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Juan Rulfo y el cuento “Luvina”




Enviado por midiro



Partes: 1, 2

  1. El
    hombre
  2. La
    obra literaria de Juan Rulfo
  3. El
    llano en llamas
  4. Pedro
    Páramo
  5. "Luvina", la imagen de la
    desolación
  6. Nota
    bibliográfica

1. El
hombre

Me llamo Juan Nepomuceno Pérez Rulfo
Vizcaíno, me apilaron todos los nombres de mis antepasados
maternos y paternos como si fuera el vástago de un racimo
de plátanos, y aunque siento preferencia por el verbo
arracimar me hubiera gustado un nombre más
sencillo.

Juan Rulfo (Apulco, Jalisco, 1917-México, D.F.,
1986) nació en la casa familiar de la hacienda de Apulco,
pequeño lugar dependiente administrativamente de Sayula en
donde fue registrado su nacimiento el 16 de mayo de 1917, pero
realmente pasó los años decisivos de su
niñez en otra población cercana llamada San
Gabriel, un pueblo que había sido próspero, pero
que, como a tantos otros, lo arruinó la Revolución.
El sur ("Los Bajos") del estado de Jalisco, al que pertenecen
estos lugares de la infancia de Rulfo, estaba en aquel tiempo muy
aislado, empobrecido, abandonado y sumido en la anarquía.
Cronológicamente hay que situarse a finales de la
Revolución Mexicana (1910-1920) y en medio de la
rebelión de los Cristeros (1926-1928), la violenta
reacción de los sectores católicos tradicionales
contra el laicismo revolucionario.

La Cristiada se caracterizó más que
nada por el saqueo, tanto de un lado como del otro. Fue una
rebelión estúpida porque ni los cristianos
tenían posibilidades de triunfo, ni los federales
tenían los suficientes recursos para acabar con estos
hombres que eran de tipo guerrillero.

La infancia de Rulfo estuvo, pues, jalonada por
revueltas campesinas, bandolerismo, saqueos, incendios, matanzas
y protestas sociales. Precisamente, como resultado del fanatismo
y de la violencia de aquella época y de aquel territorio
"devastado", su padre fue asesinado, como también lo
fueron varios de sus tíos. La pronta muerte de su madre,
cuando él tenía diez años, vino a colmar el
vaso de las desgracias familiares.

Mi abuelo murió cuando yo tenía cuatro
años; tenía seis años cuando asesinaron a mi
padre… Mi madre murió cuatro años después:
entretanto mataron a dos hermanos de mi padre. Luego casi
enseguida murió mi abuelo materno… Otro tío
mío murió ahogado en un naufragio, y así de
1922 hasta 1930 sólo conocí la
muerte1.

Estaba lleno de bandidos por allí, resabios de
gente que se metió en la Revolución y a quienes les
quedaron ganas de seguir peleando y saqueando. A nuestra hacienda
de San Pedro la quemaron como cuatro veces, cuando todavía
vivía mi papá. A mi tío lo asesinaron, a mi
abuelo lo colgaron de los dedos gordos y los perdió. Era
mucha violencia y todos morían a los treinta años.
(…) Yo tuve una infancia muy dura, muy difícil. Una
familia que se desintegró muy fácilmente en un
lugar que fue totalmente destruido. (…) Entonces viví en
una zona de devastación. No sólo de
devastación humana, sino devastación
geográfica. Nunca encontré ni he encontrado hasta
la fecha la lógica de todo esto. (…) No se puede
atribuir a la Revolución. Fue más bien una cosa
atávica, una cosa de destino, una cosa ilógica.
Hasta hoy no he encontrado el punto de apoyo que me muestre por
qué en esta familia mía sucedieron en esa forma, y
tan sistemáticamente, esa serie de asesinatos y
crueldades.

Desde los diez a los catorce años estuvo
internado en un orfanato —que funcionaba también
como correccional— de Guadalajara, capital del estado de
Jalisco. De aquel triste lugar le quedó como recuerdo la
dureza de la disciplina propia de un sistema carcelario y, como
resultado, una propensión a padecer profundas depresiones,
que nunca le abandonaron. En palabras suyas, fue una de las
épocas en que me encontré más solo y donde
conseguí un estado depresivo que todavía no se me
puede curar.

Posteriormente, tras el intento fracasado de estudios en
la capital, trabajó en diversos empleos, lo que le
permitió recorrer y conocer todo su país casi
provincia por provincia, como inspector del servicio de
inmigración, recaudador de rentas y viajante de comercio.
Las dos últimas décadas de su vida las
dedicó Rulfo al trabajo en el Instituto Nacional
Indigenista de México, donde se encargó de la
edición de una de las colecciones más importantes
de antropología antigua y contemporánea de
México.

En 1980, seis años antes de su muerte, Juan Rulfo
terminó por aceptar —casi a
regañadientes— la propuesta de realizar una
exposición de las fotografías que había
tomado durante sus años viajeros por el país. De
más de seis mil negativos seleccionó cien para
mostrar al público. Desde entonces, y como si fuera poca
su gloria de escritor universal, se consolidó
además como uno de los más grandes
fotógrafos mexicanos. Sus fotos muestran la cara
dramática y sufriente del México indígena y
campesino. Los personajes son generalmente seres anónimos,
gente sencilla y humilde que posa ante su cámara con
naturalidad y enorme dignidad.

La realidad que Rulfo busca y encuentra en sus
fotografías es la misma que la de su literatura. Tiene su
misma temperatura, sus sombras, sus silencios, su magia y su
melancolía. Es como si el mundo de Pedro
Páramo
, con todos sus fantasmas, volviera a la vida.
Es como si los personajes de la novela de Juan Rulfo resucitaran
por un instante, apenas un corto instante, el necesario para que
la cámara fotográfica haga click: la cámara
de Rulfo2

Rulfo fue un hombre sencillo, reservado, tímido,
introvertido, triste, asustadizo, silencioso, reticente y siempre
reacio a enfrentarse con el público, con los halagos y con
el aplauso. Su vida estuvo relativamente apartada de los centros
literarios y de poder. Decía que había aprendido a
vivir en soledad, por eso huía de la fama, de las
entrevistas y de la notoriedad.

Elena Poniatowska decía que Rulfo tenía
mucho de ánima en pena, y sólo hablaba a sus horas,
en esas horas de escritor serio y callado, tan distinto de todos
aquellos que no dejan escapar la menor oportunidad de mostrarse
como inteligentes. Siempre tenía un aire de
poseído, y a veces se percibía en él la
modorra de los médium: andaba a diario como
sonámbulo, cumpliendo de mala gana los menesteres vulgares
de la vida despierta.

Y, según ha dicho su mujer, Clara Aparicio:
"Había algo en él que nunca pude entender,
aún a estas fechas, a 17 años de su ausencia: nunca
tocamos el tema de sus padres, sobre todo el de su madre. Tal vez
en su amor triste él sufría en silencio. Muchas
veces le llegué a preguntar: ¿qué te pasa,
Juan? Dime… Mas nunca tuve una respuesta: sólo su mirada
que se perdía en el espacio. Llevaba a cuestas una inmensa
tristeza. Decían que posiblemente la había heredado
justamente de su madre, María. Hay tantas
incógnitas en la vida de Juan, que indagar en ella es
entrar en un mundo de suposiciones y zonas inseguras, que
refuerzan lo que él mismo escribió: «Nadie ha
recorrido el corazón de un hombre»".

Mi vida no me interesa en absoluto porque es gris,
tan apagada que no tendría ninguna razón para
escribir sobre ella. Mi vida no me interesa. Lo que me apasiona
es la vida de los otros. Quiero oír otras voces, no la
mía.

2. La obra
literaria de Juan Rulfo

Desgraciadamente yo no tuve quien me contara cuentos;
en nuestro pueblo la gente es cerrada, sí, completamente;
uno es un extranjero ahí. Están ellos platicando;
se sientan en sus equipajes en las tardes a contarse historias y
esas cosas; pero en cuanto uno llega, se quedan callados o
empiezan a hablar del tiempo: "Hoy parece que por ahí
vienen las nubes…". En fin, yo no tuve esa fortuna de
oír a los mayores contar historias: por ello me vi
obligado a inventarlas y creo yo que, precisamente, uno de los
principios de la creación literaria es la
invención, la imaginación. Somos mentirosos; todo
escritor que crea es un mentiroso, la literatura es mentira; pero
de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear
la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la
creación.

Los relatos de El llano en llamas (1953) y la
novela Pedro Páramo (1955) son las dos
únicas obras literarias de Juan Rulfo que, sin llegar a
las cuatrocientas páginas, fueron suficientes para que se
convirtiera en un hito de la literatura contemporánea, al
ser ambos títulos obras maestras en sus respectivos
géneros. Esa es la explicación de la
difusión y el éxito universal que han tenido estos
dos títulos. Solamente un dato: a comienzos del siglo XXI
las dos obras se habían traducido a más de 40
lenguas. No hay en ellas muestras de aprendizaje ni de titubeo,
ambas son piezas tan magistrales que, seguramente, paralizaron a
su autor como creador y lo redujeron a un casi completo silencio
literario que duró hasta su muerte.

Esta breve, pero tan intensa creación narrativa,
está poblada de campos áridos, paisajes desolados,
clima abrasador, pueblos yermos y deshabitados, diálogos
de muertos en el mundo fantasmal de un pueblo muerto, violencia y
revolución, venganza y muerte; y, en fin, la
degradación humana, el odio, la culpa y el fanatismo. El
pesimismo y el fatalismo inundan toda la obra literaria de Rulfo
sin que nadie pueda escapar del destino que les persigue
despiadada e inexorablemente. Pero esta terrible y concreta
realidad es trascendida al convertirse en profunda
meditación sobre los grandes temas humanos universales: la
muerte y la incomunicación, el dolor, la violencia y el
destino y, en definitiva, la soledad del hombre y la
desolación del mundo en el que ha sido arrojado. Como
escribe Donald K. Gordon, " la faz adversa de la
naturaleza y las emociones humanas quedan tan bien retratadas que
tienen validez donde quiera que vivan los desheredados de la
tierra"3.

Aunque Rulfo trataba temas mexicanos y presentaba
situaciones sociales reconocibles para la mayoría, no eran
exactamente narraciones tradicionales, del tipo que la novela de
la Revolución Mexicana había popularizado. Esta es
la gran novedad que traía su obra: el fin de la novela
revolucionaria como crónica y con una posición o
juicio histórico claramente establecidos… El autor da un
giro decisivo a todas esas tradiciones literarias cuyos
consabidos referentes eran la tierra, el
campesino-víctima, el caciquismo feudal, la historia
sangrienta de sus luchas, para someterlos a una inflexión
universal, mítica y simbólica. La dolorosa historia
reciente de México late en los libros de Rulfo, pero no
hay una sola fecha en ellos, ni una mención a personas
reales: todo ha sido profundamente ficcionalizado, gracias a
técnicas narrativas que nunca antes habían sido
aplicadas a esos asuntos4.

Sus personajes, los indios y campesinos desheredados,
deambulan por este paisaje hostil, por esta tierra
inhóspita del México más profundo sin estar
dibujados al completo; presentan, más bien, contornos y
formas borrosas, sin que por eso pierdan viveza y veracidad, al
resultar muy cercanos a la más primitiva naturaleza y muy
alejados de las convenciones y las complejidades de la
civilización urbana. Y sin embargo, hay en este mundo
rulfiano, tan trágico y desnudo y tan lacónicamente
expresado, un halo poético que aparece en las
mínimas intervenciones del narrador, en el lirismo de las
descripciones tan bien integradas en la trama de voces que
interactúan constantemente.

El estilo de desnuda sobriedad del autor mexicano se
basa en el lenguaje popular de los campesinos de Jalisco;
lenguaje parco y preciso, exacto y expresivo, hecho con frases
cortas y pocos adjetivos, conocido y aprendido por Rulfo desde su
infancia.

Cuando, al comenzar a escribir, necesitó de una
forma lingüística convincente y apropiada a los temas
de sus cuentos y de su novela, la encontró en aquel
lenguaje del pueblo. Pero fue mucho más allá de una
calcada y exacta reproducción literal, porque, entendida
la esencia del habla popular -su tono, la música
fascinante lograda mediante pausas y continuas reiteraciones-, el
narrador jalisciense le añadió o mejor la
envolvió con su propia sensibilidad hasta conseguir el
característico ritmo poético de su prosa, la
plasticidad y el acercamiento sensorial a lo narrado: un lenguaje
sugerente, recreado y elevado al más alto nivel literario,
que no se corresponde con el realmente hablado, pero sin que
nunca se pueda perder de vista su origen, su procedencia, y, por
otra parte, vigorosamente opuesto al rebuscamiento y la
redundancia barroca, característica de muchos escritores
hispanoamericanos; pues como afirmaba García
Márquez, la frondosidad retórica era el vicio
más acentuado de la ficción
latinoamericana.

Estaba familiarizado con esa región del
país, donde había pasado la infancia, y
tenía muy ahondadas esas situaciones. Pero no encontraba
formas de expresarlas. Entonces, simplemente lo intenté
hacer con el lenguaje que yo había oído de mi
gente, de la gente de mi pueblo. Había hecho otros
intentos -de tipo lingüístico- que habían
fracasado porque me resultaban un poco académicas y
más o menos falsos. Eran incomprensibles en el contexto
del ambiente donde yo me había desarrollado. Entonces el
sistema aplicado finalmente, primero en los cuentos,
después en la novela, fue utilizar el lenguaje del pueblo,
el lenguaje hablado que yo había oído de mis
mayores, y que sigue vivo hasta

hoy5.

El empleo de técnicas narrativas por parte de
Rulfo es el propio de la mejor y más adelantada narrativa
del siglo XX: el diálogo continuo, la ruptura del orden
cronológico lineal, la dislocación y la
simultaneidad de planos temporales, el monólogo interior,
los cambios del punto de vista narrativo, las recurrencias o
repeticiones, etc.

Carlos Blanco Aguinaga declaraba en una entrevista que
lo que más le impactó en la lectura de Rulfo fue el
"tono", la intensidad de la contención verbal, la
angustia, la desolación, la precisión, la hondura.
El secreto de ese impacto residía en que uno como lector
se daba cuenta que estaba ante una obra "perfecta" por la
relación profunda de todos los elementos: lenguaje, temas,
personajes, estructura, espacios y tiempos6.

Después de publicar sus dos obras, Rulfo
entró en una crisis emocional y en un silencio literario
que se prolongó hasta su muerte. Nada más se
conservaron algunos relatos sueltos y El gallo de oro
(1980), que recoge los textos cinematográficos del autor.
Se cuenta que en 1974 destruyó el original esbozado e
inconcluso de una novela, La cordillera, en la que
había trabajado infructuosamente durante más de una
década. Ante la insistencia de sus amigos y fervorosos
lectores para que escribiese más, siempre contestaba
socarronamente lo mismo: Ya no puedo. Se murió mi
tío, el que me contaba las historias
; y ya en serio,
argumentaba: Un escritor es un hombre como cualquier otro.
Cuando cree que tiene algo que decir, lo dice. Si puede, lo
escribe. Yo tenía algo que decir y lo dije; ahora no creo
tener más que decir, entonces, sencillamente, no
escribo.

3. El llano en
llamas

Me puse a escribir cuentos. Lo hice como disciplina.
La verdad es que estaba buscando una forma de narrar. Pedro
Páramo
lo escribí muchas veces en mi cabeza.
Mucho antes que El Llano en llamas. La obra estuvo
dentro de mí muchos años escrita de principio a
fin, pero yo no tenía ni una sola hoja. Escribí y
escribí. Cuentos, muchos cuentos.

Juan Rulfo escribió en la década de 1940
sus primeros textos literarios. El primero, fragmento de un
proyecto que nunca concluiría, lo publicó en la
revista América, de la capital del país, y
en ésta y Pan, editada en Guadalajara, dio a
conocer un total de siete cuentos. Él mismo cuenta la
historia:

En 1942 apareció una revista llamada
Pan que por su peculiar sistema me dio la oportunidad de
publicar algunas cosas. Lo peculiar consistía en que el
autor pagaba sus colaboraciones. Allí aparecieron mis
primeros trabajos. Y si no fueron muchos se debió
únicamente a que carecía de los medios
económicos para pagar mis colaboraciones. Más tarde
pasé a colaborar en América, revista
antológica, donde al menos no cobraban por
publicar.

En 1953, gracias a una beca y al apoyo del Centro
Mexicano de Escritores, logró publicar su primer libro de
cuentos, El Llano en llamas, en la colección
"Letras Mexicanas" del Fondo de Cultura Económica, con una
tirada de 2.000 ejemplares. A los siete cuentos publicados en las
revistas mencionadas, agregó Rulfo ocho más hasta
llegar al número de quince de la edición inicial.
Posteriormente, en la edición de 1970,
añadió dos más; así que, finalmente,
la colección está formada por los 17 cuentos ya
considerados canónicos.

La acción de los cuentos de El llano en
llamas
se desarrolla en los límites de la parte
sureste del estado de Jalisco, desde el lago de Chapala hasta la
frontera con los estados de Colima y Michoacán, una
geografía cálida, desolada y muy
empobrecida.

Es una zona deprimida que azotan las sequías y
los incendios. Las revoluciones, las malas cosechas y la
erosión del suelo han ido desalojando de a poco la
población, que en gran parte se ha desplazado hacia
Tijuana, con la esperanza de cruzar la frontera como braceros. Es
una población constituida principalmente por criollos
huraños y lacónicos -los indios que ocupaban la
región antes de la conquista no tardaron en ser
exterminados- cuyos antepasados llegaron de Castilla y
Extremadura, las partes más áridas de
España… Son una gente hosca, que apenas subsiste y que
sin embargo ha dado al país un alto porcentaje de sus
pintores y compositores, para no mencionar su música
popular. Jalisco es la cuna de la ranchera y el
mariachi7.

El tiempo de la acción está limitado
aproximadamente a cuatro décadas, desde la
revolución de 1910 hasta comienzos de los años
cincuenta. En esta tierra nació y se crió Rulfo, y
en ese periodo de tiempo fue consciente de que aquél era
un mundo atrasado y extremadamente violento, que él
vivió desde dentro y que sufrió en propia carne. Es
un México rural y profundo, abandonado y desesperanzado,
muy lejos de todo progreso histórico. Por eso, el tema
general de El Llano en llamas es la vida trágica
del angustiado y desolado campesinado mexicano, tema que se va
centrando recurrentemente en la violencia, la soledad, la
degradación, la culpa, el fatalismo, y, desde luego, en la
muerte, que penetra y está presente en cada cuento como su
principal protagonista. Todos ellos temas reveladores de un
sombrío pesimismo.

Si queremos concretar más, los cuentos de Rulfo
tratan, entre otras cosas, de un pobre subnormal matador de
ranas, de la persecución y el ajusticiamiento de una
familia, de la prostitución como aprendizaje moral de la
pobreza, del asesinato de un ganadero por el peón, del
homicidio perfecto de una pareja adúltera, de asaltos
criminales en el llano, del fusilamiento de un hombre a los
cuarenta años de haber cometido un crimen, de la
desintegración de un pueblo contada por un maestro rural,
de la caminata de un padre llevando a hombros a su hijo criminal,
etc.

El ambiente de los cuentos de Rulfo es el de un
México – tan bien conocido y padecido por él, como
ya se ha visto- rural y profundo, violento, abandonado y
desesperanzado, muy lejos de todo progreso histórico. Como
dice Hars, "Rulfo escribe el epitafio de estas tierras. El
llano en llamas
es una áspera oración
fúnebre por una región que expira. La cubren como
un paño mortuorio las nubes de la fatalidad"8. El
tema, pues, general no podía ser otro que la vida
trágica del angustiado y desolado campesinado mexicano de
estas tierras, tema que se va centrando recurrentemente en la
violencia, la soledad, la degradación, la culpa, el
fatalismo, y, desde luego, en la muerte, que penetra y
está presente en cada cuento como su principal
protagonista. Todos ellos, temas reveladores de un sombrío
pesimismo.

Rulfo aparece en las letras mexicanas lleno de la
angustia, al parecer sin solución, del hombre
contemporáneo; aparece sin fe, contemplando tierras secas,
caciques, el maíz que no crece, el polvo, el viento sin
sentido, las peregrinaciones a Talpa, los crímenes
mecánicos y primitivos, la soledad y miseria mudas de los
hombres del campo. No queda ya ninguna fe exterior en que
apoyarse. En su lugar, la violencia sorda, el fatalismo, y esa
angustia lacónica, quieta, que preñan los cuentos y
la novela de Rulfo9.

La protesta está presente en toda la obra de
Rulfo; en su mundo siempre trágico, en los personajes que,
al contarnos sus desdichas, están clamando contra la
injusticia. La protesta más que expresada directamente,
subyace al mostrar esa humanidad desgarrada por la violencia, la
soledad, etc… En ambos casos, tanto cuando la expresa directa
como indirectamente, Rulfo está demostrando una voluntad
de examinar una realidad que necesita ser transformada pues,
aunque su visión sea totalmente negativa, su misma actitud
crítica supone en el fondo una confianza en que tal
realidad cambie10.

Los personajes de El llano en llamas, los
indios y campesinos desheredados, deambulan por este paisaje
hostil, por esta tierra inhóspita del México
más profundo en busca de una tierra prometida, pero
sólo encuentran fatídicamente la miseria, la
soledad y la muerte. Son como sombras marcadas por un paisaje y
un clima de calor y polvo que, sin estar dibujados al completo,
presentan, más bien, contornos y formas borrosas, sin que
por eso pierdan viveza y veracidad, al resultar muy cercanos a la
más primitiva naturaleza y muy alejados de las
convenciones y las complejidades de la civilización
urbana. Como bien señala Carlos Blanco Aguinaga, "una
sorda quietud, un laconismo monótono y casi
onírico, impregna de sabor a tragedia inminente el
fatalismo primitivo de estos cuentos en los cuales parece haberse
detenido el tiempo"11.

Y sin embargo, hay en este mundo rulfiano, tan
trágico y desnudo y tan lacónicamente expresado, un
halo poético que aparece en las mínimas
intervenciones del narrador, en el lirismo de las descripciones
tan bien integradas en la trama de voces que interactuan
constantemente, mediante diálogos lacónicos y secos
como el mismo ambiente que impregna la acción y la hace
progresar lentamente sin la clásica fórmula de
presentación, núcleo y desenlace.

Como ya hemos observado anteriormente, en todos los
cuentos de la colección están presentes las voces
campesinas, parcas y a la vez detalladas, reproducidas con toda
la riqueza de entonación, con su particular y expresiva
cadencia sintáctica, y que, unidas a los diminutivos y a
las repeticiones propias de un lenguaje pleonástico,
forman el material originario que, recreado y transformado por el
autor se convierte en arte literario12. El resultado es
una peculiar mezcla de habla popular, a la que se añade
una especial sensibilidad en el ritmo poético de la prosa,
en la plasticidad y acercamiento sensorial a lo narrado y, como
resultado, la creación de un lenguaje sugerente que
expresa la lírica y sombría visión de un
paisaje y de unas gentes desoladas y, en definitiva, la belleza y
la profundidad emotiva propia del gran escritor
mexicano.

Rulfo es consumado maestro en la reproducción
del léxico, sintaxis y giros del habla campesina. Trabaja
con esa materia bruta como un ceramista con arcilla, y la
transforma a la alta temperatura de su arte de modo tal que, sin
privarla de su autenticidad viviente, hace que esa habla
espontánea, inculta, adquiera extraordinaria plasticidad y
expresividad. Se advierte que su maestría, sin embargo,
consiste más que en un conocimiento insólito del
idioma coloquial, en una comprensión profunda de la
mentalidad de quienes lo emplean13.

Sin embargo, por la categoría literaria y la
universal aceptación de la novela Pedro
Páramo
, El llano en llamas ha pasado
más inadvertido de lo que es justo, siendo como es uno de
los mejores libros de cuentos de la literatura hispánica y
con alcance sin duda universal. Aunque nadie pueda negar la
raíz mexicana hasta los tuétanos de los relatos de
Rulfo, la naturaleza y las emociones humanas quedan tan bien
expresadas que -ya lo hemos señalado- alcanzan validez
dondequiera que vivan los desheredados de la tierra. Estos
cuentos con su escueto laconismo, con las elipsis que exigen la
ayuda de la imaginación, con una rigurosa economía
del diseño narrativo producen un efecto imborrable y
serán siempre un grito y un testimonio sobre la
condición humana en las más duras situaciones
vitales.

Aunque, como ya se ha indicado, el conjunto de los
cuentos de El Llano en llamas tiene un altísimo
nivel artístico, los titulados "Luvina", "Diles que no me
maten" y "No oyes ladrar los perros" —los preferidos por
Rulfo— son considerados por muchos buenos lectores como
obras maestras del género. De los tres se conserva una
lectura grabada por el autor, convertida en objeto de culto para
los muchos apasionados de su obra:

http://www.youtube.com/watch?v=7XG–jJ7BKc
http://www.youtube.com/watch?v=tQLNFsFac5A

http://www.youtube.com/watch?v=0-Pu-l2DFkw

4. Pedro
Páramo

Cuando regresé al pueblo de mi niñez,
30 años después, y lo encontré deshabitado,
fue cuando obtuve la clave que me indicó que debía
comenzar a escribir la novela. Mi pueblo tenía unos ocho
mil habitantes, y sólo quedaban unos 150 vecinos; en tres
décadas la gente se había ido, así
simplemente. Está este pueblo al pie de la Sierra Madre,
donde sopla mucho viento; a alguien se le había ocurrido
sembrar de casuarinas las calles, y, esa noche que me
quedé allí, en medio de toda esa soledad, el viento
en las casuarinas mugía, aullaba, en ese pueblo
vacío… entonces supe que estaba en Comala, el lugar
ese… comprendí, entonces, que era hora de escribir y
nació Pedro Páramo, que es la historia de
un pueblo que va muriendo por sí mismo, nadie lo mata,
nadie, sólo va muriendo por sí
mismo.

Pedro Páramo tuvo una larga
gestación. Rulfo sostuvo que la primera idea de la novela
la concibió antes de cumplir los treinta años, y ya
en dos cartas dirigidas en 1947 a su novia Clara Aparicio se
refiere a esta obra bajo el nombre de Una estrella junto a la
luna.
En la última etapa de la escritura cambia su
nombre a Los murmullos, título no desacertado
porque eso es lo que se oye en toda la novela, un rumor de
ánimas en pena que vagan por las calles de Comala, un
pueblo abandonado; finalmente recibió el nombre de su
personaje principal. Gracias a una beca del Centro Mexicano de
Escritores pudo concluirla entre 1953 y 1954. En este
último año tres revistas publican adelantos de la
novela y en 1955 aparece como libro. Algunos críticos
advierten de inmediato que se trata de una obra maestra, aunque
no faltaron lectores habituados a los esquemas
novelísticos del siglo XIX que, desorientados por su
innovadora estructura, reaccionaron con desconcierto.

Pedro Páramo es una sorprendente e
indescriptible novela ubicada en un espacio en apariencia real,
pero también simbólico: un espacio mítico
que es Comala, el paraíso añorado de algunos
personajes y también el lugar donde reina la violencia y
el despotismo del cacique Pedro Páramo, pero es, sobre
todo, el ámbito fantasmal de la muerte. Porque la trama de
la novela ya desde las primeras líneas del texto comienza
con la muerte. El principal narrador de la historia, Juan
Preciado, está muerto. En la segunda mitad de la novela el
lector descubre que, tanto quien ha contado la historia como
todos los personajes que participan en ella y que narran lo
sucedido en Comala son espíritus, fantasmas, cuerpos sin
reposo, un puro vagabundear de ánimas que murieron sin
perdón. Todos son muertos que escapan de sus tumbas,
hablan con otros muertos y cuentan sus historias porque tienen
conciencia y están llenos de recuerdos. Y estos recuerdos,
expresados por las voces nocturnas, entrecruzadas, son los que
recrean en múltiples perspectivas la vida de Comala y del
hombre que la dominó, Pedro Páramo. Lo más
sorprendente es que Rulfo nos introduce en esta realidad
alucinante sin ninguna estridencia, con total naturalidad gracias
al tono de la narración, sustentado en una prosa limpia y
tajante, de sabor clásico.

Se trata de una novela en que el personaje central es el
pueblo. Hay que notar que algunos críticos toman como
personaje central a Pedro Páramo. En realidad es el
pueblo. Es un pueblo muerto donde no viven más que
ánimas, donde todos los personajes están muertos, e
incluso quien narra está muerto. Entonces no hay un
límite entre el espacio y el tiempo. Los muertos no tienen
tiempo ni espacio. No se mueven en el tiempo ni en el espacio.
Entonces así como aparecen, se desvanecen. Y dentro de
este confuso mundo, se supone que los únicos que regresan
a la tierra (es una creencia muy popular) son las ánimas,
las ánimas de aquellos muertos que murieron en pecado. Y
como era un pueblo en que casi todos morían en pecado,
pues regresaban en su mayor parte. Habitaban nuevamente el
pueblo, pero eran ánimas, no eran seres vivos.

En Pedro Páramo no hay un relato lineal
de la historia; los recuerdos fragmentados, las distintas escenas
dislocadas en el tiempo y el espacio, la eliminación del
narrador, la forma dialogada, la sustitución de lo
descriptivo por la evocación y la alusión, los
monólogos de personajes vivos y muertos y, en fin, lo
fantástico o fantasmagórico unido a la más
cruda realidad, todo se entremezcla y se confunde impregnado por
el poso del polvo, de la añoranza y de la muerte. El
lector inteligente y preparado se encuentra estupefacto ante un
aparente rompecabezas que deberá recomponer, con cuidado y
atención, para que al final pueda sentir el placer de la
lectura creativa, comprensiva y totalizadora de esta obra maestra
de la narrativa contemporánea.

Hay que destacar la extremada concentración
expresiva, al reducir a lo esencial una obra que, según el
propio autor, en una primera versión doblaba en
páginas a la publicada. Todos los estudiosos de Pedro
Páramo hacen hincapié en el rigor
estilístico de su autor. Es Rulfo, como dice José
Miguel Oviedo, un autor astringente, parco, lacónico,
capaz de decir mucho con pocas palabras, y con frecuencia
mediante los silencios, lapsos, entrelíneas y sutiles
sugerencias de su prosa, que parece tan austera y desnuda como el
duro paisaje que describe. Un ejemplo lo encontramos en la misma
escena inicial de la novela:

-¿Y a qué va usted a
Comala, si se puede saber? —oí que me
preguntaban.

-Voy a ver a mi padre
—comenté.

-¡Ah! —dijo
él.

Y volvimos al silencio.

En la novela realista predomina la descripción
minuciosa para hacer llegar al lector todo lo que se refiere al
ambiente y los antecedentes de los personajes. A esta
descripción se añade el diálogo, vivo,
coloquial, mediante el cual cada personaje queda definido y,
además, un lenguaje sobrio, cuidado y, como acabamos de
decir, siempre adaptado a la índole de los
personajes.

Al hablar de "realismo mágico" nos referimos a
una corriente —no exclusiva pero sí muy
significativa— de la novelística hispanoamericana
del siglo XX y que tiene como máximos representantes las
novelas Pedro Páramo de Juan Rulfo y Cien
años de soledad
de Gabriel García
Márquez. El realismo mágico consiste en la
yuxtaposición de escenas y detalles de gran realismo con
situaciones fantásticas. Lo maravilloso, lo asombroso e
irreal se introduce en la desnuda realidad sin estridencias y sin
diluir sus límites, como algo perfectamente natural, pero
que no deja de producir asombro. El autor mágico-realista
suele utilizar un estilo muy expresivo y personal, aunque se
mantenga, en general, dentro de un tono objetivo, aparentemente
sencillo, preciso y poco adornado.

En Pedro Páramo Juan Rulfo maneja con
tal maestría y acierto la combinación de los dos
planos, el real y el fantástico, que supuso la
transformación de la narrativa realista de su época
al ofrecer una visión mágica de la realidad en su
verdad más desolada y desesperanzada.

Pedro Páramo es una novela de fuerte y
auténtica originalidad. Una novela que acusa una nueva
sensibilidad y, para expresarla, echa mano de los más
audaces recursos de la novela moderna. Agreguemos que, gracias a
la estructura de la obra, gracias a su enfoque subjetivo y su
concepción poética, el tema que trata —que es
un tema de la realidad humana en lo general, mexicana en lo
particular— cobra un aspecto fantástico, de
alucinante irrealidad. Una novela hecha de la materia de que
están hechos los sueños (Mariana Frenk).

Los testimonios sobre la importancia y la
categoría artística de Pedro Páramo son
innumerables. Permítaseme espigar unos cuantos:

"Pedro Páramo es una de las mejores novelas de
las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la
literatura" (Jorge Luis Borges).

"Con sólo esta novela, de apenas 150
páginas, la escritura mexicana alcanzó su cota
más alta, y México otorgó al arte universal
una de sus mejores fábulas. Pedro Páramo es un
hito, un resumen, la culminación de toda una literatura.
No es de extrañar que desde entonces Juan Rulfo no haya
publicado nada más. Rulfo salió del milagro como
consumido para siempre" (Rafael Conte).

"La novela de Rulfo no es sólo una de las
obras maestras de la literatura mundial del siglo XX, sino uno de
los libros más influyentes de este mismo siglo" (Susan
Sontag).

Terminamos con dos testimonios de Gabriel García
Márquez, que siempre se proclamó un entusiasta y
apasionado lector de Pedro Páramo:

"Los cuentos de Rulfo son tan importantes como su
novela Pedro Páramo que, lo repito una vez
más, es para mí, si no la mejor, sí la
más importante, sí la más bella de las
novelas que se han escrito jamás en lengua castellana. Si
yo hubiera escrito Pedro Páramo no me preocuparía
ni volvería nunca a escribir en mi vida".

La segunda reflexión de García
Márquez es un extracto del texto "Asombro por Juan Rulfo"
o "Nostalgia de Juan Rulfo", leído en un programa
radiofónico el jueves 18 de septiembre de 2003, fecha en
que se cumplió el cincuentenario de la primera
edición de El Llano en llamas:

Yo había llegado a México el mismo
día en que Ernest Hemingway se dio el tiro de la muerte,
el 2 de julio de 1961, y no sólo no había
leído los libros de Juan Rulfo, sino que ni siquiera
había oído hablar de él. Yo vivía en
un apartamento sin ascensor. Teníamos un colchón
doble en el suelo del dormitorio grande, una cuna en el otro
cuarto y una mesa de comer y escribir en el salón, con dos
sillas únicas que servían para todo.

Mi problema grande de novelista era que
después de los libros que había publicado me
sentía metido en un callejón sin salida y estaba
buscando por todos lados una brecha para escapar. Conocí
bien a los autores buenos y malos que hubieran podido
enseñarme el camino y, sin embargo, me sentía
girando en círculos concéntricos, no me consideraba
agotado; al contrario, sentía que aún me quedaban
muchos libros pendientes pero no concebía un modo
convincente y poético de escribirlos. En ésas
estaba, cuando Álvaro Mutis subió a grandes
zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros,
separó del montón el más pequeño y
corto, y me dijo muerto de risa: "Lea esa vaina, carajo, para que
aprenda"; era Pedro Páramo. Aquella noche no pude
dormir mientras no terminé la segunda lectura; nunca,
desde la noche tremenda en que leí La
metamorfosis
de Kafka, en una lúgubre pensión
de estudiantes de Bogotá, casi 10 años
atrás, había sufrido una conmoción
semejante. Al día siguiente leí El Llano en
llamas
y el asombro permaneció intacto. El resto de
aquel año no pude leer a ningún otro autor, porque
todos me parecían menores.

No había acabado de escapar al
deslumbramiento, cuando alguien le dijo a Carlos Velo que yo era
capaz de recitar de memoria párrafos completos de
Pedro Páramo. La verdad iba más lejos,
podía recitar el libro completo al derecho y al
revés sin una falla apreciable, y podía decir en
qué página de mi edición se encontraba cada
episodio, y no había un solo rasgo del carácter de
un personaje que no conociera a fondo.

He querido decir todo esto para terminar diciendo que
el escrutinio a fondo de la obra de Juan Rulfo me dio por fin el
camino que buscaba para continuar mis libros, y que por eso me
era imposible escribir sobre él, sin que todo esto
pareciera sobre mí mismo; ahora quiero decir,
también, que he vuelto a releerlo completo para escribir
estas breves nostalgias y que he vuelto a ser la víctima
inocente del mismo asombro de la primera vez; no son más
de 300 páginas, pero son casi tantas y creo que tan
perdurables como las que conocemos de
Sófocles.

5. "Luvina", la
imagen de la desolación

"Un cuento debe de alguna manera rebasar los
límites de la localización, aunque su tema parezca
reducido a un cierto espacio geográfico muy
específico. "Luvina" de Juan Rulfo no es buen cuento
porque plantee la situación particular de un pueblo
mexicano abatido por la soledad, sino porque a partir de
allí el lector es motivado a intuir una situación
similar para cualquier pueblo del mundo en cualquier
época."

Luis Barrera Linares

Parece ser que "Luvina" -escrito entre diciembre de 1952
y enero de 1953- fue el último cuento que Rulfo
escribió antes de Pedro Páramo y, desde
luego, el autor resaltó insistentemente la estrecha
relación que existía entre ese cuento y su famosa
novela:

«Luvina» creo que es el vínculo,
el nexo con Pedro Páramo. La atmósfera creada en el
cuento me dio, poco a poco, casi con exactitud, el ambiente en
que se iba a desarrollar la novela.

El hecho de «Luvina» es casi general en
todo el país; hay pueblos miserables y regiones donde no
hay esperanza de esperanza. De manera que en «Luvina»
tenía ya ciertos antecedentes para fijar los inicios de
Pedro Páramo. Es el cuento que más se
identifica o tiene parentesco con Pedro Páramo,
puesto que los hombres no tienen rostro, la gente no tiene cara,
las figuras humanas no se definen. Hay una ambigüedad; yo
estaba trabajando con cosas realistas, aparentemente, pero en
realidad eran producto de sueños, de
fantasías.

«Luvina» fue más bien un ejercicio
para entrar en un mundo un poco así, sombrío,
siniestro más bien, con la atmósfera rara de Pedro
Páramo. «Luvina» para mí era
importante, porque «Luvina», que se escribe Loobina,
significa la raíz de la miseria 14.

Empecé por El llano en llamas: un
cuento, "Luvina", me dio la clave. Tenía los personajes
completos de Pedro Páramo, sabía que iba a
ubicarlos en un pueblo abandonado, desértico; tenía
totalmente elaborada la novela, lo que me faltaban eran ciertas
formas para poder decirlo. Y para eso escribí los cuentos:
ejercicios sobre diversos temas, a veces poco desarrollados,
buscando soltar la mano, encontrar la forma de la
novela15.

Yo andaba con Pedro Páramo en mi
cabeza, buscando darle forma, escribiendo mis cuentos, hasta que
aquel profesor se va a un pueblo desértico, abandonado, y
le cuenta a otro profesor, que va a sustituirlo, lo que es
aquello, y toma cerveza -el otro no toma nada- hasta caerse
borracho. Aquella era la atmósfera. "Luvina" me dio la
clave de Pedro Páramo 16.

Luvina y Comala son sencillamente el frente y el
revés de la misma realidad. Si en la primera encontramos a
sus pobladores vivos, a pesar de sobrevivir agarrados apenas con
las uñas a la desesperanza, en Comala todos sus habitantes
están muertos. San Juan Luvina es el purgatorio, Comala es
el infierno 17.

Partes: 1, 2

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