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¿Debo ir a un psiquiatra, a un psicólogo o a un psicoanalista?


Partes: 1, 2

    1. El
      Psiquiatra
    2. El
      Psicólogo
    3. El
      Psicoanalista

    La mayoría de nuestros pacientes son personas que
    padecen un intenso malestar. Para llegar a la consulta han tenido
    que atravesar muchos obstáculos. El primero de ellos:
    coger el toro por las astas, enfrentarse a su malestar y
    superar los prejuicios propios, porque muchas veces se piensa que
    consultar por una dificultad psicológica es manifestarse
    como enfermo, cuando no es más que reconocer el
    propio sufrimiento y no resignarse a él.

    Probablemente también ha tenido que superar
    prejuicios de otros, familiares y amigos, motivados por las
    mejores intenciones, sin reparar en que muchas veces las mejores
    intenciones conducen a un infierno personal, y
    revestidos con los ropajes de una pretendida sabiduría
    popular: "que cada palo soporte su vela". ¿Y cuándo
    uno no puede soportarla?, ¿o sólo puede hacerlo a
    costa de una oprimente sensación de
    infelicidad?

    Y si se decide a expresar su malestar al médico
    de familia, lo
    más probable es que éste, abrumado por una administración que le exige que
    también se ocupe de los trastornos psicológicos
    leves y, a la vez, le otorga 5’ de atención por paciente (tiempo a todas
    vistas insuficiente para una simple revisión, ya no
    digamos para estimular a que el paciente exprese su malestar) lo
    despacha con unas píldoras.

    Si logra superar estos sucesivos obstáculos, es
    probable que acabe en la ya de por sí sobresaturada
    consulta de un psiquiatra (señal de que el malestar se
    extiende en nuestra sociedad). Se
    siente mal y espera del psiquiatra un remedio para su
    mal.

    El
    Psiquiatra

    El psiquiatra es un médico y, excepto que haya
    adquirido otra formación, psicoanalítica o
    psicoterapéutica, que no se imparte en su carrera,
    tenderá a ver el malestar psíquico como cualquier
    otro de los trastornos de los que se ocupa la medicina: un
    conjunto de síntomas de causa presumiblemente
    orgánica que requieren un diagnóstico y una
    medicación.

    Para realizar el diagnóstico comparará los
    síntomas que percibe con las categorías
    diagnósticas provistas por los manuales buscando
    la que mejor se aproxime. Esto nos obliga a hacer un alto: los
    manuales diagnósticos CIE (de la
    Organización Mundial de la Salud) y DSM (de la
    Asociación de Psiquiatras Americanos, es decir: norte
    americanos) fueron creados con la finalidad de homologar
    criterios diagnósticos con fines estadísticos. En
    su curioso devenir han terminado por transformarse en recetas
    diagnósticas de forzosa aplicación. Sus
    fórmulas han sido ampliamente difundidas, y no sólo
    en medios
    profesionales.

    Hoy en día es habitual que los pacientes no
    consulten por su malestar, sino que demanden por un tratamiento
    para un diagnóstico que ya ha sido previamente formulado
    por un docente, un amigo o ellos mismos, recurriendo a las
    descripciones abundantes en Internet. No es que
    esté mal que estén informados, es que están
    informados ¿de qué?

    Buscan el mejor tratamiento para un diagnóstico,
    no para sí mismos, personas individuales e irrepetibles.
    Renuncian a su existencia personal subsumiéndola a un
    cuadro diagnóstico construido artificialmente con fines
    estadísticos.

    No deja de sorprendernos la facilidad creciente con que
    muchos seres humanos abdican de ser personas para reducirse a
    sí mismos: soy un Trastorno de Personalidad,
    soy un Trastorno del Humor, o incluso una sigla:
    soy un TOC, un TLP, un TDAH.

     

    Partes: 1, 2

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