Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Juan Rulfo y el cuento “Luvina” (página 2)




Enviado por midiro



Partes: 1, 2

El ambiente de "Luvina", su mundo fantasmagórico,
proporciona a Rulfo y anticipa el de Pedro
Páramo
, porque la desolación y la muerte, el
aire, el viento, las sombras, los murmullos y susurros
misteriosos de seres que vagan como fantasmas o ánimas en
pena, así como el fatalismo, el ensimismamiento y
laconismo de los personajes, e incluso la objetividad narrativa
son comunes a "Luvina" y a Pedro Páramo. En
"Luvina" desaparecen las fronteras entre lo real y lo irreal como
un preámbulo de lo que va a suceder en la novela posterior
y, en fin, como se ha dicho, después de "Luvina", un lugar
moribundo en donde se han muerto hasta los perros y en donde la
muerte es incluso una esperanza, sólo puede venir
Pedro Páramo, el gran diálogo de los
muertos.

Cada cuento de Rulfo, lo sabemos, es distinto a los
demás, tiene su ambiente y su ritmo peculiares. Cada no de
ellos es como una habitación – peculiar, inconfundible- de
una casa. Pero esta casa tiene dos puertas, y por ambas salimos
hacia esta otra mansión -subterránea- que es
Pedro Páramo. La puerta principal es,
probablemente el cuento "Luvina", que describe "un lugar
moribundo donde se han muerto hasta los perros…Yo diría
que es el lugar donde anida la tristeza, donde no se conoce la
sonrisa, como si a toda la gente le hubiera entablado la cara".
Esta puerta se abre directamente hacia el reino oscuro de Comala
de Pedro Páramo 18.

Julio Ortega recordaba la siguiente historia que le
contó Rulfo, una especie de sueño o pesadilla del
propio autor en la que se encontraba perdido en el mundo
mágico- onírico de un pueblo que lo mismo
podría haber sido Luvina que Comala:

Un día llegué de noche a un pueblo. En
el centro había un árbol. Cuando me encontré
en medio de la plaza, me di cuenta de que aquel pueblo, en
apariencia fantasma, en realidad estaba habitado. Me rodearon y
se fueron acercando hasta que me amarraron a un árbol y se
fueron. Pasé toda la noche ahí. Aunque estaba algo
perplejo, no estaba asustado pues ni siquiera tenía
ánimo para ello. Amaneció y poco a poco aparecieron
los mismos que me habían amarrado. Me soltaron y me
dijeron: «Te amarramos porque cuando llegaste vimos que se
te había perdido el alma, que tu alma te andaba buscando,
y te amarramos para que te encontrara.»19.

¿Quién habla, a quién o con
quién, en dónde habla y de qué? Éstas
son las preguntas suscitadas por este intenso e inolvidable
relato.

"Luvina" parece que comienza con una descripción
impersonal del autor desde fuera, el narrador omnisciente, pero
poco a poco se va revelando que realmente no es él quien
habla, cuenta o describe. En verdad, el narrador omnisciente
sólo interviene muy contadas veces -cuatro- en todo el
relato y, además con absoluta parquedad. Se convierte
así en testigo de un largo parlamento, casi un
monólogo interior, y sólo se permite servir de
enlace para ir creando el ambiente con breves acotaciones a la
voz que domina el relato: El hombre aquel que hablaba se
quedó callado un rato, mirando hacia fuera… Bebió
la cerveza hasta dejar sólo burbujas de espuma en la
botella y siguió diciendo…

La mayoría de las narraciones de Rulfo
están contadas en primera persona por un narrador
presencial que además suele ser el protagonista del
relato. Es este narrador el que transmite al lector su
visión del mundo, de las cosas y de los hechos con una
perspectiva casi siempre desoladora. En "Luvina", el narrador o
voz que habla es la del personaje protagonista-testigo que
monologa absorbentemente en primera persona desde el principio al
fin del cuento.

Abismado como está en su memoria y
posiblemente narcotizado por el abuso del alcohol, no piensa
más que en Luvina, en lo triste y devastado del lugar. Se
cierne sobre su mente como una abrumadora pesadilla que le impide
hablar y de cuando en cuando queda abstraído mirando al
exterior de la tienda20.

Su figura es intencionalmente vaga, ya que no
está descrito o caracterizado y ni siquiera tiene nombre
ni apariencia. A través de sus palabras, y sólo muy
aleatoriamente, sabremos que era un maestro rural, casado y con
tres hijos, que hace ya quince años pasó un tiempo
largo e impreciso en San Juan Luvina (Me parece que usted me
preguntó cuántos años estuve en Luvina… La
verdad es que no lo sé. Perdí la noción del
tiempo desde que las fiebres me lo enrevesaron; pero debió
haber sido una eternidad
.) y fue aquella una experiencia tan
negativa que quedó obsesiva e imborrable en su recuerdo,
marcó para siempre su vida y lo dejó derrotado y
destruido.

Como bien se ha observado, este narrador protagonista
del cuento de Rulfo es una transposición del personaje
típico de muchas mitologías que regresa del
infierno y, a la entrada de este, cuenta, a los incrédulos
viajeros que se disponen a emprender el mismo recorrido, las
dificultades y los horrores que encontrarán en su
destino.

¿Quién es el narratario, el interlocutor u
oyente a quien se dirige la voz del narrador? Se trata de un
-todavía más- misterioso personaje, también
sin nombre, sin rostro, sin palabra -por lo tanto no
interlocutor-, y sin acción; un personaje indefinido que
abre múltiples posibilidades de interpretación a
los lectores. Nada más sabremos, por unas mínimas
alusiones del protagonista, que se trata del nuevo maestro
destinado al pueblo de Luvina, Como dice Luis Leal, "parece un
ser irreal; más que un personaje, es una sombra,
más que hombre de carne y hueso parece un desdoblamiento
del mismo maestro narrador, quien, en vez de pensar, habla a
solas en voz alta, en un monólogo
ensimismado"21.

El escenario desde el cual el narrador relata la
historia al misterioso oyente es una cantina o una tienda, como
dice el texto, no ubicada geográficamente. Allí el
protagonista, además del monólogo continuo, pide
cerveza al cantinero22, se levanta de la mesa, grita a los
niños que alborotan fuera, bebe la cerveza tibia que
agarra un sabor como a meados de burro
, pide unos mezcales
y, al final, se queda dormido, semiborracho, derrumbado sobre la
mesa.

El lugar parece alejado de Luvina y todo lo
que ella significa. Hay una intencionada contraposición
entre dos mundos, el "allá", el "arriba" del pueblo de
Luvina, un mundo de pesadilla, subjetivo y fantasmal, el reino de
la muerte y el gran escenario de la desolación, donde
nunca llueve, nunca brilla el sol y todo es ceniciento, gris,
seco, pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para
descansar los ojos; y, en cambio, el "aquí", el "abajo"
desde el que el narrador-protagonista cuenta y que es un mundo
real, objetivo: la tienda, las cervezas, los mosquitos
atraídos por la luz de la lámpara de
petróleo y , sobre todo, afuera de la tienda, un lugar con
esperanza de vida, como un oasis en que el agua del río,
el rumor del aire, los gritos y los juegos de los niños
fluyen vitalmente:

"El hombre aquel que hablaba se quedó callado
un rato, mirando hacia fuera. Hasta ellos llegaban el sonido del
río pasando sus crecidas aguas por las ramas de los
camichines; el rumor del aire moviendo suavemente las hojas de
los almendros y los gritos de los niños jugando en el
pequeño espacio iluminado por la luz que salía de
la tienda… Y afuera seguía avanzando la
noche".

Pero vayamos ya al relato propiamente dicho.
¿Qué es lo que cuenta el maestro de aquel pueblo
llamado San Juan Luvina? Por cierto, un pueblo que existe
realmente en la Sierra Juárez del Estado de Oaxaca, un
lugar de encinas y coníferas, de clima frío y
lluvioso, caracterizado por su extrema pobreza y duras
condiciones de vida. Rulfo había conocido este pueblo, le
gustó el nombre y se lo aplicó al pueblo
-literariamente recreado- de su cuento.

El título mismo del relato, "Luvina", centra la
atención en el pueblo, no en los personajes y menos en la
acción. El protagonista es un paraje, un lugar, un pueblo.
Porque, hay que decirlo desde el principio, "Luvina" es un cuento
de ambiente, descriptivo, apenas sin acción; carece tanto
de punto culminante como de desenlace sorpresivo, su
anécdota es muy débil y sus personajes poco
relevantes.

Este cuento de Rulfo ilustra mejor que ningún
otro relato la técnica del cuento de ambiente, que se
caracteriza por la poca importancia que se da a la fábula,
el poco relieve que se da a los personajes, la ausencia de un
punto culminante y un desenlace sorpresivo y, sobre todo, la
preponderancia que se da al ambiente, que eclipsa a los otros
elementos del cuento, hasta el punto de convertirse en
protagonista, en torno al cual se organiza el cuento
23.

Y empieza Luvina, ese pueblo del cerro, tan
realistamente descrito en su irrealidad, a dominarlo todo, a
matarlo todo. No dónde, ni quién, ni cuándo:
sólo un cerro alto y pedregoso, gris pardo, en quien hasta
el viento "se planta", sin tiempo24.

El motivo que se repite y se convierte en el tema
predominante del cuento, que se anuncia ya desde el primera
párrafo y se mantiene hasta el final, es la
desolación, la tristeza, el desconsuelo del pueblo de
Luvina; un lugar aislado árido, moribundo y fantasmal, en
el que casi no se habla ni se trabaja y todo está parado
sin movimiento ni tiempo: un lugar moribundo donde se han muerto
hasta los perros y ya no hay quien le ladre al silencio… y
sólo quedan viejos sentados en el umbral de la puerta,
esperando fatídicamente la muerte, solos, en aquella
soledad de Luvina.

Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar
muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta.
Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no
se conoce la risa, como si a toda la gente le hubieran entablado
la boca. Y usted, si quiere puede ver esa tristeza a la hora que
quiera. El aire que allí sopla la revuelve pero no se la
lleva nunca. Está allí como si hubiera nacido. Y
hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima
de uno, apretada contra el viento, y porque es oprimente como una
gran cataplasma sobre la viva carne del
corazón.

Después de la desolación y la tristeza, el
otro importante motivo, muy relacionado con aquellas y
continuamente repetido como elementos esencial, es el viento, una
fuerza que erosiona la tierra y azota inmisericorde a los
habitantes de Luvina. Un viento como una pesadilla que amenaza
con sus aullidos, y negro como ave de mal agüero; un viento
que no deja crecer nada, el cielo nunca es azul, no hay
árboles ni plantas. Un viento que se oye y casi se ve, que
actúa como un personaje protagonista, incluso
personificado, con sus manos de aire; que rasca como si tuviese
uñas, escarba debajo de las puertas y se mete dentro de
uno, como un fantasma o un demonio o corre en las noches de luna
por las callejuelas del pueblo, llevando a rastras una cobija
negra, como si de la misma muerte que escondiera su
guadaña se tratase:

Ya mirará usted ese viento que sopla sobre
Luvina. Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de
volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo
verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las
cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva
el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate,
dejando los paredones lisos, descobijados. Luego rasca como si
tuviera uñas: uno lo oye a mañana y tarde, hora
tras hora, sin descanso, raspando las paredes, arrancando tecatas
de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las
puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a
remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo verá
usted.

Dicen los de allí que cuando llena la luna,
ven de bulto la figura del viento recorriendo las calles de
Luvina, llevando a rastras una cobija negra; pero yo siempre lo
que llegué a ver, cuando había luna en Luvina, fue
la imagen del desconsuelo… siempre.

¿No oyen ese viento -les
acabé por decir-. Él acabará con
ustedes.

Este relato, apenas sin acción, discurre muy
lentamente sin seguir – como ya se ha indicado- la fórmula
preceptiva de presentación, núcleo y desenlace. El
autor adopta un planteamiento cargado de recurrencias que
mantienen un ritmo continuo en la historia y provoca en el lector
una sensación de desasosiego y agobio, contagiado por la
del propio protagonista narrador, y por la realidad que
está describiendo. Los personajes, los habitantes de
Luvina, son sombras borrosas desdibujadas en aquel ambiente
fantasmal y asoladas por el clima extremo y la tierra
inhóspita. En fin, toda la narración, las
descripciones y los diálogos están impregnados de
la desolación, la sequedad, la tristeza y la muerte de
aquel lugar maldito que se llama Luvina.

Hay en este relato una crítica social y
política puesto que tanto el hombre que va a ir a Luvina
como el que regresó de aquel pueblo son maestros rurales
llenos de las "ilusiones educativas" propias del gobierno
mexicano de los años cincuenta. En esa época
tenía yo mis fuerzas…Usted sabe que a todos
nosotros nos infunden ideas. Y uno va con esa plasta encima para
plasmarla en todas partes
-comenta el maestro protagonista.
Rulfo muestra el absurdo de la política educativa de un
gobierno que desconoce la extrema pobreza y abandono de muchos de
sus gobernados. ¿Qué hace la Revolución -se
pregunta Claude Louffon- por pueblos como Luvina, con sus viejos
escofulosos, sus mayores vestidos de negro y sus peones que no
vuelven más que una vez al año para plantar otro
hijo en el vientre de sus mujeres?25. Las promesas que el
gobierno mexicano ha hecho durante mucho tiempo, promesas de
prosperidad e igualdad para todos, los habitantes de Luvina ya
hace mucho tiempo que no se las

pueden creer.

"—¿Dices que el Gobierno nos
ayudará, profesor? ¿Tú conoces al
gobierno?

Les dije que sí

—También nosotros lo conocemos. Da esa
casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre del
Gobierno.

Yo les dije que era la
Patria.

…Y me dijeron que no, que el
Gobierno no tenía madre.

—Y tienen razón, ¿sabe usted? El
señor ese sólo se acuerda de ellos cuando alguno de
sus muchachos ha hecho alguna fechoría acá abajo.
Entonces manda por él hasta Luvina y se lo matan. De
ahí en más no saben si existe".

Al referirnos más arriba a Pedro
Pàramo,
decíamos que era, con Cien
años de soledad
de Gabriel García
Márquez, la máxima representación de la
corriente literaria denominada "realismo mágico", en
palabras de Pedro Luis Barcia, " una aclimatación de lo
insólito, percibido como naturalmente inserto en el seno
de la realidad; esta presencia no es sentida como anormal o
alteradora de un orden, ni como agresiva o escandalosa; es vista
como asombrosa y atractiva y no como atemorizante, como ocurre
con lo fantástico 26. Y también decíamos que
el autor mágico-realista suele utilizar un estilo muy
expresivo y personal, aunque se mantenga, en general, dentro de
un tono objetivo, aparentemente sencillo, preciso y poco
adornado.

Pues bien, como afirmó Seymour
Menton:

Los cuentos de El llano en llamas, con una
sola excepción, son esencialmente realistas. Esa
excepción que el mismo Rulfo reconoció, es
"Luvina", magnífico ejemplo del realismo mágico. La
visión purgatorial de San Juan de Luvina es tan
impresionante como la visión infernal de Comala en
Pedro Páramo27.

Luvina es una ficción literaria pero muy real, un
pueblo del México más profundo y pobre, con sus
gentes abandonadas, fatalistas, sin ninguna ilusión y sin
ninguna esperanza. Pero también es un lugar irreal,
mágico, poblado no de cadáveres como la Comala de
Pedro Páramo, pero sí de sombras, ruidos y
susurros misteriosos, de seres que parecen fantasmas. Un lugar
envuelto en una atmósfera de irrealidad por el incesante
viento aullador, el viento "negro" que se pasea como un personaje
fantástico y amenazador, creando una atmósfera tan
desoladora que hará exclamar al narrador- protagonista:
¿En qué país estamos?

Aparte del uso literario del lenguaje popular mexicano
que -como arriba se ha dicho- utiliza Rulfo en toda su obra, los
más destacados recursos estilísticos de "Luvina",
señalados por los principales comentaristas, son lo que se
ha llamado "la parquedad y el laconismo esenciales", la
monótona repetición insistente de ideas y palabras
en boca del hablante incluso dentro del mismo párrafo que,
aparte de ser muy expresivas, crean un ritmo lento que ralentiza
el paso del tiempo. Otros recursos son el empleo continuo de los
símiles o comparaciones -en un cuento de unas trece
páginas, la frase «como si» aparece dieciocho
veces y el símil «como», nueve veces28 – y la
plasticidad en el uso de los adjetivos, lo que incrementa el
ambiente de desolación y desconsuelo; además de las
personificaciones, las alegorías y, desde luego, ese
vocabulario popular repetidamente aludido, que, mediante
coloquialismos, mexicanismos, expresiones populares y las
continuas elipsis, proporciona el colorido recreado del habla
local. Por último son de notar las imágenes que
acercan y confunden a los personajes con los elementos y
fenómenos naturales que los rodean y que resaltan por su
gran expresividad en boca de este maestro rural, que más
que describir, evoca una realidad muy dura con una forma
narrativa de gran belleza.

Claude Couffon insiste en el acierto y la importancia de
la imagen sonora en varios de los cuentos de El llano en
llamas
y, particularmente, en "Luvina":

Cuando Rulfo escribe en "Macario": las cucarachas
truenan como saltapericos cuando uno las destripa.

¿Quién puede escapar al eco de esta imagen brutal?
¿Y en "La Cuesta de las Comadres" quién no oye un
ruido extraño cuando el asesino da un puntapié al
muerto que retumba como un tronco de árbol seco.
¿Y quién no comparte la angustia de los campesinos
de "Nos han dado la tierra" cuando uno lee cae una gota de
agua, grande , gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando
una lasta como la de un salivazo» Nosotros esperamos a que
sigan cayendo más y las buscamos con los ojos. Pero no hay
ninguna más
. Podríamos multiplicar los
ejemplos. Prefiero, para acabar, copiar este pasaje de "Luvina"
en el cual la imagen sonora me parece particularmente obsesiva.
Vemos al nuevo maestro de la escuela llegar con su mujer y sus
tres hijos a un pueblo desierto y, como no encuentran ni una
posada, pasan la noche en la iglesia. De repente oye un
extraño rumor de alas: Era como un aletear de
murciélagos en la oscuridad, muy cerca de nosotros. De
murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo. Me
levanté y se oyó el aletear más fuerte, como
si la parvada de murciélagos se hubiera espantado y volara
hacia los agujeros de las puertas. Entonces caminé de
puntitas hacia allá, sintiendo delante de mí aquel
murmullo sordo. Me detuve en la puerta y la vi. Vi a todas las
mujeres de Luviva con su cántaro al hombro, con el rebozo
colgado de su cabeza y sus figuras negras sobre el negro fondo de
la noche
29.

En fin, como acertadamente comenta Genaro Eduardo
Zenteno Bórquez en su tesis (Luvina» un cuento
inusitado
, Universidad de Colima, Facultad de Letras y
Comunicaciones, mayo de 1998, pág. 77), "Luvina" supone
una revolución y un cambio con los relatos de la miseria
en el campo escritos con anterioridad. En estos otros cuentos lo
terrible se plasma en hechos concretos puntualmente definidos y
aislados: asesinatos, violencias de todo tipo, humillaciones,
etc. En cambio, en San Juan Luvina la tragedia es más
terrible porque es totalizadora e inescapable: puede respirarse y
sentirse en el ambiente, en el paisaje, pero sobre todo en las
condiciones ancestrales que han marcado las mentes de los
habitantes de un pueblo específico, que sin embargo puede
ser cualquiera.

"Luvina" es, tal vez, la más acertada
expresión literaria, la más amarga y desolada, que
pueda darse de la soledad, resignación e inmovilidad de un
pueblo y unas gentes, de un clima y un territorio. Y al finalizar
la lectura nos damos cuenta de que todo el abrumador peso del
relato cae implacable y únicamente sobre la persona del
maestro rural. Las últimas palabras que pronuncia este
oscuro protagonista narrador, antes de caer definitivamente
derrumbado sobre la mesa de la cantina, son el punto culminante
de la tensión, la patética y amarga
aceptación del vacío y la destrucción de un
hombre que ya no tiene nada a adonde agarrarse. Y esa misma
derrota también se apoderará, inexorablemente, de
ese otro personaje casi irreal, el nuevo maestro que se dirige a
Luvina:

"San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de
cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio. Un lugar
moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni
quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al
vendaval que ahí sopla no se oye sino el silencio que hay
en todas las soledades. Y eso acaba con uno. Míreme a
mí. Conmigo acabó. Usted que va para allá
comprenderá pronto lo que le digo…"

******

NOTA
BIBLIOGRÁFICA

Miguel Díez R., profesor de Lengua y Literatura
Españolas en la Enseñanza Media durante cerca de
cuarenta años, publicó en 1985 Antología
del cuento literario
en la Editorial Alhambra (hoy Alhambra
Longman), uno de los primeros intentos en nuestro país de
una selección de cuentos muy variados y universales,
destinada exclusivamente a estudiantes de Enseñanza Media
y que ha tenido, y sigue teniendo, una difusión muy amplia
en toda la geografía española.

Además de varios manuales de Literatura
Española y de comentarios de textos literarios, ha
publicado la edición de Jardín
Umbrío
de Ramón del Valle-Inclán
(Madrid, Espasa Calpe, 1993) y la de Días del
Desván
de Luis Mateo Díez (Madrid, Anaya,
2001). Es, así mismo, autor de la Antología de
cuentos e historias mínimas
(2002) (Madrid,
Espasa-Calpe, Austral nº 527, 2008) y en colaboración
con su mujer, Paz Díez Taboada, ha publicado
Antología de la poesía española del
siglo XX
(1991) (Madrid, Akal, 2004), La memoria de los
cuentos
(Madrid, Espasa-Calpe, Austral nº

151, 1998, reeditado en la misma editorial y
colección con el título de Relatos populares
del mundo
), Antología comentada de la
poesía lírica española
(2005) (Madrid,
Cátedra, 2006) y Cincuenta cuentos breves. Una
antología comentada
, Madrid, Cátedra,
2011.

NOTAS:

1 Fernando Benítez: "Conversaciones con Juan
Rulfo", México Indígena, INI, nº
extraordinario, 1986, pág. 50.

2 Comentario del libro México visto por la lente
de Juan Rulfo. El Espectador, Bogotá,
10-10-2001).

3 "Juan Rulfo, cuentista", en Cuadernos Americanos, VI,
1967.

4 José Miguel Oviedo, Historia de la Literatura
Hispanoamericana, 4. De Borges al presente, Madrid, Alianza,
2001, pág. 69.

5 Joseph Sommers: "Los muertos no tienen tiempo ni
espacio. (Un diálogo con Juan Rulfo)", Siempre. La cultura
en México, 1.051 (15-VIII-1973).

6 Roberto García Bonilla: "Un paradigma de la
crítica sobre Rulfo medio siglo después. Entrevista
con Carlos Aguinaga". http//www.ucm.es/info/especulo/numero
31/cblanco.html

7 Luis Hars: "Juan Rulfo, o la pena sin nombre", en
Recopilación de textos sobre Juan Rulfo, La Habana, Centro
de Investigaciones Literarias Casa de las Américas /
Madrid, SSAG, 1995, pág. 119.

8 Luis Hars: Los nuestros, Buenos Aires, Sudamericana,
1968, pág. 316.

9 Carlos Blanco Aguinaga: "Realidad y estilo de Juan
Rulfo" (1955), en Jorge Lafforgue, Nueva novela latinoamericana
1, Buenos Aires, Paidós, 1969, pág. 87.

10 José Carlos González Boixo: "Lectura
temática de la obra de Juan Rulfo", en Juan Rulfo. Toda la
obra, ed. Claude Fell, Madrid, ALLCA, 1996, págs. 653-
654.

11 "Realidad y estilo de Juan Rulfo" (1955), en Jorge
Lafforgue, Nueva novela latinoamericana 1, Buenos Aires,
Paidós, 1969, pág. 88.

12 José Carlos González Boixo: Historia de
la Literatura Latinoamericana, 6. Juan Rulfo, Madrid,
Planeta-Agostini, 1985, pág. 96.

13 Hugo Rodríguez-Alcalá: El arte de Juan
Rulfo: historias de vivos y difuntos, México, INBA, 1965,
pág. 65.

14 Parece ser que Rulfo tituló inicialmente el
cuento "Loobina" que, según Yvette Jiménez de
Báez, en zapoteco actual significa etimológicamente
"cara de la pobreza". "Historia y sentido en la obra de Juan
Rulfo", en Juan Rulfo. Toda la obra, ed. Claude Fell, Madrid,
ALLCA, 1996, pág. 704.

15 "Juan Rulfo: La literatura es una mentira que dice la
verdad. Una conversación con Ernesto González
Bermejo", Revista de la Universidad de México, XXXIV, 1
(IX-1979), en Juan Rulfo. Toda la obra, Ed. Claude Fell, Madrid,
ALLCA XX, 1996, págs. 462-463.

16 "Juan Rulfo: La literatura es una mentira que dice la
verdad. Una conversación con Ernesto González
Bermejo", Revista de la Universidad de México, XXXIV, 1
(IX-1979, en Juan Rulfo. Toda la obra, ed. Claude Fell, Madrid,
ALLCA XX, 1996, págs. 469-470.

17 Katalin Kulin: "Luvina y Comala, dos caras de la
misma realidad", en Acta Litteraria, XXIII, fasciculi 3-4,
pág. 352.

18 Manuel Durán: "Juan Rulfo, cuentista: La
verdad casi sospechosa", en Helmy F. Giacoman: Homenaje a Juan
Rulfo. Variaciones interpretativas en torno a su obra, Madrid,
Anaya/Las Américas, 1974, pág. 120.

19 "El evangelio de Juan Rulfo según Julio
Ortega", transcripción hecha por Adolfo
Castañón de las palabras de Julio Ortega -en una
conferencia dictada en el I Seminario de Crítica Literaria
celebrado en Manizales, Colombia, IV-1999-, al referir una
anécdota que le había contado Juan
Rulfo.

20 Ana María López: "Presencia de la
naturaleza, muerte y resurrección en El llano en llamas de
Juan Rulfo", Anales de Literatura Hispanoamericana, 4, 1975,
pág. 183.

21 Luis Leal: "El cuento de ambiente:
«Luvina». En Helmy F. Giacoman: Homenaje a Juan
Rulfo. Variaciones interpretativas en torno a su obra, Madrid,
Anaya/Las Américas, 1974, pág. 94.

22 En el cuento solamente aparecen dos nombres propios,
el del cantinero, Camilo, y el de la mujer del protagonista,
Agripina. El resto de personajes, incluyendo al propio
protagonista y sus hijos, al interlocutor silencioso y a la
totalidad de los habitantes de San Juan Luvina, permanecen
innominados.

23 Luis Leal: "El cuento de ambiente:
«Luvina»", en Helmy F. Giacoman: Homenaje a Juan
Rulfo. Variaciones interpretativas en torno a su obra, Madrid,
Anaya/Las Américas, 1974, pág. 98.

24 Carlos Blanco Aguinaga: "Realidad y estilo de Juan
Rulfo" (1955), en Jorge Lafforgue: Nueva novela latinoamericana
1, Buenos Aires, Paidós, 1969, pág. 90.

25 Claude Louffon: "El arte de Juan Rulfo", en
Recopilación de textos sobre Juan Rulfo, La Habana, Centro
de Investigaciones Literarias, Casa de las Américas, 1969,
pág. 147.

26 "García Márquez y Cien años de
soledad en la novela hispanoamericana", en Gabriel García
Márquez: Cien años de soledad, ed. conmemorativa de
la Real Academia Española y Asociación de Academias
de la Lengua Española, Barcelona, Santillana, 2007,
pág. 488.

27 Seymour Menton: Historia verdadera del realismo
mágico, México, FCE, 1998, pág.
206.

28 Seymour Menton: Historia verdadera del realismo
mágico, México, FCE, 1998, pág.
206.

29 "El arte de Juan Rulfo", en Recopilación de
textos sobre Juan Rulfo, La Habana, Centro de Investigaciones
Literarias Casa de las Américas/Madrid, SSAG, 1995,
pág. 149.

 

 

Autor:

Miguel Díez R.

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter