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Los Rosacruces – Sabiduría Occidental (página 3)




Enviado por Antonio Justel



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CUESTIONES DE
CONOCIMIENTO
URGENTE

Aclaración previa

Decimos "urgente", sobre todo, porque para la construcción inteligente y eficiente tanto
de la vida de cada individuo como
de las mismas sociedades
civiles, y en consecuencia para la evolución equilibrada del mundo, se
requiere tener conocimiento acerca de lo que ocurre en esa otra
realidad oculta que, por otro lado, es la realidad en que se
desenvuelven las causas, la que tiene lugar tras el velo de lo
"real", es decir, en el lado invisible en que se desarrolla la
vida sintiente, a nuestro alcance ordinario.
Alberga, pues, una gran importancia saber que por el mero hecho
de que acaezca la muerte de
una persona,
ésta no sólo no desaparece ni ha de cambiar por
ello de temperamento, ni tampoco sus fobias o empatías,
sino que, una vez apartada del cuerpo denso, se encontrará
ahora más libre, más viva, y mentalmente con mayor
claridad para definir y concretar sus ideas.
Así, por ejemplo, si una persona profesase odio profundo
hacia otra y falleciese, el grado de odio con que partió
volverá a renacer con ella en su nueva encarnación
y hacia la misma persona, salvo la influencia que en conciencia haya
podido causar tal vez su paso por el Purgatorio. De aquí
que convenga y sea sumamente instructivo comprender esta realidad
subyacente, a fin de que podamos prever, conectar e hilvanar
debidamente en cada momento, ya hechos colectivos de naturaleza
histórica en sí (recordemos el historicismo de
Dilthey) ya meramente personales, aunque, tal vez por ello,
más difíciles de aquilatar en éstos respecto
al desarrollo y
concordancia diarios de la casuística.
Por lo mismo debemos insistir en que, al igual que la marcha del
sol sobre la Tierra tiene
lugar virtualmente para nosotros en dirección Este-Oeste, del mismo modo ocurre
no sólo con la ola espiritual y su consiguiente de
naturaleza económica, sino que también, y en
general, los sucesivos renacimientos de los seres humanos se
producen aproximadamente cada 1.077 años siguiendo, en
general, similar orientación.

Acerca del suicidio y la
eutanasia

Ante el hecho de un suicidio cualquiera, pensar que
dicho acto entraña o requiere de un gran valor, es algo
comúnmente muy admitido, por lo que con harta frecuencia
el suicida es trasladado así, desde aquel anatema
religioso y tradicional, por el que desde un punto de vista
amplio su comportamiento
era rechazado sin más, a otro muy diferente hoy en el que,
por el contrario, parecería verse al suicida en
posesión de "un porqué suficiente de naturaleza
civil" y, desde luego, superior a aquella otra e implícita
condena primera de procedencia sin duda clerical.
De lo que se sabe y es aceptado por el vulgo con cierta
naturalidad acerca del suicidio – bien porque los suicidas suelen
dejar escritos al efecto, bien porque se conozcan previamente y
de forma oral motivos que pudieran hacer o interesar respecto al
hecho en sí – es que el suicida, en cualquier caso, ha
debido disponer de valor suficiente para poner fin a su propia
vida. Es verdad que existen muchos y muy diversos análisis y estudios acerca de ello en los
que no se echa desde luego en olvido la posibilidad de que el
suicida pudiera encontrase en pleno trastorno mental, o bajo
algún tipo de ansiedad incontenible y con fortísima
perturbación emocional, etc, etc, es decir, es decir,
atenazado por un estado tal que
probablemente pudiéramos señalarlo como de gran
confusión y desorden del ser. Sin más.
De cualquier manera, y planteando el suceso sin remilgos para la
platea y en toda su crudeza, hemos de decir que por lo
común, el suicidio deviene porque en la vida del suicida,
de ordinario, se dan una o varias circunstancias
simultáneas que le producen y dañan tanto, tal es
la frustración o sufrimiento que le provoca la
situación, que, en el grado que en que se diere el
discernimiento que tuviere, prefiere optar en todo caso por la
línea de menor resistencia a fin
de eludir el agobio a que su alma se
encuentra sometida. Por tanto, con el suicidio, el individuo
suicida cree lograr evadirse, apartarse, desechar de sí
aquel tormento, aquella zozobra que tiene consigo y que no le
hace imposible vivir dentro de la normalidad o paz anheladas.
Poco le importará seguramente que ello pueda resultar
justo o injusto a la luz de sus
propios actos, porque el dolor o sufrimiento constituyen en ese
momento el elemento principal y absolutamente decisorio de su
actitud.
Digamos también que, en el suicida, previamente al hecho
en sí, y en buena parte de casos, la salida a semejante
encrucijada, aun si existiera, no es vista por él, pues
todo suele presentársele internamente mediante una
amalgama o borrón mental-emocional cuya carga, por otro
lado, probablemente estime injusta y desde luego insoportable.
Por ello acaba con su vida en este mundo en la creencia, la mayor
parte de las veces, de que se liberará de semejante e
injusto rigor. Sólo debe tener valor.
Otro caso no muy raro en la actualidad, y que no pocos grupos tratan de
imbuir a sus respectivas sociedades, enseñoreándose
a sí mismos de la cualidad del progresismo, consiste en
manifestar que, en determinadas condiciones físicas o
mentales "la vida no merece ser vivida", poniendo por ende sobre
la mesa el vidrioso, confuso y espinoso tema de la eutanasia..
Fijémonos bien, porque tal frase encierra un grado de
totalitarismo y hedonismo tan alto, que no sólo cierra el
paso a cualquier calificación subjetiva del individuo
afectado en cuanto que atenta a su derecho a vivir una vida no
llena de goce o placer, sino otra, si bien coherente con su modo
de comprender o de creer acerca de la divinidad o del mundo. En
todo caso, bien podría conducir a una disposición
arbitraria y totalitaria sobre la vida de los ancianos y
desvalidos, tal cual tuvo ya lugar, desgraciadamente, en nuestra
cruel y reciente historia.
Sin embargo, y advertidos ya de algún mal latente, desde
el punto de vista oculto las cosas se presentan de forma muy
diferente, y, ello, por lo que sigue:

En la Región del Pensamiento
Concreto,
todos y cada uno de nosotros disponemos de un arquetipo, el cual
ha sido conformado previamente a renacer por nosotros mismos
ayudados por las Jerarquías Creadoras; el arquetipo
consiste en un "espacio vacío" que mantiene un movimiento
vibratorio y sonante cuya virtualidad consiste en atraer materia
física
hacia él, haciendo al mismo tiempo que los
átomos del cuerpo físico vibren en consonancia con
un diminuto átomo
– el átomo simiente – que se encuentra situado
muy cerca del ápice, en el corazón.
Es en el arquetipo – el cual insistimos que se encuentra en la
Región del Pensamiento Concreto, es decir, en el Segundo
Cielo – donde radica la virtualidad y duración prevista y
definida de la vida de cada cual. Al ocurrir el término
normal de la misma, corresponde a que el arquetipo ha dejado de
vibrar, se detiene, se para por así decirlo, y no hay
ninguna otra consecuencia. Pero no es el caso para el suicida,
puesto que su arquetipo va a seguir vibrando ininterrumpidamente
hasta que hubiese tenido término normal la vida terrestre
que de éñ depende. Más o menos, al arquetipo
podríamos compararlo a un sónar que enviase
ondas
electromagnéticas constantemente sin encontrar objeto
sobre que chocar ni por tanto provocar retorno alguno. Peor
aún, pues habiéndose llevado el suicida consigo el
átomo del cuerpo denso, al no disponer de él y
continuar vibrando el arquetipo sin posibilidad para aglutinar
materia densa, aquél, el Ego del suicida siente una
sensación como de hambre y sed permanentes y a la vez de
vaciedad, puesto que las ondas vibratorias arquetípicas
persisten resonando sin encontrar la percusión requerida
con la consiguiente reunión de material físico que
el átomo simiente reclama y reclama, pero que no puede
colmar. El suicida, por tanto, sufre lo indecible porque el
cuerpo denso ya no amortigua dolor alguno, y debe permanecer en
este estado hasta que el tiempo normal programado en su arquetipo
termine y cese éste en la vibración que
debía mantenerle vivo durante toda su
encarnación.
Vemos, pues, que bajo la Ley de Causa y
Efecto, eludir las clases de la vida produce un dolor ineludible
e indirimible, además de constatar de que nada de cuanto
hagamos infringiendo las normas ha de
quedar impune.
Abundando aún más en aquello que rodea al suicida
en los mundos invisibles, podemos añadir sin duda algunas
consideraciones más. Así – y sobre todo por lo que
hace a los suicidas en etapa de juventud
– y dado que se ha roto el cordón de plata antes del
tiempo previsto, los vehículos superiores (cuerpo de
deseos y cuerpo mental) no pueden ascender a sus respectivos
mundos, motivo por el que rondará incesantemente por los
lugares en que a diario vivía, deseará tal vez
comer y beber aquello que solía sin poder
lograrlo, de ahí aquella hambre proverbial que
anteriormente señalábamos. En forma similar, tanto
los efluvios del cuerpo muerto como los éteres inferiores
tenderán a adherirse a los vehículos superiores,
los que con tal adherencia se convertirán en
extremadamente sensuales, con posibilidad de enfangarse de tal
modo que bien pudiera resultar prácticamente
difícil de explicar. En el otro extremo, si el Ego del
suicida hubiese sido y fuese de modales exquisitos, el medio ambiente
en el que va a encontrarse contrastará brutalmente con sus
hábitos, dado que tendrá que habérselas con
un ambiente de
sensualidad y bestialismo. Hay quien ha comparado el dolor del
suicida al de un dolor intensísimo de muelas, casi
crujiente, pero con la particularidad de que el suicida lo
sentirá extendido por todo su ser en lugar de hallarlo
cobijado exclusivamente en su parte dental.
De aquí que, amén de cuanto hemos indicado ya, en
la próxima encarnación el suicida sentirá un
terrible miedo a morir; a tanto puede llegar en algunos de ellos,
que en cuanto les acontece la muerte, y sin
aceptar que no deben seguir viviendo, en ese momento no les
importa obsesionar a la persona más cercana si ello fuese
posible, e incluso penetrar en el cuerpo de algún animal
que encontrasen a mano, por lo que deberán padecer por
tanto los correspondientes rigores que la vida de dicho animal
pudiera implicar en la realidad y ello así hasta que
también le advenga la muerte.
Existen dos métodos
para ayudar al suicida: Uno tiene lugar en la noche, durante el
sueño, hablándole y diciéndole directamente
al afectado la verdad, que ha cometido un error y que lo
más aconsejable es que sufra con paciencia semejante
estado – procurando no agravarlo – hasta que al
arquetipo cese de vibrar en su debido tiempo. El segundo, o
primero, según los casos, consiste en la oración en
y por sí misma, pues la oración, al hacer de
guía, puede conseguir que el estado
mental del suicida cambie y de este modo logre progresar
espiritualmente y adquirir mejor ánimo y la consiguiente
paciencia.
En definitiva, debemos tener en cuenta que el suicida no
sólo intenta romper y rompe las reglas de juego
establecidas en la vida y para la vida sin que por ello logre
escapar al dolor y sufrimiento, sino que además, si nos
detuviéramos a analizar las cosas, tal vez
conviniéramos en que el mayor valor que en multitud de
ocasiones se requiere es aquel con que se hace frente a los
crudos avatares de la vida, sean cuales fueren. Porque la menor
resistencia es, pues, la pretensión o intento de huida, lo
que el suicidio realmente es, aparte de que, en algún otro
momento de alguna otra encarnación posterior, ha de
encontrarse de nuevo con situaciones semejantes – o aún
más difíciles – de las que, con el suicidio, con
anterioridad ha pretendido huir.
Y ya, y por consecuencias comunes o concurrentes con las del
suicidio, es por lo que desde el punto de vista oculto tampoco
podemos recomendar la eutanasia pura y dura o sin más, es
decir, aquella muerte que se dicta como consecuencia de un acto
volitivo, propio o extraño, en cualquier momento en el
decurso de una vida.
Lo que las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental
sostienen al respecto es que, en estado constatadamente terminal,
es verdaderamente desalmado y provocador administrar a un enfermo
agonizante fármacos o someterlo a instrumentos que lo que
realmente consiguen no es otra cosa que forzar a los
vehículos superiores del paciente – ciertamente en aquella
fase – a una y otra vez regresar y entrar en su cuerpo
denso, del mismo modo a como si se produjese un alud con el
consiguiente y descomunal choque, hecho que conlleva por tanto
inevitable dolor y sufrimiento. Porque en modo alguno hay tortura
o dolor al pasar al más allá en el trance de la
muerte; por el contrario, lo que en verdad tortura y produce
serios inconvenientes anímicos al ser que se encuentra en
tal estado es – cual queda observado – obligarle a volver al
cuerpo para continuar en un estado cierto de sinsabor y
sufrimiento. En estos casos la "muerte digna" deberá
consistir en "un no hacer que equivalga a que el proceso de
desenlace aquí en la Tierra y su
paso al otro lado tenga lugar sin provocar sufrimiento y angustia
innecesarios", pues terrenalmente todo está acabado, ya no
habrá lugar a nuevas experiencias de vida que aportar al
crecimiento del alma. Los cuidados paliativos, en cuanto en
sí entrañen de ayuda y confortación del
moribundo, deberán prestarse siempre, pero siempre con y
dentro de aquel límite racional, humano y amoroso. En
estos días, la sentencia del juez Mark Hedley sobre la
niña Charlotte Wyatt parece estar en consonancia con lo
que acabamos de sostener.
De aquí que, en función de
lo advertido, la deducción sea fácil por
demás. La frase tan a menudo pronunciada por miembros que
pertenecen a grupos
sociales que persiguen incluso de buena fe la
liberación del dolor y el sufrimiento de las personas, –
dado que también oímos que "una vida así no
es digna de ser vivida", en clara referencia a existencia
definidas o existencias en distintos grados de dificultad –
si no se acota debidamente, excede con mucho las consideraciones
que más arriba acabamos de exponer. Porque es
absolutamente cierto que "lo que sembramos es lo que recogemos",
y esta justicia
retributiva es exacta, imperecedera y, por tanto inexorable, bien
en esta o en cualquier otra vida posterior. Ello es
expresión y consecuencia de las dos grandes y
complementarias leyes que rigen
el Universo:
Ley de Causa y ley de Consecuencia. Sin ellas, combinadas entre
sí, no habría lecciones que aprender ni progreso
alguno que realizar. De aquí que, si tomásemos, por
ejemplo, el supuesto de que "liberásemos" o
"ayudásemos a liberarse" a algún anciano o
inválido de cuerpo por medio de la muerte,
deberíamos tener presente que el ahora "liberado" de forma
abrupta, en su próximo renacimiento y de
forma inequívoca volverá a encontrarse con el mismo
inconveniente y presumiblemente agravado – pues habrá
intentado huir de la lección que le imponía
aprender sobre una anterior siembra por medio de la
correspondiente y personal cosecha
-, y que, asimismo, el cooperante necesario, obvio es decirlo,
sembrará también una deuda personal de destino al
interferir en un proceso estable y sin acceso inminente a la
muerte, proceso que, por otro lado, tienen bien delimitado y
perfectísimamente controlado para cada uno de nosotros los
Ángeles
Archiveros o Señores del Destino. Ellos dan a todos y a
cada uno lo que en cada momento es requerido para nuestro
adelanto.
La resultante respecto a la Eutanasia es que, mientras no
conozcamos y contemplemos con realismo
espiritual las correspondientes necesidades del hombre, es
probable que se cometan de forma alevosa atropellos sin cuento. Aunque
más debido a la ignorancia de la verdad que a otra cosa,
el egoísmo y el placer desatado en las sociedades civiles
desde hace trescientos años no deben condicionar en
ningún caso, sin embargo, un rasero tan ramplón y
exiguo de lo que el hombre en
sí es. Por tanto, las frases tan manidas por
traídas y llevadas tales como "una vida así no es
digna de ser vivida", y "por una muerte digna", no sólo
requieren ser desechadas en sí mismas sin
contemplación alguna, ya que cualquier estipulación
que pretenda acortar el curso de la vida – sagrada en extremo –
requerirá conocimiento debido de lo que acontece tanto en
el mundo material como en el invisible, pues en ambos mundos es y
tiene su haber el hombre.
De aquí lo que antecede, pues así sabemos y
defendemos que es, y sin ningún temor, para el mayor bien,
así lo exponemos.

De la incineración y embalsamamiento del
cuerpo

Probablemente no haya forma más rápida ni
acaso más limpia de hacer desaparecer el cuerpo denso que
sirviéndonos de la incineración. Se trata de un
medio que se está imponiendo muy rápidamente a la
tradicional inhumación en todo Occidente, hecho por el
cual, y urgentemente, deseamos señalar lo tocante a
qué es lo que ocurre en la parte espiritual del ser humano
cuando la incineración no es practicada de acuerdo con las
Enseñanzas de los Misterios del Mundo Occidental.
Y decimos urgente, porque de ordinario, a través de
los medios de
comunicación solemos enteramos de que fulanito y
manganito han sido incinerados dentro de las rigurosas
veinticuatro horas de haberse producido el desenlace, motivo por
el que uno desearía que antes de llevarse a cabo esta
práctica, cada cual supiese qué implica incinerar
al fallecido antes del plazo de tres días y medios
posteriores al hecho de la muerte.
Y es que el ser humano no muere tan pronto como suele ser
certificado por los médicos forenses, dado que el
cordón de plata sigue intacto en tanto el Ego permanezca
revisando su recién terminada vida, acto que lleva a
efecto de sus últimos actos hacia atrás, es decir,
comenzando por el último acontecimiento y terminando por
el de su nacimiento e incluso en el de su misma entrada en el
claustro materno, efectuada la concepción. Es un trabajo
delicadísimo el que efectúa mientras grava en el
Cuerpo de Deseos aquellas imágenes
de hechos, actos y medio ambiente reinante ha ido recogiendo –
cual cámara fotográfica de sensibilidad y alcance
inimaginables – el éter del cuerpo vital a lo largo de
toda la vida, mediante el aire que se
inspira y se lleva a los pulmones, donde dichas imágenes
son transferidas y absorbidas por la sangre, la cual,
a su vez, y a su paso por el corazón, las graba o deposita
de manera indeleble en el átomo simiente, que como bien es
sabido por todo ocultista, contiene el registro completo
y pormenorizado de todos los momentos de todas nuestras vidas a
lo largo de nuestra existencia. De no existir
perturbación, tal grabación desde el cuerpo vital
al de deseos durará de acuerdo con el vigor y fortaleza
que ostente el propio cuerpo vital para mantener despierto al
individuo. La citada grabación en el Cuerpo de Deseos
resulta de extraordinaria importancia para el Ego que se va, pues
ella va a ser el soporte – fidedigno o no – de que el
Ego va a hacer uso en el nuevo mundo al que accede, el
Purgatorio, para hacer la primera parte de la cosecha de su vida,
pues de nuevo, de los últimos episodios hacia
atrás, recapitulará desde la muerte al nacimiento
todos y cada uno de los actos en que, dentro de los cuatro
reinos,
causó dolor o sufrimiento a alguien o a algo, percibiendo
y sintiendo el daño
causado en su propio ser de forma intensificada (en el mundo
celeste se triplica la intensidad y celeridad a estos efectos) de
modo que, encontrando primero los efectos, el Ego pueda descubrir
con facilidad las causa o causas que los produjeron. De esta
forma, lógica
por demás, le ayudará no sólo a obtener
comprensión de los actos examinados con la consiguiente
experiencia que acumulará, sino que en la próxima
encarnación, y una vez torne a encontrarse con alguna
situación similar a las ya purgadas, el dolor padecido le
hablará a través de su conciencia y le
contendrá para no causar mal similar a nada ni a
nadie.
Una vez haya traspasado las tres regiones que comprende el lugar
purgatorial, el Ego asciende al Primer Cielo. Se compone
éste de las tres regiones superiores del Mundo del Deseo,
siendo la cuarta, la región denominada "Fronteriza", a la
que son llevadas las almas una vez traspasado el velo, y en la
que permanecen antes de ascender al Segundo Cielo. Aquí
estarán las almas estrictamente cumplidoras de las leyes y
el orden social establecidos, las que no han sido "ni calientes
ni frías" y que, por tanto, padecen una mortal
monotonía porque no fueron capaces de "dar algo de
sí mismas a los demás" en ningún tiempo ni
en ninguna oportunidad, pues el amor del
cielo – gozo en la alegría – exige superar lo meramente
establecido por las convenciones sociales y la ley.
El Primer Cielo es un lugar donde, por el contrario al
Purgatorio, el Ego ha de revisar de nuevo y como siempre, de
atrás hacia delante, los actos de su vida; pero si en el
aquél lo que hizo fue revisar el daño efectuado, lo
que ahora va a hacer es examinar lo bueno que haya hecho, es
decir, va a percibir y sentir también intensamente tanto
la alegría que ha causado a otros como la gratitud que
él ha sentido hacia los demás por el bien o la
alegría que le hayan causado, por lo que estos
sentimientos entrarán a formar parte de su conciencia para
dar lugar a la virtud, los que le llamarán e
incitarán a hacer el bien en las próximas
encarnaciones cuando retorne a la escuela de la
vida.
Por tanto, y en conclusión, si lo extraído del
purgatorio es la voz de alarma para evitar en lo sucesivo el mal,
lo extraído en el Primer Cielo va a ser la voz de la
intuición que internamente va a aconsejar al Ego con el
fin de que haga el bien. Con su misión
respectiva, ésta es la constitución y construcción
progresiva de la conciencia dentro de la Teoría
del Renacimiento con sus leyes fundamentales, la de Causa y
Efecto. "Se recoge, pues, lo que se siembra".
Pero volvamos al tema trascendental de la incineración y
de lo que, como decíamos, entraña llevarla a cabo
en tiempo debido o, por el contrario, fuera de él.
Suponiendo que en estos momentos decisivos, de grabación
de cada acto de vida, haya en el entorno del moribundo silencio,
de procederse a la incineración en el plazo actualmente
vigente en numerosos países (en España,
por ejemplo, es de veinticuatro horas) el fuego hará que
se rompa el cordón de plata y los recuerdos grabados
alcanzarán únicamente una parte – tal vez muy
pequeña de la vida que acaba. Consecuencia: el Ego
recién pasado al otro lado no podrá obtener los
beneficios de creación y acumulación de conciencia
ni, por tanto, de aprovechar su última estancia en la
Tierra para progresar en la evolución. Una desgracia, un
verdadero desastre para el que acaba de morir.
Algo similar, si no idéntico, ocurre cuando alrededor del
que va a fallecer hay tumultos o griterío, ruidos,
explosiones, alteraciones del silencio que el que se va requiere
para su labor de grabar los acontecimientos de su vida:
aún sin culpa, pérdida de los frutos que hubiera
cosechado de haber accedido a la muerte en un estado, si no de
respeto,
sí al menos de silencio. Hacer las cuentas propias y
rendirlas ante su conciencia y la divinidad es el tributo
más grande que un ser evolucionante puede hacer por
sí mismo. De ellas, de estas cuentas, va a depender su
progreso o retardación en la evolución, de ellas su
pronto pase a otros mejores estados de renacimiento con mejores y
provechosas vidas.
Sin embargo, en un estado de lógica y asistido por la
gracia divina, no sería muy justo que alguien, debido a
impedimentos ajenos y externos, fuese retardado en su
evolución o fuese ésta detenida. Por tanto, quienes
custodian el orden, la justicia y demás instrumentos que
conducen el mundo, han tenido a bien lo siguiente: una vez
ocurrido el óbito y pasado el fallecido al otro lado,
entre los dos y veinte años siguientes, se hace que el Ego
nazca, haciéndosele morir en su edad infantil. Como nada
de lo que no ha nacido es susceptible de morir (el cuerpo vital
nace a los siete años, el de deseos a los catorce y el
mental a los veintiuno) el Ego del niño va directamente al
Primer Cielo. Aquí, en clases específicas, en las
que se reúne a los colegiales por carácter y no por edad, le serán
enseñadas aquellas experiencias que dejó de
asimilar de haber habido en su entorno un ambiente propicio para
el repaso y grabación correspondiente de los actos de su
vida. Estos egos nacen generalmente bien dentro de la misma
familia, bien
en una familia próxima; rara vez, aunque también,
lejos, en otro país. De esta forma, viene a restituirse
aquel bien perdido, si bien ello requiere el interregno de la
muerte prematura, que siempre supone un hecho doloroso (el de la
entrada del espíritu dentro de sus vehículos, sobre
todo del denso) con una pequeña demora y el gasto de
energía que ello implica.
Tras el análisis de los hechos incineratorios, la
consecuencia no debiera ser más contundente: no a la
incineración, en ningún caso, antes de pasados tres
días y medio de ocurrido el deceso.
Algo semejante podemos señalar respecto del
embalsamamiento, costumbre por demás tan habitual en otros
lugares, pero que no es menos perjudicial para el desarrollo del
alma por las intensas molestias (angustia y sufrimiento) que
ocasionan al Ego tanto por los pinchazos que absolutamente el Ego
ve y percibe, porque de ordinario aún está vivo,
como por el frío y el calor
espantosos a que son sometidos órganos y vísceras
del fallecido a efectos de la conservación.
A pesar de que estos escritos comprendidos en este Manifiesto
hacen afirmaciones fuera del alcance probatorio normal,
insistimos en que no por eso dejan de referir la verdad.
Habrá muchos que, lejos aún del poder de
comprobación, intuyan que las cosas deben o pueden ser
así, tal vez que son así. Humildemente, el autor
pide a los lectores que lean dejando reflexionar sus almas,
porque algo de estas verdades, puede asegurarles, les está
tocando. De otro modo, quiera Dios que la relación
lógica-intuición, pueda pasar el vado que todos
nosotros intentamos cruzar de la forma más
provechosa.

De la aplicación de la pena capital

Es de vital importancia e interés
para todo el género
humano que la pena de muerte
quede definitivamente abolida en todos los países. Es
verdad que durante los últimos tiempos no sólo la
han suprimido una serie de ellos de sus códigos de
represión penal, es verdad asimismo que algunas
autoridades norteamericanas han reflexionado y suspendido,
siquiera transitoriamente, su aplicación, y es verdad
también que de forma muy acentuada, y hasta a veces de
forma clamorosa, gran parte de la Humanidad exige que privar de
la vida desde el estamento estatal de su país o de
cualquier país, sea considerado un acto deleznable y
abyecto que debe ser absolutamente erradicado, que debe ser
sustituido en el peor de los casos por el de prisión
perpetua.
Recordemos que el progreso del mundo no se basa en el exterminio,
el apartamiento y reclusión, sino en la ayuda, la
cooperación, la reinserción y la convivencia, y
este postulado sirve absolutamente tanto a niveles individuales y
grupos reducidos como tocante al concierto internacional
más amplio, donde nadie sobra y todos pertenecen.
Porque, aparte de que nadie, y ello ya sea individual o
colectivamente, tiene derecho a privar a un semejante de la
propia vida porque ninguno de ellos se la dio – ni siquiera
sus propios padres, quienes si es cierto que colaboran lo hacen
únicamente dando vía y constitución a la
forma – hemos de alertar sin ningún reparo, dada la
magnitud del problema, de los peligros y riesgos en que
incurre la Humanidad cuando, uno tras otro, a los criminales, de
forma legal, va privándoseles de la vida. Y, naturalmente,
no decimos bajo ningún aspecto que un criminal muerto por
alguien que no corresponda al Estado no sea un acontecimiento
deplorable y peligroso. Nada más lejos. Aparte de desechar
que constituya un acto de venganza, el Estado suele refugiarse en
que hay que librar a la sociedad del
criminal y darle seguridad,
cuestión que alcanzaría con apartarle meramente. El
hecho es que existen muchísimas personas que poniendo en
manos del Estado la responsabilidad de la muerte de alguien, del cual
se afirma previamente que constituye un enemigo – y puede ser que
en realidad y temporalmente lo sea – creen liberar sin embargo
sus conciencias individuales diluyendo su parte en aquélla
otra abstracta de más alta dignidad, la
del Estado, al que, en su calidad de
representante común, entregan en la práctica la
"razón" del ejecutante-verdugo, pero encontrándose
por tanto a salvo.. Pero el hecho real es que el Estado mata
así de forma sibilina y sin que apenas el resto de los
ciudadanos logren enterarse o lo perciban, si bien, y en lo
esencial, es que a un ser humano se le ha dado muerte por encargo
de todos.
De cualquier manera, antes de pasar a poner en evidencia lo que
realmente ocurre una vez muerto el reo, es elemental que
insistamos en preguntarnos acerca de quiénes son los
delincuentes en general y quiénes son los criminales. Con
harta frecuencia – quizás a raíz de un hecho
delictivo de incidencia directa o colateral – oímos
frases como "debieran matarlo como él hizo", "por
mí que se pudra en la cárcel", "que no salga en la
vida", "el que a hierro
mata…" y otras que vienen a poner bien a las claras no ya
el olvido de que el delincuente convicto, en cuanto que ser
humano, es susceptible de ser ayudado, rehabilitado y devuelto
mental y moralmente diferente a la sociedad a la que pertenece y
con capacidad para insertarse con garantías suficientes de
convivencia sana y útil, sino que, el pensamiento
mayoritario oscila teniendo la altura de la pena como
única medida a tener en cuenta respecto al preso.
Sin embargo, qué lejos y a buen recaudo deberíamos
poner tales mentalidades si en verdad deseáramos y
quisiéramos "darnos" a nosotros mismos un trato no
vejatorio ni humillante, pues debiera comprenderse que a la
mayoría de los encarcelados no es a un lugar carcelario
adonde debiéramos enviarles, sino a instituciones
en las que de forma real pudieran ser ayudados, que quiere decir
enseñados, curados, restablecidos, mirados,
acompañados, etc.
El tratamiento, por tanto, a dar a quien tropieza en la vida no
debe consistir en ningún caso para vilipendiarlo o
tacharlo para siempre como un apestado de los viejos tiempos;
antes bien, quien tropieza es uno de nosotros, o nuestro hijo, o
nuestro hermano, o un padre, o una madre…
Si el equivocado fuese uno de ellos ¿ no nos
esforzaríamos para que se levantase y pudiese retornar
cuanto antes en las mejores condiciones posibles y continuar con
nosotros ?
Por tanto, la noción y concepto que
tengamos dentro de nuestra alma, será la vasija de medir
para enfocar el tema respecto a cuál deba ser el objeto de
una sentencia judicial y su pena: privar de libertad a
rajatabla o ayudar. Esa es la cuestión.
Por fin, volviendo a lo que prometimos, queremos significar que,
cuando se ha ejecutado a un criminal (alguien que fuese tal vez
capaz de vanagloriarse en y con el mal) bajo la creencia de que
definitivamente se ha librado de él a la sociedad, nada
más lejos de la realidad se encuentra la verdad.
Y afirmamos esto porque al provocarle la muerte, ésta lo
deja libre en el Mundo del Deseo y por tanto con libertad total y
absoluta para entrar y salir donde quiera, acercarse a unos u
otros, sugerirles, atosigarles, inducirlos en consecuencia
mediante pensamientos de la peor especie, los cuales van a
conducir a muchas personas "débiles" o"propicias" a
provocar típicos hechos de odio o de venganza, cuando no a
cometer desastres de inimaginable gravedad y magnitud. Un asesino
o criminal, en definitiva, no viene a ser más que una
persona enferma y con determinados puntos débiles en el
carácter, tal vez falto de modos de ver y, por tanto, de
comprender. En casos ordinarios, en ningún caso
debiéramos enviar a tales personas a prisión, sino
al lugar o lugares apropiados donde pueda prestársele la
ayuda humana y urgente que necesitan.

De la obsesión

En términos populares la obsesión es
conocida como "posesión". Y es de tal importancia y tan
urgente comunicar con precisión en qué consiste
que, una vez sean conocidas sus delineaciones y los contextos en
que puede ponerse en evidencia, muchas personas podrán
reaccionar sobre sí mismas o en relación a seres
cercanos y queridos en evitación de su internamiento en
instituciones psiquiátricas, pues tocante a lo que vamos a
denunciar hay un buen repertorio de manifestaciones efectuadas
durante los procedimientos
judiciales por múltiples inculpados y reos.
Una descripción breve podría efectuarse
diciendo que la obsesión tiene lugar cuando un
espíritu desencarnado toma posesión permanente del
cuerpo de alguien, habiendo sido despojado por tanto su
propietario del mismo.
Ni que decir tiene que una persona obsesionada lo es generalmente
por un espíritu de baja o muy baja moralidad,
dado que los de alta moralidad no suelen obsesionar a nadie ni
despojarle de su cuerpo. Por tanto ¿ hemos de recordar
cuanto ya se dijo más arriba referente a las actividades
de los criminales en el mundo invisible ? Pues si es así,
precisemos que en aquel caso el espíritu desencarnado y
acosador se encontraba fuera del cuerpo, es decir, sin tomar
posesión de los órganos vitales y de
expresión, pero que aquí, en el supuesto que
estamos comentando, sí se encontraría dentro,
motivo por el que el obseso, o dueño del cuerpo, es sacado
y desplazado al Mundo del Deseo desde el que quizás,
atónito, contemple la disponibilidad de sus cuerpos
físicos y vital sin posibilidad de recuperarlos a no ser
por abandono voluntario del espíritu control que los
domina. Estos espíritus que como hemos señalado son
de muy baja estofa moral, pueden
llevar a cometer a su anfitrión, y de hecho así lo
hacen, los mayores desaguisados imaginables, actos por los que el
obseso ha de pagar bien ante la justicia, bien ante la sociedad o
ante la familia.
Son espíritus de tan perniciosa catadura moral que el mal
causado les produce orgullo y ufanía, abandonando a las
víctimas una vez han caído presas de la ley o del
descrédito social o familiar mencionados.
Hasta aquí una configuración sucinta y urgente de
los hechos, puesto que las implicaciones e interrelaciones en
sí alcanzarían supuestos y explicaciones de amplio
tamaño. Tomar conciencia de cuanto hemos dicho y tomar
algunas precauciones sería, pues, lo deseable en cuanto a
enseñanza se refiere en el contexto de este
libro.
Así propondremos, por ejemplo, ¿ cómo evitar
ser obsesionado ? Todo aquél que mantenga una actitud
mental positiva, es decir, afirmando su personalidad
individual y propia, en ningún caso podrá serlo. En
consecuencia, piénsese en quienes acuden – incluso
de buena fe y sonrientes – a alguna sesión de
carácter espiritista (ouija, escritura
automática, bola de cristal, cirios, espejos, etc.)
Inmediatamente hay que señalar que por el mero hecho de
acudir a tales sesiones, ya y por esa única circunstancia,
abren sus vehículos y se predisponen a la negatividad
precisa para ser dominados por terceros a los que no pueden ver
ni mucho menos catalogar moralmente. Piénsese asimismo, en
que estos espíritus que acuden a tales sesiones suelen
mentir y proceder al engaño con absoluta normalidad, con
la pretensión de que tanto el preguntante como los
reunidos crean que en realidad sabe acerca de lo preguntado o que
tiene poder para realizar determinados acciones. En
conclusión, se recomienda muy seriamente la no asistencia
a reuniones o sesiones de tal naturaleza. En el mejor de los
casos, y presuntamente, los espíritus circundantes les
extraerán los éteres con que se alimentan y
podrán dejarlos anémicos, estado en el cual no se
encontraban antes de asistir a una de estas convenciones en
extremo inapropiadas y peligrosas.
No obstante, no queremos dejar este asunto sin antes enunciar el
modo o modos en que, llegado el caso, se pueda disponer a fin de
confirmar o no un estado objetivo de
presunta obsesión. Y es aquí donde el diagnóstico del ojo es un medio
absolutamente consistente. Dado que los ojos constituyen las
verdaderas ventanas del alma, sólo y exclusivamente el
dueño natural del cuerpo es capaz de dilatar o contraer la
pupila de aquél órgano. ¿ Cómo
llevarlo a cabo ? Simplemente. A la persona, acerca de la cual
dudemos que pueda encontrarse bajo un estado de obsesión,
la introduciremos en un recinto oscuro, y, si ciertamente,
estuviera bajo control de un espíritu desencarnado, la
pupila no se le expandirá. Del mismo modo que tampoco no
se contraerá si la expusiésemos a la luz del sol,
como, asimismo, tampoco se moverá al ser sometida a la
lejanía o cuando le pidamos que procure leer impresiones
de un tamaño reducido. Existe no obstante una
excepción y es la siguiente: Cuando una persona se
encuentra bajo la enfermedad denominada ataxia locomotriz, la
pupila, aunque no responda a la distancia, sí
deberá responder en cambio a
motivaciones luminosas. De modo que se trataría, en todo
caso, de una excepción y meramente relativa.

Del llamado "Cuerpo del Pecado"

Prevengamos acerca de que esta entidad, o cuasi entidad
por así decirlo, es exactamente de la misma clase que
aquéllos de que Cristo hizo mención cuando
habló de demonios, ellos eran entonces, ciertamente, y
aún lo son, la principal causa de las muchas y cuantiosas
obsesiones y enfermedades físicas
que ya entonces la Biblia citaba.
De cualquier modo, ahora, nosotros vamos a hacerlo de la
siguiente forma: El cuerpo vital (compuesto por sus cuatro
éteres: químico, de vida, luminoso y reflector) el
vehículo relacionado con el Espíritu de Vida, la
verdad, la intuición, es el vehículo por donde
discurren las fuerzas de la vida, permitiéndonos
además ponernos en comunicación, en contacto con el resto del
mundo. El cuerpo vital está por tanto relacionado no
sólo con la intuición, sino con la moral y la
ternura. El de la mujer, siendo
de signo positivo, da esencia y fuerza a su
capacidad imaginativa así como las tendencias que
manifiesta en relación con la mejora y desarrollo moral de
la Humanidad. Su participación en el quehacer del mundo es
de primera magnitud e indispensable. Entre sus innumerables
funciones, el
cuerpo vital ostenta también la de construir y reconstruir
el cuerpo físico, haciendo frente constantemente al cuerpo
de deseos, el cual actúa de forma contraria, es decir,
destruyéndolo y endureciéndolo. Es por medio de
este continuo choque – cuerpo vital frente a cuerpo de
deseos, cual si de una chispa eléctrica se tratara – que
nace la conciencia y, a la par que, tal cual ha quedado
señalado, los tejidos van
endureciéndose dada la victoria final y a ultranza que
obtendrá en su lucha el cuerpo de deseos.
En consonancia con las funciones y cometidos más
relevantes del cuerpo vital, una vez que elevados ideales han
hecho su labor durante suficiente tiempo a través no
sólo de pensamientos y sentimientos impregnados de
espiritualidad, sino mediante aplicación de obras
concretas de desinteresado servicio hacia
los demás, lentamente van desvaneciéndose y
disipándose los apetitos animales e
incrementándose en la misma proporción aquellos que
expresan vida, luz y poder anímico. Con ello, los
éteres más bajos, el químico y el de vida,
disminuirán su presencia a favor de los propiamente
inmortales, el luminoso y reflector, los que por otra parte, y
mientras vivimos, conforman el cuerpo del alma, símbolo
por excelencia del nacimiento del Cristo interno, coraza de Dios,
pote de oro, dorado
vestido de bodas, piedra filosofal o también soma
psuchicon, como lo llama San pablo, entre las denominaciones con
que en el seno ocultista se le conoce o designa a este
vehículo esplendente e inmortal.
Así, pues, es un hecho contrastado que en la misma medida
en que crecen los dos éteres superiores decrecen los
inferiores y que asimismo ocurre a la inversa. Pero, sin embargo,
y siendo así, al acaecer la muerte, en los días
próximos que la siguen, tiene lugar una separación
– dos a dos – de los éteres: el químico y el de
vida gravitarán sobre el cuerpo denso para descomponerse
de forma simultánea, mientras el luminoso y reflector, tal
y como se ha señalado un poco más arriba,
acompañarán a los vehículos superiores para
servir de conciencia mientras el Ego va pasando a través
del Purgatorio y del Primer Cielo, hasta ser absorbido por
aquél cual pábulo de fuerza espiritual o alimento
anímico.
Pero, dado que estamos tratando acerca del Cuerpo del Pecado,
obviamente – y ateniéndonos de manera
simbólica y representativa de un individuo indeterminado –
estaríamos ante el crecimiento y fortalecimientos de los
dos éteres más bajos, cuestión que nos
pondría sobre la pista de alguien a quien nada
importarían los asuntos del alma, antes bien, se
trataría de una naturaleza tan malvada, que el
egoísmo y una vida transcurrida entre vicios y degeneradas
y brutales prácticas en la producción de sufrimiento, serían
los componentes de un gozo constante en el mal y para el mal. Tan
puede llegar a ser de este modo, que aquellos pocos que
intencionadamente acuden o en el futuro acudan a las artes
ocultas a fin de causar con plena conciencia mayores sufrimientos
y tragedias, son los denominados "magos negros" (Klingsor) cuya
terrible y particular tragedia consistirá en la
pérdida por el espíritu de todos sus
vehículos, y por tanto del alma, motivo tan exageradamente
extremo y dramático (segunda muerte) que dichos
espíritus, desnudos absolutamente, en primera instancia
habrán de ser expelidos necesariamente hacia la luna para,
con posterioridad, serlo hacia Saturno, puerta que conduce al
Caos, en el que deberán permanecer esperando tal vez eones
y eones de tiempo para poder acogerse a otra oleada de vida con
la que poder continuar la evolución que una vez
perdieron
Aunque el individuo símbolo aquí tomado no
constituyera semejante caso extremo, sí existe un gran
número de quienes se gozan en el mal y su
causación. En consecuencia, con el tiempo y sus acciones,
no sólo harán desaparecer sus éteres
superiores o morales, sino que los inferiores llegarán en
consecuencia a un grado de increíble endurecimiento. La
traducción consiguiente deberá
consistir en que aquella separación de éteres que
en los casos normales tenía lugar, por manifiesta
imposibilidad no se producirá, teniendo lugar, por contra,
una unión inquebrantable entre los éteres que
quedan y el cuerpo de deseos. Y como tal individuo ha debido
desarrollar una vida de actos terribles, la fortificación
resultante será de una naturaleza altamente
extraordinaria. La línea de continuidad de este Ego nos
hablaría acerca de alguien que se abraza a la vida terrena
con tremenda pasión, y que tendría poder para
alimentarse a base del olor que emanan de los alimentos y los
licores. Inevitablemente nos recordará a los criminales,
los cuales, decíamos, deambulaban de acá para
allá en busca de prosélitos, de espíritus
débiles a quienes engatusar sugiriéndoles
prácticas similares a las que él debió
llevar a cabo durante toda su vida, pero con una diferencia
sustancial: a él nadie podrá descubrirlo, ni
siquiera detenerlo la policía, ni tampoco ser enjuiciado.
Si ciertamente fuésemos capaces de tomar conciencia de
este mundo descrito y real, podríamos en verdad darnos
cuenta tanto de la gravedad del tema como del riesgo que
socialmente se corre.
En tiempos pasados el egoísmo y el deseo fueron tan
intensificados y fortalecidos bajo el fin de la propia
evolución que, al venir el Cristo, apenas si tenía
vida celestial la Humanidad de aquel tiempo.
Un espíritu con tal cuerpo de pecado, gravitará
permanentemente en las regiones más densas del Mundo del
Deseo – las que interpenetran el éter – y se
pondrá en contacto con aquellas personas que podrán
servirle de enlace para seguir promoviendo situaciones
angustiosas y de dolor. De esta forma, por tan apegado a la
tierra y al mal que pueda pergeñar, ansiará
permanecer en este status por muchísimo tiempo, por lo
que, cual ocurre en casos extremos, tal vez consiga permanecer
aquí durante siglos y siglos. A muchos de ellos se les ha
visto como espectros. Recordemos, o bien sépase, que
antiguos y poderosos señores, conociendo el poder de
impregnación y magnetismo del
cuerpo vital, una vez preveían cercano el hecho de su
propia muerte, ordenaban reunir en lugares determinados sus
tesoros así como los útiles de mando y de guerra
más amados por ellos, tras lo cual ordenaban matar no
sólo a sus esclavos o sirvientes próximos sino
igualmente a sus caballos, a fin de ser ellos mismos atrapados y
retenidos el mayor tiempo posible tanto en el goce de sus
pertenencias y posesiones como, del mismo modo, para el caso de
una nueva encarnación, y a través de las leyes de
afinidad y asociación, ser atraídos inevitablemente
hacia aquellos lugares previamente por ellos diseñados y
preparados. Para espíritus de este calibre sus intereses
no se encuentran en el plano celeste; la densidad de sus
cuerpos vitales, en duro y denso armazón con sus cuerpos
de deseos, vienen a constituir un todo de difícil
disolución y con cortísima estancia ya en el primer
cielo, ya en el segundo.
Pero, dado que de todos modos ha de llegar un tiempo en que este
tipo de espíritus deberán pasar por el Purgatorio y
asimismo abandonarlo, en ese momento deberán abandonar
también, obviamente, el Cuerpo del Pecado, si bien, dada
la composición de éste, su desintegración
será lentísima, puesto que su "conciencia"
habrá sido profundamente fortalecida. En realidad no es
que puedan razonar, puesto que naturalmente no disponen de mente,
pero pueden recurrir y recurren a la astucia como arma primordial
para hacer creer que se trata realmente de un Ego, de una
presencia espiritual, hecho éste que puede permitirles una
vida individual, como hemos dicho, durante siglos.
Sus estancia en los distintos cielos, también se ha
resaltado ya, resulta mínima, puesto que nada que
pertenezca a su vida pasada puede merecer recompensa celeste
alguna. Por tanto, donde su estancia ha de ser más
duradera será en el segundo cielo, donde
permanecerá el tiempo justo para conformar para sí
un nuevo ambiente en la Tierra; posteriormente, y tras elevarse
con brevedad al tercer cielo, tenderá a renacer
muchísimo antes de lo normal con el afán y ansia
por aquellas cosas materiales que
dejó u otras similares que en realidad tanto le atraen e
interesan. De esta forma, y en el momento de conformar sus nuevos
vehículos, el Cuerpo del Pecado que dejó en el
Mundo del Deseo como cascarón sin desintegrarse, se
sentirá atraído de forma natural por la entidad que
lo creó, se unirá al nuevo ser en la Tierra, y
permanecerá con él durante toda la vida como un
demonio ( Mr. Hayde).
En los tiempos bíblicos estos cascarones sin alma
abundaban enormemente, y, como también hemos mencionado
más arriba, a ellos era a quienes se refirió Cristo
Jesús cuando habló de los demonios, causantes de
numerosas obsesiones y enfermedades de entonces que en el libro
sagrado se describen.
Como derivación próxima a lo que ha quedado
descrito, queremos poner de manifiesto que en algunos casos, si
un elemental (espíritu subhumano) tomara para sí un
Cuerpo del Pecado, en definitiva uno de aquellos cascarones,
agregaría a éste sus propias capacidades. Ello
sería de tal manera que, una vez que renazca el
espíritu o Ego que lo creo, lo atraería,
naturalmente, pero debido a la intromisión previa del
elemental, la resultante habría de dar un personaje muy
diferente a los del resto del grupo o
comunidad
(Así, por ejemplo, médicos, hechiceros, curanderos,
etc.)
Otra consideración más grave que la anterior
consistiría en lo siguiente: es bastante frecuente que
dichos elementales actúen como espíritus
controladores sobre el cuerpo de algunos médiums a lo
largo su la vida; pero, una vez que llegado el momento de la
muerte del médium, el espíritu controlador ha
llegado a obtener tanto poder sobre el controlado, que en
realidad se permite expulsarlo y robarle sus vehículos
superiores, y dado que estos vehículos recogen las
experiencias habidas en la vida recién concluida, la
evolución del Ego-médium puede retardarse, como ya
se apuntó en otro lugar, durante eones de tiempo, dado que
no parece haber poder alguno que pueda expulsar a tales
elementales de los vehículos robados. Por supuesto, una
observación al respecto habría que
dirigirla mayormente hacia quienes están ejerciendo o
puedan ejercer en el futuro de mediums y que, por
añadidura, permiten o pueden permitir tomar a otro la
posesión de su cuerpo, ya que, como hemos reflejado, en el
momento de su muerte pueden encontrarse con la
desagradabilísima sorpresa de no poder impedir que el alma
les sea robada y su evolución en consecuencia no sea
sólo meramente retardada, sino, en sí, realmente
detenida sine die.

De los vampiros

Después de ver tantos filmes referentes a
Drácula, y de rememorar aquel momento en que Peter Cusing
(pongamos por ejemplo) cogiendo una afilada estaca y un buen
martillo procedía a atravesar el corazón truculento
e infecto del hombre-vampiro ¿ cómo no haber
respirado el cinéfilo tal vez con satisfacción o
con descanso ?
Sin embargo, la enorme complejidad a que está sujeto el
mundo en sus infinitas articulaciones y
desarrollos, nos trae también aquí, en calidad de
algo que debe ser sabido por la generalidad, con el aserto de
que, entre una numerosísima serie de entidades malignas,
efectivamente existen los vampiros. Qué sean y en
qué consistan sus actividades o cómo sobrevivan, es
de lo que en un exiguo tratado vamos a ocuparnos
seguidamente.
Hay que partir de que un vampiro en los términos
aquí tratados – es una
entidad humana ya fallecida que después de la muerte
consigue "vivir" en la tierra a base de alimentarse con el cuerpo
vital tanto de personas muertas como vivas, y la sangre es una de
las más altas expresiones de aquél.
Un vampiro es desde luego siempre una entidad de naturaleza
perversa que casi con absoluta seguridad ha ido arrastrando en
sucesivas vidas "cuerpos de pecado" acumulativos o bien
engrandecidos, de tal suerte que, cuando en el mundo
físico se materializa, puede vérsele con las
más estrafalarias u horrendas formas que uno pueda
imaginarse, así humanas como de animales.
Recuérdese, o anotemos en todo caso, que las formas que
presentan las entidades por medio de los "cuerpos de pecado" las
expresan de ordinario a través de desmesuras, o bien de
naturaleza estrambótica: enormes y desproporcionados manos
o brazos, cabezas abultadas y descuadradas, dedos como garras,
rostros monstruosos, etc. De cualquier modo, debemos remarcar
como nota muy importante que el vampiro tiene poder para
revivificar la sangre coagulada que encuentra en los
cadáveres, pudiendo entrar en uno de ellos nada más
haber muerto.
Por tanto, lo que permanentemente hace el vampiro es aspirar la
vitalidad de cuantas personas son accesibles para a
continuación inyectarla en la sangre de su
cadáver-casa, a fin de mantener constantemente abundante y
fresco su sustento, es decir, lo renueva de forma continua. Esta
es su forma de poder continuar en este mundo. Tan esa así
que, en algún caso, se halló que el vampiro se
había comido el cuerpo por dentro, dejando intactos tanto
los huesos como la
piel. O sea,
había conformado su casa-cadáver cual un
auténtico cascarón.
Los vampiros – seres humanos fallecidos, no se olvide
semejante detalle – tienen la virtualidad de no
incorporarse al Mundo del Deseo – es decir, al Purgatorio
– durante siglos. Seguramente muchos de los lectores hayan
oído
historias de personas que, tras haberse sentado en determinando
lugar o asiento, de repente se han sentido exhaustas por
completo, faltas de
vitalidad… (Recordemos que existen personas vivas que de
forma inconsciente y natural vampirizan a cuantas las rodean)
Aquellas personas altamente negativas, tanto en pensamientos como
en sentimientos, suelen ser presas preferidas de los vampiros
reales.
Antes de dar por terminado este brevísimo relato acerca de
los vampiros, sí queremos relativizar algunos de los
acomodos que seguramente, sin otro remedio, hubieron de ser
efectuados en las películas de cine en
torno al presente
tema. Así, por ejemplo, cuando veíamos al elegante
vampiro Drácula saltar por las ventanas y volar, la
relación que tiene este pasaje con la realidad es que, en
la realidad, el vampiro no dispone de cuerpo físico y por
tanto visible. Ni mucho menos configuraría un cuerpo
esbelto y delicado con maravillosos smókings, trajes y
capas, puesto que sus atuendos de conformación naturales
encajan con la abyección más disoluta y las formas
más animalescas y demacradas posibles.
En cuanto a la escena final, o prácticamente final, cual
era aquélla ya citada del martillo y la estaca a clavar en
el corazón del abominable, tras haber perseguido crucifijo
en mano al usurpador de sangres hasta la catacumba de uno de los
castillos de Transilvania, referirles que mantiene cierta
similitud con lo que acaece en la realidad, puesto que la manera
de expulsar a la entidad de su casa-cadáver, consiste en
rajar con un cuchillo el cascarón de piel y huesos en que
en definitiva se oculta y vive el vampiro. Una vez que la sangre
se derrama y cae a tierra, el vampiro muere definitivamente para
este mundo, puede decirse que es el momento en que realmente
muere, dado que no tiene otra alternativa que la de ascender al
Mundo del Deseo (Purgatorio) para purgar cruda y debidamente el
mal ocasionado.
Si señalamos de forma principal que las
variadísimas prácticas tanto de vudú como de
makumba son generadoras en si mismas de múltiples cuerpos
de pecado, de elementales en toda su gama, y lugares propicios
para cometer las más terroríficas fechorías
a petición de los vampiros (cual sería aspirar la
sangre de la víctima a través de la sección
de una venilla a la altura del cuello, seccionada por el
oficiante) seguramente no estaríamos descubriendo nada
nuevo si estos escritos generales no fueran dirigidos a personas
que aspiran a elevarse física, moral y
espiritualmente.

Del hipnotismo

En el hipnotismo, lo primero que hace el hipnotizador es
preparar a su presa, la induce a que se deje llevar, a que se
haga absolutamente pasiva para que obedezca sus órdenes;
es el momento en que aquél comenzará a trabajar
sobre la cabeza del cuerpo vital de la víctima hasta
lograr descolgárselo y que le cuelgue sobre los hombros en
forma de espesos rollos alrededor del cuello.
Es a partir de ese momento cuando la conexión directa
entre el Ego de la víctima y el cuerpo denso ha dejado de
existir, por lo que se encontrará en una situación
similar a la del sueño, en la que el Ego sale fuera de su
vehículo y únicamente subsiste como unión
entre ellos el cordón de plata. Sin embargo, esta es la
ocasión buscada por el hipnotizador porque precisamente es
cuando llena con su propio éter la cabeza de la
víctima, medio perfecto por medio del cual
adquirirá poder total sobre ella, pues le va a permitir
darle órdenes, las cuales aquélla cumplirá
sin rechistar. Por tanto, la voluntad del hipnotizador sobre el
hipnotizado se basa en una relación de imperio.
Una vez que el hipnotizador ha logrado su propósito, es
decir, establecer por una vez contacto y dominio sobre
alguien, le va a permitir sostener dicho control durante todo el
tiempo que el dominante desee, sin importar la decisión de
la víctima, así como tampoco importará la
distancia. Sólo la muerte puede romper vínculo
establecido.
Por tanto, no sólo lo hacemos saber, sino que lo decimos
notoriamente alto y claro a fin de que cualquier lector tome sus
precauciones tocantes a esta cuestión. Resulta
verdaderamente lamentable ver a menudo, como espectáculo
de gran atracción, cómo las presuntas e
inmediatamente víctimas, suben animosas al escenario con
caras sonrientes en busca tal vez de una situación de
zozobra insospechada. Es cierto, evidentemente, que lo hacen de
manera voluntaria, al menos en Occidente, pero de cualquier
manera estimamos preciso lanzar un s.o.s. escrito y general que
trate de prevenir de verdaderas e ignoradas ignominias.
Consecuentemente, y de semejante manera a como lo hacíamos
respecto de reuniones espiritistas, y sobre todo de ouija,
recomendamos evitar y hasta presenciar demostraciones
hipnóticas, dado que siempre existe el peligro de que
algún espíritu del bajo astral se nos adhiera y nos
cause molestias inesperadas. Por parecidos motivos tampoco es
recomendable quemar incienso, puesto que, al inhalarlo, aspiramos
a un tiempo espíritus elementales (creaciones
demoníacas propias o de terceros formadas ya a base de
éter, de materia de deseos o mental), los que nos
incitarán a la sensualidad más depravada o a llevar
a cabo prácticas negativas que en el mejor de los casos
retardarán sin duda nuestro desarrollo espiritual.
Como a través de lo dicho y advertido podrá
observarse, existen medios en apariencia inocuos que
inevitablemente pueden conducir a la dependencia o a la total
esclavitud,
por cuya apariencia resulta a veces es muy difícil
detectarlos y realmente comprender ciertas acciones de
determinadas personas. ¿ Acaso no hemos leído o
escuchado alguna vez a un asesino o asesina que al tratar de
justificarse manifestaba que "una voz que escuchaba dentro de
sí le ordenaba herir o matar" ?
Pensar siempre de forma positiva y sin admitir que nadie puede
entrometerse y ordenar nuestra conciencia y dominar nuestro Yo,
es un buen método
para andar diariamente sin temor. Estas enseñanzas van
dirigidas, no obstante, y precisamente, a emancipar la propia
voluntad frente a la de cualquier otro y a tener confianza en
sí mismo frente a toda contingencia y dificultad. La
liberación no consiste sólo en el dominio frente a
uno mismo, también frente a cualquier voluntad
extraña y opresora.

Enseñanzas directas acerca del renacimiento en la
Biblia

En el versículo 21 del primer capítulo de
San Juan, se pregunta a Juan el Bautista: ¿ Eres tú
Elías ? Y puesto que se efectúa tal pregunta,
ciertamente ello entraña estar de acuerdo con el renacimiento
como hecho admitido y normal de la vida.
Pero en San Mateo II, 47, figuran además las siguientes
palabras del propio Cristo referidas a Juan el Bautista:
"Éste es Elías", dando por sobreentendido
también y no sólo el renacimiento, sino la
inmortalidad del espíritu humano tras la muerte, pues no
de otra forma, si no hubiera sobrevivido a la muerte del cuerpo,
es que podría haber renacido Elías ahora como Juan
el Bautista.
En cierto momento, mientras Cristo y sus discípulos se
encontraban Cristo en el monte de la transfiguración, dijo
Aquél: "Elías ha venido y le hicieron todo lo que
quisieron", entendiendo sus discípulos "que Él
hablaba de Juan", a quien Herodes había ordenado
decapitar. La consiguiente deducción es tan contundente,
que por sí misma ni en sí misma requiere de mayores
digresiones.
En el Cap. XVI, 14 de San Mateo, Cristo pregunta a los
discípulos: "¿ Quién creen que soy yo ?";
contestándole ellos: Algunos creen que eres Juan el
Bautista, otros dicen que eres Elías y otros que
Jeremías o uno de los profetas". Y oyéndolo, Cristo
no los contradijo en absoluto, dado que Cristo era un instructor,
y, de haber encontrado alguna afirmación errónea
acerca del renacimiento, sin duda Él les hubiera hecho las
correcciones oportunas. No fue así, sino que tal y como
puede apreciarse, Él mismo enseñó esta
doctrina a través de todos estos pasajes.
No obstante, a título informativo, sobre todo para quien
pretenda indagar a fondo en ocultismo e incluso aspire a pisar el
sendero, queremos traer aquí algunos ejemplos de seres
humanos conocidos, algunos de cuyos sucesivos renacimientos, de
un modo u otro son conocidos o han sido dados a conocer.
Así:

.- Enoc – Noé – Abraham –
Salomón – Jesús de Nazaret.

.- Moisés – Quetzalcóatl (quetzal=pluma,
elevarse, volar; cóatl=serpiente) ¿serpiente
emplumada, serpiente espíritu-espinal ? –
Elías – Juan el Bautista – San
Jerónimo.

.- David – Jonás – San Pedro –
San Francisco de Asís.

.- Job – José de Arimatea – Sir
Galahad.

.- Hirám Abiff (constructor del Templo de
Salomón) – Lázaro (amigo de Jesús)
– Cristián Rosenkreuz – José Balsamo
(Cagliostro, conde de) – Saint Germain (Conde
de)

1 A.- El hombre de Lemuria

La Época de Lemuria es, tras la Polar e
Hiperbórea, la tercera de las épocas
correspondientes al actual Período Terrestre. Con
posterioridad a ella advino la Época Atlante y,
seguidamente, la Aria, en la que en la actualidad nos
encontramos.
¿ … que cómo era el hombre de tan
lejanísimo tiempo ? Nos ha parecido sumamente ilustrativo
tratar acerca de este hombre porque, con ello, podrá
contribuirse a que nos formemos una idea, ya remota, ya
aproximada, de la transformación o transformaciones
habidas hasta llegar, en sus líneas más generales,
al hombre de hoy.
De todos modos, si bien a título meramente orientativo,
incluyamos previamente unas leves nociones acerca del hombre
tanto "polar" como "hiperbóreo". De las sustancias en
fusión
en que en aquél entonces se encontraba la Tierra, y
ayudado por los Señores de la Forma, denominados
Potestades por la Iglesia
Católica, construyó el hombre "polar" su cuerpo
mineral. Consistía más que en un cuerpo,
modernamente hablando, en un objeto de grandes proporciones y
pesado, el cual presentaba un órgano en su parte superior,
órgano que venía a servirle como de sistema de
dirección y orientación. En cualquier caso, dada la
ebullición en que se encontraba la Tierra (aún en
el sol)
suponía un instrumento valiosísimo por cuanto le
avisaba del peligro inminente, lo cual permitía a este
hombre primigenio variar su trayectoria como un autómata
para evitarlo. Por tanto, lo que ahora conocemos como
glándula pineal – glándula por demás
especial, dada su naturaleza espiritual – conformaba entonces
este órgano, entre cuyas funciones se encontraban en aquel
lejano principio las de detectar tanto el calor como el
frío.
Tocante al modo de propagarse, diremos que aquellas enormes y
pesadas criaturas que éramos, y de reducidísima
conciencia, a semejanza de las células se
escindían en dos partes iguales, las cuales no aumentaban
ni decrecían a partir del tamaño que heredaban.
El hombre hiperbóreo, en cambio, dado que ya recibe junto
al cuerpo denso un cuerpo vital, éste va a permitirle
crecer exageradamente a base de atraer materiales del exterior,
de modo muy similar a lo que ocurre en la ósmosis, y no
escindiéndose en dos partes iguales al reproducirse sino
desiguales, si bien creciendo únicamente hasta alcanzar
tamaño previo de su padre.
En esta época o etapa atravesó el hombre el estado
análogo al vegetal, siendo su conciencia similar a la del
estado de trance. En las Enseñanzas Occidentales se dice
acerca de este estado como de "sueño sin ensueños".
Volvamos a señalar que fue antes de finalizar esta
época cuando la Tierra fue arrojada del Sol, describiendo
una órbita en sí diferente a la que actualmente
describe. El motivo de dicha expulsión no consistió
sino en que la cristalización del hombre había
alcanzado tal magnitud, que realmente impedía la
evolución de seres más elevados, soportando, por
otra parte, la incandescencia, una vibración
calorífica demasiado alta para su propia
evolución..
Sólo al final de esta interesantísima época
es que podemos encontrar, bajo cierto modo de mirar las cosas, lo
que podría denominarse, y ello no sin esfuerzo, primera
raza humana. Las condiciones de Lemuria fueron duras por
demás. La atmósfera, muy densa,
semejaba una niebla ígnea, las durezas de la tierra
comenzaban a manifestarse, si bien enormes extensiones se
encontraban en absoluta fusión, y, entre la prodigiosa
conformación de islas, se hallaba en ebullición un
mar recalentado una y otra vez debido a las lavas de incesantes
erupciones volcánicas. Es, por otro lado, el tiempo de los
bosques lujuriosos y de los animales gigantescos. El esqueleto
del hombre, aunque formado, el resto de sus formas eran
aún muy plásticas, al igual que las de los
animales. El hombre lemur oía y tenía tacto, y sus
presuntos ojos, los que en el futuro habrían de llegar a
ser, no eran entonces sino dos meros puntos marcados y
sensibilizados sobre la piel que progresivamente irían
siendo afectados por la difusa luz que se filtraba a
través de la citada inmensa neblina. En realidad, no ha
sido sino la luz la que ha construido los ojos de que hoy
disponemos.
Tenía nuestro hombre por lenguaje el de
los sonidos naturales, sonidos que imitaba. No tuvo percepción
acerca de cómo ni cuando nació su cuerpo aunque
sí podía detectar a otros hombres, si bien se traba
de una percepción interna, espiritual, pero que le
proporcionaba claridad y lógica acerca de lo percibido. Ni
siquiera sabía en ese tiempo que tenía un cuerpo,
tal era su inconsciencia en este mundo tridimensional. Y, sin
embargo, habría de ser el dolor el instrumento de hacerles
tomar conciencia de su propia realidad física. No es de
extrañar, por tanto, que entre los misterios
enseñados entonces uno de los más importantes
consistiera en hacerle ver que ello era así. Fue
éste asimismo el tiempo en que la procreación
– ya descrita más arriba – se encontraba bajo
la guía de los ángeles de Jehová,
procreación que, tras comer del Árbol del
conocimiento a raíz de la revelación efectuada por
los ángeles caídos o luciferes, es pudo el hombre
alterar mediante la realización del acto generativo en
cualquier tiempo en cuanto búsqueda del placer, hecho que
provocaría no sólo dolor, sino múltiples
enfermedades sin cuento que encontramos relatadas en la
Biblia.
Por tanto, el hombre lemur – todos los lemurianos fueron de piel
negra – aparte de estar inconsciente mientras cambiaba un cuerpo
para tomar otro, su conciencia, tal, y como hemos referido, se
encontraba muchísimo más centrada en los mundos
internos, en el mundo espiritual. Y si del lenguaje hemos dicho
que era imitativo de los sonidos naturales, estos sonidos eran en
cambio para él sagrados, pues cada sonido emitido
disponía de poder que podía obrar sobre la
naturaleza, sobre los animales o los propios semejantes. En
consecuencia, bajo la guía de los Señores de Venus,
instructores tenidos por mensajeros divinos, el lenguaje lo
usaron con absoluta displicencia y sacralidad. Tal cual estamos
viendo, el incipiente hombre lemur fue un verdadero mago,
motivado su poder por su inicial y alto estado de pureza e
inocencia (que no virtud). Y, siendo así, por fuerza las
enseñanzas iniciáticas no tuvieron por otra
finalidad que, siguiendo las reglas del desarrollo que
acontecía, enseñar y tratar de mostrar a aquel ser,
además de arte, las
realidades físicas y exteriores que lo circundaban con las
leyes que regían las mismas y las gobernaban. Es
aquí cuando abre los ojos, que no es otra cosa que decir
que, efectivamente, sus ojos físicos habían
progresado lo suficiente para verse a sí mismo y, por
tanto, toma conciencia de sí, de su propia existencia
desnuda en medio de un mundo en el que, poco a poco, habrá
de llevar a cabo todavía una inmersión más
profunda, una inmersión absoluta.
El lemur, aun teniendo a su disposición el poder que
ostentaba, hizo sin embargo buen uso de él, dado que
siempre tuvo presente tanto su procedencia como su
relación con los dioses. Tras la separación de los
sexos, de la que enseguida se hablará y que también
tuvo lugar en esta época, la educación
específica para los hombres consistió, no obstante,
en el crecimiento y fortalecimiento de la voluntad, mientras que
la mujer era
instruida mediante situaciones que propiciaran el despertar y
acrecentamiento de la imaginación, una y otra
características naturales y predominantes la primera en el
hombre, la segunda en la mujer.

1 B.- La separación de los sexos

El espíritu es bisexual y no asexual.
Piénsese que, en este último caso, el cuerpo, en
cuanto a la forma, también sería irremediable
asexual, puesto que éste, en el mundo tridimensional, no
es sino la manifestación externa del espíritu
individual e interno que lo creó.
En cambio, en los mundos internos del hombre, la sexualidad se
pone de manifiesto mediante dos fuerzas muy distintas si bien
complementarias. Una, la voluntad, en cuanto fuerza masculina y
en consonancia con las fuerzas solares, y otra la
imaginación, en cuanto fuerza femenina y ligada a las
fuerzas lunares, hecho éste palpable tanto por el poder
imaginativo que ostenta la mujer como por la influencia que
ejerce la Luna sobre el organismo femenino.
Durante la Época Hiperbórea, cuando aún
permanecían en el sol la Tierra y la Luna, las fuerzas
masculinas y femeninas obraban sin dificultad en los respectivos
cuerpos del hombre.
Sin embargo, una vez que la Tierra fue separada del sol y
posteriormente la Luna lo hubo sido de la Tierra, las fuerzas
solares y lunares, bajo el nuevo status, no encontraron modo
posible de ejercer la igualdad con
que lo habían efectuado anteriormente, por lo que
determinados cuerpos se prestaron mejor a la recepción
solar y otros a la lunar, es decir, unos seres se inclinaron
hacia el desarrollo intenso y predominante de la masculinidad y
otros de la feminidad.
En esta etapa el hombre era hermafrodita, capaz de dar lugar,
cual determinadas plantas, a otro
ser por sí mismo, sin intervención exterior alguna.
Sin embargo, a efectos de que aquél pudiese llegar a
convertirse en verdadero creador, similar a los Elohim, resultaba
indispensable que pudiera disponer de un cerebro que,
albergando la mente, permitiera utilizar la materia mental para
razonar y concebir imaginativamente aquello que por sí
mismo libremente desease crear. Y, de similar forma, era preciso
que dispusiera de un instrumento cual es la laringe, capaz de
articular y emitir con el tiempo la palabra creadora. No de otra
forma pudo emanar del Uno La Palabra, el sonido, el Fiat Creador
citado por San Juan, a través del cual "La Palabra se hizo
carne" y no por medio de encarnar y tomar la figura de un cuerpo
físico, sino "haciéndose carne" a través de
todo lo que es y constituye la materia del universo con sus
millones y millones de sistemas solares.
La consecuencia fue que, mientras una mitad de energía
creadora, ya masculina ya femenina, ascendía para la
conformación y desarrollo del cerebro y la laringe, la
otra mitad que libre para darla a otro ser y poder llevar a
efecto el acto de generación de nuevos cuerpos. Es en este
preciso momento cuando el hombre deja de "conocerse a sí
mismo" para pasar a "conocer" a su esposa, cuya resultante
habría de consistir en el advenimiento de los hijos
físicos tal cual son conocidos.
Si observamos con atención el proceso, podremos nos daremos
cuenta de que, a partir de aquí, se ha producido un lapsus
de tiempo especial, el cual comienza al ser expulsado el hombre
del Jardín del Edén, o región etérica
-, hacia la mitad de la Lemuria – en plena involución y
camino del nadir de la materialidad, para cruzar ésta e,
investido ya su ser de mente y convertido en humano, comenzar a
elevarse mediante un proceso evolutivo de regeneración,
regeneración que deberá durar hasta que vuelva a
conocerse internamente por sí solo y a sí mismo.
Habrá tornado entonces no sólo a ser hermafrodita
como antaño fue, sino que por medio del pensamiento
podrá imaginar, concebir y dar expresión concreta a
sus criaturas mediante la palabra creadora, la "palabra perdida",
aquélla con la que en sus primeros estadios en la Lemuria
usó para construir formas físicas de animales y
vegetales. Esta consecución es precisamente a lo que se
refería aquella famosa inscripción que se hallaba
en el frontispicio del Oráculo de Delfos y que rezaba:
"Hombre, conócete a ti mismo", es decir, "engendra dentro
de ti mismo".
No obstante, hagamos notar que si bien el hombre, con la
construcción del cerebro (en cuya construcción fue
ayudado directamente por los ángeles) y la laringe, dio un
paso gigantesco en dirección a sus futuros desarrollos
creadores, no es menos cierto, evidentemente, que le costó
a cambio la posibilidad – al menos transitoria – de
procrear una unidad completa en sí mismo y por sí
mismo. Ello habría de dar lugar, tras haber sufrido esta
pérdida, a la labor conductora angélica anual a fin
de que el hombre se reprodujera por medio de un apareamiento
inconsciente, y a que, más tarde, tuviese lugar la
denominada "caída" debido a la intervención de los
Luciferes en el sistema de reproducción, como ya ha sido
reseñado.

1 C.- De la Epigénesis al "eslabón
perdido".

Las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental
afirman que el contenido concreto de la evolución consiste
en convertir al hombre desde un dios potencial, inconsciente de
sí mismo y nesciente, y en definitiva estático,
hasta un dios consciente y omnisciente a través de un
desarrollo dinámico. Pero este desarrollo no puede ser un
despliegue de las potencialidades recibidas de Dios, su
progenitor, sino que, para ser un creador original, es preciso
que aquel proceso se lleve a cabo bajo la premisa de que el dios
en formación tenga la posibilidad de realizar nuevos y
originales aportes, incorporaciones que den sentido y
autenticidad a un verdadero creador, pues, de lo contrario, no
pasaría de ser un mero imitador, por muy perfecto que
llegase a ser.
Ello, de forma inevitable, nos lleva a considerar dentro del
ocultismo, cual predican las enseñanzas para Occidente, a
incluir en tal proceso, además de la Involución y
Evolución a la Epigénesis, es decir, aquella
virtualidad de introducir novedades que vengan a hacer progresar
los horizontes y posibilidades a lo largo de su marcha evolutiva.
Si el hombre actualmente se encuentra enfrascado en los trabajos
sobre La Forma en nuestro Período actual, el Terrestre –
en el de Júpiter comenzará a trabajar con la vida
– necesariamente ha de ser sobre la forma de los materiales
donde aquellas incorporaciones deben tener lugar. Mediante su
trabajo ha de convertir los materiales en más
dúctiles, en más flexibles, más duros,
más resistentes, logrará transformarlos en mejores
transmisores y con óptimas condiciones para suministrar
nuevas oportunidades no sólo al hombre sino también
al conjunto del mundo, puesto que al hombre incumbe realizar su
tarea de acuerdo con su oleada de vida, y esta
contribución deberá ser hecha lo más acabada
y perfecta. Piénsese en que hubo un tiempo en el que la
fuerza que en la actualidad estamos empleando en conformar
aviones, barcos, transbordadores espaciales y la última
tecnología
de comunicación o cualquier otra, esa misma fuerza,
insistimos, es exactamente la misma que en otro tiempo anterior –
el de la Involución – hubimos de emplear para construir
nuestros vehículos (cuerpo físico, de deseos y
mental) los precisos para poder manifestarnos en forma
tridimensional como seres humanos como el mundo físico
requiere.
Pues bien, ¿ qué arquitecto o constructor
podría llegar a ser un verdadero genio creador si no
estudiase a través de cada caso concreto no sólo
los errores cometidos, sino las necesidades que van a imponerse
en el futuro y, por tanto, no procediera a reconstruir una y otra
vez los primeros proyectos a fin
de alcanzar su objetivo ? Luego, la Epigénesis –
como ya afirmó Haeckel hace tanto tiempo – a
través del microscopio debe
pasar de denominarse hipótesis a constituir un hecho
constatable. Por otro lado, quienes se adhieran férrea y
permanentemente a viejas formas, no podrán elevarse
más allá de la especie, por lo que necesariamente
han de quedarse atrás en calidad de rezagados. A lo largo
de la inmensa marcha de la evolución del ser humano y en
todo tiempo, en cada etapa con su forma respectiva, ha habido
siempre rezagados, espíritus menos flexibles, menos
adaptativos, menos esforzados. De tal manera ha sido así
que, estos rezagados, a modo de estriberones, han ido tomando las
formas dejadas por los adelantados con el fin de alcanzarlos, si
bien los adelantados ya se encontraban utilizando otras formas
nuevas, las que habían construido en un nuevo despliegue
de Epigénesis tocante a la forma, ya que si el
espíritu que habita una forma no es capaz de renovarla, de
acrecentarla, mejorándola como ya dijimos, debe
degenerar.
En esta marcha evolutiva enunciada, en que se produce un
sistemático abandono de formas por parte de los
adelantados, las cuales van siendo recogidas por los rezagados,
existirán formas tomadas por estos últimos mientras
aún queden individuos pertenecientes a dicha especie y
bajo esa condición, por lo que en el instante en que deje
de haber espíritus rezagados de tales
características, muy gradualmente, dicha forma
comenzará a desintegrarse y a resumirse en los distintos
estratos del planeta.
Llegados a este punto, debemos recordar que la ciencia
materialista enseña que, si bien el hombre fue ascendiendo
por evolución de la ameba hasta el ser que hoy es,
sí procede introducir el importantísimo matiz de
que también afirma que, una vez hubo evolucionado hasta
los antropoides, aquí se escindió en dos,
evolucionando una rama hasta el hombre actual, mientras que otra
se estancaba para aparecer a través de los diversos tipos
de monos. Las Enseñanzas de la Sabiduría Occidental
difieren radicalmente acerca de tal aseveración, puesto
señala que el hombre jamás habitó formas
idénticas a las de nuestros animales ni antropoides
actuales. Sí dispuso de formas similares, pero siempre
superiores a las de unos y otros. Es admisible que, tal vez a
consecuencia del parecido anatómico en general, la
deducción haya conducido a esta especie de
"callejón sin salida" al admitir no obstante la ciencia y
afirmar después que, teniendo lugar la evolución
perfectiva, evidentemente los antropoides han sido superados por
el hombre. De aquí proviene la afirmación muy
común de que descendamos del mono, máxime, para
algunos, al advertirnos la biología moderna de
la tan cercana identidad
génica entre unos seres y otros, pero no la razón
última.
Por tanto, el punto que ahora tratamos es de la mayor entidad en
cuanto afirmamos que
desde el ancestral momento en que las razas arias tuvieron como
cobijo formas parecidas a las de los antropoides, dichas razas
han alcanzado el presente estado de desenvolvimiento, a la vez
que sus "formas habitadas" – aquellas que dejaron atrás, y
que eran el eslabón de unión con los rezagados, han
degenerado y degenerado, estando habitadas por los últimos
rezagados del Período de Saturno, primer período
del actual ciclo o Gran Día de Manifestación. Y
asimismo que, dentro de los mismos monos, los inferiores, en
lugar de ser los progenitores de sus especies más
avanzadas, no es así en cambio, dado que estos monos
inferiores son rezagados que animan los ejemplares de formas
aún más degeneradas de lo que, muy lejos ya,
correspondió a la forma humana.
En cualquier caso, que los antropoides pueden alcanzarnos
convirtiéndose en seres humanos, es posible. Pero
sólo ellos podrán hacerlo. Ningún otro
animal. Los demás alcanzarán su estado humano bajo
otro período cósmico posterior – el de
Júpiter – y bajo condiciones absolutamente diferentes a
las que observamos hoy.
El mono, en consecuencia, y por tanto, no es sino un hombre
degenerado. Añadamos que los pólipos constituyen la
forma más degenerada dejada por los mamíferos, y que los musgos conforman lo
más degenerado respecto del reino vegetal. Y de acuerdo
con lo que ya hemos señalado con anterioridad, al alcanzar
cualquier reino el cenit de la degeneración, será
absorbido por el reino mineral irremediablemente.
Cual nota ilustrativa de la última apreciación
efectuada, queremos citar, además del carbón, en
cuanto a que en un tiempo anterior fue poseedor de una forma
vegetal, a la piedra común o roca, la cual, habiendo
tenido por base igualmente su conformación primigenia en
el reino vegetal, y dejándonos en su composición
minerológica blenda, feldespatos y mica, el clarividente
avanzado nos diría, sin embargo, que lo que se llama
blenda y feldespato son tallos y hojas de flores
prehistóricas, y que la mica, por otro lado, es lo que
queda como residuos de los pétalos.
La vida antenatal es, en esta materia, otra corroboración
de las Enseñanzas Occidentales, pues éstas afirman
que dicho desarrollo, desde la concepción al nacimiento,
no es en sí más que una recapitulación de
los pasados y sucesivos desenvolvimientos obtenidos por el
hombre. En consecuencia, si se observa un óvulo animal con
todo detenimiento y atención durante el período de
gestación, podrá apreciarse que únicamente
discurre a través de los estados mineral y vegetal,
naciendo, al alcanzar el estado animal. En cambio, el
óvulo del ser humano, tras discurrir por los tres reinos
inferiores, y disponiendo del poder epigenésico, el cual
le permite hacer aportes adicionales a las condiciones de la
forma, continúa su desarrollo hasta alcanzar el estado que
en realidad le corresponde: el humano.
Cuando la Epigénesis deja de actuar y queda inactiva en un
individuo, en una familia, nación
o una raza, la evolución se detiene y comienzan sus
entropías particulares: la degeneración.

 

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