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Monumentos prerromáticos y románicos asturianos, según Fortunato de Selgas. (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

(3). También estos cronistas dedican
frases encomiásticas a las basílicas ovetenses del
anterior reinado para alabar su belleza, su pulcritud; pero en
las de Naranco ensalzan su construcción en las que no
entra la madera, "ex sílice et calce" sólo
fabricadas. Los textos de estos historiadores dicen bien claro
que los visigodos, lo mismo los del interior de España que
los venidos a Asturias, cubrían sus templos de madera
hasta mediar la novena centuria, en que por las causas expresadas
viéronse obligados a emplear la bóveda. Los
cronistas francos, al par que los nuestros, hacían
referencia a esta clase de templos como el de
Germiny-des-Pres y la capilla palatina de Cassencuil.

(1)Interea supradictus Rex Eclesiam
condidit in memoriain Ste Maria in latere montis Naurantii
distante ab Oveto duorum millia passuin mire pulchritudinis,
perfectique decoris et ut alia decoris ejus tacceaní cum
pluribus centris fericeis sit concamerata, sola calce et lapide,
constructa cui si aliquis aedificium consimiliare voluerit in
Hispania non inveniet.

(2) In loco signo dictum. Ecclesian et
Palatia arte fornida mire construcxit.

(3) Dice de San Miguel de Lillo: "Siquidem
ad titulum Archangeli Michaelis in latere Naurancii montis motus
a Deo pulchrara Ecclesiam fabricavit quodquicumque eam vidcnt
testantur secundam el pulchitudine nunquam vidise. Quae Michaeli
victorioso archangelo bene convenit quo divino motu Ranimiro
Principi ubique de inimicis triumphum dedit".

Carlomagno, las bautizó con la
pomposa frase de muy, admirables, a pesar de sus pequeñas
proporciones y su construcción pobre y descuidada
(1).

(1) En Francia apenas se conservan
monumentos erigidos bajo los reyes de la primera y segunda raza,
pero en cambio los historiadores de aquel tiempo los citan y
describen con frecuencia, a la inversa de los visigodos que no
los nombran jamás.

El atraso en que estaba entonces la
arquitectura hacía difícil, sino imposible, el
empleo de la bóveda en la cubrición de las naves,
especialmente de la central, cuyas presiones había que
contrarrestar a gran altura, por lo cual fue proscrita la
tradicional planta de basílica, como he dicho. El
anónimo arquitecto de Santa María trazó una
cámara única muy alargada, y para adaptarla a las
exigencias del culto separó a los extremos por
arquerías dos pequeños compartimientos, dedicado el
septentrional a ábside y el opuesto a coro.

Lo abrupto de la ladera en que está
fundado hizo indispensable elevarla sobre un sótano como
la Cámara Santa, sistema constructivo poco conocido en
Asturias, en cuyas iglesias no existen criptas ni confesiones.
Esta parte inferior del templo no ha sido enlucida interiormente,
pudiendo verse los materiales posición de la planta
superior con los retretes cerrados por muros macizos, teniendo el
que está bajo el coro, el ingreso por la fachada principal
de que está formada y su curiosa estructura.
Reprodúcese aquí la disparidad principal hoy oculta
por la vivienda del párroco. La bóveda de los tres
compartimientos es de medio cañón, que descansa
sobre un podio o basamento de medio metro de alto; pero la de la
cámara central, de mayor longitud, está reforzada
por cuatro arcos fajones de dovelaje de sillarejo, perfectamente
aparejado, que sustentan valientemente el peso de la
fábrica que sobre ellos gravita. Entre los dos del medio
se abren en ambos muros laterales los dos vanos que dan paso a
esta estancia; y para darles la conveniente altura, se hicieron
grandes lunetos que elevan sus claves a dos tercios de la
curvatura de la bóveda, que si tuvieran más
elevación cruzarían sus lineas en el centro del
tramo.

La intersección de dos
cañones en ángulo recto es fácil de ejecutar
cuando la planta afecta un cuadrado y la fábrica es de
ladrillo u otro material ligero, pero no deja de ofrecer
dificultades al querer adaptarles a una área oblonga, y
más si la construcción es de sillarejo como la de
esta cripta, con las hiladas exteriores de superficies de
sección de esfera, cuyo enlace en los ángulos
produce la arista que ha dado nombre a esta clase de
bóvedas. Su resistencia y solidez está probada con
su larga duración, que contrasta con la efímera
vida de las que se alzaron tres siglos después, durante el
período Románico de transición, hundidas la
mayor parte, y para hacerlas estables se inventaron los arcos
diagonales, sobre los que descansan los triángulos
esféricos, como las de medio cañón sobre los
torales y los fajones. Obsérvanse en esta bóveda
algunos defectos debidos a la inexperiencia y a la falta de
modelos que imitar, como la disposición de la
plementería, que en vez de confluir las juntas de las
dovelas a un centro común, aparecen horizontales en el
primer tercio de su curvatura, hecho que se ha verificado siempre
en los primeros ensayos de construcciones abovedadas y
cupuliformes, como en el célebre tesoro de Atrea de
Mikenas en Grecia.

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PLANTA DE SANTA MARÍA DEL
NARANCO.

1º.Sala Principal. 2º.
Miradores laterales. 3º. Pórtico
norte.

4º. Escaleras de
acceso.

La subida a la iglesia se hace por una triple escalinata
que conduce al pórtico, bajo el cual se cobija el ingreso,
restaurado en el siglo XIV ó XV, según dice la
ojiva que le cubre perteneciente al estilo románico de
transición que duró en Asturias hasta los albores
del Renacimiento. Grata impresión produce la
contemplación de este monumento, al penetrar en su
interior, vestidos los muros de espléndida
decoración diferente de la que exhiben las construcciones
arquitectónicas erigidas por los reyes que precedieron a
Ramiro. Para dar a la planta proporciones armónicas se
tomó el cuadrado por base de medición, que aumenta
y disminuye multiplicando por tres o reduciendo por terceras
partes. Obedeciendo a este principio geométrico se dio a
la nave tres veces su anchura; a los camarines, en la
proyección del eje de la planta, un tercio menos, y al
pórtico y al mirador del lado opuesto se les asignó
una longitud triple que de latitud. Las proporciones de esta nave
no están en relación con las de las
basílicas anteriores, que tenían el doble o poco
más de su anchura; pero el arquitecto, preocupado con el
difícil problema de elevar una bóveda de medio
cañón, cuya clave había de subir hasta los
piñones de las fachadas, para aminorar la
gravitación de la plomentería, aumentada con la
masa de la fábrica interpuesta entre el trasdós de
la bóveda y la vertiente de la aguada y tejado; y no
conceptuando suficientes las resistencias opuestas a las
presiones laterales, disminuyó la anchura de la
crujía, que parece más bien un pasillo que una
nave, con lo cual se aminoró el peso que actúa
sobre los muros y los contrafuertes. Para mayor seguridad
adosó a uno y otro lado, cual gigantescos arbotantes, el
vestíbulo y el mirador, situados en el centro, donde es
mayor el empuje. Tales y tan grandes precauciones se tomaron para
impedir el desplome de una bóveda de cuatro metros de
diámetro.

Las arquerías resaltadas de los paramentos
interiores tienen una misión más constructiva que
estética: la de sufrir pasivamente la acción de la
cubrición abovedada, mientras que los muros, machones y
cuerpos resaltados anulan su esfuerzo hacia afuera. Descansan los
arcos sobre resistentes pilastras, formada cada una de un haz de
cuatro columnas, que se compenetran un tercio del
diámetro, atizonando otro tanto en la pared. Campean en
las enjutas, haciendo el oficio de ménsulas, colgantes
medallones, que reciben la imposta general resaltada encima de
aquéllos para sustentar los arcos fajones o torales que en
número de siete en la nave y uno en cada camarín
refuerzan la bóveda de cañón seguido, que,
como los de la cripta, son de sillarejo aparejado, oculto por
espesa capa de cal, que impide ver su estructura.

Es un sistema de abovedamiento muy semejante al empleado
tres siglos después en las basílicas francesas
construidas después del milenario, por lo que bien se
puede llamar prerrománico. Este principio, aquí
sólo iniciado, vese desarrollado casi totalmente, al finar
la centuria, en el pórtico de la diminuta Basílica
de San Salvador de Valdediós, en donde los arcos torales
descansan sobre los capiteles de las columnas empotradas la mitad
de su diámetro en el muro, como en la iglesia de San
Isidoro de León o en la Catedral de Santiago. La identidad
no podía ser completa, porque los capiteles asturianos de
aquel tiempo tenían escaso vuelo, y no los coronaba el
saliente y biselado ábaco románico,
resurrección del visigodo, que los convirtió en
zapata para que el salmer cargara parte en macizo a plomo del
fuste, y parte sobre el vacío, con el fin de dar mayor
anchura al toral, con lo cual resistía mejor el peso de la
bóveda. El anónimo arquitecto de esta iglesia no
pudo ver estos arcos en las construcciones romanas, en las que la
mole de los contrafuertes interiores y los muros de
solidísima fábrica eran bastante para contrarrestar
la acción de la bóveda, formada de gruesa capa de
hormigón, siendo innecesario ese suplemento de
fuerza.

Los romanos exornaban los paramentos interiores de los
pórticos y galerías de los edificios destinados a
espectáculos públicos, como el anfiteatro de Nimes,
de pilastras resaltadas, continuadas en la curvatura de la
bóveda, con fajas de igual anchura y relieve, pero no eran
organismos independientes con el dovelaje separado de la
plementería, sino meros elementos decorativos.

A lo bien equilibradas que están las encontradas
fuerzas que actúan en la construcción de este
monumento, contribuye el material de que están formadas
las bóvedas, ligerísimo, de poco grueso, resistente
a la acción de la humedad, a la que está expuesta
con las filtraciones de las aguas. No se empleó el
ladrillo poroso como en Santa Sofía, ni los
pequeños tubos de barro enchufados y encamados en dos
lechos unidos por duro cemento, como en el bizantino baptisterio
de Neón de Rávena, sino la toba muy liviana,
también usada por romanos y visigodos, tallada en
sillarejo de unos diez centímetros de grueso;
procedimiento análogo al empleado posteriormente en los
períodos románico y ojival, cuyo ejemplo nos
ofrecen los triángulos esféricos de las
bóvedas de la catedral de León (1).

(1) Dice San Isidoro en sus Orígenes, libro
XIX, capitulo X: "Sfungia sapis creatus ex aqua levis ne
fistulosus et cameris aptus". Se ve la estructura de la
plementería de la bóveda en el hueco abierto en el
pórtico para subir a la espadaña.

La revolución en el arte de construir entonces
verificada con la prescripción de la madera en las
cubriciones, sustituida por la piedra y el ladrillo,
alcanzó también a la ornamentación, en la
que se ven olvidadas las tradiciones clásicas, apareciendo
elementos extraños hasta entonces desconocidos, que dan un
carácter especial a los monumentos de esta arquitectura,
bautizada por Jovellanos con el nombre de asturiana, porque no
veía en ella el más leve recuerdo de la de la
antigua Roma. En el periodo anterior sólo se encuentran
las arquerías ciegas en los ábsides, especialmente
en el central, pero substituida la basílica por la cella
cubrieron los muros laterales, simulando acaso las que en las
iglesias latinas separaban la nave mayor de las
pequeñas.

Esta bella decoración, que en los buenos tiempos
de la arquitectura clásica se aplicaba generalmente a los
muros que no tenían vanos, se fue extendiendo a medida que
el arte decaía, como puede observarse en el palacio de
Diocleciano en Spalatro, siendo una prueba de que los visigodos
la aceptaron, el verla empleada en los templos asturianos,
construidos en el primer tercio del siglo IX. Las de este
monumento ofrecen la particularidad de que los soportes necesitan
ser muy fuertes para sufrir el peso de la bóveda, y no
fiando esta misión a una delgada columna, se hizo un
robusto pilar, que simula un grupo de cuatro fustes decorados, no
de estrías espirales, usadas en los días de la
decadencia del clásico, sino de retorcidos cables,
elemento ornamental del arte visigodo, más prodigado
aquí que en las demás iglesias de Asturias de la
época de la monarquía. Todas las molduras, finas o
gruesas, ofrecen la forma funicular, lo mismo los torsos de las
basas que las aristas y cimacios de los capiteles. Son
éstos de caprichosa traza, semejantes a pirámides
trincadas, puestas a la inversa, ofreciendo cada uno tres
triángulos ligeramente esféricos, en los que
campean toscas figuras en reposadas actitudes. Como sus perfiles
eran diferentes de los que tienen los capiteles, de mayor vuelo
en los ángulos bajo el collarino, se salió del paso
cortando en chaflán la parte saliente, lo que no hace buen
efecto.

Los arcos, como todos los de aquella época,
tienen mucho peralte, y en vez de talones cabetos, orilla su
curvatura una faja estrecha, casi plana, con estrías poco
profundas, semejantes a las que decoran los contrafuertes. Las
pilastras que los sostienen, en número de seis, a cada
lado, no están a igual distancia unas de otras, más
separadas las del centro, y estrechando su separación a
medida que se aproximan a las arquerías del ábside
y del coro. Esta falta de simetría se debió a la
necesidad de elevar los arcos del medio casi hasta la imposta,
para que los ingresos al templo y al mirador, que bajo ellos se
cobijan, alcanzaran la conveniente altura para pasar holgadamente
las personas, y a los últimos se les dio las mismas
dimensiones que a los del santuario y del coro. Como los arcos
tienen sus arranques al mismo nivel, y los radios van
disminuyendo, resulta que las clavos descienden de altura,
ofreciendo el aspecto de los ábsides de las
basílicas, vistos desde la nave o crucero escalonados sus
torales, disposición parecida a los puentes de la Edad
Media. Contrasta la fastuosa exornación de los muros con
la desnudez de la bóveda, con la imposta sin molduras,
tallada en bisel, y los arcos fajones con la arista viva, como
los de la cripta, pero estaría probablemente decorada de
pintura, como la de San Miguel de Lillo.

Distínguense los templos del período
anterior por la parquedad de la exornación,
empleándose solamente la geométrica o la vegetal de
tallos serpeantes y folias entre funículos, mas en estas
iglesias predomina la iconística, que se exhibe en las
jambas del ingreso, en los capiteles y en las fajas colgantes que
sustentan los clípeos, donde aparecen guerreros a caballo
que se acometen, cobijados bajo arquerías; figuras
vestidas de tosco sayal, con las piernas desnudas, que llevan
sobre su cabeza pesos voluminosos sostenidos con las manos; y en
el centro de los medallones, orillados de ricas franjas
circulares, se destacan animales quiméricos de procedencia
oriental. Mucho se ha fantaseado.

Algunos historiadores ven en los combates ecuestres las
luchas que sostenían los astures contra los normandos,
aparecidos entonces en el litoral, y en las figuras, los esclavos
hechos en la guerra, forzados a transportar sobre sus hombros el
botín cogido a aquellos terribles piratas por los heroicos
soldados de Ramiro.

Los muros de la cella son macizos y robustos, casi sin
perforaciones, para resistir mejor la gravitación de la
bóveda; no así los camarines, abiertos sus cuatro
frentes a la luz y al aire, como los tabernáculos, que
recuerdan por los haces de sus columnas y por sus
arquerías los últimos cuerpos de las torres
románicas francesas y los templetes ojiva les. El
mismísimo dibujo, que Parcerisa publicó en el libro
"Recuerdos y bellezas de España", haciendo desaparecer con
su imaginación la casa rectoral que la oculta con su
masa, nos da una idea perfecta de cómo estaba en su
primitivo estado, viéndose aquel bosque de espirales
fustes y los entrecruzados arcos, que dan a este monumento un
carácter completamente original, diferente de los hasta
entonces erigidos en Asturias.

A la admiración que excitó esta iglesia en
aquel tiempo, de la que Sebastián de Salamanca se hace
eco, debióse la construcción de otras de parecida
traza, como Santa Cristina de Lena, interesante monumento, que
hundida su bóveda y amenazando inminente ruina, ha sido
restaurada en nuestros días por el inteligente arquitecto
Sr. Lázaro, que la ha dejado tal cual estaba en el siglo
IX. La semejanza entre ambos templos es tal que hace creer que
son obra del mismo maestro. Como la de Naranco tiene una sola
nave, algo más ancha, tomando el cuadrado por
cañón de proporciones, y se la dio de longitud dos
veces su anchura, dividiéndola en cinco partes, de las
cuales dos corresponden al coro y al santuario. De los muros
laterales resaltan arcos de excesivo peralte, sostenidos por
elevados fustes desnudos de cables espirales, que reciben los
capiteles, exactamente iguales a los de Santa María; y en
las enjutas campean idénticos medallones colgados de la
imposta, decorados de relevadas esculturas. La bóveda de
medio cañón es también de plementería
de toba, y está reforzada por cuatro arcos fajones de
sillarejo situados a plomo de las columnas. Para prevenir el
desviamiento de los muros laterales, se les adosó dos
pequeñas capillas que hacen el mismo oficio que el
pórtico y el mirador de la otra iglesia, pero no se elevan
a la altura de la cornisa del edificio, lo que les hubiera dado
mayor solidez, sino a los dos tercios, 1 metro 90
centímetros más bajo que el arranque de la
bóveda, quedando ésta sin bastante contrarresto, a
lo que probablemente debió su ruina, evitada acaso con la
construcción de contrafuertes sobre las paredes de los
camarines, acumulando resistencia donde la presión es
más fuerte.

Destácanse de la fachada y del testero el
vestíbulo y el ábside, alzándose sobre ellos
el cuerpo de la iglesia, cuya disposición escalonada
más recuerda a San Miguel que a Santa María, en que
nave, coro y santuario tienen su cubrición abovedada al
mismo nivel. Ofrece esta iglesia la particularidad de que la
capilla mayor está muy elevada sobre el suelo de la nave,
haciéndose la subida por dos escaleras adosadas a los
muros laterales. Parecía natural que bajo el pavimento
hubiera una confesión o una cripta como en la
basílica visigoda de Cabeza de Griego, destinada a
enterramiento de cuerpos santos, pero en las iglesias asturianas
no había necesidad de estos antros porque los cristianos
del interior de España trajeron solamente reliquias, que
guardaban en pequeños huecos situados en los macizos de
los altares o en las pilastras que sostenían las sagradas
mesas; y las que vemos en la Cámara Santa y en la vecina
iglesia de Santa María, ya he dicho que la primera se
construyó para preservar el tesoro religioso de la
humedad, y la segunda para hacer un emplazamiento artificial en
la pendiente de la abrupta ladera en que está
fundada.

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POSTAL DEL INTERIOR DE SANTA
MARÍA DEL NARANCO (1930). ARTE PRERROMÁNICO
ASTURIANO (S. IX). OVIEDO.

(Colección particular, Benedicto
Cuervo)

SAN MIGUEL DE LILLO.

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No se dedicaban solamente templos al
arcángel San Miguel en los cementerios, sino
también en las alturas, in excelsis, para conmemo rar su
aparición en el monte Gargano, en la Pulla, provincia
italiana, y a esto se debió la construcción del de
Lillo, situado en una montaña.

La fecha de su erección no es
conocida por haber desaparecido la inscripción votiva y el
ara del altar, pero sería levantada al mismo tiempo que
Santa María, poco antes del fallecimiento del rey Ramiro.
Como a ésta, dedican alabanzas los historiadores
contemporáneos, mostrando su admiración al verla
construida de materiales incombustibles (1).

(1) Ex aliii parte ipsius montis Linio
cum Palatiis, Balneis, et Ecclesia Stl. Michaelis. —
Donación del Magno de 805.— In latera montis
Naurancii villam qui dicitur Linio et aliam qui dicitur Suego et
ullium villam de Castro et ecclesiam Sancti Michaelis et Santae
Mariae subtus Naurantium.— Donación de Ordoño
I de 857.

La iglesia, como su hermana, está
situada en la pendiente de la montaña, mas no se
salvó la diferencia de nivel elevándola sobre una
cripta sino haciendo un rellano artificial rodeado de muros de
contención .

Mantúvose este monumento en buen
estado de conservación hasta finar el siglo XVI o
principios del siguiente, en que se destruyó la mitad
posterior, alzándose en su lugar la actual capilla mayor,
de pobre y tosca construcción, que si no supiéramos
a qué época pertenecía la juzgaríamos
de la segunda mitad de la Edad Media al ver los canecillos que
coronan los rectangulares muros, traídos de una iglesia
Románica próxima, restaurada en el periodo del
Renacimiento.

La traza de la parte que queda de este
templo es algo parecida a la de las basílicas del reinado
del Rey Casto, con el narthex o vestíbulo interior, bajo y
sombrío como una cripta, resaltado de la fachada, cubierto
de bóveda de medio cañón que descansa sobre
robustos muros, y a los lados se ven los camarines donde se
albergan las escaleras que dan acceso al coro alto. A estos tres
compartimientos corresponden en el cuerpo de la iglesia la nave
central y las laterales, separadas no por pilastras como hasta
entonces se vacía, sino a la manera visigoda, por
columnas, aunque bien diferentes en la forma, en las proporciones
y sobre todo en la exornación. El problema de la
restauración de la planta absidal de San Miguel es
difícil de resolver, para lo cual sería preciso
hacer exploraciones arqueológicas bajo el pavimento de
losas de sillería, que ha sustituido en estos días
al primitivo de hormigón, donde tienen que verse los
cimientos de la fábrica desaparecida, y lo mismo en el
exterior, aunque el terreno ha sido removido por esta parte por
los buscadores de tesoros. Mucho se ha fantaseado sobre la
disposición del ábside, creyendo algunos
arqueólogos del siglo pasado que era de planta
semicircular, lo que no es probable, pues no aparece en Asturias
esta forma de testero hasta el advenimiento del arte
Románico en la undécima centuria. El Sr.
Lampérez hace terminar estas naves en otros tantos
ábsides de planta rectangular, dando al central por el
exterior igual resalte que al narthex para que guardaran perfecta
simetría el irafronte y el testero, como sucede en la
inmediata iglesia de Santa María. No parece desacertada
esta disposición que traaicionalmente se emplea en las
basílicas asturianas, que persiste en las iglesias
monásticas del período Románico.
Ofrécense, sin embargo, serias dificultades para la
aceptación de esta proyectada restauración, que el
mismo autor de ella es el primero en reconocer.

Las escasas noticias que tenemos de este
templo anteriores a su destrucción las debemos a Ambrosio
de Morales, ( en su Viaje Santo y en la Crónica general
hace una ligera y concisa descripción reproducida por el
P. Carballo y otros historiadores del Renacimiento).
(1)

(1) Dice en el Viaja Santo:" …con no
tener ésta más que cuarenta pies de largo, y veinte
de ancho, tiene toda la gracia que en una iglesia metropolitana
se puede poner. Mirado por defuera se viene a los ojos con mucho
contento su buena proporción, y vista de dentro alegra la
buena correspondencia, crucero, cimborio,capilla mayor, tribuna,
escaleras para subir a ellas, campanario, y todo lo demás
tiene cierta diversidad en tamaño y en forma, y
enlazándose lo uno y bajando lo otro, ensancharse aquello
y retraerse lo otro que se goza enteramente las partes del
edificio dándose lugar a las unas y a las otras, para que
se parezcan lo que son y qué lindas son. Toda la labor es
lisa, y sólo hay de riqueza doce mármoles, algunos
de buen jaspe y pórfido con que se forma el crucero, altar
mayor y sus partes, que todos son de fábrica gótica
aunque tiene mucho del romano". En la Crónica
añade: "Porque este templo tiene mucho de la forma de
Capilla mayor de la Cámara Santa (un sólo
ábside) y el de Nuestra Señora (del Rey Casto)
tiene mucho de la arquitectura de San Julián".

Fijase primero en la parte exterior del
templo llamándole la atención los diversos cuerpos
de diferente altura que se levantan en tan poco espacio, citando
la torre, que así llama al coro alto que se eleva sobre el
vestibulo porque en el piñón del muro del imafronte
o en el del ingreso a la nave estaba la espadaña donde se
albergaban las campanas como en Santa María o en
Santullano (2).

(2) Bances, el cronista de Pravia, llama
también torre al coro alto de la basílica de
Santianes, donde estaba la espadaña en igual
situación que la de Santa María del
Naranco.

Viene después el cimborrio, cuyo
nombre ha hecho creer a más de un arqueólogo que el
edificio estaba coronado de una cúpula bizantina. La nave
central aparecía cubierta de bóveda de medio
cañón, y para contrarrestar su empuje se alzaron, a
modo de contrafuertes, como en Santa María el
vestíbulo y el mirador, elevados cuerpos independientes,
perpendiculares al eje del edificio, situados sobre el primer
tramo de las naves laterales, próximo a la tribuna, en
cuyos muros se abren las hermosas fenestras decoradas de
perforadas losas de piedra.

Si la nave mayor tuviera la misma altura
desde el coro hasta el ábside, era indispensable que sobre
los otros tramos de las pequeñas hubiera otros dos cuerpos
iguales a los anteriores, pues de lo contrario la sección
de la bóveda alta quedaría sin contrarresto,
expuesta a un desviamiento. ¿Sería esta la causa de
su ruina? Mas bien me inclino a creer que este compartimiento
tenía mayor altura en la parte confinante con la tribuna,
llamada por Morales cimborio, que recordaba las torres de las
iglesias francesas contemporáneas y las asturianas
anteriores al reinado de Ramiro I, elevadas en la
intersección de las naves central y laterales; y
más baja en el segundo tramo, que el citado cronista
denomina crucero, sin duda por su proximidad al santuario. El
ejemplo de una basílica con un solo ábside, como
San Tirso, parece que se ha reproducido aquí, pues no se
refiere más que a la capilla mayor, sin nombrar las
colaterales, señal de que no existían, lo que no es
de extrañar, porque las otras dos iglesias trazadas por el
mismo arquitecto tenían un altar único, y eran
ciertamente innecesarios los de los lados si habían de
estar vacíos. Compara Morales la forma de los

testeros de algunas iglesias ovetenses, y
dice que el de ésta se parece al de la Cámara
Santa, que tiene un solo ábside , mientras que la de
Nuestra Señora del Rey Casto era semejante a la de
Santullano, con las tres capillas, como así es en efecto.
También el canónigo Tirso de Avilés, que
logró ver este templo antes de su ruina, cita solamente la
capilla mayor, guardando silencio acerca de las laterales, lo
mismo que el cronista cordobés (1).

(I) El ingreso a la cúpula mayor de
San Miguel de Lillo estaba adornado de seis pilastras de
mármol de jaspe por labrar, blancos y colorados, con otros
de mármoles. La piedra de Caesar domitat Lancia de que
habla Ambrosio de Morales, está en medio del suelo de la
tribuna.

La puerta del templo está en la
fachada principal, y la forma un gran arco de medio punto de
robusto dovelaje, orillado de una abultada imposta que le da el
aspecto de una portada Románica. Las jambas que los
sostienen ofrecen en la cara interior unos relieves que llaman
vivamente la atención por la agrupación de las
figuras y por la tosca ejecución, que marca el grado de
decadencia a que habla llegado la es cultura en el siglo IX. Su
composición está tomada de un díptico
consular romano, exactamente copiado, dividido en tres zonas,
viéndose en la superior el imperator sentado en el
pulvinar, con el símbolo de su autoridad en una mano, y en
la otra la niappa, dando la señal para comenzar el
espectáculo circense; y a uno y otro lado aparecen dos
personajes que deben ser pretores. En la zona del medio se ve un
león que acomete a un juglar, apoyado en una maza, con la
cabeza abajo y los pies arriba, y en la inferior se reproduce la
misma escena que en la superior. Junto a la jamba se separa
los tres compartimientos una ancha faja decorada de hojas de
laurel imbricadas entre funículos con recuadros en las
intersecciones, exornada de flores cuatrifolias, ornatos
prodigados en estos ebúrneos dípticos. El Sr.
Amador de los Ríos, en la monografía de este
templo, dice que el asunto representa el martirio de un santo,
viendo en la figura central un Cónsul o un
Augusto.

Sin duda el rey Ramiro poseía entre
las ricas preseas de su tesoro este díptico consular, y
suponiendo que el asunto era religioso, el martirio de un santo,
quiso que fuera reproducido en la portada de la iglesia.
Sólo así se comprende la presencia de este asunto
profano en un templo cristiano.

En la nave central, al pie de las grandes
columnas que la separan de las laterales, aparecen dos pedestales
de escasa altura, y en su cara superior se encuentran unos huecos
circulares cuyo objeto no podía ser otro que para albergar
fustes, coincidiendo su diámetro con el de los que se
hallaron en las ruinas, hoy custodiadas en el Museo Provincial.
(1)

(1) Existe este díptico en el Museo
Mayor de Liverpool.

Todo esto, hace suponer que la nave y el
crucero estaban divididos por un cancellum, más bien por
una arquería de tres vanos sobre columnas, que con los
adornos sobrepuestos de láminas de piedra perforadas,
abiertas en las enjutas, y la cornisa que la coronaba
alcanzaría la altura de los capiteles que sostienen los
arcos divisorios de las naves. Es muy probable que, como su
hermana la iglesia de Santa Cristina, debida al mismo arquitecto,
tuviera ésta en idéntica situación y de
igual forma una arquería, que recuerda el Juhé de
los templos franceses; y para citar ejemplo más cercano,
la que alzaron un siglo después los monjes cordobeses en
San Miguel de Escalada, a imitación de las que se
veían en las iglesias asturianas de este período.
Debió pertenecer al cancelo que cerraba el arco central el
bello fragmento de losa custodioda en

el citado museo, exornada de un relieve que
representa un animal quimérico inscrito en rica franja de
carácter oriental, remedo de una estofa
bizantina.

Las capillas mayores de las
basílicas contemporáneas solían ser bajas, y
para darlas más altura por el exterior se elevaban, como
he dicho, sobre sus muros, unas cámaras cual la de
Santullano, cuyo tejado subía hasta la rasante del de la
nave central. Es de suponer que esta extraña
disposición se haya reproducido aquí, y lo confirma
el ver que entre la bóveda del coro o tribuna y la de la
cubrición aparece también un espacio vacío,
algo semejante al que debió existir en el testero. Si el
templo, como parece, tenía un solo ábside, las
naves laterales debían terminar en el muro de cerramiento,
decorado de arcos ciegos, sustentados por columnas que cobijan
una hornacina, semejante a la que en igual situación
ostenta el testero de Santa Cristina a uno y otro lado de la
capilla mayor. Mientras no se hagan excavaciones en esta parte
del templo no se puede saber si el santuario estaba a nivel con
el pavimento de la nave, o elevado como el de Lena, al que se
asciende por escalones; ni si el altar se alzaba dentro o fuera
de la pequeña cámara absidal.

Morales y Tirso de Avilés citan las
marmóreas columnas que decoraban el crucero y la entrada
del ábside, cuyo número, según dice el
primero, era de doce, algunos de buen jaspe y pórfido con
que se forma el crucero, altar mayor y sus partes. Debían
estar distribuidos de este modo: cuatro en la arquería que
separaba la nave mayor del crucero; dos sosteniendo el arco
triunfal de la capilla mayor, en cuyo fondo, albergados en los
ángulos como en la Cámara Santa, había otros
dos, guardando simetría con los de la entrada, y los
cuatro restantes exornaban los muros que cerraban las naves
laterales. A juzgar por el corto diámetro de los trozos de
fustes que se conservan, algunas columnas eran de pequeñas
dimensiones, que debieron ser alzadas sobre basamentos, como las
del ábside de Santullano y las que cita Tirso de
Avilés, existentes en su tiempo en la basílica de
San Tirso. En efecto son según dicen estos cronistas, de
ricos mármoles, pertenecientes a monumentos romanos
traídos del interior de España, y no de las ruinas
de la imaginaria ciudad de Lucus, como quieren el P. Carballo y
algunos modernos historiadores, en donde no han existido
construcciones artísticas. Los capiteles, con la doble
fila de hojas sin picar que envuelven el tambor, sin caulicalos
ni volutas, de tosca y descuidada ejecución, revelan que
han sido tallados aquí, como la mayor parte de los que se
ven en los edificios religiosos anteriores al reinado de Ramiro
I, que reproducen siempre el mismo tipo.

Siguiendo la costumbre observada en las
iglesias de Asturias, las luces son altas y bien repartidas para
alumbrar convenientemente los diversos cuerpos que forman este
pequeño templo. Perforan los muros cerca del sucio
estrechas saeteras por donde no puede pasar el cuerpo de un
hombre, abiertas más bien para ventilar las naves que para
prestarlas luz. Las fenestras llaman la atención por la
variedad y complicación de los dibujos de las
láminas de piedra caladas, las más bellas, sin
duda, de las que exhiben las basílicas de aquel tiempo.
Están divididas en dos zonas: la inferior se compone de
una arquería de dos o tres vanos, haciendo de parteluces,
columnitas de retorcido cable, con sus basas áticas y los
capiteles de estilo asturiano, y la superior la forman
círculos intersecantes afectando estrellas y otras figuras
geométricas de líneas curvas trazadas a
compás. Descuellan por su mayor tamaño y por lo
intrincado de los entrelazos las de los tramos laterales; y es de
sentir que no exista la del ábside, porque en la faja
rectangular que orillaba la arquería estaría
probablemente consignado el nombre del santo titular, como en
Santianes de Pravia, o una larga leyenda con la era de la
consagración, como en San Martín de Salas. El
elemento decorativo dominante en este monumento es el cable, que
como en Santa María cubre las lineas
arquitectónicas, substituyendo a las molduras de origen
clásico en las impostas que separan las bóvedas de
los muros, en las que orillan los arcos y en las esculpidas
jambas del ingreso. Pero las que llaman vivamente la
atención son las basas de las grandes columnas divisorias
de las naves, y aún más los capiteles de forma tan
extraña como los iconísticos de las otras dos
iglesias hermanas, cuya obscura procedencia intentaré
explicar más adelante sin muchas probabilidades de
acierto. Ya hemos visto que las basílicas ovetenses
tenían los aleros de los tejados de madera, sostenidos por
zapatas de piedra que aún se conservan en las que nos
quedan de aquel tiempo; mas al eliminar de las construcciones
abovedadas de Naranco todo material combustible, se hicieron las
cornisas de delgadas losas de sillería de corte
rectangular, sin molduras, canecillos y otros ornatos, y de tan
escaso vuelo, que apenas protegen los muros de las lluvias, en
este país muy frecuentes.

Alguien ve en el cuerpo central de este
monumento reminiscencias lejanas del arte bizantino, que en
tiempo de Carlo- magno se manifiesta en algunas construcciones
francesas. Al mediar el siglo VI (554), los orientales, bajo el
imperio de Justiniano, se apoderaron de gran parte de las costas
españolas del Mediterráneo, en donde crearon
importantes colonias durante su dominación, hasta que en
el año de 625 fueron arrojados del país para
siempre. Este suceso histórico ha hecho suponer a nuestros
arqueólogos que aquellos conquistadores, más
civilizados que los bárbaros y los hispano romanos,
habrían erigido monumentos cuya original arquitectura se
reflejaría en los construidos por los visigodos en la
sexta y séptima centuria, alcanzando su influencia a los
que después se alzaron en Asturias. Paulo Diácono y
otros historiadores dicen que las relaciones mercantiles entre
España y Constantinopla eran muy frecuentes y de
allí venían las ricas estofas decoradas de
artísticos adornos, especialmente la indumentaria
religiosa, que en un documento del tiempo de la monarquía
asturiana se llama grecisca, por su procedencia oriental. Nada de
extraño tiene que estos ornatos pasaran de las orlas de
las telas, de las iluminaciones de los códices y de los
relieves e incrustaciones de la orfebrería, a los frisos,
a las aras de los altares y a las cancelas de los ábsides.
En efecto; los numerosos restos decorativos que se conservan de
la época visigoda acusan la mayor parte su
filiación bizantina, y lo mismo sucede en Francia y en la
Italia del Norte sometida a las influencias artísticas del
Exarcado de Rávena.

Pero esas influencias sólo se
manifiestan en la decoración, no en la forma de los
templos, que continuó siendo latina, empleándose
con preferencia la tradicional planta de basílica, como
puede verse en los monumentos erigidos por los visigodos
establecidos en Asturias cuando la invasión musulmana, en
los que no aparece jamás la cúpula ni otra
bóveda que las de medio cañón. Los mismos
bizantinos, aun en la época de Justiniano, cuando se
levantaba Santa Sofía, aunque innovadores en el arte de
construir, no podían olvidar las tradiciones
clásicas, reproduciendo en la mayor parte de sus edificios
religiosos la planta de los que Constantino había
levantado en Roma, que tan admirablemente satisfacían las
necesidades del culto cristiano. Dado el medio ambiente
artístico de España eminentemente latino, si los
orientales erigieron templos en sus colonias
mediterráneas, serían de forma basílica), y
así lo hace creer la cella, poco ha descubierta en Elche,
de planta rectangular y ábside curvo, que por los
caracteres griegos de su espléndido pavimento de mosaico
revela ser de procedencia bizantina.

Algunos arqueólogos creen ver en la
traza de San Miguel, casi cuadrada, con un cuerpo central rodeado
de otros más bajos que ascienden en escalón, un
vago recuerdo de una iglesia bizantina, que en vez del domo sobre
pechinas está coronada de una torre cubierta de
bóveda.

No hay que buscar en la arquitectura
oriental formas semejantes; las tienen algunos baptisterios de
Occidente desde la época de Constantino, porque como no se
celebraban en ellos los oficios divinos y su objeto no era otro
que para albergar los labros o piscinas del agua lustral, no se
les dio la forma basilical que tan bien se adaptaba a las
imposiciones del culto, sino la circular, ochavada y hasta
cruciforme, siendo el único que nos queda, aunque alterado
por restauraciones, el de la sede Egarense, cuya planta y
construcción difieren bastante de la de esta
iglesia.

No por eso he de decir que en San Miguel de
Lillo se reprodujo una de las diversas plantas que tienen los
baptisterios, pero tampoco en cuentro semejanza, en cuanto a la
construcción se refiere, con un templo bizantino formado
de naves de igual anchura que se cruzan en ángulo recto,
alzándose en]sus intersecciones de cuadrada planta
cúpulas hemisféricas sobre pechinas que descansan
directamente sobro los cuatro arcos del crucero, cual la de Santa
Sofía, o elevadas sobre un tambor, como en las iglesias
erigidas del siglo IX en adelante, reproducidas en Occidente
durante el período románico, y especialmente en el
Renacimiento, en que se cubren con las galas del greco-romano,
adquiriendo suprema belleza en el ingente domo de San Pedro del
Vaticano. Si la disposición de la planta de San Miguel
difiere de la de los templos de la época anterior, no es
debida a influencias venidas de fuera ni al capricho del
arquitecto, sino a la imprescindible necesidad de cubrir de
bóveda a gran altura los diferentes cuerpos que se agrupan
alrededor de la nave central, contrarrestándose
mutuamente, problema difícil de resolver, dado el atraso
en que había caído el arte de construir. El nombre
de cimborio con que Ambrosio de Morales denomina a la parte
culminante del edificio, ha dado lugar a la suposición de
que estaba coronado de una cúpula, y así opinaban
los arqueólogos Tubino y D.Pedro de Madrazo, deduciendo de
este falso hecho la filiación bizantina de este monumento.
El Sr. Lampérez, al ver el trazado de la planta que se
aproxima al cuadrado no vacila en clasificarla como perteneciente
al tipo dominante en Bizancio, substituida la cúpula
típica por la mayor elevación de la bóveda
central.

Una sola iglesia conocida, algo semejante a
la de San Miguel de Lillo, existe en Francia: la de St.
Germigny-des-Pres, erigida en 806 por el obispo de Orleans
Teodulfo, según dice la inscripción grabada en los
muros de este célebre monumento. Su planta afecta un
cuadrado perfecto, dividido en nueve compartimientos, formado el
del centro por cuatro pilares rectangulares, que sostienen la
linterna, alta como una torre, alrededor de la cual se agrupan
escalonados los ocho cuerpos más bajos y los tres
ábsides con que terminan la nave central y los brazos del
crucero, que trazan una cruz griega. La bóveda que la
cubre es posterior a la construcción del edificio, y antes
la coronaba un campanil de madera, la tristega, generalmente
empleada en las iglesias francesas anteriores a Carlo magno. La
forma ultrasemicircular de la planta de los ábsides,
reproducida también en los arcos divisorios de las naves y
en todos los vanos, era desconocida en Francia y lo mismo en
Italia, por lo cual los arqueólogos franceses han ido a
buscar su procedencia al Oriente. No tenían necesidad de
ir tan lejos, pues en España encontrarían
monumentos de los siglos VI y VII, como las basílicas de
Cabeza de Griego y San Juan de Baños, en las que se emplea
sistemáticamente esta clase de arcos; y como sabemos
positivamente por los historiadores franceses que en aquel
país, durante el periodo merovingio, se hacían
muchas construcciones á la manera gótica (gothica
manu), nada de extraño tiene que entre los elementos arqui
tectónicos aportados por los visigodos se contara el arco
de herradura, y de ahí su presencia en este
minúsculo templo, levantado por un obispo español.
Como los arqueólogos españoles ven influencias
bizantinas en San Miguel de Lillo, los franceses
encuéntranlas también en St. Germigny. Respeto
profundamente su autorizada opinión, pero no puedo
adherirme a ella porque ni en uno ni en otro monumento aparece la
cúpula sobre pechinas que caracteriza aquella peregrina
arquitectura, introducida más tarde en Occidente,
coronando los cruceros de nuestras catedrales, de elevados
dorados, como el de la vieja sede salmantina.

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PLANTA ORIGINAL DE SAN MIGUEL DE LILLO
O LIÑO
.

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POSTAL DE SAN MIGUEL DE LILLO
(1930).

ARTE PRERROMÁNICO ASTURIANO
(S.IX). OVIEDO.

(Colección particular, Benedicto
Cuervo).

BASÍLICA DE SAN
TIRSO.

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Los historiadores francos citan con
frecuencia las capillas que los monarcas levantaban en sus
palacios, como las de Aquisgrán e Ingelsehim por
Carlomagno. Alfonso el Casto, imitador de este gran emperador y
de los reyes visigodos, edificó, según cuentan
nuestros cronistas, al lado de su aula regia, una capilla que por
sus vastas proporciones era y es más bien un templo, que
al cabo de once siglos está sirviendo de iglesia
parroquial al barrio más importante de la
ciudad.

Las restauraciones y mutilaciones que ha
sufrido este monumento desde los comienzos del siglo XVI a
nuestros días, han alterado sus primitivas formas, siendo
muy difícil precisar el estado en que estaba en la novena
centuria. Su erección, como la de todos los edificios
religiosos que rodeaban la basílica del Salvador, es
posterior al año de 812, en que su egregio fundador
donó a la Sede Ovetense, en aquel célebre
testamento, las construcciones entonces existentes, entre las que
no aparece ningún templo, siendo levantada después
que cesaron las irrupciones de los árabes por Asturias,
suceso acaecido con posterioridad a la fecha de la citada
donación. El Sr. Amador de los Ríos fija en su
monografía de la Cámara Santa la
construcción de esta iglesia y la de Santullano en el
año de 830, apoyándose en la autoridad del Padre
Carballo, pero como no consta esadataen los documentos
contemporáneos, y en las inscripciones que se han
encontrado al hacerse las últimas restauraciones, carece
de valor la afirmación de este ilustre
arqueólogo.

Mantúvose en buen estado de
conservación hasta el año de 1521, en que el
terrible incendio que destruyó la ciudad consumió
la bella techumbre de madera, sustituida por otra más
mezquina, de cuya armadura se conservan algunos restos. Pobreza
tanta no parecía decorosa en los primeros años del
siglo XVIII, época nefasta para las basílicas
asturianas, que fueron reedificadas totalmente como Santa
María del Rey Casto, o vestidos sus muros y pilares de
barroca arquitectura como la de San Tirso.

Dice el Sr. Canella en su "Guía de
Oviedo", que en 1723, predicando en esta iglesia el misionero
franciscano Padre Lavarejos, y viendo su miserable estado,
cubierta de teja vana, excitó a los vecinos a repararla y
ponerla decente, y por popular cuestación se cerraron de
bóveda, ábside y naves.

No podemos tributar a esta basílica
las encomiásticas frases que le dedican los antiguos
escritores, por haber perdido su carácter artístico
con las profanaciones de que ha sido victima, especialmente las
sufridas en nuestros días (1).

(1) Basilicam in honorem Sti Martiris Tirsi
prope palatium condidit cuyus operis pulchritudo plus presentes
possuut mirari quam eruditus scriba laudere. Pelayo
Ovetense.

Illam capellain nostram sancti Tirsi damus
et concedimus hic in Ovetum. Donación de Alfonso III de
Basilicam St Tirsi miro edificio cum multis angulis fundamenta
vit. Albeldense. Ecclesiam B. Tirsi martiris in eodem cementerio
pulcro opere fundamentavit. Silense.

La fachada principal, que es la que hoy
tiene, y su mayor ingreso miraban al cementerio del Salvador, y
estaba protegida por un pórtico, restaurado en 1723 y
derribado en 1870, donde tenía sus reuniones el Concejo
durante la Edad Media, y se celebraban actos religiosos, como la
solemne entrada de los obispos en la catedral.

En el plano de Oviedo, levantado a mediados
del siglo pasado, aparece la planta de esta iglesia, no
rectangular sino romboidal, apenas perceptible a la vista, y esta
forma si la tuvo, fue debida a la irregularidad del emplazamiento
limitado por construcciones anteriores y vias públicas,
como la angosta calleja que lleva el nombre del templo, adonde da
el imafronte, desnudo de vanos, de pobrísima
mampostería ennegrecida por el tiempo, separado apenas un
metro, de un robusto muro que sería probablemente el del
primitivo recinto de Alfonso el Casto.

La planta de esta iglesia es de forma
basilical, de tres naves, la central de seis metros cuarenta
centímetros de anchura, y de tres metros ochenta y cinco
centímetros cada una de las laterales, teniendo una
longitud desde los pies hasta el ingreso del Santuario de veinte
metros cuarenta y seis centímetros. El testero estaba
cerrado por un solo ábside, como en las basílicas
constantmianas, reproducidas por los visigodos y los francos, con
un altar único, que citan los primeros historiadores de la
Monarquía, los cuales al referirse á las iglesias
hermanas de ésta, Santa María y Santullano,
consignan la existencia de tres aras albergadas en igual
número de ábsides, y de las reliquias ocultas bajo
la sagrada Mesa; y ciertamente que si este templo estuviera bajo
la advocación de otros Santos, no dejaría de
decirlo el obispo D. Pelayo en cuyo pontificado fueron
restaurados, como he dicho, la mayor parte de los altares de la
catedral y de las iglesias de la ciudad, entre los que no aparece
el de San Tirso. La inspección del monumento confirma mi
fundado parecer, de que no ha tenido más que un
ábside.

Mirado el testero por el exterior, hoy
cubierto de espesa capa de cal, percíbense aún las
esquinas que enlazaban los muros central y laterales, coronadas
de unas zapatas que sostenían el alero del tejado,
marcándose las pendientes de las aguadas levantadas a
mayor altura cuando la reforma del edificio en 1723. Las paredes
de los lados formaban ángulos entrantes con la de
cerramiento de las naves pequeñas, en las cuales
estarían probablemente perforados los ingresos que trazo
en el plano. Estos muros estaban reforzados con contrafuertes
para resistir el empuje de la bóveda, formando numerosos
ángulos entrantes y salientes,que llamaron la
atención al Albendense que lo consigna en su
crónica.

Durante el período ojival, que en
Asturias se alargó hasta mediados del siglo XVI, fue
construido el ábside del lado del evangelio, cubier to de
tosca bóveda de crucería levantada acaso
después del incendio de 1521; y en el opuesto se
alzó en el XVIII la capilla en donde se contempla sobre el
altar una hermosa tabla de escuela flamenca. Se conoce a primera
vista que este ábside es posterior a la erección
del templo, no sólo porque su fábrica y vano llevan
el sello del barroquismo de la época en que se hizo, sino
por el muro lateral del cerramiento, que en vez de estar en
línea recta con el de la nave, se inclina marcadamente
hacia dentro, sin duda para dejar algo más amplia la
vía pública.

El muro de la nave oriental ha desaparecido
con la construcción de las capillas sepulcrales de
linajudas familias ovetenses, que ocupan probablemente el lugar
de una galería cubierta o pasadizo paralelo al templo, que
serviría acaso de comunicación con el palacio de
Alfonso el Casto, que estaba cerca, prope, según dice el
historiador D. Pelayo, como hoy está el del obispo que ha
sustituido al del siglo IX. De ese cuerpo exterior se conserva en
la fachada que da a la calleja de San Tirso, adonde no alcanzaron
las restauraciones, la pared, cuyos materiales y estructura
acusan su unidad constructiva con la mazonería de toda la
obra, siendo el tejado que le corona continuación del de
la nave, y con la misma pendiente. Pudiera ser este muro el de
cerramiento de un pórtico, como el del imafronte,
destinado a enterramientos de elevados personajes en alzadas
tumbas, mientras que la plebe era inhumada en el inmediato
cementerio.

Las pilastras que separan las naves son de
piedra de sillería de trozos desiguales, y para ocultar su
pobreza y tosquedad, cuando la restauración del siglo
XVIII, las cubrieron y recrecieron con ladrillo y

yeso que en estos días han sido
adornadas de columnitas en los ángulos que no hacen buen
efecto. Contrasta la pesadez y abultamiento de estos pilares con
la esbeltez de los arcos, que conservan su primitivo dovelaje, de
marcado despiezo, que fueron relabrados, desapareciendo una
ligera estría paralela a la arista que aún se ve en
el arco correspondiente al ingreso. En 1878, al hacerse en esta
iglesia varias obras de reparación, se desnudaron algunas
pilastras, encontrándose, grabadas en los paramentos que
miran a la nave principal, mutiladas inscripciones de
carácter religioso, como era costumbre entonces,
según vemos en San Salvador de Priesca y de Fuentes, que
desgraciadamente no dan luz para fijar la era de la
fundación y consagración del templo (1).

Obsérvase en la planta una grave
infracción de las reglas de la simetría, y es que
las pilastras no tienen igual separación, y por
consiguiente, los arcos no son de un mismo radio, apareciendo el
primero, próximo al ingreso, con una luz de 3,75 metros;
el segundo, de 3,85; el tercero, de 4,85, estrechándose
desmesuradamente el cuarto, que no pasa de 2,90. No se comprende
semejante anomalía, si bien el arquitecto habrá
tenido sus razones para hacerla; pero lo más
extraño es que a este último arco, para elevar su
clave a la altura del anterior, se le ha dado la forma apuntada
bastante aguda, que no se encuentra en ningún monumento de
aquel tiempo y menos en los de Asturias, en que se daba al arco
de medio punto toda la elevación que se quería, con
un exagerado peralte. La aparición de la ojiva en este
vano no tiene fácil explicación, y hace recordar el
que de igual traza existe en la mezquita de Córdoba de la
misma época, solitario y perdido en aquellas innumerables
arquerías de curvatura semicircular y de herradura.
Pudiera caber la duda de si este arco y los demás han sido
construidos al hacerse la restauración de 1723; pero se
desvanece, cuando desde la bóveda de la nave lateral del
Mediodía se ve ía vieja estructura del muro que
sobre ellos gravita, que aún conserva en su
coronación algunas zapatas, que recibían el alero
del tejado, de idéntica forma y dibujo que las de
Santullano.

Márcase perfectamente la
línea de separación entre la pared antigua y la
moderna, alzada muy posteriormente para dar mayor altura a la
iglesia. El suelo es de madera, apoyado en los machones que
resaltan del muro del imafronte, haciéndose la subida por
uno de los camarines que están a los pies del templo,
sirviendo el otro probablemente de sacristía.

De las bellezas de esta iglesia, tan
alabadas por los escritores del siglo IX, sólo queda el
magnífico ajimez que presta luz al santuario, el
más notable, sin duda, de los que exhiben los monumentos
de este país de aquel periodo artístico. Cuatro
columnas, dos aisladas haciendo de parteluces, y las otras dos
adosadas a las jambas sostienen los tres arcos en que está
dividido el vano, que se levanta dos metros sobre el nivel del
suelo. Molduradas basas de abultados toros sustentan los
cilindricos fustes, y sobre ellos campean los capiteles,
separados por collarinos funiculares, desarrollándose
alrededor del tambor doble fila de hojas bien perfiladas con
palmeras por volutas que se arrollan bajo el corintio
ábaco de frentes curvilíneos, exornado de rosas en
los centros, de estilo genuinamente asturiano, como los de la
vecina Cámara Santa.

Siguiendo la costumbre, el intercolumnio
central es más ancho para dar mayor diámetro al
arco que rompe la monotonía de la arquería, la cual
no tenía láminas de piedra perforadas, sino que se
cerraba con hojas de madera que abrían hacia fuera, cuyos
quicios se conservan incrustados en el muro. Los arcos son de
excelente ladrillo, no enlucido como los de Santullano,
marcándose las juntas con gruesa lechadas de cemento.
Encuadra graciosamente el conjunto una moldurada imposta que
llega por los lados a la altura de los capiteles.

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BASÍLICA DE
SANTULLANO.

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     A media milla de
Oviedo, en sitio ameno y próxima a la vía que
conduce a la romana Gigia, el Rey Casto levantó una
basílica bajo la advocación de los Santos
Julián y Basilisa que padecieron el martirio en
Antioquía, y a quienes el rey Fruela había erigido,
al lado de la iglesia del Salvador, un templo destruido por los
árabes en la invasión del 794.

  
   Heredó Alfonso la devoción que su
padre profesaba a estos héroes del cristianismo, y cuando
restauró la catedral, les dedicó altares que
más tarde fueron trasladados al ábside meridional
de Santa María del Rey Casto. El piadoso monarca quiso
honrar la memoria de aquellos mártires,
dedicándoles el magnífico templo que hoy se admira,
que por fortuna ha llegado a nuestros días sin haber
sufrido las restauraciones y las mutilaciones que los
demás monumentos ovetenses que nos quedan de la novena
centuria. Si se echara abajo el miserable pórtico que
oculta y asombra el imafronte; si se derribara la bóveda
tabicada del siglo XVIII que cubre las naves, y en vez de los
feos y churriguerescos retablos adosados a los muros de los
ábside, que impiden ver las arquerías que los
decoran, se alzaran las mesas de los altares, aisladas,
podríamos contemplar la vieja basílica tal cual
estaba cuando el arquitecto Tioda la levantó.
Cítanla con elogio los cronistas contemporáneos,
que cuentan que su fundador tenía allí cerca una
villa suburbana, con un palacio, triclinios, baños y
numerosas dependencias y extensas propiedades. (1)

(1) Aedificavit etiam a circio distante a
palatio stadium unum, Ecclesiam in memoriam Sti Juliani Martiris
circumpositis hinc et inde geminis altaribus mirifica
instrucciones decoris. Sebastián de Salamanca.
-Según Quadrado, corresponde a lo que dice este cronista
con lo que añade el Albeldense, de esta iglesia: Admitens
hinc et inde títulos mirabile compositione togatos.—
En una escritura de donación no incluida en el Libro
Gótico, que lleva la fecha equivocada de 862, Alfonso III
dice: Extra villam ipsam de Oveto per medio miliare concedimus
eciam ecclesiam domini Juliani cum nostris palaciifl et balneis
et triclinis etcum suis totis adiacentis ab integro.

      Los
reyes y altos personajes solían hacer sus moradas al lado
de los templos por ellos construidos, siguiendo la costumbre de
los Pontífices romanos, que unidas a sus grandes
basílicas de Santa María la Mayor, San Juan de
Letrán, San Pedro del Vaticano y otras, alzaban suntuosas
viviendas; y para citar ejemplo más cercano, el de San
Tirso, que formaba parte del aula regia de Alfonso el Casto.
Cuando la sede ovetense fue elevada a metropolitana, Alfonso III
destinó los mejores templos de Asturias más
cercanos a la capital para residencia de los obispos que
venían a la Corte, siendo este palacio e iglesia morada de
los prelados Dulcidlo de Salamanca, y Jacobo de Coria, asistentes
al Segundo Concilio ovetense, celebrado en la basílica del
Salvador. Pertenecía, a fines del siglo IX, a una
comunidad religiosa, probablemente dúplice, y en la
segunda mitad de la Edad Media, aparece bajo el poder del
monasterio de San Pelayo, cuya abadesa, en recuerdo de su antiguo
dominio, conserva todavía el derecho de
presentación del párroco (1).

(1 )In suburbe Oveti monasterium Sti lulani
cum suis adjacentis ab integro. Donación de Alfonso III de
905. Escritura del monasterio de San Pelayo, citadas por D.
José María Flórez en su estudio sobre esta
iglesia, publicado en las actas de la Comisión de
monumentos históricos y artísticos de la provincia,
en marzo de 1874.

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ESTE

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OESTE

PLANTA DE LA BASÍLICA DE
SANTULLANO

      La planta de
esta basílica afecta un paralelogramo de doble longitud
que anchura, comprendiendo en su área el vestíbulo
o narthex con dos apartamientos laterales, la nave central y las
pequeñas, el es pacioso crucero y los tres ábsides.
La armonía y buena correspondencia que tienen entre
sí las partes que forman el conjunto es tal, que hacen de
esta basílica un tipo perfecto en su género,
dándonos una idea aproximada del plan y disposición
de la del Salvador, de la que puede considerarse como una
reproducción. No es extraño que los templos
ovetenses tengan iguales formas, o al menos, muy parecidas, que
les dan un aspecto un tanto monótono, porque han sido
levantadas por un mismo arquitecto y en corto espacio de tiempo,
que ha impreso en ellos su manera particular de construir.
Interrumpe la simetría del recinto un cuerpo saliente
rectangular de piso alto, adherido al brazo septentrional del
crucero, que se conoce ha sido levantado poco des pués que
el edificio, pues sus muros no se enlazan con los de
aquél, si bien la estructura de la mazonería y sus
materiales son idénticos.

      Los
historiadores francos dicen que en las grandes basílicas,
especialmente en las de planta cruciforme, había unas
cámaras o tribunas elevadas llamadas Salutatorium, desde
donde los reyes, los obispos y los altos personajes presenciaban
los oficios divinos, sirviendo al par de salas de espera o de
recepción. No podía ser otro el destino de esta
habitación, que tenía un ingreso especial por la
parte exterior para que los asistentes á los actos
religiosos no se confundieran con la plebe al atravesar las
naves, y unas ventanas hoy tapiadas, cubiertas de arcos de
ladrillo de medio punto. Con la construcción de este
cuerpo quedó el crucero con poca luz, y para
dársela se abrió en el lado opuesto un gran vano
terminado en semicírculo, que hubo que reducir de
diámetro más tarde porque comprometía la
estabilidad de la fábrica la falta de contrarresto a su
presión. La actual sacristía, que con el
Salutatorium da a la basílica la forma de una cruz, que no
tuvo al principio, es de construcción moderna, como lo
indica la estructura de sus muros que tampoco se enlazan con los
primitivos, y la imposta que los corona, obra acaso
contemporánea del vestíbulo que precede al
narthex.

      Para
que la planta tuviera proporciones armónicas, el
arquitecto tomó como base de medición el cuadrado,
dando al edificio doble longitud que anchara (8 metros por 2), lo
mismo que al crucero (6,90 metros por 2), siendo cuadrados casi
perfectos los tres compartimentos del imafronte y ábside
central, teniendo de largo la nave mayor próximamente vez
y media que su latitud. Precede al cuerpo de la iglesia el
narthex, y a uno y otro lado se ven los ingresos 
adintelados de ambos camarines o retretes que no tienen
comunicación con el interior, cobijados como el
vestíbulo, bajo una techumbre de madera de dos vertientes,
y estaban dedicados a sacristía, tesoro o
biblioteca.

      La nave
central está separada de las laterales por
arquerías de tres vanos, sostenidas por pilastras
rectangulares de piedra de talla compuestas de salientes basas,
de macizos fustes, y las impostas que los coronan formadas de
filetes, toros y plintos sobre los que descansan los arcos de
medio punto también de sillería, sin molduras,
ocalto su dovelaje por el yeso y la pintura. No se ven como en
otras basílicas de aquel tiempo inscripciones grabadas en
los frentes de las pilastras que miran a la nave central, ni se
han encontrado sobre los arcos del crucero y de los
ábsides, que pudieran ilustrarla historia del monumento.
El carácter artístico de estas arquerías
como todas las de este templo es eminentemente clásico, y
no tiene nada de extraño que le recordaran a Carballo, y
sobre todo, a Ambrosio de Morales, las de las iglesia del Rey
Casto y de otros monumentos visigodos de Castilla, existentes en
su tiempo, semejantes a los de la antigua Roma, cuya arquitectura
reproducía Herrera en aquellos días en los
claustros menores del Monasterio del Escorial.

      La nave
central tiene una cubrición de dos aguadas, y de una las
pequeñas, quedando entre ambas, por la diferencia de
altura, un elevado muro, perforado cerca del alero del tejado, de
ventanas situadas a plomo de las claves de los arcos, que
alumbran esta parte del templo, quedando las laterales con tenue
luz, debido a la costumbre que había entonces de no abrir
vanos en las paredes de cerramiento; o cuando más, unas
estrechas saeteras para dar ventilación al interior del
templo.

      La
puerta que se ve en el muro meridional, cerca de uno de los
camarines, cubierta de un arco de medio punto, entre dos
contrafuertes, es de construcción moderna, acaso del siglo
XVIII, en que esta iglesia sufrió diversas
restauraciones.

      Del muro del
ingreso a la nave, se destacan dos salientes machones en
línea con las arquerías que sostienen el coro alto,
de madera, semejante a los del panteón de los reyes y de
la iglesia de San Tirso, al que se subía por una escalera
situada en una de las pequeñas estancias que forman las
naves laterales a los pies de la basílica. El arco toral
que da paso al crucero, para darle las mismas dimensiones que al
triunfal del santuario, se le elevó sobre dos grandes
pilastras correspondientes a las de los ábsides,
más altas que las de las arquerías, perforadas a un
metro del suelo por un gran vano rectangular, cada una, que al
par que prestan más luz a la nave, producen un bello
efecto. Igual que la de ésta, es la anchura del crucero,
en cuyo frente aparecen las tres capillas absidales, escalonados
sus ingresos, dominando el mayor sobre los colaterales, donde
estuvo, en el centro del elevado muro que recibe la
cubrición, la imagen de Cristo en la Cruz flanqueado de
dos santos, y a los lados se leían inscripciones votivas o
religiosas que acaso estarán ocultas por la yesería
de la bóveda moderna. Arrimado a una de las pilastras del
crucero, campea el moderno pulpito, al que sirve de pedestal un
magnífico trozo de fuste de mármol blanco veteado,
que por la riqueza del material y por el delicado perfil de su
entasis, revela pertenecer a los buenos tiempos del arte romano.
Esta columna, por su diámetro, parece que estaba destinada
a recibir el arco toral de un ábside, pero no de esta
basílica, porque están sostenidos por
pilastras.

      Toda la
riqueza artística la guardó el arquitecto para el
Santuario central. El arco triunfal que le precede se levanta
sobre el suelo del crucero la altura de un paso, como los
laterales, descansando sus salmeres sobre las impostas de las
robustas pilastras que los sustentan, contrastando la severidad
clásica de sus líneas con la espléndida exor
nación del interior del ábside. Decoran los
paramentos de los lados arquerías ciegas de dos vanos
simulados, apoyándoselos arcos próximos al ingreso
en antas o pilastras de mármol, de forma semejante a las
que flanquean la entrada de la cisterna romana del conventual de
Mérida y de otras ciudades monumentales del interior de
España, lo que prueba su procedencia visigoda. Cubren toda
la superficie ornatos de escaso relieve, que representan figuras
geométricas, como cuadrados inscriptos en
octógonos, y entre sus líneas aparecen perfiladas
folias, que recuerdan los dibujos de los códices y de la
orfebrería de aquel tiempo.

      En los
capiteles que las coronan se refleja el estilo corintio, con la
doble fila de hojas de acanto picadas y de poco vuelo, que recibe
el ancho ábaco festonado de ondulantes tallos. Las
columnas que los sostienen se componen de molduradas basas que
asientan sobre el pavimento, ocultas las próximas al muro
del testero, por haberse elevado el nivel del suelo la altura de
un escalón, para hacer más visible el moderno
altar.

      Los
marmóreos fustes, de veintiocho centímetros de
grueso, están separados de los capiteles por abultados
collarinos funiculares, brotando de ellos las hojas que en dos
filas sobrepuestas envuelven el tambor, iniciándose en
algunos los caulícalos bajo el pesado abaco, decorados los
frentes, como las de las antas, de serpeantes tallos con folias
en sus ondulaciones. No exornan los arcos impostas ni molduras, y
la espesa capa de yeso que los cubre, no permite ver la
estructura de su construcción que será
probablemente de ladrillo, prodigado en los cerramientos de los
vanos exteriores.

      El muro
del testero está también ornamentado de
arquerías como los laterales, pero sus fustes no descansan
en el suelo sino en un podio o basamento, elevado un metro quince
centímetros, sin duda para que las columnas no estuvieran
ocultas por el altar, y hoy lo están por el churrigueresco
retablo que llena todo el frente del Santuario. En el
intercolumnio central se abre la fenestra que daba luz al
ábside, y los de los lados la reciben ahora por
pequeñas ventanas abiertas en los muros laterales.
Sólo las tres capillas están cubiertas de
bóvedas de medio cañón, que arrancan de una
imposta de igual forma y de la misma altura que las de las
pilastras que sostienen los tres arcos triunfales.

      El
ejemplo de la basílica del Salvador, en cuyos santuarios
se albergaban más de un altar, vease reproducido
aquí conteniendo el central dos: "geminis altaribus,
mirifica instrucciones decoris", como dice Sabastián de
Salamanca; uno dedicado a San Julián y el otro a su esposa
Basilisa. Los ábsides pequeños tenían sus
paramentos desnudos de exornación, y todavía
conserva el meridional el primitivo pavimento de hormigón
romano, de igual estructura que el de la Cámara Santa, que
nos da una idea de cómo estaban soladas las iglesias de
aquel tiempo, habiendo desaparecido estos suelos del siglo XII en
adelante, en que empezaron a hacerse las inhumaciones dentro de
los templos.

      Según cuenta el
historiador Carballo, aún existía en el siglo XVI
el altar de la novena centuria, bajo cuya ara yacían las
reliquias del Santo titular; y en el ábside opuesto se
alzaba otro altar de idéntica traza, destruido como todos,
para alzar los miserables retablos que afean este interesante
monumento histórico y artístico.

      Es muy
notable la cubrición, que puede considerarse como un
perfecto modelo de las que coronaban las basílicas
visigodas, y sus sucesoras las asturianas, de la que se conservan
importantes restos aprovechados en ulteriores restauraciones.
Como el edificio se compone de diferentes cuerpos, agrupados y
escalonados alrededor del crucero, que es la parte culminante,
los aleros horizontales de los tejados están a distintas
alturas, más bajos y al mismo nivel los de los camarines
que flanquean el vestibulo, los ábsides y naves
pequeñas, sobreponiéndose los de la central y
capilla mayor, y estos a su vez son dominados por los del
crucero, único compartimento que no tiene su cornisa en la
dirección del eje del monumento sino perpendicular a
él.

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