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La búsqueda del hermano en César Vallejo (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4

De allí que se sienta al leerlo estar muy por
encima de la literatura como oficio, que
ésta queda por debajo de lo que él significa.
Incluso, midiéndola con aquella consagrada y de éxito,
otro es su valor que rebalsa lo meramente literario. Llega mucho
más al fondo o más lejos que el mero arte. Valiente,
además, para no medrar, para no comercializar con su
genio. Honesto para no departir ni conciliar con la mezquindad
del mercado, para no
ser un escribidor a sueldo que trabaja según el beneficio
que le pueda aportar lo que el negocio editorial asegura como
rentable y exitoso. Él es un poeta de valor heroico por su
renuncia a las comodidades; deviene en un ser de inmenso poder
moral para
éste mundo y para cualquier otro.

8. La evolución de un poeta

Con relación al poema "A mi hermano
Miguel"
es importante ver también la evolución
de César Vallejo como creador, en vínculo a otro
poema inspirado por el mismo acontecimiento. Aunque en principio
se trate del mismo poema reescrito hasta por lo menos dos
años después, resulta a la postre tan diferente que
se convierte en otro completamente distinto al primero, que
había ido publicando en diarios y revistas de Trujillo
entre 1915 y 1917.

El poema al cual estamos aludiendo se titula "A mi
hermano muerto"
y fue publicado en la revista Cultura
Infantil
(Trujillo, N° 33, agosto de 1917) texto escrito
en los primeros meses del año 1916 en Santiago de Chuco,
de cierto en la casa paterna –como lo expresa en un
verso– donde el recuerdo de Miguel era reciente y, en
consecuencia, inmensamente doloroso e inconsolable.

A MI HERMANO MUERTO

¡Contemplo desde el muro que el tiempo cruel
tortura,

los últimos rubíes
del sol que muere ya;

y el bronce de la
iglesia comprende mi amargura

en la
quejumbre humana que el firmamento da!

¡En la enlutada casa paterna aún
perdura

un mundo de memorias de
ti, que has muerto… ¡Ay!

Aún
en mi alma tiembla la luz de tu ternura


como una golondrina que viene y que se
va…

¡En la lejana aldea se eleva el
cementerio,

por donde se robara la mano del
Misterio,

cual nítida custodia, tu
dulce corazón!

¡Advierto a nuestra madre! Y al entonar mi
ruego

la Tierra que
en el Cielo da golpes de esquilón,


¡Dios llora un sol de sangre, como un
abuelo ciego…!

Es este un bello soneto, perfecto en forma y fondo, en
donde todos los versos son sentidos, plenos de imágenes,
de música y colorido magistrales, pero escrito bajo los
moldes de una estética y de una tradición en uso,
en efervescencia y consagrada por el canon oficial de aquella
época.

De allí a la versión definitiva hay un
salto inmenso, un impulso audaz al vacío y un cambio
supremo. Por eso, César Vallejo, además de la voz
universal que ha alcanzado a ser, en su poesía podemos
acercarnos a ver con meridiana claridad el magisterio de lo que
es hacerse grande sobre la base de ponerlo en riesgo todo; de
lanzarse hacia la tierra incógnita, incluso de la
expresión, como puede demostrar la comparación de
los dos poemas expuestos. El primero magistral, seguro y firme
para su tiempo sobre la base de una estética reconocida y
aceptada. El segundo, absolutamente situado en otra orilla,
habiendo atravesado ya los torrentes indomables de lo ignoto,
recién creado y desconocido.

Con César Vallejo vemos la progresión de
una estética desde el estado del
dominio pleno de las formas literarias, para pasar a una
expresión libre, congénita y de realización
total y plena en la perspectiva de lo nunca visto, de lo
jamás oído, ni
siquiera presentido o imaginado. Se libera desde una
situación de cautiverio de formas consabidas y deudora de
toda una corriente de moda –mucho
más difíciles de deshacerse de ellas cuando se ha
alcanzado su pleno ejercicio como lo demuestra el poema
reproducido y que deja de lado– para afrontar e inaugurar
lo inédito, original y sorprendente.

El poema "A mi hermano Miguel", en algunos
aspectos es una reescritura que se superpone, y reemplaza al
poema anterior, donde se constata que hay algunos elementos
comunes como el muro (en el poema final es el poyo de la casa). A
su vez, son los mismos: el dolor, la ternura, la hora vespertina,
la madre. Sin embargo, se han suprimido varios otros elementos,
cuales son: el crepúsculo del sol ("rubíes de
la tarde"
), las campanas, la iglesia, las golondrinas, la
loma lejana, el cementerio, la mano del Misterio, todos ellos
–como se puede comprobar– más bien referencias
del mundo exterior. Pero, algo muy importante y revelador de la
búsqueda estética en la cual él se ha
comprometido es el cambio del impersonal del título "A
mi hermano muerto"
para llegar al personalísimo:
"A mi hermano Miguel" que, como decíamos
anteriormente, tiene el atributo de ser un poema donde predomina
el fondo sobre la forma.

Hay, al mismo tiempo, otro poema de ese mismo
período, escrito en las vacaciones de enero, febrero y
marzo del año 1916 en Santiago de Chuco, apenas seis meses
después de la muerte de Miguel Ambrosio, que inicialmente
se publicó con el título de
"Despedida"  y después se recoge en Los
heraldos negros
con el título de "Sauce" que
tiene la sombra y la melodía de los poemas en donde se
evoca a Miguel, haciendo una yuxtaposición de la muerte
del hermano con la propia muerte, a la par que expresa la
despedida del propio Vallejo de su pueblo y de su
hogar:

          
SAUCE

Lirismo de invierno, rumor de
crespones

cuando ya se acerca la pronta
partida;

agoreras voces de tristes
canciones

que en la tarde rezan una
despedida.

Visión del entierro de mis
ilusiones

en la propia tumba de mortal
herida

Caridad verónica de ignotas
regiones

donde a precio de
éter se pierde la vida.

Cerca de la aurora partiré
llorando;

y mientras mis años se
vayan curvando,

curvará
guadañas mi ruta veloz.

Y ante fríos óleos de luna
muriente,

con timbres de aceros en tierra
indolente,

cavarán los perros, aullando,
un adiós!

 
9. La búsqueda del
hermano

y el encuentro con
Dios

Resumiendo, encontramos en el poema "A mi hermano
Miguel"
los siguientes ejes básicos: el hermano, la
casa como lugar donde ocurre la muerte, la ausencia y la falta
del ser amado, el misterio de la muerte, el desencuentro de los
destinos, la piedad conmovedora pero que no alcanza a resarcir la
fatalidad de la suerte, el juego de los niños como
inocencia que hace más implacable el designio de morir, la
condición de ser hijos sin culpa en un mundo culpable, un
tiempo que entrecruza varios planos en los cuales deambulamos sin
encontrarnos, una condición del espacio que pasa de la luz
a la sombra y viceversa, un hacernos llorar por el espanto del
desencuentro, el poder de las palabras para significar todo, el
oír nuestras voces que se buscan, el candor y la
ingenuidad que abren las puertas a la esperanza.

Pero la noción, la doctrina y la ideología predominantes es la del
hermano, de lo que es ser hermanos, que es finalmente el
eje que atraviesa todo el poema, que avanza desde el principio
hasta el final no solo en este texto sino que queremos decir en
lo que es el evangelio de la vida y obra de César Vallejo
hasta desembocar en España aparta de mí este
cáliz
, donde el hermano ausente es el hermano
presente ya en lucha ardorosa por alcanzar el bien y conquistar
la dignidad y la
felicidad del hombre sobre la faz de la tierra.

Miguel es el hermano; pero hermanos son también
sus compañeros del Grupo Norte de Trujillo
–así los llamaba él en sus cartas–,
hermano es Alfonso de Silva, el músico a quien le dedica
aquel hermoso poema que es el canto más hondo a la
amistad y que
empieza diciendo: "Alfonso estás mirándome lo
veo…"
, y hermanos son los milicianos la gesta heroica de
la Guerra Civil
Española que él consagra en España,
aparta de mí este cáliz.

"A mi hermano Miguel" no es un poema suelto en
un libro, sino que esa búsqueda se prolonga hasta el final
de su destino, en los campos de batalla de la España
legendaria. ¿De batallas? ¡No, de pasiones! Busca al
hermano con amor pleno y desesperación suma en las filas
de los voluntarios que marchan a morir para hacer que hasta el
cielo sea un hombrecito. Es el hermano que se escondió una
noche de agosto al alborear pero que en
"España…" se lo encuentra, se lo abraza y hasta
resucita con el amor unánime de todos. Donde, incluso,
el  concepto hermano reemplaza desde antes y
después al concepto Dios, creando un nuevo Padre Nuestro
en el "Himno a los voluntarios de la República",
cuando expresa:

¡Obrero, salvador, redentor
nuestro,

perdónanos, hermano,
nuestras deudas!

Se humaniza a Dios desclavándole de su pedestal y
de su trono impertérrito, si cabe el término, para
transformarlo de padre en hermano, con quien compartimos la
responsabilidad del mundo, somos cómplices
de errores, de juegos, de amores; hermano que sufre sin poder
evitar –o sólo así evitando– la muerte
y el sufrimiento de uno y de otro; como en realidad se ve,
constata, muestra,
enseña y prueba que así es la propia vida. Y por
eso Dios –como hermano que sufre– merece entonces
nuestra adhesión y nuestra fe, siempre que sea un Dios que
padece, que se conmueve y se abraza, legítimamente y con
sinceridad plena a nosotros sus hermanos.

Ese Dios sí es supremo, sí merece que le
amemos; es la humanidad plena en buena cuenta; es uno mismo
asumiendo sus responsabilidades y compromisos en el
vínculo y relación íntegra de hermanos. Por
eso Vallejo se erige como el poeta de la fraternidad universal,
del amor por aclamación, de la unión indisoluble de
la vida y de la muerte para redimir a ambas, incluyendo al mismo
Dios entre la masa que sufre:

Siento a Dios que camina
tan
en mí, con la tarde y con el mar

Con
él nos vamos juntos. Anochece

Con
él anochecemos. Orfandad….

Pero yo siento a Dios. Y hasta
parece

que él me dicta no sé
qué buen color.

Como un hospitalario,
es bueno y triste;

mustia un dulce
desdén de enamorado:

debe dolerle
mucho el corazón.

Oh, Dios mío, recién a ti me
llego,

hoy que amo tanto en esta tarde;
hoy

que en la falsa balanza de unos
senos,

mido y lloro una frágil
Creación.

Y tú, cuál llorarás…
tú, enamorado

de tanto enorme seno
girador…

Yo te consagro Dios, porque amas
tanto;

por que jamás sonríes:
porque siempre

debe dolerte mucho el
corazón.

 

Danilo Sánchez Lihón

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