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Monumentos prerromáticos y románicos asturianos, según Fortunato de Selgas. (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Encomian los primeros cronistas, en especial el
Albeldense, la riqueza de su decoración, exornadas sus
habitaciones de exquisitos mármoles, columnas y frisos,
pertenecientes acaso a antiguos monumentos romanos y visigodos.
Había triclinios o comedores, que recordaban los de los
célebres atrios emeritenses, y los muros estaban cubiertos
de pinturas, demostrando la existencia de estos frescos que no se
habían perdido las tradiciones del arte clásico, en
el cual las pinturas murales eran el más importante de los
elementos decorativos. Al par que el monarca embellecía
con su palacio la naciente ciudad, contribuía al regalo y
comodidad de sus habitantes con obras de utilidad pública,
como acueductos, pretorios o tribunales, xenodoquios hospitales,
y unas termas — Balnea — que muestra no se
habían olvidado las costumbres de los romanos
(1).

(1) «Nan et regalía Palatia, balnea,
triclinia vel domata atque Pretoria construxit decora et omnia
regni utensilia fecit pulcherrima.» Sebastián de
Salamanca.

"Sed regalía palatía, balnea, triclinia
pretoria, quis satis pro ipsa pulchrítudine valeat
commendare" Pelayo Ovetense.

La catedral y estos edificios fueron levantados en el
corto tiempo transcurrido entre el 795 y 812, según vemos
por la donación citada de esta fecha, y después,
durante su reinado, fueron construidas las iglesias de Santa
María, San Miguel, San Juan y San Tirso, que con la del
Salvador formaban una ciudad religiosa, una hierópolis
habitada por obispos, monjes y presbíteros.
Intentaré hacer una ligera descripción de
cómo estaban agrupados estos monumentos, porque su
conocimiento nos hará saber la disposición de las
iglesias catedrales visigodas de las que la ovetense era una
reproducción.

El arquitecto Tioda, que trazó los planos de
todos estos edificios

religiosos, tuvo que obedecer, respecto á la
forma de la agrupación, a tradiciones de la antigua
iglesia española, conservadas religiosamente en la
época de la Monarquía asturiana. Son muy escasas
las referencias que se encuentran en los documentos del tiempo de
los visigodos a las iglesias catedrales y a las construcciones
que les circuían. Paulo Diácono cuenta que el
obispo Masona levantó alrededor del templo metropolitano
de Mérida, basílicas, monasterios, aulas,
baptisterio y otras dependencias, de cuya riqueza
artística podemos juzgar por los preciosos restos
decorativos que han llegado a nuestros días; pero nada
dice acerca de su situación. Difícil es formar una
idea del conjunto de tantas y tan variadas construcciones como
rodeaban las iglesias latinas de la primera mitad de la Edad
Media, porque al ser reedificadas del siglo XII en adelante,
durante los períodos Románico y Ojival, al
extenderse desmesuradamente naves y capillas, ocuparon todo el
espacio exterior del sagrado recinto, borrando con su
desaparición toda huella de la primitiva planta, quedando
tan solo el paradisium delante de la fachada y el claustro
situado próximamente junto a un brazo del crucero donde
los levitas hacían vida común. Aquel conjunto de
edificios, habitados muchos de ellos por clérigos y
monjes, constituían una ciudad levítica dentro de
la civil, y en la cual, como en los tiempos posteriores del
feudalismo, el obispo ejercía jurisdicción
temporal.

Cúpole a la de Oviedo la suerte que a todas las
catedrales visigodas y de los primeros días de la
Reconquista; pero más afortunada que aquéllas,
conservó por largo tiempo los monumentos que la
circuían, quedando de algunas curiosas descripciones, y
otras, como la Cámara Santa y la iglesia de San Tirso, a
pesar de las mutilaciones que sufrieron en el transcurso de diez
siglos, muestran todavía su primitiva estructura. Estas
venerables basílicas podrán servir de jalones para
fijar los puntos más notables en el plano del antiguo
recinto del siglo VIII, cuya restauración intentaré
hacer con el auxilio de los primeros cronistas, los testamentos
reales y los historiadores del Renacimiento que alcanzaron a ver
alguna parte de aquellas construcciones.

Levantadas éstas en un corto espacio de tiempo y
bajo la dirección de un mismo arquitecto, debió
sujetarse su trazado a un plan simétrico, a lo que se
prestaba la regularidad del terreno, yermo por la
destrucción que sufrió Oviedo por los
árabes, de las basílicas, monasterios y
conventos.

Monumentos
ovetenses

CONSTRUCCIONES CIVILES.

PALACIO DE ALFONSO EL
MAGNO.

El aula regia que Alfonso el Casto había labrado
para su morada, próxima a la basílica del Salvador,
exornada, según cuentan los cronistas
contemporáneos, con la riqueza del arte visigodo, "sicut
Toleto fuerati" no era bastante a satisfacer las fastuosas
costumbres del Rey Magno, cuyo imperio había extendido
hasta las márgenes del Duero.

Fuera del murado recinto de la ciudad, no lejos de la
puerta de Santa María, a la parte del Poniente,
levantó en el año de 875 otro palacio de mayores
proporciones y más suntuoso, cercano a la fortaleza,
construida por él en aquellos días para la defensa
del sagrado tesoro de las Reliquias (1).

(1) …et foris, juxtaillud castellum et palatium ubi
pausemus magnum fabricabimus. Donación de este monarca
(Alfonso el Casto) al Salvador.

No es fácil formar una idea de su planta, pues
las noticias que nos quedan de las residencias reales y de los
atrios episcopales transmitidas por Paulo Diácono y otros
autores, son escasas y confusas, y aunque San Isidoro, en el
libro XV de sus Orígenes, define las tres clases que
había de edificios regios, se fijaba más bien en
los textos de los léxicos griegos y romanos que en los
monumentos que tenía ante sus ojos (1).

(1) Aula, domas est regia sive spatiosum habitaculum,
porticibus que quatuor Conclusum Atrium, magna aedes et sive
amplia et spatiosa domus; et dictum est atrium, eo quod adantur
ei tres portici estrinseci. Palatio aedem regiam, Oveto cum
regiis aulis edificatur. Cronicón Albeldense. «Intra
Ovetum castellum et palatium quod est juxta illud.
Cronicón de Alfonso III. Martínez Marina, siguiendo
la errónea opinión del canónigo Torres, cree
que el palacio donado al Salvador por Doña Urraca la
Asturiana era el de Alfonso III.

En estos días (Principios del S. XX) se han
descubierto en Mérida restos muy interesantes del atrio
metropolitano, restaurado por el obispo Masona, apareciendo un
pórtico con dos columnas romanas de mármol blanco,
y los capiteles visigodos, hoy custodiados en el Museo
Arqueológico Nacional. Las referencias que hacen a este
palacio las donaciones o testamentos reales, si bien numerosas,
no dan luz para conocer su disposición, debido a la total
alteración del plano de Oviedo, de la época de la
monarquía, con el derribo de los muros defensivos, la
reedificación de la vieja basílica y de los
edificios que la rodeaban, desapareciendo el dédalo
intrincado de las vías que citan antiguos documentos,
haciéndose por fin la actual urbanización
después del incendio de 1521, que asoló la
población.

Sólo sabemos que la fachada principal estaba
situada al Oriente, adornada de un saliente pórtico, y es
de creer que a imitación de la casa romana tendría
un impluvium, un patio cuadrado, rodeado de columnas a las cuales
pertenecen probablemente los dos grandes capiteles con parte de
los fustes que antes estaban en el huerto del hospital, y hoy se
encuentran en el Museo Provincial. La pobreza del dibujo, la mala
agrupación de las hojas y la tosquedad de la talla,
revelan que no han sido traídos del interior de
España, sino aquí labrados para adaptarlos a los
fustes venidos de fuera, a juzgar por la riqueza del
material.

También existen en una moderna casa emplazada en
el solar del palacio, dos magníficos fustes de
mármol blanco, colocados a la inversa, y los capiteles que
les coronaban, de la misma clase marmórea, están no
lejos de allí, teniendo como todos los que se
esculpían en este país en aquella centuria, doble
fila de hojas, que recuerda el orden corintio. Acaso
pertenecerían a este monumento otras dos hermosas columnas
semejantes a estas que están en el antiguo palacio del
duque del Parque.

Sobre el ingreso principal debió estar incrustada
en el muro la magnifica inscripción escrita en caracteres
monumentales, con la bella leyenda, puesta en casi todos los
edificios religiosos y civiles de aquel tiempo, en la que Alfonso
y su esposa Gimena piden al Señor que ponga en su morada
el símbolo de la Redención y no permita entrar en
ella al ángel malo. Dice así:

Inscripción del Palacio de
Alfonso III.

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Llena la lápida la Cruz de la Victoria, de la que
penden las letras alfa y omega, y en los cuatro
espacios que hay entre los brazos se desarrolla la
leyenda, grabados los caracteres, y de acentuado relieve, el
signo de la salud. Las palabras no están separadas por
claros, sino unidas, diciendo el penúltimo renglón:
HANCAVEAM que el autor de la Epigrafía asturiana lee HAN
CAVEAM. Aunque esta inscripción, como todas las de aquel
tiempo, está escrita en un latin bárbaro, siempre
aparece notada la C de este vocablo, como puede verse en la de
Santa Cruz de Cangas: EC AVLA; en la del Asilo de Marinos de la
capilla de Santa Leocadia: HANC AVLAM; y en la de San Miguel de
Quiloño: HEC AVLA. No es de creer que Alfonso II
conmemorase con una inscripción la apertura de un foso,
que no tuvo la fortaleza, pues en las excavaciones practicadas en
estos dias en la plaza de Porlier, donde estuvo la fachada, no se
han encontrado profundas zanjas, difíciles de abrir en la
dura roca sobre la que se asienta el antiguo
alcázar.

La inscripción no se refiere a un foso, sino a
unos edificios: DOMIBVS ISTÍS; y si a la L le han
añadido los dos palos horizontales sobrepuestos
convirtiéndola en E, es indudable que procede de un error
del que la grabó, o han sido puestos
posteriormente.

Alrededor del patio se extendían las numerosas
dependencias del palacio, y su vasto perímetro abarcaba
una manzana de forma cuadrada limitada por las actuales calles de
San Juan, calleja de este nombre, del Águila y
Traslacerca, comprendiendo por la parte opuesta a la fachada un
huerto que en la Edad Media era conocido con el nombre de la
Horta de Santivanes, separado de la vía pública por
la muralla del recinto levantada por Alfonso IX, San Fernando y
el Rey Sabio.

Próximo a la cerca y enfrente del monasterio de
San Pelayo se alza un torreón de planta rectangular que
por su vetusto aspecto parece ser contemporáneo del
palacio, construido para su defensa, a juzgar por su almenado
adarve, hoy cubierto de teja. Alfonso III no erigió en su
morada un templo, como suponen algunos cronistas, puesto que la
iglesia de San Tirso era la capilla palatina de los reyes de
Asturias, pero una de sus estancias la convirtió en
oratorio, cuyo altar, dedica do al precursor del Mesías,
fue restaurado por feo y pequeño en tiempo del historiador
D. Pelayo (1).

(1) Altare Sancti Ioannis Baptiste quod est situm in
hospitali Palatio. Pelayo Ovetense, España Sagrada, t.
XXXVIII, pág. 371. Don Pelayo subió a la Silla
hacia 1098, rigiéndola por Don Martín, que
murió en 1101. Falleció hacia 1153, aunque
renunció la mitra antes de 1136. No hizo el templo de San
Juan, pues si así fuera lo diría el tantas veces
citado documento, que tiene la fecha posterior a su muerte, no
refiriéndose más que al altar. Una donación
de Alfonso III, con su esposa y sus cinco hijos, que lleva la
fecha equivocada de 862. existente en el Archivo Catedral, no
incluida en el Libro Gótico, dice que dona el gran
palacio, fabricado cerca del castillo con las adrias de toda
Asturias instituidas para su restauración: el altar
dedicado a San Juan Bautista a la parte de abajo del propio
palacio; la capilla de San Tirso… etc.

Suele confundirse este oratorio con la basílica
que bajo la misma advocación fue erigida en el reinado de
Alfonso el Casto en el cementerio puellarum o de las monjas de
San Pelayo, que en la décima centuria trocó su
nombre por el del niño mártir de Córdoba, y
llevado de este error un historiador moderno afirma que la
inscripción que el maestro Custodio vio en este monasterio
en la su- puesta tumba de Silo con las iniciales H. S. E. S. S.
S. T. L., forma eminentemente clásica, no empleada
jamás en las losas sepulcrales de los siglos VIII y IX,
estuvo en el templo del palacio del Rey Magno.

La prueba de que no existía esta basílica
nos la suministra el primer testamento a favor del obispo
ovetense a quien se dona para que pueda hacer en ella "ecclesiam
vel quod voluerit" (2).

(2) Do autem terminum ab ipsa albergueria per illa
via que discurrit ad íbute incalata usque ad illa calzada
majore quae vadit pro ad Santo Pelagio et adextro per illa ripa
antiqua quae est ante illa posata de Ecta Cidiz, usque ad illa
posata de palatio unde exeunt pro ad Santa Maria, et intus per
illa via de ante illo palatio et de illo porticu de illo palatio
quo modo vadit in directo usque ad illo muro antiquo sic
determino ipsa cuadra ut sedeat de ipsa albergueria ut faciat ibi
ecclesiam aut quod ille episcopus voluerit.

Ítem:concedo eidem Sedi in Oveto illud
palatium quod fecit atavus meus Rex Adefunsus, cum cónyuge
Xemena tali tenore ut semper sit hospitalis domus peregrinorum,
per suos terminos, per viam quae vadit ad fontem Colatam usque ad
calzatam mayorem quae fecit septamuro petrineo et vadit ad
Sanctum Pelagium, et a dextera parte per via antiqua usque portam
et ecclesiam Ste Mariae, et ex alia porte per aliam viam que
vadit Sanctum Tirsum, cum me dietate callium et per murum
autiquum cum illa que intus est, et per viam qui vadit ad
palatium et signit le in giro ubi primus diximus usque ad fonte
Collata, infra os terminos, etc.

Con la traslación de la capital de la
monarquía a León y más tarde a Toledo, el
palacio dejó de ser morada de reyes, y Alfonso VI, en el
año de 1096, realizó esta donación,
confirmada más tarde por el mismo monarca para que lo
dedicara a hospital de peregrinos, donde eran acogidos con
caridad cristiana. Uno de sus estatutos ordenaba que se sembrara
el huerto de rosas, arrayanes y salvia para lavar con
aromáticas aguas los pies a los romeros
cansados.

A la transformación del palacio en
establecimiento piadoso, debióse la erección de la
iglesia de San Juan, desaparecida no hace muchos años, que
servía al par de parroquia al vecindario de esta parte de
la ciudad. Era de reducidas proporciones, de una sola nave, como
todos los templos asturianos de estilo románico, excepto
los monásticos que tenían tres, terminado en un
ábside semicircular cubierto de un cascarón, cuyo
arco triunfal estaba sostenido por columnas empotradas un tercio
de su diámetro en robustas pilastras coronadas de impostas
y capiteles.

Restaurada interiormente en el siglo XVII cuando
imperaba en el país el decadente barroquismo,
no podía llamar ciertamente la
atención, pero sí mucho la portada,
una de las más bellas que del arte románico se han
alzado en Oviedo en aquel fecundo periodo artístico, que
ha merecido ser reproducida con el grabado en la magna obra
«Monumentos arquitectónicos de España».
No es fácil asignar la fecha en que fue construida, porque
como he dicho en otra parte, la arquitectura románica
aparece en Asturias, durante siglos, con los mismos caracteres,
pero la ausencia de la ojiva en las desnudas archivoltas y la
curvatura ultrasemicircular de los arcos, como los de la torre
vieja de la catedral, hacen suponer que pertenece a los tiempos
de Alfonso el Emperador.

Pórtico del Palacio de Alfonso
III.

Haciendo un estudio de esta portada, años antes
de su desaparición, observé que a su derecha, y a
unos diez pies del suelo, resaltaba del muro de
mampostería ordinaria un sillar cubierto de espesa capa de
cal, percibiéndose en unos desconchados, líneas de
molduras, y a poca distancia en la misma dirección, y a
igual altura, veíanse otras dos piedras de idéntica
forma y ornamentación. Eran las impostas de unas pilastras
de sillarejo bien aparejado, descubiertas a nivel del suelo, por
haberse desprendido por la humedad el cemento que las ocultaba.
Sobre ellas cargaban tres arcos de medio punto peraltados,
cortado el primero a los dos tercios de su curvatura por la
esquina de la fábrica románica,
manteniéndose completo el segundo, y perdido el tercero a
la mitad en la masa de la mazonería.

A la izquierda de la portada aparecía una pared
de la misma estructura de sillarejo coronada de una imposta
semejante a la del lado opuesto. A primera vista parecía
aquella arquería la que en las basílicas separa la
nave central de las laterales, y el muro, el divisorio entre los
ábsides, pero bien pronto advertí que no
podía ser, porque terminaba dicha pared en ángulo
saliente, formando una esquina de sillares bien labrados; por
consiguiente, tenía que pertenecer esta
construcción a la fachada de un edificio.

Hice desaparecer con la imaginación toda la obra
románica y entonces apareció ante mis ojos la
morada del Rey Magno, cuyo frente hacía un bello efecto,
contrastando la esbeltez de la arquería con los macizos
muros de los camarines que le flanqueaban, que acaso
serían los cuerpos de guardia de esta regia
mansión. Para convertir este pórtico en templo se
tapiaron los arcos, derribando los que ocupó la portada
Románica; se aprovechó el muro de fondo, cerrando
la puerta principal que daba ingreso al vestíbulo y al
patio, y se alargó la nave por la parte oriental para
emplazar el curvo ábside. Es de sentir que cuando no hace
muchos años se derribó la iglesia y los edificios a
ella unidos, no se hayan hecho algunas investigaciones
arqueológicas que darían por resultado el
descubrimiento de los cimientos del palacio para rehacer su
planta; y aún es tiempo de hacerlas, pues todavía
se ven allí rastros de viejas construcciones.

LA FORTALEZA.

Fuera del recinto de la ciudad del Rey Casto, "in Oveto
foras", y a pocos pasos del palacio de Alfonso III,
construyó este monarca un alcázar que protegiera a
las santas reliquias y a la urbe, en el caso de que los piratas
normandos intentaran desembarcar en la vecina costa y quisieran
hacer a Oviedo víctima de su furor. Estos temores
están consignados en la lápida de larga leyenda que
se veía sobre la puerta principal de la fortaleza,
trasladada, no se sabe cuando, a la catedral, donde hoy aparece
incrustada en el muro septentrional del crucero, al lado de la
fastuosa portada Gótica de la iglesia de Santa
María (l).

(1) In nomine Domini Dei Salvatoris nostii Ihesu
Christi sire omnium cetus Gloriosae Santae María Virginis
bisenis Apostolis ceterisque Sanctis Martiribus ob cuius honorem
templum ediflcatum est iu hunc locura Ovetao ab condam religioso
Adefonso principe; ab ejus namque discessim usque nunc quartns ex
illius prosapiae in regno subcedene consimili nomine Adefonsus
princeps divae quidem memoriae Hordoni Regis filius anc edificare
sancsit munitionem cum coniuge Scemena duobusque pignore uatis ad
tuiccionem munitionis tesauri aulae huius Sanctae Ecclesiae
residendum indemnem carentes quod absit dum navalis gentilitas
pirático solent exercitu properare ne videatur aliquid
deperire. Hoc opas a novia offertum eidem ecclesiae perenni sit
jure concessum. España Sagrada, t. XXXVII, pág.
330. La inscripción fue hecha cuando Alfonso y Gimena, en
los primeros años de su reinado, no tenían
más que dos hijos, y en esta copia, de fecha muy
posterior, aparecen los nombres de los cinco, que confirman con
sus padres dicho testamento.

Su presencia en este sitio hizo suponer a algunos
críticos que estaba en la primitiva basílica del
Salvador, para hacer constar que los muros que la rodeaban eran
obra de Alfonso el Magno, lo que no es cierto, pues se sabe
positivamente que pertenecía al reinado del Casto,
según dice el mismo monarca en su testamento de 812. No
hay más que leer la donación de 905 de aquel
ilustre principe a la Sede Ovetense, en donde aparece copiada
literalmente, para convencerse de que la inscripción se
veía en la fortaleza y no donde hoy se encuentra
(2).

(2) Concidimos hic in Oveto illud castellam quo a
fundamentis construximus, et super portara ipsius Castelli in uno
lapide illam concessionem scribere in testimonio mandarimus,
sicut hic subtitulavimus, et foris juxta illum castellum et
palatium, etc.

Son escasos los restos que quedan de este edificio,
renovado la mayor parte y envuelto en modernas construcciones. En
el transcurso del siglo XVII ó XVIII se reedificó
el cuerpo central para destinarle a cárcel de hombres; y
en los comienzos del pasado, durante la ocupación de
Asturias por los franceses, fué derribada la muralla que
daba a la plaza de Porlier, por el general Bonet, que queria
abrir una gran vía desde el palacio de Camposagrado, su
residencia, hasta el campo de San Francisco. En l816 se
levantó la fachada próxima a desaparecer, como todo
el edificio, donde hoy está la inscripción del Aula
de Alfonso IIÍ, trasladada, probablemente, cuando el
pórtico de aquella regia mansión fue convertido en
iglesia. Don José Caveda, en su Historia de
Oviedo.

Para la conservación y sostenimiento de este
castillo, de los que con igual motivo se alzaron en los sitios
más expuestos a los desembarcos de los normandos, y de los
palacios reales, dedicó Alfonso las adrias (cargas
concejiles) y otros impuestos creados por sus predecesores en el
trono.

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En el plano de la ciudad, trazado por el pintor Reiter a
mediados del siglo XVIII, (1777) aparece el primitivo recinto del
castillo ya mutilado, con la pérdida de los cubos que
daban a la calle de Traslacerca, derribados para levantar el
moderno caserío adosado al muro, y otros en la antigua
calle de la Lana para ensanche de la vía pública.
Las excavaciones hechas en estos días (PP. del S. XX) en
la fachada meridional no acusan la existencia de un foso que
protegiera el recinto, debido, como he dicho, a la dificultad de
abrirle por la dureza de la roca que sustenta el
castillo.

Su planta es cuadrilonga, semejante a la de los castros
romanos, alzándose en el centro un elevado cuerpo, que
como las torres del homenaje de los castillos feudales, dominaba
todas las dependencias de la ciudadela. Sus cuatro frentes
estaban protegidos por cubos situados en los ángulos, uno
de los cuales se conserva todavía y sirve de apoyo a la
esquina de la cárcel moderna, cuyas paredes descansan
sobre los cimientos de la primitiva construcción. Desde su
adarve, el alférez mayor del Principado hacía la
proclamación de los reyes de Castilla alzando sobre su
más elevada almena el pendón real. En su interior y
adosadas a las murallas se hallaban las dependencias del castillo
que servían de morada al presidio o guarnición que
defendía la ciudad de piráticas invasiones, y de
calabozo a los turbulentos próceres que, en aquella
monarquía semielectiva, se rebelaban con frecuencia contra
la autoridad de los reyes. Este edificio está separado del
recinto exterior por un espacioso patio limitado por la muralla,
de la que existe mucha parte, habiendo desaparecido el frente
oriental donde se abría el principal ingreso entre dos
salientes cubos sobre el que se leía la citada
inscripción hoy custodiada en el crucero de la
catedral.

La fábrica de estos muros es de pobre
construcción, de estructura incierta, que no podían
ofrecer gran resistencia al ariete por su delgadez y a la escala
por su poca altura, pero la resolución de sus defensores
era fuerte y a eso se debe que los normandos no intentaran
franquearlos. La moderna cerca de la ciudad tenía, como la
de Avilés y demás pueblos de la Edad Media, un
trazado circular desprovista de torres y de defensas exteriores,
pero como la fortaleza estaba fuera de la población, para
que no quedara aislada se alargaron los muros de la actual hasta
unirse con ella formando el plano por aquel lado un ángulo
recto que altera la línea curva del recinto de Alfonso IX
y del Rey Sabio.

Foncalada

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En el fondo del estrecho valle que separa la colina de
Ovetao de las estribaciones de la montaña deNaurancio,
brota un manantial, llamado en el siglo IX fonte incallata, o
collata, y hoy corrompido su nombre: Foncalada. El arte ha
embellecido a la natura, alzando sobre esta fuente un ninfeo que
recuerda los que los romanos dedicaban a estas benéficas
deidades, las xanas de nuestros aldeanos, que moraban en el
interior de su misterioso curso. De parecida forma es la de San
Juan de Baños, cuyas aguas devolvieron la salud al rey
Recesvinto; y semejantes a esta eran la de Santianes de Pravia
destruida en nuestros días y la de Santa María del
Naranco, citada por los cronistas del Renacimiento, que estaba
cerca del palacio de Ramiro I.

La calzada que desde la ciudad se dirigía a esta
fuente pasaba al lado de la regia morada de Alfonso el Magno
según dice la referida donación del conquistador de
Toledo a la iglesia ovetense. No sale el líquido por un
caño algo elevado para poder llenar las vasijas con
comodidad y limpieza, sino que brota al nivel del suelo, llenando
un pequeño estanque o piscina, como se ve todavía
en las fuentes de nuestras aldeas. Levántase encima un
cuerpo mural de cuatro metros noventa centímetros de
ancho, de piedra de talla bien labrada, en el cual se abre un
gran arco de medio punto, de robusto dovelaje, cerrado el fondo
por gruesa pared también de sillería, y terminado
en un frontón triangular.

Desgraciadamente, este monumento ha sufrido
restauraciones que han alterado su forma primitiva y destruido y
borrado sus inscripciones.

En el triángulo del piñón campea la
Cruz de la Victoria, de brazos iguales, de los que penden las
letras alfa y omega y por debajo de ella corre la mutilada
leyenda tan conocida: "Hoc signo tueíur pius, hoc signo
vincitur inimicus". Sobre la clave del arco, se lee la prodigada
inscripción en los edificios de aquel tiempo, bien
aplicada a esta fuente: "Signum salutis pone, Domine, in fonte
ista et non permutas introire angelum percutientem". Muchos
sillares han desaparecido, y sustituidos por otros, y en todos
los que quedan se ven huellas de leyendas ininteligibles que si
se conservaran darían alguna luz para ilustrar la historia
de la ciudad.

Parece haber sido erigido este monumento en el reinado
de Alfonso el Magno, a juzgar por la forma de la cruz más
usada en su tiempo que la de los Ángeles de la
época del Rey Casto.

Palacio del tiempo de
fruela

El área de la ciudad religiosa estaba dividida en
tres zonas, ocu pada la central exclusivamente por la iglesia del
Salvador, la segunda por el cementerio y la siguiente por lo
templos antealtares, conventos, aula episcopal, claustro con las
viviendas de los clérigos, fuente del baptisterio y otras
dependencias. Alzábase completamente aislada la catedral,
ofreciendo una bella perspectiva sus sobrepuestas naves, coronada
la imafronte de agudo piñón, y el santuario del
elevado crucero. Circuía la basílica el atrio o
cementerio que, como las calzadas romanas, servía, al par
que de vía pública, de enterramiento a los muertos
(1), cubierto el suelo de humildes lápidas con sencillas
inscripciones, cual las que se encuentran con frecuencia en
Mérida en el cementerio visigodo de la iglesia de Santa
Eulalia; y en los ingresos, pórticos y vestíbulos,
veíanse las tumbas relevadas de los obispos,
próceres y ministros de los altares del
Salvador.

(1) Cuando se reedificó la basílica del
Salvador- en el siglo XIV, la nave lateral del Mediodía y
sus capillas ocuparon parte del antiguo cementerio, que
servía de calle pública, por lo cual el Cabildo
tuvo que tolerar el tránsito por ella hasta que con la
apertura de la moderna Corrada del Obispo se suprimió el
paso por la catedral.

Extendíase el cementerio delante de la fachada
principal del templo, abarcando el área de la actual
plaza, la lonja y el vestíbulo y parte del cuerpo de la
iglesia; y por el Mediodía estaba limitado por la
basílica de San Tirso, que, según dicen documentos
de aquel tiempo, estaba situada "in coementerio Sancti
Salvatoris". En el siglo VIII, cuando se levantó esta
basílica episcopal, la forma del atrio había
cambiado, y no era, como en la época constantiniana, un
patio cuadrado, situado delante de la fachada principal, rodeado
interiormente de pórticos, de columnas y arquerías
y en el centro la pila del agua lustral. Ahora los
pórticos desaparecen o se adosan a los muros de la
basílica, más bien a los de las naves que a los de
la imafronte, ya de columnas o pilares de piedra, o de postes de
madera para proteger a los fieles de las lluvias en un
país tan húmedo como Asturias.

En los templos que nos quedan de aquel tiempo, suelen
verse empotrados en los muros, las ménsulas o zapatas en
que se apoyaba la armadura de madera de las cubriciones de estos
pórticos. Los atrios basilicales de los últimos
tiempos de la época visigoda, al extenderse alrededor del
templo, como el del Salvador, fueron circundados de un muro, como
dice la donación del Rey Casto: "Muro septum en gisso
(giro) ecclesie".

Probablemente en el amplio campo que se extendía
delante de la fachada se hacían las inhumaciones de la
plebe y de los siervos. Las corporaciones religiosas y los
ministros del altar del Salvador tenían sus sepulturas
separadas de las de los demás fieles, reservándose
la parte del atrio, donde estaban situados sus monasterios o sus
viviendas. Las monjas de San Juan (después San Pelayo) se
enterraban en el espacio que había entre la fachada de su
convento y la iglesia del Rey Casto, y se le conocía con
el nombre de coementerium puellarum (1).

(1) Refiriéndose a la iglesia de San Pelayo,
una escritura de este convento, de la era 1031 (996), dice:
«Quorum basilica est in coementerio
Puellarum».

El de los monjes de San Vicente se extendía
detrás de los ábsides de Santa María y de la
basílica del Salvador, ocupando probablemente el lugar del
primitivo, donde yacía sepultado el rey Fruela
(2).

(2) Algunas escrituras pertenecientes al convento de
San Vicente, que publica el P. Yepes en su «Crónica
de San Benito», dicen que este monasterio está
situado: in coementerio Seáis Ovetensis

Los presbíteros y demás ministros del
templo se inhumaban hacia el testero de la Cámara Santa,
cuyo sitio conserva todavía su antiguo aspecto,
único resto que ha sobrevivido del atrio de la Sede
Ovetense. Los documentos más antiguos que citan el
cementerio, son las dos donaciones de Alfonso II al Salvador de
812, en que se le llama atrium, uno de los varios nombres con que
se le denominaba, según Du Cange, en el latín de
los tiempos medios (3).

(3) Dice la primera de dichas donaciones:
«Offero igitar, Domine, ob gloriam nominis tui, Sancto
altarlo in prefata Ecclesia fúndate, atrio quod est in
circuitu domus tuae, muro septum», etc. Estas donaciones
muestran terminantemente que el atrio o cementerio circuía
la iglesia del Salvador.

La zona de terreno alrededor de la basílica
destinada a las inhu-

maciones debió ser de doce pasos, porque se ve
esta anchura fijada en iglesias catedrales cercanas a la ovetense
y en otros templos de aquel tiempo, coincidencia que no debe ser
casual, sino debida a tradiciones de la iglesia visigoda. El
Concilio de Oviedo de 1115, convocado por el obispo Pelayo para
calmar las alteraciones de Asturias durante la minoría de
Alfonso el Emperador, impone penas graves al que entrase por
fuerza en el templo y sus pórticos, "et usque XII passus".
Los atrios de las iglesias de Auria (Orense) y Santiago
tenían la indicada anchura, según dicen documentos
coetaneos a su erección (1).

(1) El rey Ordoño II, en su donación a
la iglesia de Santiago del 916, ofrece: "Ili omne risso (giro)
ecclesiae, duodecin corporales ad construendum domos et
palatía, et ad sepeliendrim corpora". En la
donación de Alfonso III a la catedral de Orense, de 886,
concede este monarca; XII passus pro corpore
tumidanda.

En la tercera y última zona del sagrado recinto
alzábanse numerosas construcciones dependientes del
templo, habitadas por una población exclusivamente
religiosa, debidas unas a la piedad de los reyes, otras a las
corporaciones monásticas y hasta de los simples fieles. En
aquella época mística, cuando se fundaba una
iglesia como la de Oviedo, levantábanse al lado
pequeños templos, de los cuales solía estar
dedicado uno de ellos a la Virgen María y otro al
precursor del Mesías, destinado a baptisterio. Algunas
comunidades religiosas preferían hacer vida
monástica junto a las basílicas episcopales que en
la soledad de los campos, en el atrio, ante los altares del
Salvador del Mundo, a quien se consagraba generalmente el templo.
Los mismos particulares, atraídos por la santidad del
lugar, querían morar en vida en el sitio donde
habían de dormir el sueño eterno, v hacían
en el cementerio sus viviendas, lo más próximo al
santuario, y allí vivían en familia hombres y
mujeres, libres y siervos, bajo el suave yugo de la regla
benedictina.

Agrupábanse todos estos edificios alrededor de la
catedral en una faja de terreno cuya anchura estaba
también prescrita por la costum bre; era de setenta pasos,
que con los doce del cementerio hacían ochenta y dos,
espacio en que el obispo ejercía absoluta
jurisdicción. La Iglesia legionense, desmantelada por
Almanzor, fue restaurada por el obispo Pelagio en 1073 con los
numerosos edificios que rodeaban el atrio, cuya agrupación
era muy semejante a la de Oviedo (2).

(2) Dice el citado obispo; «Constituí
ibidem locum Baptisteri ubi prius fuerat locus refectori in
circuitu basilicae, palatia, claustra, et receptacula servorum
Dei, in quibus simul convenerent ad prandendum, ad dormiendum, ad
spiritualis vitae incitamentam, ut orationis vacapent et sub
canónica institutione viverent. (España Sagrada,
tomo XXXVI, cap. LIX.)

En la citada basílica auriense y en la del
monasterio de San Cipriano de Arbolio de León que
observaban aquellas dimensiones, y es de suponer serían
también cumplidas en la ovetense (1), y lo mismo en la
compostelana, erigida por Alfonso III, de la cual dicen antiguos
documentos que existían en el atrio, además de la
Corticela, monasterios y otras construcciones religiosas (2). El
derecho de asilo que entonces gozaban los jugares sagrados, no se
limitaba sólo al templo y al cementerio como entre los
romanos, sino que alcanzaba a los edificios incluidos en esta
zona, según vemos por los cánones de algunos
concilios, que castigaban a los que intentasen penetrar a la
fuerza dentro de ellos (3).

(1) La citada donación de Alfonso III a la
iglesia de Orense dice: «ítem adjicimus en omni giro
ecclesiae vestro LXXXII passus; duodecim pro corpore tumulanda et
septuaginta pro toleratione omnes vita degentos.» De la de
Arbolio dice una donación: «In Arbolio monasterium
Sti. Cipriaiii, in giro ipsius monasteri octagluta duorum passum,
in unoquo que passu duo decim palmos.»

(2) Argaiz: Soledad Laureada, t. III, p.
343.

(3) Canon III del Concilio Ovetense de 1115: Secundum
etiam decreta Canonum, utsuperius sanximus quod aliquem pro
aliqua calumnia a dextris ecclesiae infra LXX passus per vin non
extrhamus nisiservum naturaliter provatum aut latronem publicum
aut proditorem de proditione convictum, aut publicae
excomunicatum, aut mouachum vel monacham refugas aut violatorem
ecclesiae cui procul dubio ecclesia nuUo modo debet
refugium.» Este canon es reproducción del IV del
Concilio de León de 1020, aunque este último no se
refiere más que al cementerio.

En las iglesias parroquiales y en las de
los monasterios el ejercicio de esta inmunidad no alcanzaba
más que a los ingresos y vestíbulos que flanqueaban
los muros laterales, como el de San Salvador de Valdediós,
y no al atrio o cementerio, cuya anchura solía ser
más reducida que en las catedrales (4).

(4) Una constitución sinodal del obispo D.
Gutierre de Toledo dice que «cuando venga a Oviedo rey,
principe o prelado no salga a recibirlo la clerecía
más allá del cementerio de la iglesia que fuere a
visitar».

Aunque las afortunadas empresas militares del Rey Casto
habían llevado por Castilla el teatro de la guerra, era de
temer que los árabes llegaran en sus bélicas
excursiones ante los muros de Oviedo, y para preservarla de
semejante peligro circuyó la catedral, el cementerio y los
edificios de un muro más fuerte y sólido que el que
había sido destruido por aquellos invasores en las
campañas de 794 y 790, del que no quedan vestigios, y de
cuya existencia apenas sabríamos si aquel monarca no lo
dijera en el testamento hecho a favor de la iglesia del Salvador
en el año de 812 (5).

(5)«Offero.. Atrio quod est in circuitu domas
tuae omnenque Oveti urbem quam raurum circmndatam te auxiliante
peregimus… foris muro civitatis concedo»,
etc.

Acaso haya sido este templo el primero que en la Edad
Media se vio ceñido de obras militares, pues ni las
basílicas visigodas, ni las francesas de la época
Merovingia, tenían otra defensa que la muralla que
circuía la ciudad. La fortificación de las iglesias
episcopales y de las grandes abadías no tuvo lugar en
Francia hasta la aparición de los normandos, que para
protegerlas de su furor hubo que convertirlas en verdaderas
fortalezas. El Sr, Amador de los Ríos, en su
monografía de la Cámara Santa, publicada en la obra
Monumentos Arquitectónicos de España, emite la
opinión de que este murado recinto se levantó
más tarde, en el reinado de Alfonso III, para contener a
tan terribles piratas, suposición infundada, pues los
testamentos y donaciones del Rey Casto que he citado no dan lugar
a duda que se remonta la construcción de sus muros al
reinado de este monarca.

Los normandos no aparecieron en las costas de Asturias
hasta mediar el siglo IX; por consiguiente, no eran los
bárbaros del Norte, sino los del Mediodía, quienes,
bajo el reinado de Alfonso, podían hacer a Oviedo presa de
sus depredaciones, aunque bien pronto, al finar la centuria, el
temor a un desembarco de estos piratas hizo necesaria la
construcción de una fortaleza en tiempo de Alfonso el
Magno.

Levantadas estas defensas por un sólo arquitecto
y en corto tiempo, debieron sujetarse a un plan simétrico
y regular, y es probable que formando un paralelogramo la
basílica y el cementerio, igual forma tendría el
muro que protegía la ciudad. Me inclino a creer que la
torre vieja de la catedral próxima a la Cámara
Santa ha sido uno de los cubos de la muralla, coronada más
tarde, en el período románico, del bello campanario
que se conserva, aunque mutilado. Nótase entre la parte
inferior y la superior diferencia en los materiales de
construcción, en la estructura del muro y en el estilo
arquitectónico, que revela una distancia de siglos entre
una y otra fábrica. También es probable que la
torre de San Tirso haya pertenecido al primitivo recinto,
habiéndose levantado muy posteriormente el cuerpo de arcos
que la corona. De sus ingresos sabemos que había dos en el
lado occidental, paralelo a la fachada, uno situado frente a la
puerta central de la iglesia del Salvador para dar paso al atrio,
y otro hacia el templo del Rey Casto. En el lado meridional
existía un arco llamado Rutilante, que daba acceso a la
catedral, que en aquella parte tenia una entrada en la fachada
del crucero. Perforaba el muro otro ingreso situado no lejos del
ábside de la basílica y del monasterio de San
Vicente.

A la paz interior que disfrutó Asturias durante
el reinado de Alfon so II y sus sucesores se debe el
engrandecimiento de Oviedo en el transcurso del siglo IX, pero
así como la ciudad civil tenía ancho campo por sus
muros, no podía desarrollarse cual lo exigían las
necesidades del culto, cada día creciente, sobre todo
desde que el Magno elevó a metropolitana la Sede ovetense
y oficiaban más de veinte obispos en los altares del
Salvador. La Hierópolis de los comienzos del siglo IX
cambió bien pronto de aspecto con la construcción
de las iglesias y monasterios que se aglomeraban en el cementerio
de la catedral, levantados por la piedad de los
fieles.

Consérvanse algunas noticias acerca del estado en
que se hallaban en tiempo de los Alfonsos VI, VII y Doña
Urraca, en varias donaciones hechas por estos reyes a la Sede
Ovetense insertas en el libro gótico (1), pero dan escasa
luz por lo vagas y poco precisas, y porque al ser reedificada la
catedral y los monasterios inmediatos, en el siglo XIV y
siguientes, y con la apertura de nuevas vías por la mayor
extensión que se dio a los edificios restaurados o
consumidos por el incendio de 1521, se ha borrado toda huella del
trazado que tenía la ciudad en la duodécima
centuria. Según se deduce de aquellos documentos, parece
que la parte del atrio confinante con las naves laterales se
convirtió en estrecha calle orillada de pequeños
monasterios, casas y otros edificios; y por el lado del
ábside pasó a ser propiedad de los monjes de San
Vicente. Cuando del siglo XI en adelante se hicieron las
inhumaciones dentro de las iglesias, el espacioso campo que
precedía a la basílica cesó de ser
cementerio, dedicándose a la iglesia ovetense de los
bienes que le había dado su padre el Emperador y su
hermano el rey de León.

Junto a la plaza pública, y en el lado meridional
se conservó el palacio de Alfonso II, donado al Salvador
para morada de los obispos ovetenses, en 1161, por Doña
Urraca la Asturiana. Siguiendo la dirección del antiguo
cementerio y pasando por delante de la puerta principal del
Salvador había una calle que descendía hacia San
Pelayo; torcía su curso al llegar a la fachada de la
basílica del Rey Casto, formaba un ángulo hacia el
saliente, seguía paralela a la nave lateral Norte de la
catedral y rodeando el ábside venía hacia el
claustro y Cámara Santa a morir en la citada plaza del
Palacio donde estaba la fuente del baptisterio.

(1) «Infra hos temimos totum ab integro et
circumdante adherente ecclesiae Sti. Salvatoris illa quam dicunt
Sti. Crucis per portam Sti. Mariae et per viam ubi est scriptum
signum Salutis indirectum usque ad ecclesiam Sti, Tirsi, et usque
ad principalem portam Sti. Salvatoris.» Donación de
Doña Urraca, hija de Alfonso VI, en la que ofrece al
Salvador Oviedo y su coto .,.Doao juxta muros ipsius ecclesiae
Sancti Salvatoris, palatia regalía cum platea sua juxta
fontem baptisteri que vocatur Paradisius, cum domibus que ex
utraque parte iuxta palatia sunt edificatae per terminis
subscriptis. In introitu ecclesiae Sancti Salvatoris per portam
arcus que vocatur Rutilans domos ipsas ibi edificatas concedo ab
integro, quomodo vadunt usque ad viam publicam et quomodo ipsa
via publica descendit circa palatia versus Sanctum Pelagium et
per términos Sancti Pelagi revertitur per aliam viam
indirectum externi auguli ecclesiae Sanctae Mariae et conducitur
per portam et murum qui est inter plateam palatii et domos Sancti
Crucis et coniungitur murus ipse et figitur in baptisterio
Paradisi…»

Donación de Doña Urraca
la Asturiana

Construcciones
religiosas

LA BASÍLICA DEL SALVADOR DE
OVIEDO. (SS. VIII-IX)

      El templo
que Alfonso el Casto dedicó al Salvador del Mundo,
construido la mayor parte al finar la octava centuria, ha
merecido, por su magnificencia y sus vastas dimensiones, los
encomios de los primeros cronistas de la monarquía
(1).

(1) «Iste (Alfonso II) in Oveto
templum sancti Salvatoris cum XII ApostOles ex sílice et
calce mire fabricavit. (Cronicón Albeldense). Basilicam
quoque in nomine Redemptoris Jesu Christi miro construxit, et
consacrari a septem episcopis fecit».(Sebastián de
Salamanca.)

      Ocupaba
el mismo sitio que el erigido por su padre Fruela, pues en todas
las reedificaciones de las iglesias de aquella edad se emplazaba
el altar mayor en el lugar donde estaba el anterior, por lo que
se encuentran con frecuencia bajo los cimientos de la sagrada
mesa restos de la antigua. Restaurada la de Oviedo en más
vastas proporciones, su cabeza debió estar donde hoy; pero
su cuerpo, brazos y pies se extendían en la
dirección de la actual, pues estando ésta
orientada, la anterior lo estaba también, como sabemos por
las iglesias del Rey Casto, San Tirso y Cámara Santa, en
cuya disposición no se cumplieron las prescripciones de
una constitución del Papa Clemente (2) de los primeros
tiempos de la Iglesia, por la cual las facha das miraban a
Oriente, como vemos en San Pedro del Vaticano y San Juan de
Letrán, sino al contrario, costumbre seguida del siglo V
en adelante en Occidente, observada en Asturias en todos los
monumentos religiosos del tiempo de la monarquía, a no
impedirlo la irregularidad del terreno, cuyos ábsides se
inclinaban al saliente, hacia el lugar donde murió el
Señor.

(2) «Ac primira quidem sit cedes
oblonga ad Orientem versus navi símiles utiiiique
Pastaphoriam orientem>.

Lleváronse los trabajos de la
construcción tan rápidamente, que en el
undécimo año del reinado de Alfonso estaban ya
terminados, siendo consagrados los altares el 13 de diciembre de
802 por los obispos Ataúlfo de Tría Flavia,
Suintila de León, Quiodulfo de Salamanca, Maido de Orense
y Teodomiro de Calahorra. La ausencia del Prelado ovetense en tan
solemne ceremonia revela que no se había verificado
todavía la traslación de la Sede britoniense a la
capital de la monarquía, hecho que tuvo lugar poco tiempo
después (1).

(1) El Rey Casto en uno de sus testamentos
dice: «Et ipsam civitatem ovetensem fecimus ea et
confirmavimus pro Sede Britoniense; quae ab Ismaelitis est
destructa et inhabilitabilis est». Sin embargo, la sede
debió conservarse aun en tiempo de Alfonso III, pues fue
adjudicada a este obispo y al de Orense la iglesia de San Pedro
de Nora, según dicen documentos del siglo IX, y aparece
este Prelado suscribiendo algunos testamentos del citado
monarca.

    Seis siglos se
mantuvo intacta esta basílica, hasta fines del XIV en que
el obispo D. Gutierre de Toledo, émulo del
Pontífice toledano D. Pedro Tenorio, a quien debe aquella
iglesia primada su magnífico claustro, acordó la
destrucción del venerable monumento para alzar en su lugar
el que hoy se contempla, de arquitectura Gótica. Ya antes
de su reedificación, la ojiva que caracteriza este arte
había logrado introducirse en importantes construcciones
anexas a la catedral: primero en la sala capitular, donde apenas
se muestra perceptible, exhibiendo después su apuntada
forma en las arquerías del claustro, exornado con las
más ricas galas del gótico en sus estilos radiante
y flamígero. La vieja basílica latina tenía
que desaparecer, porque los adelantos del arte en el siglo XIV
exigían mayor belleza arquitectónica y el culto
más grandes dimensiones que las de este templo, con sus
estrechas y sombrías naves y su pobre techumbre de madera.
 

      Las
revueltas que agitaron el Principado en los primeros años
del pontificado de D. Gutierre demoraron su destrucción;
pero calmados aquellos disturbios, hízose el derribo de
los tres ábsides, substituyéndoles la actual
capilla mayor, a cuyo efecto los monjes de San Vicente,
dueños del terreno confinante con el testero, cedieron la
parte necesaria para la ampliación. Como en todas las
reedificaciones de las iglesias catedrales, en la de Oviedo,
después de consagrado el santuario, se echó por
tierra el crucero de la vieja basílica, después las
naves y por fin la fachada principal. No queda ningún
vestigio de ella, ni se encuentran apenas datos y noticias que
puedan dar idea de sus formas arquitectónicas; mas este
silencio se puede suplir en pane con el auxilio de la
arqueologia, que nos dice cómo eran las basilicas
catedrales de aquellos tiempos, y con el estudio de los
monumentos, que afortunadamente se conservan inmediatos a ella,
debidos al mismo arquitecto que hizo las trazas, no es muy
difícil rehacer la planta del monumento tai cual estaba
cuando Tioda lo levantó.

     Estando
orientada la basílica del siglo VIII, el eje del edificio
era el mismo que el actual; por consiguiente, la planta de
aquélla estaba inscrita en ésta, y en efecto, se ha
confirmado hace poco, cuando se levantó el suelo del coro,
apareciendo el pavimento de hormigón de la antigua,
sentado sobre la roca, en la misma dirección que el de la
moderna. Es lástima que cuando se hizo en 1830 el
marmóreo enlosado antiartístico, más propio
de un salón que de un templo, que dejó al
descubierto la cimentación de los muros de la primitiva,
no se haya hecho el plano, puesto que todas las fundaciones
estaban dentro de la iglesia Gótica.
 

      El
cerramiento del ábside de la antigua basílica
ocupaba el mismo lugar que el actual, y si bien dice un documento
del siglo XIV que el abad de San Vicente cedió al cabildo
diez y seis pies de terreno perteneciente al monasterio para
extender la capilla mayor por aquella parte, fue para levantar
los machones que contrarrestan la bóveda de
crucería que cubre dicho testero. La iglesia moderna
alargó los brazos del crucero hasta tocar el septentrional
con la capilla del Rey Casto y el meridional con la Cámara
Santa; pero la antigua basílica, más estrecha,
estaba limitada por el atrio que, como dije, debía tener
unos doce pasos de anchura, quedando entre los ingresos laterales
y los citados templos un espacio abierto dedicado a
enterramientos.

      Al
extenderse la actual basílica quedó dentro del
crucero la escalera que daba acceso a la Cámara Santa, que
en 1722 se trasladó adonde hoy está. Cuando los
presbíteros de la antigua iglesia, y después los
canónigos regulares, iban diariamente en
corporación a orar a la capilla del Rey Casto y a la
Cámara de las Reliquias, al atravesar la parte descubierta
del cementerio recogían las largas colas de sus mantos
para no mancharlas, costumbre que se observó mucho tiempo
después de la construcción de la actual.

           Tenemos,
pues, tres puntos fijos para saber hasta dónde llegaba la
catedral antigua: el testero y los brazos del crucero
dándonos la anchura de la planta. Más
difícil es fijar el sitio donde estaba la fachada
principal, pues aunque los datos existentes son débiles,
dadas las proporciones que solían tener entonces los
templos de la forma de éste, me inclino a creer que
debía estar entre el altar de Nuestra Señora de la
Luz, poco ha destruido, y el muro de la actual faenada. La planta
de la basílica era simétrica y regular, afectando
un cuadrilongo, aproximamente de doble longitud que anchura, sin
ningún cuerpo resaltado al exterior, interrumpiendo
sólo lo recto de los muros los machones que a trechos
robustecían la fábrica. La citada donación
del monasterio de San Vicente a la catedral, dice que la
cesión del terreno era para construir la capilla mayor en
lugar de las tres "capiellas antiguas del cuerpo de la dicha
eglesia" (1).

 (1) En el archivo de la iglesia
toledana se conserva un curioso documento, allí llevado
acaso por el obispo D. Gutierre, de Toledo, que reedificó
la capilla mayor, que da interesantes datos sobre la antigua
catedral. Es una escritura de cesión hecha por los monjes
de San Vicente al Cabildo catedral de un trozo de terreno para la
ampliación del ábside, dice así:
«…et facemos donación buena o pura et libre entre
vivos, entre el dicho señor obispo para la dicha iglesia
catedral que es fea y pequeña a la cual concurren muchas
gentes de diversas partes del mundo por la gran devoción a
las indulgencias de la dicha eglesia, et para fabricar con ella
una capiella grande e honrada, damosvos del corral nuestro sin el
cimiento de la capiella comenzando desde los pilares de la pared
de la dicha eglesia contra las dichas casas de la dicha
Maestrescolia, la cual capiella conteaga e encierre en sí,
las tres capiellas antiguas del cuerpo de la dicha eglesia, a
saber los altares de San Bartholome, et de San Ximon et Judas et
de San que están a la mano siniestra del altar mayor a la
parte de la Epístola, como van al palacio del obispo, et
los dichos diez e seis pies que vos damos de ancho del dicho
nuestro corral que tornen en luengo en la dicha capiella que
entendades mandar facer de los dichos tres altares, et que la
dicha capiella, haya una puerta pequeña que salga al dicho
monesterio et que se cierre además las partes con dos
llaves de las cuales tengan los monjes del dicho monesterio la
una que salirá al dicho corral et la otra el que mandase
el dicho señor obispo». (Biblioteca Nacional, Dd
39.) No siendo bastante este terreno para la ampliación de
la Capilla mayor, el monasterio cedió en 24 de marzo de
1421,siendo abad Álvaro Rodríguez, otra parcela
más. (Sandoval, Cinco obispos, 122.) Lo mismo
aconteció en el siglo XVI cuando el cabildo quiso
construir una librería; tuvo que ponerse de acuerdo con
los monjes para la cesión del terreno.

      Era, pues,
una basílica con tres ábsides, a los cuales
debían corresponder forzosamente otras tantas naves. La
capilla mayor, como se observa en algunas basílicas
asturianas, resaltaba de los muros de las pequeñas la
mitad de su longitud para que las tres afectaran cuadrados
perfectos; así dice la donación, en la que consta
que el área rectangular de diez y seis pies por lado, 4,50
por 4,50 metros, sin el ancho del cimiento era el espacio
comprendido entre el paramento lateral exterior del ábside
central y las líneas proyectadas de los muros de
cerramiento.

       Con tan preciosos
datos no es difícil rehacer la planta de esta parte del
templo, fijar sus dimensiones y la disposición de los
altares. Entre los ábsides y las naves se alzaba un
elevado crucero de igual anchura que la central, semejante al de
la iglesia de Santullano, en cuyos extremos perforaban sus muros
dos grandes ingresos que daban paso al cementerio y alas dos
iglesias de Santa María del Rey Casto y de la
Cámara Santa.

      Elevábase el
crucero sobre la nave, desarrollando en su frente los tres arcos
triunfales, sostenidos por marmóreas columnas
(1).

 (1) Un trozo de fuste de una de estas
columnas de mármol blanco veteado está sirviendo de
pedestal a la pila de agua bendita próxima al ingreso del
claustro.

      Como
estos arcos eran bajos, quedaba entre sus claves y la armadura de
la cubrición un amplio espacio que estaba dignamente
decorado. Sobre el central, de doble altura que los laterales,
campeaba un enorme crucifijo con las cabezas de bulto y pintados
los cuerpos, y a uno y a otro lado del Señor estaban,
probablemente, las imágenes esculpidas en relieve de San
Pedro y San Pablo, que cuando la destrucción del crucero
fueron trasladadas al claustro donde hoy se ven incrustadas en el
muro oriental. Sobre los arcos de los ábsides
pequeños aparecían las dos notables inscripciones
que Alfonso el Casto puso allí para conmemorar la
erección de la basílica. Aquellas lápidas
desparecieron, pero  el historiador  D. Pelayo las
copió, y constan en un documento del archivo catedral.
Dicen así:

"Quicumque cernís hoc templum Dei
honore dignum, scito hic ante ipsum fuisse alterum, hoc eodem
ordine situm, quod princeps condidit Salvatori Domino, suplex
peromnia Froila, duodecim apostolis dedicamus bissena
altaría, pro quo ad Dominum sit vestra oratio, cunctorum
pia, ut ómnibus vobis et Domiuus siue fine premia
digna.

Preteritum hic antea edificium fuit partim
a gentilibus diruptum, sordibusque contaminatum, quod de novo a
fámulo Dei Alphonso cognoscitur esse fundatura et omne in
melius renovatum. Sit merces lili pro tali Christe Labore. Et
laus hic jugis sit sine fine tibí".

      He
aquí la traducción que de ellas hace el P.
Carballo; dice la primera: Tú cualquiera que ves ese
templo santo, por la honra de Dios, sabrás que en este
lugar estuvo primero otro edificado a la misma traza; el cual
fundó el rey Fruela muy humilde de nuestro Señor,
al Salvador, dedicándole doce altares a los doce
apóstoles; por el cual haréis todos los devotos
oración a Dios para que el Señor os conceda los
eternos premios, merecidos para siempre. El pasado edificio fue
aquí antes destruido en parte por los infieles y violado
con suciedades, el cual de nuevo se sabe que fue todo edificado y
reparado por el siervo de Dios Alfonso.

      Así
como esta inscripción hace la historia del templo, la que
sigue es exclusivamente religiosa:

"Quicumque hic positus degis jure sacerdos,
per Christum te ipsum obtestor, ut fiis mei Adephonsi memor
quatenus sepe, ut saltem una die per singulas hebdómadas
semper pro me offeras sacrificium, ut ipse tibi sit peremne
auxilium, quod si forte neglexeris statim sacedotium amittas. Tua
sunt, Domine, tibi tua offerimus huyus perfectam fabricam templi.
Exiguus servus Adefonsus exiguum tibi dedico muneris votum, et
quod de manu tua accepimus, in templo tuo danrtes gratenter
offerimus".

      Dice esta
segunda inscripción: Cualquier sacerdote que conforme a
derecho residiere en esta iglesia pídete por Jesucristo,
que te acuerdes de mí, Alfonso, para que muchas veces, o a
lo menos una cada semana, siempre ofrezcas por mí
sacrificio a Jesucristo, para que él mismo sea en tu
ayuda; y si acaso fueres negligente en esto pierdas el
sacerdocio. Tuyas son, Señor, todas las cosas que criaste
y te dignaste de darnos; a ti. Señor, a ti te ofrecemos
 lo que es tuyo, a ti te ofrece tu humilde siervo Alfonso la
perfecta fábrica de este templo, y el pequeño y
corto voto de este don; y lo que hemos recibido de tu mano te lo
ofrecemos de buena gana en el templo.

      Sobre
el arco toral del crucero debía estar la
inscripción votiva que conmemoraba el hecho solemne de la
consagración del templo, diciendo los nombres de los
citados obispos que asistieron a este acto, y acaso las reliquias
guardadas bajo las aras de los altares. La rasante de la antigua
basílica era la misma que la actual, y según dice
Ambrosio de Morales, todavía se conservaba en su tiempo
restos del hormigón a la entrada de la capilla mayor,
hacia la antigua sacristía, situada donde está hoy
el ingreso del moderno trascoro, obra del siglo XVII, ocupado en
el XVI por dicha sacristía, y en el lado opuesto la
capilla de los Romeros (2).

(2) La iglesia del Casto (dice este
cronista), se junta y se continúa ahora con la
Cámara Santa por la capilla mayor y sacristía y
capilla de los romeros porque enterraban allí los
peregrinos. En la sacristía parece un poco de suelo de
argamasa, y a la entrada de la capilla mayor, y al otro lado de
la capilla mayor en la capilla de los Romeros; y siendo esta
argamasa de la que dijimos de la Cámara Santa, es mucho
más linda que ella y que la de la iglesia del Rey Casto.
Morales supone equivocadamente que este suelo era de la iglesia
de Fruela. Catedral, que acusaba la misma rasante que la actual y
de igual clase de hormigón que cita el cronista
cordobés.

      Era
aquel pavimento mejor y más bien ejecutado que el de las
demás iglesias de la época del Rey Casto. Cuando se
levantó poco hace el entarimado del magnífico coro
gótico, desacertadamente destruido en estos días,
se descubrió el antiguo suelo de la
basílica.

      Dada la
importancia del templo, debía tener un pórtico
exterior de columnas y arquerías, y un vestíbulo
interior o narthex, como vemos en otras basílicas
contemporáneas levantadas por el mismo arquitecto Tioda.
El estudio de las proporciones generales de estos monumentos y
los datos, aunque escasos, que quedan referentes al del Salvador,
me autorizan a creer que la anchura de la nave no bajaba de nueve
metros (uno menos que la actual), 6 igual medida las dos
laterales que con el grueso de las pilastras que las separaban
sumaban veinte metros, las mismas dimensiones que el crucero,
llegando el muro de los brazos cerca de los churriguerescos
altares de la Virgen y de Santa Teresa, correspondiendo
próximamente los tres arcos triunfales de los
ábsides de la antigua, a los tres grandes ingresos de la
capilla mayor y de la giróla de la catedral moderna
(1).

(1) Las dimensiones de la catedral
Gótica según Cuadrado son: de la portada principal
al fondo del ábside, 210 pies; 38 ancho de la nave mayor;
38 y 20 cada una de las laterales.

      Como se
ve, las proporciones de esta basílica eran vastas, no
inferiores a las de los célebres templos
contemporáneos de las Galias, descritos por Gregorio de
Tours y otros historiadores francos. El de San Martín
Turonense, el más suntuoso de aquel país, era de
más pequeñas dimensiones, y sólo le superaba
la iglesia monástica de San Gall, cuya nave mayor
tenía cuarenta pies de anchura, ocho más que la
ovetense. En estas basílicas francesas, observando la
tradición latina, la separación de las naves se
hacía con arquerías sobre columnas, mientras que en
la ovetense, como en todas las de Asturias, los soportes eran
pilares rectangulares, lo que daba al monumento un
carácter clásico que llamó la
atención de algún cronista del Renacimiento. La
iglesia del Salvador vémosla reproducida, pocos
años después, en San Julián de los Prados,
que nos da una idea exacta de cómo se agrupaban alrededor
del elevado crucero, ábsides, naves y vestíbulo,
antes de la construcción del salutatorium, adherido al
brazo septentrional, que altera la simétrica planta de
este notable monumento. Sólo estaban cerradas de
bóvedas las tres capillas absidales, y el cuerpo de la
iglesia tenía la cubrición de madera a dos aguas,
visible interiormente, con las trabes y cabríos
achaflanadas las aristas y decorados de círculos,
estrellas y otros adornos trazados con compás. Algunas
vigas tirantes de la armadura estaban en mal estado en los
comienzos del siglo XII, en el Pontificado de D. Pelayo, que las
substituyó con otras, nuevas, según dice un curioso
documento del archivo catedral, que cuenta las obras hechas en la
vieja basílica por el prelado historiador (1).

(1) Erant tune in principali ecclesia
ligaae vetustisimae et débiles XXX trabes quas cum filiis
ecclesiae suae precipitavit et novas XIIII sicut modo apparent
composuit.

Altares. Dada una idea de la forma de la
primitiva iglesia, pasaré ahora a describir los altares,
la parte más importante de todo monumento religioso.
Solían tener los templos asturianos de aquel
tiempo,especialmante los de planta basilical, tres altares
albergados en otros tantos ábsides; pero en el ovetense,
por estar bajo la advocación del Salvador del Mundo y de
los Doce Apóstoles, se erigieron trece, número
excesivo que no creo haya habido en ninguna basílica
anterior al siglo XII (2).

(2) La basílica que en Roma
tenía mas altares era la de San Juan de Letrán, que
llegaban a siete, y en Francia, el cronista Gregorio de Tours
cita una iglesia que albergaba trece como la de Oviedo, lo que
hace creer que estaría dedicada al Salvador y a los Doce
Apóstoles.

      Sin
embargo, no estaba cada altar exclusivamente dedicado a un
discípulo del Señor, según cuentan los
primeros historiadores de la Reconquista. Por la citada
donación de terrenos hecha por el monasterio de San
Vicente a la catedral, se sabe que algunos eran dúplices,
es decir, consagrados a dos apóstoles; San Simón
compartía el suyo con San Judas, y San Pablo y San Juan
Bautista, que no habían estado en el cenáculo del
Señor, eran adorados, el primero en el altar de San Pedro
y el segundo en el de San Juan Evangelista (3).

(3) A veces se dedicaban los altares a
mayor número de santos. En el año de 998,
Mirón, presbítero, fundó una iglesia junto
al río Premaña con tres altares: el del medio bajo
la advocación de cuatro santos, y los de los lados a dos
cada uno. (Jovellanos. Colección de documentos de
Asturias, T. IV, p. 28.)

      La
capilla o ábside del lado del evangelio contenía el
de San Bartolomé, Santos Simón y Judas y el de otro
que no he podido averiguar, ni tampoco los de los otros que se
veían en los altares del lado opuesto (4).

(4) En dicha relación de las obras
hechas por el obispo D. Pelayo, pero escrita indudablemente
después de su muerte, se cita la restauración de
algunos de estos altares: Deinde suscripta altaría quae
erant faeda et exigua precipitavit et majora et optima sicut modo
apparent condidit in Idus Octobris scilicet: Altare Nostri
Salvatoris, Altare Apostolorum Petri et Pauli, altare Sti.
Joannes apostoli et evangeliste, etc., etc. (Cronicón del
obispo D. Pelayo)

      Alfonso el
Casto no reedificó la basílica, destruida por los
árabes,que su padre Fruela había erigido al lado de
la del Salvador, dedicada a los santos mártires
Julián y Basilisa, pero les dedicó altares en la
nueva catedral, según él mismo dice en su
donación de 812 (1).

(1) Offerimus, igitur, Domine, ob gloriam
nomini tui, Sancto Altarlo tuo in praefata ecclesia
fúndate ve! ad reliquia Altarla Apostolorum slve et
Julianas et Basilisae, Martyrum, etc. -Unde sepecialiter
ecelesiam Sti. Salvatoris nuncupatur adjiciens principali altari
ex utroque latere numerum titulorum reconditis reliquiis omnium
apostolorum. (Sebastián de Salamanca.)

      Los
trece altares estaban situados: cinco en el ábside
central, cuatro en cada uno de los laterales y los dos
últimos citados probablemente delante de las pilastras que
separaban los santuarios, o acaso en los testeros de los brazos
del crucero. La existencia de este número de altares
está confirmada por el primer testamento al Salvador, en
el que dona túnicas, velos y palas, algunas dobles, de
lino para los días ordinarios y de sirgo para los
festivos, excepto el principal, que naturalmente tenía
mayor riqueza de indumentaria que los demás
(2).

(2) Offerimus, igitur Domine .. in ornatu
ecclesiae vela de paleis principalia oloserico duo. Linea vela
ornata tredecim —frontales de altari ex palléis sex.
Pallas ex palleis de super altari duas. Frontales de reliquia
altaria XXV. Frontales linees ornatos duodecim. Túnicas de
altaria XIII.

      Aunque la
citada cesión de terreno era para levantar la capilla
principal conte niendo el área de las tres de la vieja
basílica, no llegó a cumplirse esa
condición, y la Gótica catedral no tuvo más
que un sólo ábside sin que las naves laterales
giraran alrededor de él. Como el nuevo santuario
tenía próximamente la anchura del anterior, si bien
de mayor longitud, quedaron a uno y otro lado parte de los
ábsides pequeños, derribado el meridional por D.
Gutierre de Toledo para hacer la capilla que llevó su
nombre, y el opuesto se convirtió, ampliando sus
dimensiones, en sacristía. Allí se conservaban
intactos tres de los cuatro altares correspondientes a este
ábside, según cuenta Ambrosio de Morales que los
vio en 1572 cuando hizo su viaje santo, y es lástima que
no haya hecho una descripción de ellos, y lo mismo los que
en aquel tiempo se ocuparon en estudiar las antigüedades de
la catedral. Pocos años después desaparecieron
estos venerables restos de la vieja basílica al levantar
en 1622 la girola greco-romana que circuye el santuario
Gótico,formando desagradable contraste el consorcio de tan
opuestas arquitecturas.

      Al finar el
siglo XI, o a principios del siguiente, fueron destruidos los
altares del Salvador, de San Pedro y San Pablo y de los Santos
Juan Evangelista y Bautista que estaban en el ábside
central, rehaciéndolos por otros más
pequeños, para adaptarlos a las exigencias del arte
Románico que comenzaba a aparecer entonces en Asturias (1
).

(1) Incrustada en el muro occidental del
claustro y a metro y medio del suelo aprovechado como piedra de
construcción aparece el canto de una losa de dos metros de
largo por diez y seis centímetros de grueso, orillada de
finos funículos, entre los que campean bellas cruces de
brazos iguales terminados en graciosos tréboles romo los
de la célebre de la Victoria, que pudiera haber sido la
mesa del altar mayor, derribado en el siglo XII, si bien sus
dimensiones excesivas más bien hacen creer que
habrá sido la tapa de un sepulcro como el del
panteón real, que lleva el nombre de Itacio. La mesa de
Santa María del Naranco en vez de funículos tiene
palmetas que encuadran la inscripción votiva que se
desarrolla en los cuatro frentes.

      Los
demás parece que se mantuvieron en pie hasta el siglo XV,
quedando un solo altar dedicado al Salvador y a los Doce
Apóstoles en el santuario de la actual Capilla mayor.
Encerrados los altares en los estrechos limites de los
ábsides, sus mesas estaban muy juntas y apretadas,
separadas por las columnas o pilastras de madera, de los
baldaquinos, quedando a los lados ingresos para los celebrantes
de los oficios divinos. Ateniéndome a los datos expuestos
he hecho la distribución y colocación de los
altares, poniéndolos cerca de los arcos triunfales,
quedando en el ábside central, entre ellos y el muro del
testero, el espacioso coro destinado para los ministros del
Salvador, donde el obispo tenía su elevada sede bajo la
fenestra que iluminaba el santuario. Se puede formar una idea
exacta de la disposición de estos altares al fijarse en
algunos que quedan en las iglesias asturianas del tiempo de la
monarquía, como el de Santianes de Pravia, erigido pocos
años antes que los de la basílica del Salvador,
arrancado bárbaramente de su sitio y expuesto a inminente
profanación, hallando hoy decoroso albergue en la capilla
mayor de la cripta de la iglesia de Jesús Nazareno en la
aldea de Pito, próxima a Cudillero. Reproduciré
aquí la descripción que de esta venerable
antigualla hice en otra parte (1).

(1) La primitiva basílica de
Santianes de Pravia y su panteón regio. Artículo
publicado en el Boletín de la Sociedad Española de
Excursiones. Madrid, 1902

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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