuposición de un origen natural, entonces
evaluaría de manera cuidadosa estos resultados a la luz de
la posibilidad de que dieran apoyo a otra perspectiva general.
Además, al interpretar los resultados de cualquier
experimento de simulación en particular, uno
debería tener cuidadosamente en mente los resultados de
otros experimentos de este tipo, así como cualesquiera
hechos relevantes químicos y físicos — incluyendo
cualquier evidencia geoquímica que tuviera que ver con las
condiciones de la simulación. En otras palabras, uno
entretendría de manera seria la posibilidad de que los
resultados experimentales refutaran la misma suposición de
evolución química. Desde luego, hay lugar para esta
apertura: no podemos tener la misma certidumbre acerca de
nuestras explicaciones para el origen de la vida que la que
pudiéramos esperar en <<ciencia operativa>>,
como han argumentado persuasivamente Taxón et al. (1984,
págs. 202-206).

Los experimentos
de Miller

Algunos aspectos de la obra de Stanley
Miller acerca del origen de la vida nos serán de ayuda
para comparar las dos perspectivas generales anteriormente
bosquejadas. Stanley Miller ha sido uno de los pioneros en
estudios experimentales del origen de la vida. Él
llevó los primeros experimentos sistemáticos de
simulación hace más de 35 años (Miller,
1953). Desde entonces ha producido un cuerpo de
investigación adicional (Miller, 1955, 1957; Ring et al.,
1972; Ring y Miller, 1984) a lo largo de las líneas de su
obra original: simulaciones de atmósfera primitiva
empleando descarga eléctrica como fuente de
energía. También ha escrito síntesis de la
situación del campo de la <<evolución
química prebiótica>> (Miller y Orgel, 1974;
Miller, 1984). La obra de Miller ciertamente satisface el
fructífero criterio de la buena investigación
científica. Además, su método de
<<simular la totalidad>> es quizá el enfoque
más razonable para hacer estudios <<de
simulación>>.

 Si uno desea saber si pudo haber
tenido lugar un origen evolutivo químico de la vida, no
puede simplemente dar por supuesto que sí tuvo lugar, y
luego argumentar que las condiciones sobre la Tierra
prebiótica tuvieron que ser tales que permitieran que esto
tuviera lugar.

 En sus artículos, Miller es
precavido, y tiende a apegarse a los verdaderos datos de
laboratorio cuando evalúa los resultados de los
experimentos de evolución química. No es persona
dada a hacer pretensiones excesivas acerca de progreso en el
logro de posibles caminos prebióticos, y yo aprecio en
gran manera su actitud realista. Contrasta de una manera
refrescante con las extravagantes conclusiones de otros
experimentadores. Aunque Miller cree que se ha hecho un progreso
razonable acerca de posibles caminos de síntesis de
biomonómero prebióticos, y que se ha logrado un
modesto progreso en al menos los inicios de síntesis de
biopolímeros, reconoce que es poquísimo lo que se
<<conoce>> más allá de esto.

Hasta aquí todo está muy
bien, pero hay más. Miller, como los otros evolucionistas
químicos, comienza dando por supuesto que algún
proceso naturalista dio origen al primer ser vivo. Luego,
arguyendo en base de las propiedades de compuestos
orgánicos y de los resultados de experimentos de
simulación, hace varias inferencias acerca de las
condiciones en la superficie de la tierra primitiva. Por ejemplo,
los compuestos orgánicos se descomponen en presencia de
O2; por ello, el O2tiene que haber estado prácticamente
ausente de la atmósfera primitiva (Miller, 1984). Se
mencionan otras razones para creer que la primitiva
atmósfera de la tierra contenía muy poco O2, pero
ninguna de ellas parece tan convincente como la acabada de
citar.2

Si se acepta la posibilidad de que la vida
se originara por medios no naturalistas, es apropiado razonar de
manera diferente acerca de la cuestión del O2 en la
atmósfera primitiva: la atmósfera primitiva puede
haber o no haber contenido cantidades sustanciales de O2. Pero
esta cuestión debe decidirse en base de evidencia
independiente, no en base de los resultados de experimentos de
simulación ni de las necesidades de la hipótesis de
Haldane/Oparín (Kenyon, 1984b). Si uno desea saber si pudo
haber tenido lugar un origen evolutivo químico de la vida,
no puede simplemente dar por supuesto que sí tuvo lugar, y
luego argumentar que las condiciones sobre la Tierra
prebiótica tuvieron que ser tales que permitieran que esto
tuviera lugar.

Al tratar de la temperatura de la Tierra
primitiva, Miller (1984) dice lo siguiente:

La temperatura del océano primitivo
no se conoce, pero se puede decir que la inestabilidad de varios
compuestos y polímeros orgánicos constituye un
argumento convincente de que la vida no pudo haber surgido en los
océanos a no ser que la temperatura estuviera por debajo
de los 25°C.

Una vez más se emplean aquí
las necesidades de un origen evolutivo químico de la vida
para limitar las condiciones primitivas de la superficie de la
tierra. Pero, ¿no sería más razonable
intentar sustentar un argumento acerca de la temperatura de los
océanos primitivos con independencia de estas necesidades?
Si no tenemos a mano la información necesaria para dar
respuesta a esta pregunta, deberíamos suspender nuestro
juicio.

Miller se muestra precavido acerca del tema
de la composición de la atmósfera primitiva, pero
se hace evidente la misma clase de razonamiento:

Alguna de la química orgánica
[esto es, de los experimentos de simulación] hace
predicciones explícitas acerca de los constituyentes de la
atmósfera. Tales consideraciones no pueden demostrar que
la tierra tuvo una determinada atmósfera primitiva, pero
los condicionantes de la síntesis prebiótica
debería ser una consideración principal. (Miller,
1984, énfasis añadido).

Aquí Miller se refiere al hecho
experimental de que cuanto más reductora sea la
atmósfera simulada (p.e., CH4, NH3, H2O frente a CO2, N2,
H2O) tanto mayor la producción de compuestos
orgánicos como los aminoácidos, los constituyentes
básicos de las proteínas. Se considera que los
resultados de los experimentos de simulación aportan un
poderoso apoyo a la postura de que la atmósfera primitiva
de la Tierra era reductora. Pero, una vez más, tal
razonamiento es persuasivo sólo si uno da por supuesto que
tiene que haberse dado una evolución
química.

Aparato empleado en los experimentos de
Miller de descargas eléctricas para conseguir
aminoácidos.

Abundan ejemplos de este tipo de
razonamiento, pero será suficiente con dos más
(Miller, 1984). Por cuanto los estudios de laboratorio indican
que es necesario un cierto nivel de NH4+ (alrededor de 0,01 M,
que se corresponde con una presión parcial
atmosférica de NH3 de alrededor de 4 x 10E6 atm a 25°
C) para una síntesis eficaz de aminoácidos, se
supone que al menos esta cantidad de NH4+ tuvo que haber estado
presente en los océanos primitivos.

En otros experimentos se mostró que
los rebosados de piramiditas (componentes del ARN) no se forman
en mezclas calentadas de ribosa y piramiditas (mientras que las
mezclas calentadas de ribosa y de purinas sí que dan
rebosados de purinas). Miller ve dos optativas aquí: 1)
Quizá no se probaron las condiciones adecuadas, o, 2) no
hubo rebosados de piramiditas en los primeros organismos. La
optativa 1 es posible, naturalmente, pero la optativa 2 exhibe la
misma falacia argumental que nuestros primeros ejemplos.
¿Cómo pueden unos resultados negativos sugerir que
un compuesto determinado no fue necesario para el origen de la
vida? Una conclusión así sólo tiene sentido
en base de la previa suposición de que la evolución
química ha tenido que ocurrir, y que la
<<simulación>> en cuestión duplica de
una manera razonable los acontecimientos prebióticos en la
Tierra primitiva.

Vale la pena enfatizar que la
mayoría de los que están actualmente llevando a
cabo experimentos acerca del origen de la vida, si no todos, no
sólo dan por supuesto que tuvo lugar un proceso evolutivo,
sino que además consideran que están indagando los
detalles de este pretendido proceso en lugar de estar generando
un cuerpo de datos de laboratorio que, cuando sea añadido
al conocimiento químico y físico ya existente,
podría ayudar a decidir si la evolución
química tuvo lugar o no tuvo lugar.

Los experimentos
de Fox

Sídney Fox es otro experimentador
que ha generado un cuerpo impresionante de investigación
experimental sobre el origen de la vida (Fox, 1956, 1964, 1974,
1978, 1981; Fox y Doses, 1977; Fox y Arada, 1960; Fox y
Ancashina, 1980; Fox y uyama, 1964). Su perspectiva básica
parece ser algo como lo que sigue: El origen de la vida fue
indudablemente por medios naturalistas. Los caminos más
probables son los que se presentan en la teoría de origen
por platinoides, y hay un extenso sustento experimental para este
punto de vista. La teoría abarca todo la gama de los
eventos prebióticos, desde los gases primitivos hasta
microsistemas orgánicos. El enfoque de Fox ha sido
enormemente fructífero en la generación de
experimentos, y prosigue la investigación a lo largo de
estas líneas en muchos laboratorios por todo el mundo
(Matsuno et al., eds., 1984).

El enfoque de Fox es muy diferente al de
Miller. Miller acentúa la <<simulación
global>>. Esto es, él recrea lo que se supone fue la
atmósfera primitiva, y la provee con posibles fuentes
prebióticas de energía. No hay interferencia del
investigador hasta que se analizan los productos del experimento.
La marcha química de estos experimentos es bastante
compleja, y aunque se producen muchos compuestos
biológicos y no biológicos, de bajo peso molecular,
la tendencia dominante de los procesos químicos es hacia
la producción de material macromolecular no
biológico (Folsome, 1979; Folsome et at., 1975; Kenyon,
1984b). Además, no se encuentran en estos experimentos ni
proteínas ni ácidos nucleídos, y los
aminoácidos son todos racémicos de una manera
precisa, condición ésta que difiere marcadamente de
la presencia exclusiva de L-aminoácidos en las
proteínas de los organismos vivientes.

Aparato empleado para la síntesis
termal de aminoácidos a partir de gases simples.Fox, en
cambio, destaca el papel prebiótico de una clase de
biomonómero, esto es, de los aminoácidos. En los
experimentos de formación de platinoides emplea él
sólo aminoácidos (por lo general la forma L) como
reactivos iniciales. Una simplificación tan artificial del
sistema reactivo cae de inmediato bajo sospechas. ¿Por
qué no habría habido presentes también
muchos otros tipos de compuestos junto con los
aminoácidos? Algunos de estos, especialmente
aldehídos y azúcares, habrían desde luego
reaccionado en reacción cruzada con aminoácidos
(vía la reacción de Maillard, Ellis, 1959) para
formar material macromolecular insoluble no biológico en
lugar de platinoides (Kenyon, 1984a). ¿Por qué,
entonces, no se hacen experimentos en los que se añadan
aldehídos y/o azúcares a los aminoácidos?
¿Quizá porque con toda certeza se generaría
material no biológico intratable, y se desalentaría
la futura experimentación? Evidentemente, Fox da por
supuesto que las intensas reacciones cruzadas de interferencia,
como las que aparecen en los experimentos de Miller, no fueron
importantes en la evolución química
prebiótica, a pesar de que se sabe que la reacción
de Maillard tiene lugar en un margen muy amplio de condiciones de
reacción (Ellis, 1959; Nissenbaum et al.,
1975).

La anterior discusión de los
problemas en enfoques empíricos actuales acerca del origen
de la vida, naturalmente, deja de ser completa. Para
análisis más extensos de fallos en la
investigación sobre evolución química, se
remite al lector a Kenyon (1984a, 1984b) y a Taxón et al.
(1984).

 La atmósfera primitiva puede
haber o no haber contenido cantidades sustanciales de O2. Pero
esta cuestión debe decidirse en base de evidencia
independiente, no en base de los resultados de experimentos de
simulación ni de las necesidades de la hipótesis de
Haldane/Oparín. 

El origen de la
información genética y del sistema de
síntesis de proteínas

Desde mi punto de vista, el mayor reto a
cualquier teoría naturalista de biogénesis es el
problema del origen de la información genética.
Este problema, enunciado con brevedad, es como sigue:
¿Cómo unas secuencias específicas de bases
conteniendo una información biológicamente
relevante se acumularon de manera espontánea
(naturalísimamente) en poli nucleótidos sobre la
Tierra prebiótica? Estas secuencias tienen que haber
llegado a abarcar todas las necesidades de la célula
mínima, y, por tanto, todas tienen que haberse juntado
dentro del mismo pequeñísimo volumen.

El problema conceptual es abrumador. Para
que la información biológica funcione en el estado
de vida, tiene que ser traducida a las secuencias de
aminoácidos de al menos varios cientos y posiblemente
varios miles de diferentes enzimas y otras proteínas. La
maquinaria molecular para la duplicación,
transcripción y traducción de la información
genética (y al menos se precisa de 70 proteínas
específicas sólo para estas funciones) tiene que
estar ya toda en funcionamiento para que el sistema
efectúe su ciclo completo de funciones la primera vez.
Considerando la cantidad total de secuencias posibles de las
bases en un polidesoxiribonucleótido lo suficientemente
largo para codificar todos los enzimas y otras proteínas
necesarias para el estado de vida (Ambrose, 1982, pág.
135), la probabilidad de formar incluso una pequeña
fracción de la información necesaria por procesos
naturalistas –incluso a lo largo de períodos miles de
veces más largos que toda la duración que se supone
al cosmos– es virtualmente nula (Edén, 1967; Hoyle y
Wickramasinghe, 1981, págs. 23-33). Las minúsculas
indicaciones experimentales de ordenación en secuencias no
aleatorias ya sea en poli nucleótidos, ya en
polipéptidos (Fox, 1978) en estudios de
<<simulación>> son totalmente inadecuados para
afrontar este problema (cf. Jockey, 1977, 1981). El problema no
es sencillamente la demostración de alguna
ordenación no aleatoria, sino la de demostrar una
ordenación biológicamente relevante.

Luego, naturalmente, existen los problemas
previos de la acumulación espontánea de elementos
constitutivos de los ácidos nucleídos
(nucleótidos), y la incorporación de sólo
los nucleótidos naturales en moléculas primitivas
de ácidos nucleídos. Shapiro (1984) ha presentado
un convincente argumento de que tales acontecimientos
habrían sido enormemente improbables en la Tierra
prebiótica.

Algunos científicos mantienen que ya
se ha logrado un significativo progreso experimental acerca del
problema del origen de la información genética. Yo
clasificaría a Fox entre los que pertenecen a este grupo.
Su creencia es que una mayor investigación acerca del
modelo del platinoides dará finalmente la respuesta: Puede
que se precise de tiempo, pero ya tenemos claves experimentales
indicando el camino (Fox, 1981). Los platinoides mismos fueron
los primeros portadores significativos de información
biológica.

Otros investigadores han destacado la
enorme dificultad del problema, respondiendo con una variedad de
propuestas y posiciones diferentes.

Kuppers (1983, pág. 279) declara que
<<La probabilidad de que un sistema genéticamente
integrado se monte espontáneamente por pura casualidad es
insignificantemente pequeña. Esto cierto incluso la
síntesis al azar una pequeña molécula enzima
optimizada para alguna función biológica>>.
Tanto Kuppers (1983) como Eigen (1971; Eigen et al., 1981) han
respondido a este reto desarrollando unas (similares) complicadas
teorías acerca del origen naturalista de la
información genética basadas en el concepto del
hipérico. Se conciben los primitivos hipéricos como
agrupaciones acopladas de moléculas de ARN
auto-suplicantes y polipéptidos catalizadores asociados.
Se afirma que estos sistemas químicos, al principio
relativamente sencillo, tienen la propiedad de evolucionar
espontáneamente hacia sistemas moleculares
genéticos integrados, esto es, las primeras células
vivas.

Por atractivas que puedan ser estas ideas
de Eigen y Kuppers, el sustento experimental de las mismas es
desde luego bien parco. Además, esta línea de
pensamiento parece adolecer de un fallo fatal en cuanto a que no
puede explicar el origen del ARN y de las proteínas
catalíticas que necesita para el surgimiento de los
hipéricos. Eigen y Kuppers dan por supuesto que los
experimentos de evolución química han mostrado
cómo tales moléculas pudieron haber surgido en la
Tierra primitiva, pero la verdad es que no existe ninguna
evidencia que sustente tal tesis. Toda la información
química de que disponemos arguye intensamente en contra de
una aparición prebiótica espontánea de
ácidos nucleídos (Shapiro, 1984). Admiro los
esfuerzos que estos experimentadores han hecho y que creen que
deben continuar, pero dudo de que sus presentes perspectivas
tengan mucho que ver con el verdadero origen de la
vida.

Cairns-Smith (1982) también reconoce
claramente la seriedad del problema. El actual sistema
genético molecular no se pudo desarrollar
espontáneamente en la Tierra primitiva.
¿Brotó entonces la primera vida de manera
naturalista? Sí, pero los primeros organismos eran
sistemas inorgánicos basados en minerales de arcilla.
Posteriormente, el sistema carbonícelo ocupó el
campo. Ésta es una idea novedosa, y merece más
estudio por parte tanto de creacionistas como de evolucionistas
químicos. Hay posibilidades aquí para experimentos
significativos.

Monod (1972) argumentaba a lo largo de las
siguientes líneas básicas. El origen naturalista
del primer sistema genético era sumamente improbable. Pero
estamos aquí y el origen de la vida tiene que haber sido
un acontecimiento o proceso naturalista. ¿Qué otra
cosa pudo ser? Por ello, el origen de la vida fue de hecho un
acontecimiento (o conjunto de acontecimientos) muy raro, de baja
probabilidad. Monod pudiera estar en lo cierto, pero no tenemos
la posibilidad de demostrar la corrección de su postura,
porque estamos tratando aquí con lo que viene a ser un
<<milagro naturalista>>. Naturalmente, la
conclusión del creacionista de que la primera
información genética provino de un origen
sobrenatural tampoco está sujeta a una verificación
experimental directa.

Moviéndonos a lo largo de nuestra
gama de posturas acerca del problema del origen de la
información genética llegamos a Hubert Hockey,
aunque podría ser situado algo más adelante. Jockey
parece considerar totalmente inadecuados todos los escenarios
naturalistas propuestos hasta ahora para poder dar cuenta de
ninguna cantidad significativa de información
genética o de información biológica
almacenada en polipéptidos (Jockey, 1981). Como mucho, ve
un cierto potencial para producir una pequeña
proteína aislada. Sus cálculos
probabilísticos tienen en cuenta el hecho de que hay 39
isómeros ópticos de los 20 aminoácidos
constituyentes de las proteínas, punto éste no
destacado por otros autores (Hockey, 1977).

Crick reconoce el problema de un origen
naturalista de la vida en la Tierra primitiva, pero no lo
descarta. Sugiere él la posibilidad alternativa de que la
primera vida (microbiana) en la Tierra puede haber llegado de
otras partes en el cosmos, quizá transportada en una nave
espacial no tripulada (Crick, 1981, págs. 141-153). Esta
solución, llamada <<panspermia dirigida>>, nos
deja con el enojoso problema de cómo surgió la vida
en el planeta desde el que fueron enviados los microbios.
Quizá fue por panspermia dirigida, y así ad
infinitum.

Hoyle y Wickramasinghe, en una notable
serie de libros, han desarrollado la postura de que la vida no
pudo surgir espontáneamente (esto es, al azar) en
ningún lugar del cosmos. Alguna clase de inteligencia
tiene que haber conducido el proceso. Pero no queda claro del
todo cómo debemos concebir esta inteligencia. En el libro
El Universo Inteligente (1983, pág. 136) Hoyle dice:
<<La inteligencia responsable de la creación vida
basada en el carbón teoría cósmica queda
firmemente dentro del Universo y es subordinada a
él>>. Él distingue de manera clara esta
inteligencia inmanente del concepto de un Dios sobrenatural
creador fuera del espacio y del tiempo.

Aparato empleado
para la síntesis de aminoácidos mediante rayos
ultravioleta de lámpara de mercurio

 Mi propia postura acerca de este tema
se puede bosquejar de la siguiente manera: No creo que el sistema
de codificación genética y de síntesis de
proteínas pudo haberse desarrollado de manera naturalista
a partir de configuraciones materiales más simples. Cuanto
más aprendemos acerca de los detalles moleculares del
sistema, tanto más fuerte se hace esta posición.
Cuando se toman en cuenta todas las líneas pertinentes de
evidencia y se afrontan de manera franca todos los problemas,
creo que debemos llegar a la conclusión de que la vida
debe su origen a una fuente externa a la naturaleza (Kenyon,
1984b). Algunas de las principales líneas de evidencia y
de razonamiento que sustentan esta postura son como
siguen:

(1) La virtual imposibilidad de un origen
espontáneo de la información genética,
incluso en 10 o 20 mil millones de años.

(2) El hecho de que la tendencia dominante
en las <<simulaciones del total>> es hacia la
producción de materiales macromoleculares no
biológicos intratables (Folsome, 1979; Folsome et al.,
1975; Kenyon, 1984b). En estos experimentos no se encuentran
biopolímeros. Predominan las reacciones cruzadas
interferid oras en las simulaciones más
<<realistas>>.

(3) Los experimentos de simulación
producen rutinariamente mezclas racémicos de compuestos
orgánicos (Dickerson, 1978; Folsome, 1979). Todos los
intentos experimentales de encontrar una base naturalista
plausible par la acumulación preferencial primigenia de
L-aminoácidos han fracasado (Bonner, 1972; Bonner et al.,
1980).

(4) La evidencia geoquímica es
congruente con la conclusión de que hubo cantidades
significativas de O2 en la primitiva atmósfera de la
tierra (Clemmey y Badham, 1982; Dimroth y Kimberley, 1976). Este
O2 habría eliminado cualquier pretendida evolución
química en sus más primitivos estadios.

Finalmente, llegamos a A.E. Wilde-Smith,
que desde luego reconoce el problema del origen de la
información genética (Wilde-Smith, 1970). Él
observa que los experimentos de <<simulación>>
ideados para hallar posibles caminos prebióticos de
síntesis de componentes del sistema genético
molecular son a menudo sumamente complejos y que se apartan
significativamente de las condiciones prebióticas
<<razonables>>. Por ejemplo, las mezclas reactivas
iniciales son artificialmente simplificadas para asegurar la
formación de productos de interés. No estamos
viendo en ello lo que pueda hacer una materia carbonícela
relativamente carente de ayudas con un aporte de energía.
Más bien estamos manipulando de manera deliberada las
condiciones experimentales para poder tener un control
significativo sobre el resultado (cf. Taxón et al., 1984,
págs. 104-110).

También es evidente un control
inapropiado en los experimentos de platinoides de Fox, que
comienzan con mezclas reactivas simplificadas artificialmente:
esto es: sólo con aminoácidos. Se podría
decir que cuanto más interferimos de esta forma aplicando
<<tecnología>> química, tanto
más nuestras actividades (aunque muy remotamente) se
asemejan a las de alguna agencia sobrenatural que trajo a la
existencia la primera vida. Los reactivos químicos dejados
a sí mismos (esto es, en ausencia de una
información genética preexistente) no llegan a la
vida. Se precisa de una manipulación externa conductora.3
Es a esto a lo que señala toda nuestra evidencia
experimental, y es desde luego la conclusión del mejor
razonamiento teórico. Mantener la creencia en una
biogénesis naturalista, sabiendo lo que sabemos acerca de
las propiedades de la materia y de la energía, equivale
<< … simplemente a arrojar la toalla
científica>> (Wilde-Smith, 1981, pág.
146).

Conclusiones

Es difícil comprender por qué
unos científicos están dispuestos a admitir el
pensamiento de que una inteligencia de alguna clase (dentro o
fuera del universo) estuvo involucrada en la aparición de
la primera vida, mientras que otros aparentemente no lo
están, y aquí no voy a proponer una
explicación de ello. Pero lo que queda ilustrado con la
gama de puntos de vista descritos en la anterior sección
es que hay un margen de posiciones intermedias que cubren la
distancia intelectual entre investigadores como Fox o Miller, por
una parte, y otros como Hoyle, Kenyon o Wilde-Smith por la otra.
Por ello, no es necesario salir del mundo racional para dirigirse
en dirección de una comprensión científica
francamente <<teísta>> del origen de la vida,
a no ser, naturalmente, que uno considere cualquier
desviación del <<optimismo naturalista>> como
irracional y anti-intelectual.

La conclusión de que la vida demanda
una creación sobrenatural (o al menos una inteligencia
creadora dentro del universo) les parecerá prematura a
muchos, incluso si se conceden algunos méritos a las
principales críticas y argumentaciones positivas
creacionistas. Y seguirá habiendo los que querrán
proseguir con sus actuales enfoques, sin importar lo que muestren
los resultados. Siempre podrán decir:
<<Todavía no hemos encontrado las condiciones
experimentales correctas>>. O, <<Sólo hemos
estado haciendo experimentos específicamente relacionados
con el problema del origen de la vida durante 30 años.
Dadnos tiempo. A fin de cuentas, se trata de un problema muy
difícil. Al final encontraremos una descripción
evolucionista química plausible>>. O, <<Es muy
poco lo que se conoce actualmente del sistema genético
molecular>>.

Consideremos lo que podría suceder a
las tendencias en la investigación del origen de la vida
si de repente todos los miembros del ISSOL (International Society
for Study of the Origin of Life – Sociedad Internacional para el
Estudio del Origen de la Vida) decidieran considerar seriamente
la posibilidad de que la vida hubiera sido creada por un agente
inteligente. Supongamos también (para combinar lo
ridículo con lo absurdo) que decidieran probar y asumir
una actitud mental en la que verdaderamente no estuvieran
entregados ni a la postura evolucionista ni a la creacionista.
Por extraña que pueda parecer esta sugerencia, me parece
que constituye exactamente el tipo de nuevo principio que
necesitamos para el problema del origen de la vida en la
actualidad.

Como mínimo, una
reorientación de pensamiento de este tipo generaría
probablemente unas nuevas discusiones de carácter notable.
Por ejemplo, podrían aparecer listas como ésta en
las pizarras de los laboratorios:

(1) No hay demostración de
transición de lo inanimado a materia viviente en ausencia
de sustancias preexistentes portadoras de información
genética.

(2) No hay demostración en
laboratorio de estados precursores realistas.

(3) No hay ninguna descripción
teórica convincente de posibles estados
precursores.

(4) No hay registro fósil de estados
precursores, incluyendo la inexistencia de evidencia
geoquímica de un <<caldo orgánico
prebiótico>> (Corliss et al., 1981; Nissenbaum et
al., 1975; Taxón et al., 1984, pág. 57).

(5) No hay neo biogénesis (origen de
la vida hoy día).

(6) No hay evidencia de vida extraterrestre
ni de estados materiales precursores encontrados en la
exploración espacial hasta el día de
hoy.

En base de una lista así, se
podría pasar a considerar cuestiones como las siguientes:
¿Es posible mostrar experimentalmente que la materia y la
energía no pueden organizarse por sí mismas en un
sistema vivo, si no hay materia viva ya presente? El fracaso en
demostrar la transición no constituye prueba suficiente,
desde luego, para excluir la posibilidad. ¿Existen
criterios formales útiles que nos puedan servir de ayuda
para determinar si algún sistema natural recibió su
diseño impuesto desde fuera, o si el orden se
generó de manera natural y espontánea? ¿Es
el sistema genético molecular en realidad a este respecto
como un sistema complejo manufacturado, como afirman los
creacionistas? (para un tratamiento preliminar de esta
cuestión, véase Parker, 1980, págs. 2-15).
Si es así, ¿cuáles son las implicaciones de
tal conclusión para la planificación de
experimentos acerca del origen de los sistemas de
codificación genética y de síntesis de
proteínas?

La discusión a lo largo de estas
líneas llevaría naturalmente a las siguientes
cuestiones de mayor entidad: ¿Qué sucedería
a la investigación sobre el origen de la vida en el
laboratorio en que uno trabaja, si se llega a aceptar la tesis
creacionista de los orígenes biológicos (Kenyon
1984b)? ¿Cesaría del todo? ¿No
quedaría uno entonces limitado, por lo que respecta a las
tareas experimentales, a problemas de ciencia operativa
(Taxón et al., 1984, págs. 8, 204)? Si todos
aceptáramos este punto de vista, ¿qué
sucedería con nuestras publicaciones y nuestras
carreras?

Quizá sería más
prudente comenzar con una reorientación más
limitada del pensamiento. Quizá algunos equipos de
investigación podrían tener a un científico
creacionista, o al menos a alguien abierto a la posibilidad de
una explicación no naturalista de los orígenes, que
tuviera parte en la planificación de los experimentos. Se
podría dar la sugerencia de modificar algunos de los
experimentos de Fox añadiendo, por ejemplo,
aldehídos y azúcares. O podrían repetirse
los experimentos de Miller con cantidades significativas de O2
presentes en el aparato, con la precaución de que no haya
H2 en la mezcla inicial de gases, para impedir una
explosión.4 De esta manera, el trabajo experimental
podría continuar muchos años. Concedo que si uno ya
ha llegado a la conclusión de que la vida debe haber sido
creada de manera sobrenatural, no va a demostrar mucho entusiasmo
en la prosecución de mucho más trabajo experimental
acerca del tema. Pero si uno adopta una actitud más
agnóstica, entonces podría interesarse en llevar a
cabo experimentos adicionales.

Más tarde o más temprano
surgiría la cuestión de quién o qué
creó la vida. ¿Está la inteligencia creadora
totalmente dentro del cosmos, o es ella (Él) el mismo que
el Dios trascendente de la Biblia? Y luego tenemos la
cuestión de cómo aquella agencia inteligente
creó la vida (o incluso el mismo cosmos). Pero desde luego
los detalles de cómo una inteligencia sobrenatural
creó la realmente la vida no son susceptibles de
indagación por medio del método científico,
y esto es anatema para muchos científicos. Comentando
acerca de la evidencia de un propósito inteligente
inmanente en el universo, y la desgana de muchos
científicos a aceptar tal perspectiva, Hoyle (1983,
pág. 9) escribía:

Esto es precisamente lo que los
científicos ortodoxos no están dispuestos a
admitir. Porque podría resultar que hubiera –a falta de
una palabra mejor– connotaciones religiosas, y porque los
científicos ortodoxos están más interesados
en impedir un regreso a los excesos religiosos del pasado que en
buscar la verdad, la perspectiva nihilista descrita previamente
ha dominado el pensamiento científico a lo largo del siglo
pasado.

 Los científicos ortodoxos
están más interesados en impedir un regreso a los
excesos religiosos del pasado que en buscar la verdad.

 Quizá tendremos que afrontar a
su debido tiempo la intensa posibilidad de que el problema del
origen de la vida revela una limitación del mismo
método científico. Si el método
científico no puede resolver todos los problemas (y,
¿quién mantiene que puede resolverlos todos?),
¿por qué entonces no podría ser que la gran
cuestión de los detalles físicos del origen de la
vida sea uno de estos problemas que está más
allá del alcance de nuestra metodología? Y en
realidad, ¿cómo podemos eliminar esta posibilidad,
dada la actual situación en los estudios acerca del origen
de la vida? Antes que reconocer este tipo de limitaciones, muchos
preferirían seguir esforzándose, tejiendo una
creciente red de improbabilidades relacionadas, de énfasis
mal situados, y de extrapolaciones injustificadas, sólo
para crear la ilusión de que no hay problemas ahí.
Pero bien al contrario hay muchas dificultades en esta
área de investigación, y ya es hora que las
afrontemos, tal como lo han hecho Taxón y sus colegas de
manera valerosa. Pero las posibles consecuencias no son
insignificantes, y creo que esto tiene que ser reconocido a
cierto nivel por parte de los que ahora están llevando a
cabo investigaciones acerca del origen de la vida.

 

 

Autor:

Kevin Merari Medina
Camacho

 

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