Razón, Mercado, Estado,
Cultura y
Psiquismo
Respecto al enfrentamiento y difícil ensamblaje
entre mercado y cultura, ya Paul Lafargue, el yerno
de Marx, miraba
con recelo la presión
del capitalismo
hacia el aumento del trabajo, y
encontraba un enfrentamiento entre la permanencia de las fiestas
populares (consagradas por la Iglesia
católica) y la presión del mercado por suprimir los
días festivos y convertirlos en laborables, ante lo cual,
nos dice, que el protestantismo era mucho más complaciente
que el catolicismo.
La propia Revolución
Francesa, se nos indica también, al establecer la
semana de diez días, intentaría aumentar la ya
exhaustiva jornada laboral
decimonónica, eliminando festividades:
"Bajo el Antiguo Régimen, las leyes de la
Iglesia garantizaban a los obreros noventa días de reposo
al año (52 domingos y 38 días feriados) en los
cuales estaba estrictamente prohibido trabajar. Ese fue el gran
crimen del catolicismo, la causa primera de la irraligiosidad de
la burguesía industrial y comerciante. Cuando llegó
la Revolución, apenas asumió el
poder,
abolió los días de fiesta y reemplazó la
semana por la década. Libertó a los obreros del
yugo de la Iglesia para someterlos mejor al yugo del
trabajo.
El odio contra los días feriados empieza a
notarse cuando la moderna burguesía industrial y comercial
toma cuerpo, es decir, entre los siglos XV y XVI. Enrique IV
pidió su reducción al Papa, quien se negó,
por ser "una herejía en boga tocar los días de
fiesta" (Cartas del
Cardenal de Ossat). Pero, en 1666, Péréfixe,
arzobispo de París, suprimió 17 en su
diócesis. El protestantismo, que es la religión cristiana
amoldada a las nuevas necesidades industriales y comerciales de
la burguesía, fue menos celoso del reposo popular:
destronó los santos del cielo para abolir sus fiestas en
la
tierra.
La reforma religiosa y el librepensamiento
filosófico no fueron más que pretextos de que se
valió la burguesía jesuítica y rapaz para
escamotear al pueblo los días festivos".
(Paul Lafargue Le droit a la paresse.
Réfutation du droit au travail de 1848. [1880] III.
Ce qui suit la surproduction. Note 13).
Y no es que las leyes feudales de los artesanos, las
egregias costumbres y las normas sagradas
de la Iglesia no fuesen opresivas. ¡Lo eran!, pero no
totalmente, y se demostrarían, en muchas ocasiones, mucho
menos opresivas y compulsivas que las que el mercado
vendría a imponer.
El protestantismo, según hemos visto en Lafargue
y según teorizará Max Weber,
constituye una instancia cultural religiosa que por unos motivos
u otros iba a poder ensamblarse con muchos menos traumatismos y
de manera mucho más apropiada que otras religiones al capitalismo,
de modo que no resulta fácil el realizar una tesis general
y abstracta de ensamblaje entre cultura y capitalismo, ni
siquiera entre religión y capitalismo, teniéndose
que contemplar y sopesar caso por caso para realizar un análisis completo.
Hay veces, por tanto, que la cultura ha favorecido al
mercado en lugar de serle una rémora, de ahí que no
toda identidad
pueda ser considerada como un obstáculo al capitalismo, ni
viceversa. Las leyes de pobres y la caridad de la Iglesia
católica permitieron a los primeros capitalistas el
abaratar el salario del
trabajo por debajo del nivel mínimo, estipulado en la
supervivencia, puesto que si comían en la parroquia se les
podía pagar incluso menos de lo necesario para alimentarse
y reponer fuerzas:
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