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Los Rosacruces – Sabiduría Occidental (página 5)




Enviado por Antonio Justel



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Y si, como por ejemplo, al pintor le son mostradas las
requeridas apreciaciones para que logre captar nuevas
perspectivas, distinga colores y
determine sombras delicadas, al matemático y al
músico les interesarán no menos otras instancias,
tales como los canales semicirculares del oído, con
que podrán percibir con exactitud el primero el espacio y,
el segundo, además de unas manos apropiadas para la
expresión de cada composición percibida, el
añadido de las Fibras de Corti, las cuales puedan
permitirle descubrir tal vez hasta veinticinco tonalidades o
gradaciones diferentes, cuando la normalidad de un músico
ordinario no suele sobrepasar el número de quince. El
oído es el órgano más acabado del cuerpo
humano, el más perfecto y, por tanto, el que otorga la
mayor fiabilidad en el espectro actual de nuestros sentidos. Lo
primero que se emitió en el mundo fue el sonido de La
Palabra, el sonido del Verbo, el emitido en calidad de Fiat
Creador por el Cristo Cósmico.
Si la Naturaleza
contiene una sabia ley, cual es la
de que nadie puede habitar un cuerpo más eficiente que el
que a sí mismo pueda construirse, aquella ley no es sino
la premisa mayor respecto del aprendizaje que,
mediante la evolución por acumulación de
conocimiento y
su aplicación correcta, le es dado progresar al hombre. Por
consiguiente, tras vivir realmente una y otra vez en nuestras
propias construcciones, es como vamos dilucidando nuestros
errores y la forma de corregirlos en este cielo de abundante y
complejo trabajo. La
detección, por tanto de tales errores, es lo que va a
permitirnos introducir en sucesivas construcciones la
Epigénesis, es decir, posibilidades originales que, cual
aportes nuevos, vengan a resolver y subsanar los defectos
observados y ahora tal vez resueltos con eficiencia
innovadora, cuestión propia de un creador. La evidencia,
pues, no es otra que lo que verdaderamente construimos en el
Cielo lo usamos en la Tierra o la
Naturaleza, una de las manifestaciones visibles de Dios al ojo
humano.

Tercer Cielo

Una vez realizadas cuantas actividades han sido ya
citadas respecto del cielo anterior, y tras disolver la mente que
se portaba de la vida pasada en el triple espíritu,
entonces el espíritu, el Ego, asciende a la más
elevada región del pensamiento,
cual es la del Pensamiento Abstracto o Tercer Cielo, lugar
especialísimo en el que, por medio de la inexpresable
armonía que aquí reina, el espíritu se
fortalece a fin de afrontar su próxima inmersión en
la materia: un
nuevo renacimiento.
Tras pasar aquí un tiempo, y bajo
el impulso de desear renacer y adquirir nuevas experiencias, ello
evoca ante el Ego evolucionante una serie sucesiva de cuadros,
los cuales, si bien le dan una perspectiva de lo que ha de ser su
nueva vida, éstos no contienen más que grandes
líneas, rayas maestras exclusivamente, dejando los matices
o detalles menores a su voluntad, además de ofrecer la
siguiente particularidad, cual es la de que, habiendo elegido un
determinado proyecto de vida,
ya no podrá retroceder para efectuar una nueva
elección. El símil podría hacer
alusión a la necesidad imperante de tener que cruzar una
calle, si bien el dónde y cómo cruzarla se
otorgarían a la determinación o libre arbitrio del
que renace. De cualquier modo, dichas evocaciones o cuadros son
proporcionados por los Ángeles
Archiveros o Ángeles del Destino, y abarcan absolutamente
desde el nacimiento hasta la muerte,
aunque el método de
exposición, obviamente, sea en el sentido
que se acaba de indicar y, por ello, en el contrario a lo que
sucedía en el caso del Purgatorio, sentido que
tenía lugar de los últimos acontecimientos de la
vida hacia los primeros, y cuyo porqué consiste
coherentemente en que en el Purgatorio se trataba de que el Ego
evolucionante descubriera cómo determinados efectos
devenían de ciertas causas, y ahora, por el contrario, en
el hecho del nacimiento se trata de hacerle ver que determinadas
causas van a producir efectos determinados. De aquí que a
la experiencia sea definida como "la facultad de conocer
cuáles son las causas que producen los actos".
La pregunta que muchas almas se hacen a lo largo de la historia de la humanidad, es
la de que por qué hemos de renacer y renacer, con el dolor
y sufrimiento que ello encierra, y no efectuamos lo que
corresponda de modo feliz, por ejemplo, en los cielos. Y la
respuesta rotunda no puede ser otra que afirmar que "el
propósito de la vida no consiste en la felicidad sino en
la obtención de experiencia". ¿ Cómo si no
se instruye un Creador ? ¿ Cómo si no se
pasaría de la nesciencia a la omnisciencia y de la
impotencia a la omnipotencia ? Conociendo y venciendo mediante la
práctica de la vida las deficiencias de la materia,
dominando y controlando ésta, sometiéndola y
elevándonos a los planos superiores en que la luz
incrementará paso a paso nuestra vibración y
poder, y ello
hasta vivir permanentemente en la luz porque seremos ya
sólo luz con todo lo que en realidad ello implica.
En su virtud, pues, señalaremos la experiencia
únicamente puede adquirirse de dos modos: uno, mediante el
duro camino del avatar personal; el
otro, por medio de la observación de actos ajenos debidamente
razonados y reflexionados a la luz de nuestras evidencias
personales. Este segundo es el camino que usa el ocultismo; es un
camino más rápido e inteligente también,
dado que evita muchos de los sinsabores del método
primero.
Pero, dado que en definitiva gozamos de libre albedrío
para detallar nuestras vidas, nuestra es por tanto la
elección del método a emplear. Eso sí,
algún día deberemos completar el
conocimiento teórico y práctico a fin de
dominar con perfección el mundo en que nos encontramos
inmersos; en tanto no sea así, deberemos volver y volver a
renacer como acontece con cualquier escuela
ordinaria. Ahora bien, es tan grande, tan amplia la gama de
asuntos y cuestiones a aprender, que resulta imposible en una
sola encarnación abarcar lo que las correspondientes
lecciones entrañan. No en vano, e invocando el axioma
analógico por excelencia de "como arriba es abajo y como
abajo es arriba", que permite el desvelamiento de todo misterio
del universo, nos
permite descubrir que también en el mundo invisible
existen lapsus de tiempo de reposo o de descanso respecto de la
actividad que en cada caso acabemos de abandonar, y ello ya sea
en la Tierra o en el
Cielo. El hecho de que no recordemos lo acontecido en nuestras
vidas anteriores no es suficiente para negarlas, incluidas las
facultades desarrolladas y acumuladas a través de ellas,
porque ¿ acaso recordamos todos nuestros pasos, esfuerzos
y sinsabores respecto a cuanto sabemos y ponemos en
práctica hoy ? ¿ no es más cierto que al
igual que sabemos escribir, gozando por tanto de dicha facultad,
la misma constituye una clara evidencia de que en algún
momento y en alguna parte hemos debido ganarla mediante el
esfuerzo requerido para ello ? En consecuencia ¿ puede
alguien dudar ahora de qué sea el genio ? Cuando Bach o
Mozzart hicieron relampaguear sus facultades a tan temprana edad
¿ puede afirmar alguien, a partir de la presente lectura y
razonamiento, que el motivo ha sido el don dado puntualmente a
estas almas por Dios o que, meramente, las interrelaciones
azarosas de la materia las hicieron posibles sin más ?
Más bien, dirá ese alguien que no, que eso ha sido
debido única y exclusivamente a los esfuerzos continuados
vida tras vida en esa dirección y que, en determinado momento, a
cada uno en su etapa, esa fue la causa real de este efecto de
precocidad e iluminación musical que ambos
demostraron.


XV

CRISTO Y
JESÚS, sus respectivas identidades y
diferencias

Cristo es el más elevado iniciado de los
Arcángeles durante el Período Solar, el segundo del
septenario plan en el que se
encuentra inmersa la evolución
del hombre. Por tanto, en aquel momento los arcángeles
constituían la correspondiente humanidad, humanidad en la
que el cuerpo más denso estaba formado de materia de
deseos. Ello conlleva necesariamente que los arcángeles
sean verdaderos expertos en la construcción de cuerpos de dicha sustancia,
pero sin poder conformar otros en mundos más bajos por la
sencilla razón de desconocer el medio y método de
construcción, dado que nunca han pasado por una
evolución semejante a la del hombre. De ahí que
Cristo, como tal arcángel, y en concordancia con lo
expuesto, en principio le hubiera resultado imposible de todo
punto construir un cuerpo físico y tridimensional, cual es
el nuestro, para encarnar y ejercer nuestra redención
aquí en la Tierra, dándose la circunstancia –
según una ley cósmica – de que nadie puede
funcionar en un mundo determinado si no poseyese un
vehículo adecuado para funcionar en él. Que hubiera
podido intervenir desde el Mundo de Deseos cual hacían los
Espíritus de Raza, sí, obviamente. Pero no era
ése el plan concebido para la humanidad, pues Cristo
debía nacer como un "hombre entre los hombres", es decir,
desde dentro y no aparecer milagrosamente, o incluso en el
sentido a como lo hicieron los Señores de Venus o Mercurio
en la antigüedad, pues el hombre
disponía de libre arbitrio y por él mismo
debía admitir o no el ministerio de Cristo.
Entonces ¿ quién era Jesús ? Jesús,
al igual que José, su padre terrestre, desde el punto de
vista espiritual era un constructor, un tekton, palabra griega
que originalmente fue empleada con el significado de
"carpintero", era un hijo de la luz o francmasón
verdadero, aquél que se esfuerza por construir el templo
místico o modelo divino
dado por el Padre, motivo por el que dedica a ello todo su
corazón, con toda su alma y toda su
mente. Esta es la aspiración del tekton y su guía:
la de ser el mayor en el reino de Dios y, por tanto,
deberá ser al mismo tiempo el sirviente de todos.
Jesús nace en los tiempos en que aproximadamente refiere
la Historia y no en el 105, a.c., como alguna obra ha
señalado, pues el individuo a
que se hace alusión bajo la misma denominación
– muy común por otro lado en Palestina en aquel
entonces – efectivamente era un iniciado, si bien lo
había conseguido a través de la iniciación
egipcia y no esenia, cual fue la de Jesús de Nazareth.
María y José, sus padres, fueron asimismo dos
iniciados de rango muy elevado, motivo por el que el hecho de
"conocerse" devino en sí no con la desatada pasión
del común, sino como un acto de profundo y
limpísimo amor a
través del cual podían ofrecer al Señor el
oportuno cauce para, mediante el cuerpo de Jesús, su hijo,
fuese posible el advenimiento del Gran Espíritu Redentor
de la humanidad, el Espíritu de Cristo. Ambos, José
y María, mucho antes del tiempo de que tratamos, fueron
conscientes por completo de "la encarnación que
habría de venir", y durante edades trabajaron para
perfeccionar sus cuerpos y sus espíritus a fin de procurar
acceso a la Tierra al que sería El Redentor. Este apunte,
en el sentido explicado, se halla reconocido del mismo modo por
San
Agustín que dice: " … lo que hoy se denomina
religión
cristiana existía entre los antiguos y nunca cesó
de existir desde el origen de la raza humana hasta que el mismo
Cristo llegó y el hombre comenzó a llamar cristianismo a
la verdadera religión que ya existía antes." El
cristianismo continuó, por tanto, y exactamente, en el
lugar donde las revelaciones previas habían cesado.
Es este uno de los dogmas católicos que deja de serlo tan
pronto es explicado y comprendido. Ninguna alma pura puede nacer
a través de un alma impura y viceversa, pues así es
como actúa la ley de afinidad. Del mismo modo,
ningún Salvador puede nacer de alguien cuya virginidad de
alma no permanezca a través del acto físico de la
concepción. No se trata, pues, y en ningún caso, de
una condición de naturaleza meramente física. Todas las
Grandes Religiones de
Raza y en todos los países se hace alusión a
"Aquél que debe venir", pero no así la cristiana,
que hace referencia a Aquél que debe volver, cual si todas
ellas fuesen un escenario previo, una preparación para la
"Luz del Mundo", cual es la del Sol, en cuyo centro Cristo
habita. No olvidemos que, por ejemplo, en Egipto se
adoró a Osiris e Isis, en Babilonia a Izdubar e Istar, en
Grecia a Apolo
y Atenea, en India a Buda y
su madre Maya, en Persia a Zoroastro y a Ainyaita, como, asimismo
se adoró en Palestina a Jesús y la Virgen
María.
¿ Y de qué habría de redimirnos Cristo ?
Como bien puede suponerse, para concebir y llevar a cabo un plan
cósmico – y sabiendo que en la economía de la
Naturaleza la oportunidad y el aprovechamiento y eficiencia de
las energías es máximo – es fácil deducir
que los motivos para venir Cristo a la Tierra debieron ser varios
y de redención simultánea: Así,
piénsese que, hasta entonces, habíamos vivido bajo
la ley de Jehová, quien, al utilizar como vehículo
de funcionamiento terrestre el Mundo del Pensamiento Abstracto,
vehículo que tiende a la separatividad y al egoísmo
personal, la unidad resultaba de todo punto imposible para la
condición del unificador Espíritu de Vida,
vehículo de Cristo; y la humanidad, en su camino
evolutivo, debía pasar de una situación de Ley y,
por tanto de pecado, debido al incumplimiento de aquélla,
a otra de Amor, a una situación en la que cada hombre
pudiera reconocer como igual a su semejante y, mediante el
sacrificio propio y una entrega personal y amorosa, condujese a
la fraternidad universal; su implementación debía
hacerla desde "dentro", es decir, desde el interior de la raza,
nacer como "hombre entre los hombres", única posibilidad
de conquistar las normas religiosas
dadas por el Espíritu de Raza – Arcángel Miguel -;
otro de los motivos-fundamento de la venida de Cristo fue el que,
bajo el egoísmo desatado por la tendencia a la
separatividad, el patriotismo deducido por las religiones
jehovísticas, y las pasiones inducidas por los
Espíritus Luciferes para la generación de cuerpos
en cualquier tiempo o por simple gozo (el gasto sin finalidad
generativa de la fuerza
creadora es el denominado "pecado contra el Espíritu
Santo", o de lujuria, el que no se perdona) la atmósfera en que se
desenvolvía la humanidad era tan densa, tan difícil
de concebir un acto noble y llevarlo a la práctica, que,
en realidad, casi no existía la vida celeste, por lo que
la vía de la evolución se encontraba absolutamente
atascada, puesto que le mejora no existía y sí las
condiciones de que pudiera darse una verdadera
retrogradación y práctica desaparición de la
estirpe humana.
De modo que, en el momento de la inmersión en las aguas
del Jordán, (de forma similar a la Pila de la
Consagración o Mar Fundido de los Misterios Atlantes) fue
el momento elegido para que se produjera la toma por Cristo tanto
del cuerpo denso como del cuerpo vital de Jesús. De
aquí el nombre de Jesucristo (Jesús-Cristo, o
Cristo-Jesús), quien a partir de ese instante
pasaría a poseer la cadena ininterrumpida de los doce
vehículos que median entre el mundo físico y el
propio Trono de Dios y, por tanto, a ser el único mediador
verdadero y abogado del hombre. Él no sólo es la
Luz Espiritual del Sol y Luz del Mundo, sino la expresión
consumada del Amor, sentimiento que se expresa a través
del corazón y que, andando el tiempo, vencerá al
luciferino cuerpo de deseos, asiento principal del
Espíritu de Raza, que exige "ojo por ojo y diente por
diente" a través del sentimiento de venganza. Los elevados
sentimientos de compasión, misericordia, perdón y
justicia,
queramos o no, van alzándose de continuo aun bajo el
marasmo del egoísmo y la violencia,
pero de seguro que, en
sus alas, acabarán llevándonos hacia épocas
luminosas de altruismo, de solidaridad y
verdadera fraternidad planetaria.
Concluyendo, pues, queremos resumir diciendo que si bien el
Arcángel Cristo es el Redentor, el más elevado
iniciado del Período Solar, Jesús es un
espíritu humano – probablemente el más elevado
iniciado del Período Terrestre una vez éste haya
concluido -, quien habiendo conocido de antemano su esfuerzo
preparatorio y el sacrificio a que debía someterse,
cedió voluntariamente su dos vehículos inferiores a
Cristo – cuerpo denso y cuerpo vital – a fin de que
Aquél tuviese acceso a nuestro planeta y pudiera ayudarnos
en nuestra evolución mediante una nueva y superior fase.
(Oportunidad de insertar una nota como la presente: donde no
crezca el trigo no ha de florecer el cristianismo)

XVI

QUÉ
ES LA MEMORIA DE
LA NATURALEZA O REGISTROS
AKÁSHICOS

En estrecha correspondencia existen el Macrocosmos y el
Microcosmos, el universo y el
hombre. Y si "lo que arriba es abajo y lo de abajo es arriba",
este axioma fundamental nos llevará inevitablemente a que,
mediante deducción e inducción, podamos resolver todos los
misterios con su problemática acerca de las cosas que nos
sea dado o no percibir o contemplar.
Así, descartando ya a quienes estén capacitados
para poder ver sus propias vidas anteriores, de similar manera a
como echando la vista a atrás somos capaces de
"contemplar" escenas muy lejanas para nosotros pertenecientes a
nuestra presente vida y no sólo respecto del último
día, del mismo modo existe guardado en la Naturaleza un
recuerdo detallado y exacto de todas sus encarnaciones con todo
aquello que ha acontecido a lo largo de ellas, si bien estos
registros se gravan en varios mundos o estratos de muy diverso
compendio y nitidez. Puede decirse certeramente que a mayor
elevación del mundo, mayor será el compendio y la
nitidez de lo allí registrado. La característica
particular de este estrato o estratos a qué mirar,
consiste en que el desarrollo de
los acontecimientos, a partir de la escena a que dirijamos
nuestra atención, tiene lugar hacia atrás,
Así, si quisiésemos ver la muerte de
Napoleón y el porqué de la misma por
medio del éter reflector, podría tener lugar
mientras a través de la concentración
mantuviésemos esa escena in mente bajo el esfuerzo de la
voluntad y sería percibido, mejor aún, visto,
mediante una especie de cinta cinematográfica. Pero si
deseáramos ver seguidamente quién le enterró
y dónde, nuestra expectativa resultaría vana,
enteramente frustrada, por lo que deberíamos recomenzar de
nuevo en un punto posterior para, a continuación, de
manera semejante a como ocurre en el hecho purgatorial, seguir
retrocediendo hasta alcanzar lo pretendido. Conviene hacer notar
que, en este estadio primero o mirador natural del pasado del
mundo, lo conservado – y ello dependiendo siempre de la
propia capacidad del ensayante – no suele alcanzar de
ordinario mucho más allá de los setecientos u
ochocientos años. Esta visión puede ser obtenida
mediante una ligera extensión de la normal vista
física.
El éter reflector es el encargado de, a través de
su vibración, llevar a cabo la acumulación
requerida, dándose la paradoja asimismo de que cualquier
átomo
de éter que interpenetre cualquier cosa, contendrá
en sí mismo, y a un tiempo, las imágenes
de cuanto lo rodea. A la vista de alguien que detente
visión etérica, un pedacito mínimo de piedra
de las Pirámides de Egipto le permitirán ver, como
en una fotografía, y en toda su magnitud, los
grandiosos monumentos, de igual modo que otro pedacito de pared
de cualquier casa o habitación, le permitirán
descubrir cuantas escenas hayan tenido lugar en la misma desde el
mismo momento de su construcción y aun más
atrás.
En todo caso, debemos diferenciar de forma tajante, aun de forma
esquemática, las dos formas en que puede contemplarse esta
memoria o
registro
universal: por un lado la del psicómetra, el cual, tomando
el "pedacito" del algo citado, y mediante una actitud
pasiva, sí logra ver, pero se trata de una segunda vista
sin control alguno,
viendo en consecuencia tanto lo que desea como lo que no desea
ver, puesto que no dispone de poder para controlar a voluntad lo
que exclusivamente pudiera interesarle. La otra forma
correspondería al clarividente educado por medios
científicos con el añadido de una vida moral
apropiada, quien a voluntad y en cualquier tiempo puede ver
aquello que a sí mismo se exige, aunque con el
importantísimo matiz de que lo hará con finalidad
de servicio o
ayuda y nunca por mero afán de lucro o curiosidad.
Sin embargo, quien se encuentre preparado para leer la Memoria de
la Naturaleza o Registros Akáshicos en la más alta
subdivisión del Pensamiento Concreto,
región ésta en que se encuentran las fuerzas
arquetípicas, hallará que tanto la visión
como el modo de percibirla son absolutamente diferentes a lo
referido respecto del Éter Reflector. Se trata de una
visión en la que el inicio y el fin no importan en
absoluto, pues el vidente tendrá al instante – si de
Napoleón se tratase – un compendio exacto y riguroso de su
vida así como la esencia o alma mater que la animó.
Más aún, en ningún caso mantendrá la
visión como si fuésemos contempladores externos,
antes bien, nos daríamos cuenta de que la visión se
produce internamente, formando parte de nuestro Yo y sintiendo
tal cual si fuésemos el mismo que fue Napoleón
Bonaparte. Por tanto, no sólo podremos adquirir su
propio conocimiento, sino que además sentiremos cuanto
él pudo sentir, logrando así obtener una
comprensión álgida de su vida y propósito,
mucho más que si hubiéramos tratado de conseguirlo
a través de los libros o de
cualquier otro medio. En consecuencia, la visión de que
estamos tratando proporciona una asunción tan grande y
recóndita del hecho o personaje requerido, que
probablemente en este caso ni el propio Napoleón hubiese
sospechado acerca de pensamientos y sentimientos que el presunto
lector puede descubrir, vivir en sí mismo ahora y
comprender.
Pero, si tras dar esta descripción somera, alguien creyese que
podría narrar exhaustivamente cuanto le fuera dado ver, se
equivocaría por completo, pues una vez que se regresa a la
conciencia normal
el pasmo puede resulta asombroso, pues si es verdad que
allí acababa de ver un eterno aquí y ahora, es
decir, acabaría de contemplar un presente sin tiempo y sin
espacio, sin principio ni fin, no es menos cierto que la
ordenación de ideas, de actos y sentimientos resulta de
imposible logro para ser todo ello expresado por el cerebro y
plasmado debidamente en el mundo ordinario. No existe medio
humano de poder trasmitir una realidad tan excelsa, no hay
palabras, no hay idioma, no hay posibilidad, solamente se "vive"
entera y perfectamente la visión. Eso es todo.
Reseñado lo anterior, aún queda otro lugar o
registro más alto, más elevado para entrar en la
Memoria de la Naturaleza. Es el que se encuentra este en el Mundo
del Espíritu de Vida, el cual, de acuerdo con las
informaciones recibidas de los Hermanos Mayores de la Orden
Rosacruz, contiene un compendio íntegro de nuestro mundo
desde el mismo inicio de su manifestación.
Únicamente ellos, los HH.MM., y los Adeptos graduados,
están capacitados para utilizar registro tan sublime y
grandioso.
Como última anotación, no podemos de hacer
mención de la poderosísima herramienta de que el
hombre dispone – si bien muy pocos de forma adecuada
– para indagar acerca de cuestiones ya históricas,
ya geológicas, de flora, de fauna, etc.,
etc., pues mucho mejor que las aproximaciones mediante los
correspondientes, pertinaces y eficaces estudios, ha de ser el
contacto exacto. por medio de su contemplación – con
aquello que se encuentre sometido a la correspondiente investigación directa.

XVII

LA ORACIÓN
DEL PADRENUESTRO: su exégesis

Dada por el mismo Cristo, no se trata sino de una
composición abstracta y algebraica de naturaleza
espiritual que sirve para ayudarnos a mejorar y purificar todos y
cualquiera de nuestros vehículos. Se compone de siete
oraciones, de las que tres de ellas hacen alusión a los
vehículos del Ego, otras tres al mismo Ego, o triple
espíritu (no tres espíritus, sino tres fuerzas de
un espíritu único) y una más, la final, que
lo hace respecto de la mente. La introducción, que dice "Padre nuestro, que
estás en los cielos", en realidad no conforma sino una
mera y cabal introducción, algo sinónimo a la
dirección que pudiéramos poner sobre la cubierta
del sobre de una carta que
tuviésemos intención de enviar a alguna parte a su
destinatario.
Siendo tal su estructura,
pasemos a continuación a analizar sus partes una a una.
Tras la invocación de hacia dónde se dirige,
enseguida, mediante el vehículo inferior de nuestro triple
espíritu, el Espíritu Humano, nos acercamos para
adorar al aspecto inferior y en correspondencia de la deidad, el
Espíritu Santo (Jehová) al decir: "Santificado sea
Tu Nombre".
Por medio de nuestro segundo vehículo o fuerza del triple
espíritu, cual es el Espíritu de Vida, nos
postramos ante su correspondiente contraparte, el Hijo, (Cristo)
y decimos: "Venga a nosotros tu reino".
Y, ante el Padre, nuestro tercer aspecto del Yo Superior, el
Espíritu Divino, se arrodilla y dice: "Hágase Tu
voluntad".
Entonces, y llegados aquí, es cuando el Espíritu
Divino pide al Padre, el más elevado aspecto de la deidad,
por nuestra parte más densa o contraparte, y pide: "El pan
nuestro de cada día dánosle hoy".
El Espíritu de Vida, continúa la súplica
ante el Hijo y pide por su contraparte en la naturaleza inferior,
el cuerpo vital, diciendo: "Perdónanos nuestras deudas
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".
Y por fin el Espíritu Humano, nuestro aspecto personal
divino inferior, pide a la deidad por su correspondiente
contraparte, el cuerpo de deseos, de la siguiente manera: "No nos
dejes caer en la tentación".
Para finalizar, nuestros tres aspectos se acercan, se
aúnan, para postrarse ante Dios para rogar con esta
oración: "Más líbranos del mal".
Los Guías de la humanidad han proporcionado siempre a los
hombres motivaciones suficientes para que pudieran obrar y
obtener experiencias por medio de las cuales pudieran aprender y
evolucionar. El Amor, la
Fortuna, la Fama y Poder constituyen los cuatro asientos sobre
los que descansan todas las ambiciones humanas, de modo que
aislados o conjuntamente han estado
presentes en todos y cada uno de los eventos que han
conformado la historia global e individual de la humanidad, y
siendo el deseo a la vez motor y tentador
en las almas, a él corresponde la idea de venganza, que en
forma de memoria imprime en el cuerpo de deseos. En consecuencia
controlar y dominar el cuerpo de deseos es de la mayor
importancia en quien aspire a gobernarse a sí mismo.
Más útil a estos efectos que las meras oraciones
dictadas por la iglesia, ello
podrá alcanzarse mediante la concentración en altos
y nobles ideales y vigorizando el cuerpo vital, salvo en aquellos
casos en que la oración se deba a una devoción de
una gran pureza, pues aquélla llevará sin duda el
aliento del devoto ante el mismo trono de la deidad.
En consecuencia, y bajo este prisma de carácter estrictamente espiritual, al igual
que decimos que el amor al que debe aspirar el alma debe estar
referido a todos los seres de la humanidad; que la fortuna a que
se aspire debe encuadrarse en cuanto al número de
oportunidades para servir a los demás, y la fama
deberá atender a la capacidad hallada para dar y trasmitir
la buena nueva, tocante al amor y al servicio que se desean
prestar, el poder debe consistir, en conclusión y en
definitiva, en aquél que se ejerce propiciando
prácticas que sirvan para ayuda y mejora de la
humanidad.

XVIII

EXPOSICIÓN
ABREVIADA DEL PROCESO
EVOLUTIVO

Se dice que en el principio un Gran Ser Creador (el Ser
Supremo, el Gran Arquitecto del Universo y, por tanto
también de nuestro Sistema Solar)
procede a aislarse en una porción de espacio en la que
conforma o crea nuestro mundo mediante el cual procurará
tanto nuestra evolución como el aumento de la propia
conciencia., e incluyendo dentro de Sí huestes y huestes
de Jerarquías Creadoras de inmenso poder y esplendor
espiritual, fruto de anteriores manifestaciones de tal Gran Ser,
además de otras Inteligencias de inferior grado de
conciencia y desarrollo, por debajo aun del trance más
profundo. Y si en cada período de manifestación,
quienes ya hayan alcanzado las más altas cotas de
espiritualidad han de trabajar sobre los más atrasados,
induciendo en ellos un fermento de conciencia propia que les
permita progresar, aquéllos que en su evolución
quedaron aparentemente interrumpidos mediante una Noche
Cósmica – y al igual que un niño continúa en
su escuela tras haberse repuesto y descansado en una noche
ordinaria – continuarán su evolución ordinaria al
amanecer de un nuevo Día de Manifestación.
En la Naturaleza no existe ningún proceso
instantáneo. Sí se trata, en cambio, de un
proceso de suma lentitud a través del cual, con seguridad
absoluta, se alcanzará la más acabada
perfección. Y si "como abajo es arriba" y viceversa, el
universo, el macrocosmos, de forma semejante al hombre,
también discurre por estados de infancia y
adolescencia,
de madurez y decrepitud. Si cuando acontece el nacimiento y la
infancia de un niño, éste no puede valerse por
sí mismo, debiendo obviamente ser cuidado y ayudado por
sus padres, pues carece tanto de suficiente fuerza física
como de mente eficiente, del mismo modo viene a ocurrir en los
mundos que vienen a ser con sus criaturas primigenias o
inmaduras, sobre quienes los guías deben ejercer un
tutelaje apropiado a fin de que, llegado su tiempo, puedan
emprender su propio desarrollo de manera autónoma y con
libre albedrío. Éste será el tiempo en que
tanto la experiencia obtenida como el pensamiento tomen las
riendas de la propia vida de manos de los correspondientes
instructores y llevar adelante la expansión de la
conciencia.
Todo el tiempo transcurrido en la obtención de conciencia
de sí mismo, del Yo, y de la construcción de
aquéllos vehículos a través de los que el
espíritu del hombre se manifiesta, se le denomina
Involución, proceso de inmersión en la materia
hasta alcanzar su punto más denso, más bajo, su
nadir. El período que le sigue, aquél por el cual
el hombre, tomando la dirección de sus propias fuerzas y
vehículos se eleva desde la inconsciencia y la nesciencia
a la omnisciencia consciente, se le llama Evolución. Pero
si el hombre sólo desarrollase dinámicamente las
potencialidades originarias de su Padre, sería un mero
imitador y no un creador; por lo que aquella fuerza de que cada
hombre dispone, la que hace que cada evolución personal
difiera de cualquier otra, esa fuerza interna y exclusiva de en
cada cual proporciona aportes originales respecto de la forma y
tanto en el propio individuo como en el mundo externo, es la que
se denomina Epigénesis. (Véase la diferencia
sustancial que existe entre el mero descubrimiento
científico y la naturaleza innovadora y única de la
invención, de lo que no existía en la Naturaleza)
Sin embargo, dado que el tratamiento que efectúa la ciencia
atañe exclusivamente a la forma, aquélla solamente
reconoce la evolución, puesto que la involución
corresponde a la línea de la vida. De todos modos, la
Epigénesis, desenvolvimiento original de la forma, en los
últimos tramos de tiempo tiende a ser admitida por la
ciencia. Las
Enseñanzas Occidentales toman, por supuesto, la
Involución, la Evolución y la Epigénesis
como una trinidad inquebrantable con que explicar y comprender el
pasado, el presente y el desarrollo futuro del
universo.

Diseño y construcción de los diversos
mundos

De modo semejante a como una persona es capaz
de diseñar su propia casa y dividirla en diferentes
espacios vitales de acuerdo con la finalidad buscada; del mismo
modo que busca un lugar adecuado para ubicarla y luego determina
su construcción, así Dios, al desear crear busca
una ubicación apropiada en el espacio cósmico,
llena ese espacio con su aura, compenetra cada átomo de la
siempre existente Raíz Cósmica con su vida, y son
despertadas las actividades latentes en cada átomo
indivisible.
Cuando decimos "siempre existente Raíz Cósmica"no
estamos haciendo alusión sino al polo negativo del
Espíritu Universal (el Absoluto), a la vez que, cuando
hacemos referencia a un Gran Ser Creador, al que llamamos Dios
(Ser Supremo) y de quien en cuanto espíritus formamos
parte, no estamos aludiendo sino a la expresión del polo
positivo del mismo Espíritu Universal, es decir,
también al Absoluto.
Por tanto, todo cuanto somos capaces de descubrir como tierra,
océanos o formas minerales,
vegetales o animales,
absolutamente todo aquello que podamos percibir, en realidad se
trata de espacio o espíritu cristalizado, emanado de
aquella "siempre existente Raíz Cósmica, de aquel
Espíritu Universal a través de su polo negativo,
única cosa existente en el alborear del Nuevo Día
de Manifestación. Resumiendo, podemos decir que de la
actuación del polo positivo sobre el negativo del
Absoluto, viene a ser en su manifestación el Universo, y
que las distintas formas densas observadas, en sí
cristalizaciones, son concreciones en torno al polo
negativo del Único Espíritu.
Pues bien, una vez que Dios ha concebido y diseñado
debidamente el Mundo que desea crear – en este caso nos
estamos ocupando ya de nuestro Sistema Solar
– lo dota, pues, de orden, y si todo el sistema lo
interpenetra con su conciencia y vida, lo cierto es que cada
"habitación" o espacio diferenciado queda sometido a una
vibración o conciencia diferente, específica,
motivo por el que cada mundo, cada región o
subdivisión se encuentra constituido de diferente manera a
cualquier otro. Sin embargo, en ningún caso puede pensarse
que los mundos se encuentren superpuestos, unos encima de otros,
o separados mediante espacio y por tanto con distancia entre
ellos, muy al contrario. Aunque ellos son distintos estados de
materia, con distinta vibración y densidad, se
interpenetran, es decir, los más sutiles interpenetran a
los más densos, sobresaliendo un trecho de espacio en
derredor de éstos. Tampoco los mundos son creados desde el
principio ni tienen por qué durar hasta el final. Bajo el
diseño
previamente concebido, Dios los va creando de acuerdo con las
condiciones que van exigiendo las necesidades evolutivas de su
plan; y si la función de
algo concluyera, la forma respectiva pronto degeneraría y
acabaría por desaparecer. La economía en los
procesos de la
Naturaleza hace gala de proverbial sabiduría.
Los mundos inmediatos a su propio Ser son los primeros
construidos, y dado que la involución consiste en infundir
la vida en la materia de constitución densa creciente para la
concreción de las formas – las cuales, todas, no se
olvide, son construidas por la vida – de forma gradual los
Mundos más sutiles son los primeros que se condensan,
diferenciándose a su vez otros nuevos que sirvan de
eslabones entre aquéllos ya consolidados y el mismo Dios.
A través de la inmersión involutiva se llega a un
punto de máxima densidad: el nadir de la materialidad.
Mediante la evolución, por el contrario, los Mundos
inferiores o más bajos, y sucesivamente, van quedando
despoblados de vida, por lo que desaparecerán las formas
que les dieron base para ser. De esta observación, acerca
de la creación de mundos y su consiguiente y paulatina
desaparición, podrá fácilmente deducirse que
"los últimos serán los primeros y los primeros los
últimos" y ello sin equivocación
posible.

Los 7 Períodos del Plan Divino de
Creación.

A través de cinco Mundos y siete Grandes
Períodos de Manifestación, en que los
Espíritus Virginales se convierten evolutivamente primero
en hombres y después en dioses, se desarrolla el presente
Plan Divino.
Cual si chispas de una Llama, es decir, de su propia naturaleza,
Dios nos diferencia dentro de Sí Mismo, (y no de Sí
mismo), con capacidad para transformarnos también en
fulgentes y poderosas Llamas creadoras, pues en dichas chispas
(nosotros, Espíritus Virginales) se hallan latentes todas
las posibilidades de Padre, incluido el germen para llevar a cabo
aportes originales a la creación, tan propios de un ser
libre y poderoso, cual es un Dios.
Pero ¿ dónde nos encontrábamos, en cuanto
que Espíritus Virginales ? Comenzando por el más
bajo del sistema solar, nuestro mundo hace el número seis,
es decir, el más inmediatamente próximo al
más elevado o Mundo de Dios. Tales Espíritus
Virginales, al comienzo de la Manifestación, aunque
disponen de conciencia divina, no tienen en cambio conciencia de
sí mismo, de su Yo, la que adquirirán y
elevarán a lo largo del Plan concebido por Dios, del mismo
modo que la mente propia y el poder anímico necesario,
características de la condición creadora de que se
habrá de dotar.
Al principio, una vez sumergidos en la materia, ellos, la
Espíritus Virginales, se encuentran ciegos e
inconscientes, ajenos por completo a toda condición
exterior, como si estuvieran en estado de trance profundo, de
forma similar al mineral. En este estado hemos permanecido, ha
permanecido el hombre, durante el primer período
evolutivo.
Durante el segundo de los períodos va a adquirir la
conciencia del sueño sin ensueños, o sea, un estado
semejante al de la planta; en el tercero obtendrá la
conciencia de sueño con ensueños, propia del
animal, para, a mediados del período siguiente – el
cuarto, en el que actualmente nos encontramos – adquirir la
conciencia de plena vigilia, lo que define y caracteriza al
hombre pleno. Y es a partir de aquí, momento de
adquisición de la mente, de donde arranca la
Evolución, la cual, desarrollando todas las
potencialidades y aportes originales que han sido citadas
más arriba, comprenderá el resto de este cuarto
período, así como los tres que tendrán lugar
después hasta completar el Plan Septenario y Divino.
Mientras el hombre descendió a través de los
elevados mundos para alcanzar el nadir de la materialidad, sus
energías, las que las Jerarquías Creadoras le
ayudaron a guiar inconscientemente hacia dentro a tal fin, fueron
las que consiguieron construir los vehículos apropiados
para funcionar en este mundo tridimensional en que vivimos. Sin
embargo, una vez que además de un triple espíritu
dispuso de un triple cuerpo, las Jerarquías le "abrieron
los ojos" haciendo que dirigiera su vista hacia fuera, hacia la
Región Química del Mundo
Físico para que con sus energías vueltas pudiera
conquistarla. Y de forma similar y sucesiva, progresando
lentamente, es como habrá de conquistar
próximamente la Región Etérica, el Mundo del
Deseo, la Región del Pensamiento Concreto, etc., etc.
Siguiendo, pues, la trayectoria de cuanto estamos exponiendo,
cual es la concepción y terminología Rosacruz, la
denominación de cada período evolutivo de acuerdo
con el Plan Divino, es la siguiente:

1.- Período de Saturno
2.- Período Solar
3.- Período Lunar
4.- Período Terrestre
5.- Período de Júpiter
6.- Período de Venus
7.- Período de Vulcano

Siendo éstos, no se olvide, renacimientos
sucesivos de nuestro planeta: la Tierra.
Advertimos, no obstante, que los nombres arriba citados no
están relacionados con los planetas de
igual nombre, haciendo alusión únicamente a
"condiciones" por las que la Tierra ha pasado o pasará en
su devenir. Actualmente, como se dijo, nos encontramos en el
cuarto período o Terrestre, por lo que pertenecen al
pasado el de Saturno, el Solar y el Lunar, por lo que
próximamente pasaremos a las condiciones de
Júpiter, después a las de Venus, y alcanzar las de
Vulcano poco antes de concluir el septenario o Gran Día de
Manifestación y todo cuanto sea sumergido de nuevo en el
Absoluto para descanso y asimilación de los frutos de la
evolución precedente, reemergiendo como espíritus
evolucionantes en otro Plan Divino de signo más elevado en
la aurora de otro Gran Día.
Como tal vez haya podido intuir ya el estudiante o lector de
estos sucintos escritos, tanto la complejidad como al tiempo el
maravilloso desarrollo de este proceso son dignos de ser
resaltados, existiendo bibliografía
específica al efecto que adjunta se cita. No obstante,
sí queremos remarcar con empeño que nos encontramos
bajo un contexto de leyes naturales
bajo las cuales vivimos y trabajamos, sin que podamos efectuar en
ellas modificación alguna. En consecuencia, si nos son
conocidas y cooperamos de acuerdo con ellas, ellas han de
mostrarse nuestros aliados y servidores
más valiosos y útiles; en cambio, no
conociéndolas u obrando en desacuerdo con ellas, se
transformarán en los más aguerridos enemigos con
capacidad increíble de destrucción.
Por ello, nada mejor que, conociendo tanto las Fuerzas de la
Naturaleza (símbolo del Dios invisible) como sus métodos de
trabajo, utilizar este conocimiento, puesto que además de
aprovechar nuestras oportunidades con sus correspondientes
ventajas, será un medio apropiado y legítimo para
obtener a un tiempo crecimiento anímico y
poder.

Período de Saturno

Previamente hemos de advertir de que, de acuerdo con el
diagrama 14,
cada Período está compuesto por siete globos (del A
al G) los cuales se encuentran situados en diversos mundos o
regiones de mundo con sus correspondientes inclinaciones de ejes,
sus ángulos, sus densidades y niveles de vibración,
y de que, a su vez, el impulso evolutivo da siete vueltas o
revoluciones alrededor de cada uno de ellos, antes de que cada
oleada de vida, a la conclusión de aquél, se
sumerja en la Noche Cósmica (tiempo de descanso y
asimilación de duración igual al del período
habido) para reemerger después en un nuevo Período
de Manifestación.
La síntesis
en este apartado, tocante a Saturno, la que deberá servir
para cualquier Período, a excepción de Vulcano, es
la siguiente:
Los espíritus virginales, toman su camino para la
adquisición de forma y de conciencia en el globo A, y en
este globo, el más sutil y menos denso por tanto, dan sus
primerísimos pasos evolutivos mediante la
involución o descenso a la materia, ese viaje que ha de
durar hasta bien entrado el Período Terrestre, en que la
introducción de la mente transformará la
involución en evolución. De manera lenta la vida
evolucionante va accediendo al globo B, en el que, de igual modo,
realizas su particular trabajo; similarmente va pasando a
través de todos los globos hasta culminar en el G,
concluido el cual habrá transcurrido por los cuatro Mundos
(Espíritu Divino, Espíritu de Vida, Región
del Pensamiento Abstracto, Región del Pensamiento
Concreto) y descrito una vuelta o revolución, formando siete revoluciones un
período completo. Inmediatamente después de que la
oleada de vida abandona por última vez un globo,
éste comienza a desintegrarse, si bien su
átomo-simiente – al igual que ocurre en el hombre, y "como
arriba es abajo" – será empleado para la
construcción del mismo globo en el siguiente
período o Día de Manifestación. Los siete
globos del nuevo período, en este caso el Solar, se
encontrarán un grado más bajo en relación
con los Mundos, es decir, de arriba abajo: Mundo del
Espíritu de Vida, Región del Pensamiento Abstracto,
Región del Pensamiento Concreto y Mundo del Deseo, es
decir, adquiriendo lentamente un grado mayor de densidad.
Hace ya varios millones de años alcanzamos aquí, en
el Período Terrestre, el punto de inflexión
máxima respecto a la materialidad. De entonces a
acá, y mediante el tramo evolutivo, o tramo vuelto o hacia
arriba, iremos levantándonos, espiritualizando nuestros
vehículos y desprendiéndonos de ellos para, proceso
tras proceso, convertirnos en algo tan grandioso en esencia como
Nuestro Padre a la conclusión del Período de
Vulcano. Entonces, al tiempo que sus correspondientes globos sean
disueltos, la vida será reabsorbida por Dios durante la
consiguiente Noche Universal de asimilación y
preparación para el surgimiento de otro y más
glorioso Gran Día. Esta noche, en la que Dios mismo se
sumerge en El Absoluto, tendrá una duración
semejante a todo el tiempo empleado conjuntamente por los siete
períodos o Días de Manifestación
comprendidos en el Plan de Evolución. Y, como la
perfección, ajustada a planes concretos o ciclos deviene
infinita en sí misma, otras evoluciones superiores y
grandiosas para nosotros vendrán, evoluciones de un
esplendor y magnitud por completo inimaginables.
Como ya quedó indicado, los globos de este período
de Saturno abarcaban desde el Mundo del Espíritu Divino a
la Región del Pensamiento Concreto; la idea más
cercana para la comprensión de su constitución es
la de "calor" y en
él reinaba una intensa oscuridad. Este primer
período nuestro evolutivo estuvo constituido
exclusivamente por el primer elemento que vino a ser, es decir,
el fuego; en verdad su manifestación constituyó el
"fuego oscuro", aquél previo y latente de la llama que ha
de venir. No en vano hemos de pensar que la nebulosa antes de
iluminarse debió haber sido oscura, así como
caliente antes de encenderse. Los Espíritus Virginales
llenaban este globo. Es aquí donde el hombre cruzó
por su "estado mineral".
Dentro de las Jerarquías Creadoras que nos ayudaron
más destacadamente, y que se encontraban fuera –
similarmente a la atmósfera actual – haremos
mención a las siguientes:
Los Señores de la Llama ( Tronos para la Biblia, y quienes
se hicieron cargo de nuestra evolución en este
período) nos ayudaron de forma voluntaria y sus cuerpos
emitían una intensísima luz; proyectaban sobre este
globo de Saturno sus imágenes que, cual un eco, eran
reflejadas y multiplicadas, hecho éste al que hace
alusión el mito griego
acerca de que Saturno devoraba a sus propios hijos. Ellos fueron
quienes nos implantaron el germen de lo que ha llegado a ser
nuestro cuerpo físico. El germen en cuestión se
desarrolló un tanto durante el resto de las seis
revoluciones con capacidad para ordenar los sentidos,
sobre todo en cuanto al oído se refiere. De ahí que
el oído sea el sentido más antiguo y desarrollado
que poseamos hoy.
Hacia mediados de la séptima revolución (aclarando
que el trabajo a
realizar, el que fuere, nunca es comenzado al dar comienzo el
globo A de un Período o Revolución, sino siempre a
la mitad de una revolución y que tiene su apogeo en la
mitad de la Noche Cósmica, la cual tiene lugar lo mismo
entre períodos que entre revoluciones) éstos
mismos, los Señores de la Llama, se pusieron en actividad
a fin de despertar en nosotros el principio espiritual más
elevado de los que disponemos, es decir, el del espíritu
divino.
Tras cada Noche Cósmica con su conglomerado, formado por
la vida y la forma bajo un polo único, surgen o renacen
los cinco globos correspondientes al nuevo Período o
Día de Manifestación de la oleada de vida,
conglomerado aquél al que habían sido llevados a
través de sus fuerzas los átomos-simiente de los
anteriores y disueltos globos. Los nuevos globos, obviamente,
deberán estar constituidos de diferente sustancia, de
acuerdo con las actividades que habrán de ser llevadas a
cabo en el nuevo Día.
No obstante, advirtamos de que, previamente a que dé
comienzo la actividad propia de cualquier Período, tiene
lugar una recapitulación de todo cuanto hayamos hecho
desde nuestra salida a la evolución, desde el momento
inicial en el estado
mineral; si bien, y dado el progreso en espiral en que se
sustenta la evolución, cada recapitulación siempre
lo será en un estado más elevado que aquél
que recapitula. Por tanto, el trabajo específico
sólo dará comienzo una vez que hayan concluido
todos los tramos recapituladores. Así, la primera
revolución de un período tendrá como trabajo
la recapitulación de lo efectuado durante el
Período de Saturno; la segunda deberá referirse al
Período Solar; y la tercera tendrá como objeto
recapitular lo habido en el Período Lunar. En Vulcano,
seis revoluciones se dedicarán a recapitular, y
únicamente durante la última, la séptima,
será llevado a cabo el trabajo específico o
correspondiente a dicho período.

Período Solar

Lo que este período fue difiere radicalmente del
anterior, pues su manifestación inmediata la podemos
catalogar como "luz". Sus globos semejaban esferas luminosas de
un extraordinario brillo y cuya consistencia hace recordar la
consistencia de los gases,
teniendo una cualidad muy a tener en cuenta, cual era la de
absorber y obrar sobre cualquier luz o sonido que fuesen
proyectados sobre sus superficies, una cualidad siquiera
semejante a la que actualmente conocemos en relación con
alguna de las propiedades de los prácticamente
desconocidos agujeros negros. En este período fue
incorporado un nuevo elemento, el oxígeno, por lo cual contó ya con
dos elementos: el fuego y el oxígeno. Las
Jerarquías Creadoras continuaban aún, no obstante,
fuera, en su atmósfera, como en el Período de
Saturno. Téngase presente que la vida tanto puede
expresarse a través de formas minerales o vegetales,
animales u hombres, como por medio de forma ígneas.
En la primera mitad de la primera revolución, o
revolución de Saturno, los Señores de la Llama
incorporaron al germen del cuerpo denso la capacidad de
desarrollar los órganos correspondientes a los
sentidos.
Durante la sexta revolución, y cooperando mutuamente, los
Señores de la Llama y los Señores de la
Sabiduría (Dominaciones) nos proporcionaron el germen del
cuerpo vital, despertándonos los Querubines, en la sexta,
el germen o principio del segundo aspecto más elevado del
triple espíritu del hombre: el Espíritu de Vida.
Nuestra conciencia a lo largo del presente período
adquiriría el estado de sueño sin ensueños,
similar al de la planta. Ya, en la séptima
revolución, el germen del espíritu de vida fue
ligado al espíritu divino y éste siguió
siendo trabajado más ampliamente.
De esta forma, al finalizar el Período de Saturno
disponíamos de los gérmenes de un cuerpo denso y de
un espíritu divino, a la terminación del
Período Solar poseíamos, además de
aquéllos, los correspondientes al cuerpo vital y al
espíritu de vida.
A la terminación de este período, naturalmente,
tuvo lugar una nueva Noche Cósmica de descanso y
asimilación además de la correspondiente actividad
subjetiva a fin de dar comienzo posteriormente al Período
Lunar que vendría a ser.

Período Lunar

Si la característica principal del Período
de Saturno fue la de "calor" y la del Período Solar la de
"luz", o resplandeciente calor, la más sobresaliente del
Período Lunar la podemos catalogar como de "humedad".
Constaba de un centro o núcleo de costra ardiente y,
alrededor, en contacto con el inmenso espacio exterior y el
frío en él generado, existía una espesa
humedad, la cual, siendo transformada permanentemente en vapor
por el calor, permitía que se elevase hasta la periferia
para una y otra vez retornar hacia el centro en una especie de
sesión interminable de lucha entre elementos. De
aquí que, en ocultismo, a los globos de este
período se les denomine "agua" y sea
descrita su atmósfera como "niebla ígnea", pero,
obviamente, no eran de agua.
En el alborear de este período reaparecieron los
Señores de la Sabiduría, quienes a la vez que
traían consigo los gérmenes correspondientes al
hombre hasta ese momento, junto a los Señores de la
Individualidad (Virtudes) – que se hicieron cargo de la
evolución en este período – llevaron a cabo
tanto la remodelación del cuerpo denso, al que
posibilitaron para que formara órganos digestivos,
glándulas y otros. Aún no era un cuerpo denso al
uso, sino etérico, aunque visible a la observación
del clarividente debidamente educado. Asimismo lo reconstruyeron
para que pudiese ser interpenetrado por un cuerpo de deseos y
pudiera desarrollar un sistema nervioso
y muscular, como también un esqueleto aún muy
primario.
En la segunda revolución, dichas jerarquías
modificaron el cuerpo vital para que pudiese ser interpenetrado
posteriormente por un cuerpo de deseos. Y, naturalmente,
habría de ser en la tercera revolución, – en la que
correspondía dar comienzo el trabajo específico del
período – cuando los Señores de la
Individualidad (Virtudes) emitieron de sí mismos la
sustancia precisa para que el hombre construyese un germen de
deseos, incorporándolo durante las revoluciones tercera y
cuarta a los cuerpos denso y vital que ya poseía.
En la quinta revolución, y de forma voluntaria, vinieron
los Serafines para despertar el tercer principio o aspecto de
nuestro triple espíritu: el Espíritu Humano. A lo
largo de la sexta revolución volvieron a aparecer los
Querubines para eslabonar el Espíritu de Vida con el
recién germinado Espíritu Humano; y en la
revolución séptima, habrían de hacerlo los
Señores de la Llama (Tronos) para hacerlo entre el
Espíritu Divino y el Humano.
Por tanto, si el hombre antes del inicio del Período de
Saturno era una entidad omniconsciente mientras se encontraba en
cuanto que espíritu de tal naturaleza en el Mundo de los
Espíritus Virginales y, en definitiva como Dios, en Quien
(y no de Quien) se diferenció, no estaba sin embargo
consciente de sí mismo, de su propio Yo, labor que en
buena parte corresponde al proceso evolutivo, si bien, antes,
habrá de ser sumergido en un lecho gradual de materia y
ser privado de aquella omniconsciencia. Esta inmersión,
como ya se ha apuntado en otro lugar, comienza con el velo del
Espíritu Divino y tiene lugar en el Período de
Saturno; más tarde es sumergido en el velo del
Espíritu de Vida en el Período Solar, siendo en el
Período Lunar, cuando, por así decirlo, fue
introducido en el velo del Espíritu Humano –
Región del Pensamiento Abstracto – y cuando
quedó cegado definitivamente, por lo que el hombre en
ciernes perdió su omniconsciencia y ya no pudo traspasarlo
y mirar hacia fuera y ver a los moradores de los mundos
invisibles con los cuales se encontraba en contacto permanente.
De aquí que tuviera que dirigir su atención "hacia
dentro", hacia sí mismo para encontrarse y percibirse como
un Ego diferente y separado de todos los demás. Es digno
de ser notado aquí que mientras el hombre se
encontró aún dentro del Espíritu de Vida
– el cual es un mundo de alcance universal –
podía tener conciencia de aquella universalidad de la
existencia de la vida, y que, sin embargo, con la ceguera
espiritual impuesta por el tercer velo, el Espíritu
Humano, fue cuando comenzó a tener lugar en él la
impresión ilusoria de la separatividad, la que, siendo
efectiva y únicamente propia del proceso correspondiente a
la involución, paulatinamente habrá de ser disuelta
a medida que la evolución arranque y eleve al hombre sobre
su inmersión en la materia, hecho con el que no
sólo adquirirá de nuevo la omniconsciencia, sino
que añadirá a un tiempo la conciencia obtenida de
sí mismo.
La conciencia propia de este período se corresponde a la
del sueño con ensueños, es decir, tiene similitud
con la de los animales actuales, si bien la del hombre es de
naturaleza racional. A la vista del clarividente, el hombre Lunar
aparece entre aquella niebla ígnea citada más
arriba como suspendido de cordones, muy cercano a la manera en
que actualmente el embrión cuelga de la placenta por medio
del cordón umbilical. A través de estos cordones
fluían corrientes nutricias, de manera similar al juego que
desempeña nuestra sangre en los
organismos presentes, si bien anotando que entonces la sangre
aún no era roja, puesto que esta condición ha sido
adquirida con posterioridad. No respiraba naturalmente en aquel
entonces por pulmones, sino por una especie de branquias que
aspiraban y expulsaban el vapor casi hirviente de la niebla
ígnea. Esta fase aún se recapitula hoy día,
pues el ser humano, en un momento determinado de su proceso
gestatorio tiene branquias. Y, como una similaridad más
con los animales, la disposición de la espina dorsal de
aquel ser era asimismo la de la horizontalidad.
Antes de concluir el Período Lunar, el globo que
constituía el campo para nuestra evolución
además de otra evolución distinta, sufrió
una división. Esta división fue motivada por la
alta cristalización a que el hombre había sometido
la parte por él habitada, hecho éste que
impedía la evolución del resto de vibrantes seres
que compartían globo, por lo que, por medio de la fuerza
centrífuga, el globo compartido expulsó de
sí al espacio la parte más inerte, parte que
comenzaría a girar alrededor de la ígnea y
luminosísima región central.
Si aprovechamos la ocasión para la observación
meticulosa y así evitar errores actuales de concepto,
podremos darnos cuenta de que, cual ley cósmica, cuando en
el mismo lugar de desenvolvimiento una parte es cristalizada por
la baja vibración (evolución espiritual) de otros,
esta parte será expulsada y apartada a la distancia
oportuna en el espacio para que los seres evolucionantes que la
ocupan puedan continuar progresando, donde girará en torno
de la parte de alta vibración en calidad de un
satélite. Este fue nuestro caso, fuimos expulsados. El
planeta formado se condensó con relativa facilidad y
prontitud, cual luna sin fases y con la mitad permanentemente
iluminada y la otra mitad oscura – cual ocurre en la
actualidad con Venus – y allí permanecimos durante
el resto de este Período Lunar. En esta especie de luna,
unas corrientes del Espíritu Grupo
circulaban a su alrededor, corrientes que el hombre incipiente
seguía instintivamente desde la parte luminosa a la oscura
donde tenía lugar una cierta propagación –
semejante a la que habría con posterioridad en la
Época de Lemuria y guiada por los Ángeles -, de
cuyo atavismo son tributarias las migraciones de aves de paso,
los cuales responden al impulso del Espíritu-Grupo, e
incluso esa tendencia aún de nuestros viajes de
"luna de miel", síntoma esquemático de lo
impregnado que desde entonces quedó en el hombre el hecho
correspondiente a la fecundación en sí.
En este estadio de nuestra evolución éramos capaces
de emitir sonidos en cuanto que sonidos cósmicos, los
cuales no eran expresiones de dolor o alegría, puesto que
en ese entonces no había individuos concretos sino en
proyecto aún, puesto que ello, y andando el tiempo, no
habría de llegar hasta encontrarnos en el Período
Terrestre.
La Noche Cósmica sobrevino obviamente tras este
Período Lunar, por lo que sus globos fueron disueltos y
reabsorbidos en el Caos. De allí reemergerían los
átomos-simiente para la reorganización los globos
que habrían de sustentar el Período Terrestre.
Los Señores de la Forma (Potestades) habían
evolucionado lo suficiente como para tomar a su cargo el
desarrollo de nuestro tercer aspecto espiritual en el
Período Terrestre: el espíritu humano. Asimismo, y
ya, dentro de este período último, los
Señores de la Mente (Principados) alcanzaron el estado
Creador, por lo que ellos fueron quienes de sí mismos
emitieron el germen preciso con que nosotros procuramos construir
una mente organizada y eficiente. A ellos fue a quien San Pablo
dio el nombre de "Poderes de las Tinieblas", puesto que fue en el
Período de Saturno – período caracterizado
por la absoluta oscuridad – en el que surgieron como humanos. En
los tiempos actuales trabajan exclusivamente con la humanidad,
pues es este reino el único que detenta la posesión
de una mente. Los Arcángeles, dado que fueron humanos en
el Período Solar, se convirtieron en especialistas en la
construcción del cuerpo de deseos, la más densa
materia de dicho período, circunstancia que los acredita
como especialistas para dirigir funciones
respecto del vehículo del deseo, y ello tanto del hombre
como de los animales. Y, por último, los Ángeles,
quienes estando su cuerpo compuesto de éter y habiendo
alcanzado el estado humano en el Período Lunar, se
encuentran muy capacitados para la construcción del cuerpo
vital. En función de ello, son instructores no sólo
respecto del hombre, sino también de los animales y
vegetales en lo concerniente a crecimiento, propagación,
nutrición,
etc.

Avanzados y rezagados

En la escuela de la evolución, en la que la vida
se une a la forma (la forma siempre es creada por la vida) para
la adquisición de conciencia y elevarse espiritualmente
con ella y a partir de ella, cual si se tratase de una escuela
ordinaria de nuestro tiempo actual, siempre existe quien o
quienes no pueden o no logran realizar el esfuerzo necesario para
alcanzar el grado siguiente, tener derecho a él y
continuar el progresando al ritmo con que comenzó. Ello,
siendo así, en el Período de Saturno hubo un
número que no logró el punto evolutivo requerido;
se trataba de espíritus virginales que no eran ni tan
flexibles ni tan adaptables como los avanzados. Por tanto, vemos
aquí dos términos empleados, flexibilidad y
adaptabilidad, que, cuan ley inexorable, vienen a configurar la
posibilidad o no de progresar y, por tanto, configurándose
como aliados imprescindibles de la Ley de Consecuencia.
Por lo que se acaba de decir, a algunos de los espíritus
resultó imposible despertarles el Espíritu Divino,
motivo por el que continuaron como tales minerales y
únicamente con el cuerpo denso. En consecuencia, en el
Período Solar se dieron cita tres clases de
espíritus evolucionando a un tiempo: la de los avanzados
de Saturno, la de los rezagados del mismo, y la de los
principiantes o nueva oleada de vida que había iniciado su
andadura en dicho período.
A partir de lo anterior, fijémonos bien: obviamente, el
reino mineral se encontró compuesto por los rezagados de
Saturno y la nueva oleada de vida, pero con una
notabilísima diferencia porque, mientras los rezagados
podían alcanzar y sobrepasar a los avanzados, la nueva
oleada de vida solar no tenía esta posibilidad., dado que
el estado humano es alcanzado en el cuarto período y en su
globo más bajo tras su salida a la arena de la
evolución.
El corte correspondiente a los primeros rezagados se produjo en
la séptima revolución del Período de
Saturno, cuando los Señores de la Llama intentaron, sin
lograrlo, despertar el Espíritu Divino, dado que algunas
entidades habían cristalizado de tal manera que ello
resultó imposible, motivo por el que se quedaron sin la
indispensable "chispa" divina para continuar progresando, por lo
que debieron permanecer en el grado o nivel en el que se
encontraban. Estos rezagados fueron los que, junto a la nueva
oleada vital, formaron machas oscuras en la fulgente esfera
gaseosa que entonces era el globo más bajo del
Período Solar.
En la sexta revolución de este último
período, el Solar, los Querubines, al intentar despertar
el Espíritu de Vida en la nueva oleada, se encontraron
también con que algunos de los que felizmente
habían cruzado Saturno, resultaba imposible despertarles
el nuevo aspecto, por lo que, en su grado, cayeron de entre los
más avanzados, pasando a formar parte del esquema general
de rezagados.
Por último, en la séptima revolución Solar,
los Señores de la Llama procuraron y consiguieron
despertar el Espíritu Divino en aquéllos que, si
bien habían fracasado en el Período de Saturno, se
encontraban ahora en disposición para ello. Del mismo
modo, despertaron este aspecto en la nueva oleada de vida Solar,
en la que, sin embargo, se produjeron también, y no
obstante, rezagados.
Por tanto, es exclusivamente en función del propio
esfuerzo, o bien por el contrario, por la inacción a que
se somete por su parte, lo que hace que cada entidad
evolucionante determine y establezca su status particular en
relación con la propia oleada de vida de que formó
parte en el principio, o inicio, de un Día de
Manifestación.
De esta suerte, si al dar comienzo al Período Lunar
existían seis grupos de
espíritus evolucionantes, ya eran ocho
al comenzar el Terrestre, los cuales vamos enumerar y agrupar,
haciendo hincapié a la vez en sus correspondientes
vehículos. Así:

1º.- Avanzados de los Períodos de Saturno,
Solar y Lunar, cuyos vehículos estaban formados por el
Espíritu Divino, Espíritu de Vida, Espíritu
Humano, cuerpo denso, cuerpo vital y cuerpo de deseos. Son las
Razas Arias.
2º.- Son los rezagados del Período Lunar, y sus
vehículos son el Espíritu Divino, Espíritu
de Vida, cuerpo denso, cuerpo vital y cuerpo de deseos. Comprende
a los mogoles, razas nativas africanas y otras razas
semejantes.
3º.- Están aquí los rezagados del
Período de Saturno y del Período Solar, con
vehículos de Espíritu Divino y de Vida, cuerpo
denso y vital. Corresponde los antropoides en general.
4º.- En ella se encuentran los precursores de la nueva
oleada de vida Solar, que disponiendo de los mismos
vehículos que la clase
anterior, se corresponde con los animales.
5º.- La constituyen los rezagados de la nueva oleada de vida
Solar, que disponen de Espíritu Divino y de cuerpo denso
exclusivamente. Se identifica con los árboles
en general y las plantas de hoja
perenne.
6º.- En esta clase se ubican los adelantados de la nueva
oleada de vida Lunar; tienen también Espíritu
Divino y cuerpo denso, y se reflejan a través de flores y
hierbas.
7º.- Rezagados de la nueva oleada de vida Lunar. Disponen
sólo de cuerpo denso y se manifiestan como arenas, tierras
blancas, etc.
8º.- Nueva oleada de vida del Período Terrestre, que,
teniendo como el grupo anterior, exclusivamente cuerpo denso,
constituyen las montañas, las rocas,
etc.

Período Terrestre y sus cuatro primeras
revoluciones:

Tal vez, una de las cosas que más llame la
atención, sea el hecho de que la materia de que
está formado nuestro cuerpo físico, y por tanto el
mismo planeta, esté interpenetrada por otros mundos que,
aún asumiendo expresamente la relatividad del
término "denso" en esta materia, son memos "densos" que
aquéllos acerca de los que no tenemos conciencia aunque
continuamente los estemos traspasando o habitando. Se trata
exclusivamente de un tema referente a tipos de densidad y su
percepción por nosotros o no, y,
naturalmente, el vehículo o vehículos
interpenetrantes, sin roces ni choques conocidos en el mundo
tridimensional, no proporcionan en nuestro caso aquél
posible "darse cuenta" o consciencia por nuestra parte y en su
caso en cuanto posibilidad..
De todos modos, el globo más cristalizado de los de este
período se encuentra en el mundo físico, nuestra
Tierra sólida, estando los seis restantes en la
Región Etérica (2), en el Mundo del Deseo (2) y en
la Región del Pensamiento Concreto los dos más
elevados.
Si de forma sucesiva, y de acuerdo con cada período, se
había ido añadiendo un nuevo elemento (calor,
aire, agua)
ahora, en el terrestre, se añade el cuarto: la tierra. No
obstante, sépase ya que durante el Período de
Júpiter, el posterior al terrestre, será
añadido uno nuevo de naturaleza espiritual, el cual, en
cuanto que afectará a la cualidad del lenguaje,
consistirá en que cada palabra emitida ha de llevar
inmersa en sí la comprensión adecuada y no ninguna
otra, a fin de que, de lo contrario a lo que ocurre en la
actualidad, nada pueda inducir a equívocos respecto del
concepto que se pretende trasmitir.
En el período de que estamos tratando, en general los que
eran minerales-vegetales (nótese que con ello nos estamos
refiriendo a la forma, y no a la vida), habiendo avanzado
decididamente se adentraron en el reino vegetal y conformaron la
verdura de los campos; otros en cambio, habiendo retrocedido,
pasaron a formar parte del reino mineral como tal. En cuanto a
los vegetales-animales, muchos adelantaron hasta el reino animal
y conservan aún la sangre incolora, otros, tal como la
estrella de mar, conservan las cinco puntas correspondientes a
los pétalos de una rosa de la que procede.
Pues bien, al comienzo del período el triple
espíritu se hallaba fuera, separado de sus
vehículos, justo cuando se había alcanzado el punto
en que debían unirse para continuar progresando. En ese
entonces, cuando el cuerpo de deseos podía dividirse en
dos partes, la superior pasaba a ser una especie de "señor
dominador" de la parte inferior, algo semejante a un alma-animal
a la que podía ser unido el espíritu por medio de
la mente. En otro caso, es decir, cuando no podía
producirse dicha división, la parte inferior se entregaba
con frenesí a los deseos y pasiones más bajos,
motivo por el que excluía toda unión con el
espíritu a través de la mente. El grupo en estas
últimas condiciones fue puesto bajo el gobierno de un
espíritu-grupo, si bien su dirección venida
ejercida desde fuera. Los miembros de tal grupo son los que han
dado lugar a nuestros actuales antropoides.
En cualquier caso, a medida que el cuerpo de deseos se
dividía, entonces la forma, el cuerpo denso, iba
levantándose y adquiriendo la posición de
verticalidad, motivo por el que ya podía eludir de esta
forma la influencia del Mundo del Deseo que actúa por
medio de la horizontalidad de la columna vertebral. De este modo,
el Ego, el espíritu individual podía entrar dentro
del hombre, tomar posesión de sus vehículos y
gobernarlos, al tiempo que le era dado poder construir tanto el
cerebro para poder crear mediante el pensamiento, como una
laringe vertical, mediante la cual poder expresar aquél al
emitiendo la "palabra creadora".
Si nos empeñamos en fijar con nitidez que la
expresión del pensamiento a través de las palabras
constituye el más elevado don de la humanidad, puesto que
únicamente puede ser llevado a cabo por una entidad capaz
de pensar y razonar a un tiempo, no nos será realmente
difícil seguir y comprender los diferentes grados que han
conducido sucesivamente a semejante desarrollo a lo largo de la
evolución.

Revolución primera o saturnina

En cualquier período, la primera
revolución es en la que se lleva a cabo la
reconstrucción del cuerpo denso, y, como se ha acaba de
decir, el cerebro fue la reconstrucción que le dio fin, al
mismo tiempo que lo dotó de una eficiencia indescriptible,
pues el cerebro es un portento de construcción divina para
la asunción y funcionamiento perfecto de la mente. El
primer impulso fue dado a fin de construir la parte frontal de
aquel así como para llevar a cabo la división del
incipiente sistema nervioso en voluntario y simpático, de
los cuales sólo el voluntario fue adquirido en el
Período Terrestre, pero por medio de él el cuerpo
pasaría de ser un autómata dirigido desde el
exterior, a ser un instrumento cualificadísimo y flexible
al ser gobernado por el Ego desde dentro, desde el mismo
interior. Los Señores de la Forma (Potestades) fueron
quienes intervinieron principalmente, y ello ya en la
correspondiente reconstrucción como en la nueva
construcción habida.
Nos encontramos, por tanto, en un período eminentemente
auspiciado por y hacia la forma, dado que es aquí donde
ésta se encuentra en su punto más hondo y
culminante; aunque, por contra, y al ser el punto de arranque, es
en el que el espíritu se halla más cohibido,
más constreñido. Es por tanto el reino de los
Señores de la Forma.

Segunda revolución o solar

En este revolución, la segunda, se reformó
el cuerpo vital al objeto no sólo de que se pudiese
ajustar a la mente germinal que ya poseía el hombre, sino
también para que más adelante, en el Período
de Júpiter, el cuerpo vital pudiese ser utilizado como
cuerpo más denso, una vez espiritualizado y desaparecido,
por innecesario en el ambiente de
dicho período, el actual cuerpo físico. Para ello,
se hizo que aquél fuese tomando una forma más
homogénea a la que ya había adquirido el cuerpo
denso, y ayudados por los Señores de la Forma, fueron los
Ángeles los encargados de llevar a cabo dicha reforma.
Hemos de afirmar sin embargo, frente a otras enseñanzas,
dignas por supuesto de respeto, que el
cuerpo vital sí es capaz de ser utilizado como
vehículo independiente respecto al denso, si bien en el
hombre ordinario esto resulta actualmente imposible, dado que la
separación absoluta entre el cuerpo denso y vital
provocaría sin duda la muerte. Desde los
lejanísimos tiempos de la Lemuria y la Atlántida,
en que el hombre era un clarividente involuntario, por la escasa
unión existente entre los cuerpos denso y vital, ellos,
posteriormente, se han unido y entrelazado fuertemente a
excepción de en los llamados "sensitivos". Sin embargo
– y a diferencia del médium, el cual, y a
través del plexo solar u otros órganos conectados
con el sistema involuntario, despierta las fuerzas de la
clarividencia, motivo por el que se convierte en sujeto pasivo de
ellas y, por tanto sin control alguno sobre las mismas – el
clarividente voluntario trabaja por medio del sistema nervioso
voluntario, lo que le llevará a convertirse en ocultista
debidamente educado, con dominio y control
tanto de sus cuerpos como de la visión en todo tiempo y
condición.
Hemos de recordar que, en el Período de Júpiter, el
cuerpo vital será un cuerpo de extraordinaria flexibilidad
y ductilidad, con un grado de eficiencia incomparablemente mayor
al que en la actualidad tiene el cuerpo denso. De aquí que
deba notarse la antelación con que, previendo el futuro,
los guías de la humanidad dispusieron que comenzara la
separación metódica de los vehículos de que
en este momento tratamos: denso y vital. Nada en la Naturaleza
acontece de forma súbita o espontánea.

Tercera revolución o Lunar

De manera similar al período que recapitula, una
vez más se repitió aquella niebla ígnea tan
característica de su atmósfera; hubo un centro en
continua fusión, y
existió la división del globo al objeto de que
seres más avanzados pudieran continuar una
evolución más alta entonces. Como sucediera en el
Período Lunar, fue cuando se dotó al hombre del
cuerpo de deseos, siendo ahora los Arcángeles quienes,
cual especialista, y ayudados por los Señores de la Forma,
se encargaron de llevar a efecto la reconstrucción
oportuna. Y como la división del globo ocasionó,
asimismo, la división del cuerpo de deseos en buena parte
de la especie, los Señores de la Mente – la
humanidad del Período de Saturno – procedieron a
implantar en la parte superior del cuerpo de deseos el Yo
individual, obra fundamental para que el hombre haya podido
llegar a ser lo que es y continuar una evolución de
alcance inimaginable. Hecho lo anterior, los Arcángeles
prosiguieron no obstante su trabajo sobre la parte inferior del
cuerpo de deseos, dotándolo de deseos de naturaleza
puramente animal.
Sería a lo largo del resto del Período Terrestre
que se reconstruiría el último vehículo
citado, a fin de que pudiera ser interpenetrado por el reciente
germen mental de que el hombre disponía. La forma del
cuerpo de deseos es por ahora de forma ovoidal y se encuentra muy
inorganizado; teniendo como centro al cuerpo denso, dispone de un
cierto número de centros sensoriales o vórtices
que, encontrándose latentes en la mayoría de los
hombres, han ido haciendo aparición sin embargo a lo largo
de este período terrestre. En el hombre ordinario aquel
ovoide semeja estar compuesto por innumerables líneas de
fuerza bajo un movimiento
continuo de imponderable rapidez. En él el reposo no
existe. Si los centros sensoriales o vórtices fuesen
despertados, en el clarividente involuntario girarían de
derecha a izquierda, mientras que en el clarividente voluntario
lo harían de izquierda a derecha, es decir, en el sentido
de las agujas del reloj y con luminosidad esplendorosa. En todo
caso, dichos vórtices son medios de visión o
percepción en el Mundeo del Deseo, pero, si en el
clarividente voluntario le permiten ver e investigar a voluntad
en cualquier ocasión, en el involuntario no ocurre de la
misma manera, pues debe limitarse a "ver" lo que discurre y
acontece ante sí, sin ningún control ni dominio de
la realidad; sus investigaciones
no pueden alcanzar conocimientos adornados por la consistencia de
la incuestionable veracidad. La distinción entre ellos no
es fácil por lo común, por lo que, al efecto, nos
permitimos alentar una regla de oro: el
vidente voluntario nunca, jamás cobrará cantidad
alguna por sus servicios ni
empleará su facultad tampoco por motivos de curiosidad,
dado que sólo ayudar a la humanidad será su objeto,
nunca otro, y ello lo hará de forma callada,
anónimamente. Del mismo modo, nadie que ostente competencia para
"enseñar" el método apropiado para el desarrollo de
la mencionada facultad cobrará tampoco nada ni en
ningún caso; decaí que quien solicite dinero para
impartir lecciones de desarrollo espiritual no tenga en realidad
nada que ofrecer. Advertimos que las reglas expuestas
entrañan absoluta fiabilidad al efecto.

Cuarta revolución:

El trabajo de recapitulación y reposo se aplica,
dentro de cada revolución, a los diferentes globos, dado
que los brazos de espirales se solapan continuamente dentro de
otros brazos y así hasta el infinito. Por tanto,
únicamente cuando la oleada de vida evolucionante hubo
llegado al globo D de este período Terrestre en su cuarta
revolución – en la cual correspondía comenzar
el trabajo específico – y una vez transcurridas sus
noches cósmicas y períodos de reposo respectivos
entre Períodos revoluciones y globos, fue cuando
verdaderamente aquel trabajo dio comienzo. Con todo, se
inició en la cuarta época, la Atlante, puesto que
el germen mental no se obtuvo hasta el último tercio de la
misma. En calidad de nota aclaratoria, queremos señalar
que en las recapitulaciones de lo que se trata no es de "volver"
a redefinir situaciones habidas con anterioridad sin más,
sino que siempre – pues que le evolución nunca se
detiene – se tratará de situaciones que, si bien y
ciertamente gozan de analogías, entrañarán
siempre un nivel más alto de desarrollo que aquél
al que efectivamente hacen alusión. Asimismo, y si la
Noche Cósmica conlleva destrucción total de globos
y mundos a base de una resolución compacta de forma y
espíritu, por medio de la cual éste renueva fuerzas
para proseguir con posterioridad el camino evolutivo, los reposos
en cualquier caso son más cortos, no suponiendo en
determinadas ocasiones aquella destrucción total.
Así como el hombre se acuesta y se levanta día tras
días, muere al cabo del tiempo, su cuerpo es destruido y
vuelve a renacer, así, también el universo toma sus
correspondientes reposos sin destrucciones a la vez que sus
noches cósmicas con destrucción y resolución
total.

Época Atlante

Tras haber efectuado más arriba anotaciones
más o menos amplias acerca de las épocas Polar,
Hiperbórea y Lemúrica, y una vez documentados en
cierto modo en torno al modo y al porqué de la
evolución a través de los distintos períodos
con sus numerosísimas modificaciones, estimamos oportuno
traer a colación esta época, la Atlante, la
inmediatamente anterior a la actual, la Aria, y ello no
sólo por cuanto hace a la cercanía evolutiva en
sí, sino por cuanto de mítica haya podido ser
considerada desde la antigüedad griega, una vez mencionado
dicho continente por el iniciado y filósofo Platón.
La desaparición de Lemuria estuvo ocasionada tanto por los
cataclismos geológicos como por una actividad
volcánica incesante; pero el continente que en su lugar
surgió, la Atlántida, justo en el corazón
que el Océano Atlántico ocupa, difería
mucho, como no podía ser menos, de nuestro hábitat
actual, radicando sus más importantes contrastes en la
composición de su atmósfera y su agua. Que por
qué su atmósfera se encontraba cargada de una
pesada y densa niebla, es fácil de deducir si indicamos
que desde el norte, procedentes del polo, llegaban incesantes
témpanos de hielo, mientras que del sur planetario lo
hacían ardientes corrientes, procedentes de la actividad
desmesurada de los volcanes. Este
choque o confrontación dio como resultado la
atmósfera de ese tiempo, una atmósfera con
desmesurada cantidad de agua en suspensión, en la que, por
otra parte, el contenido de aire, en proporción, era mucho
más alto que el que contiene hoy.
En consecuencia, a través de atmósfera semejante,
apenas si brillaba el sol, y si
aparecía, lo hacía con una luz tenue y rodeada de
un halo vaporoso como a veces vemos la luna o lo hacen las
bombillas de nuestro mundo en los días de abundante
niebla. Este motivo hacía que la visión en la
distancia fuese muy corta y que las líneas de los objetos
apareciesen verdaderamente atenuadas y borrosas. En este
contexto, mejor que aquélla que obtenía del medio
exterior, el hombre atlante sólo podía regirse de
forma más certera a través de su visión
interna. Por ende, y de manera análoga, el ahombre atlante
también difería enormemente del hombre del
día. Así, apenas disponía de frente, dado
que su cerebro no había adquirido aún desarrollo
frontal; por tanto, su cabeza huía hacia atrás
desde la parte inmediatamente superior a los ojos. De otra parte,
era un verdadero gigante, pues proporcionalmente sus brazos y
piernas eran mucho más largos que su cuerpo, y se
desplazaba de manera similar a como lo hacen los canguros, dando
saltos. Las orejas de los atlantes se separaban ostensiblemente
de la cabeza, sus ojos eran parpadeantes y diminutos, y su
cabello, lacio y negro, describía una sección
redonda y no oval, cual es la de las actuales razas arias.
De este modo, y en las condiciones en que se producía en
aquél entonces la evolución, los vehículos
superiores del hombre no se hallaban en posición
concéntrica respecto del cuerpo denso, por lo que el
espíritu se encontraba parcialmente fuera, motivo por el
que no podía dominarlo, tal cual podemos hoy. Por ejemplo,
la cabeza perteneciente al cuerpo vital se mantenía
más arriba que la correspondiente al cuerpo físico,
por lo que aquel dominio devenía imposible, dado que para
ello debe existir coincidencia y ajuste pleno en cierto punto
superciliar entre ambos (asiento del Espíritu Divino) y
que el hombre se torne consciente respecto del mundo
físico que lo rodea. Debido a este motivo, nuestro hombre
atlante gozaba de una visión – similar aún a laque
tuvo el hombre lemur – más amplia en los mundos internos
que en el externo, con el añadido de la atmósfera
citada y aquella neblina que señalábamos con agua
en suspensión. Del hombre atlante podríamos decir
que era realmente un hombre del agua, sin que por ello viviese o
viniese de ella.
De esta suerte, y a medida que ambos puntos citados, el del
cuerpo vital y el del cuerpo denso fueron acercándose, el
hombre fue perdiendo el contacto y la conciencia de los mundos
internos, los cuales se expresaban cada vez en él con
mayor oscuridad, si bien, y en el mismo grado, los mundos
externos iban adquiriendo más y más claridad. La
aclaración final tuvo lugar en el último tercio de
esta época: los puntos de referencia habían por fin
coincidido. La trascendencia sería enorme: por primera vez
aparecía el hombre plenamente consciente.
Queremos reseñar que una de las particularidades de aquel
incipiente y primer hombre atlante – cuando aún no era
poseedor perfecto de una visión y percepción
externa – consistió en que, si bien no veía
completamente bien, sí "veía" en cambio el alma de
sus oponentes con sus correspondientes atributos, capacidad que
le permitía, tanto frente a sus coetáneos como
respecto de los animales, tomar de manera oportuna posiciones de
defensa, puesto que dentro de sí mismo podía
detectar el modo en que debía reaccionar en cada uno de
semejantes momentos en particular. De ahí que, una vez
perdida semejante visión y facultad respecto de los mundos
espirituales, el hombre atlante padeciera una gran
añoranza, a la vez que una larga y honda tristeza. Fue el
momento en que se le dio, tanto como medio para mitigar sus
aspiraciones, como de instrumento para ponerse en contacto con su
Dios, el Tabernáculo en el Desierto. Es, pues, el tiempo
de los Semitas originales, quinta raza de esta época,
germen de todas las posteriores y, aún presentes, razas
arias.

Época Aria

No hay demasiado que decir respecto a ella, puesto que
numerosísimas cosas hemos tenido oportunidad de conocerlas
a través de medios historiográficos. Tal, por
ejemplo, no es novedad alguna recalcar que Asia Central
constituyó la patria original de las razas arias, puesto
que allí se habían asentado los primeros semitas y
de ellos descendieron todas ellas. Sin embargo, hagamos notar que
habría de ser en esta época cuando el hombre
conoció tanto el fuego como otras fuerzas, las cuales,
siendo de origen divino, intencionadamente le fue ocultada la
procedencia a fin de que, sin constreñimiento alguno,
pudiera usarlo y usarlas sin coacción ni
mediatización alguna de cara a su lucha por la
supervivencia, el desenvolvimiento y el desarrollo.
Al comienzo de la época, con la finalidad de que pudieran
ocupar la función que desempeñaban los Mensajeros
de Dios, es decir, las Señores de Mercurio, fue cuando los
más avanzados humanos obtuvieron las más altas
iniciaciones, por lo que ellos pasaron a constituir los
únicos mediadores desde entonces entre el hombre y Dios.
El anonimato y una vida normal y sencilla han constituido siempre
notas singulares de estos Guías y Maestros de la
humanidad.
Finalizando la presente época, la Aria, hará acto
de presencia pública el iniciado más elevado, a
quien de forma voluntaria acogeremos como líder.
Para ese final se dispondrá ya de un grupo muy especial,
será aquél que dará inicio y lugar a la
última raza, la cual tendrá su ser al comienzo de
la Sexta Época. A partir de entonces, tanto las razas como
las naciones cesarán de existir y la humanidad
pasará a formar una Fraternidad Espiritual como la que, en
muy distinto grado o nivel, tuvo lugar antes de concluir la
Época de Lemuria. En calidad de Rey y Sacerdote a un
tiempo, Cristo será el Gran Unificador de esta Sexta
Época.

 

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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