- Fervores, arrebatos y
pasiones - Donde
los bienes son males y los placeres
tumultos - Levantad esos
rostros abatidos - El amor
se convierte en queja y lamento - ¿Por
qué a verte volví, Silvia
querida? - Vuelve que ya no
puedo vivir sin tus cariños - Tuyo es
mi pecho entero, tuyo es este
albedrío - La
dolida esencia y la dulzura plena del
"harawi" - Por mi
patria amada y por mi Silvia quiero - Pudo
huir si lo hubiera querido - Arequipa es Melgar
y Melgar Arequipa - Fuente
Un día como hoy, 12 de marzo, del año
1815, caía abatido por un pelotón de
fusilamiento
en el campo de batalla de
Humachiri, en Arequipa, el poeta y prócer de la libertad
Mariano Melgar, amante apasionado y patriota
legendario.
1. Fervores, arrebatos y
pasiones
Decimos con frecuencia que la historia del Perú fue
insigne y gloriosa en la época pre-inca cuando florecieron
culturas de asombro como Chavín, Tiahuanaco, Moche,
Paracas; de igual modo, en la época incaica cuando
Pachacútec y Túpac Yupanqui consolidaron una
cultura que
hizo prodigios; como también en el virreynato, con
relumbres y fulgores de imperio, etapa en la cual el dominio del
Perú en América
del Sur fue absoluto pues era el único virreynato antes
que se desprendieran de él Nueva Granada (1717) y del
Río de La Plata (1776).
Sin embargo, en la mesa del hogar mi padre que fue
maestro recreaba ante nuestros ojos deslumbrados, fastos y
memorias de la
época republicana, hechos que para mí resultaban
fabulosos, titánicos y plenos de extraordinaria y
fascinante grandeza, de arrebatos y fervores supremos, en donde
los personajes eran paladines sobrehumanos.
Los ejércitos se perseguían insomnes por
desiertos, desfiladeros y punas: el General Agustín
Gamarra, dos veces Presidente de la República, caía
muerto en el campo de batalla de Ingavi, en las orillas heladas
del lago Titicaca; el teniente coronel Domingo Nieto
vencía en una justa con lanza y sable –que
contemplaban los batallones estupefactos– al gigantesco
comandante Camacaro de Colombia en el
Portete de Tarqui definiendo de ese modo la guerra
desatada; don Ramón
Castilla, arrastrando mil fusiles, moría sobre su caballo
en el indescifrable desierto de Atacama.
Otro bólido, Felipe Santiago Salaverry, sublevado
a los 29 años en el Callao, elegido Jefe Supremo de la
Nación,
vencedor mítico en Uchumayo para luego caía
derrotado en Socavaya y era fusilado en la Plaza de Armas de Arequipa
el año 1836. Mi padre tocaba extasiado en su violín
"La salaverrina" –y la banda de mi escuela la
entonaba con sus tambores y cornetas en los desfiles–
aquella marcha militar que ayudó a que los combatientes de
ese general flamígero y alucinado –cuya banda de
músicos entonaba dianas y pasacalles en los fémures
de sus enemigos caídos en batalla– venciera en
innumerables batallas y sucumbiera solo en una que le
costó la vida.
El hijo de ese soldado ígneo, que
quedó huérfano desde niño, sería
más tarde el principal poeta del romanticismo
peruano, quien escribiera aquel poema que finaliza
diciendo:
Oh! cuando vea en la desierta playa,
con mi tristeza y mi dolor a solas,
el
vaivén incesante de las olas
me
acordaré de ti;
cuando veas que una ave solitaria
cruza el espacio en moribundo vuelo,
buscando un nido entre la mar y el cielo
¡acuérdate de mí!
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