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Sobre la Comunidad de la Diferencia de Míroslav Mílovic




Enviado por Sergio Hinojosa


Partes: 1, 2

    Este libro,
    publicado por la Editorial Universidad de
    Granada (Biblioteca de
    Bolsillo, 2004), obra de auténtica reflexión
    filosófica, constituye una puesta a punto del problema
    ético-político del sujeto en la modernidad y del
    fin del sujeto en la posmodernidad.
    No parte del acomodo de una reflexión académica.
    Míroslav Mílovic, ha vivido el exilio, la
    persecución, el aislamiento. Muy pocos de sus
    compañeros de la universidad de Belgrado rechazaron el
    nacionalismo
    triunfante de Karasik y Mílosevic. Haciendo
    oposición, anduvo por numerosos países europeos
    mostrando el fruto de su reflexión ético-política. En España
    estuvo en Granada, como profesor
    invitado. En esta ciudad tuve la oportunidad de conocerle a fondo
    y gozar de su amistad y
    autenticidad. Su libro, que no pierde de vista la terrible
    experiencia del genocidio, recorre los hitos que abren
    perspectivas o muestran callejones sin salida hacia una comunidad mejor y
    más feliz. Acude a los autores claves, analizando las
    referencias y los momentos más candentes y lúcidos.
    Concluye Mílovic este recorrido mostrando las posibles
    alternativas entre la propuesta habermasiana de una comunidad
    autoreflexiva, capaz de hacer frente a las ideologías, y
    una comunidad de la diferencia de Derrida con "sensibilidad para
    lo diferente" no en el sentido de "la afirmación
    neoliberal y egoísta", sino en tanto que el sistema, al
    articular las formas generales, niega al individuo. La
    afirmación de éste frente a esa tendencia
    conformadora y negadora del capitalismo
    será la apuesta de Derrida.

    Para centrar mejor su propuesta para una forma nueva de
    hacer política, Mílovic se sirve de Levinas como
    mediación y reivindica una sensibilidad capaz de ofrecer
    "una hospitalidad sin la reciprocidad, más allá de
    la influencia económica". Modelada así la exigencia
    nos propone una nueva forma de pensar la acción
    transformadora:

    Nuestra obligación – escribe el autor – no es
    ya ética,
    sino poética, sin modelos.
    Así, la ética se transforma en una
    obligación poética. La obligación sin la
    ética ya fue enunciada por Abraham y pensada de nuevo
    por Kierkegaard y Derrida. Tal vez, en esa poética, y no
    ya en la ética, sea posible pensar el futuro de la
    política(1).

    La metafísica
    de Platón,
    metafísica de la presencia, devaluó el ser al
    sustantivarlo y convertirlo en ausencia y verdad. Con este
    movimiento,
    que Nietzsche
    denunciará como nihilismo, se
    llegará a imperativos impotentes nacidos de una
    ética de la mismidad, entendiendo dichos imperativos
    éticos desde la óptica
    occidental etnocéntrica. No hay lugar para pensar al
    sujeto desde la intersubjetividad, tampoco para pensar la
    alteridad. No hay pensamiento
    que sea capaz de pensar al Otro que habita esa
    intersubjetividad. Y como afirma Hannah Arendt, no pensar lo
    nuevo es dejar paso libre al asentamiento del mal. La banalidad
    del mal viene de ese no pensar lo posible.

    El recorrido del libro entrelaza la tradición
    epistemológica con la metafísica y la ética,
    centrando el debate en esta
    última como posibilidad para generar una nueva forma de
    hacer política. El sujeto, afirmado por Descartes,
    supuso la instauración de la modernidad. El pensamiento
    sobre el objeto, que obviaba al sujeto como consciencia,impuso
    la ciencia
    como su horizonte de dominio. El
    mundo, reducido a hechos, no era más que sustancia extensa
    estática quedando la subjetividad sin
    tematizar. El imperio matemático sobre el objeto vino a
    reducir al mundo, con todos sus habitantes, a un objeto
    calculable y apropiable. El empirismo, la
    física
    mecánica y el paradigma de
    Newton
    someterían la idea de mundo a la de su colonización
    o barbarie. Kant
    abriría una pregunta sobre esta ciencia
    trituradora al introducir la pregunta por sujeto. El sujeto pone
    las condiciones de todo conocimiento.
    Pero la realización que le cabe esperar a este sujeto no
    es la del dominio del reino de la naturaleza,
    sino esencialmente, la del reino de la libertad, la
    de la realización de la comunidad humana. Ahora bien, el
    imperativo ético kantiano no incluye a los otros,
    su fuerza parte
    de la interioridad que aportó la visión moral
    luterana. El solipsismo del deber moral nos une a los otros
    sólo bajo el supuesto de un Otro, Dios, garante.
    La razón encuentra aquí su límite. Hegel
    criticará esa abstracción situando a ese sujeto en
    la historia. Si la
    racionalidad es la posibilidad que el sujeto tiene para ser
    libre, la libertad no es simple interioridad moral. "Cuando habla
    sobre nuestra libertad, Hegel cree que Kant va a limitarla a
    nuestra interioridad y no la considera en el mundo mismo.
    Aquí, Hegel cree participar, como testigo, de un
    acontecimiento político –la Revolución
    Francesa- que muestra su idea
    de que la razón ya se realizó en el
    mundo."

    De Hegel nace la idea de supeditar el individuo, no al
    sujeto trascendental, sino al Estado, a la
    razón objetiva. Sin embargo, Mílovic ve ya en Kant,
    en su segunda crítica, una postura
    jurídica para hacer frente a la relación con el
    otro. En Kant queda el deber moral reducido a estatalismo
    jurídico:

    Aquí pienso en el famoso ejemplo kantiano sobre
    la mentira. ¿Tenemos que mentir o decir la verdad a
    alguien que busca una persona
    escondida en nuestra casa? La respuesta de Kant es clara. La
    mentira no puede ser universalizada, no puede determinar la
    ley moral y
    tenemos que decir la verdad. Tenemos también que
    respetar el orden social. Así, es mejor romper con la
    hospitalidad que con el deber de decir la verdad. Pero en este
    punto ya entra prácticamente el aspecto jurídico
    en la discusión kantiana. Kant no determina la
    relación con el otro, con el interlocutor, según
    las normas morales,
    sino de acuerdo con las obligaciones
    jurídicas. Kant responde como si fuese casi un
    policía, respetando la idea de orden social, que la
    mentira puede
    perturbar(2).

     

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