Bolivia y Chile concluyeron en 2006 sendos procesos de
renovación de sus instituciones
democráticas, que llevaron al gobierno al
dirigente indígena y productor cocalero Evo Morales, en el
primer caso y a la médica y líder
socialista Michelle Bachelet, en
el segundo. Ambos dirigentes concretaron en su respaldo una
cómoda
mayoría en sus correspondientes asambleas legislativas, lo
que les permitirá -se supone- gobernar sin mayores
sobresaltos y cumplir las ofertas electorales. En
las dos naciones, con diferencias abismales, los mensajes
comunicacionales de los políticos triunfadores lograron
cuajar entre los electores: en Bolivia, para
poner fin a un largo período de inestabilidad, en el que
el liderazgo
tradicional fracasó por completo al momento de satisfacer
las demandas de las mayorías; y, en Chile, para continuar
la concertación exitosa que concretó sin problemas la
transición de un duro gobierno de facto a la plena
vigencia de la institucionalidad democrática.
La Revista
Latinoamericana de Comunicación encargó a testigos de
excepción de ambos procesos la explicación de lo
ocurrido, desde la óptica
de la
comunicación política, y sus
testimonios constan a continuación.
Bolivia: Los
discursos de
Evo
En su notable novela
Ensayo sobre la lucidez, el
escritor José Saramago cuenta una parábola por
demás apasionante, a la vez que provocativa: en una ciudad
democrática sin nombre, durante las elecciones
municipales, los ciudadanos y ciudadanas concurrieron masivamente
a los recintos de sufragio y,
contra todo pronóstico y evidencia, cual si tuviesen un
sincronizado acuerdo, votaron mayoritariamente en blanco. "Una
carga de profundidad -qué duda cabe- lanzada contra el
sistema".
Demás está decir que semejante conducta
provocó estragos no solo en los resultados de tales
comicios, sino en el pulmón mismo del sistema de
representación política. La "peste blanca", la
llamaron los medios de
comunicación a semejante atípica expresión
de la voluntad ciudadana, expresada mediante el voto.
"Conspiración electoral", dijeron.
El 18 de diciembre de 2005, en Bolivia, en unas
elecciones generales adelantadas por sobredosis de crisis,
inestabilidad y desencanto, los ciudadanos y ciudadanas acudieron
masivamente a las urnas y, contra toda expectativa y encuestas,
cual si hubiese convenio o conjura, votaron mayoritariamente
azul, el color que
identifica al Movimiento al
Socialismo
(MAS) del hoy Presidente constitucional Juan Evo Morales Aima.
Los derechos -no
faltaba más- son para ejercerlos.
Algo sustancial había cambiado con esa ritualidad
democrático-liberal estrenada a principios del
ochenta. "Revolución
en democracia",
le llamaron los protagonistas a tan inesperado como impactante 54
por ciento obtenido en las urnas. "Histórico",
añadieron los medios de
comunicación para dar cuenta de ese drástico
giro en el comportamiento
electoral boliviano. "Evo Presidente",
dijeron.
Indígena y
cocalero!
De antiguo se sabe, o al menos se sospecha, que la voz
del pueblo, ese soberano, es la voz de Dios. En materia de
comicios la sentencia resulta indiscutible. Aquella candidatura
que obtenga más votos, con arreglo a ciertas reglas de
elección, accederá al poder
político, por un tiempo
determinado, en calidad de
gobernante o representante. No hay misterio ni maleficio. El
procedimiento,
como fuente de legitimidad, funciona. Ahí están las
18 democracias de la región para testimoniarlo.
Pero obtener el premio mayor: la presidencia de la
República, demanda como
mínimo tres requisitos: organización política, programa de
gobierno y, claro, liderazgo. Amén de una bien
diseñada estrategia para
competir en el cada vez más complejo y mediatizado
escenario de la campaña y propaganda
electoral. Y es que "en las sociedades de
la información -lo dice un entendido como
Castells- el marketing
político se ha instalado en el corazón de
la democracia". No es poca cosa.
Ahora bien. ¿De qué depende que la
ciudadanía opte por un candidato que, en
plaza pública, en foros, en la
televisión, invoca el favor del voto para convertirse,
nada menos, en el Primer Mandatario de una nación?
En otras palabras: ¿cómo se obtiene una victoria
electoral? O para decirlo en clave boliviana hoy: ¿por
qué la mayoría absoluta de votantes eligió
como Presidente a un aymara proveniente de los movimientos
sociales, dirigente cocalero con vocación izquierdista y
práctica sindical, discurso
antiimperialista y liderazgo de la otra globalización?
Más todavía ¿cómo se explica
que un sistema
político machaconamente dominado por fuerzas
neoconservadoras haya
permitido que, con previo
aviso pero sin concesiones, se les colara en los patios
interiores del poder un campesino-indígena radicalmente declarado
como anti-sistémico? ¿Qué hubo de suceder,
en fin, para que los otrora imbatibles partidos tradicionales,
esos arrogantes, quedaran tendidos en el camino por obra de un
instrumento político: el MAS, que había decidido
pasar "de la protesta a la propuesta"? Habitan, aquí,
varias respuestas. Hay múltiples causas: de larga data,
unas; de duración corta, otras. Una de ellas, con decisiva
importancia, es la comunicación
política.
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