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¿Quién dirige la cura en las psicosis? (página 2)



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Todos deliramos. Pero el delirio psicótico, lo
sabemos, es otra cosa. El saber que despliega el psicótico
es un saber que no está reprimido, que está
ahí.

Sólo, quizás, el haber hecho la
experiencia de su propio inconsciente, permita a un analista
consentir a abandonar la seguridad de un
dispositivo, de un lugar y un deseo de analistas; consentir a que
ese dispositivo, ese lugar y ese deseo, sean orientados por la
llamada misma del psicótico.

¿En qué consiste esta llamada?.

Una de las respuestas que se ha dado a porqué el
psicoanálisis no es posible con sujetos
psicóticos, es porque no hay transferencia en las psicosis.

No es una explicación baladí, ya que es la
que da el mismo Freud en Introducción al Narcisismo
(1914).

La transferencia es amor, y
el amor es el
signo de máximo desarrollo de
la libido objetal, la libido del sujeto está fuera de
él, está puesta en otro.

Freud hace una cita: «Allí donde el amor
despierta, muere el yo déspota, sombrío» y la
invierte: «Allí donde el amor muere (en la
esuizofrenia) se afirma el yo déspota,
sombrío».

No hay relación de objeto, dice Freud. Y no hay
relación de objeto porque él, el psicótico,
está en el lugar del objeto.

Hace unos pocos días, un paciente
psicótico, al que llamaré Nicolás, me dio un
ejemplo sencillo y acabado de esta muerte del
objeto.

Se trata de un esquizofrénico que, desde hace un
tiempo
excesivamente largo, se ve arrastrado por una hiperactividad
física que
ningún medicamento ha podido refrenar, y una
hiperactividad imaginaria, metonímica, que lo lleva de un
significante a otro, de un objeto a otro, sin poder anudar
su libido a ninguno.

De pronto emerge un objeto privilegiado: una mujer a la que ha
conocido hace tiempo. Proyecta casarse con ella y hace planes
para eso. Después de tanto tiempo a la deriva, que
canalice su libido en un objeto resulta, cuanto menos,
tranquilizador.

Pero me inquieta que haga planes irrealizables que
puedan llevarlo a un nuevo fracaso, a un nuevo brote y a un nuevo
ingreso. Le aporto entonces aquella significación que
está eliminada en su discurso: la
posibilidad de que esta mujer no comparta sus proyectos.
¡Ingenua de mí!… Me responde: "¿Y eso
qué importa? ¡Hay tantas mujeres!". Ése es el
lugar del objeto para él: "¿qué importa?
¡hay tantos!", y prosigue su loca carrera a ninguna
parte.

No hay deseo, no hay objeto de deseo, porque no
está la libido puesta en el campo del Otro. Esto trastoca
toda la relación con el Otro: en el campo del amor, en el
campo del deseo, en el campo del análisis.

Entonces, ¿no hay transferencia en la psicosis?.
Evidentemente la transferencia imaginaria, la catexis libidinal
de una imagen proyectada
sobre el analista, se da en las psicosis, lo que resiste el
análisis es su exceso, no su ausencia.

El psicótico transfiere a la situación
analítica lo que continúa repitiendo de su
relación con el discurso del Otro: su relación
delirante con el Otro .

José fue un niño inteligente, "normal", lo
único que llamaba la atención en el pequeño José,
era un temor obsesivo a que otros utilizaran sus pertenencias:
ropa, utensilios, etc.

Luego de la muerte del
padre, José ingresa a una secta religiosa. La Secta lo
absorbe por completo. Le encarga incluso el que sería su
mayor trabajo
profesional: la construcción de un templo.

Todo parece marchar sobre ruedas, al menos para
José, y entonces, la ruptura.

José rompe con su novia. Antes o después
rompe con la secta.

Regresa entonces al hogar materno, para ofrecerse como
objeto del Otro.

El primer síntoma registrado por la familia es
un intento incestuoso de besar en la boca a su madre.

Poco después no puede localizar unos
calzoncillos. Este extravío lo desmorona . Permanece 18
horas de pie, inmóvil y en silencio.

Cuando vuelve a hablar (esto se dice rápido:
fueron necesarios meses de paciencia para que hablara, primero, y
para que dijera algo, después). Cuando vuelve a decir
"algo", nos dice su delirio:

Hay un Consejo que todo lo sabe, es EL que toma las
decisiones. José no sabe porqué hace las cosas que
hace, son designios del Consejo.

Ya está: ahora delira. Y ahora,
¿qué hacemos?

Lo que recibe José de Consejo no son imágenes,
son ideas, que él ni siquiera vehiculiza por medio de
imágenes acústicas: no oye voces, sólo
recibe sentidos, sentidos plenos, acabados, que no hacen
cadena..

Eso no requiere ninguna
explicación, es así y él lo sabe. Y si me lo
dice a mí es para transmitirme un saber que para él
es evidencia.

Por eso no parece posible el análisis, no hay
ningún saber analítico (ni médico) posible.
Él es quien sabe, y lo que sabe lo aplasta, lo borra como
sujeto, sólo resta de él eso que sabe y que le
viene del Otro.

José va a dar de baja a su coche. En
Tráfico ponen un sello a los documentos que
él ha llevado. El sello dice: "FUERA DE
CIRCULACIÓN", y ese significante viene al lugar de una
respuesta respecto de su identidad. Es
él quien está "fuera de circulación" y
José se dirige al Hospital a solicitar su
ingreso.

¿Qué hacer entonces? ¿Estimular lo
imaginario? ¿Ayudarlo a encontrar un objeto imaginario de
su elección al que anudar su libido?. Puede ser, pero no
es siempre posible. Puede ocurrir como con Nicolás, que
capte aquello que el neurótico no "ve": que no vale la
pena anudarse a un objeto, siempre "hay otros".

Otras elaboraciones han apuntado en sentido contrario.
Puesto que en las psicosis hay un déficit
simbólico, habría que apuntalar lo
simbólico, hacer del análisis o de la
Institución una prótesis
simbólica.

Él ya ha buscado (luego de la muerte de su padre,
no lo olvidemos) una prótesis simbólica en la
Secta. La Secta se ha presentado así en el lugar del
padre, en un lugar no inscripto, y lo ha convocado a él a
ese lugar al encargarle la construcción de un templo,
contribuyendo aldesencadenamiento de la psicosis.

¿No nos ocurriría lo mismo si nos
ofreciéramos como prótesis
simbólica?.

Y, sin embargo, muchas veces la Institución
funciona como prótesis que calma los trastornos
imaginarios. Aplacamiento que puede durar toda la vida. Una vida
muy pobre subjetivamente, pero muchos psicóticos se
acomodan muy bien a la condición de objetos: objetos de la
madre, objetos de la psiquiatría, objetos de la
Institución, objetos, ¿por qué no?, del
psicoanálisis .

A condición, claro, de que permanezca la
prótesis institucional: Muchas veces, al abandonar, por
cualquier razón, la Institución, se produce un
nuevo desencadenamiento.

Recuerdo en particular un caso, de hace ya bastantes
años. Se trata de una paciente, que atendía en
consultas externas. Al anunciarle que yo iba a dejar mi trabajo
en el Hospital (esto fue en la Argentina) la paciente me pide
continuar su terapia en mi consulta, a lo que accedo.

En la entrevista
siguiente, aún en el Hospital, comienza a interrogarme por
cómo es mi consulta. En una serie de preguntas, hay una
que destaca:

"¿Hay otra gente en su consulta?
¿Hay sala de espera?"
.

Cometí el error de interpretarlo en
relación a su temor a quedar encerrada en una
relación dual conmigo.

Al otro día, la paciente me llama y me dice muy
angustiada:

-"Dra., quiero acostarme con
usted".

Ésa es su respuesta a mi interpretación. Una precipitación,
una confusión entre Sujeto y otro (con minúsculas)
por eliminación del Otro (con mayúsculas). Una
colisión imaginaria, por falta de mediación
simbólica.

Lo que falla allí no es la transferencia, es el
Inconsciente.

Creo que a este error me llevó mi deseo, que es,
paradójicamente, el mismo deseo que me llevó a ser
analista: deseo de saber sobre el deseo, deseo de apertura del
Inconsciente

La pregunta esencial para todo sujeto es:
¿Quién soy yo?. Mi palabra no interrogó el
Inconsciente de esta paciente, sino que fue respuesta que se
articuló en el lugar de una pregunta imposible de
formular.

Nuestro saber de analistas puede ser escuchado por el
psicótico como certeza que se hace respuesta, con el
riesgo de que
el análisis mismo se vuelva lugar de repetición de
su relación delirante con el Otro.

Piera Aulagnier cita un caso muy interesante de un
sujeto psicótico. El núcleo del delirio es muy
similar al de Schreber: Dios quiere femineizarlo.

A poco de comenzar su análisis, rechaza su
delirio. El discurso analítico le ha enseñado que
no era Dios quien quería hacerlo mujer. Eso ha sido un
error. Ahora sabe que no es Dios sino su madre quien sostiene ese
deseo.

El delirio cambia de lenguaje, pero
se mantiene igual a sí mismo.

Nicolás me hace regalos, me trae objetos,
significativos para él, y roba objetos, indiferentes para
mí, de mi consulta. Busca en los objetos una
concreción del amor, articula el amor con el goce del
Otro, representado por su analista. Busco una instancia tercera,
que se interponga en la colisión imaginaria. Lo derivo a
otro psiquiatra para que lo medique.

Hacerse objeto de la transferencia psicótica
tiene sus riesgos, no
podemos recurrir a la interpretacíon para cortar la
transferencia, lo único que podemos hacer es
soportarla… Pero esto nos puede conducir a un
impasse

Nicolás saldrá del impasse, interponiendo
allí, entre él y su analista, una mediación
imaginaria: una mujer que lleva mi nombre.

Él mismo se construye un camino que conduce (son
sus palabras):

"De la madre a la mujer, de la
mujer a las mujeres".

Ahora el "hay tantas mujeres en el mundo" puede adquirir
un nuevo sentido: no el de la caída, el de la
desvalorización del objeto; sino "hay otras mujeres" que
no son ni mi madre, ni mi analista, construyendo así un
esbozo de objeto o, al menos, un lugar para
albergarlo.

Otro riesgo en el trabajo con
psicóticos, es la erotomanía, sólo
aparentemente opuesta al "delirio de amor". Ambos responden a la
pregunta por el goce del Otro. Uno no puede preguntarse:
"¿Quién soy yo?" sin preguntarse
"¿Qué es el Otro para mí?" (pregunta a la
que responde el amor delirante) y "¿Quién soy yo
para el otro?" (pregunta a la que responde la erotomanía).
Expondré un momento erotómano en un
análisis:

José construye un delirio en el que estoy celosa
de la enfermera, celos de los que él es el motivo. Me
acusa de "celotípica" (acusación que la madre ya le
había formulado al padre). Se pregunta qué quiero
yo de él, de quien nadie parece esperar nada, acomodado
como está en su lugar de "loco simpático". La
única respuesta que encuentra es el amor.

Pero no respondo a su llamada de amor, ni la rechazo; no
acudo al encuentro que su acusación de "celosa" me
propone. Le pido que dé cuenta de ello, que añada
significaciones. Se hace cargo entonces del lugar del que
proviene esta llamada, de que es él quien espera algo de
mí. La placa gira de "me ama" a "la amo". Entonces me pide
un beso. Demanda de
amor a la que respondo señalándole que éste
es mi trabajo.

La ecuación es sencilla: si es mi trabajo, lo que
quiero es dinero. En la
próxima sesión reitera su pedido al mismo tiempo
que extiende un billete sobre la mesa. Le señalo que es la
Comunidad de
Madrid la que
paga por mi trabajo.

José se ofrece al Otro como objeto, en un lugar
que espera sea más tolerable para sí mismo, en la
medida en que un analista suele ser una encarnación
más benigna del Otro que una madre cocodrilo que todo lo
devora.

Es sólo al no poder localizar en su analista un
deseo que lo aloje como objeto, que un trabajo se hace
posible.

El deseo del analista indica un lugar en el que espera
que emerja un sujeto, lugar que el sujeto psicótico nunca
encontró en el campo del Otro.

Si no podemos esperar que se abra una puerta de una casa
que no existe, quizás podamos dejarnos usar, soportar la
transferencia, dejarnos trabajar por ella, estar
ahí, para que ahí el psicótico
encuentre un lugar desde el cual reconstruirse. No huir de la
transferencia imaginaria con que el psicótico nos invade,
no huir ni dejarnos fijar en ella.

Esos movimientos transferenciales del psicótico
en relación a su analista, que lo inclinan ora del lado de
la erotomanía, ora del lado del delirio de amor, no son
más que intentos de ser objetos de amor del Otro (lo que
debe ser bastante mejor que ser objetos de la voluntad
destructora, "insensata" del Otro).

Pero esta misma voluntad de ser objeto de nuestro amor,
objeto de nuestro deseo, nos señala que esta allí
la transferencia. Transferencia que, si somos capaces de
soportar, quizás permita anudar algo de su
"extravío", de aquello que no tiene palabras para decirse
porque no tiene inscripción en el Inconsciente.

Lo que vale para el amor, vale para el odio. A veces el
sólo soportar la transferencia homicida de un paciente
paranoico le permite detener ahí algo de su locura (eso
sí, es preferible que sea con un guardia forzudo en la
puerta. Otra ventaja del CSM respecto al consultorio).

Como el psicótico no puede demandarnos un saber
sobre un objeto que no ha constituido en cuanto objeto de deseo,
en su llamada se nos ofrece como el objeto que nos falta a
nosotros, a quienes, en tanto neuróticos, sí nos
falta el objeto.

Entonces, ¿cómo
responder?.

En principio sabemos que, en cuanto analistas, nunca
debemos responder desde el lugar en el que somos
interpelados.

José ha subdividido los seres humanos en cuatro
clases que no debemos confundir con clases
económico-sociales:

1) LOS PIJOS: Personajes que José no
cualifica, pero por los que no parece sentir ninguna
simpatía.

2) LOS YUPPIES: Adictos al trabajo, que se han
dejado seducir por la "engañifa" del prestigio
social.

3) LOS PARIAS: Seres despreciados por los otros
(pijos y yuppies), desechos de los otros.

4) LOS MACARRAS: (Grupo en que
se inscribe el propio José) . Son aquellos que hacen
circular la energía que en los otros está
estancada, ayudando de esta manera a todos, en particular a los
PARIAS.

Él se inscribe como macarra, para no ser paria,
objeto de desecho del Otro. A mí, en principio, me ubica
como Yuppie. Poco después, ya no soy yuppie, sino una
paria, luego seré una macarra, como él:
"Los dos somos iguales". Pero no, parece que no
siempre respondo como macarra.

"Tía, tú sí que eres
extraña. A veces eres Yuppie, otras macarra. NO TE
PUEDO UBICAR. USAS MUCHOS VELOS".

Y va a intentar ubicarme en otro eje, no
sincrónico sino diacrónico: el eje de las
reencarnaciones.

Intento no confirmar ni desconfirmar el delirio, no
adherirme a las significaciones que me ofrece, ni oponerme a
ellas. Ofrecer mi lugar como un espacio vacío:
vacío de saber, vacío de poder, vacío de
cualquier deseo en relación a él.

Intento empujarlo a decirse como sujeto, a dar
explicaciones de lo que le pasa. Lo invito a que me diga algo de
un saber que él tiene. Y, si no lo tiene, que se lo
invente.

Esto no me excluye de ciertas responsabilidades. No
puedo evitar tomar decisiones en ciertos momentos. Actuar como
psiquiatra a veces es la responsabilidad que he aceptado, al aceptar en
análisis a un psicótico. Si un sujeto no tiene
recursos para
protegerse de los fenómenos que lo invaden, me siento en
la obligación de proveerlo de otros recursos, otras
mediaciones: la de la medicación, la del ingreso, la de la
intervención con la familia o el
entorno.

No siempre es posible conjugar ambos discursos. A
veces, el indicar un ingreso o una medicación, nos ubica
en el lugar del Amo. En esos casos creo que se necesitan dos, uno
que haga las veces de psiquiatra, otro de analista que conserve
su lugar vacío de deseo.

Deseo del analista que habita un lugar vacío. Eso
lo sabemos… Pero, ¿qué deseo?
¿Qué deseo nos lleva a hacer de "secretarios", de
"testigos", de "semejantes" o, por qué no, de
"basureros"?.

Deseo de que el psicótico, por medio de su
trabajo, se invente un lugar, se invente un saber, que le
permitan hacer lazo social. Que con su delirio haga algo, que
invente algo. Que viva con su delirio, como nosotros
intentamos vivir con nuestro Inconsciente, y no para su
delirio, como el neurótico vive para su Inconsciente. Que
no sea un autómata del Significante, que viva
dentro de un lazo social que no agota la vida, pero que es
imprescindible para que ésta sea posible.

Para esto es necesario que el psicótico
consienta a la experiencia que le proponemos.

Para concluir quería referirme a ciertos
términos que he utilizado un poco "alegremente" en esta
exposición:

Si el psicótico no es Sujeto, ni
puede serlo, porque no es sujeto de deseo, no está
barrado; deberemos inventar otra escritura para
designar su subjetividad y no reducirlo al lugar de objeto. Como
dice Lacán en el Sem. III "en tanto habla al
otro… existe como sujeto".
(¡Y cómo
hablan al otro! ¡Con qué ironía!).

Si no hay Inconsciente en la psicosis, al
menos si lo pensamos como el Inconsciente neurótico;
sí algo hay ahí, algo que Freud llamó
"Inconsciente a cielo abierto", algo que permite
al psicótico soñar. Si a eso, según nuestro
modelo, no
podemos llamarlo Inconsciente, tendremos que inventarle un
Significante a ese "Inconsciente".

Si no hay Fantasma en la psicosis, (al
menos si aceptamos que el fantasma es respuesta subjetiva al
deseo del Otro), sí hay algo allí que se
parece a un fantasma: una serie de fantasías con las que
el psicótico intenta arreglárselas con "lo que
hay". Y , en algunos casos, podremos ayudarlo, como agentes
simbólicos, a que realice una construcción
fantasmática que le permita cierto lazo social.

Si no hay transferencia simbólica en la
psicosis, sí hay algo que permite nuestro trabajo y
a lo que, de algún modo, tendremos que nombrar.

Respecto de los pacientes que han contribuido a esta
presentación, no diré que están
estabilizados, pero sí que José ha
abandonado su rigidez corporal, estudia inglés
y va retomando poco a poco cierto lazo social.

Mientras me cuenta su delirio, se lo inventa para
contármelo:

"Tía" -me dice-
"¿Tengo que explicártelo
todo?"
.

Sí, y mientras me lo explica, sistematiza un
delirio y, en él, se inventa un mundo que él pueda
habitar. Se construye así una historia de re-encarnaciones
y, a la vez, re-crea una historia infantil.

Es mi ignorancia, porque yo sí estoy tachada,
barrada, lo que me permite ubicar, en el lugar del analista, una
demanda de trabajo que incita a ese psicótico a la
producción.

En cuanto a Nicolás, continúa
intentando construirse un objeto mujer para su uso.

Por mi parte, lo único que he hecho ha sido
incitarlos a trabajar. Suyos serán los frutos de ese
trabajo. ¿Qué pasará más adelante?.
No lo sé.

 

Marina Averbach

Luis Teszkiewicz

Partes: 1, 2
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