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La melancolía: por una libra de carne


Partes: 1, 2

    1. De la melancolía, mal del
      siglo
    2. Una libra de
      Carne

    De
    la melancolía, mal del siglo

    En un encuentro reciente en Madrid,
    Elizabeth Roudinesco comentaba que a fines del siglo pasado, en
    el momento inaugural del psicoanálisis, las consultas
    psiquiátricas estaban plenas de histerias, pero que a
    fines del siglo XX y comienzos del XXI son poco frecuentes las
    histerias clásicas y la mayor demanda
    explícita que debemos afrontar psiquiatras,
    psicoanalistas, psicoterapeutas y demás trabajadores de
    salud mental es
    la de las melancolías y depresiones.

    Pero mientras que la histeria, patología fundante
    del psicoanálisis, parece acabadamente definida, entre los
    términos que define el "Diccionario
    Psicoanalítico" de Laplanche y Pontalis no figuran la
    melancolía ni la depresión.

    Esto nos plantea una pregunta: ¿A qué
    llamamos melancolía?¿, ¿En qué
    consiste esta patología que los analistas dicen encontrar
    frecuentemente en sus consultas pero que no figura en sus
    léxicos?

    ———————

    Una libra de Carne

    "La verdad, no sé por qué estoy tan
    triste.
    Me cansa esta tristeza, os cansa a vosotros;
    Pero ¿cómo me ha dado o venido?,
    ¿En qué consiste?, ¿de dónde
    salió?,
    Lo ignoro.
    Y tan torpe me vuelve este desánimo,
    Que me cuesta trabajo
    conocerme.

    Con estas palabras se nos presenta Antonio, "el mercader
    de Venecia". Éstas son las palabras que elige Shakespeare para
    iniciar una comedia. Palabras que manifiestan una tristeza que
    permanece inalterada a lo largo de la obra. No la agravan las
    circunstancias dramáticas de la trama, no la alivia el
    final feliz que el autor ha elegido; nada la justifica, ninguna
    palabra en el texto viene a
    responder a la pregunta inaugural sobre su causa.

    En la primera escena Antonio se compromete a saldar una
    deuda con una libra de su propia carne, pero
    "¿cuánto vale una libra de carne humana?". Y, sin
    embargo, ese es el precio que
    paga el hablante ser para ser precisamente eso: un ser hablante.
    Sacrifica al lenguaje algo
    del orden de la materialidad de su cuerpo, de su condición
    de viviente: "su buena libra de carne", según la
    metáfora que Lacan tomó prestada a
    Shakespeare.

    No es pequeño el sacrificio que a cada sujeto
    impone el lenguaje,
    y, sin embargo, el Otro podría responder, como lo hace
    Shylock, el acreedor del mercader de Venecia:

    "…¿Y yo qué gano exigiendo la
    sanción?.
    (…) Oídme:
    Por complacerlo ofrezco gentileza.
    Si la toma, bien; si no, adiós"

     

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