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Ideal y utopía escolar: la Escuela Moderna




Enviado por Sergio Hinojosa


Partes: 1, 2

    Descansemos en el significante, evoquemos:
    Platón…, Tomás Moro…,
    Campanella…, Vasco de Quiroga…, Fourier…, Marx

    Desde la Ciudad-Estado a la
    Isla de Utopía, desde la Ciudad del Sol a los
    Falansterios, desde la sociedad
    comunista de Marx a las utopías negativas tipo Huxley,
    todas tienen algo en común: todas responden a la angustia
    con la creación de una ficción y formulan una queja
    sobre la realidad. El peso de la ficción oscila, en un
    más o un menos, entre la libertad y el
    orden, entre la satisfacción de la demanda y la
    exigencia del nuevo orden que haga de freno al exceso de goce. La
    queja sobre la experiencia del tiempo real
    está orientada por la idea de justicia
    matizada por la historia. En este sentido,
    Freud
    entendía la justicia como concepto
    negativo. En la justicia, no se trata de una distribución igualitaria, sino de que el
    otro, "los demás", no tengan lo que a mí me falta.
    Se trata de una vigilancia sobre el goce del otro, en definitiva
    de un intento de control sobre el
    exceso mal repartido.

    Así lo escribe Jacques Allen Miller en La
    naturaleza de
    los semblantes: "Sabemos que quejarse es uno de los rasgos
    más constantes de la especie humana, pero
    ¿habría queja si no hubiera semblante del padre? Se
    imagina, pues, que en alguna parte este goce es indebidamente
    acumulado. Y no faltan que apoyen esta idea, puesto que la
    sociedad está organizada para dar consistencia al
    semblante del padre."

    El lugar en donde se acumula el goce aparece ficcionado,
    revestido como semblante del padre. En el caso que nos va a
    ocupar, son los ricos, los poderosos, los que hacen semblante de
    tener ese objeto de goce tan particular que se desliza de
    aquí para allá, para nunca encontrar una
    localización fija.

    Nos centraremos en una utopía de principios del
    siglo XX, en una utopía que condensa todas las
    aspiraciones sociales y políticas
    en la
    educación, en la transmisión de saber. Se trata
    de la Escuela Moderna,
    fundada por Ferrer i Guardia.

    La ironía hizo que esta escuela, fundada por un
    enemigo acérrimo de la Iglesia,
    abriera sus puertas el 18 de octubre de 1901, en el local de un
    antiguo convento de la calle Bailén de Barcelona, antes
    dedicado a Escuela Asilo. La historia de esta nueva escuela
    duró apenas cinco años, pero sus "aportaciones" las
    recogerán sus seguidores, entre los que cabe contar al
    célebre Celestí Freinet.

    En el acta de sesiones del pleno de 12 de septiembre de
    1989, del Ayuntamiento de Barcelona, se lee:

    "Actuelment, els seguidors de la Escuela Moderna de
    Freinet i amb ella, potser sense sabe massa, seguidors de la
    línea ideológica de Ferrer i Guàrdia, tenen
    un lloc gelosament defini guardat, en la renovació
    pedagógica vigent en el día a día de
    diverses escoles, així com el la Pedagogía de l’Alliberament de
    Paulo Freire,
    parent ideológicament de la pedagogía
    llibertària." La misma tradición libertaria, que
    aquí se refleja, reconoce en Piaget –cual
    si fuese máxima autoridad de
    la pedagogía científica– la "confirmación"
    del método y
    los procedimientos
    ferrerianos.
    Parece claro, que la educación es el
    núcleo de toda utopía, pues siempre se ha querido
    ver en ella el instrumento para cambiar la faz del mundo. Sin
    embargo, en el caso que nos ocupa, la educación se
    constituye casi en el objeto exclusivo -tamizado por le discurso de
    la
    ciencia-.
    Desde el corazón de
    las utopías se ha querido siempre trazar una línea
    ascendente partiendo del escrutinio del dolor hasta alcanzar el
    recuento de las satisfacciones posibles. Desde el síntoma
    al ideal. Y para tal fin se ha ideado el instrumento o
    vehículo que haga posible ese ascenso. Este
    vehículo es la enseñanza colocada como ideal. De todos
    modos, hay que tener en cuenta, que una cosa son los ideales, las
    aspiraciones altruistas a ser mejores y tener mejores relaciones,
    y otra muy distinta el Ideal del Yo. Este último es un
    punto de vista del sujeto, un sostén de su mirada que,
    además, está implicado en el acto.

     

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