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El camino de la reflexión: Sobre Heidegger (página 2)




Enviado por H�ctor Valle



Partes: 1, 2

 

III. El proceso de la
reflexión:

 A – El Debate en torno al lugar de
la Serenidad
está entresacado de un diálogo,
escrito en 1944,45, entre un investigador, un erudito y un
profesor.

 Al ser este texto, la
piedra sobre la que se basa la arquitectura de
la cual nutrirse del pensamiento
del filosofo, vale el resumirlo desde las palabras del propio
Martín Heidegger, para luego, sí, proceder con los
otros ensayos a un
interrelación mas sincopada entre texto y
comentario.

 La conversación transcurre durante una
caminata por un camino de campo durante la cual los tres
participantes convienen en afirmar, por ejemplo, que el pensar
seria el llegar-a-proximidad de lo lejano (hablamos, claro esta,
de la esencia del pensar)

Al avanzar por el sendero y al referirse a la Serenidad,
nos hablan de la quietud, dado que el movimiento
proviene de la misma y sigue estando introducido en ella. Siendo
la Serenidad, tanto el camino como el movimiento, una vez que
este no solo procede de la quietud sino que continua, repetimos,
introducido en ella, como camino de dialogo que
es.

 Conversación esta que destaca desde el
comienzo dos aspectos centrales a considerar: la palabra y la
visión. La primera por apuntar a algo (antes que
representarlo) y al hacerlo, al mostrarlo, lo demora en la
amplitud de lo que tiene de decible. La segunda, es la
visión que se conjuga con la esencia del pensar. Rebasa la
figura del representar horizóntico-trascendental, siendo,
el horizonte a considerar, el círculo de visión
circundado por la vista, que sobrepasa el aspecto de los objetos,
así como la trascendencia rebasa el hecho de divisar los
objetos. Por tanto, horizonte y trascendencia son determinados
por  el trascender y el rebasar.

El círculo de visión es algo abierto, cuya
apertura no viene dada porque miremos dentro de ella, por cuanto
el horizonte del que se habla, es, para empezar, lo abierto que
nos rodea.

Y esto ocurre cuando estamos a la espera de la esencia
del pensamiento. Hemos dicho espera, no expectativa, en tanto
esta conlleva el estar atado a una representación y a lo
representado. La espera, en cambio,
desiste de esto. Mejor aun: la espera no se deja comprometer en
un re-presentar. La espera no tiene, propiamente, objeto. Tiene,
sí, compromiso. Un compromiso con lo abierto, en la
amplitud de lo lejano, al movernos libremente en las
palabras.

De ahí que estar a la espera de la esencia del
hombre, sea el
estar a la espera en la Serenidad, la que aun oculta su esencia.
Serenidad que es el soltarse del representar trascendental y,
así, prescindir del querer del horizonte. Luego, colegimos
que en todo obrar y causar se nota lo extraño que es a la
Serenidad, cualquier carácter de voluntad, al no comprender lo
que es natural a la voluntad, cual es tanto el querer operar,
como también, la misma realidad.

Serenidad que, como esencia del pensar, es el estar
resuelto a la verdad, al ocultar una perseverancia que reposa
puramente en que la Serenidad adviene cada vez mas a su esencia
y, perseverando, se sostiene en ella. Comportamiento
que no se erguiría en una actitud, sino
que se recogería en una continencia que seguiría
siendo, en todo momento, la continencia de la
Serenidad.

Esencia del pensar que es la esencial referencia humana
al lugar que presentimos como proximidad a la lejanía,
acercándonos, de tal forma, a la morada humana. Esencia
que nos hace ir junto a, para representar lo dicho por
Heráclito en el fragmento 122. Es la
esencia del conocimiento,
porque el carácter del proceder y del avanzar hacia los
objetos esta resaltado, convincentemente, en ella.

Ahora bien, seríamos más precisos, aun, si
en lugar de ir junto a, nos refiriéramos a ir
aproximándose
, en el sentido de
introducir-se-en-la-proximidad, de dejarse comprometer con
ella. Ir a la proximidad.

Al llegar los tres caminantes al final del recorrido
–y ya siendo de noche- el Profesor advierte que, para el
niño que hay en el hombre, la
noche sigue siendo la costurera (aproximadora) de las estrellas,
al aproximarlas unas a otras. A lo que el erudito agrega que las
junta sin ribetes, sin costuras y sin hilo.  Es el turno del
Investigador quien, seguidamente, dice que tal costurera es la
que aproxima porque solo trabaja con la proximidad.

En suma, concluyen que aquella lo hará, en el
supuesto de que alguna vez trabaje, y no mas bien descanse,
asombrándose de las profundidades de la altura. A partir
de ahí podrá entonces el asombro abrir lo cerrado,
puesto que por el modo de estar a la espera, si esta es espera
serena, el asombro puede abrir lo cerrado. Y el ser humano es
a-propiado a aquello desde donde estamos siendo
llamados.

B – Camino de campo (Der Feldweg, 1949) para
conmemorar el centenario de la muerte de
Konradin Kreutzer

Heidegger nos narra que casi al comenzar el camino se
encuentra con un roble a cuyo pie hay un banco de
rústica carpintería, sobre el que solía
haber, algún escrito de grandes pensadores que una joven
inhabilidad trataba de descifrar y cuando los enigmas se
agolpaban sin salida el sendero del campo ayudaba al guiar, con
serenidad, en lo sinuoso, a través de la amplitud de la
sobria campiña.

Roble: árbol simbolizante de la vida y de la
valentía, de la augusta presencia de la naturaleza que
a su pie abriga toda esencia. La dureza como el perfume de la
madera del
noble árbol nos revela, a su vez, perceptiblemente, de la
lentitud y de la constancia con las cuales crece. En tal
crecimiento está fundamentado lo que perdura. Perdura pues
fructifica, en tanto crecer significa abrirse a la amplitud del
cielo y  -al mismo tiempo– estar
arraigado en la oscuridad de la tierra; que
todo lo sólidamente acabado prospera sólo cuando el
hombre es, de igual manera, ambas cosas: Dispuesto a la exigencia
del cielo supremo y amparado en la protección de la
tierra
sustentadora.

Camino de bosque que siempre está rodeado por el
consejo alentador de lo mismo: Lo sencillo conserva el enigma de
lo perenne y de lo grande, sin intermediarios y, repentinamente,
penetra en el hombre y requiere, sin embargo, una larga
maduración. Claro está que, su consejo alentador
habla  solamente mientras haya hombres que, nacidos en su
ámbito, puedan oírlo. Ellos son siervos de su
origen pero no sirvientes de maquinaciones.

Advirtamos, especialmente, que en el aire del sendero,
prospera la sabia serenidad, cuyo aspecto parece a veces
melancólico, saber amable como lo es que, también,
comprende a la serenidad campesina. Aquella que no la adquiere
quien no la posee, y estos la tienen del sendero del campo. Como
tal, la serenidad es, a no dudar, un portal hacia lo eterno, lo
intemporal.

Al retornar al punto de partida por la vuelta que el
sendero se da para recomenzar, percibimos al silencio. Lo
sencillo se ha vuelto aun más sencillo. Lo siempre igual
extraña y libera. El consejo alentador del sendero del
campo es ahora muy claro: todo habla de la renuncia en lo mismo.
Esta renuncia no quita. La renuncia da. Da la inagotable fuerza de lo
sencillo. Ese buen consejo, culmina Heidegger, hace morar en un
largo origen.

C – Serenidad (Gelassenheit) alocución
pronunciada el 30 de octubre de 1955 en Messkirch,  en
oportunidad de celebrarse el 175 aniversario  de Konradin
Kreutzer.

En esta alocución, Martin Heidegger destaca, con
preocupación, tanto la pobreza como
así también la falta de pensamiento, advirtiendo
que la falta de pensamiento es un huésped inquietante
que en el mundo de hoy entra y sale de todas
partes.

Preocupación que expresa en forma por
demás nítida al afirmar que La creciente falta
de pensamiento reside así en un proceso que consume la
médula misma del hombre contemporáneo: su huida
ante el pensar. Esta huida ante el pensar es la razón de
la falta de pensamiento
.

Porque lo que comúnmente se da es el mero
calcular, aquel tipo de pensamiento utilitarista que si bien es
de recibo en nuestra vida no lo es cuando pasa a ser la forma
única de pensar que arrebata todo proceso de
reflexión. Por eso cuando alega que El pensar
calculador no es un pensar meditativo; no es un pensar que piense
en pos del sentido que impera en todo cuanto es. Hay dos tipos de
pensar, cada uno de los cuales es, a su vez y a su manera,
justificado y necesario: el pensar calculador y la
reflexión meditativa,
el maestro de Alemania pone
el acento donde duele, en aquella falencia que una vez extendida
en nuestra época, pone en riesgo el futuro
mismo de la humanidad.

  • En recuerdo de Rainer Maria Rilke

Cuando afirma que El pensar meditativo exige a veces
un esfuerzo superior. Exige un largo entrenamiento
Requiere cuidados aún más delicados que cualquier
otro oficio auténtico. Pero también, como el
campesino,
debe saber esperar a que brote la semilla y llegue a
madurar
,  nos recuerda al poeta Rainer María
Rilke quien en carta al joven
poeta  Kappus, fechada el 23 de abril de 1903, en Viareggio,
Italia, le
aconseja en los siguientes términos:

Deje usted a sus juicios su propia evolución silenciosa, intacta, que, como
todo progreso, debe venir hondamente desde dentro, y no puede
apremiarse ni favorecerse con nada. Todo es gestar y luego parir.
Dejar cumplirse toda impresión y todo germen de un sentir
totalmente en sí, en lo oscuro, en lo indecible, en lo
inconsciente, en lo inaccesible al propio entendimiento, y
aguardar con honda humildad y paciencia la hora del descenso de
una nueva claridad: esto es lo único que se llama vivir
como artista, en la comprensión como en la
creación.

Para luego añadir estas maravillosas
palabras:

No hay medida en el tiempo: no sirve un año, y
diez años no son nada; ser artista quiere decir no
calcular ni contar: madurar como el árbol, que no apremia
a su savia, y se yergue confiando en las tormentas de primavera,
sin miedo a que detrás pudiera no venir el verano. Pero
viene sólo para los pacientes, que están ahí
como si tuvieran por delante la eternidad, de tan
despreocupadamente tranquilos abiertos. Yo lo aprendo
diariamente, lo aprendo bajo dolores a los que estoy agradecido:
¡la
paciencia lo es todo!

Ese rigor y esa perseverancia que si bien son propias de
titanes, resultan cercanos a lo humano cuando la persona, en
puridad, se anima y se proyecta. Y, en tal proyectar, vestida de
modestia, acude a la cita sin prisas ni expectativas, en la
espera que no es inacción, sino ese duro y casi
imperceptible madurar. El dejarse aprehender por la hondura del
pensar sin método ni
cálculo, sin poses ni sorpresas. Sin
visitar, únicamente, lo nuevo, lo brillante sino que, por
el contrario, aprendiendo a ver desde lo común y desde lo
cercano.

Alejarse para acercarse mas a la esencia. Dejarse ir
para llegar a buen término. Andar el camino y no asustarse
si, por acaso, es un camino de bosque que culmina, en apariencia,
abruptamente. Quizá esa culminación haga
relación a una visión, a una percepción
que debe modificarse ampliando el ángulo de la mirada para
que esta sea, tanto más abarcadora, como la instancia lo
amerita.

En un ensayo
intitulado ¿Y para qué poetas?, Martín
Heidegger, conmemora la muerte del
genial poeta alemán y se plantea la pregunta de
Hölderlin acerca de la razón de ser de la poesía
y al visitar el término lo abierto, palabra
fundamental en la poesía de Rilke, nos manifiesta
qué significa eso que no se cierra o impide el paso. No
cierra porque no pone límites,
no limita, porque dentro de sí está libre de todo
límite. Es decir, lo abierto, para Heidegger, es la gran
totalidad de todo lo ilimitado.

Dice luego: El hombre es el ser pensante, esto es,
meditante.
Así que no necesitamos de ningún
modo una reflexión "elevada". Es suficiente que nos
demoremos junto a lo próximo y que meditemos acerca de lo
más próximo: acerca de lo que concierne a cada uno
de nosotros aquí y ahora; aquí: en este
rincón de la tierra natal; ahora: en la hora presente del
acontecer mundial.

Johann Peter Hebel escribió una vez: "Somos
plantas
–nos guste o no admitirlo- que deben salir con las
raíces de la tierra para poder florecer
en el éter y dar fruto." El poeta quiere decir: para que
florezca verdaderamente alegre y saludable la obra humana, el
hombre debe poderse elevar desde la profundidad de la tierra
natal al éter. Éter significa aquí: el aire
libre del cielo alto, la abierta región del
espíritu.

Tenemos, pues, que el pensar, la reflexión pura
no precisa de veleidades, no requiere frases altisonantes ni
poses, sí implica una actitud de vida, la de detenernos y
dejarnos ir.  No ocuparnos de poner velocidad
máxima sino máxima intensidad a nuestra atención para con la vida, para con las
cosas y, fundamentalmente, para con nuestras propias acciones:
reflexión sin prejuicios, sin juicios previos y con
conciencia
moral. Por ese
diálogo interior en donde nos miramos a nuestro propio
espejo sin dilaciones ni miradas de reojo y advertidos de la
cuestión que sobreviene ante un pensar no calculador,
despertamos a la vida y a lo verdadero que se da cita en una
instancia que presupone entrega y modestia, hondura y
comprensión.

Dice más, habla de la abierta región
del espíritu
, porque lo inefable se da, en una
atmósfera
de entrega y apertura, sin condicionamientos, sin atajos, de cara
al viento, presto a ser sorprendido.

Seguidamente, Heidegger habla sobre el riesgo que se
corre ante la pérdida del arraigo, ante la
supremacía de las cosas, movidas por un pensar puramente
calculador en detrimento de una reflexión que, a todas
luces, tiende a disminuir ante el avance de lo efímero, de
lo banal.

Remarca la imperiosa necesidad que tiene el hombre de
discurrir por los senderos de la reflexión
auténtica, acuciado como esta por el embate de lo
tecnológico en tanto parece primer el objeto sobre el
sujeto, las cosas por sobre el hombre, la dependencia de este de
lo que produce y no un uso apropiado del que se valga el hombre
para ser en esencia el mismo hacedor y viva en libertad, una
libertad tal que lo lleve a explorar las inmensidades de las
regiones del espíritu, liberado del yugo de las cosas en
tanto cosas producidas por el quien debe merecer su mejor hora y
no la oscuridad producida por su propia sombra.

Fue Hannah Arendt quien, al celebrar los ochenta
años de su maestro, recordando el texto de Serenidad
(Gelassenheit, 1959, s.15), manifestara que:

El pensamiento en cuanto pasión, surge del simple
hecho del ser-nacido-en-el-mundo y después "reflexiona
sobre el sentido que gobierna en todo lo que es", puede tener una
finalidad –los conocimientos o el saber- en tan escasa
medida como la tiene la vida misma. Para concluir en su idea, al
afirmar que El fin de la vida es la muerte, pero el hombre no
vive en interés de
la muerte, sino porque es un ser viviente y no piensa en
interés de un resultado cualquiera, sino porque es un "ser
pensante; es decir, un ser que reflexiona" (ibidem,
S.16).

De lo que deviene la crítica
relación del pensamiento con sus propios resultados. El
filosofar que pone a prueba lo logrado por uno mismo, que abdica
de sistemas, en
tanto en cuanto puedan obstruir el caudaloso curso del pensar
reflexivo anteponiendo barreras y desvíos.

El velo de Penépole

Así ilustra Hannah al proceso de pensar que
atiende y puede muchas veces deshacer lo hecho en materia de
conclusiones, anteriormente. Todo esto en abono, en refuerzo de
lo que anteriormente manifestáramos sobre el filosofar, el
libre pensar. Vayamos a sus propias palabras:

Si se compara el pensamiento (en su inmediata y
apasionada cualidad de ser viviente) con sus resultados, le pasa
lo que al velo de Penélope, que vuelve a descoser por la
noche lo que ha hilado por el día, para poder empezar de
nuevo al día siguiente.

Ciertamente, constatamos la dificultad que muchas veces
lo cercano ofrece en tanto no demos o no nos tomemos la distancia
suficiente para ver, en perspectiva, la situación que nos
ocupa.

Veamos:

¿Cuáles serían el suelo y el
fundamento para un arraigo venidero? Lo que buscamos con esta
pregunta tal vez se halla muy próximo: tan próximo
que lo más fácil es no advertirlo. Porque para
nosotros, los hombres, el camino a lo próximo es siempre
el más lejano y por ello el más arduo. Este camino
es el camino de la reflexión.

 El pensamiento meditativo requiere de nosotros que
no nos quedemos atrapados unilateralmente en una
representación, que no sigamos corriendo por una
vía única en una sola dirección. El pensamiento meditativo
requiere de nosotros que nos comprometamos en algo (einlassen)
que, a primera vista, no parece que de suyo nos
afecte.

Tenemos, para nosotros, que un pensar reflexivo es tal
cuando la atmósfera trae consigo apertura, perseverancia,
espíritu crítico, compromiso. Atributos estos de la
persona que se sabe en el camino, no en la búsqueda
afanosa de pasajeras preseas, sino que, imbuida de un tal
espíritu, va en busca de lo verdadero, siendo,
esencialmente, humano al permitirse dudar y, consiguientemente,
escuchar sin restricciones el pulso de la vida.

Al acercarnos al final del texto, leemos lo que el
maestro tiene para decirnos a respecto de quien gobierna o quien
es gobernado por las cosas. Actitud que hace a lo sustantivo que
cada cual estime del caso y que nosotros otorgamos a la persona
por sobre las cosas que ella produce. Claro está, ser
libres, como dijéramos al comienzo, reporta compromiso y
apego a nosotros mismos muchas veces en contra de lo establecido,
de lo comúnmente aceptado que nos vemos impelidos a
cuestionar en tanto seres racionales que en la pasión de
nuestro libre ejercicio de la voluntad, nos atrevemos a exponer a
los otros, aunque se esté en franca minoría.
Solamente la presentación de una crítica valedera
nos hará rever nuestra posición deshilando como
Penélope, el hilo del pensar.

La apertura al misterio y la Serenidad para con las
cosas

Afirmaba Hannah Arendt que no es la filosofía de
Heidegger sobre la que uno se puede preguntar, con razón,
si es que siquiera existe, sino sobre el pensamiento de
Heidegger, que es lo que ha determinado tan decisivamente la
filosofía de nuestro siglo. Pensamiento este que tiene una
única cualidad que solo a él le atañe y que,
si se quisiera mostrar y captar al nivel del lenguaje,
está en el uso transitivo del verbo "pensar".

Apertura al misterio y Serenidad para con las cosas,
pues, que instala una cualidad en la persona que la hará
merecedora de la luz y la
distancia suficiente para aprehender lo cotidiano sin perderse en
la inmediatez y cercanía de las cosas y los hechos, al
darnos el tiempo y el espacio propicios para reflexionar y
recobrar, en tal acto, la centralidad de la acción
volviendo a nosotros la facultad de determinar siquiera el curso
a seguir en lo que a uno le compete decidir, claro
está.

Recordemos que Heidegger no piensa sobre algo sino que
piensa algo, sumergiéndose sin más en lo profundo
para abrir caminos y poner señales
de camino, al contar con la capacidad de asombrarse ante lo
simple y lo cotidiano, tomando a este asombro como
posición al no tener arraigo que influya en su toma de
posición en el sentido de estar condicionado antes de
pensar, no teniendo, por tanto, prejuicios que aten y estrangulen
su capacidad de movimiento. Esta facultad de asombro ante lo
simple y lo cotidiano permite desarrollar, entonces, la capacidad
de pensar.

Pensamiento el de Heidegger que, al estar de las
palabras finales de Arendt en el citado homenaje, no proviene del
siglo, sino de lo ancestral, dejando tras de sí algo pleno
que, como todo lo pleno, vuelve a lo ancestral. Pensamiento que
refiere a una actividad no contemplativa sino plenamente activa
que, si bien puede tratar algo específico, sin embargo, no
debe ser su finalidad la solución de asuntos puntuales
puesto que su actividad, la del pensar, es incesante y como
dijera el maestro al abrir caminos se logra una apertura a otro
camino o, como la metáfora de los caminos de bosque no
son, al estar de lo que la crónica nos refiere, no son
vías que conduzcan a sitios precisos sino que culminar en
ninguna parte.

Son senderos diseminados por el bosque, formas de andar,
que aparecen y desaparecen con igual facilidad. Aparecen y de
golpe ante nosotros se cierra el bosque nuevamente, quedando a
nuestra frente la espesura del bosque. Figura metafísica
de nuestro Occidente, estos caminos de bosque refieren a la
manera en que transitamos en nuestra meditación sobre la
esencia de aquello que lo comprende, que lo motiva y lo
constituye.

Visitemos uno de los seis caminos que dieran
título a la obra publicada con tal nombre. Caminaremos por
el segundo camino:

La época de la imagen del
mundo

La meditación consiste en el valor de
convertir la verdad de nuestros propios principios y el
espacio de nuestras propias metas en aquello que más
precisa ser cuestionado, nos dice el maestro en este ensayo que
viera la luz en el crítico año de 1938.

Vemos en dicho estudio cómo, en toda
época, se interpela al pensar mismo, con rigor y con
profundidad, desde una mirada tan crítica como pronta a
dejarse sorprender por una nueva percepción (de la cosa
objeto de análisis)

Dice, a su vez, en este trabajo, que
el obrar humano se interpreta y realiza como cultura.
Así, pues, refuerza Heidegger, la cultura es la
realización efectiva de los supremos valores, por
medio del cuidado de los bienes
más elevados del hombre. La esencia de la cultura implica
que, en su calidad de
cuidado, ésta cuida también de sí misma,
convirtiéndose en una política
cultural.

O sea que, el compromiso personal,
también, debe estar volcado hacia el Otro, en
armonía con la esencia de la persona y en oposición
–en cuanto a representar lo contrario- de lo alienante del
individuo que
se atiende sólo a sí mismo y a su pequeña y
pedestre historia.

A resultas de lo cual y ante la perspectiva de que un
día el pensar calculador pudiera llegar a ser el
único válido y practicado, conviene recordar este
momento final de la conferencia sobre
la Serenidad:

Entonces el hombre habría negado y arrojado de
sí lo que tiene de más propio, a saber: que es un
ser que reflexiona. Por ello hay que salvaguardar esta esencia
del hombre. Por ello hay que mantener despierto el pensar
reflexivo.

Sólo que la Serenidad para con las cosas y la
apertura al misterio no nos caen nunca del cielo. No a-caecen
(Zufälliges) fortuitamente. Ambas sólo crecen desde
un pensar incesante y vigoroso.

Tal vez la celebración conmemorativa de hoy sea
un impulso a ello. Cuando respondemos a su pulso, pensamos
entonces en Conradin Kreutzer, al pensar en la  proveniencia
de su obra, en la savia vital de la tierra natal,
Heuberg.

Y somos nosotros los que así pensamos cuando,
aquí y ahora, nos sabemos los hombres que deben encontrar
y preparar el camino a la era atómica, a través y
fuera de ella.

Cuando se despierte en nosotros la Serenidad para con
las cosas y la apertura al misterio, entonces podremos esperar
llegar a un camino que conduzca a un nuevo suelo y fundamento. En
este fundamento la creación de obras duraderas
podrá echar nuevas raíces.

Así, de una manera cambiada y en una época
modficada, podría nuevamente ser verdad lo que dice Johann
Peter Hebel: "Somos plantas –nos guste o no admitirlo- que
deben salir con las raíces de la tierra para poder
florecer en el éter y dar fruto."

Es decir que, y antes de acceder a la música como
vía para repensar el pensar reflexivo, mencionemos en
palabras de Heidegger, lo sustantivo al asunto:

Por eso, el proceder anticipador –viene de
argumentar sobre la ciencia y
el método investigativo- debe tener la vista libre para la
variabilidad de lo que se encuentra.

Y prestemos suma atención a las siguientes
palabras: La plenitud de lo particular y de los hechos
sólo se muestra en el
horizonte de la constante renovación de la
transformación.

De modo tal que la constante debe ser la
renovación, la libertad de repensar lo pensado y rever
sistemas y acercamientos a lo pensado o a pensar.

IV.
Messkirch

 Todo comenzo desde la imaginacion de un
niño.

 En la torre de la iglesia que
quedaba al lado del castillo y al frente del jardín de los
tilos, Martín solía de pequeño pasar buenos
ratos entretenido más por las ensoñaciones que
despertaban al mirar hacia el campo, que de los juegos que
pudiera jugar allí arriba.

Compartía el espacio con el entrañable
campanario de siete campanas que marcaban, pausada y
rítmicamente, tiempos y circunstancias. Desde allí,
desde la torre, primero imagino para luego ver su camino de campo
(el que hoy pretendemos recorrer nosotros)

Y lo hizo en momentos en que su padre trabajaba de
tonelero del pueblo y como  sacristán en dicha
iglesia, en una época en la cual comenzaba la lucha entre
dos vertientes del catolicismo del lugar: los romanos (a la que
perteneciera su padre) y los cultos (de tendencia nacionalista
liberal correspondiente a la burguesia). La tradicion y la
modernidad.

Estaba en su lugar, la ciudad de Messkirch y el divisar
aquel camino fue, a no dudar, un signo de su vida y un amanecer
en el pensamiento de Occidente.

Ciudad ubicada en una región de escasos recursos y
hermosos paisajes. La cuna del filósofo linda con el lago
Constanza, los Alb suabos y el Alto Danubio.

Tantos los alamanes como los suabos, componen las dos
corrientes de las que se nutre la población del lugar, con sus peculiaridades
que se complementan. Los alamanes: pesados, algo retorcidos y
cavilosos; los suabos: mas alegres, abiertos y soñadores.
Heidegger toma como sus referentes, justamente a un representante
de cada uno. A Johann Peter Hebel, descendiente de alamanes y a
Friedrich Holderlin, un suabo.

En ese lugar, en Messkirch, Heidegger halló su
sitio, su contrada, donde encara desde las ensoñaciones de
una vista elevada, a su camino de campo.

En la fecha de San Martín, el 11 de noviembre, ya
mayor, Martin Heidegger solía ocupar el sitio que le
correspondía por el origen familiar, en la iglesia. El
mismo templo que lo viera como monaguillo y como explorador
furtivo.

En su vejentud, disfrutó, por ejemplo, del
fútbol –recordemos que de joven practicó este
deporte desde el
puesto de delantero- viendo partidos por televisión
en casas de vecinos, emocionándose por el trámite
del encuentro, dejándose llevar, pues, por la
emoción de lo cotidiano y común. Permitiendo hablar
a las cosas sencillas, escuchándolas incluso sin necesitar
de la embriaguez de lo novedoso o llamativo.

Messkirch fue, en suma, su patria.

V. Albert
Schweitzer y el pensamiento perdido

 El gran humanista Albert Schweitzer, quien
diera ejemplo de vida y nos legara, también, un
riquísimo pensamiento probado en la acción
cotidiana con sus semejantes, es autor de un texto que guarda
relación directa con lo aquí tratado, razón
por la cual habremos de presentar, a continuación, un
resumen del mismo. Se intitula: ¿Qué es una
concepción del universo?

Nos manifiesta que, en última instancia, la
filosofía debe ser guía vigilante del sentido
común, destacando en primer término que la
capacidad que posee una persona de ser un portador de cultura, es
decir, de comprender la cultura y obrar para ella, depende de su
capacidad de ser, al mismo tiempo, un pensador y un ser libre,
siendo que la cultura presupone la libertad.

Va de frente y es claro al destacar que el hombre
moderno ha perdido tanto la libertad como la capacidad del
pensamiento, a lo que se le suma el exceso de tensión,
acotando que desde hace generaciones una gran cantidad de
individuos han cesado de vivir como personas para vivir como
trabajadores.

Es un texto tan actual y frontal, en el que desvela la
calidad de no-pensante de quien va en busca, no ya de
formación sino de un sostén y, para colmo, de aquel
tipo de sostén que menos esfuerzo espiritual le
exija.

Una prueba, a su entender, de hasta que punto la falta
de pensamiento se ha convertido en el hombre moderno en una
segunda naturaleza, lo demuestra el tipo de sociabilidad que
habitualmente practica con lo cual nuestra sociedad esta
creando una imagen rebajada del hombre.

Y no es que Schweitzer estuviera en contra del trabajo,
nada más lejos en una persona que dedico su vida al
trabajo y al esfuerzo en pro de las mejores causas de la
humanidad. No. A lo que se refiere, es a que no debemos abolir el
significado espiritual del trabajo para el trabajador. El trabajo,
dice, lo obliga a poner en juego solo una
parte limitada de sus capacidades, y no su entera
persona.

En cuanto a la juventud, la
de su tiempo como la del nuestro, recibe una enseñanza que no es lo suficientemente
universal como para permitirle descubrir alguna relación
entre las diferentes ciencias, y
crearse de este modo, de la manera más natural, un
panorama del saber contemporáneo.

Este hombre sin libertad, disperso e incompleto, nos
ilustra el hombre de Lambaréné, se encuentra, al
mismo tiempo, amenazado por el peligro inminente de caer en la
más completa falta de humanidad, al ir perdiendo la
capacidad de apreciar nuestras afinidades con los demás
hombres, encaminándose, de este modo, por el camino de la
inhumanidad al cosificar a gran parte de sus congéneres,
al catalogarlos como una acumulación de material humano,
de hombres como cosas.

Dice, y uno coincide, que se ha creado en la sociedad
una imagen del mundo que ya no es capaz de concebir el destino de
la persona individual, porque la considera en su exclusiva
cualidad de numero y de objeto.

Enfatiza el hecho de que el hombre moderno se pierde en
la colectividad de la manera más increíble,
penetrando, de este modo, en una nueva Edad
Media.

Una vez que el acto volitivo, aduce, se convierte en
regla fija, la libertad de pensamiento ya no sirve para nada, es
inútil.  Algo singularmente importante que puntualiza
Schweitzer es que no sólo desde el punto de vista
intelectual, sino también desde el punto de vista
ético, es anormal la relación presente entre el
individuo y la colectividad. Y lo argumenta en el entendido de
que al renunciar a la propia opinión, el hombre moderno
renuncia, también, al propio juicio moral.  De
ahí que cuando se cuestionara ¿Qué es una
concepcion del universo?

El médico y filosofo, teólogo y notable
músico, se responde afirmando que es el conjunto de ideas
que la sociedad y el individuo aislado se han formado sobre la
esencia y la razón del mundo, sobre la posición y
el destino de la humanidad y del hombre dentro de
ella.

  • El hombre común y una
    esperanza

Finalmente, Albert Schweitzer, al hablar sobre la
concepción del universo, o Weltanschauung, apunta,
en lo medular, a que, de por sí, existe en el individuo
medio una capacidad dada de reflexión, que no sólo
le permite crearse una Weltanschuung propia a
través de su pensamiento sino que, además, hace de
ella una necesidad normal.

Culmina manifestando que los grandes movimientos de
opinión que tuvieron lugar en las épocas antiguas y
modernas, permiten sostener con confianza la tesis de que
en el individuo normal existe un pensamiento elemental capaz de
despertar de su letargo, siendo que la observación cotidiana de las personas que
nos rodean confirma esa creencia.

La persona, entonces, está destinada a
desarrollarse hacia una verdadera personalidad a
través de su propia Weltanschauung nacida del
propio pensamiento.

¿Estamos realmente facilitando que tal
posibilidad sea probable? ¿Significativamente nuestras
acciones personales y cotidianas, se compadecen con un tal
pensar? ¿Es dable aguardar en medio de nuestras miserias
humanas, una reconsideración del sentido de nuestras vidas
que conlleve una valoración ética y
moral sobre el sentido ultimo de las mismas?

VI. Kreutzer, la
música y la persona

El músico Konradin Kreutzer -1780-1849- a
propósito del cual Heidegger diera dos conferencias,
aquí estudiadas. (La primera al cumplirse el centenario de
su muerte y la segunda en el 175 aniversario de su
nacimiento)

Guarda relación con lo tratado, tanto por su
obra, cuanto por pertenecer a la ciudad y estar, a la vez,
emparentado con Heidegger.

Kreutzer, que fuera llamado el pensativo por sus
contemporáneos, pasó a ser uno de los más
reconocidos compositores del Romanticismo
germánico, habiendo trabajado a la sombra de los grandes
de su época para luego, él mismo, recibir el
merecido reconocimiento por su obra que lejos de limitarse a
componer, le tuvo, en primera fila, como cantante, concertista de
piano e instructor vocal (recordemos que su hija y
discípula, Cäcilia, se convirtió en su momento
en una famosa cantante) Kreutzer, en fin, fue un prolífico
compositor musical, al haber visitado casi todos los
géneros, si bien sobresalió por sus lieder.
Composiciones de enorme éxito
tanto en conciertos como para la gente común que las
tomó para sí. Fue, consiguientemente, un hombre que
siendo importante en su medio supo ser comprendido y aceptado por
el hombre común de su época, habida cuenta de la
sensibilidad que lo ligaba a su medio.

Quizá, si volvemos sobre lo apuntado al inicio,
vista la intención de Heidegger de no asociar el pensar a
lo exclusivo sino a lo común, a lo que nos circunda y
acaece, habremos de culminar esta reflexión sobre un
aspecto cumbre, ya señalado:

El hombre es el ser pensante, esto es, meditante.
Así que no necesitamos de ningún modo una
reflexión "elevada". Es suficiente que nos demoremos junto
a lo próximo y que meditemos acerca de lo más
próximo: acerca de lo que concierne a cada uno de nosotros
aquí y ahora; aquí: en este rincón de la
tierra natal; ahora: en la hora presente del acontecer
mundial.

A lo que asentimos, en silencio, dejando que nuestra
mente prosiga por el sendero, sin rumbo, aunque con la
determinación de que la apertura al misterio se de cita,
sin prisa, a su tiempo, que será, a no dudar, el nuestro.
El propio.

Pensemos, pues, reflexivamente.

  1. VII. Versos
    libres

  2.  Es tiempo de silencio, es hora de encuentros.
    Instancia e instantes para dejarnos ir, para reencontrarnos
    en unidad de cordialidad y de razón, abogando por un
    pensar reflexivo en el hombre de a pie, en la mujer
    de a pie. Pensar generador de una mayor hondura y una mejor
    visión, una cosmovisión mas abarcadora de lo
    inefable, esencia de lo humano. 

    En la torre de la iglesia

    Siete campanas marcan un
    sino

    Espacios y tiempos

    De un inaugural lugar

     

    Tiempo de ensueños

    Momento creador

     Se proyecta un
    camino

    Y un bosque por descubrir

     

    Un niño trama en
    silencio

    Lo que un mundo
    aprehenderá

    El Instante ya no es
    medida

    Sí no un modo de
    soñar.

    Arendt,
    Hannah                  
    Martín Heidegger o el pensamiento como

    actividad pura, Cuarderno Archipiélago nr.
    9   

    Safranski,
    Rüdiger             
    Un Maestro de Alemania, Tusquets Editores

    Heidegger,
    Martín              
    Serenidad, Ediciones del Serbal

    Heidegger,
    Martín              
    Caminos de bosque, Alianza Universidad

    Heidegger,
    Martín              
    De camino al habla, Ediciones del Serbal

  3. Bibliografía

    Heidegger,
    Martín              
    El camino del campo, La Prensa
    1979-Horacio Potel

  4. Heidegger,
    Martín              
    Arte y
    poesía, Breviarios FCE
  5. Höslinger,
    Clemens                      
    El universo
    romántico de Kreutzer, Orfeo I.M. Gmbh
  6. Liberman-Schöffer             
    El pentagrama secreto, Gedisa editorial
  7. Rilke, Rainer
    Maria            
    Cartas a un
    joven poeta, Alianza Editorial

Schreier,
Peter                    
CD: Conradin
Kreutzer – Lieder, Orfeo

Schweitzer,
Albert               
El pensamiento perdido, Revista
Sur

Schweitzer,
Albert               
Aceptación del Premio Nobel de la Paz

Storr,
Anthony                     
La música y la mente, Paidós de
música

Stratiotis, Mario y Pablo     La
Energia del
Intervalo, Editorial Intervalo

 

Héctor Valle

Partes: 1, 2
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