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¿Debo ir a un psiquiatra, a un psicólogo o a un psicoanalista? (página 2)



Partes: 1, 2

 

El psiquiatra, armado con su saber médico, indaga
en los síntomas que expone el paciente, realiza ciertas
preguntas protocolizadas para profundizar en su
indagación, compara los resultados obtenidos con los
síndromes descriptos en los manuales, y
establece su juicio: se trata de un TOC, un TLP, un
TDAH.

Y, en virtud del diagnóstico así establecido y su
propia experiencia, indica la medicación que cree
más adecuada.

Hace así su trabajo, lo
que se espera de él, y nadie le demanda otra
cosa. Los decires del paciente que no aportan información útil, es decir,
que caen fuera del protocolo
previsto, son eliminados porque no aportan nada a su
saber.

En muchas ocasiones la medicación prescripta (o
las correcciones sucesivas que se realizan) atenúan los
síntomas. En muchas ocasiones, pero no en
todas.

Muchos pacientes se prestan a este juego que los
libra de toda responsabilidad individual, de la muchas veces
atormentadora sensación de ser un sujeto individual
sufriente, y los reduce a ser una enfermedad que los trastorna
desde fuera. Pero no siempre. En muchas otras ocasiones el sujeto
no se conforma: la medicación no le resulta eficaz, o no
tanto como esperaba, insiste en hablar de un malestar no
protocolizable, su angustia no cede.

Esto no puede sorprendernos: hay medicaciones muy
buenas, muy eficaces, pero no dejan de ser píldoras con
efectos limitados, no pociones mágicas. Puede entonces que
el psiquiatra, enfrentado a una demanda insistente que excede sus
saberes, opte por la derivación a un psicólogo
(esto en el caso de que el centro o clínica disponga de
suficientes psicólogos, sabida es su escasez en la
Seguridad
Social, por lo que suelen limitarse a los casos más
graves). Puede también que sea el mismo paciente
quien recurra a un psicólogo, porque ¿quién
puede establecer la gravedad del sufrimiento o el grado de
insatisfacción de los casos menos
graves?

En otros casos, el paciente mismo dirige de entrada su
demanda a un psicólogo, ya sea por el prejuicio que
asocia psiquiatría con enfermedad mental grave o porque no
va en busca de una píldora que alivie su malestar sino de
una persona que lo
escuche, oriente y aconseje, desde un saber
profesional.

El
Psicólogo

Psicólogo o psicóloga sólo indica
que el profesional en cuestión se haya en posesión
del título de Licenciado en Psicología que
otorgan las universidades, pero nada nos dice sobre las
corrientes, escuelas, concepciones psicológicas y
orientaciones psicoterapéuticas que ese profesional ha
elegido, y que son muy numerosas.

Lo más probable es que su orientación sea
conductista, cognitivista o cognitivo – conductual, dado
que éstas son las corrientes dominantes en nuestras
facultades, con exclusión de casi toda otra
alternativa.

Si el psicólogo que el azar le ha deparado es de
orientación predominantemente conductista (o
comportamentalista, según una denominación
más reciente) intentará, con los recursos que le
son propios, modificar las conductas o comportamientos que
considera perjudiciales mediante el reforzamiento positivo o
negativo de los estímulos (para que se entienda: premios y
castigos) y otras técnicas
afines.

Si el psicólogo es predominantemente cognitivo o
cognitivista, intentará corregir los conocimientos
erróneos del paciente, remplazarlos por otros más
adecuados y reestablecer canales eficaces de comunicación.

En cualquiera de los dos casos (lo más probable
es que se presenten combinados en lo que ha dado en llamarse
psicoterapia
cognitivo – conductual o cognitivo –
comportamentalista) partirá del diagnóstico
realizado por el psiquiatra o realizará un
diagnóstico fundado en los mismos manuales. Y
aplicará una terapia adecuada al diagnóstico, con
un protocolo, frecuencia y duración predeterminadas. El
psicólogo no prescribe fármacos (no está
capacitado para hacerlo), prescribe cogniciones y
conductas.

¿Es necesario aclarar que el protocolo ha sido
elaborado en función
del diagnóstico, que se supone adecuado al
diagnóstico, e igualmente eficaz para todas las personas
que comparten ese diagnóstico, independientemente de sus
diferencias individuales?

En resumen: psiquiatras y psicólogos, en su
mayoría (forzosamente existen muchas excepciones, como en
toda generalización), administran una terapia
farmacológica o psicoterapéutica a un
diagnóstico, no a una persona. No deja de ser llamativo
que en una época que se pretende individualista, las
diferencias individuales se consideren secundarias, lo
predominante es la norma. Se parte del supuesto de que podemos
agrupar a todas las personas en función de la similitud de
sus síntomas, y que todas ellas responderán en
forma más o menos homogénea a un mismo
tratamiento.

La misma personalidad
del paciente es fragmentada, para su mejor comprensión y
cuantificación, en diversas funciones:
inteligencia,
memoria,
emotividad…, como si estas funciones fueran independientes
unas de otras. La persona se disuelve así en funciones
alteradas y conservadas, partes sanas y enfermas.

Puede que el paciente se vea confortado por la atención que recibe, puede que le resulten
útiles los consejos recibidos, las nuevas ideas y pautas
de conducta. Pero
puede que no. Que no le resulte suficiente, o que se resista a
seguir estos buenos consejos, a incorporar pensamientos y
conductas que no le son propios sino sugeridos por otro,
conformes a otro. Puede que no esté satisfecho con el
tratamiento o que de entrada haya buscado otra alternativa a las
que el sistema de
seguridad social
le ofrece.


El
Psicoanalista

Vamos a comenzar por el psicoanálisis por varias
razones:

1 – Por ser una disciplina
fundadora que ha dado lugar a la mayor parte de las psicoterapias
actuales.

2 – Por tener una larga trayectoria y una teoría
muy desarrollada, al punto de tener un impacto sobre nuestra
cultura y sus
manifestaciones (filosofía, literatura, cine)
desconocida por sus "competidores", incluidas la
psiquiatría y la psicología
clínica.

3 – Por ser muchas veces alternativa de primera
elección, sobre todo en ciertos países (Francia,
Estados
Unidos, Argentina)

4 – Por ser, paradójicamente, una de las
disciplinas más atacadas y menos conocidas.

Por estas razones, quizás nos insuma algo
más de espacio que los apartados anteriores.

Para empezar a hablar de psicoanálisis, ya sea a
favor o en contra, hay que comenzar por desechar algunos
prejuicios:

1 – Pesa hoy sobre el psicoanálisis el ser
considerado por muchas personas una disciplina antigua, es decir,
pasada de moda. En un mundo occidental que produce y
consume nuevas psicoterapias a velocidad de
vértigo, muchas de ellas de efímera existencia,
esta relativa antigüedad implica que si ha subsistido es
porque muchas personas han encontrado beneficios en el
psicoanálisis a lo largo del tiempo,
resultados clínicos incontestables, por lo que
podríamos considerar esta extensa trayectoria más
como una virtud que como un defecto.

2 – Suele confundirse al psicoanálisis con
sus atributos externos, ampliamente difundidos por el cine y la
literatura: el diván, el analista silencioso, la larga
duración del tratamiento. Pero el psicoanálisis
puede prescindir tanto del diván como del silencio, y su
duración sólo es necesariamente larga en algunos
casos, especialmente en aquellas personas que aspiran a ser
psicoanalistas. También existen otros tratamientos que los
analistas llaman de efectos terapéuticos rápidos,
psicoanálisis aplicado o focalizado, psicoanálisis
breve, psicoterapia breve de orientación
psicoanalítica, según las diversas escuelas y
corrientes.

Entonces, ¿qué es lo que diferencia al
psicoanálisis de las restantes psicoterapias:

1 – El psicoanálisis, desde su
fundación por Freud, pretende
barrer con las rígidas fronteras entre salud y enfermedad. Para
él nadie es absolutamente sano ni totalmente enfermo, de
lo que se desprenden algunas consecuencias:

a – Para llegar a ser psicoanalista hay que
practicar previamente el psicoanálisis en condición
de analizante (es decir: paciente), exigencia que no existe en
ninguna otra alternativa terapéutica.

b – La relación no se establece entre un
terapeuta sano y un paciente enfermo, sino entre dos sujetos
humanos, uno de los cuales se haya en posesión de un saber
del que puede beneficiarse el otro.

c – El método es
el mismo para el paciente sano y el enfermo y,
por lo tanto, para cualquier patología.

d – Este método se funda en dos reglas
básicas:

– El paciente se compromete a decir todo lo que le pase
por la cabeza

– El analista a escuchar atentamente el decir del
paciente, incluyendo narraciones de sueños y ocurrencias
aparentemente absurdas, y devolverle sus palabras bajo una nueva
luz. A la vez,
garantiza que la experiencia analítica tiene sentido, por
su propia experiencia y la de sus otros pacientes.

2 – "Desembaracémonos del hombre medio,
que no existe. Existen los individuos, eso es todo. Cuando oigo
hablar del hombre de la calle, de encuestas de
opinión, de fenómenos de masas y cosas de ese tipo,
pienso en todos los pacientes que he visto pasar por el
diván en cuarenta años de escucha. Ninguno se
parece a otro ni tiene las mismas fobias, las mismas angustias,
la misma manera de relatar, el mismo miedo a no comprender.
El hombre
medio, ¿qué es eso? ¿Yo, vosotros, mi
portero, el Presidente de Gobierno"

Esta frase de Lacan, uno de los popes del
psicoanálisis, manifiesta claramente la apuesta por el
individuo que
lo caracteriza. En una época que casi todo el mundo dice
individualista, los individuos son agrupados por la
psiquiatría en dos grandes grupos: sanos y
enfermos. Y los enfermos son a su vez subdivididos en
múltiples síndromes. Muchos pacientes se presentan
diciendo de sí mismos: soy un TLP, o un TDA-H, como si ese
dato resumiera su individualidad. Estos diagnósticos
pueden ser de utilidad para el
psiquiatra, porque lo orientarán en su elección de
medicación.

Esto no quiere decir que el psicoanalista no realice
diagnósticos según su propia nosología, sino
que su tratamiento se fundamentará en interrogar al
paciente sobre las causas de su propio sufrimiento, no sobre un
diagnóstico ni sobre un protocolo.

3 – Por lo tanto, una de las singularidades del
tratamiento
psicoanalítico y, en general, psicodinámico,
será la ausencia de protocolo, es decir, de pasos
prefijados.

4 – Estas singularidades hacen que el
psicoanálisis haya sido casi siempre (excepto escasas
excepciones) extraoficial. Esta extraterritorialidad del
psicoanálisis respecto de las políticas
oficiales estatales en materia de
salud mental le
confiere ciertas particularidades:

a – No se enseña en las universidades (con
algunas excepciones en Francia, Argentina y Estados Unidos). Esto
da origen a buena parte de las críticas de que es objeto
por parte de otros profesionales de la salud mental: no han
leído en su formación textos psicoanalíticos
y sí abundantes textos críticos (como reconoce el
filósofo Gabilondo, rector de la Universidad
Autónoma de Madrid y
simpatizante del psicoanálisis). Suele ser, por lo tanto,
una crítica
fundada en el desconocimiento. Esto no quiere decir que no puedan
haber críticas fundadas, sino que la mayor parte de ellas
son realizadas por gente que desconoce la disciplina que
critica.

b – La formación psicoanalítica es
extraoficial e independiente de la formación
universitaria, aunque más exigente que ella, puesto que
incluye, y en lugar privilegiado, el psicoanálisis de los
aspirantes a ejercer como analistas, aun cuando tengan
formación y titulación universitaria (hecho que
dificulta su integración en la enseñanza académica), y una
formación teórica mucho más extensa que la
de las psicoterapias.

Por todo esto, el psicoanálisis exige, por un
lado, un mayor compromiso e implicación por parte del
paciente y, por otro, algo que lo aleja de cualquier otra
alternativa psicoterapéutica: el objetivo no se
somete a un protocolo y su finalidad depende de lo que el
analizante (paciente) quiera cambiar en sí mismo y en su
vida, por lo que la duración del tratamiento depende
también de su deseo.

 

Marina Averbach

Luis Teszkiewicz

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