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Monumentos prerromáticos y románicos asturianos, según Fortunato de Selgas. (página 5)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

      Consérvase
todavía un trozo del primitivo alero en el muro del
Mediodía del ábside central, que como casi todos
los de aquella época está sostenido por salientes
zapatas colocadas a conveniente distancia, labrados los frentes
en curva, decoradas de estrías, como las de San
Tirso,  teniendo eu la cara superior un encaje para apoyar
las cabezas de las piezas sobre las que descansan los cabrios,
las cuales aparecen talladas en forma de cable, apenas
perceptible por la descomposición de la madera al cabo de
tantos siglos. Las trabes que atirantaban la cubrición,
visible por el interior, estaban decoradas de figuras
geométricas como círculos que se intersecan,
formando estrellas y folias trazadas con el compás y
acentuadas con la gubia, contribuyendo a su embellecimiento los
colores, pues no eran solos los muros y las bóvedas de los
ábsides donde se empleaba la pintura, según cuentan
los historiadores de la Restauración.

      La
espadaña está situada en el piñón del
muro que separa el vestíbulo de la nave central, en
idéntica situación que la de Santa María del
Naranco, y como aquélla tiene dos vanos cerrados de
arquillos de medio punto y acaso otro pequeño en el
frontón, donde se albergaban las diminutas campanas del
siglo IX; y cuando se dio a estas mayores dimensiones, sobre todo
del Renacimiento acá, sufrió una
restauración que le ha quitado su primitiva
forma.

      En el
moderno cementerio entre tumbas y cipreses, se levanta el
testero, que se conserva en su prístino estado, adonde no
han alcanzado, por fortuna, las restauraciones de que ha sido
víctima el im fronte, marcando perfectamente la
separación de los ábsides, dos esbeltos
contrafuertes de bien labrado sillarejo que rompen con su resalto
la monotonía del muro y entre ellos y las esquinas se
abren los tres vanos que alumbraban los santuarios; el central,
mayor que los laterales, formados de jambas y dinteles de
sillares rectangulares sin molduras ni ornatos que como los de la
Cámara Santa están descargados por arquillos
semicirculares de ladrillos separados por espeso lecho de
cemento. Estas fenestras han sido tapiadas, y sólo la de
Poniente conserva la lámina de piedra perforada para
quebrar el aire y la luz, dibujándose la Cruz de los
Ángeles y enlaces de secciones de
círculos.

      Los
muros del ábside central se elevan a la altura de la nave
mayor, formando una cámara cuadrada sobre la bóveda
del santuario, cubierta de un tejado de dos vertientes, habitada
tan sólo por murciélagos y lechuzas, y a la que no
se podía subir sino por escalera de mano,
sirviéndole de ingreso un magnífico ajimez de tres
arcos, el central de más anchura que los de los lados,
cerrados por arquitosde medio punto de ladrillo, y las jambas
laterales de sillares rectangulares lisos y sin
ornatos.

      Los
pequeños fustes que sirven de parteluces, están
sostenidos por molduradas basas y coronados de abultados
capiteles, que recuerdan por su forma y ejecución los de
la época visigoda. La fábrica de los muros de esta
basílica, aunque de estructura incierta como la de todas
las iglesias ovetenses, es muy superior y de ejecución
más acabada, estando las piedras bien encamadas y unidas
por excelente cemento, empleándose en las esquinas y
contrafuertes el sillarejo perfectamente labrado, con las juntas
y aristas muy finas, atizonado y enlazado con la
mampostería. Los paramentos interiores de los muros
están enlucidos, y bajo las superpuestas capas de cal que
los cubren deben hallarse restos de la pintura decorativa,
empleada en los monumentos religiosos y civiles, cuyo ejemplo nos
ofrecen la Cámara Santa y San Miguel de Lillo.

MONASTERIOS ANTE-ALTARES DEL
SALVADOR

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San Vicente. Cuando Alfonso II reedificó la
primitiva basílica del Salvador no restauró la
iglesia del levita y mártir Vicente, a cuya sombra
había nacido y desarrollado la ciudad, y ni siquiera le
dedica ron un altar en el nuevo templo como a los santos
Julián y Basilisa.

Aunque no quedan noticias de la existencia de este
monasterio, en el largo período comprendido entre el
reinado de Alfonso el Casto y el de Fernando I, sabemos que no
fue suprimido, continuando su comunidad haciendo vida
monástica bajo la regla benedictina, ejerciendo el cargo
de capellanes reales adscriptos al servicio divino de la iglesia
del Rey Casto, por lo que se le suele llamar en antiguos
documentos monasterio de Santa María; lo mismo que los
monjes de San Martín de Santiago, no teniendo templo
propio ante el altar del Apóstol, iban a celebrar el culto
en la corticella, pequeña basílica situada en el
lado septentrional de la catedral compostelana. En esta venerable
iglesia, que por ser el panteón de los reyes de Asturias
era llamada Capella Regum, se reunían para cumplir sus
fines religiosos los presbíteros del Salvador, que
también hacían vida canónica, los monjes de
San Vicente y las vírgenes del Señor del monasterio
de San Juan. En sus humildes naves, aquellas corporaciones
monásticas, y desde el siglo XIII los canónigos de
la catedral, han elevado a Dios ante la tumba de Alfonso el Casto
las oraciones que la iglesia ovetense le había dedicado,
no interrumpidas un solo día en el transcurso de once
siglos (1).

(1) En la lista de los altares que el Obispo D.
Pelayo restauró e hizo de nuevo en la basílica
ovetense y en sus inmediaciones, se cita el de San Vicente. Sin
duda se refiere al erigido en el templo románico,
construido en tiempo de dicho Prelado.

      En el largo tiempo
que el monasterio estuvo incorporado a la basílica del
Salvador no tuvo abad propio, cuyo cargo ejercía el
obispo, lo mismo que la administración de sus bienes. Al
iniciarse en Asturias la reforma de las ordenes religiosas en el
siglo XI, realizada en la siguiente centuria,
suprimiéronse los monasterios dúplices y de
propiedad, transmitida y fraccionada por herencia, y se crearon,
a imitación de los de Castilla, otros poco numerosos, bien
dotados con los bienes de los suprimidos y las donaciones de los
reyes y magnates. Entonces se separó el monasterio de San
Vicente de la catedral, recuperó sus propiedades,
adquirió otras, entre las que se contaban muchos de los
pequeños conventos dúplices, que para conservar su
recuerdo quedaron convertidos en prioratos. El primer abad que
tuvo el monasterio después de su separación fue el
monje Fuertes, del que hay noticias escasas, sabiéndose
que falleció en 1066 en los comienzos del reinado de
Alfonso VI. Al hacerse independiente la Comunidad cesó de
prestar

servicio religioso en la capilla del Rey Casto, que en
adelante lo ejercieron los ministros del Salvador, y entonces
construyeron aquellos monjes un hermoso templo de tres naves con
cripta, cubierta la cen tral de bóveda de medio
cañón, alzándose sobre el crucero una
cúpula o cimborrio y claraboyas en la capilla mayor,
decorado el edificio con los primores del arte Románico
que aparecía entonces en Asturias, el cual fue derribado a
fines del siglo XVI, siendo abad el gran historiador de la orden
Benedictina, el P. Yepes, alzando en su lugar la actual iglesia
que no llama la atención por su belleza artística,
sino porque guarda las cenizas de otro benedictino
eminentísimo; el P. Feijó. En el antiguo claustro
estaban las tumbas de los abades, cuyas inscripciones nos ha
transmitido Tirso de Avilés.

San Pelayo. Hay quien afirma que este monasterio era el
de San tianes de Pravia fundado por Silo, donde su esposa
Adosinda, siguiendo el ejemplo de las reinas viudas de aquel
tiempo, se retiró a hacer vida religiosa, siendo
trasladada esta santa casa a Oviedo ante los altares del Salvador
en el siglo IX; lo que no es cierto, pues en el testamento de
Alfonso III de 905 consta que continuaba allí la
institución monástica creada por el citado monarca
en las pintorescas márgenes del Nalón, y si es
verdad que este convento se anexionó al ovetense, fue
siglos después, cuando se realizó en Asturias la
supresión de los pequeños monasterios. Alfonso el
Casto creó en Oviedo un asilo para las señoras de
estirpe regia y de la alta nobleza, cuya situación era la
misma que hoy tiene, separándole de la basílica
catedral el cementerio, que por estar dedicado por aquella parte
a enterramiento de las monjas se le conocía con el nombre
de Cementerium Puellarum. Es muy extraño que el monasterio
haya sido dúplice, es decir, de hombres y mujeres, si bien
dominaría el elemento femenino, dado el motivo de la
fundación, que era para albergar princesas y elevadas
damas. Acaso aquellos monjes tendrían la misión de
celebrar el culto en la iglesia de San Juan, viviendo allí
con el carácter de capellanes como los presbíteros
del Salvador (1).

(1) En una de las interpolaciones hechas por el
cronista D. Pelayo en la Historia de Sebastián de
Salamanca, dice: «subjungitur ibi ecclesiae Stse. Mariae
templum in memoriam S. loannis Baptistae constitutum in quo
traslatum est corpus Beati Pelagi martyris post multum annorum
descursum qui sub rege Abderraman Corduba in civitate subiit
martirium». También se refiere a este templo una
escritura de dicho monasterio de la Era 1035 en la cual el rey
Bermudo II, el Gotoso, dice: «Veremundus rex Magni Ordini
proles parveni in provinciam asturiensem, ad dominos gloriosos
Sanctum loannem Baptistam et Sanctum Pelagium quorum
basílica sita est in Sede metropolitana Oveto in cimiterio
Puellarum, etc. Yepes; Crónica de San Benito, centuria
IV-342. Fernando I hizo una arca de cedro chapeada de plata
dorada con imaginería, para guardar las cenizas de San
Pelayo.

      La citada iglesia era de
planta basilical, por consiguiente, debió tener tres naves
y otros tantos ábsides; pero sufrió la suerte que
la de San Vicente, siendo restaurada en el siglo XVII cuando la
total reedificación del monasterio. Al finar la
décima centuria adquirió esta casa gran importancia
con la presencia en sus altares de las reliquias del niño
mártir Pelayo de Córdoba, traídas de
León, para evitar que los árabes las profanaran
cuando aquella ciudad fue destruida por Almanzor, por la viuda de
Sancho el Craso y las Princesas Teresa y Sancha, hijas de Bermudo
II, que tomaron el velo en este monasterio. Atraídos por
la devoción al santo Infante vinieron en romería
Fernando I y su esposa Sancha, que viendo la humilde caja en que
yacían sus cenizas hicieron otra de ricos metales,
poniéndola en lugar alto para que la vieran los fieles,
acaso colgada de la flecha del ciborio como otras arquetas de
aquel tiempo, pendiente de argéntea cadena; pero no
restauró el viejo altar, que lo fue por el obispo D.
Pelayo a principios del siglo XII.

     El claustro era muy
notable por contener las tumbas de las abade sas, cuyas
inscripciones, como las del de San Vicente, están consig
nadas en los manuscritos del canónigo Tirso de
Avilés. Si pudiéramos dar fe a una leyenda de la
Edad Media, diria con los cronistas del siglo XVI que allí
estaba sepultada Sancha, la madre de Bernardo del Carpió,
recluida en aquella casa por el rey Alfonso el Casto. Para regalo
de los peregrinos que de todas partes acudían a orar ante
las reliquias de San Pelayo y de la Cámara Santa, las
monjas fundaron un hospital dependiente del convento, que no hay
que confundir con el que del mismo nombre de San Juan y con igual
objeto tenía el cabildo en el palacio de Alfonso el Magno
(1).

(1) Yepes. Crónica de San Benito, tomo III,
pág. 340.

      Una costumbre se
conservaba a fines del siglo XVI que recuerda el tiempo en que
las tres comunidades. Se reunían en la capilla del Rey
Casto para orar en común. Cuenta el P. Yepes que en el
aniversario de la muerte de Alfonso el Casto iban el cabildo, los
monjes de San Vicente y el regimiento de la ciudad a cantar
responsos por el alma de aquel gran monarca, y las monjas les
contestaban desde su claustro, que estaba pared por medio,
oyéndose sus cantos a través de un elevado luneto
que perforaba el muro.

      La antigua puerta de
comunicación por donde entraba la comunidad al templo
estaba tapiada desde el pontificado de D. Gutierre de Toledo que
obligó a las religiosas a vivir en absoluta
clausura.

Monasterios de Herederos. Este era el nombre de unos
pequeños conventos que había en el cementerio, de
propiedad particular, donde los individuos de una familia
hacían vida monástica bajo la regla de San Benito.
A la muerte del fundador, el monasterio y sus bienes se
dividían en tantas partes cuantos eran los herederos y sus
descendientes, lo que daba lugar a querellas y litigios sobre la
posesión de las minúsculas parcelas, que al fin
terminaban con la cesión o venta a la sede ovetense.
Únese a esto la relajación de las costumbres, que
no debían ser muy edificantes viviendo juntos en estrechas
y mezquinas celdas hombres y mujeres, lo que dio lugar a la
supresión de estas casas justamente llevada a cabo por el
Papa Pascual, siendo Arzobispo compostelano el célebre D.
Diego Gelmírez (1).

(1) Decía el Pontífice romano al
Prelado en 1103 sobre estos monasterios dúplices:
«lud omnino incongruum est quod per regionem vestram
monachos cum sanctis monialibus habitare audimus, ad quod
resecandum inmiat est qui praesenciarum simul suut divisis longe
habitaculis separentur». (Sandoval. Cinco
Obispos.)

Santa Marina. A mediados del siglo XI, la Condesa Munia
Domna, viuda de Gundemaro Pinioliz. era poseedora del convento e
iglesia de la Virgen Marina, que padeció el martirio en
Orense cuando las persecuciones paganas, y a quien en Galicia y
Asturias se profesaba ardiente culto. Estaba situado este
monasterio a espalda de la iglesia de San Tirso, hacia donde hoy
está la capilla de Santa Bárbara, siendo donado por
aquella señora  a su hijastro Gunterodo Gundemariz,
con cláusula de que a su fallecimiento fuera devuelto a la
sede ovetense, a la que había pertenecido en la anterior
centuria (2).

(2) «…et alio monasterio Sanctae Marinae
fundato in cimiterio suprafate sedis juxta ecclesiam beati
Tirsi». (Libro gótico.)

      No debió
realizarse totalmente esta cesión, porque en 1124, Osorio
Peláiz y Gelvira Froilaz no donaron más que una
parte, poseyendo las restantes sus hijos y nietos, hasta que al
fin el Cabildo se hizo dueño absoluto del templo y del
monasterio (3).(3) D. Gontrodo Osorez, conocida por D. Sol,
donó las parcelas que tenía en este monasterio al
Salvador. Era tal la subdivisión de la propiedad de los
monasterios dúplices, o de familia y de sus bienes, que
los dueños, dado el escaso valor de las partes que les
correspondían, los dejaban
abandonados. 

       Suprimido
éste, como todos los de su clase, se trasladó el
culto a la cripta de la iglesia de San Vicente, donde estaba su
altar, y en la escalera de bajada aparecía incrustada en
el muro la inscripción de la antigua capilla, copiada por
el Padre Yepes que inserta en su Crónica de San Benito
(4).

(4) Dice así la inscripción: «Hoc
altare consecravit loannes episcopus ovetensis in honore Ste.
Marinae in quo recondite sunt hec reliquiae Sti. Nicolai
episcopi. Ste. Mariae Magdalenae, Ste. Agatae, Ste. Agnesi, Ste.
Eulaliae Virginis, de pane cene domini, et multe aliae reliquiae
Sanctorum». Era 1063 (1025.)

Santa Cruz. Este monasterio existía en el siglo X
y debió ser de fundación real, pues la reina
Velasquita, esposa de Bermudo el Gotoso, lo donó en la era
de 1024 a la iglesia del Salvador, cuyo testamento fue confirmado
por Urraca, la hija de Alfonso VI, que por las ambiguas frases
del documento, parece que estaba situado en el cementerio,
próximo a la basílica del Rey Casto.

      Existían en
el atrio otros dos conventos bajo la advocación de Santa
Ágata y Santa María, que fueron de los poderosos
Condes don Fernando y D. Enderquina, quienes por convenio
celebrado con el obispo D. Pelayo, reconocen pertenecer a la sede
ovetense (1).

(1) «…monasterios qui sunt in Oveto in atrium
Salvatoris nostri quos vocitant Sante Agathe martyris iuxta
ecclesia et monasterium sante Marie secus Sanctus Andreas.
(Archivo Catedral. Ciriaco M. Vigil, Epigrafía
asturiana.)

      El primero se alzaba
próximo a la iglesia de San Tirso, y el segundo al lado de
San Andrés. No hay noticia de que hubiera en el cementerio
ni en la ciudad un templo con ese nombre, y es probable que este
monasterio estuviera cerca del ábside septentrional de la
basílica del Salvador, donde se albergaba el altar de
dicho apóstol.

 IGLESIAS ANTE-ALTARES DEL
SALVADOR.

La Cámara Santa. Esta pequeña iglesia,
como todas las que rodeaban la basílica catedral, fue
construida después del año de 816, en que cesaron
las irrupciones de los árabes en Asturias, que produjeron
la destrucción de la mayor parte de los monumentos
religiosos. Si el Rey Casto hubiera levantado los templos
ante-altares con anterioridad a las donaciones de 812, de seguro
que serían citadas en aquellos testamentos con los
edificios civiles que para embellecimiento de la capital y regalo
de sus habitantes había alzado en los primeros años
de su reinado (2).

(2) «Altari meridiouali in ultima parte
ecclesiae ubi ascensio fít per gradus Sti. Michaelia
archangeiis ecclesiam rex beate memoriae possuit ubi securitatem
loci adhibitis tamen multiplicate serrarum ferrl archam
gloriosisimam transtulit. (Pelayo Ovetense. Historia del arca de
las reliquias.)

      La Cámara
Santa aparecía aislada como un tabernáculo en el
atrio que circuye la catedral, y a su alrededor se inhumaban, a
la sombra de las santas reliquias, los ministros adscriptos al
culto, los cuales tenían sus viviendas en el inmediato
claustro, donde hacían vida común.

      Desgraciadamente no
se puede contemplar este venerable monumento exteriormente,
ocultos y confundidos los muros de la facha da principal y
laterales con los de la moderna basílica, pudiendo gozarse
tan sólo de la vista del testero, aunque algo alterado por
poste riores restauraciones.

      Púsose la
Cámara Santa bajo la advocación de San Miguel, al
que solían dedicar en aquel tiempo las capillas de los
cementerios para orar ante su imagen — que no ante sus
reliquias — por los muertos, cuyas almas pesaba el
día del Juicio Final, y como arcángel guerrero
ahuyentaba con su espada los espíritus malignos que
querían turbar la paz de los sepulcros. El ilustre
monarca, su fundador, la destinó para custodia de las
reliquias que los cristianos venidos del interior de
España habían traído y escondido en las
asperezas de las montañas del Aramo, mientras duró
la dominación de los árabes y sus excursiones por
Asturias. A juzgar por el silencio de los historiadores
contemporáneos y de los testamentos reales, no parece que
se erigió en esta iglesia una ara dedicada al difunto
titular, sirviendo de sagrada mesa el arca de las reliquias,
ricamente decorada, más tarde, de interesantes relieves,
representando al Señor en la Vesica piscis, los doce
apóstoles y escenas de la vida de Jesús y de la
Virgen.

      Para preservar el
sagrado tesoro de la humedad se elevó la Cámara
sobre una cripta, convertida en templo independiente con el
titulo de la Virgen Leocadia, que padeció el martirio en
la cuarta centuria, en Toledo, donde yacían sus cenizas en
la iglesia que aún lleva su nombre en la ciudad imperial.
No debió existir la inscripción votiva del tiempo
de la fundación a que se refiere Cabrera de
Córdoba, pues hubiera sido copiada por sus
contemporáneos Morales y Tirso de Avilés. La planta
de este oscuro antro es rectangular, de 12,25 metros de largo
desde el ángulo saliente del coro, por 4,05 metros de
ancho, y una altura de 2,60 metros desde la rasante del
pavimento, que es la misma roca, hasta la clave de la
bóveda, de medio cañón, sin torales ni
resaltos, que arranca de un basamento que sirve de asiento,
semejante al de la cripta de Santa María del Naranco.
Álzase en el extremo oriental el Santuario elevado sobre
el nivel del suelo, y a los pies el coro, en cuyo muro de
cerramiento correspondiente al imafronte, se ve un arco
semicircular, hoy tapiado, que parece ser el primitivo
ingreso.

     Perforan la pared
septentrional y la bóveda una puerta y dos ventanas, hoy
sin uso por haber adosado al paramento exterior, en el siglo
XVII, una de las capillas de la girola de la catedral. La entrada
a la cripta se hace actualmente por un ingreso abierto en el muro
del claustro, y en la arista del luneto se percibe la rosca de
ladrillo de que está formada la bóveda. Es notable
la pequeña ventana del ábside, único vano
que tiene carácter arquitectónico, por donde
penetra la escasa luz que ilumina esta lúgubre estancia.
La forma por el interior un arquito de medio punto sostenido por
dos fustes, albergados en ios codillos de las jambas, coronados
de rectangulares capiteles, desnudos de hojas y tallos, y
exteriormente afecta el hueco forma cuadrada, de robustos
sillares sin molduras, cerrado de espesa reja de
hierro.

     En la clave de la
bóveda, sobre el ara, se ven unos férreos y gruesos
anillos de los que pendían la paloma eucarística,
cruces y la arqueta con las reliquias de la Virgen toledana, como
en la Cámara alta estaba expuesta del mismo modo las de la
Emeritense. La celosa Comisión de Monumentos
históricos y artísticos de la provincia hizo en el
año de 1899 notables investigaciones arqueológicas
con excelente resultado. Después de la traslación
de la reliquias de Santa Leocadia a Flandes, y las de los
mártires de Córdoba a la Cámara superior,
debió hacerse el altar que hoy existe, construido y
restaurado en parte cuando se construyó la sala Capitular
en el siglo XIII, y la reedificación del claustro en el
XIV. El altar, por su forma, muestra ser posterior a la
erección del monumento, pues las sagradas mesas de la
primera mitad del siglo IX no eran de fábrica, macizas,
sino que estaban sostenidas por una gruesa columna o pilar
hincado en el suelo, cuyo ejemplo nos ofrece el de la iglesia de
Santianes de Pravia de la anterior centuria.

      Así como la
Cámara alta carecía de altar, tampoco lo
tendría la baja, sirviéndole de ara el
sarcófago, traído de Córdoba, donde yacieron
las cenizas de los mártires del siglo IX, cual los
arcasolia de las catacumbas. Esta suposición está
sugerida por el silencio que guardan los primeros historiadores
de la monarquía que no le citan jamás, ni
posteriormente D. Pelayo, bajo cuyo pontificado fueron
restaurados la mayor parte de los altares de la basílica
del Salvador y de las iglesias de la ciudad, según cuenta
un curioso documento ya citado del Archivo catedral. Los
paramentos están formados de estructura incierta, como las
paredes ordinarias, empleándose materiales pertenecientes
a construcciones anteriores, confirmándose al demolerle
que fue hecho en diversos tiempos. En el macizo se han encontrado
trozos de una losa en la que aparecía grabada una
inscripción notabilísima, cuyo texto ha llenado de
confusión a epigrafistas e historiadores.

      La lápida es
de piedra caliza, en la que se desarrolla la leyenda, de toscos
caracteres, iguales a los que se usaban en la época de la
monarquía,redactada en un estilo literario propio de
aquella Edad. Tiene una longitud, contando con la parte que le
falta a la derecha, de un metro, y una anchura de cincuenta
centímetros. Sometida su difícil lectura al
eminente profesor Hübner, de Berlín, suplidas con
probabilidades de acierto sus muchas lagunas, dice
así:

 PRINCIPUM [EGJREGIUS HANC AULAM VV[LFILA
FECIT

HEC ORE HOC MAG[NO] EXIMIA MACINA
[POLLET]

UNDIVAGUMQUE MARIS PELAGUM HABITA[RE
SUETOS]

HAULA TENET HOMINES INMENSO [AEQUORE
VECTOS].

  
       El P. Fita hizo de esta
inscripción un notable estudio, publicado en el
Boletín de la Academia de la Historia, que traduce
así:

      «El
Príncipe Egregio Vulfila hizo este hospicio. Su eximia
fábrica ostenta esta gran portada, esta es el aula que
alberga a los valientes marinos que suelen morar en el undoso
piélago del Océano y volver a este sitio
después de haber surcado la inmensa llanura de
aquél.»

     El epigrafista
español más conocedor de la historia de Asturias
que el alemán no podía conformarse con la
existencia de un príncipe Vulfilas o Gulfilas no citado
jamás en nuestras crónicas, y se fijó,
acertadamente, en el hijo de Alfonso I, Wimara, Vimarano, cuyo
nombre empieza con VV, muy usado en este país en aquel
tiempo, que aún lo lleva la villa de Guimarán, hoy
parroquia del antiguo territorio de Gauzón, y en Portugal
la ciudad de Guimaraens. Las crónicas de Alfonso III y del
Albendense cuentan que, rebelados los gallegos contra el rey
Fruela, temiendo este monarca que su hermano Wimara intentase
usurparle el trono, le mató con sus propias manos, por lo
cual los optimates, aplicándole la ley del Talión,
le asesinaron, desposeyendo a su hijo Alfonso de la corona, que
tuvo que ocultarse para salvar su vida en las provincias extremas
de la monarquía durante los reinados de Aurelio, Silo y
Mauregato. No es inverosímil que Wimarano haya llevado el
título de Princeps que aparece en la inscripción,
si bien, respetando la opinión de los citados
críticos, me inclino a creer que el personaje de la
leyenda no ha sido de estirpe regia, pues en numerosos documentos
consta que este nombre era símbolo de dignidad y
autoridad, y lo llevaban obispos y abades, y los tenientes o
gobernadores de los territorios de Asturias, en la Edad Media (1
).

(1) Dice Du Cange: «Princeps, Rex,
Imperator» así llamado en el Código de los
visigodos, lib. V, tomo VII. También puede significar
dignidad. E Princeps dignitas ut videtur fuit Hispanos, Divisio
Oxomonensis et Aucensis episcopatum anno 1088 sub Adefonso
imperatore quae exstat post Concilium Bracarense I ab episcopis
et Abbatibus deinde a Comitibus demum a Principibus hoc modo: Ego
Martinus comes confirmo, Ego Albarus Diaz Princeps confirmo>.
En una escritura del monasterio de San Vicente de Oviedo de 1175
confirman: «Fredenandus Ruderici principe in Asturiis,
Fredenando Velaz Principe in Pravia Tenegio es Candamo.
»

      Acepta el P. Fita
con ligeras variantes los suplementos propuestos por Hübner;
más aún al suponer que el asilo de viejos marinos
pudiera haber estado en la célebre fortaleza de
Gauzón, levantada sobre el mar, antes que la iglesia y el
castillo fueran restaurados por Alfonso III, cambia el texto del
postrer exámetro leyendo: «Aula tenet homines
inmenso [próxima coelo]». Es probable que con
anterioridad al siglo IX, en que fueron levantados estos
propugnáculos para defender la ría de Avilés
de las piraterías de los normandos, existiera en aquella
colina, dada su estratégica posición, un castro
romano, ajuzgar por el hallazgo de monedas, tejas y
cerámica de aquella época, entre sus escombros, mas
no es admisible la suposición de que dentro de su recinto
hubiera un templo anterior al erigido por el rey Magno
(2).

(2) El Sr. Fita ignora donde estaba el castillo de
Gauzón al preguntar si estaría en Santiago del
Monte. Su situación está perfectamente fijada desde
fines del siglo XVIII por el canónigo González
Posada, probando con irrebatibles datos en erudita
disertación, que coronaba la colina de Raíces,
según consta en varios documentos de la Edad Media citados
por mí en el «Viaje histórico y
arqueológico de Avilés a Cudillero>, publicado
en la Revista de Asturias.

      Pudiera creerse que la
letra V era la inicial de los nombres de Wamba y Witiza, bajo
cuyo imperio ya estaba sometida Asturias a los visigodos; pero
hay que advertir que su dominación fue sólo
nominal, no habiendo penetrado aquí su civilización
hasta la invasión de los árabes. Antes de ese
suceso histórico no se erigieron en este país
construccio nes monumentales, que si así fuera
conservaríanse sus inscripciones conmemorativas en las
basílicas de la época de la monarquía.
Cuando en los muros de los viejos monumentos se encuentran
englobados en la masa de la fábrica restos
epigráficos y decorativos, empleados como materiales de
construcción, es indudable que no lejos de allí
existían las ruinas de un edificio más antiguo que
sirvió de cantera para levantar el moderno.

Inscripción y lápidas sepulcrales de la
Cripta de la Cámara Santa.

      El hallazgo de la
lápida, hecha pedazos por el martillo del mampostero,
muestra claramente que en las inmediaciones de la Cámara
Santa estaba el asilo de navegantes, derribado probablenmente
cuando se comenzó la reedificación de la
basílica y sus dependencias del siglo XIII en adelante.
Sólo se traían de lejanos países y en escaso
número, por la dificultad de los arrastres, restos de
subido valor artístico, como la tapa del sepulcro de
Itacio que cobijaba las cenizas de un rey, pequeños fustes
y capiteles marmóreos para exornar los ábsides de
las basílicas; pero es absurdo suponer que viniera esta
lápida de una localidad marítima como Gigia para
ocultar sus fragmentos en el macizo de un muro.

      Al mediar el siglo
IX la exaltación religiosa de los mozárabes cor
dobeses excitó la intolerancia de los musulmanes, y esa
terrible lucha produjo numerosos mártires, entre los que
se contaban el gran escritor e ilustre Arzobispo electo de Toledo
Eulogio y la virgen Leocricia. Cuando Alfonso III hizo la paz con
el Emir Mohamad en 883, pidió que le permitiera la
traslación de los cuerpos de estos santos a Oviedo, adonde
fueron llevados por el monje Dulcidlo en 9 de enero del siguiente
año y guardadas tan preciosas reliquias en la capilla de
Santa Leocadia. Allí estuvieron expuestas a la
adoración de los fieles hasta el año de 1340, bajo
el reinado de Alfonso Onceno, en que, con motivo de las obras
realizadas en aquella parte de la catedral, se llevaron a la
Cámara alta, donde yacen en argéntea caja ofrendada
por el obispo D. Fernando Álvarez. Al viejo claustro
románico de sombrías galerías cubiertas de
techumbre de madera, sustituye el bellísimo de
arquitectura gótica que hoy se contempla, y al extenderse
por aquel lado confundió su muro con el de la
Cámara Santa, quedando convertida la cripta de Santa
Leocadia en una dependencia de aquél, por donde tiene
actualmente su ingreso.

      En la Memoria
elevada a la Real Academia de la Historia por la Comisión
de Monumentos, se dan interesantes noticias de las tumbas
existentes en esta capilla, no reconocidas hasta ahora. Entre la
mesa del altar y la pared del testero, bajo la ventana, se
levanta un sarcófago de mármol blanco de dos metros
de largo, 55 centímetros de ancho y 41 de alto, en donde,
según la tradición, yacían los restos de los
Santos Eulogio y Leocricia, cubriéndole una tapa de losas
desnudas de adornos y de leyenda. El material marmóreo, no
empleado jamás en los sarcófagos asturianos de
aquel tiempo, como puede verse en el único que queda del
panteón real de la capilla del Rey Casto, de tosca y mal
labrada piedra, pudiera hacer creer que la urna vino de fuera,
siendo acaso la misma en que los mozárabes de
Córdoba sepultaron los cuerpos de aquellos
mártires. La tumba estaba vacía, conteniendo tan
sólo una pequeña y deteriorada imagen, en cuya
vestidura se veían huellas de la estofa dorada,
señal de que no debía ser muy antigua. Abiertas en
la roca muéstranse tres sepulturas, una sin restos humanos
y en las otras había dos esqueletos, que según los
médicos pertenecían a individuos muertos a la edad
de sesenta a sesenta y cinco años. No son cuerpos santos,
pues con la exhumación y el trans porte del interior de
España a Oviedo, aparecerían los huesos revueltos y
confundidos dentro de las cajas de madera. Esos personajes no
vivieron en los tiempos de la monarquía, porque entonces
no se enterraban ni reyes ni obispos dentro de los templos, sino
en los narthex, vestíbulos y pórticos de las
basílicas y en los cementerios que las circundan, hasta
que pasado el mlilenario comenzaron a hacerse las inhumaciones a
los pies de los altares. Los que allí yacían,
serían probablemente canónigos de la catedral que
tenían sus enterramientos en el claustro del cual
dependía esta cripta, según dicen las numerosas
inscripciones incrustadas en los muros.

      Llaman la
atención por su riqueza decorativa las dos tapas de estos
sepulcros, cuyos relieves y molduras tienen un carácter
artístico y una ejecución algo diferente de la que
ofrecen los monumentos as turianos contemporáneos,
reflejándose en ellas el arte mozárabe, por lo cual
me inclino a creer que estas piedras han venido de
Córdoba, en donde debieron cubrir los sepulcros de los
santos mártires traídos por Dulcidio. La más
grande y mejor exornada es más ancha por la cabeza que por
los pies, plana, y está orillada de una ancha faja limi
tada por un bocel en el borde y por un funículo en la
parte interior, entre los que se desarrolla graciosamente un
tallo de vid, serpeante, y entre sus ondulaciones se albergan,
alternaudo, hojas y racimos, ofreciendo éstos la
particularidad de que son imitados del natural, no encerrados en
un estuche, como aparecen en el antepecho del altar de Santa
Cristina de Lena y en el friso latino-bizantino de San Francisco
en Avilés.

      El espacio entre las
franjas está dividido en dos zonas, llenando la superior
una palma, de cuyas raíces sube un tallo coronado de tres
hermosas palmetas, bajo las cuales campea un ave monstruosa con
dos cabezas, de pájaro la izquierda y de caballo, al
parecer, la opuesta, pendiendo del pico y de la boca toscas
guirnaldas. Sobre las raíces de la palmera y a los lados
del tronco se ven un perro persiguiendo a una liebre o conejo, y
una figura que no se puede apreciar su forma. Llena la zona
inferior dos cenefas separadas por un funículo, compuestas
de tallos serpeantes y flores treboladas. Cuando se hizo la
restauración del claustro, uno de los artistas que
ejecutó los ventanales y las iconísticas repisas de
la crucería se entretuvo en relabrar mucha parte de los
adornos de estas losas, transformando el cuerpo del ave en una
media luna, exornada de arcos conopiales, círculos y
cuadrifolias, y las hojas de vid en rizadas cardinas. La otra
tapa es más sencilla, pero no menos interesante, formando
su ornamentación dos fajas paralelas separadas por
filetes, y entre ellas se desarrollan, como en la anterior,
tallos serpeantes con extrañas flores, que parecen
acuáticas, en las que se ve también la mano de un
artista de la época ojival que quiso modernizar la tosca
talla del siglo IX.

Cámara de las reliquias.  La
escalinata por donde se ascendía al santuario, que el
peregrino subía de rodillas, estaba fuera de la primitiva
basílica del Salvador, en el cementerio; mas al extenderse
el brazo meridional del crucero de la catedral Gótica por
aquella parte, quedó dentro, hasta que en el año de
1722 se hizo la actual subida por el exterior del templo. Precede
a la Cámara un espacioso vestíbulo construido en el
siglo XV, que tiene una ventana que da a la basílica,
desde donde los obispos muestran en aras solemnes el Santo
Sudario. Una bella puerta de lujosa vestidura ojival da acceso,
después de descender cinco escalones, al venerable
habitáculo, donde se guardan, once siglos hace, las santas
reliquias, ante las cuales se han postrado tantas generaciones.
Desgraciadamente no se puede contemplar este monumento tal cual
estaba en la novena centuria. El conquistador de Toledo hizo un
viaje santo en 1075, cuya visita fue señalada con
cuantiosas donaciones a la Iglesia ovetense, y al ver aquel
ilustre Monarca la pobreza y desnudez de la nave, quiso decorarla
con la fastuosa exornación del arte Románico
introducido por aquellos días en Castilla por los monjes
de Cluny. 

      No se reproduce en
esta Cámara la planta de la cripta, sin arcos ni resaltos,
sino que está dividida en nave y ábside,
éste más estrecho, imitando la traza de las
iglesias de aquel tiempo. Cubría antes la nave un techo de
madera a dos aguas, pero en la citada restauración del
siglo XI se hizo la bóveda de medio cañón
con enormes arcos torales sostenidos por columnas, a cuyos fustes
se adosan las estatuas pareadas de los doce Apóstoles, que
sirven de contrafuertes para resistir el peso y el empuje de la
bóveda que sobre ellos gravita. La circunstancia de estar
confundidas las paredes laterales con las del claustro y de la
catedral, imposibilita averiguar si existen estribos por la parte
exterior, pues si asi fuera, podría creerse que eran para
contrarrestar la bóveda, aunque más bien
servía para robustecer los elevados muros de cerramiento.
La nave tiene 11,50 metros de largo por 1,40 de anchura, y el
ábside es más estrecho y bajo que aquélla,
elevándose la altura de un paso sobre el nivel del
pavimento, cerrado antes con férrea reja y hoy con una
valla de madera. El arco triunfal recuerda por su forma los de
los ábsides de las iglesias del tiempo del Rey Casto, y
asi eran los que se alzaban en la basílica del
Salvador.

      Está
sostenido por dos fustes de buenos mármoles sin basas, o
si las tenían no son visibles por la elevación del
suelo. El tipo de los capiteles es marcadamente clásico y
de una ejecución esmerada, lo que hace suponer que han
sido traídos del interior de España cuando la
invasión de los árabes. Agrúpanse,
envolviendo el tambor, doble fila de hojas bien perfiladas y de
acentuado relieve, curvándose con gracia, y haciendo de
volutas las de los ángulos que se arrollan bajo el
moldurado abaco de poco vuelo, campeando en los frentes rosas
unidas por delicado contarlo. Contrasta la finura del capitel con
la tosquedad de la imposta que lo corona, de la que arranca el
arco de medio punto, liso y desnudo de
exornación.

      El ábside
está cubierto de bóveda de medio punto que descansa
sobre el muro con la interposición de una imposta no
visible en parte por la estantería de madera, donde se
guardan los relicarios y las cruces. Sufren la presión de
esta bóveda cuatro estribos a cada lado, ocultos los del
frente meridional, y dos en el muro del testero, y cuando la
restauración del siglo XI, para aumentar la resistencia,
se voltearon entre ellos, bajo la cornisa, pequeños arcos
que recuerdan las bandas lombardas o los de la Catedral de
Santiago, ofreciendo la particularidad de que afectan la forma de
ojiva, sin duda por la debilidad del estribo de la esquina sobre
el que se acumula el empuje de los tres arquitos. Nada queda de
la primitiva cornisa, a la que substituyó la
bellísima de estilo Románico, de la que se ve un
trozo del imafronte decorando la portada barroca de la catedral
pegada a la vieja torre. Aquella magnífica fachada, en
donde, como en la nave, se habían agotado los primores de
la arquitectura borgoñona, fue en parte destruida en el
siglo XIV, y totalmente a principios del XVIII, cuando se
levantó sobre el claustro el feísimo cuerpo que
agobia con su pesada mole los elegantes ventanales y la delicada
crucería que lo sostiene.

        El
único vano que presta luz a la Cámara es muy
parecido al de la cripta, formando por la parte exterior una
ventana cuadrada desnuda de exornación, descargado el
dintel por un arco de ladrillo, cerrada como la inferior de una
espesa reja de hierro, y decorada interiormente con un arco
sostenido por columnas de buenos mármoles, que como las
del arco triunfal arrancan del suelo. Son bellos los capiteles,
con una sola fila de hojas de esmerada factura que cubren el
tambor, y de entre ellas brotan los caulícalos, cuyas
volutas se arrollan y se juntan en el centro y en los
ángulos bajo el abaco aplanado del que se destacan pomas o
discos. Estos capiteles, como los del ingreso del santuario,
proceden también de monumentos visigodos, destruidos por
los árabes o venidos de alguna ciudad marítima
francesa. En el muro interior del imafronte y a gran altura
aparecen incrustadas las cabezas de Jesús, la Virgen y San
Juan, de relevada escultura, semejantes en dibujo y
ejecución a las que se ven en la capilla del Rey Casto,
que formaron parte de una vasta composición
pictórica, que en aquella iglesia se exhibía sobre
el arco toral que separaba la nave central del
crucero.

      Las investigaciones
arqueológicas hechas por la Comisión de Monumentos
en la cripta alcanzaron también a la Cámara,
descubriendo al levantar la capa de cal que ocultaba esta parte
del muro la escena del calvario, pero estaba tan deteriorada la
pintura por haber picado la pared para que se adhiriera el
cemento superpuesto, que apenas se podia formar concepto del modo
con que estaban agrupadas las figuras, y aunque en un principio
se pensó en su restauración hubo que renunciar a
tal propósito, porque más bien que
reproducción, seria una nueva composición sin el
carácter artístico de la primitiva. También
la bóveda del santuario estuvo pictóricamente
decorada, según cuenta Ambrosio de Morales en su Viaje,
que vio allí representado al Señor rodeado de los
cuatro evangelistas, de cuyo asunto no ha quedado más que
el recuerdo, lo mismo que de la pintura decorativa de los muros
laterales. El pavimento es de hormigón, como todos los de
las iglesias de Asturias de aquel tiempo, y recuerda por su
estructura, dureza y pulimento el de las construcciones romanas.
Obsérvase en este monumento, antes de su
restauración en el siglo XI, una unidad absoluta de arte y
de construcción, como que cripta y Cámara han sido
levantadas en el reinado del Rey Casto, en corto espacio de
tiempo y por la traza de un solo arquitecto.

DEPENDENCIAS DE LA
CATEDRAL

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Baptisterio. Las catedrales hispano-romanas y
visigodas, si- guiendo el ejemplo de las basílicas
constantinianas, tenían delante de sus fachadas,
baptisterios, pequeños templos de planta cuadrada,
circular o cruciforme, dedicados al Precursor del Mesías,
en donde estaba la pila del bautismo. No nos quedan de ellas
más que vagas referencias de Paulo Diácono, y otros
autores de aquella edad, si bien algunos arqueólogos
suponen que San Miguel de Tarrasa, en Cataluña, por la
disposición del trazado semejante al de esas iglesias, era
el baptisterio de la Sede Egarense.

      En el siglo VII,
poco antes de la venida de los visigodos a Asturias, cayó
en desuso el bautismo por inmersión, haciéndose por
aspersión, para lo cual no eran necesarias grandes
piscinas, susti- tuyéndo las cubetas o labros de antiguas
termas, situados en los atrios o pórticos exteriores o
albergándose dentro de los templos en las naves laterales
al lado de los ingresos.

    Obedeciendo a esta nueva
costumbre, no se levantó en la basílica ovetense un
edificio especial destinado a este uso, pues si así fuera
tendría un altar bajo la advocación del Bautista,
que sería citado por Alfonso el Casto en su
donación de 812, por los primeros historiadores y
especialmente por el obispo D. Pelayo. La iglesia del Salvador,
como la mayor parte de las catedrales construidas o restauradas
en aquel tiempo, tenia delante de una de sus fachadas una
pequeña plaza (platea) rectangular, limitada por un muro
de altura de apoyo, llamada Paradisium, en medio de la cual se
alzaba la fuente del baptisterio albergada en un templete
sostenido por columnas.

      El culto que se
rendía al Precursor era tan ferviente, que además
de tener altares en los ábsides de las iglesias catedrales
del tiempo de la monarquía asturiana, se le dedicaban
pequeños templos aislados e independientes, situados en el
cementerio que rodeaba la basílica, cerca de los ingresos
de los cruceros. Entre los monumentos religiosos construidos por
Alfonso el Casto, cita el obispo D. Pelayo en una de sus
interpolaciones en la Crónica de Sebastián de
Salamanca, la iglesia de San Juan Bautista en el lado
septentrional, próxima a la basílica de Santa
María.

     En el templo compostelano,
levantado por Alfonso II y reedificado en más vastas
proporciones por el rey Magno, no debió existir fuente
bautismal, porque sólo las tenían las iglesias
episcopales, y todavía no se habla hecho la
traslación de la Sede Iriense; por consiguiente, la
pequeña capilla dedicada al Bautista, situada junto al
brazo meridional, citada en antiguos documentos, no puede
considerarse como baptisterio, haciéndose posteriormente
las abluciones en la hermosa fuente descrita por Aymericus,
semejante a la ovetense, aunque superior en belleza
artística.

        La
disposición del baptisterio en la catedral de León
era diferente de la de los demás templos episcopales. Los
reyes de Asturias, como los monarcas francos de la época
Merovingia, que moraban en las termas romanas de París,
fijaron su residencia en las de la Colonia Séptima Gemina,
cedidas por Ordoño I al obispo Legionense para iglesia
catedral, dedicando tres grandes salas a albergar los altares: en
la mayor, frigidarium, el de la Virgen María, y en las de
los lados los del Salvador y de San Juan Bautista, donde
probablemente estaría la pila bautismal. Después de
la destrucción de la ciudad por Almanzor, tardó,
como he dicho, en restablecerse el culto en la vieja catedral
hasta el año de 1073, en que fueron restaurados los
altares por el obispo D, Pelayo, trasladándose, dice este
prelado, el lugar del baptisterio a la sala donde estaba el
refectorio.

Claustro. En el lado meridional del atrio o
cementerio estaban las numerosas dependencias de la basilica,
entre las cuales se alzaban las habitaciones de los
presbíteros afectos al servicio de los altares del
Salvador, que como los monjes, hacían vida común
bajo la regla Benedictina. Estos clérigos tenían un
jefe, el abad, que no ejercía el cargo por
elección, sino como delegado del obispo, que era una
autoridad absoluta en la catedral. No existen referencias a la
claustra del siglo IX, que debió ser pequeña y
mezquina, habiendo sufrido reparaciones en tiempo de Alfonso VI
cuando se construyó la antigua torre y se vistió la
Cámara Santa con las galas del Románico, de la que
sólo quedan escasos fragmentos de viejas tumbas y algunas
inscripciones sepulcrales como la del obispo e historiador D.
Pelayo, incrustadas en los muros del magnífico claustro
gótico levantado en la décimatercia centuria. El
Sr. Cabeda, en su Historia de Oviedo, duda de la existencia del
claustro en los días de la monarquía, en la
suposición de que los clérigos de la Sede no
vivían en comunidad, cuando se sabe positivamente que las
catedrales más próximas a la ovetense los
tenían como el de la Iglesia compostelana, citado por el
cronista Argaiz (1)

(1) Alfonso el Casto rodeó la iglesia de
Santiago de construcciones religiosas, entre ellas un claustro
con dependencias para que vivieran los monjes bajo la regla
Benedictina. (Soledad Laureada, tomo III, pág. 333.) Una
escritura otorgada por Alfonso VI relata las obras que aquel
monarca hizo en Santiago.

Torre. Precisamente en la época de Alfonso
II, cuando se construyó la basílica del Salvador,
comenzaron a elevarse en Italia y en Francia torres para albergar
los signos o campanas que llamaban a los  fieles a los
oficios divinos. Aparecen primero en Rávena, Roma  y
Verona; unas de planta circular, como las de los recintos
murados, y otras cuadradas con pisos de arquerías que
recuerdan las construidas más tarde durante el
período Románico. Suponen algunos
arqueólogos que ya existían en España en la
época visigoda, apoyándose en los textos de los
historiadores de aquellos tiempos, como Paulo Diácono y
posteriormente en los de Elogios de Córdoba (1). Esas
torres, según el sentido que a esta palabra daban los
romanos, eran los cuerpos más elevados de los edificios
monumentales y de los palacios de los reyes (regumque turres)
como el célebre Septizonium del Palatino. Las
basílicas visigodas, como sus sucesoras las de Asturias,
imitando las constantinianas, solían tener el crucero
más elevado que la nave central y ésta dominando
las laterales, afectando el conjunto una forma piramidal,
terminadas sus fachadas en agudos piñones, coronados de
cruces de brazos iguales como la de los Ángeles; esas eran
las torres, los arcos, los pináculos a que se refieren
dichos historiadores.

(1) Dice Paulo Diácono en la vida de Fidel,
que en la basílica de Santa Eulalia: «in ipso
sacratísimo templo celsa fastigia sublimi produxit iu
arce». (Vida de los Padres emeritenses.) San Eulogio en su
apologético núm. 8, refiriéndose a la
intolerancia de los árabes, dice: «Basilicarum
turres everteret, templorum arces derueret, et excelsa
pinaculorum prosterneret et quae signorum gestamina erat ad
conventum canonicorum quotidie Cliristicolis innuendum». El
Sr. Tubino, en sus «Estudios sobre el Arte en
España», refiriéndose a la arquitectura
visigoda, dice que el Obispo Fidel levantó en Santa
Eulalia de Mérida, unido al edificio antiguo, «altos
y bien dispuestos campanarios», traducción
errónea del texto de Paulo Diácono.

      Los signos o campanas que
había en aquellos templos eran de pequeñas
dimensiones, como la que el abad Sansón donó a la
basílica de San Sebastián en la sierra de
Córdoba, hoy custodiada en el museo de aquella ciudad, y
no se necesitaban elevadas construcciones para albergarlas (2).
Las iglesias francesas de la época Merovingia
solían tener sobre el crucero unos campanarios de madera
terminados con flechas, citados con frecuencia por los
historiadores de aquel país.

(2) En los testamentos más antiguos del siglo
VIII, hechos por Alfonso I al monasterio de Covadonga y de
Adelgastro, hijo de Silo, al de Obona, donan cada uno duas
campanas de ferro. Las de los templos antiguos de Francia
desaparecieron cuando la Revolución. La de Moissac,
refundida en 1845, dice Viollet-le-Duc era del 1270.
Supérale en antigüedad la célebre Wamba, hoy
existente en la torre gótica de la Catedral, que lleva la
fecha de 1219. Aún se ve en la torre vieja, en el centro
de la bóveda, el hueco por donde la elevaron, cuya forma
oval acusa su antigua procedencia.

       El poeta
Fortunato cantó en verso la belleza de la basílica
catedral de Nantes que el obispo Félix había
construido en el año de 570, y dice que sobre los muros
del crucero se elevaba una torre cuadrada de varios pisos que se
iba estrechando y haciéndose redonda rematando en
punta.  Alarico II, rey visigodo, quejándose un
día de que la torre de San Félix de Narbona le
impedia la vista de su palacio, uno de sus ministros se
apresuró a demoler un piso del campanil. Un dibujo antiguo
de la iglesia de Saint Riquier, construida en 799, le pinta con
dos cruceros y sobre ellos dos torres con campanarios redondos de
tres cuerpos de madera, a los que llamaban Machina. Pudiera
creerse que los visigodos dominadores del Mediodía de
Francia, en cuyas iglesias se alzaban esas extrañas
torres, las hubieran reproducido en las iglesias
españolas, lo que no es probable, porque en los edificios
civiles y religiosos que entonces se hacian allende el Pirineo,
el material de construcción preferido era la piedra, como
en tiempo de los romanos, mientras que los francos empleaban la
madera, abundante en aquel país, y de ahí la
terminación de los cruceros con torres y chapiteles, que
si no tenían carácter artístico no dejaban
de ofrecer un aspecto pintoresco (1).

(1) El uso de materiales tan diferentes dio distinto
aspecto a los monumentos religiosos de uno y otro país, lo
que llamó la atención de los historiadores francos.
En la vida de St. Ouen, obispo de Rúan, hacia la mitad del
siglo VIII, se lee lo siguiente: «illo vero basílica
in qua sancta ejus mcmbra quiescunt muvnm opus quadris lapidibus
gothica manu a primo Clotario Fraucorum rege olim noviliter
constructa fuit». Este mismo hecho cita Batissier referente
a las actas de St. Ouen: «miro fertur opere constructa ab
articibus gothis>.

       Aunque no
sabemos fijamente el sitio que ocupaban los signos en las
iglesias visigodas, es de suponer que tendrían el mismo
que en las asturianas, sus sucesoras, en espadañas de uno,
dos y hasta tres vanos elevados sobre los piñones de las
fachadas como en las basílicas de Santullano y San
Salvador de Valdediós, y si el templo tenía
vestíbulo o narthex y coro alto, se alzaban sobre el muro
interior, que parecían surgir del tejado, como en
Santianes de Pravia y Santa María del Naranco. La iglesia
del Salvador tenía seguramente una espadaña, cuyos
vanos, a juzgar por las que nos quedan de aquel tiempo, estaban
cerrados de arcos de medio punto, descansando sus arranques sobre
impostillas, terminada en agudo frontón que remataba con
el símbolo de la Redención. La espadaña se
perpetuó en las iglesias asturiauas, especialmente en las
rurales, donde apenas se ven torres, dado lo costoso de su
construcción.

      Un arqueólogo
moderno ha emitido la idea de que las torres han sido
traídas a nuestros templos por los monjes cordobeses,
venidos a Asturias en el siglo IX, que las harían en sus
monasterios imitando los alminares de las mezquitas; lo que es un
error, pues el de la aljama de Córdoba, que fue la primera
que lo tuvo, se construyó en los comienzos de la siguiente
centuria, por Abderramán III.

      Los monjes de Cluny,
que tantas innovaciones introdujeron en nues tro país,
desterraron de los templos monumentales las humildes
espadañas, substituyéndoles con elevadas torres
situadas a uno y otro lado del imafronte o sobre los cuatro arcos
del crucero, y cuando la basílica era antigua,
alzábase inmediata a una de las naves laterales. Esto
sucedió en la del Salvador, tanto por cumplir las
prescripciones de la nueva arquitectura importada por aquellos
monjes, como por la necesidad que había de albergar las
campanas, que adquirieron proporciones mayores, en edificios
cubiertos, y de sólidos y resistentes muros.

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      Entonces se
levantó la vieja torre de la catedral, hermosa muestra del
arte Románico, severa y desnuda en su zona inferior, que
recuerda las obras militares de que el Rey Casto circuyó
la iglesia del Salvador para preservarla de las depredaciones de
los árabes, y de las que acaso formaría parte;
graciosa y elegante en las arquerías del último
cuerpo, con sus arcos de herradura sostenidos por columnas
coronadas de abultados capiteles, sus robustos contrafuertes que
sufren el empuje de su bóveda, y su cornisamento exornado
de graciosos canecillos.

Monumentos de
Avilés

CONSTRUCCIONES
RELIGIOSAS

INTRODUCCIÓN

      Las iglesias
de Avilés llevan el sello del estilo Románico, la
manifestación más religiosa de la arquitectura
cristiana, y antes de estudiarlas en particular nos parece
conveniente hacer una reseña histórica de la
aparición y desarrllo de este arte en Asturias, y
así se comprenderá mejor el carácter de los
monumentos que vamos a describir.

      Cuando
nuestros arqueólogos se fijan en las construcciones
románicas de este país, al querer asignar la
época de su erección, suelen remontarla al siglo XI
en que aparecen en Francia, especialmente en Borgoña, cuna
de este bello arte, nacido después del milenario, pasados
los temores del fin del mundo. Castilla, más dispuesta que
Asturias a recibir, por su mayor grado de cultura y de riqueza,
las influencias del extranjero, adoptó pronto este nuevo
estilo como se puede ver en la basílica de San Isidoro de
León, erigida al finar el reinado de Fernando I, en la que
se muestran todos los caracteres de este arte, traído por
los monjes de Cluny, por los peregrinos que visitaban nuestros
santuarios, en especial Santiago, y por los cruzados y gente de
aventura que venían á ayudarnos en nuestra lucha
con los árabes. Entonces se construyeron las grandiosas
basílicas de Sahagún y de Compostela, en las que
aparece en todo su esplendor el estilo románico, tanto por
la riqueza de la exornación como por las gigantestas
proporciones de las naves que igualaban las de las grandes
iglesias monacales de Borgoña y de la Isla de
Francia.

      Mientras en Castilla se
verificaba rápidamente este cambio en el arte de
construir, levantábanse los templos de Asturias, siguiendo
las prescripciones de aquella arquitectura que los visigodos
huidos de la dominación musulmana implantaron aquí,
y en el período de dos siglos construyeron un
número inmenso de monumentos religiosos, de los que si
desgraciadamente quedan pocos, conservamos por fortuna los
más notables. En las iglesias levantadas en el primer
tercio de la undécima centuria vense empleados
todavía los elementos de la arquitectura visigoda, como en
San Salvador de Fuentes de Villaviciosa, y hubiera continuado
imperando este estilo por largo tiempo a no mediar un hecho
importante: el viaje santo que Alfonso VI hizo a Oviedo en 1075
con el fin de adorar las reliquias guardadas en la Cámara
Santa.

      Había sido
levantada esta venerable capilla por Alfonso II el Casto en los
comienzos del siglo IX, y como casi todos los monumentos de
aquella edad era de pobre construcción y desnuda de
ornatos; pero el futuro conquistador de Toledo quiso decorarla
con toda la riqueza que el nuevo arte podía prestar, y en
efecto, nada más espléndido y suntuoso que el
interior de la pequeña nave, con las pilastras que
sostienen la bóveda, donde se ven adosadas a las columnas
y a manera de cariátides las estatuas de los doce
apóstoles bellamente esculpidas, abultados capiteles
cubiertos de exuberante sobre los que cargan los arcos torales
formados de gruesos toros en los que campean también
ornatos vegetales tomados de plantas exóticas, cualidad
característica de este estilo (1).

(1) Cuando en el siglo XVIII se
alzó un piso sobre el claustro de la catedral,
quedó oculta la fachada dé la Cámara Santa
que debió estar ricamente decorada. Sin duda pertenece a
ella un magnifico trozo de friso románico que corona la
portada greco-romana de la catedral que se abre entre el claustro
y la torre vieja y que contrasta ciertamente con las churrigue
rescas y barrocas hojarascas que le rodean.

   Y mientras la
Cámara Santa se vestía interiormente con las ricas
galas del románico, alzábase al exterior una
cuadrada y maciza torre, severa en su parte inferior, coronados
sus cuatro frentes de graciosas archivoltas en las que se ve
impreso el sello del nuevo artesano. Sin embargo estos monumentos
no ejercieron ,al principio, gran influencia sobre las
construcciones del país, ya por la tendencia que ha habido
aquí siempre al no aceptar las innovaciones que
venían de fuera, efecto del espíritu rutinario de
sus habitantes, ya porque la vieja arquitectura estaba unida al
pasado de la monarquía, o bien porque las nuevas
construcciones exigían costosos y sólidos
materiales, una ornamentación rica y dispendiosa de
difícil ejecución por entrar en ella como principal
elemento la escultura de la forma humana, monstruos y quimeras,
asuntos prestados por la fauna y por la flora, tallados con
acentuado relieve que contrastaba con la pobreza y desnudez que
en general se ve en los monumentos aquí erigidos en los
siglos IX y X.

     La falta de
datos precisos nos impide fijar la época en que el nuevo
estilo empezó a extenderse; pero casi se puede afirmar que
debió ser en los comien zos del reinado de Alfonso el
Emperador, sin que haya mediado en el cambio el período de
Transición que se observa en la transformación de
toda arquitectura durante la Edad Media, en el cual los elementos
del arte naciente se confunden con los del que espira, hecho que
no se encuentra en ningún monumento de aquel tiempo
aquí erigido, cuyos caracteres son esencialmente
románicos, en lo que a los ornatos se refiere. Un suceso
acaecido en Asturias a fines del siglo XI y principios del XII
fue causa de que la nueva arquitectura se extendiese
rápidamente por el país. Los monasterios que hasta
esa época eran generalmente dúplices y de propiedad
particular carecían de carácter monumental; se
componían de unas cuantas celias estrechas y mezquinas,
agrupadas alrededor de una pobre capilla, donde monjes y monjas
se reunían para orar en común. La vida que se
hacía en estos conventos no debía ser muy
edificante viviendo juntos hombres y mujeres, y a eso se
debió su supresión, llevada justamente a cabo por
el Papa Pascual (2).

(2) Decía este Pontífice
al Arzobispo compostelano D. Diego Gelmírez, en 1103,
sobre estos monasterios dúplices: «Illud omnino
incongruum est quod per regionem vestram monachos, cum santis
monialibus habitare audimus, ad quod resecandum inmineat est qui
praesencia cum simul sunt divisis longe habitacuiis
separentur». Sandoval. Cinco Obispos.

       La reforma que
sufrieron entonces las Asociaciones religiosas en Asturias dio
por resultado la desaparición de los antiguos conventos, y
en su lugar se crearon otros poco numerosos, debidos a la piedad
de los reyes y magnates, bien dotados con los bienes de los
suprimidos y las donaciones de los fundadores, cuyas Comunidades
necesitaban para el ejercicio de la vida monástica templos
de mayores proporciones, claustros, refectorios y otras
dependencias que había que decorar con los primores de la
nueva arquitectura. De esta época datan las restauraciones
o fundaciones de San Vicente de Oviedo con su basílica de
tres naves coronadas de elevado cimborrio; la claustra de la
catedral, de la que sólo se conserva alguna tumba e
inscripciones; los monasterios de la Vega y San Pelayo;
Valdediós con su magnífico templo; Villanueva con
su notable basílica; Cornellana, que aún ostenta su
mutilada iglesia los elegantes y curvos ábsides; Belmente,
y algunos otros de los que no quedan más que la memoria o
un montón de ruinas.

   
   Desgraciadamente, esos venerables monumentos
sufrieron del siglo XVI al XVIII restauraciones que han borrado
las primitivas formas románicas, o fueron totalmente
reedificados, vistiendo sus muros la arquitectura greco-romana en
su manifestación menos estética: el barroquismo.
Los templos de estos monasterios, aunque no grandes, superaban en
proporciones a las humildes construcciones religiosas del
país. Los habitantes de Asturias vivían, como hemos
dicho, diseminados por el campo en pobres y pequeñas
aldeas, sin que existieran localidades importantes, villas y
ciudades populosas, en las cuales, la cultura, la riqueza y el
espíritu de asociación y la excitación del
sentimiento religioso, producían magníficos
monumentos arquitectónicos como se ve en las poblaciones
de Castilla, que en la misma época se cubrían de
grandiosas basílicas románicas. Las iglesias
rurales siguieron bien pronto el ejemplo de las monacales, y
desde mediados del siglo XII empiezan a vestirse sus fachaditas
con las galas del nuevo arte, sus portadas de abocinadas
arquerías, cuajadas de caprichosos ornatos, las columnas
cilindricas de historiados capiteles, y los ábsides
exornados de anillados fustes que sostienen los aleros o
cornisas, con sus graciosos canecillos y metopas de folias y de
animales fantásticos. En los tres siglos que imperó
este estilo, del XII al XV, se restauraron la mayor parte de los
templos de la época anterior que eran pequeños y
mezquinos, y en su lugar se alzaron centenares de iglesias
románicas, de las que quedan un número grande a
pesar de las reedificaciones que a su vez sufrieron estos
monumentos en la Edad Moderna.

     A pesar de
haberse aceptado con entusiasmo la nueva manera de construir, no
se rompió en absoluto con las tradiciones del pasado. Los
templos de planta basilical con tres naves y otros tantos
ábsides de la época anterior, no fue empleada
más que en las iglesias monacales; en las demás,
por grandes que fueran sus dimensiones, se hacían de una
sola nave, cubierta de teja vana como en tiempo de la
monarquía, no usándose la bóveda más
que en los ábsides. En las basílicas asturianas de
los siglos IX y X no aparecen jamás los testeros
semicirculares, sino los de forma rectangular, preferida sin duda
porque sobre muros rectos y paralelos se podía levantar
fácilmente la bóveda más elemental y
sencilla, la de medio cañón, y en los curvos
había que hacer la de un cuarto de esfera o
cascarón de difícil ejecución en aquellos
tiempos, dado el atraso en que estaba el arte de construir. Y
tanto se arraigó aquí esta forma de cerramientos
cuadrados, que el románico fue impotente para
desterrarlos, y persistió, no solo durante el dominio de
este arte, sino en el período ojival y del renacimiento,
de modo que desde los tiempos de Pelayo hasta hoy se ve
predominar en nuestras iglesias el santuario rectangular, cuyo
ejemplo nos ofrecen las iglesias de Avilés, en las que, a
excepción de la de Sabugo, conservan la tradicional forma
cuadrada.

     Otra
particularidad se observa en los templos románicos rurales
de Asturias. Mientras que las fachadas están enriquecidas
con la ornamentación de este estilo, la nave carece de
decoración, formando desagradable contraste con los muros
lisos y desnudos, la techumbre de madera labrada, las luces altas
y escasas, que penetran no a través de artísticos
ajimeces, sino de estrechas saeteras, y solo se manifiesta esta
arquitectura en el arco toral que da entrada al santuario,
flanqueado casi siempre de pilastras, pocas veces de columnas, y
en la ventana que se abre en el muro del ábside. Se pueden
citar, sin embargo, algunas iglesias de aldea, cuyos paramentos
interiores aparecen más exornados, si cabe, que los
exteriores, como los de Amandi y Villamayor. Los miembros
arquitectónicos que entran en las construcciones
románicas asturianas son siempre los mismos, desde el
siglo XII en que aparece sin mediar, como hemos dicho, el
período de transición en que el viejo y el nuevo
arte se aunan fraternalmente, hasta su desaparición a
fines del siglo XV, cuando casi alboreaba el renacimiento. El
único elemento ajeno que logró penetrar en las
construcciones románicas, es el arco apuntado u ojivo,
introducido acaso a mediados del siglo XIII, pero no
consigió desterrar el de medio punto que coexiste con
aquel hasta la venida del arte clásico. No es, pues, de
extrañar, que apareciendo estos monumentos durante tantos
siglos con los mismos caracteres, iguales formas y
ornamentación, haya habido entre los críticos que
se ocuparon en su estudio, como los Sres. Guerra y Cuadrado, tal
divergencia de pareceres acerca de la época en que fueron
erigidos.

   Ciertamente que no se ven
aquí esas magníficas construcciones
románicas, como las de Ávila, Segovia, Salamanca y
otras ciudades monumentales de Castilla; pero no por eso las
pequeñas iglesias rurales de Asturias dejan de producir en
quien las contempla una profunda sensación
estética, debida en parte a la hermosa naturaleza del
país que se une en armónico consorcio con el arte.
Están situadas generalmente en las alturas, desde donde se
dominan espléndidos paisajes, y al lado se levantan
añosos árboles, contemporáneos de su
erección, que los cubren con su frondoso ramaje.
Rodéanlas vetustos pórticos que preservan de las
inclemencias del vendaval las archivoltas de las portadas, en
cuyos tímpanos campean relevadas esculturas que
representan los símbolos de los evangelios, y a veces se
ven adosados a los fustes, toscos iconos, magros y estirados
unos, macizos y pesados otros, pero siempre expresivos, con los
ojos cerrados como absortos en la contemplación de lo
infinito, que forman singular contraste con la vida y movimiento
de los monstruos, vestiglos y diablillos traviesos que exornan
los canecillos de los ábsides, los cornisamentos de los
ingresos y los piñones de las fachadas. Las iglesias
románicas son más numerosas aquí que en
Castilla, porque allí, como los habitantes se agrupaban en
villas y ciudades populosas, ricas y en constante progreso, hubo
necesidad de reedificarlas en mayores proporciones durante el
periodo ojival, y sobre todo, del renacimiento a nuestros
días.

    
     En Asturias vivían sus
habitantes esparcidos por el campo, asociados para sus fines
religiosos en parroquias de escaso vecindario; de modo que los
pequeños templos han sido siempre suficientes para
satisfacer las necesidades del culto, y a eso se debe su
conservación sin otra ingerencia de estilos posteriores
que la del greco-romano en las espadañas y en los retablos
de los altares, pertenecientes, casi todos, al más
bárbaro y degradado churriguerismo.

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IGLESIA ROMÁNICA DE SAN ESTEBAN
DE ARAMIL, SITUADA EN EL CONCEJO DE SIERO.

IGLESIA DE SAN
NICOLÁS.

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