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El pequeño lince (página 2)



Partes: 1, 2

-Me haría usted un gran favor, Señora
lechuza y le estaría agradecida siempre.

Estuvieron examinando el lugar que había dicho la
lechuza y por lo que pudieron averiguar, aún estaba la
madre de Iberi encerrada.

-Esos perros guardianes serán difíciles de
despistar, tienen un olfato muy fino -le decía la lechuza,
a Ojos Grandes.

-Ya creo que tienen un olfato fino, los puñeteros
perros -le respondía Ojos Grandes.

Ojos Grandes se despidió de la lechuza,
dándole las gracias por haberle ayudado y fue en busca de
sus amigos.

Curro se había quedado dormido sobre el tronco de
un árbol. Hispa e Iberi estaban juntos a él, pero
estaban despiertos, esperando que llegara ella.

-¡Vaya sueño que tiene el señor
Curro! Debe estar bien cansado – dijo Ojos Grandes, que
había llegado junto a ellos.

-Lleva un rato que no ha movido un pelo -dijo Iberi, que
junto a Hispa, contemplaba cómo dormía.

-Traigo buenas noticias. He estado con una lechuza (por
cierto muy amable), en un sitio donde pienso que pueda estar tu
madre.

Iberi, cuando escuchó lo que Ojos Grandes
decía sobre su madre, se puso muy contento,
cambiándole completamente el semblante.

-Señor Curro, señor Curro,
despierte.

Curro al oír las voces que lo llamaban, se
despertó sobresaltado.

– ¿Qué pasa, cachorro, que me has asustado
con tantas voces? -le decía Curro, refregándose los
ojos.

-Es sobre mi madre, dice Ojos Grandes que puede estar a
las afueras del pueblo, en el otro lado.

-Y qué hacemos aquí, vayamos en su busca
-le decía Curro, con ánimo de ponerlo
contento.

Con toda la precaución del mundo, se introdujeron
en el pueblo. Ojos Grandes iba delante, para avisarle de posibles
peligros.

-Pararse -les decía Ojos Grandes, que
había venido para avisarle.

– ¿Qué pasa? -Le preguntaba
Curro.

-Son muchos cachorros de humanos, que están
bebiendo en la plaza; están muy violentos, están
rompiendo botellas y luchando entre ellos. Será mejor dar
medía vuelta y pasar por otra calle -le aconsejaba Ojos
Grandes.

Se fueron por otra calle y cuando llevaban un rato
andando, se volvieron a encontrar otro grupo de
humanos.

Ojos Grandes se volvió y de nuevo les
avisó.

– ¿Qué pasa ahora? -le preguntaba de nuevo
Curro.

-Otro grupo de cachorros de humanos, que se están
drogando y cuando hacen eso, suelen perder el control sobre ellos
y son muy peligrosos, no respetan nada, ni a nadie -le explicaba
Ojos Grandes.

-Si qué es peligroso el pueblo, por lo que parece
es más peligroso que el bosque -decía
Curro.

-Ya lo creo que es más peligroso que el bosque
-afirmaba Ojos Grandes.

Cogieron otra calle, que parecía estar más
tranquila, y continuaron la búsqueda de la
madre.

Cuando ya faltaba poco para llegar, se llevaron un susto
de miedo, al sentir de golpe, la sirena de una alarma que se
había disparado. Se trataba de la sirena de una
joyería, que estaban robando.

– ¿Y ahora, qué diablo es ese ruido? -le
preguntaba Curro a Ojos Grandes, que había llegado
asustada.

-Pienso que están robando esa joyería de
la esquina -le respondía Ojos Grandes, toda
temblorosa.

Curro, al oír lo de que estaban robando la
joyería, le empezaron a temblar las patas. Iberi se le
acercó y le dijo que estuviera tranquilo, que no pasaba
nada.

Con mucho miedo en el cuerpo, cogieron otra calle y en
poco tiempo llegaron a las inmediaciones del caserón,
donde se suponía estaba la madre de Iberi.

Los perros que vigilaban el caserón, los debieron
oler, por que nada más llegar, empezaron a
ladrar.

En la parte superior del caserón, se
encendió una luz y bajó el dueño de la casa
con una escopeta en la mano. Llevaba puesto un pijama azul y un
gorro de cucurucho color beige, de los que se suele usar para
dormí. Era el que se había llevado a la madre de
Iberi, un señor de unos sesenta años de edad, de
aspecto siniestro.

Bajó a la parte inferior de la casa, con la
escopeta en las manos, dio una vuelta por los alrededores y al no
ver nada, se volvió ha subir.

Episodio 6

La
liberación de la madre

Ojos Grandes localizó a la madre de Iberi, que
estaba encerrada en una jaula, preparada para ser llevada a otro
sitio.

-Hola, Señora lince, ¿es usted la madre de
Iberi? -Le preguntó Ojos Grandes, que había entrado
por la ventana y se había posado encima de la
jaula.

-Sí, sí, ¿es que conoce usted a mi
pequeño?

– Ya lo creo que lo conozco y le diré más,
tiene usted un hijo muy valiente, Señora lince.

La madre, con lágrimas en los ojos, le preguntaba
por su hijo.

– ¿Como está mi hijo, Señora
búho?

– No se preocupe, Señora lince, su hijo
está muy bien, unos amigos y yo le estamos ayudando. Ahora
están esperando fuera del recinto, porque los perros los
han olido y no pueden pasar. Intentaré abrir la jaula; si
lo consigo no tendrán que entrar ellos.

Después de muchos esfuerzos, Ojos Grandes
consiguió abrir la jaula.

Los perros no dejaban de ladrar y el dueño
volvió a bajar otra vez. Este con la escopeta en una mano
y una linterna en la otra, entró donde estaban los
animales encerrados.

-¿Qué será lo que mantiene a los
perros intranquilos? -se preguntaba una y otra vez, mientras
comprobaba que todo estuviera en orden.

La madre de Iberi aconsejada por Ojos Grandes, se
metió en la jaula y ella se salió por la
ventana.

El humano entró en un barracón adosado a
la casa, que era donde estaba la madre y dejó la puerta
abierta. Alumbraba con la linterna a la madre de Iberi y viendo
que estaba dentro, no reparó en si la puerta la
había dejado abierta.

Ojos Grandes hizo ruido en la ventana que estaba al
fondo del barracón, para que el humano se alejara de la
jaula, donde estaba la madre de Iberi. Esta aprovechó la
ocasión para salir del barracón, por la puerta que
había dejado el humano abierta.

El humano, después de intentar averiguar
quién o qué, había hecho aquel ruido, se dio
por vencido y se marchó del barracón.

Luego se acercó a los perros, que estaban muy
nerviosos, e intentó calmarlos. Estos habían olido
a la madre de Iberi y estaban marcando el lugar, por donde se
había salido de la casa.

La madre de Iberi, cuando se vio fuera de la casa,
cambio de semblante y se abrazó a su hijo que la estaba
esperando. Le dio un fuerte abrazó y se echó a
llorar; Iberi, hizo lo mismo que su madre y después de
estar un buen rato abrazados, les presento a Curro y a
Hispa.

Para no tener que pasar por el centro del pueblo, dieron
un rodeo y se marcharon para casa, por un sitio más
tranquilo.

La madre estaba muy contenta de estar libre y poder
abrazar de nuevo a su hijo. Iberi y los demás iban
también muy contentos, por haber conseguido lo que se
habían propuesto.

-Ojos Grandes, llévanos a la casa de Ojos
Mágicos, que quiero saludarlo y presentarle a mi madre -le
decía Iberi.

-Como tú quieras, pequeño -le
respondía Ojos Grandes muy contenta.

Llegaron al chaparro donde vivía Ojos
Mágicos y este, que estaba sobre una rama
distraído, no vio llegar a Ojos Grandes, que se
posó a su lado.

-Hola, Ojos Mágicos.

-Hola, Ojos Grandes, qué susto me has dado -dijo
Ojos Mágicos que estaba medio dormido.

-Hemos encontrado a la madre de Iberi y su hijo te la
quiere presentar.

Bajaron los dos del chaparro muy contentos, por haberse
encontrado de nuevo, luego Iberi le presentó a su madre y
estuvieron un buen rato hablando de cosas relacionadas con el
secuestro.

-Nos tenemos que marchar -le decía Ojos Grandes a
Ojos Mágicos, con una poca de nostalgia.

-Cuando estés seguro de que no hay peligro con el
potingue, me avisas, que me gustaría probarlo
-decía Iberi y se despedía.

Se dieron un fuerte abrazo y se despidieron de Ojos
Mágicos, que se había subido a lo más alto
del chaparro, para ver mejor a sus amigos, que se iban alejando.
Estos llegaron a su barrio y llevaron a hispa con su
gente.

Hispa tenía muchos primos de su misma edad y
enseguida se fue con ellos, dando unos tremendos
saltos.

Segunda parte

Episodio 1

El
reencuentro

Habían pasado unos meses y Ojos Mágicos
vino de visita a casa de Ojos Grandes.

-He estado probando la fórmula y ha dado el
resultado que yo esperaba -le decía muy contento a ojos
grandes.

– ¿Pero no tendrá algún efecto
secundario, que tú desconozcas?

-Es una combinación de plantas del bosque y no
tiene ninguno.

-¿Se lo piensas decir al pequeño
lince?

– Sí, se lo diré en cuanto lo vea. Estaba
muy interesado en todo esto y pienso que él puede ser, el
que mayor provecho le saque a todo esto.

-Pues si tan claro lo tienes, vayamos en su busca, que
yo sé donde vive.

Iberi había crecido y se había convertido
en un joven muy apuesto, su madre se había hecho muy amiga
de Curro y habían salido a dar una vuelta por el
monte.

-¿Hola Iberi, cómo te encuentras? -le dijo
Ojos Grandes, que se había posado cerca de donde estaba
él.

Este estaba soñando con los ojos abiertos, encima
de un árbol y al sentir que lo llamaban, lo pilló
de sorpresa y un poco más, se cae al suelo.

-Hola amigos, qué alegría me
dais.

-Nosotros también estamos muy contentos de
poderte ver.

-¿Dónde está tu madre? -le
preguntaba Ojos Grandes.

-Ha salido a dar una vuelta con Curro. Mi madre y
él, se han hecho muy buenos amigos.

-¿Sigues estando interesado en probar el
potingue? -le preguntó Ojos Mágicos.

-Ya lo creo que estoy interesado en probar el potingue
-le respondió Iberi, sin vacilar.

-Ya no hay ningún peligro, la he probado con
ratones y es fantástica, está a punto para ser
probada, cuando tú quieras.

-¿Pero tendré que ir a tu casa?

– Sí, claro, es donde la tengo.

– Cuando venga mi madre, se lo diré y si ella
dice que sí, nos iremos enseguida a tu casa.

Había pasado una hora más o menos, cuando
apareció la madre y Curro.

Estos se llevaron una gran sorpresa, cuando vieron a
Ojos Grandes y a Ojos Mágicos.

Se estuvieron saludando y hablando de sus cosas un buen
rato.

-Mamá, me dejas que vaya con Ojos Mágicos,
quiere probar su fórmula y piensa que yo puedo ser el
más idóneo para hacerlo -le dijo Iberi a su
madre.

-¿No será peligroso, probar ese
potingue?

– No, mamá, ya ha sido probada con ratones y ha
dado un resultado satisfactorio.

-Señora, si yo pensara que pudiera estar en
peligro su hijo, jamás lo dejaría
probarla.

-Estoy completamente de acuerdo contigo, pero hasta que
el potingue no sea probado con más especies, mi
pequeño no lo hará.

-Como usted quiera, Señora, la probaremos primero
nosotros.

-Nunca ha sido probada por ningún lince y cada
especie tenemos diferentes genes. Pruébenla primero
ustedes y si va bien, no tendré inconveniente en que mi
hijo la pruebe.

Ojos Mágicos, acompañado por Ojos Grandes,
se despidió de sus amigos y ambos se fueron hacia la casa
de ojos mágicos.

Episodio 2

La
fantasía

-Tiene razón la madre de Iberi -le decía
Ojos Grandes a su amigo, mientras iban de camino.

-Sí, que tiene razón, la probaremos
primero nosotros -le confirmaba Ojos Mágicos.

-La probaremos en mi cuerpo, que tú tienes que
controlar la operación, para que todo salga bien -le
decía Ojos Grandes a Ojos Mágicos, cuando llegaron
al chaparro.

-No, tú no quiero que lo hagas, si sale algo mal,
no me lo perdonaría nunca.

-Si tienes fe en tu invento, no tienes por qué
preocuparte, ¿o es que no estás seguro de tu
invento?

-No es eso, es que no quiero que te pase
nada.

-Si sale todo como lo tienes pensado, no debe haber
ningún problema.

-Te daré el potingue y que sea lo que tenga que
ser. Así me gusta, que tengas fe en lo que has
inventado.

Ojos Mágicos sacó el potingue, en un
pequeño recipiente de madera y le dio a ojos grandes la
cantidad que pensaba y que sería suficiente para un
búho.

Ojos Grandes se tomó el potingue y se
quedó unos minutos tumbada y muy relajada.

De golpe dio un salto y se incorporó al lado de
Ojos Mágicos, que no le quitaba los ojos de
encima.

-Salgamos de aquí -le dijo con energía
Ojos Grandes y los dos abandonaron el tronco del
chaparro.

Cuando abandonaron el tronco del chaparro y como por
arte de magia, hubo un destello blanco y Ojos Grandes se
convirtió en una hermosa mujer, con una larga melena
negra.

Ojos Grandes se miraba las manos y con cara de
sorprendida, se acercó a un riachuelo que pasaba cerca de
allí, para verse reflejada.

Ojos Mágicos revoleteaba cerca de ella, todo
contento.

-¿Cómo te encuentras, Ojos Grandes? -le
preguntó, satisfecho por su invento.

-Muy bien, un poco asustada por tan impresionante
transformación, pero me encuentro muy bien -le
respondía Ojos Grandes.

-¿Habías dicho que con el potingue
tendríamos poderes?

– Y los tienes, intenta hacer algo que pienses y se
hará.

-El potingue (aparte de la transformación
humana), desarrolla al máximo las virtudes de cada
individuo.

-No te entiendo.

-Me explicaré. Si tu virtud es la de volar,
volaras rápida como el viento, si tu virtud es que ves
mucho, veras mil veces más, si corres, correrás
como el rayo. Eso quiere decir, que aunque tenga el aspecto de un
humano, sigo teniendo la virtud de volar.

-Inténtalo y lo veras -le dijo Ojos
Mágicos, convencido de lo que le decía.

Ojos Grandes empezó a elevarse y a dar vueltas
por la zona, acompañado por Ojos Mágicos. Mientras
daba vueltas por el aire, Ojos Grandes puso en prácticas
la virtud de la vista y se dio cuentas, que también se
había desarrollado mucho.

-Ostras, veo las cabras saltando en la montañas,
como si estuviera yo allí y hay unos cuantos
kilómetros; a ver si veo a Hispa, que anda por esa
zona.

-¿Y esto durará mucho tiempo?
-decía la bella Ojos Grandes, toda contenta.

-No sé, a los ratones les duró cuarenta y
ocho horas, más o menos. Pienso que a ti te durará
lo mismo, o puede que un poco menos.

-Se lo diremos a la madre de Iberi, que esto funciona de
maravillas y que no se preocupe por su hijo -decía la
bella Ojos Grandes, muy contenta por el experimento.

-Esperaremos a que te pase el efecto y entonces se lo
diremos.

-Sí, es mejor hacer las cosas sin prisas -le
contestaba la bella Ojos Grandes.

Acompañada por Ojos Mágicos, que estaba
asombrado del resultado de su invento, fueron al pueblo para
conseguir ropa para ella.

Estaba completamente desnuda y cuando se hizo de noche y
aunque era verano, le entró un poco de
frío.

Entraron en una tienda de ropa por la ventana y cuando
más tranquilos estaban, probándose la ropa,
sintieron pasos humanos. La bella Ojos Grandes, que
también había desarrollado el sentido del
oído, en unos segundos salió de la tienda, con una
bolsa repleta de ropa.

Se había puesto un vestido blanco, que
había sacado de la tienda y estaba guapísima,
parecía un ángel.

-Caramba, que bien te sienta la ropa, tendré que
tomar potingue yo también, para estar a la altura
-decía Ojos Mágicos, que se había quedado
prendado de su belleza.

Pasaron treinta y seis horas, y Ojos Grandes
volvió a su estado natural.

-Se lo diremos a Iberi y a su madre y que no se
preocupen, que la he probado yo y es
fantástica.

Ojos grandes y Ojos Mágicos fueron a casa de
Iberi y le estuvieron explicando lo bien que había ido el
invento.

La madre de Iberi, aunque no estaba muy convencida de
que su hijo probara el potingue, al final dio el permiso, tan
deseado por él.

Iberi, durante el camino, no paraba de hacerle preguntas
a Ojos Grandes, acerca de los efectos que había sentido,
durante el tiempo que había durado la
transformación.

-Es fantástico, todo parece más sencillo y
se siente una sensación de poder infinita.

-Me estas dejando perplejo, con lo que me
dices.

-Pues aunque no te lo creas, realmente es todavía
más impresionante la sensación que se
siente.

-Más todavía.

-Como te lo estoy diciendo.

-Pues ahora si que tengo ganas de probar ese
potingue.

-Ya falta poco, para que lleguemos al chaparro -dijo
Ojos Mágicos, que escuchaba atentamente la
conversación.

Cuando llegaron al chaparro era de noche, estaban
cansados y lo dejaron para el día siguiente.

Eran las seis de la mañana (del día
siguiente) y ya estaba Iberi dando vueltas por el chaparro.
Había estado toda la noche sin pegar ojo, pensando en los
poderes del potingue. Y cuando los primeros rayos de sol se
empezaron a entrometer entre las verdes hojas del chaparro, no se
pudo aguantar y se levantó.

Sobre la siete de la mañana, se levantaron Ojos
Grandes y Ojos Mágicos.

-Buenos días Iberi -le dijeron los dos a la
vez.

-Buenos días, amigos -respondió Iberi, muy
contento.

Episodio3

Iberi se toma el
potingue

Sobre las diez de la mañana, Iberi con cara de
entusiasmo, se estaba tomando el potingue.

Ojos Grandes y Ojos Mágicos, contemplaban como
Iberi se la estaba bebiendo, sin poner pero alguno.

Pasaron unos minutos y empezó la
transformación. Iberi se iba transformando en un apuesto
joven.

Cuando se hubo transformado, se acercó al
riachuelo que pasaba cerca de allí, para igual que
había hecho Ojos Grandes, ver su imagen reflejada en el
agua.

-Según dices, esto desarrolla todas las virtudes
positivas, que tiene el animal que lo haya tomado.

-Sí, tú prueba las virtudes que creas que
tengas y veras que cambio más sustantivo
obtienes.

-Es cierto lo que dices, la vista es una de nuestras
mayores virtudes y estoy mirando las montañas que se ven a
lo lejos y parecen que estén aquí al
lado.

-La agilidad es otra de nuestras virtudes, espero
poderla probar pronto.

-Los humanos al no tener plumas, deben pasar
frío, por que me estoy quedando helado.

– Si tienes frío, ponte algo de ropa, de la que
traje el otro día.

-¿Donde está, que veré si me sirve
algo?

– Espera un poco, que la sacaremos de dentro del
chaparro.

Ojos grandes bajo del chaparro un vestido de
mujer.

-Pero esto no me servirá, es un vestido de mujer
-decía Iberi.

-Ya se que es un vestido de mujer, pero es todo lo que
tenemos.

– ¿Está muy lejos el pueblo?

-No mucho.

– ¿No te importa, si lo transformo en algo de
chico?

– No, puedes hacer lo que quieras con
él.

El vestido era color marrón claro y se
había hecho unos taparrabos con él.

Iberi estuvo durante el verano haciendo todo tipo de
pruebas y probando todos sus poderes. Uno de los poderes del
potingue que había descubierto, era el poder transformar a
otros animales, o personas.

Había transformado a un lobo, que merodeaba cerca
de ellos, en un simpático perrito.

-Cuando no haya peligro, te devolveré a tu estado
natural -le decía Iberi al lobo.

Había pasado el verano y estaban llegando los
fríos del invierno.

-Iré al pueblo y cogeré alguna ropa para
cuando me transforme, que empiezo a tener frío.

-Vale Iberi, te acompañamos al pueblo.

Llegaron al pueblo y se encontraron con todos los
establecimientos cerrados. Era festivo y estaban todos los del
pueblo escuchando un discurso político. Faltaban varios
días para la campaña y algunos políticos ya
estaban haciéndola. Hablaban de lo buenos que eran sus
programas y lo malos que eran los de los demás
partidos.

Iberi estaba detrás de todos y no se pudo
aguantar, al escuchar decir tantas mentiras al político
que estaba hablando.

-Perdone señor, pero eso que usted está
diciendo, sobre la mejora del medio ambiente, no se lo cree ni
usted -le dijo Iberi, con voz firme y rotunda.

La gente, al oír con la firmeza que fueron
pronunciadas aquellas palabras, se dieron medía vuelta y
vieron a Iberi, que con unos taparrabos y una especie de capa que
se había hecho, para taparse la parte de arriba del
cuerpo, era el que había hablado.

-¿Usted con esa extraña pinta, quien
coño es, para tratarme de mentiroso? -dijo el
político, quitándose unas gruesas gafas que llevaba
puestas.

-Me llamo Iberi y se lo puedo demostrar cuando usted
quiera, que el medio ambiente está ahora peor que hace
cinco años, que fue cuando usted cogió el poder y
no, como usted está diciendo.

-¿Usted a qué partido político
pertenece, al de los mendigos desheredados? -le preguntó
el político, con una triste sonrisa.

-No pertenezco a ningún partido, ni de mendigos,
ni de nada, sólo que cuando la gente como usted, no dice
la verdad, me sienta muy mal.

-Joven, si no le importa, ¿puedo seguir con el
discurso? Gracias, y si digo la verdad o no, ya lo aclararemos en
otro momento-le dijo el político un tanto desorientado y
tartamudeando, ante la firmeza del joven.

Cuando el político llevaba unos quince minutos
hablando, fue nuevamente interrumpido por Iberi.

-Lo que usted está diciendo, sobre la
conservación de los animales, no se ajusta a la verdad. Le
digo eso, porque en los últimos años ha empeorado
todo lo relacionado en la conservación de los animales y
usted, está diciendo lo contrario. Hay especies en
vías de extinción, que hace unos años no
estaban y hoy sí -le dijo Iberi con firmeza.

El político, viendo que estaba perdiendo
credibilidad antes sus posibles votantes, de muy mal humor, dio
el mitin por concluido.

Minutos más tarde y fuera de la tribuna,
entabló una fuerte pelea dialéctica con
Iberi.

La gente al oír la fuerte discusión, fue
haciendo un círculo alrededor de ellos. El
político, viendo que Iberi se lo estaba comiendo
políticamente (como vulgarmente se dice), optó por
marcharse y dar la pelea por perdida. Luego, un gran grupo de
gente, entusiasmada por las palabras que Iberi le había
dicho al político, lo animaban para que se presentara como
independiente, a las próximas elecciones.

-¿Cuantos días faltan, para que acabe el
plazo de la inscripción?

-Faltan dos días -le respondía uno de los
presentes y futuro votante, en caso de que el se
presentara.

-Son muy pocos días, para preparar una
candidatura. En las próximas elecciones si no hay
problemas, me presentaré -respondía Iberi, a las
preguntas de los vecinos.

El político que había sido ridiculizado
por Iberi, era don Bernardo, un señor de unos cincuenta y
cinco años de edad, más o menos, con el pelo blanco
y de contusión gorda. Era el presidente del partido que
estaba gobernando en el pueblo y dueño de varias empresas
dedicadas a la construcción. Se presentaba de nuevo a las
elecciones y aunque faltaban varios días para poder hacer
campaña electoral, se estaba aprovechando de su
condición de gobernante en funciones y bajo
justificación que no se lo creía ni el mismo, ya
estaba haciendo campaña electoral.

Iberi, que una de las virtudes que había
desarrollado era el oído, al pasar por delante de la sede
del partido gobernante, escuchaba al presidente muy enfadado,
hablando de lo que había pasado en la plaza.

Unas horas más tarde, el presidente había
reunido a todos los pesos pesados de su partido y estaban
examinando, el revés que había recibido durante el
discurso de la plaza.

-Si no se presenta ese joven y no creo que pueda hacerlo
nunca, no hay porque preocuparse -le decía el segundo de
la lista, al presidente. Un tal Francisco Olivares, de unos
sesenta años de edad, con el pelo blanco, igual que lo
tenía don Bernardo. Dueño de una de las mayores
fincas de la región y donde había uno de los
mayores cotos de caza del país.

-No me preocupa ganar las elecciones, de hecho, pienso
que las ganaremos; lo que me preocupa, es cómo he quedado
delante de mis electores -le respondía el presidente, con
un cabreo de mil demonios.

-No pensaba que te hubiera afectado tanto lo de ese
joven -le decía otro de su partido, el tercero de la
lista, un tal José Peinado, dueño de varios hoteles
en la costa y uno en la ciudad, en la cual el vivía.
Soltero, también de cincuenta y pico de años de
edad y como los otros dos compañeros del partido,
también con el pelo blanco.

-Mañana habíamos quedado en ir de caza a
tu finca -le preguntaba el presidente, al segundo de la lista,
que era Francisco Olivares.

-Sí, y además te irá muy bien, que
sea mañana cuando vayamos de caza, para que te despejes y
se te aclaren esas ideas tontas que tienes metidas en la cabeza
-le contestaba el dueño de la finca.

Serían las cinco de la mañana, cuando el
presidente era recogido en la puerta de su casa, por don
Francisco en un todo terreno.

Iberi lo había estado escuchando todo lo que
habían estado hablando y a la mañana siguiente, los
fue siguiendo al coto de caza.

La finca estaba del pueblo a unos doscientos cincuenta
kilómetros más o menos y llegaron a ella sobre las
ocho y media de la mañana.

Habían llegado a la finca en tres todo terreno,
con cuatro personas en cada uno y todos eran compañeros
del partido.

Los estaban esperando el capataz y varios jornaleros,
que tenían encendido un gran fuego, en medio de una
plazoleta que había en la puerta del cortijo.

-Buenos días, don Francisco -le dijo el
capataz.

-Buenos días, Juanito, ¿todo en
orden?

– Si, don Francisco, está todo
preparado.

-¿Los perros qué tal?

-Muy bien, he incorporado tres más, que son muy
buenos.

-Bien, bien, Juanito.

-Si no le importa, hoy desayunaremos primero.

-Como usted diga, don Francisco, lo tenemos todo
preparado.

El capataz, ayudado por su mujer y varios jornaleros,
trajeron la carne y la fueron asando en el fuego que
habían preparado en el centro de la plazoleta.

Las botas de vino no paraban de dar vueltas y los huesos
y desperdicios, estaban llenando un barreño, que
había puesto el capataz para tal fin.

Sobre las nueve y medía de la mañana, de
un nublado día y, bajo una espesa niebla, se pusieron en
movimiento.

Cuando llegaron a la cima de aquella loma, que estaba
del cortijo a un kilómetro aproximadamente, se fueron
distribuyendo los puestos.

Don Francisco y don Bernardo se pusieron juntos, en el
puesto más privilegiado del coto. Desde allí, eran
los primeros que veían llegar, a los asustadizos
animales.

Los jornaleros habían bajado a un riachuelo que
estaba a unos dos kilómetros del cortijo y venían
haciendo ruido hacía arriba, asustando a todos los
animales que había. Estos, ajenos al peligro que
corrían, se iban acercando a los puestos, donde estaban
los cazadores camuflados entre los arbustos, que sin
contemplaciones, los irían matando.

Don Francisco y don Bernardo estaban muy entusiasmados
esperando que le llegaran dichos animales, cuando Iberi se
dirigió a ellos.

-Buenos días, Señores -les dijo con voz
firme y seca.

Estos, que estaban viendo cómo se iban acercando
los animales, se llevaron un susto de miedo, al sentir la voz de
Iberi.

-Buenos días -respondieron los dos
sobresaltados-¿Y que coño haces tú
aquí? -añadió don Bernardo, cuando lo
reconoció.

-He querido venir para ver como se divierten ustedes y
por lo que estoy viendo, pienso que vuestra diversión es
muy triste. Si esto lo hacen como deporte, pocas grasas
perderán ustedes, sentados en esos taburetes, y si la
hacen como diversión, poca diversión es matar a
indefensos animales.

-Cada uno se divierte como le da la gana, no creo que te
importe mucho como nos divertimos nosotros.

-No, ni mucho menos me importa, como se divierten
ustedes. Lo que si me preocupa, es que para que ustedes se
diviertan, tienen que morir indefensos animales.

-¿Usted no será un ecologista de esos, que
todo le molesta y que si por ellos fuera, estaríamos
todavía en la edad de piedra?

-No, no soy ecologista, pero gracias a personas como
ellos y a la lucha que llevan contra los gobiernos por conservar
la naturaleza, está usted respirando aire puro en el
bosque y sus hijos pueden contemplar la casi totalidad de
animales vivos de la tierra. Digo la casi totalidad y no la
totalidad, por que hay muchas especies en vías de
extinción, por culpa de gente sin escrúpulos como
vosotros. Que solo piensan en ellos mismos y en amasar la mayor
cantidad de dinero posible, aunque para ello hagan desaparecer
especies, que llevan viviendo en la tierra millones de
años.

-Váyase con el rollo a otra parte y
déjanos tranquilos, si no quieres que haya un accidente de
caza.

-Don Francisco, si usted quiere, se me puede escapar un
tiro a mí -le decía uno de su partido, que viendo a
Iberi hablar con ellos, se había acercado y había
escuchado lo que Iberi le había dicho.

-No hace falta, aunque si no se marcha pronto, me lo
pregunta de nuevo -dijo don Francisco con una sátira
sonrisa y añadía-: No estamos infligiendo ninguna
ley, estamos en época de caza y podemos cazar lo que nos
venga en gana. Por lo tanto, déjenos tranquilos y
lárguese de aquí de una puñetera vez, que
está usted en una finca privada, mi finca. Porque donde
usted esta pisando es mío, a ver si se entera de una vez
-le decía don Francisco, alzando la voz y con tonos
desagradables.

Varios de los compañeros del partido, cuando
escucharon que don Francisco estaba pegando voces, fueron
acercándose a donde estaba Iberi

Hombre, si es el jovencito charlatán del otro
día -le decía uno del partido, que se estaba
acercando.

En pocos minutos se habían reunidos todos
alrededor de Iberi, los cuales al estar todos juntos y en
mayoría, se fueron envalentonando.

-Ahora jovencito sabiondo, si eres tan valiente, dime lo
que me dijiste en la plaza, eso de que soy un mentiroso -le dijo
el presidente con ironía, como queriendo limpiarse la
mancha intelectual que le había propinado Iberi, delante
de su gente.

Los doce estaban alrededor de Iberi insultándole
y haciendo simulados con las escopetas de caza, contra
él.

-Dejarme marchar, si no queréis tener serios
problemas conmigo, que todos sois escoria humana. Si supieran la
clase de gente que sois, no os votaría nadie, aunque os
presentarais un millón de veces.

Uno de los más exaltados del grupo, no se pudo
aguantar y le pegó a Iberi con las culatas de la escopeta
en la boca del estomago y este cayó al suelo dando un
fuerte grito de dolor.

-Si quiere usted don Bernardo, le pego un tiro y me lo
cargo, así se acaban los problemas. Luego, con decir, que
ha sido un accidente de caza y poniéndose todos de
acuerdo, en contarle la misma historia a la policía, no os
pasará nada. ¿Que me responde usted, don Bernardo,
le atizo?

-No, matarlo no, que eso puede traernos serios
problemas, le pegáis una buena paliza, pero sin pasarse;
luego le recordáis, que si lo vemos de nuevo por el
pueblo, entonces si que acabaremos con él.

Episodio 4

El baile de las
perdices

Tres de los más violentos del partido, se
disponían cumplir las órdenes que había dado
don Bernardo, cuando fueron transformados por Iberi, en unas
bonitas perdices. El resto del grupo, que caminaba hacía
sus puestos de caza, al percibir un fuerte destello de luz
blanca, se dieron media vuelta, siendo también
transformados en perdices.

-Habéis visto, lo insignificante que puede ser
una persona y cómo le puede cambiar en cuestión de
segundos, el signo de la vida. Lo pronto que a una persona le
puede atropellar un coche y matarlo, lo pronto que le puede dar
un infarto y morirse, lo pronto que le puede entrar una
enfermedad incurable, lo pronto que puede perder su persona, como
vosotros la habéis perdido. Nunca se debe ser tan
arrogante en la vida, como lo habéis sido vosotros, hay
que pensar un poco más en los demás. Vosotros hasta
ahora, sólo habéis pensado en vosotros mismos y
nunca os ha importado nadie, ni votantes, ni animales, ni medio
ambiente, nada, sólo os ha importado vosotros y
sólo vosotros. El mundo es muy grande y nadie por mucho
que coma, se lo comerá nunca, aunque hay mucha gente, que
si por ellos fuera, solo comerían ellos. Ahora os voy a
dejar aquí en el bosque unos días y solo
estaréis acompañados por sus peligros, con los
cuales muchos animales, por desgracia, tiene que convivir toda su
vida. Hasta tres días antes de las elecciones,
estaréis aquí en el bosque, como perdices a todos
los efectos, yo os vendré a buscar ese día y los
que hayáis sobrevivido hasta entonces, seréis
devueltos a vuestro estado natural. Os quiero dar un consejo
antes de irme, la veda de la perdiz esta abierta y aquí
suelen venir muchos cazadores furtivos, aparte los depredadores
naturales vuestros como las águilas, zorros, búhos,
linces, gatos monteses, etc. etc. ¡Ah!, se me olvidaba lo
de la comida. Tendréis que preguntarles a vuestras
compañeras las perdices, y que os digan, qué se
suele comer por esta época del año y así
sabréis lo difícil que es conseguir comida, cuando
se tiene tan poco.

Bueno os dejo, suerte y hasta el día
señalado.

Todas las perdices tenían la cabeza negruzca,
menos don Bernardo, don Francisco y don José, que las
tenían blancas.

Los jornaleros que habían sido contratados para
acercarles las piezas a los cazadores, subían la loma
bastante desorientados, al no sentir ningún disparo,
cuando estaban viendo subir muchos animales.

-Manuel, no sé qué le habrá pasado
a esos señoriítos, pero todavía no han
pegado ni un tiro -le preguntaba Juan, que era otro jornalero de
unos cuarenta años de edad.

El ruido de los jornaleros se hacía cada vez
más intenso y el ladrido de los perros cada vez más
insoportable, para don Bernardo y demás
compañeros.

-Don Bernardo, si no salimos pronto de aquí,
seremos comidos por esos hambrientos perros, que se nos
están acercando.

-Nunca me han dado miedo los perros.

-Ya se don Bernardo, pero ahora no somos humanos, somos
perdices a punto de ser cazadas, si no espabilamos -le contestaba
don José.

Don Bernardo intentó levantar el vuelo, pero
estaba muy gordo y no pudo. Todas las perdices salieron volando,
menos las tres de la cabeza blanca, que por un motivo u otro, no
pudieron levantar el vuelo.

-Si no podemos volar, tendremos que salir corriendo y
escondernos en algún sitio que sea seguro -les
decía don Bernardo a sus dos compañeros.

-Iremos al cortijo, allí hay sitios donde
podremos escondernos -decía don Francisco.

Los tres asustados por los ladridos de los perros y por
algunos depredadores que pasaban corriendo cerca de ellos,
emprendieron el camino hacía el cortijo.

-Iremos al granero, así tendremos comida
-decía don Francisco, cuando llegaron a las inmediaciones
del cortijo.

-Vaya usted delante, que sabe donde está el
granero -decía don José.

-¿Viene una mujer?

– Si, es la señora Josefa, la esposa de Juanito,
el capataz que tengo en el cortijo. ¿Le podemos decir
quienes somos y el problema que tenemos?

-No creo que resulte; pensar lo que hacíamos
nosotros, cuando veíamos una perdiz cerca -decía
don José.

-Es verdad, no creo que nos diera tiempo explicarnos
-decía don Francisco.

-Si nos ve la señora Josefa, intentará
cazarnos, como haríamos nosotros -le respondía don
Bernardo.

-Vigilar, que no nos vean los perros del cortijo, que
hay varios pastores alemanes muy grandes -decía don
Francisco.

No acabaron de decir lo de los perros, cuando fueron
sorprendidos por uno de ellos, que de un fuerte ladrido, les
metió el susto en el cuerpo.

Los tres salieron corriendo, metiéndose por una
gatera que había en la puerta del granero.

El perro se quedo fuera del granero, ladrando en la
puerta.

-Deja tranquilo a los gatos, Columpio, que si no fuera
por ellos, los ratones se comerían todo el
grano.

El perro, haciendo caso sumiso a su dueña, dejo
de ladrar y se marchó hacía la puerta de la
entrada.

La señora Josefa (era una señora de unos
cincuenta años de edad, con el pelo negro canoso y bien
metida en carnes, (es decir gorda). Era de aquellas mujeres que
llevan siempre puesto el delantal, aunque esté de fiestas.
Estaba dando de comer a las gallinas, cuando llegó su
marido con varios jornaleros

-Josefa, Josefa.

-Qué pasa, Juanito, con tantas voces. (Juanito en
cambio, era delgado, con cara de aniñado, también
de unos cincuenta y pocos años de edad)

-No sé qué habrá pasado Josefa,
pero han desaparecido todos los
señoriítos.

-¿Cómo que han desaparecido todos los
señoriítos? ¿No habrás estado
levantando el codo otra vez?

– No, Josefa, que ahora me he convertido en un abstemio
y solo bebo agua y leche.

-Acércate que te huela el aliento, a ver lo
abstemio que te has convertido.

-Hay que ver lo pesada que llegas a ser, siempre con lo
mismo.

-No lo dirás con segundas, lo de
pesada.

-Como te voy a decir eso Josefa, con lo que me gustan a
mí, las mujeres rellenitas -le dijo Juanito dándole
un palmetazo en el culo.

-No me seas tan zalamero, que te conozco Juanito, y
explícate un poco mejor, que no te entiendo ni papa -le
contestó Josefa, riendo un poco.

Es decir, le había gustado el palmetazo que le
había dado Juanito en el culo.

-Si Josefa, como te lo estoy diciendo, han desaparecido
todos, como por arte de magia. Y lo más raro de todo, es
que han dejado las escopetas en los puestos, Josefa, porque
aquí en el cortijo, no estarán.

– No, no, aquí que yo sepa, no ha venido
nadie.

-¿Josefa, tendremos que llamar a la
policía?

– Juanito, si es verdad lo que me dices y por la cara
que traes, debe ser verdad, lo mejor será llamarlos y
pronto.

-¿Qué ha sido ese ruido?- exclamó
don Bernardo.

-Me ha parecido un ratón, don Bernardo -le
contestó don José.

-Si, son ratones que están comiendo trigo
-verificó don Francisco.

-Esos roedores no me preocupan, los que de verdad me
preocupan son los gatos, que esos si que cazan perdices
-decía don Bernardo, levantando la cabeza y mirando para
los lados.

-Se siente ruido de coches -dijo don
Francisco.

-Sí, miremos por la ventana a ver quien viene
-dijo don Bernardo.

Los tres se subieron a la ventana del granero, que
estaba a unos dos metros del suelo. Desde allí pudieron
contemplar como llegaba un coche de la guardia civil, del cual
bajaron cuatro guardias civiles. Al mando del grupo venía
un sargento, que bajó por la parte derecha del
coche.

Cuando más distraídos estaban,
contemplando a los guardias civiles, se presentaron dos enormes
gatos negros, que al verlos en la ventana, intentaron
cazarlos.

Uno de los gatos dio un fuerte salto, alcanzando el
bordillo de la ventana. Este cayó al lado de don Bernardo
y compañía. Estos, que se llevaron un susto de
muerte, al ver tan cerca de ellos los bigotes del gato,
emprendieron el vuelo como pudieron.

Era la primera vez que volaban, e iban sin control
alguno. Pasaron cerca de donde estaban los guardias civiles,
hablando con Juanito y Josefa.

-Qué perdices más raras, nunca
había visto esta clase, de cabeza blanca -dijo Juanito,
que veía como las perdices pasaban junto a su
cabeza.

-Parece que tengan daño en las alas.

– Sí, eso parece, porque van volando con
dificultar -dijo el sargento.

-A lo mejor están enfermas y por eso tienen la
cabeza blanca -dijo Juanito.

-Si, es posible que sea eso -le respondió el
sargento.

Después de haberles explicado al sargento todo lo
que sabían del asunto, este les dijo que les
acompañasen, hasta donde decían que habían
desaparecido los señoriítos.

-Tú, Josefa, quédate aquí, por si
vienen los señoriítos, mientras nosotros los
buscamos por el bosque.

Juanito y dos jornaleros se subieron en el Land Rover de
la guardia civil y el resto se quedó en el cortijo,
acompañando a Josefa.

-Aquí en este puesto estaba don Francisco y don
Bernardo. Siempre que vienen suelen coger este, porque dicen que
es el mejor de todos; el resto estaban a continuación, en
esos puestos que se ven más adelante, que es de donde
hemos cogido sus escopetas.

La noche estaba llegando y la guardia civil dejó
la búsqueda para el próximo día. El
día había sido bastante fresco y la noche cuando
desapareció el sol, convirtió en una nevera, todo
el bosque.

-Tenemos que estar vigilantes y no ser sorprendido por
ningún depredador -decía don Bernardo, con el pico
tembloroso por el frío.

-Si no nos come algún depredador, moriremos de
frío -le respondía don José, que
además del pico, también le temblaba todo el
cuerpo.

-Tendremos que volver al cortijo, allí estaremos
calientes y sólo tendremos que vigilar a los gatos
-decía don Francisco.

Los tres, además del frío que estaban
pasando, estaban asustados y todos los ruidos que sentían,
les parecía que era de algún depredador que se les
acercaba.

-No sé si será falta de costumbre, pero si
las perdices viven toda su vida, como nosotros estamos pasando
esta noche, no me gustaría ser una de ellas -decía
don Bernardo.

No había luna y la noche era tan oscura, como la
boca de un lobo.

-No lo pensemos más y regresemos al cortijo,
allí tendremos más posibilidad, de llegar al
día en que de nuevo seamos humanos -decía don
José, que como sus compañeros, estaba temblando y
asustado.

-¿En qué dirección está el
cortijo?, porque con lo oscura que está la noche, no se ve
ni torta -decía don Francisco.

-Pues si tú no lo sabes, que eres el dueño
del cortijo, pregúntamelo a mí, que yo, sí
que no tengo ni idea -le respondía don Bernardo,
preocupado.

-Yo pienso que es por ese lado -sugería don
José.

-No, no, por ese lado nos alejaremos más -le
respondía don Francisco.

Estuvieron un rato hablando, para no equivocarse en la
decisión del camino a seguir y cuando los tres estuvieron
de acuerdo, en que elegían el mejor, emprendieron la
marcha.

Llevaban un rato andando a oscuras y tropezando con
todo, cuando fueron sorprendidos por un gato montés, que
de un zarpazo le peló un poco la cabeza a don Bernardo.
Los tres, con el susto en el cuerpo por el zarpazo del gato y sin
saber a donde iban, emprendieron el vuelo a oscuras.

Habían volado unos doscientos metros, cuando
chocaron con las ramas de un chaparro, cayendo los tres al
suelo.

-Vaya tortazo que nos hemos pegado -decía don
José, sacudiéndose las plumas.

-Y que lo digas -confirmaba don Francisco, que
hacía lo mismo.

-No sé si me lo hizo el gato, o la caída
que hemos tenido, pero me siento la cabeza pelada -decía
don Bernardo.

-Espero que no haya ningún depredador cerca y
podamos descansar un poco -exclamaba don Bernardo, que se
sentía agotado.

-Hay que ver lo oscura que está la noche, no se
ve ni torta -decía don José, que intentaba
orientarse.

-Lo mejor será no moverse en toda la noche, por
que igual, nos estamos separando cada vez más del cortijo
-respondía don Francisco.

-Podemos turnarnos durante la noche, dos duermen y uno
vigila, así podremos descansar un poco -decía don
Bernardo.

Envuelto en una blanca niebla, llegaba el día y
el cantar de los pájaros, con sus bonitas melodías,
despertaba los corazones que aún
dormían.

-Despertar, que ya es de día -decía don
Bernardo, que le había tocado el último
turno.

-Caramba, qué niebla más espesa, no se ve
ni torta -decía don Francisco. –

-Con la noche tan oscura que hemos tenido y ahora esta
espesa niebla, no encontraremos el cortijo nunca -decía
don José.

-Tendremos que esperar, hasta que se quite la niebla,
para intentar ir al cortijo -decía don
Bernardo.

-Yo lo que tengo es mucha hambre, si pronto no como
algo, me desmayaré -decía don Francisco.

-Busquemos comida -decía don
José.

-Si no sabemos lo que tenemos que comer-le
respondía don Francisco.

-No, nos pongamos nerviosos, las aves comen semillas e
insectos, por lo tanto si ahora somos aves, ya sabemos lo que
tenemos que comer -les decía don Bernardo.

-Llevas razón, don Bernardo, pero con el hambre
que tengo, se me está comprimiendo el cerebro -contestaba
don Francisco.

-Dejémonos de habladuría y busquemos
comida -les volvía a decir don José.

-Llevamos dos horas buscando comida y a menos yo, no he
sido capaz de encontrar nada más que unos saltamontes
-decía don José, que cada vez estaba más
hambriento.

Los rayos de sol iban diluyendo la espesa niebla y la
visibilidad del día, se estaba haciendo cada vez
más nítida. El azul del cielo empezaba a predominar
en el horizonte, salpicado por unos puntos blancos
agrisados.

-¿Don Francisco, ahora que se ha ido la niebla,
podemos saber dónde estamos? -Le preguntaba don
José.

-Sí, espero que me sepa orientar, porque la finca
la compré para ir de caza y sólo conozco algunos
puntos de la misma -le respondía don Francisco.

-Pues lo tenemos claro, si no sabemos por donde
está el cortijo -decía don Bernardo.

-Subamos aquel cerro, igual se ve el cortijo desde
allí -decía don José.

Los tres emprendieron el viaje hacia el cerro y cuando
iban llegando a la cima, se encontraron con dos cazadores
furtivos, que habían subido por la parte opuesta y estaban
bajando.

-Don Bernardo, escóndase bajo estos matojos, que
vienen dos cazadores furtivos -decía don José, que
se había percatado de la presencia de los cazadores
furtivos.

-¿No traerán perros? -decía don
Bernardo.

-No, sólo vienen ellos -afirmaba don
Francisco.

Los cazadores, con las armas en la mano, pasaron a unos
tres metros de ellos.

-Si fuéramos perdices, hubiéramos salido
volando y los cazadores nos hubieran acribillado a tiros
-decía don José.

-Ya lo creo que nos hubieran acribillado, esos
desgraciados -le respondía don Bernardo.

-Gracias a dios que nosotros tenemos inteligencia y
podemos ver esos peligros -decía don Francisco, en un tono
de preocupación.

Los tres subieron a la cima del cerro, con la
intención de poder ver el cortijo, o algo conocido, para
poderse orientar.

-No se ve vivienda alguna y el único que puede
reconocer la zona en la que estamos, es usted, don Francisco -le
decía don Bernardo.

-Ya sé que me haríais esa pregunta, pero
ya os dije antes, que la finca la compré para ir de caza y
sólo conozco los lugares donde nos lleva Juanito, que son
los mejores para dicha actividad ¿Qué donde
estamos? la verdad, no sé si esto es de mi finca, o
no.

-Pues lo tenemos claro, como nos tenga que sacar de
aquí, el dueño de la finca -le decía don
Bernardo, con una poquita guasa.

-No me lo diga usted de esa manera, que bastante tengo
ya -le respondía don Francisco, que se había
mosqueado, por lo que había dicho don Bernardo.

-No se mosquee Francisco, que lo digo de
broma.

-Pues no me gusta que hagas bromas con esas
cosas.

-Perdona, Francisco, no era mi intención hacerte
enfadar.

-Pues si no era tu intención, lo has disimulado
muy bien.

-Veo que te ha sentado muy mal, lo que he
dicho.

-La verdad que sí. Estamos todo el año
viniendo a la finca y porque no la conozco bien, fuera de los
cotos, casi me has tratado de gilipollas.

-Perdona chico, pero si no cambias el chip, el que se
cabreará de verdad, seré yo -le respondía
don Bernardo.

-Dejar las peleas para otro momento, que ahora lo que
hay que intentar, es encontrar el cortijo -les decía don
José.

Estuvieron analizando la zona, intentando ver algo
conocido, pero después de haber estado un buen rato, no
consiguieron ver nada.

-Yo creo que el cortijo, está en aquella
dirección -decía don José.

-Yo diría que sí -le confirmaba don
Bernardo.

-Yo creo que no, pero os haré caso y cogeremos
ese camino -decía don Francisco.

El día cada vez se estaba poniendo más
frío y el cielo se estaba cerrando con nubes
blancas.

-No me gusta como se está poniendo el día,
si sigue haciendo tanto frío, seguramente nevará
-decía don José.

No había pasado mucho rato, cuando empezaron a
caer pequeños copos de nieve, que se fueron haciendo cada
vez más grandes.

El bosque se estaba volviendo blanco y el camino
imposible para seguir andando.

-Tendremos que buscar un refugio, para pasar la noche
-dijo don Bernardo.

-Sí, y comida, que estoy hambriento -le
respondió don Francisco, que todavía no
había conseguido quitarse el hambre.

-Sí, que yo también tengo mucha hambre
-decía don José.

-Pues si no hemos encontrado comida, con todo
descubierto, ahora que está tapado con la nieve, lo veo
muy difícil que encontremos -les contestaba don Bernardo y
añadía-: Si no encontramos pronto el cortijo, con
lo torpes que somos los tres, moriremos de hambre, o de
frío.

Se había quedado todo el bosque blanco y un fino
viento soplaba las copas de los árboles. Los tres buscaban
comida y un lugar donde pasar la fría noche, que se
acercaba. Habían elegido el resguardo de una vieja encina
y buscaban bellotas junto a su enorme tronco.

Tuvieron suerte al encontrar bellotas junto al tronco,
que se mantenía sin nieve y así pudieron saciar el
hambre.

Nunca lo hubiera pensado, que me saldría tan
buenas, unas bellotas -decía don Francisco, que saciaba el
hambre acumulado.

Habían saciado el hambre y acurrucados junto al
tronco, se disponían pasar la noche, cuando fueron
sorprendidos por una culebra.

Había cogido por un ala a don Francisco, que
revoleteaba fuertemente, sin poderse escapar de ella. Don
Bernardo y don José, del susto que se llevaron,
emprendieron el vuelo, cayendo a unos treinta metros de
distancia.

-Tenemos que ayudarlo y tiene que ser pronto
-decía don José, que se le había puesto el
corazón a doscientos.

-Vayamos rápido en su ayuda -dijo don Bernardo y
dando un pequeño vuelo, los dos cayeron al lado de don
Francisco, que le empezaba a faltar aire, al tenerlo la culebra
completamente envuelto.

Los dos en un ataque de algo, que pocas veces
habían tenido, empezaron a picotear a la culebra, que poco
a poco fue soltando a don Francisco, gracias a la insistencia y
valentía que pusieron. Este fue recuperando el aliento y
de un fuerte tirón, consiguió soltarse de la
culebra.

Con el ala derecha mal herida y dando pequeños va
y vienes, don Francisco consiguió alejarse unos metros de
la culebra.

Esta con la valentía que había sido
atacada, por don José y don Bernardo, se vio derrotada y
se marchó entre la maleza, en busca de una presa
más fácil.

-Aún es de noche y con la nieve que hay, no
podremos alejarnos mucho -decía don
José.

-Es verdad, y aparte de la nieve que hay, no se ve ni
torta. Creo que lo mejor será quedarse aquí, hasta
que amanezca -le respondía don Bernardo.

Don Francisco estaba mal herido física y
anímicamente y lo de quedarse bajo el árbol, no le
hacía mucha gracias.

-Pienso que donde correremos menos peligro, es
aquí bajo el árbol. Aquí al menos no
pasaremos frío y no creo que tengamos tan mala suerte, de
que esta noche, nos visite otro depredador -decía don
José.

Aunque don Francisco estaba muy reacio a quedarse y
seguía con el miedo metido en el cuerpo, al final se
pusieron de acuerdo, en terminar de pasar la noche bajo el
árbol y acurrucados entre ellos al lado del tronco, fueron
pasando la fría noche en calma.

A la mañana siguiente, todo amaneció
blanco y al estar don Francisco con el ala herida decidieron
quedarse en aquel lugar, hasta que el tiempo mejorase.

Llevaban cinco días sin poder abandonar el
árbol y estaban desesperados.

-Si el tiempo no mejora, nos tendremos que marchar como
sea -decía don Bernardo.

-¿Aun te duele el ala? -Le preguntaba don
José a don Francisco.

-Si, aunque mucho menos, si hay que salir volando, estoy
preparado.

-Hoy no ha nevado y ha hecho buen día,
mañana saldremos, pase lo que pase-decía don
Bernardo.

A la mañana siguiente el día
amaneció despejado y los rayos de sol poco a poco, fueron
iluminando y calentando aquel frío bosque, que llevaba
varios días con aquel bonito manto blanco.

-Eh, despertar, que tenemos que irnos-decía don
José, que llevaba un rato despierto.

-¿Que tal esa ala, don Francisco? -le preguntaba
don José.

-Aún me duele un poco -le respondía don
Francisco.

-Si tenemos que ir andando, será mejor irnos ya
-decía don Bernardo.

Los tres, sin saber el rumbo que tenían que
coger, emprendieron el camino a través de la nieve. El
día era bastante agradable y el sol se reflejaba en la
blanca nieve, a la cual iba derritiendo lentamente.

Los claros sin nieve se iban haciendo cada vez
más grandes y el poder caminar por el bosque, cada vez era
más agradable.

-Tengamos cuidado con las águilas, que por esta
zona suelen haber muchas-dijo don Francisco, mirando hacia el
cielo.

-¿Pero si no sabes por dónde estamos,
cómo sabes lo de las águilas? -le respondió
don Bernardo

-Toda la zona, está habitada por águilas
-le respondía don Francisco.

Las palabras de don Francisco, les había puesto
la mosca en la oreja y no dejaban de mirar hacía
arriba.

Tanto vigilar la parte de arriba, que habían
descuidado la parte de abajo y fueron sorprendidos por un joven
zorro, que sólo su inexperiencia evitó coger
alguno. Estos iban bajando un cerro mirando hacia arriba y al ver
el joven zorro tan cerca, alzaron el vuelo como pudieron. Don
Francisco, que aún llevaba un ala herida, mantuvo el tipo
y aterrizo junto a sus compañeros.

-No ganamos para sustos. Pobre vida la de los animales,
que están siempre rodeados de tantos peligros –
decía don José.

-Y que lo digas- decía don Bernardo.

-Mirar, esto lo conozco, el cortijo está tras
esos cerros -decía don Francisco.

Cuando iban llegando a las inmediaciones del cortijo, se
encontraron con el resto de compañeros, que habían
pasado todo el tiempo camuflados en un riachuelo, donde
había agua y bastante comida.

-¿Estáis todos bien? -les preguntó
don Bernardo.

-Sí -le respondía uno del
grupo.

-Nosotros lo hemos pasado muy mal, hemos tenido de todo,
frío, miedo, hambre -decía don Francisco -.
Nosotros, los primeros días también lo pasemos muy
mal, fuimos atacados por varias águilas, que estuvieron a
punto de cogernos y también por un lince, que
después de haber pillado a don Carlitos, lo soltó.
No le debió gustar la carne gay -dijo en un tono
despectivo.

-No se meta usted con las inclinaciones sexuales,
Señor Alberto, que tiene todas las de perder -le
decía don Bernardo -.

-Nosotros queremos ir al cortijo, allí estaremos
protegidos del frío y de los depredadores. Bueno, no de
todos los depredadores, que allí están los gatos
-decía don Francisco.

-Siempre será mejor tener un enemigo, que varios
-decía don Bernardo.

-Nosotros hemos estado todo este tiempo, muy tranquilos
aquí. Desde que Carlitos fue atacado por el lince, no
hemos visto depredador alguno-decía don
Alberto.

-Nosotros lo intentaremos en el cortijo; falta una
semana para volver a ser humanos y si vemos que los gatos no nos
dejan vivir tranquilos, nos vendremos con vosotros -decía
don Francisco .

Se despidieron de sus compañeros y de fueron para
el cortijo.

-¿Qué hacemos, volvemos al granero, o
intentamos meternos en otro sitio?-decía don José-.
Podemos meternos en el gallinero, allí no pueden entrar
los gatos.

-Buena idea don Bernardo, buena idea – le
respondía don Francisco.

Dieron un pequeño vuelo y se metieron en el
gallinero, por encima de la valla metálica. Había
unas treinta gallinas ponedoras y tres gallos. Estos, al ver
entrar a los intrusos, se pusieron en alerta.

Las gallinas con su típico cacareo, denunciaban
donde se habían escondido los tres. Los gallos, muy
flamencos ellos, y con actitud de defender su harén, no
dudaron en atacarles.

-Tendremos que salir de aquí, estos gallos deben
pensar que les queremos quita el harén y son capaces de
matarnos-decía don José .

-Sí, y de prisa, que mira cómo se han
puesto -le respondía don Bernardo.

Los tres, lo mismo que entraron, se marcharon del corral
de las gallinas.

-La idea era buena, pero no contábamos con los
gallos-decía don Francisco. -¿Y dónde nos
metemos, que estemos tranquilos?-decía don Bernardo
-.

-Podemos escondernos en las golfas, allí tampoco
dejan entrar a los gatos, porque suelen secar jamones y todos los
embutidos. Las ventanas las suelen dejar abiertas, para que se
ventilen bien los jamones.

-Pues vayamos, que se hará de noche, y si no nos
espabilamos, tendremos que pasar la noche a la intemperie
-decía don José .

Las ventanas estaban abiertas como había dicho
don Francisco, pero tenían mosquiteras.

-La hemos cagado, las ventanas tienen
mosquiteras-decía don Francisco -. -¿Y qué
hacemos ahora?-le respondía don Bernardo.

-No sé, pero algo tenemos que hacer-le contestaba
don Francisco.

-Ya he visto el sitio donde pasar la noche-dijo don
José.

-¿Dónde, dónde?-le preguntó
don Bernardo.

-En ese palomar, las palomas suelen ser pacificas y no
creo que tengamos problemas con ellas.

-Llevas razón, ese es el mejor sitio de todos-le
respondió don Bernardo.

Los tres, con algún trabajo que otro, para poder
aterrizar cerca del agujero del palomar y como pudieron fueron
entrando por dicho orificio, que estaba lleno de palomas, que los
miraban sin moverse.

Allí fueron pasando los días, hasta que
vino Iberi, para liberarlos de aquel embrujo.

Episodio 5

El baile de los
humanos

Los compañeros que estaban cerca del riachuelo,
se presentaron en el cortijo con sus aspectos humanos, igual que
ellos, que habían salido a comer algo.

A don Bernardo, el manotazo que le había pegado
el gato, le había pelado un buen trozo de la cabeza. Le
había pelado la parte de atrás y aunque no muy
redonda, le había hecho una gran coronilla.

Juanito y su mujer estaban almorzando, cuando los perros
con sus ladridos, avisaban que alguien llegaba.

Con los ojos desencajados y la mirada perdida en el
horizonte, hacían acto de presencia en el cortijo, los
doce compañeros.

Juanito al oír los perros que ladraban sin cesar,
salió al patio del cortijo para ver que pasaba. En ese
momento se llevó la sorpresa de su vida, al ver llegar con
aquellos aspectos, los señoriítos que tanto
habían buscado.

-Josefa, Josefa, sal al patio-decía Juanito, una
y otra vez.

-¿Qué pasa, Juanito, con tantas
voces?

-Los señoriítos, los
señoriítos, Josefa-le respondían, con la voz
entrecortada

-¿Qué les ha pasado,
señoriítos, que parecen que vienen del infierno?
-les preguntaba Juanito.

-No se equivoca usted mucho; si no era el infierno donde
hemos estado, era algo muy parecido-le respondía don
Francisco.

-La policía y nosotros, os hemos estado buscando
por todas partes, sin obtener resultado alguno. La policía
desde el primer día de la desaparición, ha estado
barajando hipótesis sobre vuestro paradero. La más
firme según ellos, era que habíais sido
secuestrados por alguna organización terrorista y que en
breves días, se pondrían en contacto con
nosotros.

-No hemos sido secuestrados por ninguna
organización terrorista, ni nada parecido, Señor
Juanito, y prepare toallas secas, que nos bañaremos todos
-le decía don Francisco, con aspecto cansino.

-Como usted diga, señoriíto-le
respondía Juanito.

La señora Josefa, mientras los
señoriítos se bañaban, había
preparado unos embutidos, jamón y abundante vino en la
mesa de la cocina, que era de unas dimensiones poco
común.

Los primeros platos de embutidos fueron consumidos en
cuestión de minutos y el jamón empezó a
enseñar el hueso, a una velocidad alarmante.

-Parece que donde han estado, no les ponían muy
bien de comer -le decía Juanito a Josefa.

-Yo diría que estos, no han comido en todo este
tiempo-le contestaba Josefa.

Juanito y Josefa, viendo que todo lo que habían
puesto había sido devorado, bajaron otro jamón y
más embutido de las golfas, que era donde lo tenían
colgado.

-¿Los coches dónde los han llevado? -le
preguntaba don Francisco a Juanito.

-Se los llevó la policía. Dijeron que los
tendrían en depósito y que lo registrarían
por si hubiera algo que pudiera ayudar a la
investigación-le contestaba Juanito a don
Francisco.

-¿Usted qué coche tiene,
Juanito?.

-Un todo terreno, don Francisco-le
respondía.

-¿Me lo puede dejar, para ir al
pueblo?

-Claro don Francisco.

-Gracias Juanito.

Sólo cogemos seis, el resto se tendrá que
esperar a que volvamos con los coches.

Se subieron seis en el todo terreno y se marcharon al
pueblo.

Don Bernardo, que era uno de los que iba en el coche, no
sabía cómo contar lo que les había
pasado.

-¿Y que contamos, que durante todo este tiempo
que hemos estado desaparecidos, hemos estado como perdices, o
mejor dicho, hemos sido perdices? – decía don Bernardo
.

-Lo mejor será contar la verdad-decía don
José, que también iba en el coche.

-¿Entonces qué hacemos, vamos a la
policía? -decía don Francisco.

-¿Ustedes, que opináis? -les preguntaba
don Bernardo, a los otros tres compañeros.

-Yo pienso, que, aunque nos traten de locos, lo mejor
será contar la verdad -le respondía uno de los tres
-.

-Podemos decir, que nos han secuestrado unos terroristas
y que hemos podido escaparnos-decía otro de los
tres.

-No creo que eso diera resultado. Nos
preguntarían donde hemos estado, si hemos visto las caras
de los secuestradores y muchas más cosas y todo esto con
el agravante, de que digamos todos lo mismo, para que no nos
traten de mentirosos -decía don José.

-Lo mejor será ir con la verdad por delante y que
pase lo que tenga que pasar-decía don Bernardo
.

La primera parada que hicieron fue la
policía.

El teniente que le atendía, junto con un sargento
y dos agentes, estaban perplejos, escuchando lo que
decían.

-¿Y dicen ustedes, que un joven de unos veinte
años de edad les convirtió en perdices, y que han
estado todo este tiempo divagando por el bosque? -les preguntaba
el teniente.

-Sí, tal y como se lo hemos contado-le
respondía don Bernardo.

-Cuesta creerlo, don Bernardo, pero creo que
estáis diciendo la verdad-decía el
teniente.

-Teniente, ¿le puedo pedir un favor? -le
decía don Bernardo.

-Sí, claro.

-Sabe usted, que dentro de tres días, son las
elecciones.

-Si, claro.

-¿Hay alguna posibilidad que esto que nos ha
pasado, no llegue a los medios informativos, hasta que pasen
estos tres días?

-Son muchos días, don Bernardo, para tener una
cosa de este calibre silenciada.

Los periodistas tienen un sexto sentido, para oler este
tipo de información, en cuanto os vean, nos os
dejarán de hacer preguntas y luego, el primer lugar que
suelen frecuentar, para ampliar el tema, ya se pueden imaginar
ustedes, cual es.

-Le puede usted decir que durante todo este tiempo,
hemos estado perdidos en el bosque y que gracias a la
policía forestal, hemos sido encontrados.

-Es que diez días perdidos en un bosque tan
pequeño, no se lo creerá nadie -le decía el
teniente, a don Bernardo.

-Ya sé, teniente, pero siempre será
más favorable para las elecciones contarle es que decirle,
que durante diez largos días hemos sido unas hermosas
perdices -decía don Francisco.

-No le aseguro nada, don Bernardo, pero por la amistad
que siempre hemos tenido, lo intentaremos.

-Gracias teniente, se lo tendré en cuenta -le
decía don Bernardo en voz baja, cuando salían del
despacho

-Vosotros dos, coger vuestros coches, y tú,
Ramírez, coge este que hemos traído y vais a
recoger al resto de compañeros, que nosotros iremos a la
sede del partido. Ramírez, le llenas el depósito y
le das las gracias de mi parte, al señor Juanito-le
decía don Francisco.

-Antes de ir al la sede, iremos a visitar nuestras
familias-decía don José.

-Sí, sí, antes iremos a verlas-le
respondía don Bernardo.

-¿A qué hora quedamos, en la sede?
-decía don Francisco, cuando se
despedían

-¿Qué os parece las ocho de la tarde?
-decía don Bernardo.

-Por mí, estupendo, y por mi lo mismo-le
respondieron los dos.

Eran las ocho de la tarde y los tres hacían acto
de presencia, en la sede del partido.

-Buenos días-decía don
Bernardo.

Dentro del local había un gran número de
gente, preparando la actuación a seguir, en los
últimos días de campaña. Estos, al verlos
llegar, se llevaron una gran sorpresa.

Ellos se llevaron también una gran sorpresa,
cuando vieron que en los carteles de la propaganda, la imagen no
era la de don Bernardo.

-¿Qué ha pasado aquí, si el
candidato soy yo?-les decía don Bernardo, con muy mal
humor.

-No se enfade, don Bernardo, pero viendo que ustedes no
daban señales de vida y el tiempo se nos echaba encima,
hemos tenido que confeccionar una nueva candidatura -le
decía don Luciano, que era el de los carteles.

-Es cierto lo que dice -le decía don
Francisco

-No me digas eso don Francisco. Lo justo hubiera sido
mantener las candidaturas nuestras y en caso que no
hubiéramos vuelto, entonces sí que hubieran ocupado
nuestros sitios. Eso hubiera sido lo justo y no hacer semejante
chapuza. Tenías muchas ganas de ocupar mi sitio,
¿verdad, don Luciano?

-Las mismas que tenías tú, cuando no de
muy buenas maneras, le quitaste la presidencia al pobre don
Nicolás. El pobre no pudo asumirlo y cayó en
aquella enorme depresión, que le causó la
muerte.

-¿Está usted insinuando, que yo tuve la
culpa de su muerte?

-Mientras usted ha tenido el control del partido, nadie
se lo ha dicho por miedo a una represalia. Aunque todos siempre
han sabido, que usted fue el causante directo de su
depresión, por lo tanto el causante de su
muerte.

-Eso que está usted diciendo, me lo tendrá
que demostrar delante de los tribunales. Nadie me llama asesino y
menos un mafioso como usted.

-Cuide usted sus palabras, que yo puedo demostrar lo que
digo y usted sabe muy bien, que eso que dice de mí, no lo
podrás demostrar nunca.

Don Bernardo, dando un fuerte portazo en la puerta,
salió de la sede del partido, acompañado por sus
inseparables compañeros.

-Ese cabrón se acordará de todo
esto-decía don Bernardo entre dientes.

-Si quieres podemos acercarnos al bufé de don
Todomiro, que está cerca de aquí-decía don
Francisco.

-No creo que esté abierto, son casi las diez de
la noche -le respondía don Bernardo.

-Será mejor acercarnos mañana y pensar
durante esta noche, la estrategia a seguir -decía don
José.

Serían las diez de la mañana del
día siguiente, cuando los tres se presentaron en el
bufé de don Todomiro.

Los tres entraron en el bufé y fueron saludados
calurosamente, por don Todomiro.

-¿Y dónde coño habéis estado
metidos, todos estos días?- les preguntaba el abogado,
como insinuando que habían estado de marcha con
algún grupo de chicas.

-No es lo que piensas, Todomiro, hemos estado perdidos
en el bosque. El abogado al oír aquello, no lo pudo evitar
y soltó una sonrisa, que le había salido de
alma.

-Perdona Bernardo, pero eso que dices, no me lo puedo
creer, que un grupo de doce personas, se pierdan en un bosque tan
pequeño y estén diez días perdidos;
perdonar, pero no me lo creo.

-Pues es la verdad Todomiro, pregúntale al
teniente Baena y te lo confirmará. -No te preocupes
Bernardo, que ya le preguntaré .Bueno, dejemos eso para
otro día y díganme en que puedo servirles – les
decía el abogado, que aunque sabía la clase de
gente que eran, estaba contento por la visita de tres de sus
mejores clientes.

-Tenemos un grave problema, Todomiro.

-Ustedes dirán.

-En los diez días que hemos estado perdidos por
el bosque, han hecho una asamblea en mi partido y han elegido una
dirección nueva y quisiéramos que nos dijeras, si
hay alguna forma de anular todo eso.

Legalmente no hay ninguna forma de anular dicha
elección y más pudiendo demostrar, que la hicieron
con carácter urgente, para poder sacar un candidato a las
elecciones.

-¿Y como sabes tú, que la hicieron con
carácter urgente?

-Por que acudieron a mi bufé, para que les
asesorara y les hiciera todo el papeleo. Y vosotros
sabéis, que yo suelo trabajar bien. Eso quiere decir, que
legalmente no tenemos nada que hacer. Me temo que no. Lo mejor
que podéis hacer y por el bien del partido, es que
apoyéis a la nueva dirección, para intentar ganar
las elecciones.

Los tres se quedaron callados, mirándose entre
ellos con los semblantes abatidos.

Después de unos segundos en silencio,
habló don Bernardo.

-Todomiro, tienes toda la razón del mundo en lo
que has dicho y creo que lo mejor para el partido, será
sumar y no restar.

Los tres salieron del bufé y fueron a la sede del
partido, para intentar hablar con los nuevos responsables y
pedirle disculpas a don Luciano.

-No tiene importancia Bernardo, nos conocemos desde hace
mucho tiempo y siempre hemos estado en el mismo barco. Ahora me
ha tocado a mí dirigirlo, antes lo habías hecho
tú y más adelante dios dirá-le decía
don Luciano.

-Cuenta con toda mi experiencia, para lo que haga
falta.

-Sé que lo dices de corazón, por lo tanto
bien venido-le decía don Luciano y se daban un
abrazo.

La policía no pudo mantener por más tiempo
el secreto y el día antes de las elecciones, el día
de reflexión explotó la bomba.

Todos los medios informativos se agolpaban en la puerta
de sus casas, intentando obtener algunas primicias.

Don Bernardo era el más acosado por los
periodistas, que desde muy temprano, no dejaban de telefonear, ni
de tocar el timbre de su casa.

-Lo siento don Bernardo, pero no lo hemos podido
evitar-le decía el teniente Baena, por
teléfono.

-Es igual, de una forma u otra se hubieran enterado.
Pero gracias por haberlo intentarlo-le contestaba don
Bernardo.

Don Bernardo, asumiendo lo que le estaba pasando,
llamó a sus compañeros y juntos hicieron una rueda
de prensa, para explicar lo que les había pasado. Los doce
estaban sentados en la tribuna, delante de un buen puñado
de periodistas. Don Bernardo fue el primero en exponer todo lo
que les había pasado.

-Aunque suene ha fantasía, la verdad ha sido esta
que os he contado. Fuimos convertidos en perdices durante diez
largos días y hemos sobrevivido todo ese tiempo, comiendo
lo que comen las perdices. En una palabra, durante todo ese
tiempo, hemos sido autenticas perdices a todos los
efectos.

-¿Y dice usted, que fue un joven el que os
convirtió en pájaros?

-Perdone, pero lo ha dicho usted con muy mala leche, eso
de pájaros -le respondía don Bernardo y
añadía-: Sí, por un joven de unos veinte
años de edad. Hicimos cosas que nunca debimos hacerlas y
fuimos duramente castigados. Una de las grandes lecciones que he
aprendido con todo esto, es que hay que ser más humilde de
lo que yo hasta ahora he sido. Los que tenemos la suerte de ser
más ricos, debemos pensar más en los que no pueden
llegar a final de mes. Los que son más inteligentes, deben
pensar más en los que por desgracias no lo son tanto. Si
pensáramos más en todas estas cosas, el mundo
sería más feliz. También hay que pensar
más en los animales y en su entorno; ellos como nosotros
tienen sus necesidades y sus problemas son más parecidos a
los nuestros, de lo que la mayoría de la gente se imagina.
Cuando una persona pasa hambre, lo pasa mal, cuando un animal
pasa hambre lo pasa mal, cuando una persona pasa frío, lo
pasa mal, cuando un animal pasa frío, lo pasa mal, cuando
una persona tiene dolor, lo pasa mal, cuando un animal, tiene
dolor, lo pasa mal. Hay que ser más humano con los
animales y menos animales entre nosotros. También pensar,
que sólo somos humanos y que no vivimos una eternidad y
que lo mismo que tenemos mucho, en un santiamén, nos
podemos quedar sin nada.

Los periodistas soltaron sus blocks de apuntes y
levantándose de sus asientos, le dieron un merecido
aplauso.

Iberi, que estaba entre los presentes, se sentía
contento y orgulloso escuchando a don Bernardo, que de gran parte
de sus sueños había hablado.

Si se siembra trigo recogerás comida y
alegría, si siembras dolor recogerás miseria y
tristeza. Sembremos lo primero y vivamos en armonía todos
los seres de la tierra.

Colorín colorado, de momento hasta aquí
hemos llegado.

 

 

Autor:

Guillermo Jiménez Pavón

 

Partes: 1, 2
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