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¿Hay que mentir por la causa? La izquierda y la intervención mediático-política (página 2)



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Y eso que nos dice en sus Memorias que desde los
seis años de edad: "quedé convencido de que mentir
no sólo es moralmente abominable, eso puede pasar, sino
peligroso y a la larga inútil" (Savater Ibid., p.86). Por
otra parte, el que Savater en su Autobiografía se
haya inventado cosas sobre Iñaki Perurena, como el mentado
denunció en el diario Gara y se reprodujo en
Rebelión (Mentiras no, señor Savater.
Rebelión 4-7-2003), puede deberse, si es que ha incurrido
en semejante falta, bien a la mentira por causa
ideológica
(la que aquí nos interesa) o bien a
la mentira por la mera invención literaria
(cosa esta última de confusión de géneros
literarios –biografía y novela– que no
nos concierne aquí). El asunto ha suscitado un enconado
debate en el
que Savater ha asegurado después: "Pues no, señor
Perurena: es usted el que miente y no yo", a lo que ha
contestado, de nuevo el interpelado: "Vuelvo a decir que es
mentira lo que dice usted en su libro sobre
mí". Y al final, como en la mayoría de los juicios
con versiones contrapuestas, la conclusión a que llega el
lector avisado es que, en cuestión de hechos
biográficos, difíciles de probar, o bien todos
mienten y tuercen los acontecimientos hacia su lado, aunque
puedan llegar a hacerlo con plena sensación de ser fieles
a la verdad, o bien hay un bando honesto y franco y otro sutil y
torticero. Por consiguiente no podremos, finalmente, discriminar
entre ambos (cuando no haya numeroso material probatorio) y no
sabremos qué pensar ni a quién creer.
Por mi parte y para empezar a encuadrar el espinoso problema que
nos ocupa, yo me atrevería a afirmar,
platónicamente, que la verdad, el bien, la belleza y la
justicia han
de ir de la mano, y también que la falsedad, la maldad, la
fealdad y la injusticia han de caminar bien juntitas, si bien la
prudencia y el escepticismo me protegen de creerme siempre
situado en la verdad y sus acompañantes y siempre alejado
de la mentira y sus secuaces, siempre en poder de la
sabiduría y la inteligencia,
y siempre alejado de la ignorancia y la estupidez (a este
respecto véase mi artículo: Cuando las
informaciones son contradictorias y no sabemos qué pensar
ni a quién creer.
Rebelión: 11-5-2002). Me
importa tanto la justicia que no soy muy capaz de realizar
acciones
estratégicas si ello conlleva mentir o ser injusto por
motivos políticos, aunque creo que, con el tiempo, voy
logrando mantener un equilibrio
entre el apoyo a una causa y el decir lo conveniente a la misma,
con lo cual pienso que quizás voy consiguiendo meter menos
la pata y resultar menos quijotesco. Y es que don Quijote, por
querer hacer el bien demasiado perfectamente y demasiado ajustado
a la noción que de éste aparecía en los
libros de
caballerías, acababa muchas veces provocando grandes
males.
A diferencia de Savater no pienso que sólo debamos la
verdad a los allegados y a los correligionarios sino que creo que
debemos la verdad a los demás ciudadanos y seres humanos,
incluso a los que no sean de nuestro bando, aunque sí que
coincido con él en que si alguna vez tenemos que ejercitar
la mentira por la causa, habrá de ser por la causa
de los allegados y de los correligionarios y no por otras causas,
como que nos compren por dinero o nos
chantajeen con los garbanzos. Pues obviamente, en una sociedad
capitalista, habrá quienes sólo persigan y
sólo se deban a la causa oportunista del medrar y
enriquecerse, como las recientes elecciones a la Comunidad de
Madrid han
puesto de manifiesto.
Habría que diferenciar en este punto la mentira por la
causa individual de la colectiva, la mentira de las personas y
las mentiras de los partidos y de los Estados, y dejar claro que
las mentiras de Estado son
mucho peores y más perjudiciales para la sociedad que la
mentira individual. En el caso de la guerra contra
Irak las
mentiras acerca de las armas de
destrucción masiva y acerca de las relaciones entre el
régimen de Sadam Hussein y el terrorismo de
Ben Laden, constituyen un recrudecimiento enorme de aquellas
históricas mentiras de Estado que facilitaron acciones
bélicas como la guerra de
Vietnam: "El presidente de Estados Unidos,
por lo tanto, mintió. A la busca desesperada de un
casus belli para esquivar a la ONU y sumar a su
proyecto de
conquista de Irak a algunos cómplices (Reino Unido,
España), Mr. Bush no vaciló en la
fabricación de una de las mayores mentiras de Estado
(…). Reproducidas y ampliadas por los grandes medios
belicistas convertidos en órganos de propaganda,
todas esas denuncias han sido repetidas ad nauseam por las
cadenas de televisión
Fox News, y MSNC, la cadena de radio Clear
Channel
(1.225 emisoras en EE.UU.) e incluso por prestigiosos
periódicos como Washington Post y Wall Street
Journal
. En todo el mundo, esas acusaciones mentirosas han
constituido el principal argumento de todos los partidarios de la
guerra" (Ignacio Ramonet Mentiras de Estado. Le Monde
Diplomatique & Rebelión 3-7-2003). Pero una cosa es la
mentira de Estado y otra la estrategia de un
Estado, que no siempre ha de ser o tenerse por mentirosa, aunque
en el caso del Neoimperio neofascista existente en la actualidad,
ambas, se identifiquen a menudo plenamente.
Respecto al derecho de autodeterminación, por poner
un ejemplo de acción
estratégica y coherente respecto de unos principios frente
a la acción estratégica y mentirosa del Imperio
actual, la doctrina soviética mantenida por la URSS fue
siempre la de apoyarlo cuando los independentistas persiguiesen
el socialismo o
luchasen contra el imperialismo y
rechazarlo en caso contrario. No había hipocresías
ni cinismo en este punto estratégico, si bien las
autodeterminaciones comunistas de Hungría, Checoslovaquia
o Afganistán, fuera de la órbita soviética,
no fueron consentidas por el Pacto de Varsovia. Dependiendo de
las circunstancias, había que apoyar o rechazar la
secesión, que quedaba relativizada a que la ideología de quienes la pretendiesen fuese
ya no sólo afín, sino decididamente partidaria del
modelo
socialista existente.
El contexto de la guerra
fría y la presión de
los dos bloques justificaban la situación de mentiras y
estrategias de
Estado en un peligroso equilibrio internacional. Pero tras la
caída de la URSS la situación se volvió cada
vez más precaria y el imperialismo se disparó hasta
cotas antes inimaginables. Por eso ahora, ante un poder
hegemónico sin contrapeso visible, cualquier
pretensión de derecho a la autodeterminación o de
nacionalismo y
secesión parecerían hoy aceptables: antes que el
imperialismo capitalista salvaje y sin freno gobierne el mundo a
su antojo es preferible cualquier cosa
. Si bien desde la
izquierda actual más exigente cabe también oponerse
tanto al imperialismo capitalista como a otras estructuras de
dominación, siempre que excluyan o se opongan a los
principios generales del socialismo.
Relativizar entonces la acción política a las
circunstancias convenientes y cambiantes en el devenir
histórico no es mentir, sino pensar, pero dado que las
circunstancias actuales son de hegemonía del capitalismo no
es muy de recibo la paradójica identificación que
hace el realista neoliberal actual entre la reflexión
crítica
y la aceptación del mundo en que vivimos. Muchos de los
neoliberales que renuncian jubilosamente al elemento
revolucionario para entregarse de inmediato a las urgencias
capitalistas del presente, huyen de ese modo del precio
político-social de permanecer a la contra y pasan a
adaptarse al mundo establecido. Y en tal caso, como
señalará Karl Kraus con una gran dosis de
ironía, sucede algo parecido a lo siguiente: "Cuando un
sacerdote declara súbitamente que no cree en el
paraíso y que no se retractará jamás de esta
declaración, entonces la prensa liberal se
muestra
encantada, esa prensa de la que se sabe que sus redactores no
renuncian tampoco, bajo ningún precio, a sus convicciones
(…). Es el espectáculo más repugnante que
ofrece la época moderna: un sacerdote poseído por
la razón y acosado por los ladridos de los perros de la
prensa, a los que arroja la costilla de Adán" (Karl Kraus
Dits et contredits. Paris 1975, p.88). Por eso, pensar
críticamente desde la izquierda, lo que supone es
reflexionar contra lo establecido y desde lo que se enfrenta a lo
establecido, no seguir la corriente y apuntalar la
dominación vigente. Si bien es cierto que no sólo
hay cosas que construir y derribar en ese nuestro empeño
de cambiar el mundo, sino también cosas que preservar y
defender.
La pertenencia a la izquierda (palabra que en castellano,
etimológicamente, procede del vasco) supone, al menos, la
proximidad y colaboración con los grupos de
presión opuestos al capitalismo (y cercanos al
socialismo o comunismo);
mientras que la pertenencia a la derecha implicará, al
menos, la proximidad y colaboración con los grupos de
presión afines al capitalismo (y cercanos al liberalismo o
neoliberalismo). El caso peculiar del anarquismo,
contrario tanto al Estado como al Capital,
será de izquierdas cuando su propuesta económica
sea el colectivismo y de derechas en caso de asumir,
paradójicamente, el capitalismo (aunque la
expresión anarquismo de derechas no deje de ser un
contrasentido). Dados unos determinados principios
políticos, nunca totalmente fundamentados pero siempre en
vías de justificación, se siguen unos determinados
posicionamientos pragmáticos, unas coordenadas que
implican una coherencia o incoherencia entre los pensamientos que
se dicen detentar y los actos que se pasan a acometer.
Con tal situación geográfica de derecha e izquierda
está relacionada la verdad y la mentira o lo que se tiene
por verdad y lo que se tiene por mentira en el espacio de la
política. Cada uno de los grupos dirá cosas
contradictorias que sin embargo presumirá verdaderas, por
ejemplo: los capitalistas dirán que dejar el mercado
autorregularse espontáneamente es la mejor manera de
redistribuir la riqueza, mientras que los socialistas
dirán que la intervención del Estado es la mejor
manera de redistribuir la riqueza. Las dos afirmaciones son
contradictorias y si una es cierta no lo podrá ser la
otra, aunque se haya llegado a sociedades
que, supuestamente, combinan ambas cosas o, más bien,
reparten la tarta en dos porciones, lo privado y lo
público, dando lugar a una suerte de sociedad
esquizofrénica. Es desde el interior de esa sociedad
grotesca desde donde nos vemos compelidos a pronunciarnos sobre
la verdad y mentira de las informaciones que manejamos y
recibimos.
La búsqueda de la objetividad, la pretensión de
racionalidad, la voluntad de emitir informaciones verdaderas, no
relativas, como las de la matemática
o la física,
atravesará a todos los grupos de presión y, en
mayor o menor medida, impregnará a todo ser humano en
cuanto ente racional. No cabe entonces decir que la izquierda es
racionalista y la derecha no, ni que la izquierda está
dividida y la derecha no, sino que racionalidad y división
irán juntas e impregnarán a cada grupo, aunque
unos acierten a unirse más que otros salvando así
las divergencias. La virtud de la racionalidad se
encontrará en el justo medio entre dos extremos viciosos,
entre la hiperracionalidad y la irracionalidad. Al vicio primero
corresponderá el dogmatismo del pensamiento
único y al vicio segundo su homólogo
religioso-integrista.
En busca de la objetividad y situados en el medio de la
prudencia, partimos de una posición ya dada y de una
tradición ya consolidada, pues nadie puede hablar desde el
lugar de Dios y lo que produzcamos pasará a estructurar
los cerebros de los otros. Como explicara ya hace tiempo
F.M.Marzoa: "Por una parte, trato de distinguir entre el
pensamiento esencial y la 'filosofía' de consumo; por
otra parte, todo escrito 'habla de' algo, se mueve en un cierto
tejido de términos, en una determinada
verbalización y teorización de las cuestiones, y,
todavía por otra parte, nadie puede pensar ni expresarse
sin tomar sus recursos intelectuales
de alguna tradición de pensamiento. Pues bien, que 'hable
de' las cosas de las que yo quería hablar aquí, no
conozco otro pensamiento esencial que el de Marx, y, por
consiguiente, en contexto como el que aquí se adopta (y
que uno no tiene otro remedio que adoptar entre otros, a
no ser que, con total falta de honradez, quiera expresamente
rehuirlo), yo estaba ineludiblemente obligado a ser marxista
(…). Es, por ejemplo, falso que la «música ligera»
exista porque el ciudadano medio no soporta fácilmente a
Beethoven; lo cierto es que el ciudadano medio no soporta
fácilmente a Beethoven porque la «música
ligera» le ha estructurado el cerebro" (Felipe
Martínez Marzoa De la revolución. Alberto
Editor. Vigo 1976, pp.7-8 y p.59).
Situados entonces, en general, en el medio racional de una mente
entreverada de pasiones, estructurada por el medio y adscrita a
tradiciones, y por ello mismo, ni completamente sabia ni
absolutamente ignorante; tendremos que tomar partido e intentar
actuar consecuentemente con nuestras ideas. Es en ese punto en el
que se presenta el dilema que jalona el presente artículo
y al que ya Kant dio una
solución rigorista y puritana: ¿Hay que mentir
por la causa o por filantropía o decir indefectiblemente
la verdad
? Supuesto el caso de un asesino que viniese a
asesinar a un amigo que se esconde en mi casa y aplicando el
imperativo categórico kantiano, -argumentaba el propio
filósofo-, no sería lícito que mintiese al
asesino y le dijese que mi amigo no está; sino que en
vista de lo indeseable e inviable de un mundo inmerso en la
mentira, tendría que decirle que sí, la
verdad
, que se encuentra en mi casa; pero añadir que
para matarle habría de pasar por encima de mi
cadáver. Probablemente eso acarrearía que el
asesino, efectivamente, pasase por encima de mi cadáver y
luego matase también a mi amigo, con lo cual, me
preguntaría en ese caso (si pudiese resucitar) si no
hubiese hecho mejor aceptando, como dijera Nietzsche, que
"vivimos en un mundo profundamente inmerso en la mentira", y no
procurando, vanamente, eliminarla totalmente de la faz de
la tierra. Por
eso al igual que Kant, pero para no seguir al rigorista y
puritano, defiendo y sigo su talante justiciero, pero admito
excepciones a su regla categórica, contemplando la
posibilidad de la ocasional mentira piadosa o conveniente, sin
pensar que por ello se destruya todo el edificio de la
verdad.
Luego situando el dilema en nuestra posición e
intervención en los media cabe preguntarse: ¿Hay
que decir en cada momento lo conveniente, lo más efectivo,
lo que mayormente puede ayudar a la causa anti-imperialista o
anticapitalista; o acaso habrá que decir la mayor parte de
las veces lo que honestamente se piensa y se considera cierto
(-aunque pueda resultar inconveniente-) y, en algunas ocasiones
excepcionales, habrá que mentir y manipular la
información
?

Es cierto que en todos los bandos hay
manipulación de la información y que se dice que hay que
emplear las armas del enemigo (pero si el enemigo mata niños
¿estaremos dispuestos a matar niños también?
¿qué nos diferenciaría entonces de los
asesinos de niños?). Yo soy partidario de ir con la verdad
por delante o con lo que creamos que es la verdad, pues siempre
podremos errar, pero al menos no voluntariamente. Y es que si hay
ocasiones para mentir y en las que debemos mentir no las hay para
la verdad, que tiene que aparecer siempre: "Para mentir hacen
siempre falta razones u ocasiones (…); la verdad, en
cambio, debe
ser dicha sin ninguna razón particular y sin esperar el
momento (…). Copiar la lógica
enemiga con menos medios y menos armas y pretendiendo al mismo
tiempo estar investido de una mayor moralidad o
legitimidad no sólo es indigno; es además suicida"
(Santiago Alba
Probemos sin ETA. GARA 9-6-2003).
Me inclinaría a mentir o manipular información
cuando de ello dependiese mi vida o la de los míos, como
el Ministro de información iraquí durante la guerra
de invasión de su país que, para no desmoralizar a
sus tropas ni a su población estaba obligado, por las
circunstancias, a decir que no iban perdiendo la guerra cuando la
tenían ya perdida, motivo de que se hayan burlado mucho de
él y se haya ganado el sobrenombre de Alí el
cómico. Algo que también realizó el
periodista Arturo Barea, durante la guerra civil española,
cuando, en el bando republicano, tuvo que censurar las noticias
acerca de las victorias del fascismo para no
desmoralizar a las tropas y a la población y que se
supiese lo más tarde posible que iban perdiendo la guerra;
lo que ocasionó que los fascistas alzados le pusiesen el
sobrenombre de Arturo Beria. Incluso me inclinaría yo hoy
a mentir diciendo que el neoliberalismo se encuentra en
retroceso, que vamos venciendo al capitalismo salvaje, para no
desmoralizar a mis compañeros de lucha, pero creo que no
sería esa la verdad.

En realidad tendríamos que ser tan fuertes como
para poder luchar aunque en algunos momentos vayamos perdiendo el
combate y no debería hacer falta exagerar las
posibilidades propias ni minimizar las contrarias, no
tendríamos que llegar a manipular la información,
ni a jugar sucio. Pero se dice que cuando se enfrenta un
débil con un fuerte, el primero está obligado (como
un terrorista contra un Estado o como quien no dispone de medios
de expresión "pública" -excepto Internet– frente a las
grandes corporaciones mediáticas) a utilizar los medios
más terribles y fraudulentos contra quien le supera
enormemente en fuerza y
poder, o, -se dice- de lo contrario, no podrá vencer
jamás en una contienda tan desigual.
Entiendo entonces que un palestino a quien han asesinado a su
familia,
derruido su casa, expropiado su tierra y
arrancado sus olivos, se convierta en una bomba humana y se mate
contra sus enemigos; entiendo que pueda llegar a ese
límite, comprendo su acción. Sus circunstancias
sí que justifican sus métodos,
pero su estrategia puede
ser contraproducente para la causa y el terrorismo puede acabar
siendo el mayor aliado de la represión. Lo mismo ocurre
con la mentira, la cual, si bien circunstancialmente y en una
ocasión puntual pudiera dar un buen resultado en la lucha,
como método
permanente estaría destinada a favorecer al bando
contrario y a hundir más el mundo en la mentira de lo que
ya lo está.
El último capítulo del Tratado
teológico-político
de Spinoza se titula: "En el
que se hace ver que en un Estado libre es lícito a cada
uno, no sólo pensar lo que quiera, sino decir aquello que
piensa". De ahí que no sólo la censura
gubernamental, cuando ha existido, sino sobre todo la censura
capitalista ejercida mediante el monopolio de
la información por las grandes corporaciones
mediáticas, nos quita la libertad de hablar y de
escribir, e incluso llega a arrebatarnos -con
éstas- también la libertad de pensar: "Es
cierto que se dice que un poder superior puede quitarnos la
libertad de
hablar o de escribir, pero que no puede despojarnos
en modo alguno de la libertad de pensar.

Sin embargo, ¿hasta qué punto y con
qué corrección pensaríamos si no
pensáramos, por decirlo así, en comunidad con otros
a los que comunicar nosotros nuestros pensamientos y ellos
los suyos a nosotros? Por tanto, bien se puede decir que ese
poder externo que arrebata a los hombres la libertad de
comunicar públicamente sus pensamientos les quita
también la libertad de pensar" (Kant
¿Qué significa orientarse en el pensamiento?
(1786). Universidad
Complutense de Madrid, 1995, p.23). El liberalismo
político se equivocó al pretender que la
declaración formal de la libertad de pensamiento pudiera
bastar a la democracia, ya
que sin los medios materiales
para que todo ciudadano pueda expresarse públicamente, la
idea de libertad de prensa nunca se materializa: "La libertad de
prensa.

¿Qué quiere decir esto?; puede querer
decir dos cosas: a) la libertad que tiene la prensa (es decir:
los propietarios de los medios de prensa y los profesionales por
ellos contratados) para publicar aquello que quieran, y b) la
libertad que todos los ciudadanos tienen de utilizar la imprenta
(combinada con otros medios de
comunicación) para comunicar sus puntos de vista a los
demás y, lo que es lo mismo, el derecho de todo ciudadano
a conocer los puntos de vista de otros ciudadanos por los medios de
comunicación de que se disponga" (Felipe
Martínez Marzoa De la revolución. Alberto
Editor. Vigo 1976, pp.84-85). El primer punto incluye la libertad
de censura, de omisión de la información o
de tergiversación de la información, ejercida por
las corporaciones mediáticas privadas en la actualidad. El
segundo punto implica, por el contrario, una
contracensura, que no habrá de significar un
monopolio estatal de una información única, sino,
más bien, una protección estatal de la pluralidad
de las informaciones.
Decir fascismo y pensamiento único son dos cosas
equivalentes, la primera acompaña a la segunda y cuando se
vive bajo semejante sistema, como se
desvela cada vez más el capitalismo hegemonizante, la
oposición popular está plenamente justificada.
Trotsky criticaba el terrorismo individual como
método para lograr el cambio social distinguiéndolo
del terrorismo revolucionario propio del pueblo alzado en
armas contra la opresión, pero a veces es difícil
separar uno de otro. ¿Y no habría que reflexionar
del mismo modo respecto al terrorismo mediático? En
tal caso ¿habríamos de rechazar la
manipulación individual de la información pero
aceptar la revolucionaria? Por mi parte me resisto a manipular
estratégicamente la información, aun a sabiendas de
que los enemigos lo hacen y son más poderosos, y me cuesta
mucho hacerlo si alguna vez me avengo a ello; seguramente a causa
de mi formación filosófica, que me inclina a la
pretensión de la verdad. No llego a ser muy capaz de
mentir, salvo muy excepcionalmente, pero sí que no puedo
menos que hacerlo indirecta o inconscientemente, omitiendo
informaciones, lo que es a veces considerado como una forma de
mentir: la de no decir toda la verdad.
Sin embargo un afamado periodista considera que no decir toda la
verdad, incluso conscientemente, no es mentir. Aceptando
así la extendida idea según la cual el pluralismo
relativista imperaría en la profesión
periodística pero no en los libros especializados: "La
prensa internacional está manipulada. Y las razones de
dicha manipulación son diversas. Hay, por ejemplo, razones
ideológicas: entre las actividades humanas, los medios de
comunicación son los más manipulados
porque son instrumentos para determinar la opinión
pública, algo que puede ocurrir de maneras diversas,
dependiendo de quién los gestione. Hay diversas técnicas
de manipulación. (…). En la prensa hay cientos de
maneras de manipular las noticias. Y otros cientos existen en
la radio y en
la
televisión. Y sin decir mentiras. El problema de la
radio y de la televisión es que no es necesario mentir:
podemos limitarnos a no decir la verdad. El sistema es muy
sencillo: omitir el tema. (…). Si no hablamos de un
acontecimiento, éste, simplemente, no existe. (…).
Naturalmente, hay revistas, boletines y sobre todo libros que
ofrecen una imagen más
equilibrada y completa, pero son para minorías, para
grupos pequeños de especialistas" (Ryszard Kapuscinski
Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen
periodismo
. Anagrama. Barcelona 2002, pp.59-62). Y
ciertamente de los libros, por su extensión, se puede
recoger una visión más equilibrada y completa de
los acontecimientos humanos que de otros medios de
comunicación, pero a veces un breve poema es capaz de
iluminar más que mil libros, por lo que no debería
renunciar el artículo periodístico, por su brevedad
y su inmersión en los grupos de presión, a intentar
evitar la mentira y desvelar la verdad.
A diferencia de Kapuscinski yo pienso que no decir toda la
verdad
(ya sea voluntaria o involuntariamente) también
es mentir, pero me parece que ya están los
capitalistas para criticar los fallos del socialismo y omitir los
propios; luego puedo procurar no mirar tanto los fallos del
socialismo como sus aciertos y centrarme en desvelar los
crímenes del capitalismo, sin renunciar por ello a la
autocrítica. Un ejemplo de lo último es el del caso
de Cuba, sobre el
que recientemente he señalado tanto los fallos como los
aciertos. Pero es que, de todas formas, creo sinceramente que el
caso de Cuba resiste una visión de lo más
"objetiva" de sus fallos y aciertos, pues en el contexto
latinoamericano, pese a sus fallos ganan sus aciertos y resulta
siempre conveniente intentar ver las cosas enteras para poder
evaluarlas con acierto. Con lo que vuelvo de nuevo al problema
inicial, aunque formulado de otra manera. ¿Hay que
presentar las cosas sesgadas por motivos
económico-estratégico-político-ideológicos
o intentar que vayan enteras? Yo creo que hay que intentar que
vayan enteras, pues no sólo me importa ganar, sino que
aspiro a tener razón; de modo que, aunque ocasionalmente
hayan de presentarse las cosas troceadas y coyunturalmente se
pueda mentir y manipular una información, permanentemente
nos tienen que guiar la verdad y la razón, únicas
hermanas de la justicia.

 

Simón Royo Hernández

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