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Democracia cercada. Política y políticos en el espectáculo mediático (México)


Partes: 1, 2

    1. Ciudadanos, medios y asuntos
      públicos. Parcialidad y
      desinformación
    2. Periodistas
      y políticos: diferencias, complicidades y
      desencuentros
    3. De la
      exigencia, al ruego: "La nota, señor, sólo
      queremos la nota"
    4. Cuando
      la prensa crea posturas a modo. Distorsiona, que algo
      queda
    5. Trivializadora
      politización; transgresora
      mediatización
    6. La
      democracia entendida como negocio. (Y Maradona vs.
      Kant)

     Publicado en
    Configuraciones. Números 12-13, México,
    abril-septiembre 2003.

    El descontento que causa se ha convertido en uno de los
    rasgos más constantes de la política. En donde
    quiera que se le aprecie, el quehacer político y quienes
    se dedican a él tienen una imagen
    pública desfavorable. A ese desprestigio suelen
    adjudicarse las tasas de abstención electoral
    habitualmente altas, la poca popularidad de la mayoría de
    los gobernantes, la escasa afiliación a los partidos, la
    frecuente lejanía de los ciudadanos respecto del quehacer
    político e incluso la distancia –a veces rayana en
    la hostilidad– que llegan a tener los medios de
    comunicación respecto de la política y los
    políticos. Quizá siempre ha sido así y lo
    que ocurre ahora es que la exposición
    pública de esos desencuentros, frecuentemente desplegada
    con alarma por los propios medios,
    acentúa la sensación de que los políticos y
    la actividad que practican se encuentran alejados de la sociedad.

    Ciudadanos, medios y asuntos públicos.
    Parcialidad y desinformación.

       La política no ha dejado de ser la
    actividad ciudadana por excelencia que le adjudican la
    acepción y la tradición clásicas. De hecho
    es pertinente reconocer que, sin ciudadanos, no hay
    política. Pero la complejidad y el crecimiento de las
    sociedades
    contemporáneas han acentuado la tendencia, que siempre
    existió, a hacer de la política una actividad
    especializada y singular, distinta de otras. Allí se
    encuentra una de las causas iniciales del alejamiento entre los
    ciudadanos comunes y los profesionales de la
    política.

       La política ha tenido que ser, cada
    vez más, una actividad profesional e institucional.
    Quienes la practican casi siempre deben dedicar a ella su
    interés
    primordial. Vivir para la política implica, por lo
    general, vivir de ella. Y eso, a menudo, implica promover o
    compartir intereses y una visión de los asuntos
    públicos distinta a los que tiene el ciudadano
    común.

       Quienes ejercen tareas de gestión
    o representación se apartan de los ciudadanos de manera
    tan notoria que, por lo general, se habla de "políticos" y
    de "ciudadanos" como si los primeros no fueran, necesariamente,
    parte de los segundos. Todos los políticos son ciudadanos
    y en una democracia
    civilizada podría esperarse que todos los ciudadanos
    tuviesen interés y, al menos, un grado reconocible de
    participación política. Como
    sabemos, pocas veces ocurre así.

       Ahora, en el extremo de esa
    distinción, es frecuente que a los ciudadanos sin
    compromisos políticos expresos se les adjudiquen virtudes
    que no se reconocen en quienes sí manifiestan abiertamente
    sus predilecciones políticas.
    La conformación de organismos de evaluación
    e incluso gestión de diversos asuntos públicos
    suele requerir, en distintos países, de comisionados o
    consejeros cuyo atributo inicial es el carácter de ciudadanos
    [2]. En la
    proliferación de tales organismos puede advertirse una
    concepción un tanto elemental de la imparcialidad, como si
    la ecuanimidad y la capacidad para tomar decisiones con apego a
    la justicia no
    dependieran del raciocinio y la sensatez de quienes tienen tales
    responsabilidades sino, casi exclusivamente, de su independencia
    formal respecto de los partidos
    políticos.

       La búsqueda de ciudadanos sin
    compromisos políticos explícitos para encargarse de
    algunas de las instituciones
    que regulan o supervisan el ejercicio de algunos de los derechos democráticos
    más significativos, constituye una de las expresiones
    más notorias de la desconfianza que parece imperar
    respecto de la política profesional y a quienes la
    practican. A esa distancia entre ciudadanos comunes y
    políticos profesionales obedece la enorme importancia que
    adquieren los medios de
    comunicación, tanto en la confección de la
    agenda de los asuntos públicos como en la construcción o modificación de
    consensos. Si entre políticos y ciudadanos no existiera la
    brecha que se advierte en las sociedades contemporáneas
    –y que está muy ligada al descrédito que la
    actividad política suele tener entre la población en general– los medios no
    tendrían tanta relevancia como puentes entre unos y
    otros.

     

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