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El puente (2000)




Enviado por roberto macció



  1. Introducción
  2. Capítulo
    I
  3. Capítulo
    II
  4. Capítulo
    III
  5. Capítulo
    IV

Introducción

El sonido de la sirena de la ambulancia que se acercaba
se escuchaba entrecortado por el barullo de voces interminables,
que alrededor, se alimentaban a sí mismas cada segundo
hasta hacerse insoportable…

El cuerpo ensangrentado de aquel joven estaba tirado
como una gran bolsa de huesos sobre el lado paralelo a las
vías del ferrocarril del camino centenario. Yo le
tenía apretada fuertemente su mano intentando aferrar su
alma… y ella palpitaba continuamente, dándome una
señal que luchaba por quedarse.

A mi lado asistiéndolo, siempre estuvo ella. La
señora del tapadito marrón con cuello de piel
sintética a quien yo veía todas las tardes cruzando
el puente junto a la víctima. Lloraba contenida, con un
pañuelo tapándose la boca arrodillada sobre aquel
cuerpo convulsionado. Cada tanto le rozaba con sus largos dedos
los cabellos y pedía al cielo que no se vaya. Antes de
subirlo a la camilla, cuando lo cargaron en la ambulancia, le
beso la frente al infortunado y después se acomodó
sus ropas, seco su cara y corriendo cruzó el camino. Nunca
más la vi.

Ya a esta altura, yo observaba todo desde la ventanilla
de la ambulancia. Cuando el enfermero me preguntó si lo
conocía respondí que si, y creí no mentirle,
después me permitió subir con ellos para
transportarlo. Ahora estaba ahí, sentado en cuclillas
dándole animo a un hombre suicida al que desconocía
casi por completo, seguía apretando fuertemente su mano,
mientras él sin fuerzas para quejarse, entreabría
sus ojos melancólicos y tristes, afuera del
vehículo era otro mundo, por la ventanilla yo los
observaba a todos, a la señora del tapadito marrón,
al pobre corcho a quien hice detener en medio del camino cuando
vi que este pobre diablo sacaba una pierna por sobre la baranda
del puente… a los tres policías que se empecinaban en
despejar el área sin mucho resultado, y a decenas de caras
que entre las sombras aparecían de repente de la
ventanilla como luces de luciérnagas.

Salimos con luces y sirena encendidas hacia el hospital
de Gonnet. El no llegó, solo su cuerpo. Y yo fui testigo
de su último suspiro y de su última mirada… y tal
vez mi rostro fue la última imagen que grabó en su
mente.

Seguramente pocos especulan como será su
último segundo en este mundo, en que circunstancias
ocurrirá el adiós, o rodeados por quien o por
quienes… pero de hacerlo, nunca a nadie se le ocurrirá
morir mirando a un desconocido como le ocurrió a ese pobre
infeliz…

Capítulo
I

Esa tardecita yo había caminado desde la oficina
las cinco cuadras que me separaban de la terminal de micros, como
lo había hecho todos los días en los últimos
quince años. Era un ritual que había incorporado a
mi rutina desde que comencé a trabajar en el ministerio.
Es que después de diez horas de trabajo mi mayor deseo era
viajar sentado a mi casa y la única manera de asegurarme
un asiento era la de esperar el ómnibus en la terminal.
Siempre tomaba el de las 19:48 y llegaba a la parada de City Bell
a las 20:30. El viaje de vuelta no me resultaba cansador, me
gustaba sentarme al lado de la ventanilla en la segunda fila de
asientos dobles. Ahí me sentía cómodo.
Conocía de memoria el trayecto, podía hasta cerrar
los ojos e imaginar sin error a equivocarme en que parte del
mismo me encontraba. A los choferes también los
conocía y ellos a mí, recuerdo una vez que
conversando con una señora que se sentó a mi lado,
no me percaté que había llegado a mi parada, y
entonces el chofer me lo hizo notar, es que quince años
son muchos.

Ese día, el del accidente, conducía el
tucumanito de ojos saltones, al que los compañeros le
decían corcho.

Yo recuerdo que desde mi tradicional butaca, me
acostumbre ver a ese muchacho cuando por las tardes cruzaba el
puente, en los primeros tiempos hacía el trayecto con paso
rápido y cara alegre,… pero últimamente su
actitud había cambiado, se lo notaba con gesto adusto, y
hasta la forma de caminar era distinta…

Para mi, esos segundos que duraba el cruce del colectivo
debajo del puente peatonal era una especie de juego de azar, una
apuesta… faltando unos cien metros para llegar ya empezaba a
buscar su figura sobre el puente o en las cercanías, la
primera vez que lo vi, hace casi un año, me llamo la
atención verlo subir la escalinata peatonal, es que son
pocas las personas que cruzan el camino centenario por donde se
debe… días después la empecé a reconocer a
ella, siempre con la cabeza baja y los brazos cruzados como
tapándose sus pechos, y su infaltable saquito
marrón que lucía apenas el termómetro bajaba
los 15 grados. Al principio pensé que se trataba de una
coincidencia, pero después me entro curiosidad al ver que,
con excepción de unos pocos días en casi un
año, ambos cruzaban el camino centenario a la misma
hora.

Los primeros meses ella transitaba el puente unos diez
metros detrás de él, con el pasar del tiempo la
distancia se fue acortando y hacia un mes que lo cruzaban casi
juntos…

Tres días antes del accidente, me pareció
que se detenían en el medio de la senda para conversar,
porque los dos amagaron con detener su marcha, yo siempre mirando
hacia arriba desde la ventanilla del micro, quería ser
testigo de aquel encuentro y fui girando mi cabeza mientras el
ómnibus pasaba por debajo del puente, pero todo el
esfuerzo fue en vano pues me fue imposible verlos juntos, aunque
la sensación que me quedó esa noche es que
mantuvieron un diálogo.

Al otro día recuerdo que esperé ansioso el
momento del puente, imaginé que los vería
transitarlo juntos y por que no tomándose de las manos…
pero me fallo de punta a punta el pronóstico de celestina.
El caminaba por primera vez unos cuantos metros detrás de
ella. Un desencuentro pensé en aquel momento y
lamentablemente no me equivoqué.

Ahora mi viaje de regreso ya no es un descanso, hoy sin
ir mas lejos ni siquiera caminé hasta la terminal para
conseguir asiento y acá estoy, colgado como un mono
atrás de todo. Lo que pasa es que estoy bajoneado, ya se
lo dije a mi mujer, pero no hay caso, ella no me entiende, apenas
toco el tema repite siempre lo mismo: "¿Y a vos, que te
calienta?… Bastante problemas tenemos en vivir con la miseria
que te pagan, para que te hagas malasangre por un loco que se
tiró del puente…".

Por ahí tiene razón, pero que sé
yo, ese pibe y esa chica formaron parte de mis días, si
hasta había veces, cuando estaba muy embolado en la
oficina, que me despejaba pensando en ellos, conjeturando lo que
esa noche podía ver cuando pasase por el puente,
así, tipo telenovela.

Pobre pibe que le habrá pasado para matarse
así, yo tendría que haberme quedado en el hospital
hasta que llegara algún pariente… pero por no llegar
tarde a casa para que Martita no rompa, yo soy un tonto…
más que tonto, soy un boludo.

Pucha que se viaja jodido acá en el fondo, el que
no te pisa te toca el traste, a ver si puedo ver por donde
estamos. Ha, ya pasamos los semáforos de la 502, ahora
viene el puente y después mi parada. Pero,
¿Qué pasa que no avanzamos?.

Hace dos o tres minutos que estamos parados y para colmo
de acá atrás no se ve nada… le voy a preguntar a
ese que saca la cabeza por la ventanilla:

-Se ve algo jefe… –

-Hay un embotellamiento bárbaro adelante, seguro
que se dieron la piña… –

Hoy llego tarde de nuevo… prepárate Pascual
para aguantar los rezongos de la bruja y encima por estar parado
como estatua ya estoy sintiendo el típico cosquilleo en
las rodillas, dentro de dos minutos o me da un calambre o se me
duerme la pierna. Che, pero como se puede viajar así,
todos apretujados, hacinados como ganado, y este tucumano que no
enciende ni siquiera la luz del pasillo. Lo peor es que no puedo
ver que pasa afuera y eso me pone mal, tendría que haber
caminado hasta la terminal…

Estoy molesto, me atacan por dos flancos el reuma y la
curiosidad, y como si fuera poco este pelado que tengo al lado
tiene una baranda que te mata.

Capítulo
II

-¿Que te pasa que abandonaste el curso?

-No lo he abandonado Alberto, es que esta semana no
tengo ganas.-

-Es por lo del tipo del puente… Si es por eso podes
cruzar por otro lado-

-No tiene nada que ver-

-Como después de ese día no fuiste
más, pensé que te había afectado…
¿Lo conocías?-

-No… conocerlo no… me parece que lo cruce una o dos
veces en el puente, digo, hablo por los datos que dio el
diario…-

-Anda a saber que le pasó pobre muchacho, porque
era joven-

-Treinta y tres años –

-Si algo leí, parece que estaba fuera de punto,
después que se había peleado con la
novia-

-No, la novia había muerto hacia unos meses de
leucemia –

-Habré leído mal… Bueno flaca, me voy a
laburar porque sino nos morfan los piojos. Espero que el negro me
haya dejado el auto en condiciones porque siempre me lo entrega
todo mugriento y así no se puede manejar un tacho…
más ahora con estos turros de los remises
viste-

Rosa observó con ojos cansados, como su marido
dejaba la casa para ir en busca de su amado taxi. Después
se miro a si misma… y se acongojó al redescubrirse. Con
un pie casi en los cuarenta se sentía vieja y fea, ella
notaba que esa última semana había envejecido un
lustro de golpe, el suicidio de Ricardo había cambiado
definitivamente su vida. Ya antes, cuando insólitamente
él interrumpió en su subsistencia, sin notarlo, su
razón había producido una modificación en
sus ilusiones. No fue porque si, sin motivo aparente ese toque
renovador en su vestimenta, ni tampoco lo fue su necesidad de
empezar a maquillarse aunque menos sea con un poco de brillo y
rímel, y ni que hablar de ser constante con su
antiquísimo régimen, pero ahora todo el
sueño se había esfumado… y no sabía por
que… En definitiva Ricardo era casi un desconocido, un muchacho
a quien empezó a saludar simplemente por cruzarlo
diariamente en el puente que ella tomaba cuando volvía de
su curso de cerámica, no más que eso… o eso y una
noche…

Pero si le había afectado su muerte, ella lo vio
saltar desde el puente sobre la camioneta blanca, ella fue quien
le gritaba que no se tire, mientras corría
desesperadamente por la escalinata tratando de llegar para
retenerlo, fue ella la testigo de aquella mirada perdida que
él le regaló antes de emprender su último
vuelo…

Rosa se sentó en la banqueta que estaba junto a
la mesada de la cocina y apoyó sobre ésta su codo.
Después dejó que su mente recordara por
enésima vez el encuentro de aquella noche estrellada sobre
el puente, cuando adrede reguló su andar para cruzarse con
él en el segundo descanso de la escalinata.

"Ricardo esa noche estaba triste, me percaté de
ello apenas lo divisé cerca de la escalinata… pero a mi
mucho no me importó, porque deje caer mi agenda como
tenía previsto, como lo había pergeñado
noche tras noche con mi almohada, para mí debía ser
esta tarde porque de lo contrario no sería nunca. Esa
tarde yo había salido del curso decidida a encontrarlo y
saber quien era, me moría por preguntarle el nombre, saber
que hacía, porque todos los días pasaba como yo a
la misma hora por el puente, a donde iba, o de donde
venía…

El entonces se agachó para alcanzármela, y
cuando me la entregó y rozó mi mano sentí el
calor de su cuerpo, lo deseé, juró que en ese mismo
instante deseé a ese desconocido, cuanto tiempo
hacía que no sentía ese mágico rubor en mis
entrañas… parece loco, pero aquel tipo al que
veía todas las tardes caminando conmigo sobre el puente,
me había subyugado, lo soñaba despierta y dormida,
y me lo imaginé muchas veces cuando hacía el amor
con Alberto… cerraba los ojos y pensaba en él, y gozaba,
gozaba.

Que pensaría él de mí, tal vez
nada, seguro que me veía como una señora mayor y
seguramente tendría a su alrededor muchas mujeres; es que
era muy bello…

-Se te cayó la agenda-

-Hay, que tonta… gracias-

-No hay de que-

-Menos mal que te diste cuenta, no sé que
haría si pierdo esta agenda. Viste como somos las
mujeres… tenemos todo anotado-

-Hay que tener dos, una siempre guardada por las
dudas-

-Yo seguro que también la perdería… soy
bastante desordenada. –

-¿Sí? No parece… es decir no das esa
impresión-

-Ha no… y que impresión doy-

-No sé… pero como te veo siempre bien
arreglada, y tan puntual para cruzar el puente, que sé yo,
te hacía una persona metódica… bah, no se si es
esa precisamente la definición adecuada-

-Y puede ser que tengas algo de razón-

-Y eso que significa… eres así o no…

-Y significa que la rutina te va haciendo algo
metódico como vos decís, pero en realidad a
mí me gustaría ser como era antes, cuando era mas
chica, una persona bastante impredecible… pero ese tiempo ya
pasó-

-Ese tiempo nunca pasa, quiero decir, uno siempre puede
decidir su destino, es mas, constantemente lo va haciendo

-Eso piensas ahora porque eres joven, vas a ver
después como la vida te va cambiando- -No creo por lo
menos no quiero que eso me suceda ¿Cómo te
llamas?-

-Rosa… ¿Y vos?-

-Ricardo-

Le seguí contestando después que bajamos
el puente y decidí irme con él cuando me dijo que
era artista. Alberto llegaría tarde a casa porque estaba
de nochero, pero en realidad pensé poco y nada en
él.

-Que pintas –

-De todo un poco. ¿Quieres ver? Mi casa esta
cerca-

-No, no quiero molestarte, tal vez otro día

-Dale, si te invito es porque no me molestas, al
contrario, me gustaría que observes mis cuadros

-Hoy no puedo-

-¿Por que no?, ¿Te esperan?-

-No, no es eso-

-Es por el que dirán y toda esa macana de que no
es propio de una señora, etc.-

-Y, algo de eso hay… –

-Pero tu pareces una persona inteligente, no podes darle
crédito a esos pensamiento arcaicos de moralidad falsa !Si
no estarías cometiendo ningún pecado!-

-No digo que lo sea, pero me parece que esta mal, yo soy
casada y bueno, luego todo se comenta y no quiero… –

-Pero Rosa no es escándalo pararse en la calle y
hablar con un desconocido, ni tampoco acompañarlo a su
casa y tomar un café– Y se hecho a reír.

-Ok, pero si llega a enterarse mi marido me rompe los
huesos… –

-Es un riesgo, pero la invitación sigue en pie,
ahora la que decide eres tu-

Y fui. Camine esos escasos cien metros que nos separaban
de su casa como flotando en una nube, las manos y la cara me
transpiraban a pesar del frío y mi mente no tenía
espacio para pensar otra cosa que no sea en él.

Y nunca goce tanto haciendo el amor… debo esforzarme
para recordar otra noche como esa, donde la pasión y la
lujuria hicieron vibrar mis instintos hasta el hartazgo… nos
amamos con la luz encendida, sobre la cama, en el suelo, en la
mesa… y mientras estuve con él dentro de esas cuatro
paredes desoí por completo la voz de mi razón y me
sentí bien, completa, me volví a sentir
mujer.

Capítulo
III

Cuando encuentren esta carta mi cuerpo ya no
pertenecerá en esta vida y mi alma quizás este
disfrutando de cierta paz. Eso espero.

No sé quien será el primero en leer estas
líneas y ni siquiera me lo puedo imaginar, porque no
existe nadie tan cercano a mí como para suponer que
será el primero. En verdad esto no tiene ninguna
relevancia,… ahora ya nada me importa.

Lo que voy a hacer mas tarde, es una
determinación que me pertenece por completo y que nace
desde lo más sano de mi raciocinio y no, como seguro
alguno pergeñara, desde mis deprimidos sentimientos o mi
socavado ente espiritual.

Lo que voy a hacer, lo haré por compasión
a mi alma. Es que la pobre se encuentra ya agotada y es incapaz
de resistir otra frustración, otro dolor, otra
separación…

Después que se fue de este mundo Noelia, mis
días fueron otros, me sucedió lo que a toda aquella
gente que ama, me vacié por dentro y nadie nunca
sabrá lo difícil que fue apartarla un instante de
mi mente. Con ella fueron diez años de venturas y
desventuras, de encuentros y separaciones, siempre
amándonos y sufriéndonos, en la luz y en las
sombras, construyendo sueños y apuntalando frustraciones,
y todo lo hicimos juntos y un día ella se murió…
y yo casi… pero no alcanzó.

Después del después apareció ella,
noche tras noche, caminando mi misma ruta por unos instantes,
unos pocos minutos, que fueron suficiente para estimular y
renacer mi sentido de curiosidad, hasta que me animé a
preguntarme:

¿Quién es esa mujer que se anima a cruzar
con mi alma muerta?

No sé cuando la miré con los ojos de
hombre por primera vez, paso gran tiempo, pero cuando lo hice la
descubrí diáfana y bella, y día tras
día, noche tras noche, disfruté de cada cruce en el
puente, cuando regresaba de mi horrible trabajo.

Y por su presencia volví a tomar un pincel en mis
manos, y también me miré al espejo otra
vez.

Que increíblemente incongruente, singular y
caprichoso es el espíritu del hombre, capaz de estimularse
ante el mínimo accidente de la vida para comenzar a
soñar.

XX (no quiero dar su nombre porque me dijo que su marido
le rompería sus huesos y ella, tan hermosa mujer, no es
merecedora de tal trato). Bueno XX, abrió la ventana de la
esperanza nuevamente en mi vida, esa que yo había
creído cerrar definitivamente para mi destino, y luego se
marchó, volvió a su rutina, a su desierto sin
oasis… me paseó una noche por el paraíso del
deseo y del amor y se fue. Volvió a su casa para
plancharle las camisas a su esposo y a prepararle la siempre
repetida cena, volvió para acompañarlo en silencio
cuando él mira un partido de fútbol por
teve.

Aquella fulgurosa noche, cruzó mi mente la idea
de retenerla, de hacerla mía para siempre, tal vez un
suspiro, una palabra, o una súplica que naciera de mis
labios hubiese bastado, tal vez una mirada o una
caricia.

Pero, volví a preguntarme: ¿Para
qué?, ¿Para intentar amarla…?, ¿Para
extrañarla en la oscuridad como a Noelia…?.

XX descubrió el velo que tapaba la ventana de mi
espíritu, me reintegró la vida y me largó a
caminar nuevamente ¡Pero yo huyo señores,
sí… deserto de la vida!

Le niego a mi corazón a que vuelva a palpitar por
un encuentro amoroso, me opongo a ensayar sueños
compartidos, refuto cualquier intento de enamoramiento, rechazo
completamente la ansiedad de despertarte pensando en
mañana…

No es por mí… es por mi aliento, por mi
hálito. Alcázar tan álgida como
frágil…

No es por mí… es por ella, que se agota en cada
sentimiento y como mariposa vuela hasta su muerte… no es por
mí… yo seguí viviendo después de Noelia,
pero ella, ella se desintegró en el aquelarre de la
locura, ¿Para qué entonces volverla a la
mísera realidad? ¿Solo para que me acompañe
en el camino? No debo, no puedo envolverla en tal
desparpajo.

Mi alma necesita paz.

RICARDO / ENERO 99

Capítulo
IV

-¿Y ayer que le pasó jefe… lo
tomó en la parada del centro…?-

-No tenía ánimo tucu, pero no lo hago
más… déjate de joder, cuando baje me dolía
hasta el caracú –

-Y es embromado vio, encima que nos tuvimos que desviar
por el accidente, dígamelo a mí, llegue a retiro
con quince de demora, el chancho casi me acuesta –

-Y supiste que paso…-

-¿Cómo? ¿No se
enteró?-

-No. Hoy con el trajín que había ni
siquiera hojeé el diario ¿Que fue una piña
grande pibe?-

-No, má que piña, una piantada más
que se tiro del puente, justo en el mismo lugar del otro
día. ¿Se acuerda?-

 

 

Autor:

Roberto Macció

Seudónimo: Puntalara

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