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La búsqueda del hermano en César Vallejo (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4

Pero, aquel año nefasto para César
Vallejo, en que moría el ser entrañable en todos
los asuntos que comparten dos niños y
adolescentes
del mismo género y
que son hermanos ¿dónde se encontraba?,
¿qué hacía?, ¿cuál era su
situación y cómo orientaba su vida? En ese
período César Vallejo está culminando sus
estudios de Letras en la Universidad
Nacional de La Libertad, en
Trujillo y, además, se ha matriculado en el 1er 
año de Jurisprudencia
en esa misma casa de estudios.

Desde el año 1913 publica continuamente poemas en la
revista
Cultura Infantil, algunos de carácter pedagógico y otros de
índole sentimental, con algunos rasgos románticos
pero más ubicados en la corriente modernista. Ya en aquel
tiempo ha
establecido estrechos vínculos con un grupo de
intelectuales
que cultivan las letras, entre los cuales destacan Antenor
Orrego, quien es Jefe de Redacción del diario La Reforma, y
José Eulogio Garrido, quien ocupa idéntico cargo en
el diario La Industria, periódicos ambos editados
en Trujillo.

El año anterior, el 15 de setiembre de 1914,
Néstor de Paula Vallejo Mendoza, ha sustentado su tesis titulada
La delincuencia
de los menores
, a fin de obtener su Grado Académico
de Bachiller en Jurisprudencia en la misma universidad donde
estudia su hermano César, sustentación que fuera
calificada de sobresaliente, hecho que consolidó el
aprecio que se tenía en Santiago de Chuco por los dos
hermanos que estudiaban en la universidad
liberteña.

En 1915, además, César –que desde
años antes se desempeñaba como maestro en el Centro
Escolar 241 de Trujillo, conocido más familiarmente como
Centro Viejo– consigue ser nombrado profesor de
Educación
Primaria en el Colegio Nacional San Juan, por jubilación
de la docente Sofía Pfluker, pasando a hacerse cargo del
Primer Grado de ese nivel educativo en el citado plantel. Su
trabajo
intelectual fue arduo también en otro aspecto, cual es que
se abocó intensamente, desde los primeros meses de aquel
año, a la redacción de su tesis para obtener el
grado de Bachiller en Letras.

En estas circunstancias es que llega 'un
propio',
enviado desde su casa en Santiago de Chuco, con la
noticia terrible y demoledora para los dos hermanos acerca de
la muerte
inesperada de Miguel Ambrosio. Ni Néstor ni César
pudieron estar presentes en el entierro, pues las cabalgatas de
Trujillo a Santiago demoraban de cuatro a cinco días de
travesía y cuando recién se enteraban su hermano
Miguel ya estaba sepultado. Sin embargo, días más
tarde en la iglesia de
San
Agustín de la capital
departamental donde ellos dos residían, convocaron a
participar de una misa de honras fúnebres dedicadas al
hermano muerto, a la cual asistieron familiares,
coterráneos, conocidos de la familia,
así como la mayoría de compañeros de
estudios compañeros de estudios –algunos de ellos
destacados intelectuales– de Trujillo. 

Recuerdan sus amigos que, después de la muerte de su
hermano Miguel, César Vallejo se recluyó totalmente
y luego acentuó mucho más su deambular solitario y
su carácter taciturno; vistió de luto riguroso,
vestimenta que mantuvo por lo menos todo el tiempo que
permaneció en Trujillo, hasta el 27 de diciembre de 1917
en que él emprendió viaje a Lima. Juan Espejo
Asturrizaga anotando este detalle escribe que su presencia era de
"negro unánime, luto que llevaba por el fallecimiento
de su hermano Miguel".

Al siguiente mes de aquel aciago suceso, más
precisamente el 22 de septiembre, César sustentó su
tesis El romanticismo en
la poesía
castellana
, que obtuvo la calificación de 19,
"Cum láudes", motivando comentarios elogiosos en
los periódicos de aquella ciudad capital.

El día siguiente, 23 del mismo mes, desde un
balcón y ante el desfile escolar en marcha celebrando la
fiesta de la primavera, declama su poema titulado
"Primaveral" compuesto de 18 cuartetos de versos
endecasílabos, el mismo que se publicó
íntegro dos días después en el diario La
Reforma
, el 25 de septiembre de aquel año.

Terminados los compromisos académicos, tanto en
la universidad como en el Colegio Nacional San Juan, César
viaja a pasar la Navidad y el
Año Nuevo en Santiago de Chuco. La paz eglógica, la
calidez y la ternura familiar de aquella etapa debió estar
impregnada de un dolor lacerante por la desaparición de
Miguel, considerando que dicha muerte fue de un hondo impacto en
la familia,
porque: a), ocurrió en la casa paterna; puesto que a esa
edad Miguel todavía era soltero; b), no se había
apartado por ningún motivo del seno de su hogar matriz; c), su
presencia era muy grande y fuerte para todos sus seres queridos,
por la edad avanzada del padre y por ser hermanas mujeres
aquellas que lo antecedían; y, sobre todo, d), porque
moría sano y robusto en la flor de su edad, aparte de ser
de temperamento carismático, alegre y
expresivo.

Es seguro que la
primera versión del poema "A mi hermano Miguel"
fuera escrita en los primeros días de la llegada de
César Vallejo al seno del hogar, entre la Navidad y el
Año Nuevo de fines de 1915 o, a más tardar, en los
primeros días del año 1916 cuando llegó a su
pueblo natal donde la ausencia del hermano debió ser
desgarradora para él y todos los miembros de su familia,
pero muy especialmente para César por la cercanía y
el grado de confianza que existía entre ambos.

2. Primera
hermandad: Aguedita, Nativa, Miguel

  Ahora bien, y en primer lugar, el asunto que
inspira este poema coincide sustancialmente con el
espíritu y los significados contenidos en el poema
"Los heraldos negros" que da título general al
libro que lo incluye y donde se dice: "Hay golpes en la vida
tan fuertes… Yo no sé!"

En el "Yo no sé!" de Vallejo
están comprendidos precisamente esos golpes, como sin duda
fue para él la circunstancia de la muerte de Miguel
Ambrosio, que "Abren zanjas oscuras / en el rostro más
fiero y en el lomo más fuerte…"
, donde con esa sola
enunciación del "Yo no sé!", que son tres
palabras enfiladas como los maderos de una cruz, cuelgan
elementos tan oscuros como puede ser el absurdo, significados
mayores como los designios divinos, como también se
condensan allí inexplicables acontecimientos personales;
como igualmente el devenir incierto de todo un pueblo, raza,
generación y hasta de íntegros períodos de
la historia
humana.

Es tanto ese "Yo no sé!" que incluso
alcanza a definir al hombre o al
mundo; caben en él momentos o trances como la muerte de un
hermano y también etapas decisivas, críticas y
trascendentes de la humanidad. Es portentoso cómo en tres
palabras y sobre todo en el tono y el contexto que el poema
genera puede caber algo tan íntimo y particular, como
todas las incertidumbres y tinieblas. Pero también
¡compulsivamente avizorar esperanzas y una que otra certeza
y hasta redención que nos incumbe a todos!

El poema "A mi hermano Miguel" empieza con una
invocación: "Hermano", que suena limpia, pura y
directa; porque es un vocablo hondo, nativo, en estado franco
y original; desprovisto de todo ropaje, adorno y
sutileza; y más bien aparece íntegro y pleno. Este
"Hermano" es casi un doble, un gemelo y tan cercano que
constituye una soledad de dos, una soledad de todos juntos y
reunidos.

Pero hay otro poema de hogar muy cercano al que
comentamos, el III de Trilce, donde reina el
mismo espíritu y se recuerda nuevamente a Miguel, pero
rodeado allí de otra hermandad más simple pero a la
vez compleja y simbólica que suman, con Miguel, cuatro
entrañables hermanos: Aguedita, Nativa, Miguel y
César. Dice:

Las personas mayores
¿a
qué hora volverán?

Da las
seis el ciego Santiago,

y ya está
muy oscuro.

Madre dijo que no
demoraría.

Aguedita, Nativa, Miguel,

cuidado con ir por allí, por donde

acaban de pasar gangueando sus memorias

dobladoras penas,

Casi sin apartarnos nada del poema "A mi hermano
Miguel"
, en la densidad que
aquí se teje, aparece una hermandad bajo el conjuro del
número cuatro, que era además una cifra de un
simbolismo cabalístico para César Vallejo y toda la
cultura
andina. Recordemos que el imperio incaico era
Tahuan(cuatro)tinsuyo. Esta hermandad constituye su
escudo, su defensa y –por así decirlo– su
refugio, clan o grupo a quien advierte: no vayan a sucumbir, no
vayan a fallar, "No me vayan a haber dejado solo, / y el
único recluso sea yo".

Porque lo único que nos puede librar de la muerte
es la hermandad –para él y para nosotros–. Y
sus hermanos más cercanos en el afecto y en la intimidad
entrañable son Aguedita, Nativa y Miguel. Si ellos se
extravían, sI ellos se equivocan, o si ellos se tardan, si
los coge en sus redes el misterio o el
vacío, entonces me quedaré solo, en la oscuridad y
nadie me hallará.

Pudiera ser que parte de su orfandad y
frustración es cuando –aparte de sentir la
fragilidad y posterior desaparición de sus padres–
presiente que sus cuatro bastiones se derrumban. Aguedita, Nativa
y Miguel han quedado en la poesía como un grito y una
consigna, quizá también como una súplica y
un alarido. De allí que cuando Miguel muere y a Aguedita y
Natividad algo les pasa –por lo menos él no las
encuentra– le invade entonces la oscuridad definitiva y la
desolación como niño indefenso que lo fue
siempre.

Aguedita, Natividad, Miguel?

Llamo, busco al tanteo en la oscuridad…

Los cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones,
contándolo a él, son su milicia, su grupo de
combate, su baluarte de solidaridad. O,
por lo menos, su compañía en la oscuridad.
Defendían los cuatro flancos amenazantes como
vigías de cada torre que da a la noche tenebrosa de los
puntos cardinales. Tanto es así que él había
hecho su nomenclatura
familiar dividiendo a los doce hermanos que fueron, de cuatro en
cuatro: "los viejos", "los mayores" y "los pequeños",
tocándole a él cerrar lazos y defensas con
Aguedita, Nativa y Miguel.

Fueron estos últimos hermanos de la descendencia
Vallejo-Mendoza, los inseparables en los juegos en la
casa paterna, por los corredores, el zaguán, la cocina y
el patio, fletando y echando a navegar barquitos de papel en el
pozo de agua,
símbolo éste que vincula inmediatamente a la idea
de aventura y de destino. Por eso, cuando ellos se demoran, no
llegan, no aparecen, se hace tarde y llega la noche, se produce
entonces el miedo al vacío, viene la cerrazón, la
resquebrajadura y la brecha de la oscuridad que se abre
ensanchando sus fauces y cubriendo con su amenaza al mundo
entero.

Hay otro poema, el XXIII de Trilce
donde vuelven a aparecer los cuatro, ante la madre muerta, pero
esta vez como cuatro "mendigos" de amor:

Tahona estuosa de aquellos mis
bizcochos

pura yema infantil innumerable,
madre.

Oh tus cuatro gorgas,
asombrosamente

mal plañidas, madre:
tus mendigos.

Las dos hermanas
últimas, Miguel que ha muerto

y yo
arrastrado todavía

una trenza por
cada letra del abecedario.

En la sala de arriba nos
repartías

de mañana, de
tarde, de dual estiba,

aquellas ricas
hostias de tiempo, para

que ahora nos
sobrasen

cáscaras de relojes en
flexión de las 24

en punto
parados.

…..
Tal
la tierra
oirá en tu silenciar

cómo nos
van cobrando todos

el alquiler del mundo
donde nos dejas

y el valor de
aquel pan inacabable.

Y nos lo cobran,
cuando, siendo nosotros

pequeños
entonces, como tú verías,

no
se lo podíamos haber arrebatado

a
nadie; cuando tú nos lo diste,


¿di, mamá?

3. Lo
evidente y lo oculto en una casa

En el poema "A mi hermano Miguel" a
continuación del invocativo "Hermano", expresa:
"…hoy estoy en el poyo de la casa", frase en la cual
hay varios elementos que tienen un trasfondo enorme, el
más destacado el concepto de casa.
Y tanto es la casa, o el hogar, que en las líneas que
siguen se recorren incluso las habitaciones, el zaguán, el
patio, el corredor. Pero, dentro de la casa hay un sitio que es
el poyo, un lugar que es eje en los significados trascendentes
del poema, porque el poyo es el lugar donde se tienen los
recuerdos, los pensamientos, las contemplaciones y, sobre todo,
donde se espera, se sueña despierto y se unen el mundo de
afuera y el mundo de adentro.

Es con la muerte de Miguel, anterior a la
composición del poema "Los heraldos negros", que
César Vallejo empieza a reconocer que es en el propio
hogar donde se abre el vacío sin fondo, se cierne el hueco
negro, se cava y descubre el pozo de la fatalidad y la
irremediable condenación a deambular solos. Porque la
muerte no está lejos sino más bien dentro de las
habitaciones que eran aparentemente el seguro regazo y el
dominio
inalienable del amor, que de repente aparece asediado por la
muerte y la desgracia agazapada y escondida en los rincones en
donde los niños son sorprendidos y, algo peor, está
en el centro de su propio grupo de defensa que son los cuatro
hermanos rituales.

Porque ¿hay algo que pudiera ser oculto en una
casa? La respuesta es: ¡Nada! Todo en ella es conocido y
evidente, para todos los miembros que pertenecen a ella; porque,
lo oculto es lo ajeno, lo distante, lo que no es nuestro. O,
sino, lo ambiguo y anómalo; lo opuesto a casa que es amor
y cariño luminoso y transparente. Lo natural en ella es el
afecto sin sombras ni escondrijos. Lo oculto y distinto es el
reino de afuera, lleno de pavor, misterio y contrario a lo que es
el sentimiento de casa. Sin embargo, en estos poemas ella
está invadida por aquello que esencialmente la niega,
provisionalmente diremos que la muerte y el espandto.

Y es esto precisamente lo que él esta mirando
desde el poyo, contemplando y doliéndose tanto hasta el
punto de herirse y hacerse sangrar el alma. Es al
fondo de su casa donde siente que golpea más fuerte la
desdicha y la fatalidad; por ser quizás, y también,
el lugar más dulce y amoroso, en donde se da la gracia de
la ternura y la ilusoria salvaguarda y protección de la
nada, el abandono y la oscuridad. Es allí que siente que
todo ello no durará, donde zumba el adiós y la
partida, la nada y el no–ser, como acaba de hacerse
evidente con la muerte de Miguel, que simboliza el derrumbe de
una de sus cuatro torres de defensa dejando roto y desvencijado
su esquema de ¿cómo enfrentar entonces el mundo?,
expresando en el siguiente verso:

donde nos haces una falta sin
fondo!

Lo que aparece aquí, de plano, es la muerte,
definida o percibida como "una falta sin fondo". Pero,
¡qué manera de apreciarla, sentirla y captarla, con
una idea tan exacta y tenaz, porque eso es precisamente la
muerte: una falta y una tardanza inacabable y eterna!; una
ausencia sin final una falta sin fondo. Y fijémonos bien
que con quien habla es con la muerte, o con alguien muerto que es
lo mismo; con un ser querido que ahora es fantasma y sombra; con
algo que existe –porque duele y ese dolor es inmenso–
pero a la vez que ya jamás existe.

Lo extraño y raro es que habla con él,
hasta coloquialmente, porque ha sido y es un hermano, aunque
él en este caso solo sea ya eclipse y espectro. Esta
manera de ser es natural, y hasta corriente, en la mayoría
de seres humanos a quienes se les ha muerto un ser querido. Lo
genial es hacer evidente aquello que es claro y sencillo y que
por estar ahí, tan cerca, no se lo entiende. Y hacer de lo
atroz lo común y de lo común lo atroz, como lo hace
Vallejo.

Es la muerte la marca de nuestra
fatalidad, y la negación fiel y puntual del amor. Y
¡qué extraña creación en este contexto
es la vida afectiva! Basta que alguien llegue, que esté a
nuestro lado, que ocupe un lugar en nuestro corazón,
para que sea inolvidable. Porque si no hubiera estado en nuestra
experiencia –por designio o casualidad– no lo
extrañaríamos. Pero estuvo, surgió,
tocó nuestra vida que es una fibra muy honda, fina y
débil. Y por eso, sea o no nuestro hermano, ocupó
un espacio en nuestro corazón para que ya sea
irremplazable y constituya parte esencial del ser que nos
conforma. ¡He allí cómo se agrega y se
desgrana la vida, como se teje y desteje esta hilacha misteriosa
hecha de maravilla y asombro!

El hogar es, en el caso de César Vallejo, y de
todos, la estructura y
nomenclatura de los seres que lo integran ligados por el afecto y
el cariño. Y basta que uno de ellos llegue hasta su centro
y habite su seno para que un espacio inmenso se revele. Y cuando
esa persona se
ausenta para siempre, ya no está, entonces "una falta
sin fondo"
se impone y evidencia infinita. Porque una vida
hace una presencia ya para siempre inacabable, sea esa persona un
hermano, un amigo, una amada o un amado que cavan un hueco muy
hondo y un espacio muy vasto en el alma.

Miguel se ha ido. ¡Capricho el de los que se van y
se adelantan llevándonos la delantera!, dejándonos
en este valle de lágrimas, huérfanos y tristes, sin
tomar en cuenta que al irse hiere al que se queda. Quizá
ello era muy tangible en el ser de César Vallejo, de
allí esa actitud siempre de apartarse, alejarse y de
continua despedida con que se comportó de modo permanente.
Algo que refuerza esta anotación es lo que Ernesto More
precisa, que él siempre se sentaba en los últimos
lugares, en los sitios escondidos, oscuros y sombríos,
quizá porque allí sintonizaba con estos
cariños inolvidables y con aquellas "faltas sin
fondo". 

En el poema "La violencia de
las horas",
escrito una década después, en
donde resuenan con idéntica barbarie "los potros de
bárbaros atilas
" y "las caídas hondas de
los Cristos del alma",
Vallejo hace un recuento de personas
muertas e inolvidables en su recuerdo, todas ellas de Santiago de
Chuco, su pueblo. Pero, entre todas ellas establece un
triángulo emblemático, cuales son las muertes
signadas por una marca especial de pena, cuando en una de las
estrofas deja establecido:

Murió en mi revólver mi madre, en mi
puño mi hermana y mi hermano en mi víscera
sangrienta, los tres ligados por un género triste de
tristeza, en el mes de agosto de años
sucesivos.

4. La muerte,
el juego de las
escondidas y la madre

como una
gallina que cuida y guarda sus polluelos

Continúa en el verso siguiente del poema que
venimos comentando:

Me acuerdo que jugábamos esta
hora.

Por contraste, la muerte duele y espanta mucho
más aquí, porque se interpone en un juego de
niños. Y hasta quizá el juego de las escondidas
resulta ser la muerte misma. Porque, el acto ingenuo de
esconderse, es cumplir con el rito y el signo que nos está
trazando la muerte; lo que acentúa lo horrendo de esta
condición, porque: ¿en dónde podría
resultar más dramática, burlesca y patética
la muerte que en la ingenuidad y pureza de un juego de
niños? ¿En qué momento podría hincar
más atrozmente sus cuchillos que en el acto de abrazarse
dos hermanos?

Me acuerdo…,

Dice; evocando y haciendo nostalgia de lo vivido, con lo
que traza un arco que tiende la memoria
desde el pasado hasta el tiempo presente, cuando expresa:
"hoy estoy", momento en el cual se recrea el juego
infantil pero ya como un rito grave y dramático de
adultos. Y como tal, trágico. Como si los adultos al
replicar un juego rindiéramos tributo a toda una
dimensión cruel y hasta macabra de la existencia,
transplantando el plano de lo concreto y
real al plano de lo fantasmagórico.

Es en las voces de los niños donde se siente que
se cierne más totalmente el peligro, por ser voces
desprevenidas y candorosas. Más aún en el juego de
las escondidas donde cae siempre la noche con sus sombras
silentes, donde se siente más la amenaza del adiós
y la partida porque a esas horas se divide el mundo en claridad y
penumbra, ámbito donde retumba más el bullicio
inocente. En ningún otro momento podría darse un
golpe más feroz.

Y es que en Vallejo existía un don que se
agregaba a su naturaleza
amplia y abismal, el don que hizo que conservara siempre su
niño propio. Y no sólo eso, sino que supo hablar
desde el niño y dirigirse hacia el niño de al lado
y de al frente. ¡Tanto que su testamento final es a los
niños del mundo! Los tuvo presentes siempre, y él
actuó con su alma y su ser de infante, como cuando
dice:

    …si la
madre

España cae –digo, es un
decir–

salid, niños del mundo;
id a buscarla…!

Otro detalle es: qué muriendo Miguel a los 26
años y teniendo César 23, escribe el poema "A
mi hermano Miguel" 
situándolo en una edad
infantil, donde él es un niño añorante y
dolido, ¿Por qué es así? La respuesta es
ésta: porque así se lo plantea y dicta la ternura,
la de evocar al hermano niño, y que es donde adquiere
más significación el simbolismo del juego de las
escondidas, porque en ese mundo ideal y de amor, que
"tú nos los diste: 'di mamá'"; es una
ofrenda de amor sublime, porque nos lo ha dado un ser que es toda
ternura: la madre, es donde más salvaje puede ser el golpe
del destino. Al final se cierne el pesar, el martirio y todo se
torna dolor, donde surge natural la queja: "Tú nos lo
diste, –
mamá– pero otros nos lo
cobran".

En el juego de las escondidas se oculta el secreto de la
muerte en su estado más penoso, entresijado y
críptico; porque de la anécdota de ocultarse de
engaños se pasa al esconderse de a verdad y para siempre.
De allí que produzca estremecimiento cada evocación
de este texto porque
en él, de lo ingenuo, se pasa a la impresión del
horror; donde el juego mismo encierra lo fatal, cuando todo es,
aparentemente voces en calma y hasta de aparente alegría,
pero en el fondo campea y domina el silencio y donde al buscar
refugio nos encontramos con la guadaña que cercena y el
cuchillo que corta y arrebata. Y continúa el
poema:

   …y que
mamá

nos acariciaba: "Pero,
hijos…".

En primer lugar, debemos reconocer aquí la
presencia de la madre mítica y significativa en cuanto
ella es origen y sentido profundo del amor, y que los acaricia
diciéndoles: "Pero, hijos…" Esta
expresión es tan amplia y misteriosa como el "Yo no
sé!"
de "Los heraldos negros". Porque,
¿qué es? ¿Queja, reproche, llanto?
Sí, es eso, una voz que viene desde muy adentro, que
abarca desde muy lejos; surge desde la sabiduría, que todo
lo ve y reconoce. Es una voz protectora, que observa todos los
alcances de los juegos y sus significados.

Pero dentro del inmenso cariño, dentro del amor
infinito y multánime hay un silencio, pasos sigilosos;
mudez llena de culpa. El "Pero, hijos…" de la madre es
todo cariño y piedad, expresión de la condolencia y
la protección de quien está sobre todas las cosas,
ante quien somos niños que, sin duda, se equivocan, caen,
pelean, pero a quien vamos con un ruego porque es la madre y
hasta nos atreveríamos a decir, la divinidad. Por algo
esta parte tiene el tono de súplica y de extrema
afectividad… Pero, cuando más protección haya,
por antítesis, se siente más la
inminencia del peligro y del abandono. Cuando se siente
más intensamente el alimento es cuando más se teme
el día en que aquello nos falte, se acabe y cunda el
hambre.

"Pero, hijos…"

Nada más dice. No explica: hijos no se hagan
daño,
no se hagan llorar, no sean traviesos, no rompan las cosas. Nada
de eso. Se plasma el lenguaje
connotativo llevado a su máxima potencia. Porque
es solo un "Pero, hijos…" que a la vez es todo, porque
lo que importa aquí es la presencia de la madre protectora
y sabia, que mira el antes, el hoy y el después;
depositaria del saber popular que abriga y cobija; el eje en el
cual se apoyan y alrededor del cual juegan los
niños.

mamá / nos acariciaba…

He allí por qué una madre se hace grande:
porque protege como una gallina cuida y guarda a sus polluelos,
con amor, cubriéndolos con las alas hasta el infinito.
Pero, pese a esa protección y al amor de la madre y de los
hijos, se asesta indefectible e implacable el hacha de la
desgracia y de la destrucción.

5. La fatalidad
del desencuentro

Sin embargo, en la segunda estrofa del poema es donde se
sitúa la idea central de "A mi hermano Miguel",
que trata, más que de la muerte misma, de otra realidad
peor: del desencuentro:

Ahora yo me escondo,
como
antes, todas estas oraciones

vespertinas, y
espero que tú no des conmigo.

Cuando modula aquello de "Ahora yo me escondo",
está diciendo: tomo la iniciativa de ocultarme tanto de
ti, como tú de mí –pese a que yo estoy en la
superficie de lo visible–, que tú no darás
conmigo. ¿No hay aquí, acaso, una
determinación de lo que la vida le ha de deparar
posteriormente a Vallejo, haciéndola honda, grande y
profunda?, como si ya presintiera, adivinara o proyectara lo que
le ocurriría como un destino de vuelo
inalcanzable.

Aquí, repetimos, es cuando el poema trata de algo
peor que la muerte: del desencuentro, del no hallarse nunca
nuestros destinos; de aquella determinación de que, pese a
estar signados y hechos el uno para el otro, nunca podremos
alcanzarnos ni coincidir en el tiempo ni en el espacio. Y esto es
más doloroso y frustrante que la misma muerte, porque es
la fatalidad en lo más esencial de la vida: la
devastación de la hermandad y el fracaso total del
verdadero amor. No nos encontramos y si lo hacemos es tarde,
cuando todo está perdido. Ese es el trasfondo que hay en
el juego de las escondidas, cuando éste se lo atraviesa de
la sensación, de la intuición y de la visión
espeluznante del desencuentro.

Ahora yo me escondo… y… tú no das
conmigo,

Esto es: voy más al fondo de mi pena, de mi dolor
y mi herida, tanto que no podrás hallarme. Entraré
más que tú a ese misterio y aquello ignoto, caigo
tanto que tú no sabrás de mí. Me voy al
fondo. Soy yo quien, estando en vida, seré capaz de ir mas
allá de dónde tú te has ido; y tú
serás quien me busque y no has de encontrarme pese a que
eres espíritu y lo traspasas todo con tu muerte. ¿Y
qué hizo Vallejo con su vida sino ir hacia ese secreto,
avanzar hasta ese refugio que es habitar la incógnita que
para siempre se ha convertido? Y se aventuró tanto por
escondrijos que será Miguel y nosotros mismos quienes lo
busquemos tratando de encontrarlo a tientas y a
oscuras.

Tiene este pasaje la queja del resentido por amor,
cuando el ser querido falta a una cita y ello nos duele mucho.
¿Y qué actitud se adopta? Hacernos inubicables. La
tragedia de esta vida y la búsqueda inútil es
anhelarnos tanto sin poder
hallarnos con quien es nuestro exacto complemento, de unirnos con
quien nos estaba asignada; de coincidir las almas gemelas,
hayamos o no nacido juntos, estemos o no hermanados; incluso
partiendo desde puntos distantes y siendo el uno para el otro
debiéramos encontrarnos. Lo atroz es que, pese a
buscarnos, nos crucemos sin decirnos nada.

Porque las esferas en las cuales moramos son distintas y
no nos reconocemos al pasar cerca. Vamos de largo sin vernos. Es
el juego de las escondidas llevado a su grado metafísico,
planteamiento en el cual toda búsqueda es vana,
extravío donde reside la dimensión trágica
del destino humano: el no estar con quien deberíamos
estar; en un punto que no es nuestro lugar, faltando al mismo
tiempo, y sin saberlo, a la cita fundamental en donde el alma
gemela nos busca y espera inútilmente.

Lo penoso –como ocurre en este caso– es
pasar invisibles en un lugar íntimo, como puede ser al
interior de un hogar donde buscarnos en el sitio donde el hermano
debería estar, como es el poyo de la casa, lugar a plena
luz del sol, y
allí él o ella no está, no nos encontramos.
Y ésta es la marca de nuestra desventura. Ya no es el
desencuentro en el espacio y en el tiempo entreverados,
disímiles y dispersos, sino la marca fatal de lo que es
nuestra esencia y nuestro destino de hombres arrojados a un
descomunal e ineluctable desencuentro, habita en la
casa.

Este hecho, esencial y tremendo, se da al mismo tiempo
en otra dimensión más estrecha e íntima cual
es el juego, y en el poyo de la casa, que convoca el mundo de
adentro y el mundo de afuera, en donde es vana la espera del
hermano:

después te ocultas tú y yo no doy
contigo.

El desencuentro es la contrapartida, el divorcio de
que está hecho y trenzado el mundo. Éramos los que
teníamos que coincidir, los únicos predestinados
por la suerte y los hados y sin embargo mira dónde
estamos, solos y en lugares y tiempos distantes y desvencijados y
¿con quienes?. El sitio donde me esperas está
vacío y es imposible que llegue en el instante en el que
tú me aguardas, porque estoy aquí donde tú
debieras estar. Es el desengaño total y la negación
plena del amor. Así se torna roto el mundo, deshecho y
vuelto pedazos. Pero, ¿puede significar menos la muerte de
un hermano, un padre o de un hijo?

Pero esto va más allá: puede ser que
tú estés aquí, incluso frente a mí, o
a mi costado, pero es imposible que nos encontremos, porque
estamos en mundos diferentes. Y es atroz pensar que, pese a
reconocernos hermanos, hijos, padres o esposos y pese a que
estemos en este momento juntos no podamos hacer coincidir ni atar
nuestros destinos, porque aquello es imposible, por cualquier
cosa, pequeña o grande, con o sin significado. Porque es
así, ese es el signo y ese es el juego al cual hemos sido
empujados.

O quizá ocurra de este otro modo: nos hemos
avistado por breve instante, pero es una unión imposible
porque somos sombras que deambulan en dos planos distintos. De
allí que, sabiéndolo todo, "mamá / nos
acariciaba: "Pero hijos…".
Y eso, que en todo está
la madre, la eterna protectora, que siempre permanece al lado de
quienes son sus hijos, aunque ellos se hagan llorar, quizá
más por el espanto de no encontrarse y del no coincidir.
Aún así, con la madre y todo se da aquello de
perdernos para siempre.

Me acuerdo que nos hacíamos
llorar,

hermano, en aquel
juego.

Se hacían llorar por la desesperación de
no hallarse. Por el miedo de perderse ante este misterio
irrevocable, del tú y del yo; del sentimiento de ser
gemelos –el uno para el otro– y sentir el
desencuentro; llanto de la desolación, del que al final se
levanta y se va para siempre y del otro que se queda en el poyo
insalvable. Más adelante César Vallejo lo
dirá de otro modo:

– dos aguas encontradas que jamás han
de istmarse

– dos días que no
se juntan, que no se alcanzan
jamás,

– dos puertas
abriéndose, cerrándose.

6. La hora en que
doblan las campanas

Después expresa:

Ahora yo me escondo,
como
antes, todas estas oraciones

vespertinas, y
espero que tú no des conmigo.

Como se comprueba, la hora en que se desenvuelve el
poema es el atardecer, el momento de la oración y del
ángelus, cuando el día muere y doblan las campanas.
La hora de las despedidas, del responso y del adiós. Es un
poema de la tarde y del tiempo fenecido, de nostalgias o
añoranzas, pero también del tiempo futuro cuando
dice: "y espero que tú no des conmigo", donde es
más hondo el juego de las escondidas en la medida en que
el otro se ha ubicado en un lugar ignoto que es imposible hallar
porque ese lugar es el futuro, salvo que esperemos pero toda
espera es desencuentro. Porque el juego de las escondidas es la
destreza de la imaginación para hacerse sombra o
espíritu, trepar o subir a un altillo, a una escalera, a
un terrado mudando de lugar, en donde hasta el futuro tiene el
signo de una pérdida.

 Hay una evidente superposición de tiempos
que forma parte del esquema desarticulado del mundo y la vida;
donde están contenidos el pasado, el presente y el futuro
pero en el pavor de perder el sentido del destino humano en
cuanto morada de amor y de afecto. La muerte de Miguel ha
ocurrido hace meses, sin embargo el presente reúne a los
dos hermanos y el futuro se ofrece pero tampoco en él, ni
tú, ni yo daremos por encontrarnos. "Ahora yo me
escondo"
, es retrotraer al presente, pero: "tú no
darás conmigo"
, es la superposición del
futuro.

Miguel, tú te escondiste

una noche de agosto, al alborear
pero,
en vez de ocultarte riendo, estabas triste.

"Una noche… al alborear" señala una
agonía con la frente puesta hacia el futuro, que es el
amanecer: un tránsito que es una noche oscura del alma que
no tiene salida; una expiación y un doloroso calvario
hacia la nada.

Pero en vez de estar riendo estabas
triste.

¿Qué más fraternidad se desprende y
desgarra que cuando se ve a un hermano triste? Pero lo que
más significación tiene aquí es la
transgresión del juego; o sea, el espanto y
escalofrío que produce quien al jugar ¡en vez de
estar alegre está triste! Al mismo tiempo,
¡qué dolorosa ternura hay en esta expresión!,
en esta antinomia, que pese a su simplicidad, señala toda
la densidad del hecho que se evoca, en la alucinación de
verlo en vez de alegre triste, lo cual es una
contraposición absoluta del juego, deviniendo el
desencuentro metafísico al plano del atentado cotidiano
donde se da el juego.

De allí que éste sea un poema estremecedor
por la pena inmensa que suscita el evocar al hermano que juega,
pero triste; con lo que se quiere simbolizar, ya no sólo
que somos inocentes frente a la muerte, que asedia y nos coge
cuando más indefensos estamos, sino que cuando blande su
guadaña, toca su flauta de hueso y nos coge y empina de
los pies en el aire hacia la
fosa, el alma no se entrega indemne y el sentimiento de hermandad
lo siente, lo sufre y se aflige. Para luego anotar:

Y tu gemelo corazón de esas
tardes

extintas se ha aburrido de no
encontrarte

Somos 'corazones gemelos', porque nos amamos,
sólo que en el juego de la vida –que es el de las
escondidas– no nos hemos de poder encontrar; pese a que nos
acaricia a ambos mamá, pese a que nos hacemos llorar.
¡Y es esa rara fascinación de encantarnos tanto en
el ser amado lo que nos hará llorar por siempre! Es
mirarnos y extrañarnos en el fondo de uno y otro, al doble
diferente, a nuestro espejo en el amor. Como
lo plantea el poema, espejo hacia la ausencia y la pena; donde no
cabe imaginar nada más polar y desgarradoramente
dialéctico y opuesto al amor que el desencuentro. Por eso
se llora, ante la mamá, y ella nos dice una frase precaria
y a la vez absoluta dentro de esta orfandad: "Pero,
hijos…".

En la historia real uno de ellos está muerto y el
otro sentado en el poyo de la casa. El hermano muerto es sombra a
quien se le invierte el cuadrante de no poder encontrar al que lo
busca. ¿Qué mejor planteamiento instintivo para la
defensa que jugar a esconderse de esta pena en otra pena
más inmensa? En la pena del mundo. Dice, sentado en el
poyo, en el tiempo presente: por hacerme llorar de no encontrarte
yo me escondo y eres tú el que ha de llorar por no dar
conmigo:

y ya
cae sombra en el
alma;

Esta sombra en el alma después del desencuentro
es otra vez la muerte; u otros misterios que se suman, otros
enigmas de otros mundos pero que están en éste,
porque además de tú y yo que somos dos, que se aman
y se anhelan, hay sombras en otros planos en el imperio
omnímodo de la esfinge. Para finalmente
expresar:

Oye hermano, no tardes
en
salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.

Este "Puede inquietarse mamá" es decirle
a la muerte: oye, no seas así,  hay un ser que puede
enojarse, que puede encontrarte allí donde tú te
has escondido, cual es, mamá. Y ella nos castigaría
por esta pena que nos causamos. Esta expresión suena a
esperanza, a última instancia y refugio, a una tabla de
salvación en este desventurado naufragio en que se
convierte la vida.

Hay un último recurso, hay alguien a quien
recurrir y es la madre, que es como decir, en el juego más
abrupto: voy a decirle a mamá. Y eso es lo hermoso, aunque
desde fuera sepamos que esta ingenuidad es aún peor por
ser aún más dolorosa. Ese "Puede inquietarse
mamá"
es más desgarrador, porque la madre es
también mortal y a nadie como a ella le ronda más
la muerte, por ser la dadora de vida. Pero esa es la nota
conmovedora de la verdadera infancia,
aferrarnos a una esperanza.

En este punto hay que considerar todo el inmenso dolor
que puede haber causado la muerte de un hermano, que tiene 26
años de edad, con toda una historia henchida de
expresiones, anécdotas y aventuras; que ya ha colgado su
cuerda de oro dentro del
hogar. La gravedad de la vida es por un lado la felicidad, la
placidez, la ignorancia de lo terrible y horrenda que puede ser
la realidad, en el "no tardes" y, en el trasfondo, el
hecho tremendo y a la vez simple, de la muerte cotidiana sobre el
telón oscuro y tenebroso de aquello que no da respuestas a
ninguna pregunta: la eternidad.

7.
Poesía de la gran historia cotidiana

En otro plano, el título del poema "A mi
hermano Miguel"
es directo, franco y natural, donde no hay
composición ni rebuscamiento literario. Ni un solo grumo
de artificialidad artística. Es un nombre fluido, exacto y
preciso, como cabe serlo ante un hecho tan doloroso, que nos
compromete como seres humanos, cual es la muerte. Dice: "A mi
hermano Miguel"
, y no hay más. Pero eso sí, es
un título comprometido, personal y
afectuoso al poner el nombre propio de la persona, con el
posesivo mi, tan entrañable, adelante.

A nivel de lenguaje el
poema todo es sencillo, no predominan los adjetivos sino los
verbos y sustantivos que es lo mismo a decir la acción
y el sentimiento; porque el turbión del río corre
por dentro. No hay una sola palabra de bisutería, que
pretenda adornar, ni mucho menos una sola que represente un lujo
verbal. Pero bajo su aparente cotidianeidad hay un mundo abismal,
roto y fracturado, donde toda la expresión es sincera y en
función
de la pena. No hay nada que no sea común y corriente, con
lo cual se logra una fuerza
expresiva intensa y tremenda.

Hay en él austeridad de vocablos, como cabe al
tomar pie y pararse frente a la muerte, donde sólo se
puede ser sobrios y lacónicos. Pero más frente a lo
que hemos descrito como el centro y esencia del poema, como es el
desencuentro donde se busca y no se halla al ser amado, cuando
esperamos encontrar al ser que anhelamos y él nunca
aparece, ni tampoco llega jamás una explicación de
su torturante ausencia. El título en su simplicidad es
más bien una antítesis: "A mi hermano
Miguel"
como si, pese a este desencuentro doloroso, de todos
modos le acercáramos una ofrenda, como si
convirtiéramos lo amargo e inevitable en un ramo de
flores.

Este es un poema paralelo a aquel otro titulado
"Aldeana", que motivó el bautismo que le diera, a
César Vallejo, el esteta y filósofo Antenor Orrego
al expresar que con esta pieza literaria se inauguraba una
poesía auténticamente nuestra y que con él
aparecía en el horizonte una luz y una voz inédita
para toda la América
hispánica. Y es cierto, hay en ambos poemas la misma
música, el
coloquialismo y el aire propio de lo que es nuestra identidad.

Poesía de antara y quena, de armonía
profunda entre sonido y sentido
y tanto es así que parece éste ser un poema del
libro Trilce, simple y descarnado; donde se siente a un
Vallejo asomado sobre abismos, estremecido y temblando, con el
alma herida y el corazón transido. Poesía del yo al
tú; oral, conversacional, monologal; como si se tratara de
una carta personal e
íntima que atravesara mundos, por lo menos éste de
la vida acoplada con el inframundo de la muerte, hablando con
alguien muy nuestro, de persona a persona y en una
dimensión trascendente.

Poema quieto, de espacio cerrado; de
contemplación triste, pero sin quejumbre, de memoria
acongojada por lo vivido, embargado por una inmensa pena: "ya
cae sombra en el alma"
, candoroso al punto de existir al
final incluso una receta de bien vivir, una especie de
complicidad, un rasgo de absoluta e inmensa ternura, al decir:
"No tardes", sabiendo que todo es irreparable, que
está muerto. Este candor es silencioso llanto, y
fuerte.

Inspira siempre a Vallejo grandes cariños y
pasiones límites.
La suya, sin embargo, es una poesía personal, del hombre
no como entelequia sino como ser humanos de carne y hueso y cosas
concretas, como la muerte que es objetiva, el hambre, la justicia y el
adiós que fueron en su vida hechos ineludibles. Él
eleva estos elementos cotidianos, a una dimensión
asombrosa y deriva de ellos categorías universales para el
entendimiento.

Inspiraron sus poemas los hermanos, los padres, su
sobrina Otilia, su cuñado Lucas, los vecinos del burgo,
los arrieros, los mineros, los voluntarios que defendieron la
causa del hombre en una contienda bélica, el músico
Méndez, las mujeres que amasan y hornean el pan, el ciego
campanero; seres a los cuales recuerda, quiere y rezarse de la
muerte definitiva, porque, ¿quién no tiene un ser
querido que se va? Pero, son raros o pocos los poetas que los
inmortalizan, porque en general se distancia y hasta separa la
escritura de
la experiencia, hecho que en Vallejo no sucede puesto que parte
de lo común y corriente y hacia allí otra vez
llega.

De allí que su poesía resulte
profundamente familiar, debido a que fueron las circunstancias
históricas aquellas que él recogió a fin de
encontrarle su sentido a través de la poesía, la
misma que es su biografía cotidiana.
Escribe lo que cree, siente o padece. Sus minutos, sus horas y
sus días es parte de un Evangelio, donde cada uno de sus
pasos tienen un significado trascendente, predeterminado y
profético. Y hasta su blasfemia ante Dios parece partir de
la encarnación de un Cristo que vuelve a asumir su
tragedia humana, con igual entereza, pero sin ampararse en la
gracia divina ni sentir que le uniera el lazo íntimo de
ser hijo de un Dios padre amoroso.

Partes: 1, 2, 3, 4
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