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Democracia cercada. Política y políticos en el espectáculo mediático (México) (página 2)



Partes: 1, 2

 

   La función de
los medios en esa
relación entre ciudadanos y políticos tiene rasgos
virtuosos y, también, perversos.

   Sin los medios de
comunicación, la política sería
aun más ajena a los ciudadanos. Gracias a los medios, los
ciudadanos se enteran de los asuntos políticos y de los
propósitos o aseveraciones de quienes los protagonizan.
Los medios contribuyen, en tal sentido, a nutrir a la ciudadanía de uno de sus atributos
fundamentales: la posibilidad de ser ejercida de manera informada
y oportuna. En las sociedades de
masas que tenemos hoy en día los medios se han convertido
en articuladores –y a menudo en acaparadores– del
espacio público. Sin ellos no podría haber
iniciativas o mensajes políticos capaces de llegar a todos
los ciudadanos. Además los medios desempeñan una
importante función como contrapesos del poder
político.

   Hoy en día no hay política
sin medios. En México el
84% de los ciudadanos manifiesta que, cuando se entera de asuntos
políticos, es a través de la
televisión o la radio.
Únicamente el 10% menciona a la prensa escrita
como la fuente principal de su información política. El cuadro
siguiente [3]
muestra las
inclinaciones expresadas cuando a los ciudadanos se les pregunta
en qué medio se enteran de la actualidad
política.

Fuente: Gráfica elaborada a partir de la Segunda
Encuesta
Nacional sobre Cultura y
Prácticas Políticas
Ciudadanas. Segob, 2003.

   Es evidente la preponderancia de los
medios
electrónicos como propagadores de información
política. Sin embargo la supeditación de los
ciudadanos a los medios electrónicos para enterarse de
tales asuntos no ha devenido en una cultura política
precisamente sólida. La misma encuesta, igual que otros
estudios similares, permite confirmar el escaso conocimiento
que existe acerca de las reglas del ejercicio de la
política. Cuando a los entrevistados en ese sondeo
nacional les preguntaron cuánto tiempo duran
los diputados federales en su cargo solamente el 37% supo la
contestación correcta. El 38% dijo que no sabe y el 25%
dio respuestas equivocadas.

   Los medios no tienen la culpa de esa
deficiente alfabetización política. La escuela, el
entorno social y los partidos e instituciones
estatales tampoco han logrado mucho para perfeccionar el
conocimiento ciudadano acerca de los asuntos públicos.
Pero es evidente que la información política, hoy
en día fundamentalmente irradiada por los medios, sigue
siendo rudimentaria.

Periodistas y políticos: diferencias,
complicidades y desencuentros

   Ubicados en responsabilidades equidistantes
pero también complementarias, periodistas y
políticos se miran con inagotable recelo mutuo. En
ocasiones los primeros atajan excesos de los segundos. Pero
también es frecuente que, cada cual en su terreno,
periodistas y políticos compartan intereses. Omisiones,
negligencias y errores de unos, llegan a ser oportunidades para
los otros. Esa tensión permanente es descrita por dos
autores estadounidenses: "Así como los políticos a
menudo aciertan al engañar al público, los
periodistas a veces fracasan en su tarea para descubrir y
describir la información relevante, conocible, que juega
en el discurso
público. Algunos cínicos creen que los
políticos siempre mienten. No obstante, la frecuencia con
la cual eligen hacerlo, teniendo éxito
cuando lo hacen, se encuentra en parte en función de la
vigilancia con la cual los reporteros descubren hechos,
discriminan lo relevante de lo insignificante y mantienen todo
eso en la vida pública como parámetros de
veracidad. Cuando los reporteros desempeñan esas tareas, a
los políticos y aquellos que quieren influir en ellos les
resulta más difícil desviarse de la verdad"
[4].

   Encontrar y publicar la verdad
constituiría uno de los mejores recursos para
apuntalar una democracia.
Pero tratándose de asuntos públicos en los que
convergen intereses distintos e incluso enconados, eso no resulta
sencillo y en ocasiones, tampoco es posible. El papel de la
prensa para develar excesos y como contrapeso del poder resulta
de la mayor utilidad en todo
sistema
político. Pero esa capacidad nunca sustituye a los
mecanismos de funcionamiento formal de una democracia.

   Como todos sabemos –y
padecemos– los medios no suelen cumplir cabalmente con esa
función de intermediarios entre políticos y
ciudadanos. No son los asuntos propuestos por los
políticos sino la agenda que a partir de esos temas los
medios deciden confeccionar lo que la sociedad llega
a conocer, especialmente en los medios de mayor audiencia.
Supeditado al tamiz de los medios, el discurso político
queda expuesto de manera fragmentaria. A la preeminencia de los
medios para definir los contenidos y espacios que adjudican a los
mensajes de carácter políticos, se añade
la subordinación de los profesionales de la
política, y sus instituciones, a los formatos y modos
impuestos por
los medios mismos. Como ha sido ampliamente discutido en
numerosos trabajos recientes, el sometimiento de la
política a las exigencias del marketing suele
implicar discursos
huecos para audiencias súbitas. El ciudadano común
podrá ver en el noticiero por televisión
unos cuantos segundos de la alocución o la entrevista
de un dirigente político y no su mensaje
completo.

   La parcialidad con que los medios difunden
la política puede advertirse en las dos principales
acepciones de ese término: a) la que muestran es
únicamente una parte de la realidad y b) lo hacen tomando
partido en cada asunto que difunden. La rapidez con que comunican
los asuntos públicos pero, principalmente, el formato al
que suelen ajustar sus informaciones, impiden que la
mayoría de los medios difunda todos los ángulos de
cualquier asunto público. Cada reportero o redactor, y
desde luego los funcionarios que en cada diario, televisora o
radiodifusora tienen la tarea de elegir el material que
darán a conocer, seleccionan la información que a
ellos les parece más interesante o que mejor se ajusta a
sus criterios editoriales y/o empresariales.

   Nada de eso es nuevo, ni sorprendente. Un
rasgo consustancial a la
comunicación de masas es la unilateralidad: unos
cuantos –reporteros, redactores, personal
técnico, directivos de cada medio– recogen,
jerarquizan, confeccionan y publicitan la información que
han de recibir millares o centenares de miles de lectores,
radioescuchas o televidentes. La comunicación de masas es por
definición autoritaria y se encuentra matizada por la
perspectiva (corporativa y personal, política,
económica o cultural, geográfica y generacional,
etcétera) de quienes participan en el proceso de
selección y decisiones acerca de cada
noticia.

   Sin embargo con frecuencia no pocos medios
se presentan a sí mismos como pregoneros de toda la
verdad, o de mensajes que no tienen matices políticos o
que hayan sido definidos por el interés
(fundamentalmente económico pero también de alguna
otra índole) de cada empresa de
comunicación y de los individuos que manejan la
información dentro de ella. Las cantinelas con que los
medios suelen ufanarse de la ausencia de sesgos en sus contenidos
informativos ("la noticia de izquierda a derecha", "objetividad y
seriedad", "un diario sin compromisos" "sólo la verdad",
"la información tal cual es", etcétera) son parte
de los esfuerzos de autolegitimación de los medios. Sus
audiencias no siempre advierten la parcialidad inherente a las
noticias y
sobre todo, las concepciones de la realidad que les proporcionan
los medios.

Transacción constante: de la prebenda, a la
confidencia

   Los políticos no ignoran la
intencionalidad de los medios pero, por lo general, aspiran a
manejarla y beneficiarse de ella. Allí radica,
posiblemente, una de las causas de la relación inestable,
contradictoria y equívoca que suele haber entre
políticos y medios. Los primeros, prefieren buscar con los
medios un trato casuístico y discrecional antes que
procurar una relación institucional y, si fuera posible,
profesional. La negociación en cada tema, en ocasiones
medio por medio, exige de los políticos un enorme esfuerzo
de persuasión y regateo cuyos resultados son, por lo
general, insuficientemente satisfactorios.

   Dedicados en buena medida a congraciarse
con los medios, no son pocos los políticos que descuidan
el cumplimiento de otras tareas. Algunos consideran indispensable
utilizar, sin ton ni son, cuanta oportunidad tengan para
exponerse a sí mismos y a sus opiniones en los medios de
comunicación [5]. La creencia de que se puede
gobernar a través de los medios conduce a omisiones
garrafales en la
administración de los asuntos públicos e
incluso al surgimiento de significativos vacíos
políticos. Desde luego, hoy en día es imposible
gobernar sin tomar en cuenta a los medios de comunicación.
Pero reconocer el carácter imprescindible que tienen no
significa, necesariamente, tenerlos como los únicos
espacios de interlocución y relación entre el
gobierno y la
sociedad.

   Pareciera, sin embargo, que muchos
políticos hacen proselitismo y, cuando ocupan cargos de
gestión, gobiernan más en y para los
medios que para la sociedad que los ha elegido. La
relación entre políticos y medios –igual que,
en buena medida, el resto de la política– suele
convertirse en transacción continua. Así es la
política, en casi todas las circunstancias. El problema en
este caso radica en que, para buscar un trato favorable, los
políticos les ofrecen a los medios beneficios mercantiles,
administrativos y propiamente comunicacionales. Entre los
primeros se encuentran la contratación de publicidad,
prebendas a reporteros y privilegios legales y extralegales a
directivos de las empresas
mediáticas [6].  Esas fueron
prácticas frecuentes en la relación entre el poder
político y la prensa –especialmente la prensa
escrita– en casi toda la segunda mitad del siglo
XX.

   En los últimos lustros del siglo
numerosos funcionarios y dirigentes políticos comprobaron
el deterioro de aquellos recursos para subordinar a la prensa. En
algunos casos, a pesar del gasto en publicidad y prebendas los
medios de comunicación asumían posiciones distintas
a las que trataban de inducir sus patrocinadores desde el poder
político.

   La diversificación de las fuentes
publicitarias –tanto comerciales como de carácter
político- y en algunos casos los ingresos
monetarios por venta de
ejemplares permitieron que algunos diarios y revistas adquirieran
una nueva autonomía respecto de las fuentes de financiamiento
tradicionales. Durante medio siglo la circulación
había constituido un factor marginal para la subsistencia
de la gran mayoría de la prensa escrita en México.
Solo unas cuantas publicaciones de contenido escabroso o
frívolo y con centenares de miles de lectores, se daban el
lujo de depender fundamentalmente de la venta de ejemplares. El
resto ha tenido que apoyarse en la venta de anuncios en sus
páginas.

   En otros casos, la línea editorial
de los medios más abiertamente supeditados al patrocinio
legal y extralegal del poder político estaba tan
notoriamente hipotecada a esos compromisos que su credibilidad, y
por lo tanto su capacidad de persuasión, eran escasas. Los
lectores por lo general son reacios a adquirir publicaciones
ostensiblemente identificadas con un patrocinador o una
posición política específicos. Quizá
haya que tener precaución al identificar esa actitud con
una conducta
política avanzada. El discurso autolegitimador que los
medios acostumbran desplegar al definirse como imparciales y
equidistantes de intereses ajenos a los estrictamente
informativos ha sido engañoso, pero de reconocible
eficacia. La
mayoría de los ciudadanos tiende a considerar que los
medios deben abstenerse de tomar partido o comprometerse con
causas políticas sin reconocer que, más allá
de las declaraciones de  imparcialidad, prácticamente
todos los medios respaldan o impugnan posiciones y personajes
políticos. La idea de que los medios no han de tomar
partido supone que la información puede ser
aséptica y neutra, lo cual es imposible.  

   Parcialmente agotados los viejos recursos a
partir de los cuales acordaban con los medios, los
políticos tuvieron que ofrecer otro tipo de bienes para
lograr la aquiescencia o al menos la atención de las empresas de
comunicación. En vez de contratos de
publicidad o regalos –en algunos casos además de
ellos– los políticos tratan de ofrecer a los medios
material para nutrir sus espacios informativos. La
mercancía que brindan como elemento de
negociación en ese intercambio, es de carácter
mediático: declaraciones estridentes, informaciones
llamativas y filtraciones, forman parte de esos bienes
periodísticos.

   Siempre, desde luego, cualquier gobierno u
organización política necesita
informar acerca de sus hechos y dichos. Esa es una de las
responsabilidades fundamentales de todo aquel que aspire a ser
reconocido en el espacio público. Pero más
allá del cumplimiento rutinario de tales quehaceres, los
políticos han encontrado que para ganar presencia en los
medios de comunicación necesitan incitarlos con
declaraciones o informaciones suficientemente
atractivas.

   Mientras más agresiva, desmedida o
estruendosa sea la declaración de un personaje
político, mayor será el interés de los
medios para propagarla de manera destacada. Mientras más
perturbador o estrepitoso resulte, un documento filtrado a
la prensa tendrá superiores posibilidades de alcanzar las
primeras planas.

   No hay sorpresa ni novedad alguna en esa
vocación mediática por el escándalo. El
amarillismo, para los medios, es mejor negocio que la
información de asuntos rutinarios o no exorbitantes. Ya se
sabe: que un perro muerda a un hombre no es
noticia, pero lo contrario sí. El carácter mismo de
la noticia en los medios lleva impregnada la necesidad de
asombrar, de otra forma el periodismo no
concitaría el interés de sus públicos. Pero
la sorpresa de lectores, radioescuchas y televidentes, es
procurada a partir de la fabricación de acontecimientos
estrepitosos más que con la develación de
auténticas novedades políticas o
sociales.

   Habitualmente atenida a que los
políticos la nutran de primicias la prensa –electrónica y escrita– investiga poco
pero chismorrea mucho. Más que hechos, los espacios
dedicados a la información política suelen estar
repletos de dichos. Y para que logren impresionar primero a la
mayoría de los jefes de redacción y luego a los públicos de
los medios, esos dichos por lo general tienen que ser expresiones
estridentes o agresivas. Así como las malas noticias
destacan mucho más que las buenas, las expresiones
ríspidas tienen un impacto mediático más
contundente que aquellas que no dramatizan. De allí
resulta que en los espacios dedicados a temas políticos o
sociales el contexto usualmente sea escaso pero, en cambio,
abunden los pre-textos: informaciones fragmentarias, datos exiguos,
declaraciones inconexas o repetitivas, explicaciones pobres o
inexistentes.

   La argumentación en extenso, cuando
la hay, queda relegada para las páginas interiores de
algunos diarios y –salvo excepciones cada vez más
escasas– definitivamente excluida de los medios
electrónicos. La radio, y de
manera especialmente compulsiva la televisión, demandan concisión,
sencillez y contundencia. Las frases cortas tienen más
éxito mediático que las explicaciones en detalle.
Muchos políticos aprovechan esa circunstancia y saben que,
si responden de manera escueta y ocurrente, encontrarán
mejor espacio en los noticiarios. Otros, sufren el afán
simplificador de los medios y con frecuencia de sus largos
discursos o declaraciones la televisión y la radio
solamente difunden las expresiones más destempladas
–que no siempre son las más
relevantes–.

De la
exigencia, al ruego: "La nota, señor, sólo queremos
la nota"

   A los reporteros sus directores y jefes de
información les suelen pedir material capaz de perturbar o
asombrar, más que de enterar o explicar. Los asuntos
ordinarios difícilmente son noticia. En busca de
nota los reporteros acostumbran requerir a los personajes
políticos que les obsequien frases contundentes, aun
cuando detrás de ellas no existan mas que adjetivos de
importancia solamente ocasional. Cuando no consiguen dichos
notorios muchos reporteros –y antes que ellos, sus jefes de
redacción– consideran que no han cumplido con su
trabajo.

   Más que con las anteriores
consideraciones, la relación frecuente entre reporteros y
políticos así como la impaciencia para que en cada
rueda de prensa se formulen declaraciones estridentes puede ser
descrita a partir de un ejemplo práctico. Hacia 2003 en
México, seguramente el personaje público que tiene
una relación más frecuente con reporteros es
Andrés Manuel López Obrador, el jefe de Gobierno de
la capital del
país. Diariamente, de madrugada, incluso en días
festivos y fines de semana, ese funcionario ha acostumbrado
ofrecer una conferencia de
prensa. El encuentro que tuvo el lunes 8 de septiembre de 2003
con los reporteros que cubren sus actividades no fue
sustancialmente distinto a los que sostiene cotidianamente y nos
permite ilustrar la estéril simbiosis que llega a
entablarse entre periodistas en busca de disonancias junto a
políticos en pos de espacio mediático.

   Aquel día una de esos periodistas
manifestó interés por las encuestas que
realiza el gobierno entre los habitantes de la Ciudad. A pesar de
la insistencia de sus entrevistadores López Obrador no
quería revelar datos de esos sondeos. Los reporteros
pasaban de un tema a otro en busca, siempre, de afirmaciones
drásticas.

Silvia González, reportera de Formato
21
: ¿Cuáles serían los puntos malos
que usted está detectando en estas
encuestas?

Andrés Manuel López Obrador:
Bueno, los que siente la gente, los que percibe la gente. Hasta
ahora, no, pues no quiero decir más que…

Israel Calderón, reportero de El
Valle
: Hay que ser autocríticos,
¿qué le falta a su Gobierno?

López Obrador: No, hay que ser
autocríticos, yo creo que hace falta trabajar más
en materia de
seguridad,
estamos trabajando todos los días, pero la gente quiere
más resultados.

Silvia González, de Formato 21: Eso
sería el principal, ¿y luego el otro problema
cuál sería?

López Obrador: Básicamente, pero
en eso la gente reconoce que estamos avanzando, en materia de
seguridad.

Silvia González: ¿Poco,
regular o mucho?

López Obrador: Estamos
avanzando.

Verónica Méndez, reportera de XEW
Radio
: ¿A partir de estas encuestas
rediseña los métodos
para combatir la inseguridad?

 López Obrador: Sí,
nos sirven mucho, aparte tenemos toda la información
diaria que se presenta en las reuniones de gabinete, todos los
días tenemos información de lo que sucede en la
ciudad, o sea, estamos muy informados, la información es
fundamental, no se puede gobernar sin
información.

Arturo Páramo, reportero de
Reforma
: Hablando de encuestas, esa encuesta que
se publica hoy que lo pone a usted como aspirante principal a
la Presidencia de la República ¿qué piensa
de ella?

López Obrador: Pues, muy
bien.

Arturo Páramo: Pero ya es una
encuesta, no es una opinión de nosotros.

López Obrador: Sí, pero esas son
otras encuestas, esas tienen que ver con la parte
política, a nosotros nos importan mucho también,
no también, las que nos importan son las que tienen que
ver con el sentir de la gente en asuntos que le preocupan a la
gente, o sea, lo cotidiano.

José Luis Palacios, reportero de La
Crisis
: ¿A la gente le importa también
eso?

López Obrador: No, no, la gente no
está pensando en eso, falta muchísimo
tiempo.

Verónica Méndez, reportera de XEW
Radio
: Pareciera que sí, el mismo Presidente ha
dado prácticamente un banderazo de salida hacia la
jornada de 2006 y estas encuestas ¿usted cómo las
ve, se convierten en un factor desestabilizador del
país?

López Obrador: No, no es para tanto, no
es para tanto.

Verónica Méndez:
¿Qué sucede con estas
encuestas?

López Obrador: Pues es una forma de
medir lo que está pensando la gente, pero nosotros no
vamos a hablar de eso porque si no, nos llevaría mucho
tiempo estar hablando de ese asunto y además se
enojan.

Silvia González, reportera de Formato
21
: ¿Sigue muerto políticamente, en la
carrera hacia el 2006?

López Obrador: No me …

Elizabeth Galindo, reportera de Radio
Fórmula
: ¿Le quitan el sueño estas
encuestas que cada rato lo posicionan como candidato a la
Presidencia?
López Obrador:  Muy bien.
Vamos a seguir pendientes del agua, de las
lluvias.

Elizabeth Galindo: No, señor, o sea,
¿le quitan el sueño, le preocupa que cada rato
estas encuestas le saquen…?

López Obrador: Me quita el sueño
cuando llueve, por ejemplo, toda la noche llovió y
empezó a llover fuerte otra vez a la seis de la
mañana y sigue lloviendo…

Elizabeth Galindo: No, señor, pero yo
no le pregunté eso.

López Obrador: Sí, eso sí,
antes ¿saben qué? cuando llovía,
dormía yo mejor, me arrullaba el
agua…

Elizabeth Galindo: No, señor, no me
entendió, yo no le pregunté eso ¿yo le
pregunté sobre las candidaturas?

López Obrador: …ahora llueve y ya
tengo que esperar….

Verónica Méndez, reportera de XEW
Radio:
¿Llueven las encuestas, es una lluvia de
encuestas, esta lluvia de encuestas es lo que ahora no lo deja
dormir?

José Luis Palacios, reportero de La
Crisis
: La nota, señor, sólo queremos
la nota.

Israel Calderón, reportero de El
Valle
: Oiga señor, nada más
contésteme una cosa.

Arturo Páramo, reportero de
Reforma
: ¿No le importan de
verás?

Leonel Lázaro Tenorio, reportero del
Instituto Mexicano de la Radio
: Licenciado, ¿se
registró un accidente en la
mañana?

López Obrador: … sí.

Leonel Lázaro Tenorio:
¿Qué reporte tiene?

López Obrador: Es un accidente
lamentable de un camión que trasladaba una trabe, se
volteó, quedó la trabe atravesada en la zona de
La Raza, desafortunadamente, lo lamento bastante, perdió
la vida un trabajador, es una trabe que se trasladaba al
Distribuidor Vial de Zaragoza, son maniobras muy riesgosas, muy
peligrosas y suceden estas cosas, ya he dado instrucciones para
que se atienda a los familiares y se vea lo del seguro y todo
lo que corresponde en estos casos.

   De no haber sido por la pregunta de
reportero del IMER, López Obrador tendría que haber
seguido eludiendo la presión
del resto de los periodistas. Durante los casi ocho minutos que
duró la conversación antes transcrita el gobernante
de la ciudad de México no hizo una sola declaración
que pueda considerarse de interés periodístico. No
se mencionó hecho novedoso alguno. Todo ese tiempo,
reporteros y funcionario mantuvieron una simpática pero, a
la postre, desgastante esgrima. Ni el jefe de Gobierno
tenía nada que decir, ni los reporteros llevaban
inquietudes originales para plantearle.

   El extenso ejemplo que hemos reproducido
resulta aun mas significativo porque con frecuencia se ha
considerado que, de los políticos mexicanos, López
Obrador es el que tiene una mejor relación con los
periodistas. Y, viceversa, se trata de uno de los personajes
públicos a quien los reporteros profesan más
simpatía.

Cuando la prensa crea posturas a modo. Distorsiona,
que algo queda

   No todos los políticos disfrutan de
tanta condescendencia. A muchos otros les ocurre que por muy
cuidadosas que sean sus declaraciones, habrá medios que
quieran ajustarlas a sus respectivas agendas, miradas o
concepciones. En numerosas ocasiones las preferencias, las fobias
o los prejuicios de reporteros y directivos mediáticos se sobreponen a la claridad en
la exposición de dichos y hechos del mundo
político.

   Otro ejemplo. El ex presidente Carlos
Salinas de Gortari ha sido uno de los personajes de perfil
más peyorativo en México desde el último
lustro del siglo XX. Después de haberlo erigido como uno
de los personajes de mayor consenso en la historia
contemporánea de México, poco después de su
gobierno los medios depusieron a Salinas del pedestal en donde lo
habían encumbrado [7]. Es posible que esa aciaga
imagen
pública vaya difuminándose. Pero casi una
década después de que concluyó su administración, en numerosos medios a
Salinas se le abomina con tan encendido encono como escasa
cavilación. A menudo, en los comentarios políticos
e incluso en las entrevistas
con personajes públicos el nombre de ese ex presidente
aparece sin que venga a cuento.
Más allá de su presencia pública real, ha
existido una magnificación mediática que, aun
cuando sea para denostarlo, mantiene a Salinas como personaje
insoslayable.

   El domingo 27 de julio de 2003 los lectores
de La Jornada desayunaron frente a este titular de primera
plana:


El PAN, dispuesto a negociar con Salinas:
Barrio

   Arriba de ese vistoso
encabezado, un cintillo proclamaba:

   ¿Quién de verdad
está libre de alguna culpa?, pregunta
.

   Y bajo el titular principal, se
añadía:

   Para resolver asuntos del país no
se puede descalificar a nadie
.

   A juzgar por esos encabezados el Partido
Acción
Nacional, a cuyo coordinador parlamentario se le atribuían
esas declaraciones, había resuelto pactar una alianza con
el ex presidente Salinas. La mayoría de los lectores del
diario, que no siempre recorren las notas completas, pudo haberse
quedado con esa impresión. Pero la información
indicaba otra cosa. La mención del ex presidente se
había debido a la insistencia de la reportera de La
Jormada
y no a una decisión previa del dirigente de
los diputados de Acción Nacional. A Barrio, ese diario lo
mostró haciendo una declaración que, en rigor, no
había dicho.

   La entrada de ese texto, firmado
por Georgina Saldierna, rezaba:

   "De darse la
situación, el Partido Acción Nacional (PAN) no
rechazará negociar incluso con el ex presidente Carlos
Salinas de Gortari, adelanta Francisco Barrio Terrazas,
próximo coordinador de los diputados federales de ese
instituto político".

   Más adelante la nota
describía parte del diálogo
entre la reportera y el dirigente panista:

  -¿Acción Nacional
ha medido el costo
político de aprobar medidas que finalmente están
en el proyecto del
Partido Revolucionario Institucional? Es decir, ¿el PRI
va a ser lo que el PAN fue para el PRI en el sexenio
salinista?

   -Esas cosas inevitablemente
se van a seguir dando. Veo virtualmente imposible que el
partido gobernante tenga el control
absoluto de todo… lo importante es si las reformas le van a
beneficiar al país o no. Si es bueno para México,
puede haber la
motivación de ir adelante, incluso pagando el costo
político…

   -En el pasado no sólo hubo
señalamiento de su acercamiento con Zedillo.
También se afirmó que era el panista más
salinista. ¿Cuál es su relación con el ex
presidente?

   -No tengo en este momento
ninguna comunicación con el ex presidente. En aquella
época, cuando yo era gobernador y él era
presidente, busqué tener una buena relación con
el gobierno federal; era parte de mi responsabilidad. Igual lo hice cuando el
presidente ya era Zedillo. No creo que en esos seis años
haya nada que se pueda señalar como una conducta en la
que haya sacrificado principios o
normas
éticas para quedar bien en una coyuntura
política. No hay motivo por el que pueda sentirme
apenado o arrepentido o mucho menos…

   -O sea, ¿si es
necesario hablar con el mismo Salinas, lo van a
hacer?

   -Por supuesto que sí.
El punto es no prestarse a situaciones inadecuadas. Esto no
quiere decir que avalemos a persona alguna
o ciertos manejos. Lo que le quiero decir es que tenemos la
apertura de tratar en el mejor ánimo de que los acuerdos
se den sin incurrir en prácticas o acciones
indebidas.

   -¿Ha habido
algún contacto con el ex presidente?

   -No. No he estimado
necesario hacerlo. Y los contactos que he tenido con otros
actores ya se conocen. Si alguno de ellos está cercano o
no, no creo que sea el factor determinante para decidir si me
reúno con alguien…

-¿No resulta vergonzoso negociar con un
personaje cuestionado y controvertido como el ex
presidente?

   -Si ese fuera el criterio,
tendríamos que eliminar de las mesas de
negociación a muchas personas. ¿Quién, la
verdad, está absolutamente libre de toda culpa?… Nunca
he sido partidario de descalificar de manera absoluta a
personas, menos cuando tienen una responsabilidad en el
área pública. Si uno se pone a descalificar
interlocutores, lo más probable es que uno
también acabe descalificado.

Trivializadora politización; transgresora
mediatización

   La política, a diferencia de lo que
a menudo se supone, lo permea casi todo en el espacio
público contemporáneo. Nos referimos a la
imbricación entre los más variados asuntos y el
sesgo político que adquieren en los medios. La
información policíaca, los deportes, la sección de
obituarios, los espectáculos y desde luego las noticias
financieras, suelen estar teñidos por una
politización que parece tan omnipresente como
inevitable.

   Esa politización del espacio
público que está ocupado por los medios no
significa que la agenda de los políticos y los partidos
sea compartida por la sociedad. Tampoco quiere decir que las
convicciones participativas de los ciudadanos se hayan
incrementado sustancialmente. Lo que ese matiz indica es que en
la cobertura de los asuntos más variados, los medios
tienden a resaltar las implicaciones relacionadas con la disputa
por alcanzar o controlar el poder en cada uno de los
ámbitos de la vida social.

   En palabras del especialista
salvadoreño Mario Alfredo Cantarero: "La prensa,
televisión y la radio, muchas veces por consentimiento y
algunas por desconocimiento profesional, han sido asaltados por
el criterio y la metodología de que sólo es
noticiable aquello que se enfoca y dimensionada
políticamente. En síntesis,
el discurso mediático noticioso ha espectacularizado
políticamente todos los ámbitos de la vida social.
Entre otros, el medio
ambiente, la educación, la
infancia, las
mujeres, el deporte, la
navidad, la
desesperación y el sufrimiento de la población son hechos que huelen
permanentemente a ‘interés político’,
entendido esta como la única razón que da sentido a
los eventos que
ocurren en el presente social"  [8] .

   La propagación mediática les
confiere a todos esos asuntos una dimensión pública
que de otra manera no tendrían. Junto con la omnipresencia
de los medios, asistimos a un creciente interés de la
sociedad por los temas que se ventilan en ellos. La diversidad de
opiniones que es parte de la democracia contemporánea
pero, también, la frecuente ausencia de
jerarquización en el debate
público, tienen como resultado la propagación de
una atronadora querella permanente. No está mal el hecho
de que todo se discuta. El problema es que la discusión de
casi todos los temas se realiza en los mismos planos y con los
mismos recursos. Los medios señalan –o
recogen– temas y prioridades, les dan espacio, los ventilan
por unos cuantos días y al cabo de poco tiempo los
abandonan sin darles seguimiento y sin que, la mayoría de
las veces, haya existido una auténtica deliberación
ciudadana acerca de ellos.

   Esa secuencia puede reconocerse en la
exposición de los asuntos más variados, desde el
arbitraje en
un encuentro de fútbol, las vicisitudes de los
participantes en un reality show televisivo y las
consecuencias del cambio climático mundial, hasta una
sesión del Senado o el tipo de cambio
de nuestra moneda frente al dólar. Uno tras otro, esos
hechos se confunden en el constante estruendo que constituye su
exhibición mediática. Los ciudadanos los conocen,
pero no por ello los comprenden mejor como apuntaremos más
adelante. Y nada de ello modifica las condiciones en las cuales
los espectadores se enteran de tales asuntos. Al respecto,
añade Cantarero para comentar la politización de
mensaje público en su país: "Sin embargo, en el
otro contexto del proceso comunicativo, los usuarios de los
medios informativos y del discurso político se comportan
con otra lógica.
La población recibe la información difundida, pero
su interpretación del mensaje la hace a partir
de su situación de vida en un aquí y ahora real,
‘al rojo vivo del día a día’, como dice
la población. De esa evaluación
entre mensaje propagandístico y realidad vivencial,
precisamente surge esa actitud displicente de la mayoría
de los salvadoreños con respecto no sólo al mensaje
recibido sino a los eventos políticos, como se puede ver
en su paupérrima participación en las
últimas 5 elecciones presidenciales. Al ciudadano, le
preocupa, principalmente, la situación de vida, el comer
diario y el diario sobrevivir" [9].

   Al cargar las tintas –o aumentar el
volumen del
audio– para destacar las implicaciones políticas,
los más diversos temas se vuelven campo de litigio
mediático y social. Ciertamente muchos de los conflictos
contemporáneos, en las más diversas áreas de
actividad, están relacionados con negligencias o excesos
de los gobernantes: tienen implicaciones políticas
independientemente de que sean expuestos, o no, en los medios de
comunicación. Al ser incorporados al repertorio de
entretenimiento e información que ofrecen los medios todos
esos acontecimientos quedan, al menos en parte, sometidos al
vaivén comunicacional.

   La politización de los
asuntos públicos incluye, también con frecuencia,
la intrusión mediática en la vida privada. Esa
transgresión  afecta tanto a personajes que tienen
responsabilidades públicas como a ciudadanos sin ellas. El
sesgo político que puedan tener lleva a no pocos medios a
considerar que las actividades familiares, la comida que
consumen, los gustos literarios o las vacaciones veraniegas de
los gobernantes tienen que someterse al escrutinio de
cámaras y micrófonos de la televisión y la
radio. La proliferación de paparazzi obedece, en
parte, a esa compulsión mediática por la vida
privada de los famosos. Recientemente la industria
mediática también ha encontrado rentable la
exhibición de ciudadanos en situaciones extravagantes o
embarazosas. Por ejemplo, cuando son aprehendidos por la
policía: aunque no se les hayan fincado cargos judiciales,
son mostrados en la televisión, o retratados en la prensa
sensacionalista, como si hubieran cometido un delito.

   Además de ese entremetimiento en la
intimidad o la vida personal de los ciudadanos, la
traslación de asuntos del orden privado al terreno de los
acontecimientos públicos tiene implicaciones formales,
legales y culturales, entre otras. Por una parte, la mudanza de
escenarios suele confundir tanto a espectadores como a
protagonistas de tales asuntos. Cuando un litigio judicial no se
dirime en los tribunales sino fundamentalmente en los medios de
comunicación, estamos ante una politización que
afecta a las reglas y a los actores de un
acontecimiento.

   Con frecuencia la politización
constituye una forma de desnaturalización de los hechos
públicos. Ese efecto es muy claro cuando un diferendo pasa
del campo de la justicia, al
de los apremios políticos. El español
Mariano Arnal define con claridad esa tendencia: "¿Y
qué es eso de politizar? Es meter los
políticos las manos en algo que no les corresponde; es
ampliar la dominación política hacia alguna
área que no debiera estar sometida a los políticos.
Así cuando decimos por ejemplo que se politiza la
justicia, nos referimos a que los jueces (en las más altas
magistraturas, que es de donde salen las directrices para el
resto) se comprometen con los políticos y con la
política. Desde el momento en que los empresarios deben
subvenciones y contratas a los políticos (en España,
además, calificaciones y recalificaciones de terrenos), y
los altos funcionarios deben sus puestos también a los
políticos, está claro que unos y otros les deben
fidelidad. El resultado inevitable es que por este procedimiento
quedan politizadas la economía, la
justicia, las universidades, las congregaciones religiosas, todo
lo politizable en fin, que es realmente todo"
[10].

   Todo puede ser politizado, en efecto. El
debate público tamizado y determinado por los medios
alcanza todos los ámbitos. No hay –o casi no
hay– asunto que escape a la inquisitiva mirada
mediática. Pero la politización que esa
intervención implica no significa, necesariamente, que los
asuntos expuestos a la curiosidad pública sean desplegados
con más detalle, o que la deliberación acerca de
ellos les permita a los ciudadanos entenderlos mejor. Esa
politización no conduce a que tales y muy diversos temas
sean conocidos –y mucho menos entendidos– con mayor
densidad o
seriedad. Simplemente implica su incorporación a un
carrusel mediático que los expone, usufructúa,
mezcla y desecha con la misma holgura con que, de inmediato,
asume otros temas similares.

   Mediáticamente politizados, los
temas que desfilan por el tablado del info entretenimiento
quedan casi instantáneamente desprovistos de muchos de sus
significados peculiares. La complejidad de cada tema es
compendiada en unos cuantos o minutos –a veces tan solo
segundos–. La experiencia, los antecedentes, las opciones y
opiniones que hay en cada conflicto son
soslayadas en beneficio de la concisión mediática.
Cuando un medio publica datos biográficos, respaldo
estadístico, premisas legales o referencias
cronológicas de un asunto se dice que hace periodismo de
investigación y a ese ejercicio se le
considera admirable y especial. Lo es, en efecto, y el hecho de
que tal comportamiento
sea excepcional indica la pobreza de
contenidos que suelen recibir los consumidores de la
información mediática. Por lo general los medios
muestran personajes sin historia, cuya relevancia obedece solo a
la vicisitud, casualidad, desgracia o hazaña que han
protagonizado. Si hace una centuria José Ortega y Gasset
podía decir yo soy yo y mi circunstancia, hoy en
día los protagonistas de los acontecimientos
mediáticos apenas pueden afirmar yo soy yo y mis quince
minutos de fama
.

   Privados de su circunstancia, los
despersonalizados protagonistas del info entretenimiento perduran
tanto como la coyuntura que les ha permitido llegar al escenario
mediático. Tan pronto transcurra el efecto social del
episodio policíaco, la proeza deportiva o el hallazgo
científico que les han dado notoriedad, o apenas finalicen
la gestión senatorial o el periodo de gobierno para los
que han sido designados, la mayoría de esos personajes
transitarán hacia el vasto y a menudo olvidadizo archivo de
acontecimientos ya ordeñados por los medios.

La
democracia entendida como negocio. (Y Maradona vs. Kant)

   Tales son los parámetros que los
medios suelen utilizar cuando se ocupan de la política.
Sometidos a esa descripción sesgada, los ciudadanos
encuentran sustento y amplificación a los motivos que ya
tenían para recelar de la política y los
políticos.

   Cuando del quehacer político se
propagan de manera fundamental los acontecimientos destemplados y
muy poco la lenta construcción de acuerdos, o la cotidiana
gestión administrativa, es natural que en la percepción
que los ciudadanos tienen de los asuntos públicos dominen
la desconfianza y la malquerencia.

   Las quejas que a menudo expresan los
gobernantes cuando dicen que los medios destacan solamente sus
errores y no toman en cuenta los aciertos que también
puedan tener, resultan explicables pero no pasan de ser
exhortaciones en el vacío. No es tarea de los medios
servir como propagandistas del poder. Pero la
subordinación de cualquier responsabilidad pública
a las prioridades mercantiles se convierte en un elemento
desfigurador de la política y de otros terrenos de
interés para la sociedad. Marco Levario ha cuestionado,
con agudeza, "los reflejos empresariales de no pocos medios de
comunicación para los que la política es
sólo negocio si deviene espectáculo u oportunidad
para denostarla o en procesos
electorales para facturar muchos anuncios y crear el contexto de
su difusión, o sea, generar efímeros programas de
análisis rumbo a la madre de todas las
batallas en las que erigen cada proceso electoral"
[11].

   Gracias al desmedido afán de los
partidos para lograr presencia en los medios la política,
además de escenario para la negociación de
intereses, se ha vuelto en negocio por sí misma para las
empresas de comunicación más influyentes. El mismo
autor recuerda que en México el propietario de Televisa,
Emilio Azcárraga Jean, admitió con desparpajo que
para esa empresa la democracia es buen negocio. "Televisa
concentra aproximadamente el 55% de los gastos
electorales de los partidos
políticos –le sigue Televisión Azteca con
cerca del 20% y luego las radiodifusoras y, por último los
medios impresos, que captan alrededor del 10% de los
anuncios" [12].

   Así que la democracia para los
dueños de los medios puede ser entendida, quién lo
dijera, prácticamente como una mercancía. Las
elecciones, de esa manera, no son una oportunidad de
revisión y cambio de las políticas públicas
y sus ejecutores sino, simplemente, la temporada para ensanchar
el beneficio mediático. La política, desde ese
punto de vista, se limita a ser fuente de mensajes en cuya
comercialización radica el interés
primordial de las empresas de comunicación.

   La política, que es una actividad
cruzada por múltiples contradicciones y que lo mismo tiene
rasgos virtuosos que está saturada de abusos y perfidias,
es aderezada o deformada según las posibilidades de lucro
que pueda significar para las empresas mediáticas.
Asistimos, entonces, no solo a la desnaturalización de la
política sino, más aun, a la privatización del espacio público
–dominado por los medios– en donde ella se
desarrolla.

   En esas condiciones, ¿cómo no
va a extenderse el malestar ciudadano en la política? Es
muy importante recalcar que no toda la percepción que la
sociedad tiene del quehacer político se encuentra
determinada por la sesgada intencionalidad mediática. Pero
sí puede reconocerse que, en muy amplia medida, la idea
que los ciudadanos tienen de los asuntos políticos se
encuentra tamizada por la información que obtienen a
través de los medios, especialmente de carácter
electrónico.

   Destilados en el cernidor mediático,
los temas políticos y sus protagonistas confirman las
débiles expectativas que los ciudadanos tienen acerca de
ellos. José Joaquín Brunner ha recordado los
efectos que alcanza la "cultura del cinismo político",
como algunos autores denominan al entorno en donde se reproduce
el desencanto ciudadano respecto de los asuntos públicos.
"Los medios de comunicación –explica ese
politólogo chileno– alimentan y a la vez se nutren
de ese clima cultural.
Su representación de la política democrática
como una esfera de pocos actores, que se hallan trenzados en
debates inconducentes sobre unos pocos puntos menores de la
agenda, apartados de los problemas
vitales de la gente –el ‘país
real’– y comprometidos nada más que con sus
propios intereses, ofrece un cuadro que resuena profundamente con
los sentimientos dominantes dentro de la sociedad"
[13].

   Trivializados los hechos públicos,
convertidos sus protagonistas en  actores del
espectáculo mediático, simplificados o
desdeñados–cuando existen– los proyectos y las
ideas de esa índole, es entendible la mala fama que
alcanzan la política y los políticos en la
mediatizada sociedad contemporánea. La hegemonía
mediática en el espacio público y la preponderancia
de la fabricación televisiva en la percepción de la
política, han transformado no solo la relación
entre ciudadanos e instituciones sino, incluso, las pautas
fundamentales del proselitismo y la formación de consensos
en las sociedades contemporáneas.

   En palabras del ya citado Brunner, los
medios de comunicación, "han terminado por cambiar incluso
la propia escena de la política democrática". Las
implicaciones de esa traslación, que no significa avances
sino empobrecimiento para la política, sus contenidos y
protagonistas, son de la mayor gravedad.  En estas
condiciones, como deplora el mismo autor, "la democracia
empezaría a abandonar el marco de la razón
comunicativa, donde inicialmente quiso colocársela, y se
ubicaría cómodamente en el terreno de las emociones y las
imágenes. Finalmente, Maradona ha sido
más fuerte que Kant" [14].

–0–

[1] Instituto de
Investigaciones Sociales de la UNAM. Miembro del
Instituto de Estudios para la Transición
Democrática. Correos:
y

Página web

[2] En México
ese esquema ha tenido éxito en el Instituto Federal
Electoral. Entre los requisitos que deben cumplir los  nueve
consejeros con capacidad de decisión en ese Instituto
están el no haber encabezado nunca un partido
político, ni haber sido candidatos a cargo de
elección popular ni miembros de la dirección de partido alguno por lo menos en
los cinco años anteriores a su designación. Un
esquema similar ha sido puesto en práctica para conformar
los órganos directivos de instituciones como el Instituto
Federal de Acceso a la Información
Pública.

[3]
Información tomada de la Segunda Encuesta Nacional
sobre Cultura y Prácticas Políticas Ciudadanas
realizada en febrero de 2003 por la Dirección de Desarrollo
Político de la Secretaría de Gobernación y
publicada en septiembre de este año. La pregunta fue
"¿Cuál es el medio que más utiliza para
informarse de lo que pasa en la política?". En la
gráfica se indican los porcentajes obtenidos por los
medios mencionados en primer término.

[4] Kathleen Hall
Jamieson y Paul Waldman, The press effect. Politicians,
journalists, and the stories that shape the political world
.
Oxford University Press, New York, 2003, p. 165.

[5] En marzo de 2001
durante la inauguración de las nuevas instalaciones de
Radio Red el presidente
Vicente Fox admitió: "No resisto ver un micrófono y
no usarlo". Durante su administración los mexicanos hemos
advertido las costosas consecuencias políticas de la
incontenible proclividad del presidente Fox para hablar sin
medida.

[6] En
México, como es sabido, durante largo tiempo era frecuente
el soborno a numerosos periodistas, Aunque esa práctica ha
menguado de manera significativa todavía se conocen
expresiones de ella. Una investigación sobre el llamado
cuarto poder en este país advierte: "Aunque el soborno de
los periodistas nunca fue una forma particularmente eficiente de
censura, representó sin embargo un componente clave en la
venalidad generalizada que caracterizó al sistema de
control de los medios en México. La corrupción
de las infanterías ayudaba, así, a asegurar la
influencia oficial sobre los medios informativos": Chappel H.
Lawson, Building the Fourth Estate. Democratization and the
rise of a free press in Mexico
. University of California
Press, 2002, p. 37. A partir de entrevistas con periodistas
mexicanos ese investigador estimó que en la ciudad de
México a mediados de los años noventa los
reporteros que recibían sobornos iban desde el 91 o 90 %
en algunos diarios (El Heraldo, Diario de
México
, El Nacional y Unomásuno)
hasta 8% (Reforma). Ibid. p. 213.

[7] Acerca de la
construcción y posterior demolición
mediática de la figura pública del ex presidente
Salinas nos ocupamos en un apartado de nuestro libro
Volver a los medios. De la crítica, a la ética. Ed. Cal y
Arena, México, 1997. pp. 34 y ss.

[8] Mario Alfredo
Cantarero, "Entre el discurso político electoral y la
desconfianza ciudadana". En Sala de Prensa 43, mayo
2002: http://www.saladeprensa.org/

[9] Ibid.

[10] Mariano Arnal.
"Politización". En Léxico
Derecho-Justicia-Poltítica
: http://www.elalmanaque.com/politica/POLITIZACION.htm
(los términos en negritas aparecen así en el
texto original).

[11] Marco Levario
Turcott, "El aporte de los medios a la democracia". Ponencia
presentada en la Feria Internacional del Libro Universitario.
Xalapa. Veracruz, 3 de octubre de 2003.

[12]Ibid.

[13] José
Joaquín Brunner, "Política de los medios y medios
de la política: entre el miedo y la sospecha".
Diálogos, revista de la
Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación
Social. No. 49. Lima, Octubre de 1997.

[14]
Ibid.

 

Raúl Trejo Delarbre
[1]

Investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales
de la UNAM.

URL: http://raultrejo.tripod.com
(fuente)

Partes: 1, 2
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