Nunca hubo en América
Latina un país capitalista como nunca hubo un
país socialista tal como lo entienden las retóricas
tradicionales " no, al menos, uno que se haya consolidado
culturalmente, que se haya salvado de un permanente estado de
"crisis"" .
Hasta ahora hemos tenido obsesiones propias de nuestras
esperanzas y frustraciones, una forma propia y sospechosa de
pensar y de hacer las cosas, una sensación permanente de
fracaso, de angustia, de insatisfacción y de
disconformidad. Y no es para menos: América
Latina posee la mayor diversidad geográfica y los recursos
naturales más ricos de Occidente, al tiempo que es
el espacio geográfico más conflictivo y pobre de
éste mismo. También poseemos la mayor diversidad
étnica de esta región del mundo, groseramente
simplificada en el Norte bajo el calificativo racial " y a veces
racista" de "hispano". En cierta forma, África es
coherente; América Latina es contradictoria.
La derecha pregonó y puso en práctica una
idea muy latinoamericana, nacida y gastada desde los años
de la colonización española: el progreso
económico de las clases altas, de su dirigencia, de sus
terratenientes, llevará inevitablemente al posterior
progreso de las clases bajas. Es decir, la excesiva
acumulación arriba provocaría un desborde hacia las
clases bajas: «la virtud procede desde arriba hacia
abajo», como el poder de Dios,
según la doctrina católica y de todas las
dictaduras que aniquilaron personas y libertades en nombre de la
libertad, la
humanidad, el orden y la moral. Sabemos
que las clases altas latinoamericanas han tenido una capacidad
infinita de acumulación y, por lo tanto, este "desborde"
nunca se produjo. Por otra parte, esta mentalidad vertical " de
arriba hacia abajo" nunca permitió el desarrollo
económico suficiente para que ese desborde tuviese
alguna posibilidad de producirse.
Por el otro lado, la aparente alternativa
«estatista» nunca propuso algo muy distinto a este
orden vertical. Tanto el socialismo como
el capitalismo
latinoamericano se basaron siempre en la misma concepción
de-arriba-a-abajo de la sociedad,
heredada de los tiempos monopólicos de la Corona
española. Para unos " para la izquierda tradicional" , era
necesario organizar un Estado fuerte y próspero para luego
atender a las clases más bajas; para los otros " para la
derecha tradicional" , esta fortaleza y prosperidad debía
estar en las clases más altas, que era la única con
la preparación y conocimientos suficientes de "cómo
funcionan las cosas". Ambas suponían, desde un punto de
vista platónico, que la mejor educación y
preparación de unos pocos con poder asegurarían la
posterior prosperidad del resto de la población, incapaz de asumir su propio
destino.
Sin embargo, todos sabemos que ni los burócratas
ni la aristocracia se caracterizaron jamás por su
prolífica imaginación y creatividad.
Todos conocemos el mayor nivel de corrupción de los dirigentes encaramados en
el gobierno, en los
mejores puestos del Estado y en la clase de los
superpoderosos gerentes que, según la ideología neoliberal criolla, son los
únicos capaces de hacer negocios y,
por ende, de beneficiar a un país.
Ambos, izquierda y derecha latinoamericana no se
distinguieron una de otra más que por sus discursos y
sus violentas discusiones. Las diferencias han sido
únicamente coyunturales además de discursivas, y
para lo que han servido fue para mantener una misma
tradición de agonía e insatisfacción
permanente. La evasión de las responsabilidades
consistía en que los de abajo le echaran la culpa a los de
arriba mientas los de arriba hacían lo mismo con los de
abajo. Y como para todos estábamos en una situación
de profunda injusticia, cualquier tipo de corrupción
egoísta y autodestructiva, llegado el momento,
debía estar moralmente justificada.
¿Por qué el liberalismo,
en sus orígenes europeos y en sus principios
filosóficos defensor de las libertades individuales, ha
tenido efectos contradictorios y trágicos en
América Latina? Simplemente porque si trasportamos un
modelo
económico nacido en una sociedad cuya concepción
del poder es «de abajo hacia arriba»[1] y la trasportamos a otra sociedad
cuya concepción es «de arriba hacia abajo» "
denunciada por Abul Walid Muhammad ibn Rushd, Averroes, en la
Edad Media" ,
los resultados serán necesariamente los opuestos a los
originales: no tuvimos democratización de la libertad sino
todo lo contrario. En nuestros países del Sur, la
liberalización económica, de mercados, fue
explotada sin conciencia
democrática por los más poderosos " los de arriba,
los del poder" agravando la situación económica de
los de abajo y, por ende, disminuyendo su libertad.
Por esta razón, no es posible imponer
ningún cambio
político exitoso sin una previa democratización de
toda la sociedad. Nuestras sociedades
son, en el fondo, autoritarias. En el fondo, el autoritarismo lo
ejerce una minoría tradicional, pero sobrevive en el
inconsciente de gran parte de la población como
alternativa al "caos" o a la desesperanza.
A mi entender, ningún país de
América Latina progresará mucho sosteniendo esta
misma mentalidad. No importa si sus ciudadanos eligen
desesperadamente o con entusiasmo a un gobierno ultraliberalista
o ultrasocialista. El problema no radica en si un país
tiene un gobierno de izquierda o de derecha, fundamentalmente,
sino en el grado de democracia que
sea capaz de alcanzar. Muchos identifican al gobierno de
Colombia como un
gobierno "de derecha" y a su vecina Venezuela con
uno "de izquierda". Ambos tienen graves problemas
sociales disimulados por los problemas
políticos que éstos acarrean. Muchos, sino
todos, argumentan que los problemas de ambos países son
impuestos por
el gobierno de Estados Unidos,
lo cual, aún sin pruebas de mi
parte, no me resulta nada difícil de imaginar. Pero
aún aceptando ese argumento deberíamos
preguntarnos, bien, ¿y qué hacemos nosotros para
resolver nuestros problemas? La idea de que "no podemos
liberarnos porque no nos dejan" pertenece a la eterna excusa que
sólo sirve para remover los ánimos callejeros, pero
no para liberarnos.
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