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Introducción a la gestión tecnológica – Nivel básico (página 5)




Enviado por Hugo Squinobal



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

La sociología del desarrollo fue, al
interior de las ciencias sociales, la otra disciplina distintiva
de la época10. Al igual que su par en la teoría
económica, esta disciplina asumió la continuidad y
la necesidad del de-sarrollo capitalista mundial y, sobre esa
base, intentó demostrar, a partir de la utilización
de distintos -aunque convergentes- encuadres analíticos y
metodológicos, que las naciones del denominado Tercer
Mundo eran capaces de superar los obstáculos que trababan
su progreso y alcanzar el mismo nivel de desarrollo que los
países centrales. Esta disciplina estuvo
prácticamente dominada por la llamada sociología
científica durante su etapa formativa y,
específicamente en el campo del desarrollo, por la
teo-ría de la modernización y su esquema evolutivo
del desarrollo.

La teoría de la modernización
desarrolló su base teórica a partir del
estructural-funcionalismo, cuyo principal referente es Talcott
Par-sons (1966). En términos generales, el punto de
partida de esta teoría era la presentación de una
dicotomía, explícita o no, entre dos tipos ideales
de países y/o sociedades que involucraban, entre otros,
los si-guientes pares: moderno-tradicional, avanzado-atrasado,
desarrollado-subdesarrollado. Esta teoría sostenía
que todas las sociedades y/o países atravesaban las mismas
etapas en su proceso de desarrollo histórico, siguiendo un
único camino universal que los llevaba desde uno de estos
polos hacia el otro. El análisis y la utilización
de tipologías de estructu-ras sociales permitían
describir el tránsito desde formas de organización
social tradicionales a modernas, mediante el análisis de
la compleja inte-racción entre el cambio social y el
desarrollo económico, a través de la acción
política (Leys, 1996). En este recorrido histórico
las sociedades ganarían en diferenciación y
complejidad, a medida que iban superando sus elementos más
atrasados o tradicionales en pos de la adopción de
características más modernas o avanzadas (Larrain,
1998).

En una línea similar a la de Rostow
-el exponente paradigmático de la versión
económica de la teoría de la modernización-,
esta teoría presentaba a los países y sociedades
con menores niveles de industria-lización en una
situación de anormalidad o de falta de algo, que era
ne-cesario subsanar a través de las políticas de
desarrollo (Escobar, 1996). Por tanto, esta teoría
establecía que la diferencia entre el desarrollo y el
subdesarrollo, o entre la tradición y la modernidad, era
solo relativa y se debía a que algunos países
estaban algo rezagados en el camino lineal hacia el desarrollo
(Rist, 1997). Si el subdesarrollo no era una situación
opuesta al desarrollo, sino simplemente su forma incompleta,
entonces los países atrasados tenían disponible la
posibilidad de acelerar su desa-rrollo de forma tal de cerrar la
brecha y llegar al estadio más avanzado: la modernidad.
Así, no sólo el desarrollo, sino la modernidad
misma, se presentaba como posible para todos los países,
siempre y cuando, natu-ralmente, los poderes públicos
aplicaran las políticas adecuadas.

A partir de esta concepción, la
teoría de la modernización se dedicó a
investigar de qué forma los países o sociedades se
movían de un estadio al siguiente, con el fin de
identificar aquellos factores que pudieran facilitar el proceso
de desarrollo de los países atrasados. Esta
investigación involucró tanto la revisión de
los procesos de desarrollo histórico de los países
industrializados -con el fin de identificar las va-riables clave
en este proceso- como, ante todo, el estudio de las estruc-turas
sociales de las sociedades menos desarrolladas, con el fin de
es-tablecer qué aspectos de las mismas podían
explicar la ausencia de de-sarrollo y, a la vez, qué
requisitos funcionales era necesario introducir para promoverlo.
En esta búsqueda, ganaron preponderancia dentro del campo
del desarrollo el análisis de los factores culturales,
sociales, institucionales y políticos que facilitaban o
demoraban el tránsito de estos países hacia niveles
más avanzados, y que se encontraban fuera del
análisis de la economía del desarrollo. A la vez,
esta incorporación favoreció la elaboración
y utilización de nuevas variables de corte
sociológico que comenzaron a complementar al PBI per
cápita como indicadores del desarrollo.

En este marco académico nació
el pensamiento latinoamericano so-bre desarrollo del
subdesarrollo, con una visión propia, novedosa y audaz.

Una naciente escuela dentro de la
economía del desarrollo, el estruc-turalismo
latinoamericano, otorgó carácter propio al
pensamiento la-tinoamericano dentro del campo del desarrollo del
subdesarrollo. El elemento diferenciador de este grupo, respecto
al que predominaba en el debate internacional, fue su rechazo a
la teoría ricardiana de las ventajas comparativas y las
virtudes del comercio internacional (en especial, la idea del
"crecimiento equilibrado"), en particular para el caso de las
economías subdesarrolladas. Ocampo (1998) destaca que lo
distintivo del método del estructuralismo latinoamericano
-el deno-minado método histórico-estructural- era
el énfasis que se colocaba en la forma en que las
instituciones y la estructura productiva heredadas condicionaban
la dinámica económica de los países en
vías de desarro-llo, y generaban comportamientos
diferentes a los de las naciones más desarrolladas.
Contraponiéndose a visiones à la Rostow, este
método analítico enfatizaba que no había
estadios de desarrollo uniformes, ya que el desarrollo
tardío de los países de América Latina
tenía una diná-mica radicalmente diferente a la de
aquellas naciones que experimenta-ron un desarrollo más
temprano.

La CEPAL, recientemente fundada,
albergó e impulsó el estruc-turalismo
latinoamericano, haciendo propia la crítica a la
teoría ricar-diana, la cual era hegemónica fuera de
la región. El Secretario General de la institución,
el argentino Raúl Prebisch, fue una pieza fundamental en
la formulación teórica de esta corriente de
pensamiento en América Latina. En particular, en base a
los desarrollos originales de Prebisch con respecto al
vínculo establecido entre los países "centrales" y
los "periféri-cos"11, la CEPAL desarrolló sus
primeros diagnósticos sobre la situación de las
economías latinoamericanas durante la década del
cincuenta.

En términos sintéticos, la
CEPAL sostenía que si bien América Latina estaba
integrada por economías nacionales, con sus respectivas
especificidades, no se las podía comprender si no era en
función de su inserción estructural en el sistema
económico mundial, la cual estaba caracterizada por la
excesiva especialización productiva ligada a la
ela-boración de productos primarios (mayoritariamente para
la exporta-ción), el escaso desarrollo industrial y de los
servicios y la satisfacción de buena parte de la demanda
interna mediante la importación de bie-nes manufacturados
provenientes de los países centrales.

El estructuralismo cepalino sostenía
además que, por la concu-rrencia de factores de diversa
índole12, existía una tendencia secular a la
disminución en los precios de los productos exportados por
los países de América Latina vis-à-vis los
exportados por los países centra-les (o, en otras
palabras, un deterioro en los términos de intercambio de
los bienes elaborados en la periferia). Esto se veía
potenciado por los importantes niveles de proteccionismo vigentes
en las economías centrales y por las fuertes fluctuaciones
en la demanda mundial de los bienes provenientes de la periferia.
Todo ello conllevaba una significati-va transferencia de
excedente desde los países periféricos hacia los
cen-trales, y muy débiles -y fuertemente oscilantes- bases
de sustentación del crecimiento en los primeros. Se
argumentaba adicionalmente que este tipo peculiar de
inserción de los países periféricos en las
corrientes internacionales de circulación de
mercancías, sumado al tipo de perfil productivo
prevaleciente en los mismos, tenía impactos directos sobre
el mercado laboral, que tendía a desarrollar situaciones
de desocupa-ción y subocupación.

En suma, como destaca Lustig (2000: 86):

Lo más importante de la
concepción centro-periferia es la idea de que estas
características de la estructura productiva
periférica, lejos de desaparecer a medida que el
desarrollo del capitalismo avanza en los centros, tienden a
perpetuarse y reforzarse. Entre los mecanismos que determinan
este proceso de acentuación de las diferencias entre
am-bos polos, destaca el hecho de que el cambio
tecnológico es más pro-nunciado en la industria que
en el sector primario. Suponiendo térmi-nos de intercambio
constantes, esto lleva a un aumento en la brecha de la
productividad y del ingreso entre los centros y la
periferia.

En función del diagnóstico
realizado, y con la finalidad de romper con las
características negativas de la estructura productiva y de
la inser-ción internacional de los países
periféricos, la CEPAL elaboró en el transcurso del
decenio de los cincuenta una propuesta de desarrollo para los
países de América Latina estructurada en torno de
cuatro nú-cleos básicos (todos estrechamente
relacionados entre sí).

El primero se vincula con el
fortalecimiento, con fuerte apoyo estatal, del proceso de
industrialización por sustitución de importacio-nes
que se venía registrando en muchos países de la
región en respues-ta a las alteraciones registradas en el
funcionamiento de la economía mundial a partir de la
Primera Guerra Mundial. Según los técnicos de la
CEPAL coordinados y dirigidos por Prebisch, ello
constituía el prin-cipal mecanismo para la
superación del subdesarrollo de las economías
latinoamericanas14. A este respecto, en el famoso Estudio
económico de América Latina del año 1949
(CEPAL, 1951), se enfatiza que en esta región no basta con
incrementar la productividad en la producción pri-maria
para elevar el nivel de ingresos, en tanto esto significa
agrandar el exceso de población activa. Es preciso
también, y fundamentalmente, absorber este sobrante, y
para ello es decisivo el impulso al desarrollo de la industria y
sus actividades asociadas.

Como señala Fitzgerald (1998), la
propuesta estructuralista de la industrialización
sustitutiva planteaba un estilo integral de desarro-llo que
intentaba dar respuesta, de manera simultánea, a
cuestiones relacionadas con el crecimiento, la inversión,
el empleo y la distribu-ción del ingreso en el
mediano/largo plazo16. Los objetivos centrales de la
industrialización sustitutiva pasaban por generar un
importante ahorro de divisas en un mediano plazo, dar respuesta a
la situación del mercado laboral y favorecer el progreso
técnico. En efecto, si bien algo subestimado en sus
comienzos, los técnicos cepalinos reconocían que un
esquema de industrialización como el propuesto
conllevaría. El énfasis presente en la
formulación teórica inicial de la CEPAL (1949;
1951; y Prebisch, 1962) en fomentar la industrialización
de las sociedades latinoamericanas me-rece ser destacado por
cuanto se encontraba en las antípodas del -hasta ese
momento, prácticamente hegemónico- postulado de
inspiración ricardiana de que los países
debían especializarse en aquellos sectores de actividad en
los que tuvieran probadas ventajas comparativas
(relativas).

Atento a sus principales
características estructurales, los sectores primarios de
exporta-ción no estaban en condiciones de demandar esta
fuerza de trabajo excedente.

Al decir de Sunkel: "el tema industrial
apareció […] desde el comienzo en la
preocu-pación de la institución, pero más
bien como el área moderna, innovativa, productiva, de
futuro, cuya promoción debía llenar un vacío
en la estructura productiva incompleta heredada de la etapa de
desarrollo exportadora anterior. Este sector debía
convertirse en el motor del desarrollo mediante la
introducción del avance tecnológico y los aumentos
de productividad, la modernización de las relaciones de
trabajo y el desarrollo empresarial tanto público como
privado, a la vez que se esperaba que constituyera la fuente de
absor-ción de la mano de obra que venía siendo
desplazada del sector rural y un elemento que contribuiría
a la superación de la pobreza y las desigualdades
sociales" (2000: 36). Déficits comerciales. En las
formulaciones de la CEPAL de esta época se reconoce
que:

Mientras el proceso de
industrialización no concluyera enfrentaría siempre
una tendencia al desequilibrio estructural del balance de pagos,
ya que el proceso sustitutivo "aliviaba" la demanda de
impor-taciones por un lado, pero imponía nuevas
exigencias, derivadas tan-to de la estructura productiva que
creaba como del crecimiento del ingreso que generaba. Por esa
razón, sólo se alteraba la composición de
las importaciones, renovándose continuamente el problema
de la insuficiencia de divisas (Bielschowsky, 1998:
26).

Para los técnicos de la CEPAL, el
segundo núcleo básico se relacionaba con la
excesiva concentración de la propiedad de la tierra,
característica de, prácticamente, la totalidad de
los países de la región. Esta situación era
vista como un freno al proceso industrializador que se intentaba
im-pulsar, que resultaba amplificado por la histórica
renuencia de los gran-des latifundistas a volcar al sector
manufacturero las rentas de exporta-ción; de allí
que el fomento a la industrialización debía ser
acompañado por una reforma agraria tendiente a distribuir
más equitativamente la propiedad de la tierra.

Como puede inferirse de las consideraciones
precedentes, para los cepalinos de la época, en ese
proceso de industrialización impulsa-do con la finalidad
de superar el subdesarrollo y la pobreza de las so-ciedades
latinoamericanas, la intervención estatal debía
asumir un rol protagónico, siendo este el tercer
núcleo básico de su propuesta. Ello debía
manifestarse en muy diferentes aspectos, entre los que se
desta-can los siguientes: planificación del desarrollo,
diseño de un Sistema de Cuentas Nacionales, proteccionismo
y/o promoción de aquellas ac-tividades que se intentaba
desarrollar y/o fortalecer, inversión pública,
empresas de propiedad estatal (en especial, en el área de
los insumos intermedios) y fomento a la creación de
empresarios industriales. De esta forma, se consideraba que, en
el marco brindado por las condi-ciones estructurales propias de
la periferia latinoamericana, el aparato estatal
contribuiría decisivamente al desarrollo económico
de la región (Rodríguez, 1980).

El cuarto núcleo básico en
torno del cual se estructuraron las ideas y propuestas de la
CEPAL en esta época se asocia al reconoci-miento de que
ese imprescindible accionar estatal debía procurar,
adi-cionalmente, la integración económica
latinoamericana. Para Prebisch, la coordinación regional
de la sustitución de importaciones resultaba
indispensable, tanto como mecanismo para generar escalas de
produc-ción (y aumentar el tamaño de los mercados),
como para incrementar el comercio intra-regional de bienes
industriales. Adicionalmente, este impulso a la
integración de América Latina tenía por
objetivo fortale-cer el posicionamiento de los países de
la región frente a los centrales.

En definitiva, lo que interesa destacar es
la indudable influen-cia de la CEPAL en impulsar muchas de las
políticas de carácter de-sarrollista aplicadas en
la región durante la década del cincuenta (no
siempre, vale destacarlo, bajo regímenes políticos
democráticos). Ello contribuyó a afianzar el
proceso de industrialización por sustitución de
importaciones que ya formaba parte de la realidad latinoamericana
desde mediados de los años treinta -así como de
otros países subdesa-rrollados (por caso, la
India).

En forma paralela a la conformación
del estructuralismo latino-americano en la economía del
desarrollo, la sociología del desarrollo también
experimentó su propia trayectoria en la región,
dando sus pri-meros pasos con la adopción de la
sociología científica, particularmen-te, la
teoría de la modernización. Gino Germani (1965) fue
el principal referente de esta teoría de raigambre
parsoniana en el subcontinente. Germani investigó el
proceso de cambio social entre un tipo de socie-dad y otra,
resaltando la naturaleza asincrónica de esta
transición, que conllevaba la convivencia de formas
sociales, valores y aspectos cultu-rales de distintas
épocas y etapas en una misma sociedad. Esta sería
la razón por la cual el proceso de transición
generaba conflictos y crisis al interior de las sociedades,
debido a que algunas partes retenían as-pectos más
bien tradicionales mientras otras podían haber devenido
modernas (Larrain, 1998). Más allá de los
importantes avances realiza-dos en esta dirección -y de
los numerosos investigadores formados en esta tradición
teórica a lo largo de la región-, la crítica
a la sociología científica y, en particular, a la
teoría de la modernización no tardó en
gestarse en América Latina.

Hacia fines de la década del sesenta
salió a la luz una importante corriente de pensamiento que
dejó su impronta en los años subsiguien-tes: la
escuela de la dependencia. Esta escuela, inspirada en la
nacien-te sociología crítica de raigambre marxista,
la teoría del imperialismo de Lenin y los
diagnósticos realizados desde la CEPAL para América
Latina, estuvo conformada por un vastísimo grupo de
pensadores -en su mayoría economistas y sociólogos
latinoamericanos- que revolu-cionaron el pensamiento
económico, político y social de su época. La
escuela de la dependencia desarrolló una crítica
latinoamericana a la teoría de la modernización,
tanto en su versión sociológica como en su
versión económica. La crítica fue
devastadora y derivó en el abandono casi total de esta
perspectiva en la región.

El punto de partida de la escuela de la
dependencia fue prác-ticamente el opuesto al de la
teoría de la modernización. Mientras la
teoría de la modernización concebía al mundo
como una colección de naciones autónomas e
independientes, la escuela de la dependencia ar-gumentó
que las naciones eran partes incompletas de un todo mayor.
Mientras la teoría de la modernización
atribuía los problemas de la periferia a su retraso
interno y a su "tradicionalismo", la escuela de la dependencia
colocó el énfasis en los siglos de comercio, la
colonización y las relaciones culturales, políticas
y militares que se habían registra-do entre las sociedades
llamadas "modernas" y "tradicionales". Mien-tras la teoría
de la modernización presumía una ley universal
válida para el desarrollo desde la tradición a la
modernidad, la escuela de la dependencia sostuvo que estos dos
tipos ideales sub-representaban la complejidad del mundo real. Si
la teoría de la modernización entendía al
mundo como una suerte de colección de países
formalmente iguales y capaces de seguir un mismo sendero, la
escuela de la dependencia proveyó una perspectiva en donde
las sociedades particulares se enten-dían en el contexto
de un sistema social que se extendía más
allá de sus fronteras: el sistema mundial
capitalista.

Como destaca Fiori (1999), no hubo una sino
varias versiones académicas sobre la dependencia dentro
del amplio espectro de la lla-mada escuela de la dependencia,
cada una de ellas representando pro-yectos políticos y
estrategias económicas sustancialmente distintas. A pesar
de ello, todas tienen en común una deuda imposible de
negar con la teoría del imperialismo, en particular con la
relectura realizada por Paul Baran a partir de la década
del cuarenta, y con una visión de la pe-riferia
capitalista en el contexto de una economía global y
jerarquizada heredada de la escuela estructuralista
latinoamericana. En tal sentido, y siguiendo la
caracterización ya clásica de Palma (1981), pueden
identificarse al menos tres grandes corrientes dentro de la
amplia escuela de la dependencia, no todas de origen
latinoamericano.

La primera corriente se propuso construir
una teoría del subde-sarrollo cuya principal idea era que
el subdesarrollo es directamente causado por la dependencia de
las economías periféricas respecto a las centrales,
siendo por tanto el capitalismo periférico incapaz en
sí mismo de generar un proceso de desarrollo. El
representante prototípico de esta primera corriente es
Gunder Frank (1967) y su tesis del "desarrollo del
subdesarrollo"20. Para este autor, las peculiares relaciones de
dominación que se establecían entre los
países centrales y los periféricos (o, en sus
propios términos, entre las "metrópolis" y sus
"satélites"), condicionaban de manera considerable el
desarrollo de las fuerzas productivas en las zo-nas más
atrasadas del sistema mundial. De allí que, para esta
perspecti-va, el desarrollo de América Latina estaba
condicionado necesariamente a la realización de una
revolución en contra de la burguesía
doméstica y del imperialismo internacional, que fuera
capaz de establecer una estra-tegia de desarrollo socialista
apoyada en el aumento de la participación popular y la
conquista de la independencia económica
externa.

En segundo lugar, según Palma
(1981), se ubica un grupo dentro de la escuela de la dependencia
cuya característica unificadora era el análisis de
lo que se llama "situaciones concretas de dependencia". Este
enfoque rechazaba los intentos de construir una teoría
general de la de-pendencia y buscaba comprender los procesos de
lucha al interior de los países que mediaban entre la
influencia externa y el desarrollo local.

Los representantes más importantes
de esta segunda vertiente son Cardoso y Faletto (1969). En
oposición a varias argumentaciones muy difundidas en esos
años que destacaban el carácter progresista y
nacional de las burguesías industriales de la
región (portadoras de un proyecto de desarrollo) y la
naturaleza democrática de las alianzas -(poli clasistas)
impulsadas, estos autores señalaron que la
situación de subdesarrollo en la que se encontraban las
sociedades latinoamericanas se debía, en lo sustantivo, a
la manera en que los sectores dominantes nacionales se
habían insertado en la economía mundial o, en otros
tér-minos, al tipo de alianzas que habían
establecido con las burguesías de los países
centrales (parafraseando a los autores, la forma en la que se
constituyeron los grupos sociales internos que definieron las
relacio-nes internacionales intrínsecas al subdesarrollo).
Como destaca Fiori (1999), la tesis de estos autores tuvo una
importante significación, tanto política como
académica, porque defendía, contra el pesimismo
domi-nante, que un desarrollo dependiente y asociado a las
metrópolis no tendía, necesariamente, al
estancamiento y que, por tanto, el desarrollo capitalista en la
periferia, si bien involucraba pesadas contradicciones sociales,
era perfectamente viable bajo ciertas alianzas
sociales.

Finalmente, la tercera corriente
está representada por el trabajo de economistas como
Sunkel y Paz (1980) y Furtado (1966), quienes buscaron reformular
el análisis original de la CEPAL y enfatizar los
obstáculos para el desarrollo nacional que surgían
de las condiciones externas a las que estaban sujetas las
economías periféricas. Al igual que en la segunda
vertiente presentada, en esta última corriente no se
encuentran generalizaciones que pongan en duda las capacidades
de-sarrollistas del capitalismo, ni se busca realizar una
teoría general del subdesarrollo. En cambio, los autores
mencionados se proponían ac-tualizar, sobre la base del
desenvolvimiento reciente de las economías
latinoamericanas y las nuevas teorías de la época,
las propuestas de desarrollo elaboradas inicialmente en la
CEPAL.

La sinuosa trayectoria de las
economías latinoamericanas duran-te los años
cincuenta exigía una evaluación seria del
pensamiento y las prescripciones cepalinas. Esta trayectoria se
caracterizó (en particular, durante su segunda mitad) por
los siguientes hechos: considerable ines-tabilidad
macroeconómica; importantes tasas de inflación;
desarrollo industrial (sobre todo en sectores elaboradores de
bienes de consumo no durables); persistencia -incluso
acrecentamiento- de la restricción externa (a pesar de los
esfuerzos realizados en términos de sustitución de
importaciones); y fuerte concentración del ingreso y
deterioro signi-ficativo en el nivel de vida de la
población (en particular, de los sectores de menores
ingresos).

En ese contexto histórico, y bajo la
influencia de los nuevos desarrollos teóricos enmarcados
en la escuela de la dependencia, la CEPAL redefinió parte
de los diagnósticos y propuestas que había
ela-borado en los años anteriores, aunque mantuvo el mismo
principio rector: contribuir al desarrollo de las sociedades
latinoamericanas. En el plano académico, la mayoría
de los analistas vinculados a la CEPAL en este período
muestran un notable "pesimismo estructural" en sus trabajos
(Lustig, 2000), asociado a un temprano reconocimiento de las
limitaciones del modelo sustitutivo y a que el subdesarrollo
había dado muestras de ser un proceso que se perpetuaba a
pesar del (inestable) crecimiento económico.

Para algunos autores, como Furtado (1966),
la acumulación de capital durante la etapa
"difícil" de la sustitución de importaciones
ge-neraba condiciones para el surgimiento de tendencias al
estancamien-to. Durante el decenio de los sesenta, a partir de
las políticas aplicadas por los gobiernos desarrollistas
de la época, muchos países de la región
habían avanzado en el proceso de sustitución de
importaciones hacia los sectores productores de bienes
intermedios y de consumo durable (lo que se conoció como
la sustitución "pesada" o "difícil" de
importa-ciones). Según este autor:

El modelo de crecimiento generaba una alta
concentración del ingre-so que, a su vez, se
traducía en una estructura de la demanda dirigi-da hacia
bienes de consumo duradero, sobre todo, y que propiciaba la
orientación de la estructura productiva hacia sectores con
mayor densidad de capital […] y mayores requerimientos de
importaciones dificultando de esta manera la posibilidad de
sostener una cierta tasa de crecimiento (Lustig, 2000:
92).

Otros autores, como Pinto (1970), Sunkel y
Paz (1980) y Vuskovic (1974), también partían del
reconocimiento de que la estructura productiva que se
había configurado en la mayoría de los
países de América Latina (en especial, en los de
mayores dimensiones) se orientó de manera crecien-te hacia
ramas de producción caracterizadas por elevados
coeficientes de capital y de requerimiento de importaciones, lo
cual había traído aparejado impactos negativos
tanto sobre las cuentas externas de las economías de la
región como sobre la distribución del ingreso.
Pinto partió de la verificación de que en las
sociedades de la región el progre-so científico y
tecnológico tendía a concentrarse -regresivamente-
no sólo en la distribución del ingreso entre las
clases, sino también entre estratos y regiones dentro de
un mismo país, de lo cual concluía que el proceso
de crecimiento en América Latina tendía a
reproducir en forma renovada la vieja heterogeneidad estructural
imperante en el período agro-exportador. En el planteo de
Sunkel, el problema del subdesarro-llo de América Latina
estaba fundamentalmente asociado al hecho de que mientras en los
países centrales la mayoría de los trabajadores se
encontraba integrada al "mundo moderno", en los
periféricos tal situa-ción sólo se
manifestaba en una reducida proporción de la
población.

Finalmente, para autores como Serra y
Tavares (1974), el freno al proceso de acumulación de
capital se derivaba de la existencia de pro-blemas de
realización y subconsumo de los productos manufacturados
en los nuevos sectores dinámicos (en buena medida,
elaboradores de bienes de consumo durable). Ello se derivaba del
tipo de distribución del ingreso prevaleciente y,
consecuentemente, del reducido tamaño del mercado de
consumo, lo cual conllevaba una saturación de la demanda
de estos bienes y requería para superarse una mayor
concentración de la riqueza en los estratos
superiores.

Para estos autores, entonces, el sector de
bienes de consumo durade-ros era el sector líder de la
economía y, por tanto, la concentración del ingreso
era necesaria para garantizarles un mercado de tamaño
adecuado; mientras que para los "redistribucioncitas" el sector
de bienes de consumo duradero era, justamente, el que no
debía expan-dirse, por ser el que tenía los mayores
requerimientos de importa-ciones y las relaciones capital/trabajo
más altas. En ambas concep-ciones, no obstante, el
crecimiento basado en la expansión del sector "moderno" o
de bienes de consumo duradero suponía continuar con el
carácter subdesarrollado del patrón de crecimiento;
es decir, con la marginación de vastos sectores de la
población y la dependencia del exterior (Lustig, 2000:
93).

Si bien, como se ha expuesto, pueden
distinguirse varias corrientes den-tro del pensamiento de
raíz cepalina de la época -en particular respecto
al peso asignado a distintos factores en la explicación
del estancamien-to económico-, el resultado común
de estos análisis se expresó en un nuevo conjunto
de recomendaciones para los países latinoamericanos. Con
la finalidad de eludir la "insuficiencia dinámica" de las
economías de la región se consideraba
indispensable, entre otras cosas, realizar una mayor y mejor
planificación estatal del desarrollo, profundizar el
proceso de industrialización (avanzando hacia los
"casilleros vacíos" de la matriz insumo-producto),
promover las exportaciones industria-les, redistribuir el ingreso
de manera progresiva y concretar la reforma agraria (Prebisch,
1963).

También son oriundos de esta
fértil época los aportes del sociólo-go
Medina Echavarría quien, desde el propio ámbito de
la CEPAL, des-tacó la necesidad de incorporar a las
teorías del desarrollo económico variables de
índole sociológica y politológica, de forma
tal de acceder a una suerte de ciencia social única del
desarrollo latinoamericano. Me-dina Echavarría (1963: 14)
señaló:

Lo elegante científicamente
sería una teoría única. Pero si esta fal-ta,
se espera al menos del sociólogo que sea capaz de elaborar
una concepción sociológica del desarrollo, es
decir, una teoría desde la perspectiva de la estructura
social en su conjunto. Y así como el eco-nomista ofrece, o
puede ofrecer, modelos de desarrollo que son por lo menos una
pauta clara en las tareas de la práctica, se ha pedido al
sociólogo que ofrezca igualmente modelos de los procesos
estructu-rales que acompañan o preceden al proceso
económico mismo.

Sobre esta base, y considerando la dualidad
estructural característica de la región, Medina
Echavarría indaga, desde una perspectiva
históri-co-social, las posibilidades y limitaciones que se
presentan en América Latina para que el crecimiento
económico se dé pari passu crecientes grados de
inclusión social, mayores niveles de participación
democrá-tica de parte de la población y creciente
progreso cultural de los in-dividuos. En ese marco, no resulta
casual que una de las principales conclusiones a las que arriba
el autor -y uno de los mayores énfasis que coloca- en esta
obra es que la "planificación económica" debe ir
necesa-riamente de la mano de la "planificación social y
política".

En síntesis, en el nivel
latinoamericano, la década del sesenta es-tuvo signada por
el surgimiento de importantes cuerpos teóricos vincu-lados
con la problemática del (subdesarrollo de los
países de la región, que involucraron aspectos
tanto económicos como sociológicos. Asi-mismo, de
la lectura de los principales estudios realizados en el
período se desprende un marcado pesimismo en
relación con los impactos del funcionamiento de las
economías de la región y, derivado de ello, un
creciente reconocimiento de las limitaciones estructurales
subyacentes al tipo de industrialización -y el consecuente
estilo de desarrollo- pro-movido. De allí que no resulte
casual que en el plano propositivo se enfatizara, entre otras
cuestiones, la centralidad de garantizar una más
progresiva distribución del ingreso, la necesidad de
empezar a fomen-tar exportaciones no tradicionales (lo cual
permitiría no sólo aumentar la oferta de divisas,
sino también restarle centralidad estructural a los
grandes terratenientes) y, en suma, la importancia de ampliar el
con-cepto de desarrollo de forma tal que abarcara también
cuestiones de índole social y política (a esta
altura, ya era evidente que el crecimiento económico de
las economías latinoamericanas no garantizaba per se la
salida de la situación de subdesarrollo -económico,
político y social- en la que se encontraban).

6.19 – Algunas conclusiones de la
trayectoria del pensamiento latinoamericano

La revisión de la trayectoria
seguida por el pensamiento latinoamerica-no sobre el desarrollo
del subdesarrollo entre inicios de la década del cincuenta
y mediados de la del setenta -ilustrado particularmente a
tra-vés de la evolución del pensamiento de la
CEPAL-, permite identificar algunos elementos teóricos y
metodológicos comunes.

En primer lugar, el pensamiento
latinoamericano de este período se destacó por ser
crítico y cuestionador de las corrientes dominantes en
ciencias sociales. Las versiones latinoamericanas de la
sociología del desarrollo y de la economía del
desarrollo, fundadas en el estructura-lismo, la sociología
crítica y la teoría de la dependencia, fueron
expre-siones de la capacidad de los científicos de la
región de tomar las ideas dominantes en el debate
internacional y ponerlas "patas para arriba", desnudando sus
falacias y sus limitaciones. América Latina
cuestionó el saber convencional, descubrió los
dogmas establecidos y los trans-formó
reinventándolos. Esta fue, sin duda, la potencia del
pensamiento latinoamericano del período.

A la vez, esta cualidad marcó una
cierta limitación del pensa-miento de la región: su
tendencia a adoptar mayormente la agenda de investigación
internacional y a discutir las temáticas en boga. Con
mayor o menor grado, el pensamiento latinoamericano
estableció en esta etapa su agenda de investigación
en función de la agenda predo-minante en los países
centrales, experimentando dificultades para ges-tar y sostener
sus propias prioridades de investigación y, en todo caso,
agregando sus propias problemáticas y perspectivas a una
agenda de investigación heredada. Se trataba, entonces, de
un pensamiento ori-ginal que, en algunos aspectos, se
desarrollaba por oposición -o como reacción- frente
al pensamiento dominante, aportando elementos crí-ticos y
novedosos, pero alrededor de una agenda de investigación
que, en algunos casos, incluía elementos
extemporáneos a la realidad lati-noamericana. Por lo
tanto, si bien América Latina aportó una
perspec-tiva original e innovadora, su agenda,
problemáticas, preguntas y sus conceptos corrían el
riesgo de quedar atrapados, sin quererlo, dentro de los
márgenes establecidos por ese mismo saber dominante que se
desnudaba genialmente.

Un elemento en particular muestra la
continuidad existente entre el pensamiento latinoamericano y las
corrientes sobre desarrollo hege-mónicas a nivel
internacional en la etapa: la preeminencia de la ilusión
del desarrollo. El pensamiento regional, al igual que el
dominante en los países centrales y en los organismos
internacionales, estuvo teñido de la ilusión de que
el desarrollo es posible en el sistema capitalista -aun partiendo
de situaciones de subdesarrollo- y que bastaría la
imple-mentación de las políticas correctas en cada
etapa para la consecución de tal objetivo. Esta
ilusión, propia de los años dorados del
capitalismo, era compartida por la mayoría de las
disciplinas y corrientes en el cam-po del desarrollo, las que no
disentían sobre la posibilidad misma del desarrollo -lo
que se descontaba- sino sobre cuáles eran las estrategias
y políticas más efectivas para alcanzarlo,
así como sus causas últimas. Más aun, si
bien el debate sobre las políticas de desarrollo era
fogoso y extenso al interior de cada disciplina
-analizándose numerosas alterna-tivas-, en cada momento
histórico tendía a alcanzarse un consenso
ma-yoritario sobre cuáles eran las políticas
más adecuadas para promover el desarrollo en las
sociedades subdesarrolladas, gestándose una suerte de
receta general.

La continuidad entre las prioridades de
investigación regionales e internacionales, así
como respecto a la ilusión del desarrollo, estuvo
atenuada, sin embargo, por otra característica central del
pensamiento latinoamericano durante esta etapa: su estrecha
vinculación con las problemáticas sociales,
políticas y económicas a nivel regional. El
pen-samiento latinoamericano de posguerra fue, predeciblemente,
un fruto palpable de su época, resultado de su momento
histórico. En este sen-tido, las décadas del
cincuenta y sesenta fueron una etapa en la que el Estado
ocupó un lugar central en el proceso de crecimiento
económico y de industrialización en América
Latina, liderando el desarrollo a nivel nacional a través
de su intervención en múltiples esferas (la
inversión pública en los sectores de
infraestructura, la conducción del proceso de
industrialización, el accionar directo en el comercio
exterior, la regula-ción del sector financiero,
etcétera).

La agenda de investigación de la
economía del desarrollo latinoa-mericana tomó -y, a
la vez, en ciertos casos, modificó- estas
problemá-ticas, en una relación íntima entre
el análisis teórico y las políticas
eco-nómicas, las que se moldearon mutuamente a lo largo de
esta etapa. La realidad social también tuvo una influencia
inmediata en las problemáti-cas abordadas por las ciencias
sociales en la región, reflejada fundamen-talmente en la
agenda de investigación de la sociología del
desarrollo. A medida que se hizo evidente que el crecimiento
económico no sólo no garantizaba, sino que por
momentos colisionaba con el bienestar social, el pensamiento
sobre el desarrollo comenzó a incorporar este aspecto en
sus estudios empíricos y teóricos, reflejando en
sus preocupaciones científicas las inquietudes sociales de
la época. La alta movilización,
sin-dicalización y organización social a lo largo
de la región -que incluyó vertientes tan distintas
como, a título ilustrativo, los movimientos de campesinos,
las guerrillas revolucionarias, los estudiantes organizados y las
juventudes de los partidos políticos– también
tuvieron influencia directa en las ciencias sociales,
imprimiéndoles a los escritos de la época un
carácter combativo, contestatario y
cuestionador.

Esta última característica
favoreció la aparición de otro ele-mento distintivo
del pensamiento latinoamericano sobre desarrollo, en particular
respecto al pensamiento dominante a nivel internacio-nal: la
pronta identificación y la clara conciencia sobre las
dificultades estructurales y las limitaciones objetivas con que
contaban los países latinoamericanos para iniciar un
proceso sostenido de desarrollo, lo que los hacía
marcadamente distintos a los países centrales. En cla-ra
diferenciación con aquellas conceptualizaciones y
recomendaciones extremadamente simples, como las que
proponían algunas teorías he-gemónicas
-típicamente, la teoría de la modernización-
en las que el desarrollo del subdesarrollo se presentaba como un
proceso armónico, lineal y garantizado (casi
idéntico al de los países centrales), el
pensa-miento de la región ofreció un mayor nivel de
complejidad en sus aná-lisis, identificando la
especificidad de los países subdesarrollados y la
necesidad de partir de un diagnóstico menos
romántico y más racional sobre sus posibilidades
reales de crecimiento. Gracias a esta mirada, la ilusión
del desarrollo propia del campo se atemperó con una
visión realista y crítica respecto a las
condiciones estructurales e históricas de la
región, dando como fruto un marco analítico que si
bien postulaba la posibilidad del desarrollo, no dejaba de
identificar las difíciles barre-ras que este proceso
debía sortear. Esta mayor crudeza implicó que, en
ocasiones, se catalogara a los científicos
latinoamericanos de sufrir una suerte de "pesimismo estructural".
Sin embargo, más que dar cuenta de un pesimismo
caprichoso, esta perspectiva era resultado de una visión
aguda y compleja acerca de las posibilidades -y las dificultades
existen-tes- para que la región ingresara en un sendero de
desarrollo, fruto del análisis racional y
científico propio de quienes habían nacido, se
habían formado y vivían en América
Latina.

Otra característica del pensamiento
latinoamericano de la época fue la participación
activa y directa de científicos y académicos en la
elaboración e implementación de los planes de
desarrollo y crecimiento nacionales y regionales. Datan de esta
etapa la fundación de las prime-ras agencias nacionales de
planificación, la elaboración de sofisticadas
estrategias de crecimiento económico y la
compilación de manera sis-temática de voluminosas
estadísticas nacionales, responsabilidades que asumieron
mayoritariamente los técnicos, y también los
académicos, de la región. En particular, la CEPAL
ocupó un lugar privilegiado como asesora de
políticas públicas, especialmente en el campo de la
econo-mía. Se identifica, entonces, no sólo una
influencia mutua entre ciencia y realidad, sino, más
aún, una intervención directa del conocimiento
técnico en la búsqueda del desarrollo nacional y
regional, diseñando, legitimando y justificando las
políticas implementadas.

Por último, un aspecto propio del
pensamiento latinoamericano de la época fue la temprana
aparición de la interdisciplinariedad en las ciencias
sociales, en particular en la reflexión sobre el
desarrollo del subdesarrollo. En el ámbito regional, este
campo se caracterizó por la permanente discusión
académica entre economistas, sociólogos y
politólogos sobre cuáles eran las políticas
necesarias para favorecer el desarrollo de las sociedades
latinoamericanas, así como los factores y conceptos
más apropiados para dar cuenta del atraso de estas
socieda-des. Si bien primó la discusión al interior
de cada una de las disciplinas, la búsqueda de respuestas
conjuntas e interdisciplinarias no tardó en llegar,
identificándose debates y trabajos que atravesaban los
escuetos márgenes de las ramas particulares tanto en la
trayectoria de la CEPAL como en las universidades y centros de
estudios de Latinoamérica. En particular, la
crítica a la vertiente ricardiana de la economía
del desa-rrollo proveniente desde la sociología,
así como desde algunas corrien-tes de la escuela del
desarrollo, favoreció la integración entre las
áreas de conocimiento.

En síntesis, el pensamiento
latinoamericano de la época en el campo del desarrollo del
subdesarrollo fue crítico e innovador, aun-que estuvo
influenciado por la agenda internacional; argumentó que el
desarrollo era posible, aunque era consciente de las dificultades
es-tructurales que lo trababan; fue un fiel reflejo de su
época; involucró la participación directa de
científicos y académicos en el diseño y la
implementación de políticas públicas; y se
caracterizó por su tempra-na interdisciplinariedad dentro
de las ciencias sociales. Desde ya, estas características
fueron generales y no son aplicables a la totalidad del
pensamiento latinoamericano del período, aunque sí
a su mayor parte (siendo la CEPAL un muy claro exponente de lo
manifestado). De he-cho, como se mencionó, es posible
identificar algunas vertientes con cualidades bien distintas a
las expuestas, que si bien eran minoritarias en esta etapa,
expresaron tempranamente algunas de las características
que tomaron las ciencias sociales a partir de mediados de los
años se-tenta, y devendrían hegemónicas
durante el decenio de los noventa.

6.20 – Agonía y "travestismo" del campo del
desarrollo del subdesarrollo

A la primera etapa de nacimiento y apogeo
del campo del desarrollo del subdesarrollo le siguió otra
que se caracterizó por la agonía de esta
discusión y la gestación de una nueva, donde el
propio concepto de de-sarrollo renació "travestido". El
"travestismo" del concepto refiere a la transformación del
mismo de manera tal que aparece como lo que en realidad no es.
Así, lo que apareció como una "nueva"
discusión sobre el desarrollo en las últimas
décadas del siglo XX, resulta ser en reali-dad la ausencia
de este debate y su reemplazo por una nueva perspec-tiva
hegemónica sustentada teóricamente en la
economía neoclásica. En este marco, si bien el
término desarrollo mantuvo presencia en las ciencias
sociales, el contenido del anterior debate sobre el desarrollo de
las sociedades subdesarrolladas fue gradualmente fragmentado y
even-tualmente reemplazado por uno nuevo referido al crecimiento
de las economías emergentes.

A continuación se sintetiza el
proceso de transformación del campo de estudio del
desarrollo del subdesarrollo entre mediados de la década
del setenta y fines de la del noventa. Se argumenta que este
proceso de agonía y "travestismo" del campo se
realizó a través de dos grandes "oleadas" de cambio
en el debate internacional, las cuales tu-vieron su correlato en
América Latina, ligadas a dos decisivos procesos de avance
del capital sobre el trabajo en la región.

La primera oleada, ubicada
cronológicamente entre mediados de los setenta y mediados
de los ochenta, estuvo caracterizada por la crítica voraz
del pensamiento sobre el desarrollo del subdesarrollo a nivel
internacional -proceso que en este ensayo se denomina
"contra-rrevolución neoconservadora"- y por su
subsiguiente penetración en América Latina. Esta
penetración a nivel regional fue posibilitada por la
irrupción, entre los años sesenta y setenta, de
dictaduras militares en varios países de la región.
Esta oleada está asociada fundamentalmente a la
agonía del campo de estudio aquí abordado, y a su
incipiente reapa-rición en forma "travestida". La segunda
oleada se inició hacia fines de la década del
ochenta, en paralelo a la consolidación del neoliberalismo
como "pensamiento único" en el plano internacional y,
más aún, en el nivel regional. Consumada la
agonía, esta segunda oleada se caracte-rizó por la
fragmentación del campo del desarrollo del subdesarrollo y
la reaparición de la problemática allí
abordada en forma "travestida" en otros conceptos de las ciencias
sociales, especialmente de la economía.

Seguidamente se expondrán las
características fundamentales de estas oleadas que, de
manera sucesiva, fueron transformando el campo del desarrollo del
subdesarrollo y el pensamiento de la CEPAL. Poste-riormente, se
presentan algunas conclusiones de la trayectoria expues-ta,
identificando rupturas y continuidades entre el pensamiento
lati-noamericano de este período y el de la etapa de
gestación y auge del campo del desarrollo.

6.21 – La agonía en el debate internacional:
la primera oleada

En el transcurso de la edad de oro del
capitalismo se fue gestando en el nivel teórico una
contrarrevolución, de carácter neoclásico en
lo econó-mico y neoconservador en lo sociopolítico,
contra el campo del desarrollo en general, y la economía
del desarrollo en particular, que se proclamaría
victoriosa hacia mediados de la década del ochenta31. Esta
contrarrevo-lución representó la primera oleada
contra el campo del desarrollo y fue la antesala necesaria para
la consolidación del neoliberalismo.

La crisis, a inicios de la década
del setenta, en que ingresó el hasta aquel momento
vigoroso proceso de desarrollo económico de posguerra se
identifica aquí como el sustento material necesario para
esta contrarrevolución, y la posterior
consolidación del neoliberalismo como ideología
hegemónica. Las principales manifestaciones de esta crisis
incluyeron la reducción de la tasa de ganancia, la
aparición de la estanflación y la
disminución en el ritmo de acumulación de capital
en la mayoría de los países capitalistas
avanzados32. Los autores afectos al pensamiento neoliberal
identificaron esta crisis como consecuencia del supuestamente
excesivo poder de los sindicatos en los países centrales,
lo que se manifestaba en sus constantes demandas sobre el Estado
-en particular, en materia de reivindicaciones salariales- y, por
tanto, era el principal factor explicativo de la caída en
la tasa de ganancia. Sobre ese diagnóstico, la
"solución" propuesta era sumamente sencilla: reducir el
poder sindical y, por esa vía, sentar las bases para una
recuperación de los beneficios capitalistas y su
sostenimiento en el largo plazo.

Las notables transformaciones
económicas los setenta fueron pronto acompañadas de
significativas transformaciones de color político. A fines
de esta década, con la asunción de Thatcher en
Inglaterra en 1979, en gran parte de los países centrales
comenzaron a ganar notable influencia las ideas neoliberales en
el diseño de las políticas públicas. El
gobierno inglés fue el primero de dichos países en
abrazar abiertamente el neoliberalismo, pero no fue el
único: en los años siguientes se sumaron EE.UU.,
Alemania y prácticamente todos los países europeos.
Unos años después, varios países europeos
con gobiernos socialdemócratas (como España y
Francia) tam-bién adhirieron a los postulados
básicos del pensamiento neoliberal.

El análisis de las significativas
transformaciones mundiales iniciadas a mediados de la
década del setenta, así como su correlato en
términos ideológicos, queda fuera de los
márgenes de este trabajo.

Como destaca Anderson (1995: 2-3),
según la caracterización neoliberal "los sindicatos
han minado las bases de la acumulación de la
inversión privada con sus reivindicaciones salariales y
sus presiones orientadas a que el Estado aumente sin cesar los
gastos sociales parasitarios. Estas presiones han recortado los
márgenes de ganancia de las empresas y han desencadenado
procesos inflacionarios (alza de precios), lo que no puede
más que terminar en una crisis generalizada de las
economías de mercado. Desde entonces, el re-medio es
claro: mantener un Estado fuerte, capaz de romper la fuerza de
los sindicatos y de controlar estrictamente la evolución
de la masa monetaria (política monetarista). Este Estado
debe ser frugal en el dominio de los gastos sociales y abstenerse
de intervencio-nes económicas. La estabilidad monetaria
debe constituir el objetivo supremo de todos los gobiernos. Para
este fin, es necesaria una disciplina presupuestaria,
acompañada de una restricción de los gastos
sociales y la restauración de una llamada tasa natural de
desempleo, es decir, de la creación de un ejército
de reserva de asalariados -batallones de desempleados- que
permita debilitar a los sindicatos. Por otra parte, deben
introducirse reformas fiscales a fin de estimular a los `agentes
económicos´ a ahorrar e invertir […] De esta
manera, una nueva y saludable inequidad reaparecerá y
dinamizará las economías de los países
desarrollados enfermos de estanflación, patología
resultante de la herencia combinada de las políticas
inspiradas por Keynes y Beveridge, basadas en la
intervención estatal anti cíclica (dirigida a
amortiguar las recesiones) y la redistribución social,
pues el conjunto de estas medidas ha desfigurado de manera
desastrosa el curso normal de la acumulación de capital y
del libre funcionamiento de los mercados".

"[El inglés] fue el primer gobierno
de un país capitalista avanzado que se comprometió
públicamente a poner en práctica el programa
neoliberal. Un año más tarde, en 1980, Ro-nald
Reagan fue elegido a la presidencia de EE.UU. En 1982, Helmut
Kohl y la coalición.

Esta primera oleada tuvo su correlato en el
plano académico a través de las voraces
críticas que la economía neoclásica
disparó contra la economía del desarrollo,
inaugurando la etapa de agonía. La recupe-ración de
la teoría neoclásica, y su reconfiguración
en la denominada síntesis neoclásico-keynesiana35
durante las décadas del cincuenta y del sesenta,
aportó los elementos teóricos para desarrollar esta
crítica, y dio a la misma un nuevo impulso para avanzar
sobre la economía del desarrollo. Específicamente,
la contrarrevolución neoclásica cuestionó
las consecuencias sociales y económicas que -desde su
perspectiva- ha-bía tenido la aplicación de
políticas públicas inspiradas en la economía
del desarrollo. Estas críticas afectaron tanto a la
vertiente ricardiana de la economía del desarrollo como a
la rama estructuralista más cercana a la CEPAL y a la
escuela de la dependencia. Las otras corrientes dentro de la
escuela de la dependencia, incluida la más radical
representada por Gunder Frank, también experimentaron una
suerte de agonía terminal en este período, fruto de
las críticas recibidas de uno y otro lado -es decir, desde
la economía ortodoxa y desde algunas escuelas neo
marxistas, que cuestionaron sus supuestos teóricos
fundamentales. Por tanto, el campo del desarrollo del
subdesarrollo fue progresivamente ganado por el pensamiento
neoclásico, en medio del fuerte tinte conservador de los
nuevos gobiernos nacionales en las principales potencias del
mun-do. Haggard (1990) identifica tres ramas iniciales de la
crítica.

En primer lugar, los economistas
neoclásicos cuestionaron la proposición de que el
comercio internacional impedía el desarrollo, mostrando
que los precios de los productos primarios no tendían a
caer (como había argumentado Prebisch) y que, de hecho, la
apertura al mercado internacional funcionaba como un
estímulo a la adaptación tecnológica, el
aprendizaje y el dinamismo industrial. Nuevas teorías del
comercio y la inversión internacional señalaron las
ventajas de la inversión extranjera directa para favorecer
el desarrollo estableciendo las bases para la nueva ortodoxia que
se instalaría de manera definitiva en los años
noventa.

Una segunda crítica se
orientó hacia los altos costos y cuellos de botella
externos identificados en la política de
sustitución de importa-ciones, cuestionando su sesgo
anti-exportador y sus ineficiencias pro-ductivas. A esta
crítica se sumó también el
señalamiento de la tenden-cia de las políticas
sustitutivas a generar comportamientos rentísticos
(rent-seeking) por parte de los agentes locales.

Una tercera línea de ataque se
basó en la comparación entre el exitoso
desempeño de las economías del Sudeste
Asiático en términos de desarrollo e
industrialización y el pobre desempeño de aquellas
eco-nomías como India y varios países de
América Latina, donde se identifi-caba que habían
sido aplicadas más estrictamente las recomendaciones de la
economía del desarrollo.

Con escasa fundamentación
empírica, aunque muy -y cada vez más- sofisticada
en materia de modelización matemática, los
académi-cos de la contrarrevolución diagnosticaron
que las razones que expli-caban el subdesarrollo eran
básicamente las siguientes: la sobre extensión del
sector público, el énfasis excesivo en la
formación de capital y la proliferación de
controles económicos distorsivos en los países en
desarrollo (Toye, 1993). Estas políticas eran
identificadas como las res-ponsables de que los beneficios de los
mercados y los incentivos no rindieran sus frutos en los
países menos desarrollados. Concretamente, en una
interpretación estrecha de los postulados del liberalismo
eco-nómico clásico, se responsabilizaba a la
intervención del Estado en la economía de
distorsionar los precios relativos y, por tanto, de impe-dir la
asignación eficiente del capital, el cual tendía a
ser dilapidado. El sustento de esta contrarrevolución fue
un conjunto de estudios so-bre el sector público de
numerosos países en desarrollo que aportaba evidencia
sobre el "ineficiente" uso de recursos del mismo, resaltando en
particular el dispendio y el supuestamente excesivo tamaño
de las empresas públicas. Se aportaron también
estudios de desempeño del sector industrial protegido con
el fin de señalar el bajo rendimiento de este tipo de
inversiones.

Bauer (1971) fue uno de los principales
voceros de la contra-rrevolución durante esta primera
oleada. Sostuvo que la economía del desarrollo no
sólo era irrelevante y estaba profundamente equivocada
sino que además era intelectualmente corrupta (Toye,
1993). Su crítica fue considerada devastadora,
recibió amplia cobertura en los medios de
comunicación más influyentes del mundo e
inauguró una sucesión de publicaciones motivadas
por el objetivo de desterrar definitivamente la economía
del desarrollo del campo científico y político. Lal
se sumó rápidamente a la crítica: "es
probable que la caída de la economía del desarrollo
favorezca la salud tanto de la economía como de la
economía de los países en desarrollo" (1983: 109,
traducción propia). Este autor concentró sus
cuestionamientos en lo que llamó el dogma dirigista de la
economía del desarrollo, que caracterizó con los
siguientes cuatro enun-ciados: la creencia de que el mecanismo de
precios de la economía de mercado debe ser suplantado por
varias formas de intervención pública directa para
promover el desarrollo; la subestimación de la
asignación microeconómica en favor de las
estrategias macroeconómicas; la con-vicción de que
el argumento clásico en favor del libre comercio no es
vá-lido para los países en desarrollo, lo que lleva
a imponer restricciones al comercio; y la visión de que
para aliviar la pobreza y mejorar la distribu-ción del
ingreso es necesaria la intervención del Estado en la
regulación y control de los precios de la economía
(entre ellos el salario).

Hacia mediados de la década del
ochenta, la contrarrevolución había triunfado. El
Banco Mundial proclamó explícitamente su
adhe-sión al pensamiento de la contrarrevolución en
1985 cuando tituló un artículo en su
publicación Research News con la siguiente frase: "Nue-vas
prioridades de investigación. El mundo ha cambiado, el
Banco tam-bién" (citado en Toye, 1993: 68,
traducción propia). Las nuevas ideas de la
contrarrevolución fueron sintetizadas en algunos pocos
puntos fundamentales bajo el rótulo de "nueva
visión del crecimiento". A partir de allí, y hasta
el final del siglo XX, la economía neoclásica se
instaló como el marco teórico referencial en la
caracterización y prescripción del sendero de
crecimiento adecuado para los países más pobres.
Este avance trajo aparejada la gradual extinción de la
economía del desarro-llo tal como había sido
configurada en la posguerra y su virtual reem-plazo por la
teoría del crecimiento económico.

La nueva visión del crecimiento
identificaba que el subdesarro-llo era fruto de la
implementación de políticas erradas por parte de
los gobiernos de los países más atrasados y que,
por lo tanto, bastaba con corregir aquellas políticas para
que estas economías ingresaran en un sendero de
crecimiento -ya no de desarrollo- sostenido. Sin duda, en esto
residía el gran aporte de la corriente
contrarrevolucionaria: en haber logrado que triunfara su
diagnóstico acerca de la naturaleza -los porqué- de
la crisis y, sobre esa base, en fijar la "agenda" de los
gobier-nos (en especial, los de los países
subdesarrollados) a partir de la defini-ción de las
únicas vías posibles para la resolución de
la misma.

Así, si la crisis se debía a
una excesiva captura del Estado por parte de los agentes
económicos (en particular, de los trabajadores) y,
derivado de ello, a un excesivo -y, a juicio de la
caracterización neoli-beral, innecesario y distorsionante-
intervencionismo estatal que había minado las bases de la
acumulación capitalista, era obvio que la solu-ción
pasaba necesariamente por la aplicación de
políticas que atacaran en forma simultánea todos
esos males, a saber: reducción del gasto pú-blico,
estricto control sobre el nivel de la oferta monetaria,
elevación de la tasa de interés,
consolidación de una regresiva estructura impo-sitiva,
redistribución regresiva del ingreso, sanción de
una legislación laboral de neto corte anti-sindical,
privatizaciones, desregulación de una amplia gama de
actividades y apertura financiera y comercial. Este
decálogo, opuesto a las prescripciones de política
pública prototípicas de las décadas previas,
da cuenta de la agonía mortal del campo del desarrollo del
subdesarrollo. Su versión "travestida" -la nueva
visión del crecimiento- incubaba el germen de su
reemplazante, consolidado definitivamente en la década del
noventa.

6.22 – La agonía en América Latina: la
primera oleada

La contrarrevolución neoconservadora
de la primera oleada no tardó en ingresar en
América Latina de la mano de los distintos gobiernos
militares que usurparon el poder en la región a partir de
la década del setenta, así como del profundo
retroceso económico que se experimen-tó en esta
etapa -fundamentalmente, en la década del ochenta. Su
prin-cipal aporte fue introducir en el subcontinente la
crítica neoclásica a la economía del
desarrollo, cuestionando particularmente al estructura-lismo
latinoamericano y la escuela de la dependencia.

Las dictaduras militares de la época
coincidieron en sus objeti-vos estratégicos
-básicamente, el disciplinamiento de la clase obrera-,
pero no necesariamente en las trayectorias económicas
experimentadas durante sus gestiones, fruto de las
especificidades particulares de cada economía nacional39.
Más allá de las diferencias nacionales, la
abun-dancia de capitales disponibles en los mercados
internacionales que ca-racterizó esta etapa derivó
en un significativo crecimiento de la deuda externa de la
región (sobre todo, en Argentina, México y Chile).
En este marco, a comienzos de los años ochenta se
desencadenó en América Latina una profunda crisis
derivada, en lo sustantivo, de la imposibili-dad de sostener el
excesivo endeudamiento externo en la mayoría de los
países de la región (en particular, los más
grandes), que se vio amplifi-cada por la importante suba en la
tasa de interés en el mercado interna-cional y por el
deterioro en los términos de intercambio de buena parte de
los productos exportados desde la región.

Esta crisis fue el punto de partida de la
década del ochenta, carac-terizada por el estancamiento
económico (si bien se registró un leve incre-mento
del producto bruto, el ingreso per cápita de la
región se contrajo de manera significativa); muy elevados
índices de inflación (con varios episo-dios
hiperinflacionarios en Argentina, Bolivia, Perú,
Venezuela, etc.); y la profundización de los
desequilibrios del sector externo (asociado mucho más a
cuestiones financieras -el peso de los servicios de la deuda
exter-na- que comerciales -dado que, como resultado del cuadro
recesivo impe-rante, se registraron superávits comerciales
derivados del aumento de las exportaciones y, fundamentalmente,
de la caída de las importaciones).

En este contexto histórico se
produjo una notable redefinición en la orientación
de las investigaciones de la CEPAL, así como en las
pro-puestas de política resultantes de las mismas. Al
igual que en el nivel in-ternacional, la problemática del
desarrollo y el enfoque estructural de lar-go plazo se vieron
gradualmente desplazados. Sin embargo, si bien la
pe-netración de la primera oleada fue suficiente para
borrar la mayor parte del pensamiento sobre desarrollo heredado
de la etapa previa, no alcanzó para reemplazarlo por la
nueva ortodoxia mundial, la "nueva visión del
crecimiento". Esta ortodoxia de tinte neoclásico, surgida
sobre la base del diagnóstico de la
contrarrevolución, no ganó en esta primera oleada
el mismo nivel de preeminencia regional que sí obtuvo en
el debate mundial y los organismos internacionales. En lugar de
la adopción inmediata de la nueva ortodoxia, la CEPAL
desarrolló un nuevo enfoque macroeconó-mico,
netamente de corto plazo, que reemplazó la cuestionada
economía del desarrollo y, en particular, la escuela de la
dependencia de raigambre estructuralista. Desde esta nueva
perspectiva, calificada como neo estructuralista, la
institución buscó dar respuesta a los dos grandes
-y acucian-tes- problemas de la época: la inflación
y la brecha externa.

De tales estudios surgieron las bases de
sustento de buena parte de los planes de "ajuste heterodoxo" que
se aplicaron en distintos países de la región en el
transcurso de los ochenta. Estos planes, que intentaban minimizar
los costos sociales del ajuste, incluían, entre las
medidas más relevantes, una propuesta de
renegociación de la deuda externa, un intento por eliminar
la inercia inflacionaria a partir del congelamiento de precios y
salarios, y el fomento a las exportaciones (en especial, las no
tradicionales) y a la formación de capital en sectores
productores de bienes transables.

Bianchi (2000: 50) destaca que esta
propuesta cepalina de ajus-te tenía dos aspectos
novedosos: el reconocimiento explícito y franco de que la
superación de la crisis dependería principalmente
de la cohe-rencia de las políticas internas; y el planteo
de que era posible llevar a cabo procesos de ajuste y
estabilización en un contexto de expansión de la
actividad económica y no de su estancamiento o retroceso.
Para al-canzar ese denominado ajuste expansivo, se recomendaba
combinar las políticas restrictivas de demanda interna y
la elevación del tipo de cam-bio real con estímulos
temporales y selectivos en materia arancelaria, para-arancelaria,
crediticia y de promoción de exportaciones, a fin de
incrementar con rapidez la producción de bienes transables
y disminuir al mismo tiempo la demanda de estos.

Si bien a la luz de la evidencia
histórica los planes de "ajuste heterodoxo" inspirados en
la concepción cepalina no fueron exitosos para resolver la
mayoría de los problemas para los que habían sido
diseñados e instrumentados (por el contrario, muchos de
ellos, como la inflación o las "brechas" externa y fiscal
deficitarias, se agudizaron en forma considerable), no puede
dejar de destacarse la contribución que realizaron al
pensamiento económico vernáculo.-

En suma, en esta etapa, la CEPAL
abandonó casi por completo la cuestión del
desarrollo como núcleo central de su reflexión y de
sus pro-puestas y se focalizó fundamentalmente en la
estabilización y el ajus-te de las economías
latinoamericanas, priorizando una visión de corto plazo.
La agonía estaba consumada, y el "travestismo" ya se
encontra-ba en marcha. Este nuevo enfoque, si bien
mantenía cierta distancia teórica con la nueva
ortodoxia y contenía algunos elementos novedo-sos propios
del remozado estructuralismo, se parecía peligrosamente a
aquella, acercando a la CEPAL a la corriente dominante en las
ciencias sociales: la economía
neoclásica.

6.23 – El "travestismo" en el debate internacional:
la segunda oleada

Entre fines de la década del ochenta
y principios de la del noventa se terminó de afianzar la
contrarrevolución neoconservadora tanto en el nivel
internacional como, más aun, en el plano regional. A
partir de aquel momento, especialmente durante la década
del noventa, se asis-tió a la denominada segunda oleada
contra el campo del desarrollo del subdesarrollo, que
consistió en su sepultura definitiva para remplazarlo por
su versión "travestida": la economía
neoclásica y su teoría del crecimiento de las
economías emergentes.

Esto sucedió en un contexto de
consolidación en la estructura económica mundial de
ciertos procesos que se habían iniciado a me-diados del
decenio de los años setenta: la multiplicación de
la activi-dad financiera internacional y la intensa
expansión de las empresas transnacionales (asentada,
ahora, sobre modalidades de implantación diferentes de las
características de la "edad de oro"), la que
acentuó la concentración y centralización
del capital a escala global. En particular, la abundancia de
capitales en las economías centrales generó un
flujo de recursos especulativos sin precedentes hacia los
países en desarrollo -especialmente los de mayor
tamaño-, los que ofrecían altas tasas de
rendimiento -y, en la mayoría de los casos, escasos
controles y restric-ciones- a los capitales que cruzaban sus
fronteras (con su correspon-diente contrapartida de alto nivel de
riesgo). La incubación de estos atractivos mercados
financieros, redescubiertos por el capital mundial a inicios de
la década, explica el nuevo nombre atribuido en los
noventa a los países en desarrollo: economías
emergentes.

Como fuera mencionado, la crítica
neoclásica a la economía del desarrollo
sostenía que lo que trababa el desarrollo en los
países subde-sarrollados era el retardo en profundizar las
virtudes de la economía de mercado, por lo cual era
contraproducente pretender promover el desa-rrollo a partir de la
intervención y planificación estatal. Al igual que
en los inicios de la economía del desarrollo, el
énfasis de esta corriente de pensamiento no estuvo puesto
en comprender cabalmente las razones de las crisis de crecimiento
que sufrían los países del Tercer Mundo, sino en
elaborar un conjunto de sugerencias de política a aplicar,
con el objetivo enunciado de sobreponerse a la crisis y retomar
la senda del crecimiento. El propio concepto de desarrollo estuvo
ausente de la discusión, porque la idea imperante era
lograr, a través de un conjun-to determinado de
políticas, que las economías emergentes en primer
lugar se estabilizaran (de allí los planes de
estabilización) y, a partir de allí, crecieran,
para luego derramar los beneficios de este crecimiento, casi
automáticamente, a todos los estratos de la sociedad. El
desarrollo se consideraba inherente al crecimiento
económico.

Sobre la base de la justificación
teórica aportada por la economía neoclásica,
se elaboraron un conjunto de políticas públicas
considera-das ineludibles para retomar la ansiada senda del
crecimiento. Estas ideas fueron identificadas con el reaganomics
y el thatcherismo en los países desarrollados y con el
Consenso de Washington en lo referente a las políticas
sugeridas para los países subdesarrollados. El
término Consenso de Washington, en su versión
original, fue propuesto por Williamson (1990) para referirse al
denominador común en los conse-jos de política
emanados de las instituciones multilaterales de crédito
hacia los países subdesarrollados en general, y hacia los
de América Latina en particular. Este autor explica que
estas ideas podían enten-derse como un intento de
sintetizar y sistematizar las políticas que, se-gún
el consenso dominante en la teoría económica,
podían respaldar el crecimiento económico. Los
siguientes diez puntos resumen ese nuevo consenso: i) disciplina
fiscal; ii) redireccionamiento del gasto público hacia
sectores que ofrecieran, por un lado, altos retornos
económicos y por el otro, el potencial de mejorar la
distribución del ingreso (por ejemplo, salud primaria
básica, educación primaria, infraestructura); iii)
reforma fiscal (para bajar la tasa promedio de imposición
y ampliar la base imponible); iv) liberalización de la
tasa de interés; v) tipo de cambio competitivo; vi)
liberalización comercial; vii) liberalización de
los flujos de inversión extranjera directa; viii)
privatización; ix) desre-gulación financiera
(eliminando las barreras a la entrada y salida de capitales); y
x) seguridad de los derechos de propiedad.

Este ideario resultó el libro de
cabecera de las políticas recomen-dadas por las
organizaciones multilaterales de crédito a los
países en vías de desarrollo durante la
década del noventa. En rigor, estas políti-cas
excedían el estatus de meras recomendaciones, en la medida
en que su cumplimiento constituía la condicionalidad
fundamental para acce-der al crucial crédito externo. A
pesar de tratarse de ideas provenientes de los países
centrales contaron con un sólido y estratégico
apoyo de las clases dominantes de los distintos países
latinoamericanos, que veían -acertadamente, a la luz de lo
que finalmente aconteció- que sus res-pectivos procesos de
acumulación y reproducción del capital
podrían ampliarse de modo considerable por la
reestructuración del gasto pú-blico, la
alteración de la estructura tributaria, la apertura
comercial y financiera, la desregulación económica
y la privatización de empresas estatales que se
impulsaban.

Algunos críticos a esta
visión han señalado que el objetivo de este
recetario no consistía en lograr un crecimiento
económico rápido y es-table en el largo plazo de
estas economías sino en: garantizar el pago de la deuda
externa a través, fundamentalmente, de la disciplina
fiscal; am-pliar el campo de negocios a los grandes capitales y
permitir la realiza-ción de inversiones con renta
garantizada; asegurar la libre movilidad de estos capitales, para
que pudieran realizar efectivamente ganancias de corto plazo; y
permitir la libre entrada de productos de los países
desa-rrollados en los mercados periféricos (y no
necesariamente lo inverso).

Más allá del debate sobre los
objetivos detrás de este conjunto de ideas, lo cierto es
que más de una década de aplicación de las
políticas recomendadas por el Consenso de Washington han
producido efectos muy diferentes a los de un crecimiento
rápido y exitoso en los países en desarrollo. La
concentración del ingreso y la riqueza, el aumento de la
pobreza y la exclusión social, el deterioro de las
condiciones del mer-cado de empleo, la
desindustrialización y extranjerización del aparato
productivo son los rasgos más salientes de la
situación en la mayoría de las economías que
han aplicado estas políticas. El debate continúa.
Mientras algunos sectores argumentan que este estado de cosas es
con-secuencia de la aplicación de las recetas
recomendadas, otros sostienen que se debe a su aplicación
ineficiente, parcial e insuficiente.

6.24 – El "travestismo" en América latina: la
segunda oleada

La penetración de la segunda oleada
en América Latina fue mucho más generalizada y
radicalizada -en cuanto a su intensidad y alcances- que la
primera, la cual se había registrado a mediados del
decenio de los setenta. Su condición de posibilidad en
términos materiales fue el pro-fundo proceso de
estancamiento económico y las muy elevadas tasas de
inflación experimentadas en la generalidad de los
países de la región en los ochenta (con el
consiguiente impacto regresivo que ello conllevó en
términos distributivos).

Al respecto, resulta interesante lo
señalado por Anderson (1995). Para este autor, existe un
equivalente funcional a una dictadura mili-tar para inducir
democrática y no coercitivamente a una sociedad (en
especial, a sus sectores populares) a aceptar las más
drásticas políticas neoliberales: las situaciones
de hiperinflación, como las registradas du-rante la
década del ochenta en, Argentina y Bolivia, entre otros
países.

Sería arriesgado concluir que en
América Latina sólo los regímenes
autoritarios pueden imponer políticas neoliberales. El
caso de Bolivia, donde todos los gobiernos elegidos
después de 1985 […] han aplicado el mismo programa,
demuestra que la dictadura, como tal, no es necesaria, aun cuando
los gobiernos "democráticos" hayan tenido que tomar
me-didas anti populares de represión. La experiencia
boliviana suministra una enseñanza: la
hiperinflación, con el efecto pauperizador que
coti-dianamente trae para la gran mayoría de la
población, puede servir para hacer "aceptables" las
brutales medidas de la política neoliberal, preser-vando
formas democráticas no dictatoriales (Anderson, 1995:
9).

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