Democracia cercada. Política y políticos en el espectáculo mediático (México)
- Ciudadanos, medios y asuntos
públicos. Parcialidad y
desinformación - Periodistas
y políticos: diferencias, complicidades y
desencuentros - De la
exigencia, al ruego: "La nota, señor, sólo
queremos la nota" - Cuando
la prensa crea posturas a modo. Distorsiona, que algo
queda - Trivializadora
politización; transgresora
mediatización - La
democracia entendida como negocio. (Y Maradona vs.
Kant)
Publicado en
Configuraciones. Números 12-13, México,
abril-septiembre 2003.
El descontento que causa se ha convertido en uno de los
rasgos más constantes de la política. En donde
quiera que se le aprecie, el quehacer político y quienes
se dedican a él tienen una imagen
pública desfavorable. A ese desprestigio suelen
adjudicarse las tasas de abstención electoral
habitualmente altas, la poca popularidad de la mayoría de
los gobernantes, la escasa afiliación a los partidos, la
frecuente lejanía de los ciudadanos respecto del quehacer
político e incluso la distancia –a veces rayana en
la hostilidad– que llegan a tener los medios de
comunicación respecto de la política y los
políticos. Quizá siempre ha sido así y lo
que ocurre ahora es que la exposición
pública de esos desencuentros, frecuentemente desplegada
con alarma por los propios medios,
acentúa la sensación de que los políticos y
la actividad que practican se encuentran alejados de la sociedad.
Ciudadanos, medios y asuntos públicos.
Parcialidad y desinformación.
La política no ha dejado de ser la
actividad ciudadana por excelencia que le adjudican la
acepción y la tradición clásicas. De hecho
es pertinente reconocer que, sin ciudadanos, no hay
política. Pero la complejidad y el crecimiento de las
sociedades
contemporáneas han acentuado la tendencia, que siempre
existió, a hacer de la política una actividad
especializada y singular, distinta de otras. Allí se
encuentra una de las causas iniciales del alejamiento entre los
ciudadanos comunes y los profesionales de la
política.
La política ha tenido que ser, cada
vez más, una actividad profesional e institucional.
Quienes la practican casi siempre deben dedicar a ella su
interés
primordial. Vivir para la política implica, por lo
general, vivir de ella. Y eso, a menudo, implica promover o
compartir intereses y una visión de los asuntos
públicos distinta a los que tiene el ciudadano
común.
Quienes ejercen tareas de gestión
o representación se apartan de los ciudadanos de manera
tan notoria que, por lo general, se habla de "políticos" y
de "ciudadanos" como si los primeros no fueran, necesariamente,
parte de los segundos. Todos los políticos son ciudadanos
y en una democracia
civilizada podría esperarse que todos los ciudadanos
tuviesen interés y, al menos, un grado reconocible de
participación política. Como
sabemos, pocas veces ocurre así.
Ahora, en el extremo de esa
distinción, es frecuente que a los ciudadanos sin
compromisos políticos expresos se les adjudiquen virtudes
que no se reconocen en quienes sí manifiestan abiertamente
sus predilecciones políticas.
La conformación de organismos de evaluación
e incluso gestión de diversos asuntos públicos
suele requerir, en distintos países, de comisionados o
consejeros cuyo atributo inicial es el carácter de ciudadanos
[2]. En la
proliferación de tales organismos puede advertirse una
concepción un tanto elemental de la imparcialidad, como si
la ecuanimidad y la capacidad para tomar decisiones con apego a
la justicia no
dependieran del raciocinio y la sensatez de quienes tienen tales
responsabilidades sino, casi exclusivamente, de su independencia
formal respecto de los partidos
políticos.
La búsqueda de ciudadanos sin
compromisos políticos explícitos para encargarse de
algunas de las instituciones
que regulan o supervisan el ejercicio de algunos de los derechos democráticos
más significativos, constituye una de las expresiones
más notorias de la desconfianza que parece imperar
respecto de la política profesional y a quienes la
practican. A esa distancia entre ciudadanos comunes y
políticos profesionales obedece la enorme importancia que
adquieren los medios de
comunicación, tanto en la confección de la
agenda de los asuntos públicos como en la construcción o modificación de
consensos. Si entre políticos y ciudadanos no existiera la
brecha que se advierte en las sociedades contemporáneas
–y que está muy ligada al descrédito que la
actividad política suele tener entre la población en general– los medios no
tendrían tanta relevancia como puentes entre unos y
otros.
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