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Hércules en Capricornio, el Mito de Prometeo y Cerbero (página 2)



Partes: 1, 2

 

Si en la etapa de Escorpio, que analizamos en nuestro
anterior artículo sobre la misma materia
(Revista
Biosofía nº 3, "Escorpio esotérico e
iniciático") enfocabamos nuestra atención en un trabajo del
héroe griego previo al que ahora nos ocupa, donde se
estudiaban las hazañas y labores del discípulo y su
coincidencia con el paso del umbral que podía dar lugar al
transpaso de las fronteras de la 2ª iniciación
mediante la transcendencia de sus apegos al mundo de los deseos o
del cuerpo astral, la experiencia del mito que hoy
vamos a desarrollar, la bajada al Hades (los llamados infiernos)
del discípulo y héroe Hércules, su
enfrentamiento con su Guardián el Can Cerbero, y la
liberación de Prometeo, coincidirán con las
pruebas de
Capricornio, en cuyo signo astrológico el discípulo
ya definitivamente deja de estar identificado  con la forma
de su existencia y se vuelve totalmente identificado con el
espíritu, el alma: se
convierte en un "iniciado" en el sentido estricto de la palabra,
pasando a ser por fin libre de la forma, de la mente, los deseos
o los instintos de su cuádruple vehículo inferior.
Tras haber enfrentado a las diversas fuerzas y entidades de su
propia naturaleza que
se le oponen antes de escalar el monte de la iniciación en
Capricornio, el discípulo finalmente se convertirá
en servidor de la
humanidad.

Capricornio esotérico e
iniciático

Capricornio es el signo del zodíaco
más espiritual y a la vez más material del
zodíaco. De ahí la habilidad de Capricornio para
manifestar el espíritu en el plano físico,
fundamentalmente a través del séptimo rayo, pues
dicho rayo aporta la precipitación del karma, que
corresponde al dominio de
Saturno, planeta rector de Capricornio tanto a nivel de la
personalidad como del alma.

Capricornio representa al buscador que lucha por llegar
a las alturas como la cabra que dirige siempre sus pasos hacia la
cumbre de la montaña, o como el individuo
completamente inmerso en el maya del plano físico,
buscando todo aquello que alimente la personalidad,
ya sea el dinero o el
poder
egoístamente conseguidos. Eventualmente, tras muchas vidas
dicha cabra acabará transformándose en el unicornio
que ha elevado su propia forma, pues todo el poder de
ejecución y de disciplina
propios de Capricornio acaban siendo dedicados
íntegramente al servicio de
los demás. 

La seriedad y solemnidad de Capricornio se relaciona con
un sentido de la responsabilidad personal, pero
también con una marcada dificultad de expresión
emocional en algunos casos, que dan lugar a un cierto pesimismo y
hasta a oscuras depresiones. Ello es debido a que Capricornio es
un signo de conflicto en
parte regido por Marte, y Marte es el Dios de la Guerra, el
productor de conflictos, y
es en este signo de tierra donde
Marte triunfa en las primeras etapas de evolución de la llamada Cuarta
Jerarquía Creadora (la Humanidad) y de la vida del
hombre
subdesarrollado o no evolucionado. El materialismo, la
lucha por la satisfacción de las ambiciones personales y
el conflicto con las tendencias espirituales superiores
están muy presentes, y al ser el más materialista
de todos los signos
constituye el campo de batalla entre el orden y sistema de
valores
antiguo de un lado y las nuevas inclinaciones y las tendencias
superiores de otro, y hasta que los impedimentos emocionales y
mentales del nacido en este signo no sean transcendidos con la
disciplina y voluntad correspondientes el alma no será
capaz de usar su personalidad para poder expresar amor y
compasión.

El símbolo de la cabra con una cola de pez no es
una excepción en la serie de misterios que caracterizan a
Capricornio, ya que apunta a la síntesis
de tierra y agua
(Capricornio y Cancer), un
reflejo de la unión de los ángeles solares y
lunares, el alma y la personalidad. Es el misterio de Makara (los
cocodrilos) y está presidido por el regente
jerárquico de Capricornio, Venus, que representa al ser
superior de la tierra.
Neptuno, dios de las aguas regente del alma de Cancer, es Makara
y también el Cristo, cuyo nacimiento se celebra
simbólicamente en Capricornio. Cancer-Capricornio
también actúa como una puerta de entrada para las
fuerzas de Sirio, de manera que afectan especialmente a la
tercera iniciación, al ser Sirio la fuente principal de la
Ley del karma
y derramarse a través de las dos puertas de
Cancer-Capricornio que están ligadas en formación
triangular con Saturno, el mantenedor del Karma dentro de nuestro
sistema
solar.

Capricornio es por tanto el signo de la 3ª
iniciación y su número es el 9, pues Capricornio es
el 9º signo desde Aries donde se inicia el nuevo ciclo. Es
también el signo del solsticio de invierno en el
hemisferio norte y representa la más profunda
penetración en la materia y además la luz creciente que
extrae al verdadero buscador fuera de la materia. Saturno es el
regente esotérico y exotérico de Capricornio. "Yo
soy el punto más denso de todo el mundo concreto
(Capricornio, "Astrología esotérica" de Alice
Bailey). Yo soy la tumba; Yo soy el útero. Yo soy la roca
que yace en lo más profundo de la materia. Yo soy la cima
de la montaña en la que nace el Hijo, en la que se ve por
fin al Sol y que recoge los primeros rayos de luz".

Saturno es uno de los más  potentes de los
cuatro Señores del Karma y fuerza al
hombre a afrontar su pasado y en el presente a prepararse para el
futuro. Y esa es la intención y propósito de la
oportunidad kármica, pues desde  ciertos punto de
vista, Saturno podría ser visto como el Morador en el
Umbral Planetario, pues también la Humanidad en su
conjunto tiene que afrontar ese Morador así como a su
Angel de la Presencia, y al hacerlo descubrirá que ambos
el Morador y el Angel conforman esa compleja dualidad que es
la familia
humana.

Si embargo cuando el discípulo, tras haber
recorrido todo el ciclo zodiacal y haber transcendido todas las
fases previas de desarrollo y
todos su apegos a la materia, a la forma y a la personalidad,
afronta y supera las duras pruebas correspondientes de este signo
y de la 3ª iniciación, y asume y purifica todo su
pasado kármico así como a los entes espirituales y
energías que las corporeizan y representan, se hará
acreedor al paso por la transfiguración y
transmutación de su antigua personalidad en solo un alma
que por fin quedará liberada,  y se convertirá
por fin así en un verdadero iniciado y en un ser de amor
incondicional y altruista por todos sus hermanos, al 
servicio de la humanidad en su conjunto y del Plan
divino.

Los
doce trabajos de Hércules

La leyenda y el mito nos dicen que en un ataque de
locura provocado por Hera, celosa de los engaños amorosos
de su esposo Zeus, Hercules mató a sus propios hijos y a
dos de sus sobrinos con sus propias manos. Al despertar y
descubrir los terribles actos que había cometido,
sintió un terrible dolor, y no quiso continuar viviendo
con Mégara. En penitencia por esta execrable acción,
la sibila délfica le dijo que tenía que llevar a
cabo diez trabajos que dispusiera Euristeo, el hombre que
había usurpado su legítimo derecho a la corona y a
quien más odiaba. Heracles llevó a cabo todos ellos
con éxito,
pero Hera le dijo a Euristeo que estimase que en dos de los
trabajos había fallado, pues había recibido ayuda,
por lo que ordenó dos más, que Heracles
también completó, haciendo un total de
doce.

El orden de los trabajos, en la secuencia
astrológica que nos da A. Bailey, es el
siguiente:

   1. La captura de las yeguas del
rey Diomedes de Tracia.
   2. Domar al toro salvaje de Creta.
   3. Robar las manzanas de oro del
Jardín de las Hespérides.
   4. Alcanzar a la cierva de Cerinia.
   5. Matar al león de Nemea.
   6. Vencer a las amazonas y tomar el
cinturón de Hipólita.
   7. Capturar al jabalí de
Erimanto
.
   8. Destruir a la hidra del lago de
Lerna.
   9. Acabar con los pájaros del
lago Estínfalo.
   10. Ir a buscar a Cerbero, a los
infiernos, y llevarlo a Euristeo.
   11. Limpiar los establos de
Augías
   12. Matar a Gerión y robarle sus
rebaños.

Hércules va transcendiendo las distintas
experiencias y pruebas a las que ha de enfrentar en cada uno de
tales trabajos y el discípulo que le encarna va
comprendiendo paulatinamente que la competencia y el
egoísmo, como características esenciales del yo
separado, han de ser sacrificados inteligentemente al servicio
del bien del grupo, y que
la codicia personal, el temor, el individualismo y la rivalidad,
características del hombre inmerso en la forma, han de
subordinarse y transmutarse en una constante crucifixión
sobre la cruz de la materia, para ser sustituidas por la
confianza espiritual, la cooperación, la consciencia
grupal y en definitiva la carencia de egoísmo. Es la
historia del
Cristo cósmico, del Cristo histórico del Evangelio,
y la del Cristo individual, crucificado en la cruz de la materia
y encarnado en cada ser humano.

A través de los doce signos del zodíaco
Hércules luchó, sufrió y trabajó
subjetivamente, enfrentando su naturaleza
humana histórica y tratando de rechazar la
tentación del apego y la atracción de la forma
exterior tangible. Y por tanto es en ese paso del sol  a
través de los doce signos del zodíaco donde podemos
ver la maravillosa organización del plan, el enfoque de las
energías y el crecimiento de la tendencia innata hacia la
divinidad, al permitirnos eventualmente atravesar el velo que
oculta a la Deidad encubierta, que va volviéndose
transparente a medida que el discípulo va transcendiendo
las etapas diseñadas en el Sendero del Discipulado, para
convertirse finalmente en el Espectador silencioso y Observador
consciente, desidentificado del aspecto material que hasta
entonces le había mantenido subyugado, mediante la total y
definitiva identificación con el alma y bajo el control del
divino Morador.

Matando a
Cerbero, guardián de Hades. El Mito

El mito nos cuenta que Hércules se presenta ante
su Maestro, que le va encomendando los trabajos que ha de
afrontar en cada fase o signo astrológico, y, si nos
atenemos a la versión que de la leyenda nos da Alice
Bailey del mito, el trabajo que
ha de resolver en esta ocasión es matar o domeñar a
Cerbero, guardián del Hades, para así liberar a
Prometeo, desarrollándose así el encuentro con el
Maestro:

"La luz de la vida debe ahora resplandecer dentro
de un mundo de oscuridad" declaró el Gran Presidente. El
Maestro comprendió.

"El hijo del hombre que es
también el hijo de Dios debe pasar a través del
décimo Portal", dijo. "En esta misma hora Hércules
se arriesgará".

Cuando Hércules estuvo frente a frente con
el que era su guía, éste
habló:

"Mil peligros has desafiado, ¡Oh,
Hércules!", dijo el Maestro, "y mucho se la logrado. La
sabiduría y la fuerza son tuyas. ¿Harás uso
de ellas para rescatar al que está en agonía, una
víctima de enorme y persistente
sufrimiento?"

El Maestro tocó suavemente la frente a
Hércules. Ante el ojo interno de éste surgió
una visión. Un hombre yacía postrado sobre una
roca, y gemía como si su corazón se
rompiera. Sus manos y piernas estaban encadenadas; las pesadas
cadenas que le ataban, amarradas a anillos de hierro. Un
buitre, feroz y temerario, permanecía picoteando el
hígado de la postrada víctima; por consiguiente, un
escurridizo chorro de sangre manaba de
su costado. El hombre alzaba sus manos esposadas y gritaba
pidiendo ayuda; pero sus palabras retumbaban vanamente en la
desolación y eran tragadas por el viento. La visión
desapareció. Hércules permanecía, como
antes, al lado de su guía.

"El encadenado que has visto se llama Prometeo"
dijo el Maestro. "Por años ha sufrido así y sin
embargo no puede morir, pues es inmortal. Él robó
el fuego del cielo; por esto ha sido castigado. El lugar de su
morada es conocido como Infierno, el dominio de Hades. Se te
pide, ¡Oh Hércules! ser el salvador de Prometeo.
Baja a las profundidades y allí en los planos exteriores
libéralo de su sufrimiento".

Habiendo oído y
comprendido, el hijo del hombre que era también un hijo de
Dios, se lanzó en esta búsqueda, y pasó a
través del décimo Portal.

Hacia abajo, siempre hacia abajo, viajó
dentro de los apretados mundos de la forma. La atmósfera se
hacía sofocante, la oscuridad constantemente más
intensa, y sin embargo su voluntad era firme. El empinado
descenso continuó durante mucho tiempo. Solo,
pero no completamente a solas, erró allí, pues
cuando buscó dentro, oyó la voz plateada de la
diosa de la sabiduría, Atenea, y las palabras
fortalecedoras de Hermes.

Finalmente llegó a ese oscuro, envenenado
río llamado Estigia, un río que deben cruzar las
almas de los muertos. Un óbolo o centavo tenía que
pagarse a Caronte, el barquero, para que pudiera conducirlas a la
otra orilla. El sombrío visitante de la tierra
asustó a Caronte, quien olvidando su paga, condujo al
extranjero al otro lado.

Hércules había entrado por fin al
Hades, una oscura y brumosa región donde las sombras, o
mejor dicho, los cascarones de los muertos, se desliza¬ban
por ahí.

Cuando Hércules percibió a la
Medusa, su cabello entrelazado con serpientes silbantes,
tomó su espada y se la arrojó, pero no hirió
nada salvo al aire
vacío.

A través de senderos laberínticos
siguió su camino hasta que llegó a la sala del rey
que gobernaba el mundo subterráneo, el Hades. Este, torvo
y severo, con semblante amenazador, estaba sentado tiesamente en
su negro trono de azabache, mientras Hércules se
aproximaba.

"¿Qué buscas
tú, un mortal viviente, en mis dominios?", preguntó
Hades. Hércules dijo: "Busco liberar a
Prometeo".

"El camino está vigilado por el monstruo
Cerbero, un perro con tres grandes cabezas, cada una de las
cuales tiene serpientes enroscadas a su alrededor",
replicó Hades. "Si tú puedes vencerlo con tus manos
desnudas, una hazaña que nadie aún ha realizado,
puedes desatar al sufriente Prometeo".

Satisfecho con esta respuesta, Hércules
prosiguió. Pronto vio al perro de tres cabezas, y
oyó su penetrante ladrido. Gruñendo, saltó
sobre Hércules. Agarrando primero la garganta de Cerbero,
Hércules lo estrechó en su puño como en un
torno.
Poseído hasta la furia frenética, el monstruo se
sacudió. Finalmente, al apaciguarse su fuerza,
Hércules lo dominó.

Hecho esto, Hércules prosiguió, y
encontró a Prometeo. Yacía sobre una losa de
piedra, en agonizante dolor. Entonces, Hércules
rompió rápidamente sus cadenas, y liberó a
la víctima. Desandando sus pasos, Hércules
regresó como había venido. Cuando alcanzó
una vez más el mundo de las cosas vivientes,
encontró allí a su Maestro.

"La luz brilla ahora dentro del mundo de
oscuridad", dijo el Maestro. "El trabajo está realizado.
Descansa ahora, hijo mío". Hijo de Equidna y Tifón,
Cerbero era el guardián del reino de los muertos. Homero le llama
"el terrible perro del Hades" y la descripción mas frecuente que se hace de
él, es que poseía tres cabezas, una cola de
serpiente y en su lomo, fieramente erguidas, muchas cabezas de
serpiente".

Claves interpretativas del trabajo
décimo de Hércules

En la interpretación universal que hace del mito
Bailey, el trabajo relativo a Capricornio se sintetiza en la
liberación del Prometeo torturado y encadenado en la roca
del hades, que resulta en el paso de Hércules de la
décima puerta y la entrada como iniciado en el reino
espiritual. Así como la puerta de Cancer da entrada al
reino humano y a lo que "erróneamente llamamos vida",
Capricornio es el umbral que finalmente pasamos cuando ya no nos
identificamos con el lado formal de la existencia sino que nos
identificamos con el espíritu que da vida a aquella forma,
lo cual es precisamente la significación real del concepto de
iniciado. Y de esta manera aquello que es portador de la chispa
divina es liberado por fin de su prisión y su infierno
psicológico por el héroe Hércules. La
realización de la divinidad, la chispa de fuego en cada
ser humano, redime al Prometeo interno de consciencia, resultando
primeramente en dolorosas pruebas y finalmente en la
identificación con la llama eterna en el corazón
humano.

El símbolo asociado con Capricornio es la cabra
en tres niveles de experiencia: en el plano físico la
cabra es experimentada como lo más materialista, en el
plano social se convierte en el chivo expiatorio y finalmente
llega a ser la cabra sagrada que ha subido hasta la cumbre de la
montaña y ha tenido la visión que ya no
estará distorsionada por el egoísmo y la
identificación errónea, aparecen por fin la
consciencia crística, el
príncipe de la paz y el Maestro maravilloso –el
plano búdico de los budistas, bodhichitta-, la
consecución y externalización del reino de Dios en
la tierra, pues este signo astrológico simboliza la
tercera iniciación o la primera de las iniciaciones
mayores en cuanto a las sucesivas fases iniciáticas
prevenidas por el Maestro Tibetano y los
teósofos.

La referencia que en tal sentido usa Bailey es la
ascensión y transfiguración ocurrida a Jesuscristo
en el Monte Tabor, a donde subió acompañado por sus
discípulos Pedro, Juan y Santiago. Según el
simbolismo que nos presenta el evangelista Mateo, Pedro, como una
roca o cimiento, es el símbolo del cuerpo físico,
mientras que Santiago, el engañador, simboliza la
naturaleza emocional y la fuente de todo hechizo y espejismo, y
Juan representa al cuerpo mental inferior, la mente y su
ilusión, los tres aspectos de la personalidad postrados
ante Cristo en su transfiguración. Y por tanto el
discípulo en esta fase de Capricornio es libre por fin, se
ha convertido en un iniciado del mundo. Ha dado vuelta tras
vuelta dentro de toda la secuencia zodiacal y ha aprendido todas
las lecciones de los signos y, en esta vida y bajo este signo de
sufrimiento intenso y soledad,  ha trepado a la
montaña de la iniciación hasta experimentar la
mutación de la transfiguración en su
alma.

Cerbero, Guardián del
Hades

La misión de
Cerbero –el fiero perro guardián de las tres
cabezas- era impedir que entrara ningún mortal vivo en el
Hades (los Infiernos), pero sobre todo, no permitir que
ningún difunto saliera de allí. Que se sepa,
sólo dos veces dejó de cumplir su misión.
Una, convencido o encantado por Orfeo que ayudado por los dioses
y por la dulzura de su canto, logró entrar en el Infierno
en busca de su amada Eurídice. La segunda, cuando
Hércules, en cumplimiento de uno de los trabajos a
él encomendados por Euristeo (el Maestro en la lectura de
Bailey), pudo reducirle con la fuerza de sus brazos y, medio
ahogado, lo sacó al mundo exterior y lo llevó ante
Euristeo, que horrorizado a la vista de un animal tan terrible,
ordenó que de inmediato fuera devuelto al Hades. Cerbero
permanece encadenado ante las puertas del Hades, siempre
vigilante, porque aquellos a quien los dioses han decidido dejar
morir, no deben volver a la vida.

Cerbero, el can de las tres cabezas, ostentaba un
espantoso ladrido, contaba con innumerables serpientes
creciéndole por todo su cuerpo y portaba víboras
por cola. Sus tres cabezas simbolizan la primera el amor por la
sensación física, la
prosperidad en el mundo económico y el deseo de felicidad
en un mundo de placer (el vehículo más inferior y
animal: el cuerpo físico), mientras que la segunda o
central representaría el deseo permanente por obtener
satisfacción en el mundo exterior (el cuerpo emocional o
astral) y la tercera simbolizaría las buenas intenciones
nunca llevadas a cabo (los vano pensamientos  del cuerpo
mental). Su cola estaba formada por serpientes, que representan
las ilusiones que impiden el progreso de la vida espiritual, el
materialismo que nos oprime, el temor y la inercia que
inconscientemente nos arrastran.

La victoria sobre Cerbero y la consiguiente
transfiguración liberan al hombre de su servidumbre
histórica, permitiendo que la chispa divina, latente en
él desde siempre pero oculta tras los velos sagrados, se
muestre y actúe. La condición que se consigue en
Capricornio, tras la bajada a los infiernos del iniciado
Hércules, su victoria sobre el Can Cerbero y la
liberación de Prometeo, es la impersonalidad como
expansión permanente del amor hacia toda la humanidad,
más allá de los individuos cercanos a nosotros
mismos. La impersonalidad es amar a todos como realmente son, con
sus faltas,
defectos, logros y fracasos, de forma que el discípulo del
mundo, que es trasunto y símbolo del Hércules que
ha bajado al infierno a vencer a Cerbero, estará imbuido
ya por un profundo e íntimo interés
por el prójimo, y trabajará por siempre para los
demás hombres, todo el tiempo, pues se habrá
convertido en un salvador del mundo.  Se dice que todos los
dioses del sol han nacido en el signo de Capricornio en que la
chispa divina se muestra por
fin.

La leyenda de Prometeo

El nombre "Prometeo" tiene un origen griego y significa
el "Pre-Vidente" o aquél que se anticipa a los hechos. El
Mito fue narrado por el poeta Hesíodo a Homero en el
año 700 a. C. y por Esquilo en el 470 a. C., aunque tal
vez la imagen del
Ladrón del fuego sea aún más antigua de lo
que esas versiones permiten hacernos pensar.

Según la leyenda,
"Prometeo" descendía de
una antigua generación de Dioses que habían sido
destronados por Zeus. Era hijo del Titán "Japeto" (hijo de
Urano y Tierra) y de Asia. Prometeol
sabía que en el suelo de la
tierra (naturaleza) reposaba la simiente de los cielos, y por
ello recogió arcilla, la mojó con sus lagrimas y
las amazó, formando con ella varias imágenes
semejantes a los dioses, los Señores del Mundo. "Los
Hombres".

"Atenea", diosa de la sabiduría,
que era su amiga, admiró la obra del hijo de los titanes e
insufló en las imágenes el espíritu o soplo
divino. Enseguida, les dió a ellos para beber un
néctar mágico para que pudiesen recuperar su
pureza, regenerarse, en el caso de que un día la
perdiesen. Así lo hizo, previendo ya, juntamente con
Prometeo, la corrupción
de los nuevos seres ante los males provenientes de la caja de
"Pandora" que les seria entregada por Zeus mas tarde, como
venganza por el robo del fuego, en el intento de pervertirlos a
través de los vicios terrenales.

Fue así que surgieron, según la
leyenda, los primeros seres humanos que poblaron la tierra. Por
mucho tiempo no supieron hacer uso de la centella o chispa divina
que habían recibido, no teniendo siquiera conocimiento
de cómo trabajar con los materiales de
la naturaleza que estaban a su disposición por todas
partes.

Prometeo entonces se aproximó a sus criaturas
y les enseñó a subyugar a los animales y
usarlos como auxiliares en el trabajo. Les mostró como
construir barcos y velas para la navegación, les
enseñó a observar las estrellas, a dominar el
arte de contar
y escribir, a que descubriesen los metales debajo de
la tierra y hasta cómo preparar los alimentos
nutritivos, los ungüentos para los dolores y otros remedios
para curar las dolencias.

Pero Zeus sospechaba de los seres humanos, ya que no
fue él quien los creó. Ellos provenían de un
antiguo mundo que él pretendía modificar
íntegramente, y siendo así no tenia interés
alguno en mantenerlos en la tierra. Por consiguiente, cuando
Prometeo reivindicó para ellos el fuego, que les era
imprescindible para la preparación de los alimentos, para
el trabajo y principalmente para el progreso material y
desenvolvimiento espiritual, el Dios griego decidió
negárselo, temiendo que las nuevas criaturas se volviesen
más poderosas que él. Es entonces cuando Prometeo
resolvió frustrarle sus planes, con la intención de
conseguir para los hombres ese precioso
instrumento.

Con un palo hecho de un pedazo de vegetal seco, se
dirigió al carro del "Sol" donde a escondidas tomó
un poco de fuego, trayéndolo para los seres humanos,
entregándoles así el segundo secreto de la
naturaleza. Más tarde él les daría otros
secretos.

Y fue entonces, cuando por toda la tierra se
encendieron fogatas, que Zeus tomó conocimiento del robo
de Prometeo. Pero como ya era tarde puesto que ya no podía
confiscar el fuego a los hombres, concibió ahí para
ellos un nuevo maleficio: les envió una Doncella creada
artificialmente, "Pandora", de belleza incomparable, con una caja
portadora de innumerables males. Prometeo le advirtió a
Epimeteo, su Hermano de no aceptar ningún presente de
Zeus, pero Epimeteo no lo recordó y recibió con
alegría a la linda doncella, abriendo la caja de los
males, los cuales se esparcieron rápidamente sobre la
tierra.

Los hombres que hasta aquel momento habían
vivido sin sufrimientos, sin dolencias, sin torturas y sin
vicios, comenzaron a partir de entonces a corromperse sin
esperanza, olvidándose el objetivo de su
propia existencia, la Evolución.

Después de esto, vengándose Zeus de
Prometeo, le envió a éste al desierto de Citia,
donde fué puesto preso al borde de un terrible abismo, con
cadenas inquebrantables, en una peñasco de la
montaña del "Caucasó", de pié y sin reposo
alguno, durante 30 siglos, sufriendo la amargura de que su
hígado fuera devorado por un Águila (un buitre en
otras lecturas de la leyenda) que vendría cada día
a la región para dicho fin, después de que el
órgano se volvía a reconstituir durante la
noche.

Pero por fin llegó el día de su
redención. Hércules el héroe mítico y
arquetípico, al pasar por allí con los argonautas,
al ver al águila devorando el hígado de Prometeo,
tomó su flecha y la lanzó sobre el águila,
tras de lo cual soltó las cadenas y llevó a
Prometeo consigo.

Prometeo, maestro de la
Humanidad

Para Helena Blavatsky Prometeo sería el
Logos griego; el que, aportando a la tierra el fuego divino (la
inteligencia y
la conciencia),
dotó a los hombres de razón y entendimiento.
Prometeo es el tipo helénico de nuestros Kumâras o
Egos, aquellos que, encarnándose en hombres, hicieron de
ellos dioses latentes en lugar de animales. Los dioses (o Elohim)
se oponían a que los hombres llegaran a ser "como uno de
nosotros" (Génesis, III, 22) y conociesen "el bien y el
mal". Por esta razón vemos en todas las leyendas
religiosas que estos dioses castigan al hombre por su afán
de saber. Como expresa el mito griego, por haber robado del cielo
el fuego que aportó a los hombres, Prometeo fue encadenado
por orden de Zeus a una roca de los montes Caucásicos. El
mito del titán Prometeo tiene su origen en la India, y en la
antigüedad era el más grande y misterioso por su
significado arquetípico y metafórico.

Para la fundadora de la Sociedad
teosófica la alegoría del fuego de Prometeo es otra
versión de la rebelión de Lucifer, que fue
precipitado al "abismo sin fondo" (nuestra Tierra) para vivir
como hombre. Ocioso es decir que la Iglesia ha
hecho de él el Angel caído. Prometeo es un
símbolo y una personificación de toda la humanidad
en relación con un suceso que ocurrió durante su
niñez, o sea el "Bautismo por el Fuego", lo cual es un
misterio dentro del gran Misterio prometeico (Doctr. Secr., III,
331). El titán en cuestión, dador del Fuego y de la
Luz, representa aquella clase de Devas
o dioses creadores, Agnichvâttas, Kumâras y otros
divinos "Hijos de la Llama de la Sabiduría", salvadores de
la humanidad, que tanto trabajaron en lo relativo al hombre
puramente espiritual. (Id., II, 99). Prometeo roba el Fuego
divino para permitir que los hombres procedan de un modo
consciente en la senda de la evolución espiritual,
transformando así el más perfecto de los animales
de la tierra en un dios potencial y haciéndole libre de
"tomar por la violencia el
reino de los cielos".

De ahí la maldición que Zeus
(Júpiter para unos, para otros los Elohim o dioses
opuestos ala autoconciencia en el hombre)) lanzó contra el
rebelde titán. Encadenado a una roca, Zeus lo
castigó enviándole un buitre que sin cesar le iba
devorando las entrañas (alegoría de los apetitos y
concupiscencias), hasta que Hércules, al fin, le
libró de tan cruel suplicio. Por eso Prometeo no es sino
un dios verdaderamente filántropo y gran bienhechor de la
humanidad, a la cual elevó hasta la civilización y
a la que inició en el
conocimiento de todas las artes; es el aspecto divino del
Manas que tiende hacia el Buddhi y se funde con él. (Id.,
II, 438). Es también el Pramantha personificado, y tiene
su prototipo en el divino personaje Mâtarizvan,
estrechamente asociado con Agni, el dios del fuego de los Vedas.
(Id., II, 431).

Prometeo, cuyo nombre significa "previsor", o "el que
piensa y ve por adelantado", o "el que v el porvenir", es una
figura acerca de la cual Steiner se refiere como el Lucifer
Griego. Prometeo despertó la consciencia en los humanos,
lo cual representaba un peligro a los ojos de Zeus, por lo que
Zeus encadenó a Prometeo en las montañas del
Cáucaso. Pero Prometeo es paciente porque él conoce
un secreto que no es conocido por Zeus. En el futuro Zeus
yacerá con una mujer mortal, Io,
la cual dará a luz a un hijo que comenzará una
linea de descendencia que conducirá al nacimiento de
Hércules o Heracles, que significa "aquel que es llamado
por Hera". Este gran héroe, a quien Steiner señala
como presagio del Cristo Jesús, crecerá hasta
suceder a Zeus en su posición de autoridad como
Legislador de los cielos. Hércules matará al buitre
que se está comiendo el hígado de Prometeo,
liberando entonces al gran Lucifer Griego.

La alegoría de Prometeo simboliza la innovación espiritual, el rescate de lo
justo y verdadero, a costa del sacrificio y el sufrimiento. La
decadencia a la que estaba sometida indebidamente la
representación de lo sagrado, provocó la
aparición de un Maestro dotado de un nuevo vigor, de
naturaleza incorruptible, que surge para revitalizar la llama del
proceso
histórico religioso. La ruptura en relación con lo
establecido, no solo dogmática sino también
práctica, es consecuencia inevitable del abuso, de la
falta de autoridad, de la prepotencia y del "Egoísmo" del
poder político y religioso instituido.

Es por ello que cuando aparece una corriente renovadora,
que intenta devolver al hombre a la realidad, apartándolo
de la ilusión de sus sentidos y mediante la
restitución del orden olvidado, del amor, la fraternidad,
la libertad y la
igualdad,
evidentemente habrá de chocar con la autoridad, y el poder
instituido, deseoso de mantener las cosas tal como están,
pues es en el desorden y en el caos en donde cobran fortaleza los
poderosos, ante esos seres dormidos y olvidados de su propia
naturaleza y esencia.

Prometeo simboliza esa luz que, bajando a la tierra,
intenta iluminar a los hombres, apartándolos de la
oscuridad, símbolo de la dualidad, intentando con ello
devolverles al camino de la evolución. Y es así que
el sufrimiento de 30 siglos representa ese sacrificio del
iniciado, a lo largo de la historia en el ejercicio
difícil de librar a los hombres de la
ilusión.

Y el fuego, que es un símbolo sagrado, y que
dependiendo de cómo se utiliza puede iluminar o quemar,
representa la luz que ilumina a los que actúan de acuerdo
a su conciencia, proporcionándoles la elevación
hasta niveles superiores de consciencia y dimensiones
espirituales de paz y luz interiores. Pero a la vez no es
así para el curioso y para el inconsciente, para los
cuales el fuego se torna en llamas del infierno. Por tanto este
elemento, el fuego, es también el inicio de la
evolución humana, y así fue el elemento
determinante para el salto de una estructura
primitiva a otra más evolucionada, estructurada,
sociabilizada y civilizada.

Zeus y
las falsas religiones.

Es importante en este sentido reconocer el paralelismo
existente entre los dioses del Olimpo (o también los
Elohim del cielo) y el poder religioso instituido, que durante
siglos han mantenido a la humanidad subyugada a intereses
mezquinos de una minoría, de forma totalmente
arbitraria.

El mito se anticipa a la historia e ilustra el actuar
del Dios que revestido del poder ejerce la opresión,
representando así a aquellos que sin preparación y
capacidad para ejercer sabiamente el poder, se preocupan
fundamentalmente en defender sus propios intereses, arrastrando a
la mayoría a la ilusión de los sentidos. Es
esta la representación del falso Dios que no busca la paz,
el amor y la luz necesarios para sus criaturas y su
evolución, es el temor siempre latente de considerar a
todos en igualdad de condiciones. Y en tal sentido Prometeo
representa la conciencia, el conocimiento del pasado y del futuro
(la sabiduría), y justamente por esa duda, producto del
razonamiento, genera la desconfianza e intenta advertir y
recomendar a su hermano Epimeteo, que no acepte regalo alguno de
Zeus. Pero éste, olvidando tal advertencia lo hace
("Epimeteo" significa el que piensa después), para luego
abrir la caja de "Pandora" seducido por los encantos de la
doncella, la cual fue creada artificialmente, pues no
poseía alma, por lo que representaba a la muerte y al
error. Posteriormente ambos se casan, es decir: quedan
establecidos aquellos vicios y males en el ser humano y los
efectos que producen serán los de permanecer inconsciente
así como el de ser incapaz espiritualmente (Pandora y
Epimeteo).

Ningún otro relato griego presenta en forma tan
precisa la historia evolutiva del género
humano. En tal sentido el mito muestra la oposición entre
las tinieblas y la luz, entre la conciencia y la inconciencia del
ser. Ser consciente espiritualmente significa ser dueño de
sí mismo, de los propios pensamientos, de los propios
actos, errores y actitudes.
Conocer el propio pasado, proyectar el futuro y estar plenamente
presentes en "el" presente, lúcidos, presentes,
percibiendo que en nosotros están la fortaleza y la luz.
Así mismo, la relación existente de la consciencia
otorgada por el Prometeo dador del fuego divino sobre Adán
y Eva es admirable, pues esa autopercepción traerá
eventualmente el libre albedrío al ser humano, la
responsabilidad y la libertad.

Prometeo, Lucifer, el yo y el
alma

Dentro del misterio que afronta en su camino todo
discípulo está el descubrimiento y
constatación de la participación de la componente
luciférica en nuestros vehículos, en nuestra
llamada personalidad y en la estructura de nuestro alma,
según el nivel evolutivo de cada persona, y por
tanto la existencia de ese ser o energía está
dentro del secreto a desvelar por el discípulo en su
sendero evolutivo y ascendente hacia su mónada divina. En
un momento dado del camino iniciático del aspirante y del
discípulo el mismo descubrirá la
representación del Prometeo interno en nuestra más
profunda estructura: aquél que nos dió la
autoconciencia y que compone nuestro mental y nuestro yo.
Aquél que está a la espera de ser liberado de su
yugo y de su sacrificio milenario por el Hércules que
somos o llegaremos a ser, cuando nos toque afrontar las pruebas y
ordalías a las que el héroe griego hubo de
arrostrar y desafiar empleando toda su voluntad, coraje,
entusiasmo y energía. Llegará el día en que,
tras dominar y vencer al Can Cerbero Guardián del Umbral
del mundo espiritual, podremos por fin acceder y poner en
libertad a nuestro Lucifer/Prometeo individual, rompiendo
las cadenas que le ceñían a la roca de las
montañas del Hades planetario y de las garras del buitre
que le desgarraba día tras día su hígado y
sus entrañas, retroalimentando permanentemente sus
pasiones humanas. El día de la transmutación y la
transfiguración le aguarda a nuestro Prometeo interno y
nos está reservado a todos los seres humanos.

En tal sentido podemos reiterar aquí lo que ya
decíamos en nuestro artículo sobre "Lucifer y
Mephistopheles" publicado en el número 6 de este revista
"No olvidemos que el enfoque estrictamente diabólico dado
a Lucifer por la Iglesia es muy reciente en términos
históricos, pues, tal y como reivindica muy especialmente
Helena Blavatsky, antes de Milton  nunca había sido
Lucifer un nombre del Diablo, y hace referencia en tal sentido a
que en el Apocalipsis (XIII, 16)se le hace decir a Cristo "Yo
soy… la resplandeciente estrella de la mañana".
Como la misma creadora del movimiento
teosófico expresaba, en la antigüedad Luciferus era
el nombre de la entidad angélica que preside a la Luz de
la Verdad, Lucifer es la Luz divina y terrestre, el Espíritu
Santo y Satán al mismo tiempo. "Está en
nosotros, es nuestra Mente, nuestro Tentador y nuestro Redentor,
el que nos libra y salva del puro animalismo. Sin este principio
–emanación de la misma esencia del puro y divino
principio Manat (Inteligencia), que irradia de un modo directo de
la Mente Divina- con toda seguridad no
seríamos superiores a los animales. Lucifer y el Verbo son
uno solo en su aspecto dual". La antorcha del Lucifer resucitado,
ahora convertido al bien, abre el camino hacia el Cristo, pues es
lo cierto que Lucifer es el Portador de la Luz, y Cristo es la
Luz. Lucifer, como portador de sabiduría es la vía
de acercamiento al conocimiento espiritual: el Espíritu
Santo, cuya llama se infundió en los 12 apóstoles
en Pentecostés en forma de "lenguas de fuego", es el
poderoso Maestro de aquellos a quienes llamamos "Maestros de
Sabiduría" de la Gran Logia Blanca, a través de los
cuales su voz y su sabiduría fluye hasta la humanidad y
hasta la tierra. Conocer los tesoros de sabiduría oculta
en la Ciencia
Espiritual, a través del Espíritu Santo, representa
llegar a asumir el entendimiento autoconsciente del Cristo y del
acontecimiento del Gólgota, de cara a la
comprensión del universo y de los
Espíritus que lo integran, de manera que cultivar el
estudio de tal ciencia
espiritual significa entender que el Espíritu fue enviado
al mundo por el Cristo, y que ese Cristo no es sino el
Espíritu que llena al mundo con su Luz."

Si el nombre Prometeo (Pro-meteia, pro-metheo) en griego
significa pensamiento
profético, previsión y porvenir, Epimeteo, el
nombre de su hermano, significa pensamiento deliberado, algo
así como "post-pensamiento". Y ello porque Prometeo es
representante de la especie humana que ha de desarrollar el
pensamiento espiritual, profético o intuitivo, mientras
que Epimeteo representa el desarrollo del pensamiento razonador o
intelectual. Tal y como observó Plutarco, una de las
principales interpretaciones del mito de Prometeo en la
evolución de la humanidad es la fase en que el pensamiento
queda encadenado al cuerpo físico al descender el alma a
ese cuerpo, de manera que la liberación de Prometeo, que
está encadenado en el Hades, significa la
liberación de la mente del principio corporal. Prometeo
encadenado es el pensamiento o mente subyugada o cautiva del
cuerpo físico, mientras que el Prometeo liberado
representa la mente profética liberada, o el alma liberada
de la materia.

Mientras que Zeus establece su culto por la fuerza (y
por ello mismo encadena y tortura a Prometeo) al representar al
pueblo indígena que habita Grecia hasta
entonces, Prometeo representa al pueblo que viene de fuera, de
raza indoeuropea y helénica. Por ello el engaño de
Prometeo a Zeus, con ocasión del sacrificio y reparto de
la vaca del mito histórico, cuando le da a comer al Rey
del Olimpo la parte de los huesos y la grasa
de la vaca, reservándose las mejores partes del animal
para él y los suyos. El engaño se hizo posible
porque la mente de Prometeo era más avanzada y superior
intelectualmente a la de los pueblos indígenas, y por eso
Zeus tarda en apercibirse del engaño, de forma que con
ello se simboliza como los pueblos indoeuropeos, de mente
superior, vinieron a elevar a la cultura griega
a sus más altas cotas de desarrollo.

Por ello Zeus rehusa dar el fuego a los seres humanos y
castiga a Prometeo por habérselo proporcionado a los
hombres, simbolizando ese fuego el yo. Como es sabido el fuego,
entre los cuatro elementos (fuego, aire, agua y tierra),
corresponde al yo o a la identidad del
hombre. La negativa de Zeus de proveer al hombre con la mente se
corresponde con su provisión o concesión por parte
de Prometeo al hombre (la bajada o descenso del yo mental al
cuerpo físico por vez primera), así que el
encadenamiento y posterior liberación de Prometeo es
precisamente la fase en que el alma humana desciende desde el
mundo espiritual al cuerpo físico y el hombre deviene
consciente de sí mismo, de manera que toda cultura
proviene de ese yo así como la civilización tiene
su origen en el uso del fuego.

Por su parte Hércules representa en todo el mito
la nueva cultura de la iniciación heróica que
aporta el prototipo de iniciación cristiana, ligada al
principio volitivo de la voluntad, el esfuerzo y el sacrificio,
caracterizada por una actividad del alma que es conocida en el
Cristianismo
como la toma del reino de los Cielos por la fuerza, puesto que la
esencia de la iniciación cristiana fué interpretada
por el mismo Cristo como esa toma del reino de Dios "por la
fuerza" (por la fuerza de voluntad). Y en consecuencia con todo
ello todos y cada uno de los hechos y trabajos de Hércules
deberían de ser entendidos simbólicamente como las
varias etapas de la iniciación en los diferentes niveles
de desarrollo espiritual, que culminan precisamente en la
liberación de Prometeo.

 

Por

Emilio Sáinz Ortega
  

Director de Redacción de


  

Partes: 1, 2
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