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Monumentos prerromáticos y románicos asturianos, según Fortunato de Selgas. (página 6)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

     Es probable que cuando Alfonso
VI fundó la puebla de Avilés, sirviera de iglesia
parroquial una de las dos que cita el testamento del Rey Magno,
situadas en el territorio de Illés, pero más
adelante la población adquirió algún
desarrollo debido a los privilegios y franquicias que el fuero
otorgaba a sus vecinos, y entonces el pequeño templo, de
pobre construcción, como solían serlo los del
tiempo de la Monarquía, desapareció,
alzándose el que hoy vemos de mayores proporciones y
embellecido con los primores de la arquitectura Románica
que ostenta todas sus galas en las archivoltas de su
portada.

     No es de creer que ocupe
este templo el mismo sitio que el anterior, pues si así
fuera conservaría seguramente la advocación de
Santa María o San Juan Bautista que aquellas
basílicas tenían. Aunque en el transcurso de la
Edad Media las iglesias sufrieran una o más
restauraciones, ya por la necesidad de darlas dimensiones
más grandes, ya por adaptarlas á las exigencias de
los diversos géneros arquitectónicos imperantes en
tan largo período, siempre persistía el culto del
santo titular de la primitiva basílica, a no ser que la
iglesia se convirtiera en monástica, porque solía
llevar entonces el nombre del fundador de la institución
religiosa allí establecida.

     Aparecía este
templo, al principio aislado, sin las capillas y dependencias que
después se hicieron, rodeada del atrio o cementerio, y la
defendía de las olas del mar la cerca de la villa que
aún se conserva, oculta por el moderno caserío.
Como en aquellos tiempos estaban confundidas la vida religiosa y
la civil, si en la nave de San Nicolás se juntaban los
fieles para orar, bajo sus pórticos se reunían los
ciudadanos para tratar de las cosas concernientes al
pro-común según lo han por antigua costumbre
(1).

(I) Así dicen documentos de los siglos XIII y
XIV, publicados por D. Ciriaco M. Vigil en su Colección
Diplomática del Ayuntamiento de Oviedo.

     Del estudio
arqueológico del monumento no se puede deducir en
qué época fue construido, pues como hemos dicho,
los caracteres del arte románico en Asturias son siempre
los mismos durante siglos, y en ese período se
había olvidado la buena costumbre del tiempo de la
Monarquía de perpetuar en inscripciones votivas la era de
la fundación y los nombres de los obispos consagrantes,
que nos hace conocer la fecha de la erección de la mayor
parte de las basílicas de este país de la novena y
décima centuria. Aunque carecemos de datos que lo
confirmen, nos inclinamos a creer que este templo fue construido
a fines del siglo XII o principios del XIII bajo el reinado de
Alfonso IX. 

      Tenía este
monarca gran predilección por el monasterio de
Valdediós, cuya vida cenobítica había
restaurado con la orden del Císter y alzado el
magnífico templo románico hoy existente. Se dice
que en aquel retiro lloró la separación de su
esposa Teresa a que le obligó el Papa por su estrecho
parentesco. Unido poco después con Berenguela, la hija de
Alfonso VIII hizo frecuentes visitas a la villa, favorecida con
su afecto y sus donaciones. En aquellos días, corriendo el
año de 1216, el Pontífice ovetense Juan, primero de
este nombre, consagró en la iglesia de San Nicolás
al abad del Monasterio de Corias, don Juan Pérez, que lo
rigió hasta 1232. Este hecho demuestra terminantemente que
ya existía el templo, por lo menos en los comienzos del
siglo XIII, por lo que nada tiene de extraño que no
aparezcan sus archivoltas y sus vanos cerrados por arcos
góticos, pues sabido es que la ojiva na se manifiesta en
las construcciones asturianas hasta el siglo siguiente, como se
ve en las demás iglesias de Avilés, cuya
fundación no pasa de esa centuria.

     Desgraciadamente ha sufrido
tales restauraciones, que no queda de la primitiva fábrica
más que la fachada principal. La anchura de la nave y la
carencia de contrafuertes en los muros laterales revela que
debió estar cu bierto el templo de madera,
empleándose la bóveda solamente en la capilla
mayor, a la que daba ingreso un gran arco toral, perforado el
ábside de un exornado vano que alumbraba el santuario.
Llegó intacto este templo hasta mediados del siglo XVI,
sin que alteraran sus formas primitivas las capillas de Solis y
de los Alas, levantadas en el cementerio en las dos centurias
anteriores.

    Comenzó la restauración
por el ábside, como sucede casi siempre al que se dio
mayor amplitud y altura, afectando su planta la forma poligonal
para cubrirle de una bella bóveda de crucería con
claves colgantes en las intersecciones de los nervios.
También ganó la nave más elevación
como puede verse en el muro de la fachada principal donde
descansa la espadaña marcándose perfectamente las
pendientes del primitivo tejado más bajo que el
actual.

      En sustitución del
antiguo techo de madera se alzaron tres bóvedas ojivales
de igual estilo que las del ábside, sostenidas
interiormente por pilastras resaltadas, y para contrarrestar su
empuje se adosaron al exterior robustos y abultados
contrafuertes, descollando los del arco toral que fue construido
de nueva planta. El muro del lado de la Epístola fue
perforado para hacer las capillas sepulcrales, y en una de ellas,
la de Camposagrado, existe una urna del Renacimiento, poco
artística, sostenida por leones con dos tumbas donde yacen
los muy magníficos Sres. Fernando de las Alas, fallecido
en 1545 y su mujer D.ª Catalina de Quirós. Dos
grandes arcos dan ingreso a la extensa capilla del Cristo,
construida en 1729, como lo demuestra su barroca arquitectura,
con su pequeña cúpula y bóveda con adornos
de yesería, lisos y poco relevados, muy usados entonces.
La sacristía, de regulares dimensiones fue levantada a
fines del siglo XVIII a expensas del obispo de la diócesis
D. Juan de Llano Ponte.  

      Las restauraciones
no alcanzaron, felizmente, a la fachada del templo que conserva
sus primitivas formas, si bien algo deteriorada por la mala
calidad de la piedra de sillería y por las mutilaciones
que sus ornatos han sufrido cuando le añadieron el
agobiador armatoste del pórtico, derribado poco tiempo
hace. También altera la unidad artística del
conjunto el pequeño vano que corona la espadaña,
feo y mezquino, con reminiscencias del greco-romano, arte que si
bien dominó en Asturias durante tres siglos, fue mal
comprendido y peor interpretado, como lo dicen las numerosas
iglesias construidas  en tan largo período. La
fastuosa portada resalta fuertemente del muro, para que en el
ancho macizo campeen las tres archivoltas abocinadas que
embellecen tan peregrino ingreso. Las seis columnas, tres a cada
lado, que sostienen las arquerías,se  asientan en un
robusto zócalo, sobre el que descansan las basas, que por
su forma recuerdan las áticas con sus dos toros, saliendo
del inferior los característicos agrafes que llenan los
ángulos del plinto. Lisos y desnudos aparecen los
cilindricos fustes, pero son muy notables los capiteles que los
coronan, de variada composición, exornados de cabezas
humanas, leones, tallos, hojas y otros ornatos de precedencia
animal y vegetal, descollando por su belleza el que representa
Adán y Eva en el Paraíso comiendo la manzana. La
imposta que abraza estos capiteles está tallada en bisel,
y en el plano inferior se desarrollan serpeantes tallos,
alternando con graciosas folias.

    Las arquerías de las
archivoltas son de medio punto, viéndose en el es trados
del interior que cubre el ingreso, toros, filetes y escocias, y
en los otros dos, complicados  zig-zas y tondinos, que se
cruzan en ángulo recto, con relieves dentro de los
rombos.

      Terminaba la portada con
un magnífico cornisamento, del que no queda más que
un pequeño trozo en el centro, habiendo sido picado la
mayor parte para adosar al muro las maderas del pórtico.
Se compone de un saliente entablamento labrado en bisel, en el
cual se ven círculos con cuadrifolias bien ejecutadas, y
le sostienen canecillos variados, entre los que aparecen,
haciendo de metopas, leones relevados, alternando con florones de
cuatro hojas. El tablero de la cornisa está exornado de
cruces inscritas en medallones circulares y de cuadrifolias,
ornato muy prodigado en esta hermosa portada. Sobre ella se
ostenta una ventana cubierta de una archivolta de medio punto, y
termina dignamente la fachada una elevada espadaña de dos
arcos, cuyo piñón fue destruido cuando se
levantó posteriormente el pequeño vano que corona
la fachada.

      Como casi todas las
iglesias asturianas restauradas en la época moderna, no se
encuentra en la nave y capillas de este templo nada referente al
arte, pero sí a la historia. Próximo al
churrigueresco altar mayor, del lado del evangelio, se ve a
bastante altura una hornacina cubierta de arco de medio punto, y
en ella aparece una pobre arca de madera, semejante á las
que tienen las aldeanas del país para guardar sus ropas.
La larga leyenda que llena el frente del misero sarcófago,
dice que allí están guardadas las cenizas del
insigne marino Pedro Menéndez de Avilés, uno de los
más grandes que ha producido la España del siglo
XVI. Dominábale, como a todos sus hombres compatriotas, el
sentimiento religioso, llevado al más exaltado fanatismo,
y su ideal era la expansión del catolicismo por el mundo,
especialmente por la parte de América por él
conquistada, pero no con las armas del misionero, con la
persuasión y el catequismo, sino con la espada que
hacía rodar las cabezas de los indios que se
resistían a recibir las aguas del Bautismo, o de los
herejes que iban a las lejanas playas de la Florida en busca de
libertad religiosa. Ningún marino de su tiempo le
igualó en el conocimiento de las cosas del mar, y si la
muerte no lo impidiera, la Armada Invencible por él
mandada se hubiera salvado del naufragio, ya que no realizado el
desembarco en Inglaterra.

      Es sensible que
Avilés, villa culta y rica y en creciente progreso, tenga
en el abandono y el olvido las cenizas de su ilustre hijo, que
llevado del cariño a su pueblo natal, quiso que
descansaran sus restos en la iglesia donde fue bautizado. Los
grandes marinos españoles del Renacimiento,
Sebastián Elcano, Álvaro de Bazán y Oquendo,
están reproducidos en bronce en Guetaria, Madrid y San
Sebastián. Avilés debe imitar su ejemplo,
erigiéndole una estatua para que se perpetúe su
memoria, levantando al par en este templo un monumento sepulcral
que guarde dignamente sus mortales despojos.

      Al lado de la tumba
del gran marino yace una hija del Adelantado de la Florida D.
Pedro de Góngora, Marqués de Almodóvar y
Conde de Canalejas, fallecida en Londres, donde su padre
representaba  a  España en 1779,  a los
siete años de edad. Era este diplomático escritor
eminente, que contribuyó al renacimiento literario de
nuestro país en la segunda mitad del siglo
XVIII.

    Con la firma de El castellano de
Avilés, escribió desde Berlín una hermosa
carta en la que describe magistralmente una fiesta palatina en la
Corte de Federico II ,inserta en la colección epistolar de
la Biblioteca de Autores Españoles.

IGLESIA DE SAN FRANCISCO DE
AVILÉS.

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   La Orden monástica de San Francisco
fue traida a Asturias por un compañero del Seráfico
fundador: Fr. Pedro Compater, que levantó en Oviedo el
convento de este nombre, en cuya gótica iglesia de bellos
ábsides, bárbaramente destruida en estos
días, yacían las cenizas de aquel venerable siervo
de Dios, y las de muchos asturianos ilustres del apellido de
Valdés. Extendióse por el país la
religión franciscana, siendo el monasterio de
Avilés el más importante después del de la
capital. Remonta su origen al reinado de Enrique II, según
dicen antiguos documentos anteriores al año de 1380 en que
se supone haber sido fundado. Carballo se inclina a creer que en
este lugar estaba situado el monasterio Abelaniense, otros el de
Samos, y no falta quien atribuya a los templarios su
erección, a los que el vulgo suele asignar el origen de
numerosas fundaciones religiosas. Ya hemos demostrado en otra
parte lo absurdo y erróneo de estas opiniones, y no
insistiremos en combatirlas.

      Es muy probable, sin
embargo, que tuviera aquí su asiento la Basílica de
San Juan o de Santa María, pertenecientes a la villa de
Illés o Abellices, citadas en la donación de
Alfonso III del 905, porque en unas excavaciones practicadas no
hace mucho tiempo en la actual iglesia se encontró un
fragmento decorativo que manifiesta el Arte de la época de
la Monarquía. Según cuenta, el maestro Gil
 González  Dávila, fueron protectores de
esta santa casa Juan Alonso de Oviedo y su mujer Aldonza
González, contribuyendo con cuantiosos recursos a la
construcción del templo, que más adelante, en 1522,
sufrió grandes desperfectos, causados por el terremoto que
destruyó muchos edificios del Principado (1).

 (1)Carballo reproduce en su historia de
Asturias el siguiente extraño suceso acaecido en esta
iglesia, como sus hermanas la de San Nicolás y Sabugo, ha
sido víctima de las restauraciones que se hicieron del
siglo XVII a nuestros días, que han alterado sus
primitivas formas románicas.

      Es de una sola nave,
y a uno y otro lado del presbiterio hay dos espaciosas capillas,
separadas por arcos semicirculares, que por su diafanidad tienen
más bien el aspecto de brazos de crucero o de naves
laterales. Un arco toral apuntado con el dovelaje desnudo de
molduras, da ingreso a la capilla mayor, de planta rectangular,
alumbrada por una gran fenestra, dividida por un parteluz, sin
más ornatos que la ojiva que cierra sus vanos gemelos.
Cubre el santuario una hermosa bóveda de crucería
de entrelazadas nervaduras con claves colgantes en las
intersecciones, que fue alzada posteriormente a la
construcción del templo, acaso en el siglo XVII en que,
como hemos dicho, a pesar de imperar en todas partes el
greco-romano, se hacían en este país bóvedas
góticas. La carencia de contrafuertes en los muros de la
nave, indica claramente que tenía una techumbre aparente
de madera, que más tarde se ocultó con una
bóveda tabicada de yesería, que fué
derribada á mediados del siglo pasado para hacer la no
menos fea y antiartística que hoy se contempla. En los
altares domina el churriguerismo y el mal gusto, viéndose
en uno de ellos una hermosa imagen de Santa Rosa, obra del
afamado escultor asturiano Antonio Borja, discípulo del
gijonés Luis Fernández de la Vega, y éste a
su vez lo fue de Gregorio Hernández, jefe de la escuela
escultórica Vallisoletana (1).

(1) En la iglesia de San Nicolás existe una
imagen de la Virgen del Carmen tallada por Borja. (Ceán
Bermúdez, Diccionario de los Artistas Españoles, t.
I, pág. 166.)

      En las capillas
campean magníficas tumbas murales, viéndose en la
de Santiago dos juntas cobijadas por arcos apuntados, con las
urnas exornadas de arquerías ojivales y de escudos de la
familia de las Alas, sobre las que descansan dos estatuas de
hombre y de mujer sin inscripciones que digan los nombres de los
personajes allí sepultados; y en la opuesta álzase
también otra anónima muy notable, albergada en un
nicho cerrado de arco semicircular, sostenido el sarcófago
por leones, con una figura yacente bien ejecutada, con
ángeles a la cabeza y a los pies, emblema de la armas de
esta casa, que pretendía traer su origen de un hecho
milagroso acaecido en el castillo de Gauzón. No queda del
románico claustro ni siquiera la memoria, desaparecido,
como todos los de los monasterios de Asturias, a impulso de la
reacción neo-clásica de los siglos XVII y XVIII.
Aquellas bajas arquerías sobre robustos basamentos,
sustentadas por columnas de cortos fustes y abultados capiteles,
cubiertas de ennegrecidos techos de madera, alumbraban
débilmente sus ánditos convertidos en cementerios,
en cuyos suelos y paredes se veían tumbas y losas
sepulcrales con leyendas en bárbaros versos latinos que
decían las virtudes de los monjes y levitas que esperaban
allí el día de la resurrección. Al
realizarse entre nosotros, aunque más tarde que en
Castilla la evolución artística del Renacimiento,
el claustro de la Edad Media, de una sola planta, desaparece, y
en su lugar se levanta el patio clásico, remedo de las
construcciones palacianas del siglo XVI, con sus amplias
galerías de columnatas  de pilastras, abiertas a la
luz, repartidas en dos pisos, sin sepulcros, sin inscripciones,
sin nada que recuerde la vida contemplativa el misticismo y la
muerte.

     En esta casa, cuenta el P.
Gonzaga: "Al celebrarse la fiesta de San Antonio de Padua en este
convento, Nicolás Alfonso de Avilés, por
instrucción de su abuelo Juan Alonso de Avilés,
abriendo un pez para dar de comer á los frailes, hallaron
en el buche una sortija que el mismo Nicolás Alfonso
había perdido en el mar, cayéndole del dedo, yendo
navegando, de que había recibido mucha tristeza por la
gran estima que la tenia, por haber sido de su padre y abuelo y
de precio, lo cual fue atribuido a milagro del santo".

    Los dos únicos claustros
de arquitectura religiosa que existen en este país, el de
la catedral y el del convento de San Vicente de Oviedo, fueron
también victimas de antiartísticas restauraciones,
cuando al mediar el siglo XVIII alzaron sobre sus afiligranados
ventanales los pesados cuerpos de barroco estilo al que pertenece
el de este monasterio franciscano.

     El templo carece de
fachada principal y su ingreso está abierto en el muro
septentrional de la nave, protegido al exterior por un enorme
pórtico de clásica arquitectura, que si le agobia
con su mole, le preserva de la intemperie y le mantiene en buen
estado de conservación. Domina en la portada el arte
románico, si bien la ojiva logró introducirse en
las archivoltas, lo que confirma haber sido construida en el
siglo XIV. No desdice tan peregrino ingreso, ni por sus
proporciones, ni por su belleza, de los que exhiben las iglesias
de Sabugo y San Nicolás. Está formado por cuatro
archivoltas abocina das, sostenidas por ocho columnas, la mitad a
cada lado, cuyos cilindricos fustes descansan sobre bien
perfiladas basas, que a su vez asientan en dobles lados. En los
capiteles muéstrase exuberante la ornamentación
vegetal, envueltos graciosamente los tambores en hojas, frondas y
algún mascaroncillo, observándose en su
composición la euritmia y no la simetría, cualidad
característica de la arquitectura religiosa. Una imposta
tallada en bisel, decorada de folias y otros ornatos, corre
horizontalmente sobre los capiteles, sirviéndoles de
abacos. Las archivoltas acusan más bien el estilo ojival,
pues aparte de la forma apuntada de los arcos, el dovelaje no es
rectangular, sino de molduras lisas, de toras, escocias y
filetes, y sólo la exterior está separada del fondo
del muro por una impostilla ornamentada. Corona dignamente esta
portada un cornisamento de variados y caprichosos canecillos,
entre los cuales se ven folias, flores y cruces cobijadas bajo el
entablamento abiselado y exornado de tallos y hojas, y en la cara
inferior trenzas y otros adornos propios de este estilo
arquitectónico.

     A los pies de la iglesia,
bajo el coro, en sitio oscuro y aprisionada por espesa reja, se
ve una pila bautismal que no pertenece, como todos los monumentos
religiosos de Avilés, al Arte cristiano. Los romanos no
levantaron en Asturias construcciones artísticas durante
su larga dominación, como hemos dicho, así es que
causa sorpresa la presencia de este magnifico fragmento de la
arquitectura clásica, digno de figurar en la misma capital
del imperio por sus proporciones colosales, por el rico material
de que está formado, y sobre todo por la belleza de su
estilo. Es un capitel de orden corintio, de noventa y seis
centímetros de alto por otros tantos de ancho en su mayor
vuelo. Envuelven el tambor doble fila de hojas de acanto
finamente picadas, de entre las cuales brotan los vastagos y
caulícalos que salen hasta los ángulos del cimacio,
que al desarrollarse forman graciosas volutas.

     Desgraciadamente tan bella
perspectiva se ve más bien con los ojos de la
imaginación, porque allá, sabe Dios cuándo,
una bárbara mano le despojó de sus ricos ornatos,
arrancó los caulícalos, borró las
líneas delicadas de sus hojas, lo relabró todo,
dejándolo escueto y medio desnudo de su exuberante
vegetación.

    No impiden, sin embargo, esas
mutilaciones percibir las correctas formas que acusan la
presencia del orden corintio en sus mejores tiempos, siendo
probablemente tallado en la segunda centuria de nuestra Era. Por
los módulos que tiene el capitel en su collarino, se
deduce que la columna a que pertenecía no bajaba de 30
pies de altura, proporciones semicolosales, que sólo se
empleaban en los peristilos de los templos de las grandes
ciudades romanas.

      Los críticos
del siglo XVIII y de principios del siguiente, Jovellanos,
Ceán Bermúdez y Carlos Posada, asturianos todos, se
fijaron detenidamente en este capitel, tanto por el
carácter clásico de su arquitectura, en la que eran
tan peritos, como por ser el único resto romano de
importancia que habían hallado en este país.
¿De dónde vino ese grandioso fragmento monumental,
la uña de león, como la llama elegantemente
Jovellanos?.No se sabe, ni es fácil averiguarlo.
 Ceán Bermúdez, que entre aquellos
críticos era el que conocía mejor las
antigüedades asturianas, dice: «Al considerar la
belleza y perfección de este trozo de arquitectura, que
hubo de pertenecer a un suntuoso edificio, y lo
inverosímil de que lo construyesen los romanos en un
país donde no hicieron más que obligar a los
naturales a trabajar en las minas y canteras, no puedo menos de
sospechar que la trajo de otro lugar algún aficionado a
las Bellas Artes, y éste, acaso, fue D. Pedro Solís
natural de Avilés y Protonotario y Camarero del Papa
Alejandro VI» (1).

(I) Sumario de las antigüedades de
España, pág. 196.

    Respetando la opinión de
tan autorizado crítico, nos permitiremos objetarla,
manifestando que no debió ser traído de Roma, en el
Renacimiento, sino en la Edad Media, época en que los
viejos capiteles se convirtieron en pilas de agua bendita, y no
venido de la Ciudad Eterna, con la que no tenía
Avilés fáciles comunicaciones por la larga
distancia. Más probable es que proviniera de una
importante población marítima de la
Península, como Lisboa u Oporto (2), o más bien de
Francia, en cuyo litoral existieron las ciudades romanas de
Burdeos, Tours y otras, que mantenían relaciones
comerciales con esta villa según dicen curiosos documentos
de los siglos XIII y XIV (3).

(2) De esta ciudad llevó Alfonso el Magno, a
fines del siglo IX, columnas romanas y otros mármoles para
decorar la Basílica Compostelana.

(3) Véase la «Colección
diplomática del Ayuntamiento de Oviedo», publicada
por D. Ciriaco M; Vigil, págs. 171, 72 y
73.

      El arquitecto D.
Manuel de la Peña Padura, académico de
mérito de la de San Fernando, y teniente arquitecto mayor
de Madrid, sacó en 1798 un bosquejo de este capitel, y
después, en 1814, hizo un vaciado en yeso de una cuarta
parte de su circunferencia para presentarlo a la Real Academia,
que aceptó, reconocida tan artístico donativo
(4).

(4) Sr. D. Manuel de la Peña Padura. —
En Junta ordinaria de 7 de este mes, hice presente a nuestra Real
Academia el vaciado en yeso que V. S. sacó en
Avilés del trozo de capitel corintio, esculpido en
mármol, que se halla a la entrada de la iglesia parroquial
de dicha villa, y sirve de pila de agua bendita. Visto por los
señores profesores abundaron en la idea de V. S., ya por
su particular mérito, ya por ser una oferta nacida de su
filial reconocimiento y del honroso deseo de propagar y fomentar
con el estudio de la antigüedad el noble arte de la
arquitectura que profesa. Le participo a V.S el acuerdo de la
Academia para su entera satisfacción. Dios guarde a V. S.
muchos años.— /José Mancirriz.

      Estuvo sirviendo el
capitel de pila de agua bendita en el cementerio de la iglesia
parroquial de San Nicolás, situado a mano derecha de su
principal ingreso, adosado al muro de su románica portada.
Allí le vieron y le estudiaron los eminentes
críticos que hemos citado; pero no muchos años
después, cuando este templo dejó de ser parroquial,
fue llevado al de San Francisco, donde hoy se encuentra dedicado
a pila bautismal.

      No deja de
extrañar que siendo la única misión de un
capitel la coronación de una columna, aparezca en la Edad
Media adaptado a uso tan distinto como de pila de agua lustral en
una iglesia cristiana. En Asturias es acaso más frecuente
este hecho que en otras partes, por lo que nos permitiremos decir
dos plabras acerca de él. Las pilas bautismales de las
primitivas basílicas cristianas y de los templos visigodos
eran grandes cubetas de piedra o de fábrica,
empleándose también los labros de las termas
romanas.

      En las sedes
episcopales estaban situadas en edificios aislados, llamados
baptisterios, o en el centro de los atrios, rodeados de
pórticos que precedían a los templos. Cuando
cayó en desuso el bautismo por inmersión, no hubo
necesidad de pilas tan grandes, y se labraron tazas de piedra,
que conservaban la forma de los antiguos labros, que los
árabes españoles aprovecharon para pilas de
abluciones de sus mezquitas. En Asturias conservaron estas pilas
durante la Edad Media la forma tradicional, siendo un bello
ejemplo la de San Pedro de Villanueva, del siglo XII, hoy
custodiada en el Museo Arqueológico Nacional.

      En los templos levantados
en la época de la monarquía asturiana
desaparecieron los patios o atrios cuadrangulares, y las pilas
bautismales se albergaron en los pórticos que
circuían las iglesias, y por fin dentro de las naves, a
los lados de los ingresos.

      En las
construcciones religiosas de la primera mitad de la Edad Media se
empleaban los restos decorativos de los monumentos romanos, y
entonces se convirtieron los capiteles en pilas de agua bendita,
especialmente los del orden corintio, que por la riqueza de sus
ornatos y por su forma alargada se prestaba a esta
transformación, ahuecándolos, a manera de vaso,
para contener el sagrado líquido, y colocados para ganar
altura sobre un pedestal que solía ser un trozo de fuste
de una antigua columna. En el interior de España y
particularmente en Extremadura, donde abundan las poblaciones
monumentales, se ven todavía en las iglesias muchos
capiteles dedicados a este uso.

      En Asturias, a falta de
ruinas romanas a quien despojar de estos bellos miembros
arquitectónicos, se imitaban toscamente los viejos modelos
o se labraban siguiendo los diversos estilos dominantes en la
Edad Media. Hállanse con frecuencia sirviendo de pilas,
capiteles del tiempo de la monarquía, aprovechados con
este objeto en las diversas reedificaciones que han tenido
nuestros templos, pudiendo citar entre ellos las de San Francisco
de Oviedo (hoy desaparecido) y de la Colegiata de
Gijón.

Friso latino-bizantino .—En la capilla de Cristo
existe un curioso fragmento decorativo, de época muy
anterior a la fundación de la puebla de Avilés
perteneciente sin duda, como acabamos de decir, a una de las dos
iglesias citadas en la donación del Rey Magno, que
debió estar situada muy cerca o en el mismo lugar que la
actual. Se halló no hace mucho tiempo, cuando se hizo la
última restauración del templo, teniendo el acierto
de incrustarle en el muro donde está libre de toda
profanación. Ofrece esta interesante antigualla
idénticos caracteres artísticos que se ven en los
escasos fragmentos que de la época visigoda se encuentran
en Mérida, Córdoba y Toledo. Su
ornamentación acusa el arte contemporáneo de la
monarquía asturiana, llámese latino-bizantino o
como se quiera, porque la clasificación
arqueológica de los monumentos de este oscuro
período está todavía por hacer. En una losa
de piedra marmórea y entre dos anchos filetes aparece un
tallo serpeante de vid, con las hojas semihundidas, y marcadas
las respicaduras con líneas convencionales, no imitadas
del natural, y las uvas de forma más imaginaria que real,
orilladas de un filetito cual si fueran perlas encerradas en un
estuche.

      Este motivo
ornamental se prodiga en las basílicas asturianas de los
siglos IX y X, y se ve en el antepecho del altar de la iglesia de
Santa Cristina de Lena y en el de la de Santianes de Pravia (1),
y citando ejemplo más lejano, en el de San Eleucadius, en
la basílica de San Apolinar in Classe de Rávena, lo
que muestra el origen bizantino de este caprichoso ornato que en
el templo primitivo formaba parte de la transenna o valla de
piedra que separaba la nave o crucero del santuario o
ábside, como vemos en la citada iglesia de Santa Cristina,
donde está reproducido con exactitud este notable
friso.

(1) El altar de la basílica de Silo, el
más antiguo de España, erigido entre los
años de 774 a 783, fue arrancado de su sitio en 1894 y
sustituido por otro de escaso mérito. Afortunadamente ha
sido salvado de inminente destrucción, y ha hallado digno
albergue en el ábside de la capilla mayor de la cripta de
la Iglesia de Jesús, levantada en estos días en el
pueblo del Pito, próximo a Cudillero.

Monografias.com

IGLESIA PRERROMÁNICA DE SANTA
CRISTINA DE LENA.

IGLESIA DE SANTO TOMÁS DE
SABUGO.

Monografias.com

      Separado
antes por ancha marisma y unido hoy con magnífico
caserío, se encuentra al Norte de la villa el arrabal de
Sabugo, situado al pie de la elevada planicie de la costa que
desciende suavemente hasta morir en la orilla de la ría.
No era en la Edad Media un barrio suburbano como en la
actualidad, sino que formaba una localidad independiente con su
término deslindado. Su origen debe remontarse a muy
lejanos tiempos, acaso a los de la Monarquía, pues
según dice el testamento que hicieron en 1199 Alfonso IX y
su mujer D.ª Berenguela al Salvador de Oviedo, en la que
dona la quinta parte de los fagares que aquel monarca
percibía en este pueblo, a cambio de otras heredades que
el Cabildo tenía en Larenes (Llaranes?) y otros lugares,
existían dos iglesias por lo menos, consignando
además la terminante prohibición de que nadie
pudiera levantar allí un nuevo templo, más que el
obispo ovetense; prudente medida que más tarde, en 1269,
el Rey Sabio extendió a todas las iglesias que se alzaran
en las pueblas que entonces se creaban, para evitar que los
señores y los municipios quisieran ejercer en los templos
parroquiales derechos y jurisdicciones sólo compatibles
con la autoridad episcopal.

      Es de
sentir que no dijera esta donación los nombres de los
Santos titulares de estas basílicas, porque
sabríamos si era alguna, o acaso ambas, las que aparecen
en el testamento de Alfonso III. De todos modos debieron ser
pobres y mezquinas, cuando al finar el siglo XII se hacía
necesaria, dado el desarrollo del pueblo, la construcción
de un templo de más vastas proporciones.

      La
iglesia actual, hermosa muestra del Arte cristiano, fue
construida probablemente, según dice el Sr.
Fernández Guerra en una de sus notas del Fuero de
Avilés, a principios del siglo XII, por la Infanta
D.ª Sancha, a quien su hermano Alfonso el Emperador dio el
título honorífico de Reina. En uno de los
iconísticos capiteles que ostenta el ingreso principal
creyó ver los bultos de la augusta fundadora y de los
obispos consagrantes de él. Más acertado estuvo el
sabio académico en la etimología del nombre de
Sabugo (1) que en la fijación de la época en que
fue erigida la iglesia, que no se remonta ciertamente a tan
lejana fecha. Ningún documento existe en que conste haber
sido levantada en el siglo XII, ni puede hallarse, porque la
arquitectura a que pertenece es la románica, aunque
alboreando el período de transición, empleada dos
siglos después, viéndose en la portada principal, y
en algunos vanos cerradas las archivoltas por arcos
acentuadamente apuntados y otros ornatos pertenecientes al arte
ojival. Existen en Asturias numerosas iglesias del mismo
género, tan semejantes a ésta que parecen obra de
una misma mano, cuya fecha es conocida, y de su estudio se
deduce, con seguridad de acierto, que la de Sabugo, como la de
San Francisco, fue construida en el siglo XIV, época en
que la ojiva comienza a manifestarse en los monumentos del
Principado.

(1) De la palabra latina Sambucus, de la
que se ha formado la asturiana Sabugo y la castellana
Saúco. Hay en Asturias muchas localidades conocidas con
este nombre y con su variante sabugal, bosque de
saucos.

       El capitel a que
se refiere el Sr. Guerra le forma un tambor circular en la parto
inferior y cuadrado en su unión con el abaco, agrupadas
alrededor de él, no tres cabezas, como dice, sino cinco,
todas iguales al parecer femeniles, con trenzas orillando la
frente y los lados, y cubierta cada una con su caperuza
triangular algo parecida a la montera asturiana. Aquellas
simétricas cabezas, toscamente esculpidas, rígidas
e inmóviles, no tienen símbolo al guno que
demuestren ser de reinas y de obispos; son simplemente
mascaroncilios, elemento decorativo muy usado entonces para
exornar capiteles, ménsulas y los conecillos que sostienen
los tejaroces. Donde sí aparece una tosca cabeza cubierta
con una mitra es en el ángulo saliente de una de las
pilastras que reciben las archivoltas, y a nuestro entender
más bien que el simulacro de un Obispo debe ser un
símbolo para indicar que el templo pertenece al Prelado
ovetense, según la expresa voluntad de Alfonso IX y su
consorte Berengueía. Razones no suministradas por la
arqueología afirman nuestra opinión de que la fecha
de la erección del templo es posterior a la que le asigna
el Sr. Guerra. Está consagrado bajo la advocación
de Santo Tomás de Canterbury o Cantauriense, como
vulgarmente se le llama, que padeció el martirio en
Inglaterra en 1170, siendo elevado a los altares tres años
después.

      Su
culto tardó en extenderse mucho tiempo por España y
es de suponer que no habrá llegado a Asturias hasta
entrado el siglo XIV, cuando aquí imperaba el arte a que
pertenece este notable monumento.

     La iglesia de
Sabugo, como todas las de Avilés y la mayor parte de los
templos románicos de Asturias, ha sufrido restauraciones
que la han quitado el carácter artístico, teniendo
que hacer un esfuerzo de atención, auxiliado por la
arqueología, para verla en su prístino estado
(2).

(2) Dice Jovellanos de este templo: En
Sabugo, contiguo a Avilés, se halla una iglesia que por su
forma se conoce ser de mayor antigüedad que la de San
Nicolás de Avilés, por ser más parecida a la
de Villamayor y Villanaeva. Se conservan bien los arcos de las
dos puertas en los pies y costados; se conoce que fue consagrado
porque se conservan las cruces grabadas en ambas puertas. (M.
Marina, t. IV, legajo 108).

      Los
siglos XVII y XVIII, época funesta para los monumentos de
la  Edad Medía, han dejado huellas indelebles de su
paso, vistiendo sus muros la arquitectura greco-romana. Tiene una
sola nave, amplia, de buenas proporciones y una alargada capilla
mayor terminada en semicírculo. Cubríala un techo
de madera de dos aguadas siendo visible interiormente la armadura
del tejado; pero en el siglo XVIII se le adosó debajo de
las vigas tirantes una bóveda de medio
cañón, dividida en tres compartimentos iguales con
grandes lunetos, donde se albergan los vanos, que casi se tocan
cual si fueran de arista.

      Para
resistir el peso de la postiza bóveda y contrarrestar su
empuje:, se  reforzaron los muros interiormente con
pilastras resaltadas que coronan molduradas impostas, y por el
exterior con abultados contrafuertes. En la pared septentrional
de esta nave se abrieron grandes arcos que dan paso a unas
capillas que se comunican entre sí por espaciosos vanos
cubiertas de bóveda de crucería.

      Nada
conserva el cuerpo de la iglesia de su primitiva forma más
que el arco toral que da ingreso al santuario. Se compone de dos
grandes archivoltas con anchas dovelas rectangulares, sin
ornatos, orillada la exterior de una graciosa imposta que sigue
en el extradós la curvatura del arco, el cual en su forma
apuntada lleva el sello del período de transición,
entre el arte Románico que expira y el ojival que nace.
Sostienen las archivoltas, cilindricos fustes albergados en los
codillos y en los frentes de las pilastras, con sus basas que
recuerdan las áticas y los historiados capiteles, cuya
composición apenas se percibe, cobijados bajo abiseladas
impostas características de este bello estilo.

     Franqueado el arco
toral se encuentra el santuario, de planta cuadrada, cubierto de
una bóveda de crucería, con abultadas claves que
por lo esmerado de la ejecución y lo complicado de la
traza revela ser obra del siglo XVI. Es ciertamente bello su
aspecto, pero cuadrábale mejor la bóveda de
cañón seguido que antes tenía, que si bien
estaba desnuda de ornatos, coadyuvaba a dar a la nave la
sencillez que caracteriza las construcciones religiosas de este
período. Termina el testero en un ábside
semicircular, al que se adapta un cascarón de cuarto de
esfera, y perfora el muro dando luz al santuario una ventana
 hoy oculta por las edificaciones que se adosaron al
ábside, posteriormente a su erección. El templo
está rodeado de un enorme pórtico, obra desdichada
del siglo XVIII, a cuya sombra se puede albergar toda la
población de Sabugo.

      Tan
pesada mole impide que se contemplen como se debe las archivoltas
de los ingresos, y es necesario alejarse para ver la
coronación del santuario que se levanta sobre el tejado
del atrio, con su cornisa de graciosos canecillos y moldurado
entablamento, y los fustes empotrados en el curvo muro del
ábside. Alzase por el lado opuesto la severa fachada de
piedra de cantería, oculta su mitad inferior por la
aguada, sobre la que descuella una espadaña de dos
vanos.

     La portada
principal se destaca de la fachada para que puedan desarrollarse
en el espesor del muro las cuatro archivoltas que decoran este
hermoso ingreso. Sobre un elevado basamento, descansando en
dados, se levantan cuatro columnas en cada lado, albergadas en
los codillos de las pilastras, y en las dos más gruesas,
que sirven de jambas a la puerta, se ven grabadas, en la parte
superior de los cilindricos fustes, sendas cruces de
consagración. Las basas recuerdan las áticas por
sus toros, ocultos algunos por las modernas pilas del agua
bendita que, sostenidas por trozos de columnas, aparecen en los
ángulos entrantes del basamento. Muy notables son los
capiteles, en los que la ruda imaginación del artista
quiso representar animales fantásticos,
cuadrúpedos, aves, cabezas humanas, vegetales, que
expresan alguna leyenda misteriosa imposible de interpretar. No
se observan las leyes de la simetría en la
composición de los asuntos y en su agrupación. Al
lado de un capitel iconístico se ve otro con motivos
tomados de la fauna o de la flora; pero en todos hay una
armonía, una euritmia, una unidad artística tan
completa como la que se encuentra en las arquitecturas obedientes
a los preceptos inflexibles de la simetría. Carecen estos
capiteles de ábacos, ni los necesitan porque les sirve de
coronación la saliente imposta tallada en bisel con
relevados adornos triangulares que separan las columnas de las
arquerías las cuales terminan en ojiva más
acentuada que la equilátera, revelando su forma, como los
toros y las escocias que los separan. Pertenecen al
período de transición, que, según hemos
dicho, vino más tarde y echó hondas raíces
en las construcciones del país, alcanzando su vida hasta
fines del siglo XV cuando ya la arquitectura gótica estaba
en plena decadencia en Castilla y alboreaba el risueño
Arte del Renacimiento. Las portadas románicas de aquel
tiempo ostentaban todas sus archivoltas frisos bellamente
esculpidos decorados de metopas y variados canecillos que
sostenían el entablamento. 

      En los
ingresos de las iglesias de Avilés muéstranse
visibles estos hermosos adornos del pórtico, pero no el de
este templo, oculto por el techo y el tejado. Si algún
día se derriba este feo armatoste es probable que aparezca
mutilado o destruido, como sucede en San Nicolás
(1).

(1) A nuestro ruego, el ilustrado cura
párroco de Sabugo, Sr. Monjardín, mandó
derribar la parte de pórtico que ocultaba el cornisamento
de esta portada, que afortunadamente se conserva en buen
estado.

      La
puerta lateral, aunque menos importante, llama la atención
por sus bellas proporciones y su ornamentación. La forman
tres archivoltas semicirculares, con los toros más gruesos
y las escocias que las separan más anchas y profundas,
orillada la arquería exterior de una impostilla, en la que
relevan dientes de sierra y otros ornatos . Domina en los
capiteles la ornamentación vegetal y en algunos se observa
el hecho curioso, sólo frecuente donde existen monumentos
romanos como en la Provenza, y es que el artista se
inspiró para la composición en el Arte
clásico, viéndose, aunque toscamente reproducidos,
los caulícalos y las volutas características de los
órdenes corintio y compuesto. Los dos fustes que sirven de
jambas a la puerta carecen de capiteles y suben hasta la imposta
general, de igual corte y dibujo que la del otro ingreso, sobre
la cual arrancan las abocinadas archivoltas.

      La
vieja iglesia de Sabugo ha dejado de ser parroquial,
trasladándose el culto a otro hermoso templo construido en
estos días, perteneciente a la arquitectura ojival. Acaso
éste venerable monumento sufrirá la misma suerte
que otros muchos de Asturias, bárbaramente destruidos a
impulsos de la ignorancia. Es de esperar, sin embargo, de la
cultura e ilustración de los avilesinos que no se
reproduzca aquí tan fatal ejemplo, y que será
preservado de la ruina y del olvido tan interesante recuerdo de
la Edad Media.

CAPILLA DEL PROTONOTARIO
SOLIS.

Hijo de Avilés fue el muy reverendo Sr. D. Pedro
de Solís, protonotario y cubiculario del Papa setabense
Alejandro VI, arcediano de Babia abad de Santa María de
Astorga, arcediano de Madrid, abad de la Colegiata de
Arbás y de Mondoñedo y canónigo, maestro de
escuela de la catedral de León.

Todos estos cargos ejerció el afortunado
clérigo que le granjearon honores y forturna, si bien la
empleó dignamente antes y después de su
fallecimiento acaecido en Toledo en 1516, con la
construcción y dotación del hospital hoy existente
y de la capilla que lleva su nombre en el cementerio de San
Nicolás, levantada para guardar las cenizas de sus padres
que yacían en la iglesia conventual de San Francisco.
Así dicen las inscripciones que se ven sobre los ingresos
de ambos edificios, casi ilegible la de la capilla por estar
grabada en una piedra blanda descompuesta con los años.
Copióla Jovellanos en 1793 y se la dio a Ceán
Bermúdez, que la publicó en el Diccionario de
Arquitectos Españoles de Llaguno, y por cierto, que al
leer aquel hombre ilustre la retahila de prebendas acumuladas en
una sola persona, no pudo menos de hacer algunas consideraciones
sobre los abusos que había en aquellos tiempos acerca de
la pluralidad de beneficios.

Fue construida esta capilla en el año 1499 por
trazas del maestro Fernán Rodríguez de Borceros,
natural de Oviedo. Su principal ingreso está en el
cementerio, de forma abocinada, flanqueado de delgados fustes,
más bien toros, que elevándose por encima de los
diminutos capiteles se inclinan hacia el centro describiendo una
graciosa ojiva.

Tiene otra entrada por la iglesia, cuya arquitectura
nada de par-

ticular ofrece; pero llama la atención la reja de
hierro que la cierra, con su bello arco conopial, cuajado de
hojas y otros ornatos, y en el centro se destaca el
heráldico escudo del fundador. La planta es cuadrada, y
cubre la pequeña nave una bóveda de crucería
que descansa sobre ménsulas albergadas en los
ángulos, y para contrarrestar su empuje se hicieron
robustos contrafuertes de piedra de talla, de la que
también son los muros. El primitivo altar ha desaparecido,
y en su lugar se alzó otro con un retablo, cuya forma
acusa el estilo del Neo-renacimiento del siglo XVIII.

La circunstancia de ser esta capilla una de las pocas
construcciones asturianas en que se manifiesta francamente el
arte ojival, nos obliga a decir algunas palabras sobre la pobre y
efímera existencia que ha tenido durante los siglos XIV y
XV, en cuyo período no logró introducir en los
monumentos del país más que la
característica ojiva. Cuando se levantó esta
capilla todavía llevaban nuestras iglesias impreso en sus
muros el arte románico, y a él hubiera pertenecido
a no estar trazada por el maestro Borceros, que como hijo de
Oviedo, estaba empapado en las máximas del gótico,
imperante sólo en las construcciones de la capital, o
mejor dicho, de la catedral. Ya dijimos, que nunca pudo penetrar
el arte ojival en estas montañas a pesar del dominio
absoluto que ejerció en los edificios de la última
parte de la Edad Media.

Durante los siglos XIII y XIV, época de su
esplendor, se observa el fenómeno de que todos los
monumentos aquí erigidos pertenecen al románico,
arte eminentemente religioso, el único que logró
aclimatarse entre nosotros. En vano la arquitectura gótica
consiguió apoderarse del edificio más importante
del país: la catedral de Oviedo. En tanto que su esbelta
torre se elevaba a las nubes ostentando las ricas galas de aquel
estilo, levantábase en los valles, en las laderas, en
medio de una vegetación espléndida, humildes
iglesias con portadas de archivoltas, de semicirculares y
cuadrados ábsides, coronados de cornisas sostenidas por
canecillos y otros variados ornatos. La forma apuntada de los
arcos, único recuerdo del gótico, que se ve en los
monumentos de los siglos XIV y XV, no altera en nada la
armonía del conjunto, que conserva un carácter
esencialmente Románico.

Al finar la centuria, algunos maestros que se
habían distinguido en las obras de la basílica
ovetense, hicieron fuera de la capital varias iglesias, en las
cuales la antigua arquitectura del país desaparece, como
esta capilla del protonotario Solís, en donde se ven
empleados en su fachada elementos decorativos usados tan
sólo en los tiempos del estilo ojival, terciario o
flamígero. Como este arte se extendió tarde por el
país, apareció ya alterado y confundido con
elementos decorativos del Renacimiento, conocido con el nombre de
Plateresco, cuyos albores no aparecen hasta mediados del siglo
XVI.

Un cambio tan radical en arquitectura, el paso del
Gótico, rico en exhornación, al Greco-romano, donde
no se ve más que severas líneas, no podía
hacerse sin transición, y en efecto, aparecen al principio
con timidez, y en escaso número adornos platerescos, que
van aumentado a medida que los ojivales desaparecen, y por fin
campean ellos solos en la decoración
monumental.

Acaso sería debida su importación a un
excelente maestro autor de las mejores obras que se hicieron
entonces en el Principado, Juan de Cerecedo. Era este arquitecto
natural del país, y como Juan de Cándame, el de las
Tablas, Pedro Bunieres y el maestro Berceros, se dio a conocer en
la catedral donde trabajó toda su vida. Pertenecía
a la escuela gótica, y aunque siempre se mostró
enemigo del clasicismo, no pudo menos de introducir, siguiendo la
corriente de la moda, adornos platerescos en sus composiciones,
usados con tanta economía como acierto. Son ejemplos las
iglesias de Santo Domingo de Oviedo y la parroquial de Cudillero
y especialmente la torre de la catedral, coronado su
último cuerpo, sobre el que se levanta al cielo la elevada
flecha, con su bello antepecho de balaustres, de
pirámides, vanos y trepados, en donde se aunan graciosa y
fraternalmente elementos del viejo y del nuevo arte.

La vida del Plateresco, como la del Gótico, ha
sido bien efímera y de tan escasa importancia, que apenas
ofrece monumentos dignos de mencionar.

La venida del Greco-romano a Asturias, evolución
realizada más tarde que en Castilla, no hizo desaparecer
completamente la arquitectura ojival. Mientras que en las
iglesias de los siglos XIII al XV las naves estaban cubiertas de
techumbres de madera, empleando solamente la bóveda en los
ábsides, del XVI en adelante, en muchos templos, sobre los
muros, decorados con elementos clásicos, se alzaron
bóvedas de crucería, bellamente ejecutadas, con las
complicadas combinaciones de los nervios, en cuyas intersecciones
campean sendas claves y otros ornatos pertenecientes a este
estilo.

Estos anacronismos, estos despropósitos
arquitectónicos sólo se pueden cometer en
países donde no domina en sus habitantes el sentimiento
del arte, y en verdad que causa desagradable impresión el
ver aquellas ligeras y delicadas crucerías que arrancan,
no de haces de finas columnas o de ménsulas, sino de
enormes entablamentos greco-romanos, que parecen hechos para
soportar macizas bóvedas de medio punto. Este
bárbaro consorcio de dos arquitecturas contrapuestas, la
clásica y la cristiana, dura hasta los comienzos del siglo
pasado, como puede verse en la mayor parte de las iglesias de
aldea y en las capillas de las casas señoriales, cubiertos
los santuarios de pobre y tosca crucería.

De estas aberraciones arquitectónicas ofrece la
basílica ovetense notables ejemplos: el trascoro levantado
por el maestro Meana en el primer tercio del siglo XVII, y la
iglesia del Rey Casto, de principios del XVIII, con sus pilares
robustos como torres, obra disparatada de Bartolomé de
Haces como sus hermanas las capillas de Santa Bárbara y
Santa Eulalia, del más pesado barroquismo. Algunas
iglesias de Avilés, en las restauraciones que sufrieron en
la época del clasicismo, fueron cubiertas de
crucería, como la de San Nicolás, que un perspicuo
arqueólogo la consideraría del siglo XVI cuando
consta en un documento del archivo de la villa que fue levantada
en 1660, a expensas del Municipio (1).

(1) Avilés, Noticias
históricas, por Julián García San Miguel,
pág. 191.

CAPILLA DE LOS ALAS.

Monografias.com

    En el lado septentrional
del antiguo cementerio de la iglesia de San Nicolás, la
familia de los Alas, la más noble y poderosa de la villa,
construyó, al mediar el siglo XIV, una capilla sepulcral,
que aparecía antes aislada y hoy unida a otras
edificaciones que se hicieron por esta parte en el siglo
XVI.

     Está
construida en sillería y tiene planta cuadrada, cubierta
por bóveda cupuliforme reforzada por nervaduras. Sobre la
portada, de estilo progótico, formado por un arco apuntado
de doble arquivolta, se encuentra el escudo familiar.

    A pesar de su
antigüedad, muéstrase en perfecto estado de
conservación cual si no hubieran pasado los siglos por
ella, lo que no sucede con los demás monumentos religiosos
de Avilés, que han perdido sus primitivas formas en
diversas restauraciones. Pedro Juan de los Alas, su fundador, no
quiso que sus cenizas y las de sus sucesores yacieran en el suelo
confundidas con las de la gente plebeya, sino en tumbas alzadas y
al abrigo de artísticas bóvedas. Su testamento,
otorgado en 1346, que se consorva en el archivo de la familia,
hace recordar por sus cuantiosos legados a hijos naturales y
legítimos, a cofradías y casas de malatos, a
servidores y domésticos, el de otro prócer
asturiano de la misma especie, D. Rodrigo Álvarez de las
Asturias, como él rico, cuya religiosidad le hacían
compatible con la licencia de sus costumbres.

   Las dimensiones de esta
capilla son reducidas como conviene al panteón de un
cementerio, de planta cuadrada, y la cubre una sencilla
bóveda de crucería, sin molduras en los nervios,
que exhiben superficies poligonales, de modo que si no fuera por
la ojiva que cierra sus vanos, y sobre todo, porque se sabe
cuándo fue construida, tal es su desnudez y severidad que
más parece obra de la decimatercia centuria que de la
siguiente. No deja de ser, sin em bargo, su portada una bella
muestra del arte Románico, en donde se aunan graciosamente
las líneas arquitectónicas y la decoración
escultural. 

    La forma una
apuntada archivolta sostenida por dos columnas en cada lado,
cuyos lisos fustes descansan sobre basas áticas y
éstas a su vez en dobles dados rectangulares. Llaman la
atención los capiteles que representan mascarillas con las
caras gesticulantes y sus notantes cabelleras de hojas y plumas
que les dan el aspecto de pajecillos de la Edad Media. El arco
exterior está separado del muro por una impostilla que
arranca de dos cabezas pequeñas que hacen el oficio de
ménsulas, y el interior, de forma trebolada, lo adornan
tallos serpeantes, en cuyas ondulaciones se albergan trifolias
bien perfiladas.

      Al
entrar en esta capilla se ven a uno y otro lado tres turabas
murales cobijadas por arcos ojivales, en los que campean sendos
escudos con las armas de los señores de esta noble
familia. El suelo está cubierto de losas sepulcrales con
las leyendas de góticos caracteres que dicen los nombres
de las personas allí inhumadas (1).

(1) Publicados en Recuerdos y Bellezas
de España, y C I. Vigil en su Epigrafía asturiana.
Helas aquí: «Aquí yace Esteban Pérez
de las Alas que Dios perdone que finó viernes X de
Noviembre de MCCCCXXXII.» Léese en otra:
«Sepulcro del muy honrado e mucho bueno Juan
Estébanes de las Alas que Dios haya, vecino que fue de
esta villa el cual finó en el año de mil e quatro
cientos e quarenta e quatro años.» Bajo un escudo de
la casa se lee otro: Alonso Estébanes de los Alas que Dios
haya que pasó de este mundo a cuatro días del mes
de septiembre, año de mil e quatro cientos e seseta e ocho
años.»

      No
siendo bastante a contener este pequeño panteón los
restos mortales de los sucesores del fundador, alzaron mejores
tumbas, algunas con bultos yacentes, en la vecina iglesia de San
Nicolás y en la de San Francisco.

      Alumbra la
nave una ventana gemela, frontera al ingreso, con su parteluz y
ojo de buey, sin adornos ni molduras, con los arquitos
acentuadamente apuntados como los de la portada. Llama vivamente
la atención de los inteligentes el altar Gótico,
una joya escultórica, tanto más de admirar, cuanto
que en Asturias apenas se ven muestras de este bello arte,
empleado tan solo como elemento decorativo en las obras
arquitectónicas durante el período Románico.
Cuando se construyó esta capilla, todavía no
exhibían los altares los enormes retablos que, trepan do
como la hiedra por los muros de los ábsides, llegaron con
sus cresterías de filigrana hasta los ventanales y
arranques de las bóvedas. A mediados del siglo XIV, no
eran más que unas sencillas cajas de forma de
sarcófago donde estaban guardadas las reliquias de los
santos, expuestas a la adoración de los fieles en la
sagrada mesa. Como aquellos, tiene este retablo su frente
decorado de bajo-relieves, no de plata, según se
acostumbraba entonces, sino de alabastro, dorado y coloreado en
algunas partes para dar más realce a las
figuras.

      Siete son
los asuntos, representando el central  la Ascensión
del Señor formando un grupo de cinco imágenes. A la
diestra aparecen sucesivamente la Asunción de la Virgen,
la Coronación y un Santo, y de la otra parte la
Adoración de los Reyes Magos, la Anunciación y
Santa Catalina. Tienen estas figuras una altura aproximada de pie
y medio, y descansan sobre un estrecho zócalo, en el cual
aparecen escritos en letra gótica los nombres de las
escenas y de los santos, que están coronados por una
mezquina faja de crestería ojival confusa y mal ejecutada.
Indudablemente, estos relieves debieron pertenecer a otro altar
más grande, y para acomodarlo a las dimensiones de este
los pusieron unidos, no separándoles, como exige el estilo
Gótico, haces de columnitas terminadas en pináculos
cubierto cada uno con su doselete, cobijado por un arco lobulado
o conopial. 

     La
composición de los asuntos está bien concebida y la
ejecución es excelente, a lo que se presta la blandura de
la piedra. Las figuras son algo alargadas, magras, y las cabezas
no muy expresivas, grandes, desproporcionadas con el
tamaño de los cuerpos, pero sin dureza y sequedad. Los
paños bien plegados y caídos con soltura. Las
actitudes naturales, nada de la angulosidad que se nota en muchas
obras escultóricas de su tiempo; al contrario, vense
algunos relieves, como el de la Anunciación, una
flexibilidad y morbidez en las figuras que recuerdan algo la
estatuaria del Renacimiento.

CONSTRUCCIONES CIVILES

CASA DE LOS
BARAGAÑAS.

Monografias.com

     Es el edificio civil más
antiguo de la ciudad de Avilés, construido en el siglo XIV
en estilo gótico como palacio residencial de un rico
mercader. Consta de dos plantas de altura, la inferior era
utilizada como almacén y comercio, y la superior era la
destinada a su vivienda. De su fachada destaca la puerta de
entrada, formada por un arco apuntado, y las cuatro ventanas
geminadas simulando una galería con alféizar
decorado con dientes de sierra, en la planta segunda.

     Este edificio cuenta, en su
fachada principal, con jambas y guardapolvos, coronado el
edificio de una mezquina cornisa sin frisos ni arquitrave; en
cambio, el ingreso y los balcones que a plomo se alzan,
están envueltos en la más fastuosa
exornación, desde el suelo hasta el tejado, un verdadero
erizo de talla, semejante a los retablos de las iglesias;
así son las portadas de las casas de Oñate,
Miraflores, Perales y otras muchas que cuenta la Corte,
monumentos que dan una triste idea del estado fatal en que
cayó entre nosotros el arte de construir en aquellos
días. Al contrario, en las fachadas asturianas, la
distribución de los ornatos es más racional,
acusándose fuertemente los ángulos formados de
prominentes almohadillas: los huecos se destacan del macizo con
jambas acentuadas y abultados guardapolvos, separándolos
pilastras sobre las que descansan el cornisamento
general.

      Aquellas formas
toscas, rudas, incorrectas, la mole de sus muros de piedra de
talla ennegrecida por la humedad del clima, los salientes aleros
de madera obscurecidos por el tiempo, y la pesadez del conjunto,
previenen desagradablemente a los que los contemplan, y no es
ciertamente estética la impresión que les
produce.

      El templo, por el
uso a que está destinado, por su adaptación a las
necesidades del culto cristiano, conserva sus formas
indefinidamente; así se ven iglesias, como la de
Santullano de Oviedo, que cumple sus fines religiosos desde la
novena centuria; pero la casa, la habitación del hombre
sufre frecuentes transformaciones, debidas a los progresos de la
civilización, al cambio de costumbres, a las exigencias de
la higiene, de la comodidad y hasta de la moda.

      Apenas se encuentra en
Asturias una vivienda de la Edad Media, y si alguna existe es
pequeña, mezquina, sin decoración
arquitectónica, acusando tan sólo su
antigüedad la ojiva de sus escasos vanos, el voladizo de la
planta alta y el saliente alero del tejado. No deja, pues, de
sorprender encontrar en esta villa, y de una época tan
atrasada, una casa como ésta, hermosa muestra de la morada
de un señor asturiano, cuando, dejando los castillos
roqueros, aquellos nidos de águila, bajaron a establecerse
en las villas y pueblas de reciente fundación, donde
labraron viviendas dignas de su elevada
posición.

      La fachada
está dividida en dos plantas, perforando la baja dos
puertas de igual forma y dimensiones, cuyas jambas, de poca
altura, aparecen lisas, con la arista viva, coronadas de una
saliente imposta tallada en bisel que corre también por
los macizos uniendo ambos vanos. Cubren las puertas arcos de
acentuada ojiva con las dovelas sin molduras en el
intradós; pero en la parte exterior se desarrolla,
siguiendo la curvatura, una impostilla de delicadas
líneas, exornada de dientes de sierra. Uno de los
ingresos, a juzgar por lo que se observa en otras construcciones
análogas del extranjero, debió ser de una tienda o
almacén, y lo confirma la existencia en el muro sobre
ambos vanos de unas ménsulas o zapatas, donde se apoyaba
la armadura de madera de un tejadillo o marquesina que
protegía de la lluvia los objetos puestos a la venta y a
los compradores. Para que campease con holgura este artefacto, el
arquitecto no colocó la bien decorada imposta que separa
ambas plantas en su verdadero lugar, al nivel del suelo,
acusándolo al exterior, sino que la elevó a la
altura del ventanaje, al que sirve de antepecho y de
asiento.

      Decoran esta hermosa
fachada cuatro ventanas iguales en la traza y en los ornatos,
obedeciendo su colocación á las leyes de la
simetría, algo olvidadas en las arquitecturas medioevales.
Estos agimeces son semejantes a los que ostentan los imafrontes y
los ábsides de las iglesias del país, y
están formados de dos arquitos que se apoyan en un
parteluz central y en dos columnitas laterales adosadas a las
jambas, en las que penetran un tercio del diámetro,
sustentados los tres fustes en molduradas basas,
coronándolos abultados capiles de ornamentación
vegetal. Estos pequeños vanos aparecen abiertos en una
gran losa perforada de un ojo de buey y se alberga bajo un arco,
cuyas dovelas, como las jambas sobre que descansan, son de corte
rectangular.

      A la altura del salmer
corre horizontalmente una bellísima imposta, compuesta de
una escocia decorada de discos o pomas, filete y toro que, al
llegar al arco, asciende adaptándose a su curvatura,
formando agradable contraste la parte recta con la semicircular.
Termina la fachada en un tejaroz que la afea y la quita
carácter que sus tituyó al primitivo alero de
madera, destruido por el tiempo o por el fuego.

      Toda la obra es de
sillarejo, de buena labra, de construcción sólida,
manteniéndose en perfecto estado de conservación.
Lástima que la hayan embadurnado en estos días de
colorines, que deben borrarse y devolverle el color de hoja seca
de la piedra, que es la tonalidad propia de los viejos monumentos
arquitectónicos. El arte a que pertenece esta fachada es
el románico de transición, viéndose
empleados indistintamente arcos ojivos y semicirculares, por lo
cual nos atrevemos a afirmar que ha sido levantada en el siglo
XIV, al par que las iglesias de Sabugo, San Francisco y la
capilla de los Alas.

      Cuenta la
tradición que en esta casa paró el rey Don Pedro el
Cruel cuando vino a Asturias en persecución de su hermano
bastardo Don Enrique, en cuyo caso ya estaría construida
en el año de 1352 en que se verificó aquel hecho
histórico.

CASAS CONSISTORIALES.

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      El edificio
más antiguo de Avilés que lleva impreso el sello de
la arquitectura Greco-romana es el Ayuntamiento. El desarrollo
que había alcanzado la villa en los comienzos del siglo
XVII hacía necesario la construcción de un
consistorio donde se reunieran decorosamente los representantes
del Concejo que en los albores de su vida municipal hacían
sus reuniones en el pórtico de la iglesia de San
Nicolás (como los de Oviedo en el de San Tirso), y
después en una modesta casa de la calle de la Fruta. El
emplazamiento del nuevo edificio no pudo ser mejor elegido. Los
límites del murado recinto de la Edad Media eran estrechos
para contener la creciente población de la floreciente
villa, que rebasó la cerca en el transcurso de los siglos
XIV y XV.

      Como no
podía hacerse el ensanche hacia Sabugo, pues la ría
llegaba entonces hasta la muralla, rodeándola por aquella
parte y sirviéndole de foso, tuvo que extenderse por la
parte alta levantándose el caserío a los lados de
los caminos de Oviedo y Grado, formando las calles del Rivero y
Galiana. Ambas vías arrancaban de un espacioso campo
limitado al Norte por el muro en donde se alzaban los dos arcos
flanqueados de cubos, que daban ingreso por este lado a la
población, levantándose sobre la puerta oriental un
elevado torreón que sirvió de alcázar a la
villa en la contiendas civiles; y cuando en el Renacimiento
perdió su importancia, todavía aspiraban los
señores del país al título honorífico
de ser sus castellanos, que lo fueron después a
perpetuidad los Condes de Canalejas, descendientes de Pedro
Menéndez de Avilés.

      Apoyadas en la cortina
del muro que unía las dos puertas se levantan aisladas las
casas consistoriales. Afecta la planta de este edificio un
paralelógramo con una sola fachada, dividido en dos pisos,
perforada la baja por once arcos en su frente y dos en los lados,
haciendo una cómoda y espaciosa lonja, y la principal
igual número de balcones abiertos a plomo de los vanos
inferiores. Tanto estos como los superiores están
separados por pilastras fuertemente relevadas de los macizos, que
suben desde el suelo hasta la cornisa, cortadas a la mitad de su
altura por una faja horizontal que corre entre las dos plantas.
Campea en el centro un frontón triangular, sobre el cual
carga a manera de ático un cuerpo coronado de un gracioso
retablito hecho en nuestros días para cobijar la esfera
del reloj. Pudiera criticarse a este edicio la carencia de
ornamentación, dadas sus vastas dimensiones, pero si es
verdad que no se ven en su fachada molduras, capiteles,
guardapolvos y otros elementos decorativos comunes en los
monumentos greco-romanos, en cambio, la solidez de su
construcción toda de piedra de sillería, la
corrección de sus proporciones y la buena traza de sus
arquerías le dan un aspecto serio y majestuoso que hace
olvidar la falta de decoración
arquitectónica.

      La
situación de este edificio, apoyada su espalda en la
muralla y haciendo frente a una espaciosa plaza, es
idéntica a la del Ayuntamiento de Oviedo, y no coinciden
sólo en el emplazamiento, sino en la forma y traza, que
son iguales: como que ambas construcciones han sido levantadas
por unos mismos maestros y en el mismo período,
precisamente cuando el Greco-romano hacía su
aparición en Asturias, por lo cual nos permitiremos
reproducir lo que en otra ocasión hemos dicho acerca de
las vicisitudes que este género de arquitectura ha sufrido
en este país. Al morir, hacia el año de 1568, el
célebre maestro Juan de Cerezedo, que había
mantenido enhiesta, durante medio siglo, la bandera del arte
ojival, puede decirse que murió también el
Gótico plateresco del Renacimiento, y desde entonces van
despojándose los monumentos de su lujosa vestidura, hasta
que, al terminar el siglo, desaparece del todo, como sucede en la
iglesia de San Vicente de Oviedo, construida en gran parte por el
eminente historiador de la orden de San Benito, el P.Yepes, en la
que se muestran completamente victoriosos los órdenes del
Greco-romano.

      Algunos
sectarios de esta escuela neo-clásica, que se daban el
modesto título de canteros, paisanos y discípulos
de Juan de Herrera, autor de las trazas de El Escorial; vinieron
a Asturias, y a ellos se deben varias iglesias y santuarios de
escasa importancia en general, pero curiosos, porque revelan la
transformación que sufrió aquí el arte de
edificar en aquella época.

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