Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Etapa, Fase y Crisis (página 2)




Enviado por Claudio Katz



Partes: 1, 2, 3

Las etapas constituyen un tema clásico del
marxismo que
la ortodoxia neoclásica ni siquiera puede abordar, porque
resulta imposible periodizar con la metodología de la optimización
racional o con supuestos de eternidad mercantil.

Las investigaciones
heterodoxas de los patrones de cambio
tecnológico (schumpeterianos), laboral
(regulacionistas más recientes), financiero (keyenesianos)
y social (institucionalistas) han contribuido al estudio de las
etapas. Pero estos criterios resultan insuficientes, porque
ignoran los procesos de
extracción, apropiación y acumulación de
plusvalía que singularizan a cada
período.

Marx presenció el surgimiento del capitalismo,
contrastó su evolución con los regímenes sociales
precedentes y distinguió también la
gestación del nuevo modo de producción (acumulación primitiva)
de su pleno desenvolvimiento (acumulación del capital). Pero
no estudió las etapas de este sistema en su
madurez.

Lenin inauguró esta indagación al
caracterizar la situación creada con el fin de la depresión
de 1873-96. A diferencia de Bernstein y Kaustky, que situaban sus
divergentes diagnósticos en el marco del mismo
período (atenuación o agravamiento de las crisis,
respectivamente), Lenin planteó la vigencia de una nueva
etapa imperialista. Esta caracterización quedó
posteriormente incorporada al cuerpo teórico del marxismo
y fue completada en la posguerra, por los autores que subrayaron
la presencia de otra etapa del capitalismo (monopolista,
monopolista de estado,
tardía).

En su mayor parte, estos pensadores incluyeron a este
nuevo período en la era históricamente declinante
del capitalismo, que para Lenin había comenzado con la
primera guerra
mundial. Pero a su vez señalaron que esta decadencia
no elimina la continuidad de la acumulación y la
consiguiente existencia de nuevas etapas de funcionamiento
diferenciado del sistema.

Para retratar las características del nuevo
período de posguerra, algunos teóricos priorizaron
el estudio del tipo de plusvalía extraída (absoluta
y relativa) o la forma de la acumulación (extensiva o
intensiva), otros fijaron su atención en la modalidad predominante del
capital (financiero, industrial, comercial) o en el proceso de
trabajo
(taylorista, fordista, toyotista) y algunos observaron con
más interés el
tipo de competencia
prevaleciente (libre cambio, monopolio,
regulación pública) o las peculiaridades de la
intervención estatal (liberalismo,
keynesianismo, neoliberalismo). Pero la mayoría de los
estudiosos marxistas destacó acertadamente la existencia
de este tercer período, frente a los pensadores que
circunscribían dogmáticamente la vigencia de las
etapas a los dos momentos señalados por Lenin.

El estudio de las etapas despierta en la actualidad
cierto escepticismo entre los autores que descartan la
periodización, intentado privilegiar la búsqueda de
fundamentos más rigurosos para la definición de las
leyes y las
contradicciones del capitalismo. Pero esta postura detecta
obstáculos dónde existen puentes, porque desconoce
que la periodización constituye un instrumento de gran
utilidad para
estudiar como el curso de la acumulación se modifica junto
al contexto histórico .

La caracterización de etapas encontró
inicialmente buena acogida entre los regulacionistas, que
identificaban la vigencia de estos períodos con el
predominio de ciertos "regímenes de acumulación".
Pero esta pista de reflexión quedó trunca
cuándo fue sustituida por el análisis comparativo de modos de
regulación nacionales, especialmente centrado en la
contraposición del neotaylorismo anglosajón con el
kalmarismo sueco o renano . Esta investigación sincrónica de modelos que
coexisten rivalizando no brinda los conceptos unificadores, que
podrían surgir de la indagación diacrónica
de las modalidades históricas del capitalismo. Las
dificultades de esta visión se acentuaron posteriormente
con el énfasis puesto en inspeccionar instituciones,
que representan apenas un componente y no el rasgo definitorio de
estos períodos.

Para estudiar las etapas hay que situarse
analíticamente en el plano internacional del capitalismo,
como acertadamente proponen los historiadores sistémicos .
Pero la periodización que postulan estos autores,
observando "ciclos de acumulación" hegemonizados por
diversas potencias (Génova, Holanda, Gran Bretaña,
Estados
Unidos) desde el siglo XVI, diluye las diferencias que
separan el origen de la consolidación del capitalismo.
Esta visión "transcapitalista" olvida que este modo de
producción se caracteriza por crisis intrínsecas,
que recién debutaron con la presencia de las fluctuaciones
cíclicas de la economía, es decir en 1793 en Gran
Bretaña, en 1847 en Francia, en
1857 en Alemania y en
1860 en Estados Unidos.

Recogiendo esta tradición de debates, el enfoque
marxista habitualmente caracteriza la existencia de tres etapas
del capitalismo: el librecambio del siglo XIX, el imperialismo
clásico de 1914 a 1945 y el período tardío
de posguerra. ¿Qué ocurrió en las
últimas dos décadas?

TRANSFORMACIONES
BLOQUEADAS

Existe coincidencia entre los teóricos marxistas
en considerar que la recesión de l974-75 marca el punto
final del boom de posguerra y el inicio de la crisis de la tercer
etapa del capitalismo. También es plenamente aceptado que
esta crítica
situación se prolongó durante los 80, pero en un
nuevo cuadro de ofensiva del capital contra el trabajo. El
ascenso del thatcherismo, la ideología neoliberal, la aplicación
del ajuste económico monetarista signaron una
década de retroceso de los trabajadores y de
estabilización de relaciones sociales de fuerza
favorables a la clase
dominante .

Los años 90 constituyen, en cambio, un
período más controvertido, porque dos
acontecimientos claves impulsaron un nuevo proceso de
reconversión del capital: la implosión del ex
"bloque socialista" y la recuperación del crecimiento y
liderazgo
norteamericanos.

Durante estos años emergieron los rasgos que
podrían tipificar una cuarta etapa del capitalismo. Pero
la presencia de estos elementos no alcanza para caracterizar la
vigencia de un período claramente diferente, porque estos
cambios suponen la presencia de procesos de expansión
económica que consoliden las transformaciones registradas
en el sistema. Un cambio de funcionamiento se plasma
efectivamente sólo cuándo se debilitan las formas
precedentes de la acumulación y se afianzan las nuevas
modalidades. Justamente el término de "funcionamiento"
alude a un mecanismo que ya está operando y que ha
superado su período de gestación. El paso de una
situación a otra depende de un desenlace significativo de
las contradicciones características de la etapa ya
agotada.

Tomando en cuenta este marco analítico podemos
plantear la siguiente hipótesis: con la ofensiva perpetrada por
el neoliberalismo se registró una recuperación de
la tasa de ganancia que provocó una erosión
del poder
adquisitivo. Como consecuencia de este desequilibrio los rasgos
configuratorios de una nueva etapa que aparecieron en varios
planos no se han desarrollado. Este bloqueo resultante de un
repunte de la rentabilidad
que estrecha la demanda se
puede observar en siete campos del proceso de
acumulación.

RESTRICCIÓN DEL CONSUMO Y
EXPANSIÓN DEL CAPITAL

La esfera del consumo constituye el primer ámbito
de los desajustes creados por la recomposición de la
rentabilidad a expensas de los asalariados. Con el asalto al
"estado de bienestar" y la implantación de una
legislación flexibilizadora del trabajo, el desempleo se
masificó, la pobreza se
expandió y este deterioro del nivel de vida contrajo el
poder compra de los trabajadores.

Los patrones de "confianza del consumidor"
forjados durante el pleno empleo
keynesiano de posguerra quedaron severamente afectados por el
impacto negativo de la inestabilidad laboral sobre el nivel de
ventas. Por
eso, el mayor beneficio logrado por los capitalistas a
través de la reducción de los costos no se ha
traducido en un ensanchamiento de los mercados. El
"clima general
de los negocios", que
comenzó a repuntar con el incremento de la tasa de
explotación y la recuperación del nivel del
beneficio (en declinación desde fines del 60), no se
estabilizó por este estancamiento del poder de
compra.

El efecto de la desconexión creada entre el
beneficio recompuesto y los mercados bloqueados ha sido muy
desigual en las economías que recuperaron el crecimiento
(Estados Unidos), en comparación a las que permanecieron
estancadas (Europa),
ingresaron en una larga recesión (Japón)
o padecieron descomunales colapsos (Periferia). Pero en el marco
de una generalizada regresión social, ningún
país quedó exento de este desequilibrio.

Los nuevos productos
surgidos en los últimos 20 años han sido absorbidos
por una franja restringida de consumidores. Esta
limitación del círculo de compras acentuada
por la fractura social ha sofocado el desarrollo de
un patrón de consumo sustitutivo del "fordismo",
porque dado el sostenido desarrollo de las fuerzas productivas un
nuevo modelo en este
campo ya no puede surgir de la simple incorporación de
bienes
adicionales al esquema de adquisición de mercancías
afianzado durante la posguerra. En los países
desarrollados un salto en el consumo implica actualmente un
cambio cualitativo asociado a la satisfacción de
necesidades insatisfechas en otro de campos, por ejemplo
vinculados a la educación o la
salud.

Y este tipo de productos no se han abaratado, ni
generalizado. Al contrario, todas las transformaciones en curso
-como la crisis de la familia
tradicional o la reducción del gasto
público social- obstruyen un avance en estos consumo
vitales de la sociedad
contemporánea.

La irradiación del aumento del beneficio hacia
el poder adquisitivo ha quedado bloqueada, en segundo lugar, por
la propia expansión geográfica y sectorial del
capital. Es indudable que el derrumbe de la ex Unión
Soviética, la introducción masiva de la "economía
de mercado" en
Europa Oriental y la conversión de China en el
principal destino de las colocaciones extranjeras ampliaron las
fronteras de la inversión. Pero este ensanchamiento no ha
generado un salto significativo en la
acumulación.

Esta hecho obedece a que en las nuevas regiones el
saqueo de los recursos
naturales, al empobrecimiento de la fuerza de trabajo y a la
degradación cultural incentivan más la
acumulación primitiva que el desarrollo
económico. Aunque este carácter depredador de la expansión
capitalista no es absoluto -como lo prueba el crecimiento chino-
su efecto destructivo se evidencia en la mayor parte del Este
Europeo y Oriente.

La expansión del capitalismo se apoya,
además, en una ruptura del equilibrio
mundial de bloques y zonas de influencia, que brindaba cierta
seguridad a la
inversión. Aunque el universo
capitalista ahora no tiene límites
significativos, también carece de los reaseguros y las
garantías políticas
de la posguerra. Invertir se ha vuelto una aventura de riesgo creciente.
En economías criminalizadas y en sociedades
desarticuladas, las fortunas se agigantan y se pulverizan con la
misma velocidad.

Estas contradicciones afectan también al proceso
de privatizaciones. Numerosas compañías
de infraestructura y servicios y
una amplia gama de actividades educativas, sanitarias y
previsionales anteriormente pertenecientes a la esfera
pública se encuentran ahora directamente reguladas por el
patrón de la ganancia.

Esta reconversión ha creado un nicho de
excepcional rentabilidad inmediata, porque en los casos
más extremos (América
Latina, Este Europeo) los mercados ya estaban constituidos y
las inversiones de
riesgo ya habían sido efectuadas con el presupuesto
público. En estas situaciones la demanda tiende a
contraerse frente a los aumentos tarifarios y las reducciones de
subsidios estatales al consumidor. Pero también en los
países centrales, el creciente proceso de privatización de actividades sociales
retrae la demanda, porque el grueso de la población debe prevenirse frente a cierto
tipo de acontecimientos anteriormente inimaginables. Por ejemplo,
la perspectiva de quiebra de un
colegio, de un hospital o de un fondo de pensión ya forma
parte de los nuevos peligros creados por la expansión de
la "economía de mercado".

MUNDIALIZACIÓN E
IMPERIALISMO

El aumento de la tasa de beneficio sin correlato en la
ampliación de los mercados es también la principal
contradicción que afecta a un tercer aspecto clave de
transformaciones capitalistas: la mundialización. El salto
registrado en este campo se verifica en el crecimiento del
comercio por
encima del incremento de la producción, en la
formación de un mercado financiero planetario y en la
influencia alcanzada por las 200 corporaciones que han
internacionalizado sus líneas de producción. El
creciente porcentaje de exportaciones en
relación al PBI, la gravitación de las inversiones
extranjeras y el papel de los flujos globales de capital
constituyen tres indicadores
contundentes de este proceso.

Pero esta integración de los mercados -junto al
ascendente peso de las transnacionales y la
homogeinización de las políticas
macroeconómicas- han debilitado los mecanismos de
regulación que contenían el descontrol competitivo.
La mundialización acentúa la
sobreproducción, porque incentiva la rivalidad por bajar
costos mediante el incremento de la explotación y
precipita una brutal remodelación de la división
internacional del trabajo.

Por esa vía el aumento de la producción se
divorcia de las posibilidades de colocación de las
mercancías, multiplicando las quiebras y la
destrucción de los tejidos
industriales más vulnerables. Este proceso tiende a
perdurar ya que la mundialización no es un episodio
cíclico, sino un proceso estructural impulsado por la
tendencia de la acumulación a desbordar los marcos
locales, regionales y nacionales.

Un efecto de esta transformación es la creciente
sincronización del ciclo económico mundial y la
acelerada transmisión de los impulsos recesivos o
expansivos a todo el planeta.

Pero esta convergencia coexiste con la
polarización entre "ganadores y perdedores de la
globalización", resultante de las crecientes
transferencias de recursos que el
centro capitalista absorbe de la periferia. En este plano opera
la cuarta transformación significativa: el reforzamiento
de los mecanismos de apropiación imperialista que han
bloqueado la expansión internacional del poder de compra.
Estas exacciones se ejercen a través del intercambio
desigual en el comercio, la succión financiera de la
deuda externa
y la remisión transnacional de utilidades industriales
desde el Tercer Mundo.

La fractura mundial no es novedosa, pero ha registrado
un ensanchamiento sin precedentes en las últimas dos
décadas y por eso el 20% de la población del
planeta consume actualmente el 80% de los bienes producidos .
Esta polarización explica también porqué los
"mercados emergentes" han sido epicentro de las mayores crisis
recientes. En lugar de continuar el proceso de
industrialización sustitutiva y desarrollo parcial de los
mercados internos iniciado en los 50, estos países han
soportado los efectos devastadores de la apertura comercial, la
dualización exportadora (México,
Brasil) o la
desindustrialización reprimarizadora (Rusia,
Argentina).

El correlato político de este agravamiento es la
recolonización y una pérdida de soberanía que provoca la
desestabilización continuada de la periferia, como
consecuencia del dislocamiento de muchos estados y la
desintegración de numerosas sociedades. Por eso el Tercer
Mundo es también el principal escenario de las guerras que
han ensangrentado especialmente a la población de Africa y Oriente
. La aguda retracción del poder de compra en la periferia
es producto de
esta combinación de hecatombes, en el marco de la
explosión demográfica, el fracaso de las reformas
agrarias y la crisis de emigración y
refugiados.

La sustitución de las tradicionales guerras
interimperialistas masivas por masacres imperialistas
tecnificadas que devastan al Tercer Mundo constituye una quinta
transformación, que ha debilitado el viejo mecanismo de
limpieza de los capitales obsoletos. El mayor entrelazamiento
entre los grupos dominantes
de Estados Unidos, Europa y Japón bloquea los desenlaces
bélicos de las crisis, que permitían en el pasado
reiniciar la acumulación en gran escala. El clima
de confrontación entre potencias que caracterizó la
primera mitad del siglo XX no ha reaparecido ni siquiera luego
del colapso de la URSS. La clásica conflagración
interimperialista ha quedado sustituida por nuevas formas de
rivalidad, que combinan el choque comercial entre potencias y
bloques regionales con la pugna entre corporaciones
transnacionalizadas.

En este marco de nuevas tensiones competitivas, la
recuperación de la hegemonía norteamericana no es
absoluta. El liderazgo estadounidense se reforzó a
expensas de sus rivales, pero sin consumar el sometimiento de
Europa o Japón a la condición de vástagos
dependientes. Por eso, la mundialización recrea
rivalidades, que el imperialismo contemporáneo no
zanja.

TECNOLOGÍA Y FINANZAS

El desarrollo de la revolución
tecnológica representa una sexta transformación,
que acentuó la reducción de costos sin expandir los
mercados. La difusión de aparatos que potencian el uso
económico de la información alentó la
reconversión energética y la reorganización
de los procesos de trabajo, distribución y almacenaje de las
mercancías. Pero a diferencia de lo ocurrido en la
posguerra con los materiales
plásticos,
la electrónica o los electrodomésticos,
este cambio no ha coincidido con el ensanchamiento cualitativo
del consumo. Las nuevas formas de gestión
que acompañan al veloz procesamiento de la
información han impactado más sobre la oferta que
sobre la demanda, debido al estancamiento del poder de compra
.

Este desfasaje indica el estado
aún embrionario de la revolución
tecnológica. Luego de un período de
experimentación, las invenciones informáticas se
están transformando en innovaciones radicales que impactan
sobre el conjunto del proceso económico. No se trata de
una "revolución
industrial" (un proceso específico del surgimiento del
capitalismo), sino de un cambio tecnológico de efectos
generalizados, que hasta ahora no ha dado lugar a una
ampliación de la demanda comparable a la era del
ferrocarril o del automóvil .

La mejora parcial de la productividad en
la economía norteamericana (aumentos del 2,2% entre
1995-2000 que superan el promedio de 1,1% de 1975-1995, aunque
sin alcanzar el 2,6 % de 1953-1973), ilustra tanto el efecto como
las limitaciones de esta revolución tecnológica.
Algunas mediciones de la productividad resaltan como esta mejora
se concentró en los procesos de gestión de la empresa, otras
subrayan que favoreció el aumento de la "intensidad del
capital" (relación bienes de capital-mano de obra) y otros
cálculos destacan que incrementó la
producción por horas trabajadas. Pero las tres
evaluaciones indican que este impacto favorable sobre la tasa de
ganancia no se extendió a la esfera de los mercados
.

La transformación tecnológica no
está restringida a la esfera de las finanzas, como
piensan algunos autores . Esta limitación quizás
podía observarse a fines de los 80, cuándo la
informatización en gran escala debutó con la
interconexión de los mercados bursátiles. Pero este
inicio fue seguido por la aplicación industrial de las
nuevas
tecnologías y la difusión masiva de las
computadoras.
Por eso el punto crítico del cambio tecnológico
actual se ubica más en la contracción del poder de
compra que en el uso exclusivamente financiero de la informática.

Las grandes turbulencias en la órbita financiera
también expresan esta fragilidad de la demanda. Los tres
grandes cambios financieros recientes constituyen el
séptimo cambio en curso y se concentran en la
desregulación, la globalización y la gestión
accionaria de las firmas. Estas transformaciones apuntalaron
inicialmente la rentabilidad al facilitar el proceso de
reestructuración, fusión
y cierre de empresas. Pero
también potenciaron la influencia del capital financiero y
la preeminencia de los acreedores, que por medio de
políticas restrictivas acentuaron la contracción de
los mercados. Por eso se reiteran las burbujas financieras y se
multiplica la concurrencia especulativa entre bancos y fondos
de inversión por gestionar títulos de corto plazo,
liderar riesgosas transacciones cambiarias y participar en los
casinos bursátiles.

Estas operaciones han
creado una explosión de liquidez muy superior a los
antecedentes de los años 60 y los 70 (los mercados del
eurodólar y del petrodólar). Además, se
desenvuelven fuera de la supervisión de los bancos centrales y este
descontrol financiero es particularmente agudo a escala
internacional, porque la mundialización multiplicó
las fuentes de
emisión sin estabilizar una moneda ordenadora de esta
creciente circulación. A nivel de las firmas, la presión de
los accionistas por aumentar los rendimientos ha creado ficciones
contables totalmente desconectadas de la realidad de los
mercados. En síntesis:
el agravamiento de la vulnerabilidad financiera es otro efecto de
una mejora del beneficio que hasta ahora no ha desembocado en la
ampliación del poder de compra.

EL SIGNIFICADO
DE LAS FASES

Los rasgos embrionarios de la nueva etapa del
capitalismo despuntan, por lo tanto, en siete transformaciones
que no maduraron, ni lograron imprimir un giro radical al proceso
de acumulación. Se ha creado una situación de
grandes cambios laborales, internacionales, tecnológicos y
financieros que no alcanzan para impulsar un período de
alto crecimiento, porque el repunte de la rentabilidad estrecha
los mercados. Para comprender este paradójico resultado
conviene distinguir la noción de etapa del concepto de
fase.

Mientras que las etapas definen patrones de
funcionamiento del capitalismo, las fases indican el signo
prevaleciente de crecimiento o estancamiento de períodos
prolongados de este sistema. Las fases se diferencian de los
ciclos corrientes porque ilustran el predominio de grandes
tendencias a la prosperidad o las crisis y no el curso de las
fluctuaciones de corto o mediano plazo. Las fases condicionan la
tónica de los ciclos, que tienden hacia recesiones suaves
y auges sostenidos durante los períodos de crecimiento y a
depresiones agudas y reactivaciones débiles durante las
fases de crisis.

Históricamente cada etapa del capitalismo
incluyó una "edad de oro" de
sostenida prosperidad. Estos períodos se extendieron entre
1850 y 1873 durante el librecambio, entre 1890 y 1914 durante el
imperialismo y entre 1950 y 1975 durante el capitalismo
tardío. Muchos investigadores han detectado también
la existencia de largas depresiones entre estos períodos,
deduciendo la presencia de un patrón de sucesivos ciclos
largos ascendentes y descendentes de 25 años.

Pero mientras la corroboración empírica de
estas ondas
continúa en debate, lo
más cuestionable de las tesis de
Kondratieff y Schumpeter es su justificación
teórica.

No existe ningún fundamento sólido para
postular que las fases de prosperidad y estancamiento
están sujetas a una periodicidad fija y previsible.
Incluso el predominio de esta regularidad en el pasado, no indica
la repetición futura de este patrón. Los
fundamentos tecnológicos, monetarios o institucionales
utilizados para explicar la aparición y declinación
de estas ondas, sólo explican en todo caso porqué
estos períodos ocurrieron en distintos momentos del siglo
XIX y XX.

A diferencia del término "onda" que está
asociado con la periodicidad fija, el concepto de fase solo
indica la vigencia de períodos de prosperidad y
depresión en cada etapa. Mandel sugiere esta diferencia al
criticar el enfoque mecanicista de Kondratieff, pero diluye la
distinción al utilizar la denominación de "ondas
largas" en su exposición. Sigue la pista de Trotsky para
desarrollar una teoría
centrada en el análisis cualitativo de las etapas y no
cuantitativo de las fases. Por eso distintos autores que han
trabajado la temática de las etapas encuentran puntos de
convergencia con Mandel , mientras que los críticos de la
periodización objetan la totalidad de su enfoque . Entre
ambas posiciones se ubica el numeroso grupo de
analistas que identifica equivocadamente a Mandel con
Kondratieff, sin percibir que mientras el marxista belga indaga
períodos diferenciados del capitalismo, el economista ruso
extrapola la dinámica del ciclo corto a proceso de
acumulación de largo plazo.

El término de fase para denominar los
períodos estructurales de crecimiento y estancamiento
contribuye a superar la "visión dicotómica" del
modelo de Kondratieff, que sólo incluye secuencias de
auges o crisis. Permite, además, observar la existencia de
"períodos grises" distanciados del nítido ascenso o
declinación de la producción y caracterizados por
cierta indefinición del signo del nivel de actividad .
Entender que el problema de las etapas difiere del estudio de las
fases y que los procesos indagados por Kondratieff y Schumpeter
son distintos a los estudiados por Lenin, Trotsky y Mandel,
conduce a observar que el análisis de largo plazo del
capitalismo involucra dos incógnitas y no solo una. Para
definir la existencia de una nueva etapa del capitalismo hay que
preguntarse por la forma de acumulación, mientras que para
discernir el signo de este período hay que interrogarse
sobre los niveles de actividad, empleo, ganancias o ventas.
Esclarecidos estos conceptos: ¿Qué tipo de fase
predomina en la actualidad ?

UNA FASE GRIS E INCIERTA

Si se observa el período inicial que
siguió al boom de posguerra (1975-90) y el período
posterior de repunte de la rentabilidad con mercados
retraídos (1990-2001), resulta evidente que ambas fases
presentan un color gris. Su
tónica no está dominada por el blanco floreciente
de posguerra, ni tampoco por el negro tenebroso de la
entreguerra. Una comparación con fases históricas
precedentes ilustra estas peculiaridades.

En primer lugar, el contraste con la prosperidad de
posguerra es contundente en todos los planos. El bajo crecimiento
actual es la contracara de la cuadruplicación de la
producción industrial mundial que se registró entre
los años 50 y 70 y la misma asimetría se extiende a
la tasa de desempleo (1,5% en Europa, 1,3% en Japón
durante ese período). Una divergencia idéntica se
observa en la evolución del salario y en el
comportamiento
del gasto público social (los incrementos del 60% en
Francia o Alemania son un lejano recuerdo). El crecimiento de
posguerra estuvo asociado a la generalización de un nuevo
patrón de consumo "fordista", que perdió vigencia
en las últimas dos décadas y no fue sustituido por
ningún otro esquema alternativo.

La segunda comparación con la depresión de
entreguerra es mucho más compleja, porque aquí hay
que ponderar semejanzas y no contrastes. Existe una generalizada
tendencia a trazar paralelos entre la crisis del 29 y los
desplomes financieros de los últimos años,
olvidando la experiencia adquirida por la clase dominante en el
manejo de estas situaciones. Actualmente, los responsables de la
gestión monetaria en los países centrales
actúan en forma preventiva, teniendo siempre en mente lo
sucedido durante el 30. Cómo intentan comandar un sistema
económico carente de coordinación, este conocimiento
no alcanza para impedir un colapso, pero ofrece indicadores de
advertencia que prenden señales
de alarma frente a cualquier descalabro
bursátil.

Lo más importante no es igualmente comparar
coyunturas financieras, sino fases y en este caso, la entreguerra
con el período inaugurado a mitad de los 70. Observando
ambos procesos cabe concluir que hasta el momento solo en la
periferia se ha consumado un colapso semejante al 30. En los
países dependientes se repite una catástrofe
análoga en el plano económico (derrumbe de la
producción, desempleo masivo, escalada de devaluaciones,
cesación de pagos generalizada, caídas de bancos) y
en el plano social (terrorífico escenario de
miseria).

Pero la semejanza no se extiende a los centros
capitalistas. Allí el crecimiento industrial es bajo, pero
la actividad industrial no se ha desplomado un tercio como en los
años 20 o 30 y el comercio
internacional se expande por encima de la producción,
en lugar de caer un 60% como en los picos de la gran
depresión. Además, la circulación mundial de
capitales se aceleró en las últimas décadas,
mientras que declinó un 90 % entre 1927 y 1933. Tampoco el
sistema bancario de algún país central ha quebrado
y ninguna potencia se
enfrenta hasta ahora a la cesación de pagos de sus deudas
internacionales. La política de
socializar pérdidas -que comparten neoliberales y
antiliberales- evita por el momento las típicas
deflaciones del 30.

También en el plano social existen diferencias
sustanciales, porque las tasas de desempleo de la gran
depresión (22% en Gran Bretaña, 27% en Estados
Unidos, 44% en Alemania) están muy lejos de los niveles
actualmente prevalecientes en la tríada. La seguridad
social cubre mucho más que el limitado porcentaje del
10% al 25% de la población, que contaba con alguna
protección estatal en esa época. Los movimientos
inmigratorios tampoco se han detenido.

Pero las principales diferencias se ubican en el plano
político-militar, porque "la falta de liderazgo de una
gran potencia" que caracterizó a ese período
diverge con la recuperación hegemónica actual de
Estados Unidos. La perspectiva de una guerra
interimperialista ha desaparecido del horizonte
estratégico de los países avanzados y no existe
ningún clima de preparación de confrontaciones de
ese tipo. Además, el salto registrado en la
mundialización ha creado un marco de conflictos
comerciales muy diferente a los bloques proteccionistas de los
años 30 .

Una tercer comparación puede establecerse con la
depresión de 1873-90 y la prosperidad posterior de
1890-1914. Aquí aparecen ciertas semejanzas con la fase
contractiva por el carácter limitado de la crisis, la
gravitación de la sobreproducción y el
estancamiento del consumo. Algunos autores también
destacan analogías con la fase de posterior
recuperación, en el salto registrado en la
internacionalización de la economía (con eje
exclusivamente comercial y financiero en esa época), en la
presencia de una revolución tecnológica (electricidad,
química,
motor a combustión) y en la existencia de un
proceso de recuperación de la tasa de ganancia sin
desvalorización masiva de capitales. Pero estos rasgos
estuvieron asociados con un auge económico, mientras que
ahora forman parte de una fase indeterminada. Esta
indefinición se verifica en la evolución mediocre
del PBI, el elevado desempleo y la mejora en la inversión
sin ampliación de los mercados. Pero estas dos
comparaciones deben igualmente tomarse con cautela, porque lo
escala de la acumulación en el capitalismo maduro del
siglo XX es cualitativamente diferente a la prevaleciente en la
segunda mitad del siglo XIX.

El predominio de una fase gris es coherente con la
persistencia de la crisis del capitalismo de posguerra y con la
presencia de nuevos rasgos de una etapa que no se consolida. Este
complejo mosaico es retratado por autores que enfatizan la
continuidad de la crisis (Bocarrá), que realzan el impacto
de las transformaciones en curso (Dumenil, Levy, Wilno) o que
remarcan la ausencia de una fase económica ascendente
(Husson, Rigacci, Went) . Estas caracterizaciones no son
incompatibles, sino que resaltan distintos aspectos de un
período signado por los desequilibrios creados por una
reducción de los costos que ahoga el mejoramiento del
poder adquisitivo. Este divorcio
induce el predominio de una fase gris y bloquea el
desenvolvimiento de las transformaciones que alumbrarían
una cuarta etapa del capitalismo. Ambas particularidades
también se verifican en la actual coyuntura recesiva
internacional.

UNA CRISIS
PECULIAR

La crisis en curso no implica hasta ahora una
depresión global. En el año 2002 volverá a
declinar la tasa de crecimiento del PBI mundial (2,4% o 2,8%),
pero sin alcanzar los promedios negativos absolutos de los
años 30 (desplomes de 16,4% en Estados Unidos entre 1921 y
1938). La contracción está sincronizada a escala
mundial, pero al mismo tiempo genera
fuertes diferenciaciones entre las cuatro principales
áreas internacionales (Estados Unidos, Europa,
Japón y la periferia).

En primer lugar, la gravitación internacional del
ciclo económico norteamericano es cada vez mayor. Luego de
una década de expansión, el año pasado
comenzó en Estados Unidos un giro recesivo que
pareció interrumpirse a principios del
2002 y que reapareció con mayor intensidad desde julio
pasado. En vez de la recuperación rápida en V que
esperaban los optimistas (A.Greenspan) o la reactivación
suave en U que imaginaban los escépticos (P.Samuelson) se
está produciendo la "doble caída" en W que
previeron los pesimistas (P.Krugman).

Pero los economistas del "mainstream" suelen modificar
sus evaluaciones con inusitada celeridad y más que seguir
estas cambiantes impresiones, conviene evaluar ante todo, cual
será el impacto del terremoto bursátil creado por
los fraudes contables sobre el sistema bancario.

Otro indicador clave es el resultado del giro exportador
sobre el debilitamiento del dólar y la consiguiente salida
de capitales de Estados Unidos. Contrarrestar la
contracción de la inversión y el estancamiento del
consumo revirtiendo el modelo de dólar caro y
déficit comercial que predominó bajo Clinton es una
apuesta difícil -por el grado de
internacionalización de la economía norteamericana-
y también riesgosa, porque su fracaso puede desatar una
retirada de los capitales extranjeros que financian el
déficit comercial. Bush espera imponer este rumbo con
medidas proteccionistas (subsidios al agro, leyes antidumping,
cláusulas de salvaguarda), ultimátums en la
OMC y acuerdos de
penetración comercial bajo la pantalla del ALCA.

Pero este curso también depende de la
preparación de una guerra contra Irak, cuyo
propósito es la apropiación norteamericana de las
segundas reservas petroleras de planeta. Esta invasión
sólo podría impulsar la reactivación si un
nítido triunfo militar (estabilidad en el Medio Oriente
luego del derrocamiento de Hussein) asegura el financiamiento
de la operación colonial, que esta vez retacean los
participantes occidentales y árabes de la anterior guerra
del golfo (una alternativa sería la depredación
inmediata del petróleo conquistado). En cualquier caso,
Bush necesita -luego de grandes recortes impositivos
"ofertistas"-que el gasto armamentista no dispare el
déficit fiscal,
provocando un desborde inflacionario semejante a la época
de Vietnam. Además, debe mantener bajo control el
volátil precio del
crudo, neutralizar a la OPEP, acordar con
las compañías europeas rivales y sobre todo, lograr
que la población norteamericana tolere su cruzada de
muerte, dolor
y tragedias.

El fracaso de Europa en sustituir a Estados Unidos como
locomotora del nivel de actividad constituye el acontecimiento
central en la segunda área de la economía
mundial. Europa no solo se mantiene retrasada en
productividad, consumo e inversión frente a su principal
competidor, sino que el proyecto del euro
obliga a los capitalistas del viejo continente a adoptar
políticas monetarias duras que obstruyen el crecimiento.
El intento de disputarle el señoreazgo mundial al
dólar tiene un elevado costo de ajuste
fiscal y por ahora, las oscilaciones del euro obstaculizan la
exportación en los picos de encarecimiento
y socavan el objetivo de la
moneda internacional en los momentos de abaratamiento.
Además, la unificación europea avanza en medio de
indefiniciones (ingreso británico al euro) y grandes
riesgos
(costosa incorporación de los nuevos miembros del
Este).

Pero el eslabón más débil de las
economías avanzadas se ubica en Japón. En esta
tercer área predomina una "trampa de liquidez" que impide
remontar el nivel de actividad, a pesar de las reducciones de las
tasas de
interés y el aumento del gasto público. Ni el
consumo, ni la inversión reaccionan positivamente frente a
estos estímulos, porque la clase dominante carece de dos
recursos estratégicos que poseen sus rivales: un
dispositivo imperialista y un amplio mercado de consumo interior.
Por eso Japón continúa dependiendo de
superávits comerciales que tienden a declinar frente al
crecimiento de competidores de la envergadura de
China.

Aunque mantienen su liderazgo de gran potencia, los
capitalistas nipones continúan perdiendo posiciones en el
mundo y están sometido a una presión norteamericana
(apertura comercial, desmantelamiento de la red estatal de
protección a los grupos locales) que socava su
poderío. Las empresas en crisis posponen los cierres y
despidos, pero ya se observan índices de pobreza y
mendicidad sin precedentes.

La recesión que atraviesan los países
desarrollados no presenta la dimensión de la
depresión que soporta la periferia. En esta cuarta
región, las crisis conjugan desmoronamientos cambiarios,
quebrantos bancarios y colapsos de la deuda pública que
provocan enormes catástrofes sociales.

Aunque este impacto se ha suavizado en el sudeste
asiático, ningún país de esa región
ha logrado recuperarse del crack de 1997-98, porque la
dependencia exportadora de insumos industriales mantiene
sometidas a estas economías a la decreciente demanda de
los grandes centros. Y lo mismo ocurre con un país
"emergente" como Rusia, cuyo nivel de actividad depende del
oscilante precio del petróleo
exportado.

Pero el epicentro de la crisis se ubica nuevamente en
América
Latina, cuya tasa de crecimiento volverá a contraerse
durante este año. Desde 1995 el PBI regional solo aumenta
al 2% anual (1% en la medición per capita) y este porcentaje
irrisorio se ha reducido aún más en los
últimos dos años por la crisis de la deuda y la
salida de capitales. Actualmente el "contagio" del colapso
argentino se ha extendido a Uruguay
(devaluación, fuga de capitales, clausuras
de bancos, expropiaciones de pequeños depositantes),
amenaza al Brasil (que bordea un default de la deuda) y a otras
naciones de la región (cierre de bancos en Paraguay, salida
de capitales en Perú, degradación crediticia en
Colombia y
Venezuela).
Latinoamérica no sólo es más
frágil a nivel industrial y comercial que el sudeste
asiático, sino que se ha convertido en el conejillo de
indias de la nueva política de endurecimiento crediticio
que impulsa Bush.

La convergencia de la crisis de sobreinversión
norteamericana con el estancamiento europeo, la recesión
japonesa y el colapso de la periferia ilustra la gravedad de una
coyuntura que puede desembocar en un estancamiento prolongado.
Pero, por el momento, la fase mantiene su tónica gris y su
peculiar fractura en cuatro áreas de evolución
divergente .

EL ENFOQUE
MULTICAUSAL

¿Cuál es la explicación en el plano
teórico del bajo crecimiento de la fase en curso, que a su
vez frustra la aparición de una cuarta etapa del
capitalismo? ¿A qué obedece la contradicción
entre la mejora de la tasa de beneficio y la retracción
del poder de compra?

La concepción marxista atribuye estos
desequilibrios a la dinámica intrínseca del
capitalismo. A diferencia de la ortodoxia, que observa estos
desajustes como hechos fortuitos (o resultantes de alguna
interferencia al mercado) y la heterodoxia, que los explica por
la ausencia de regulaciones estatales; el marxismo postula que
todas las turbulencias, desfasajes y conmociones de la
acumulación derivan del propio funcionamiento del sistema.
¿Pero cuáles son los mecanismos específicos
de estas crisis?

Desde el punto de vista metodológico existen dos
respuestas. La tesis monocausal destaca la existencia de una
contradicción determinante de todos los desequilibrios y
el planteo multicausal, atribuye estos estallidos a la acción
combinada de variados desajustes. En el primer campo se situaron
desde principio del siglo XX los teóricos del subconsumo
(crisis derivadas de la
caída del poder de compra) y sus opositores de la
desproporcionalidad (desequilibrios resultantes de los
intercambios entre bienes de consumo y de producción).
También podrían ubicarse en este terreno los
economistas que atribuyen la crisis a la acción primordial
o exclusiva a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. En
las teorías
centradas en la superproducción y el descontrol financiero
predomina cierta indefinición
metodológica.

En oposición a estas visiones, varios
teóricos marxistas desarrollaron el planteo multicausal.
Primero N.Bujarín explicó porqué una crisis
general solo irrumpe cuándo todas las contradicciones del
sistema convergen en un punto crítico común .
Posteriormente R.Rosdolsky aclaró porqué es
inadecuada la justificación de cualquier teoría
monocausal en los esquemas de reproducción ampliada de Marx, recordando
que estos modelos están destinados a indagar la
continuidad y no la interrupción de la
acumulación.

Finalmente, Mandel describió las crisis
cómo un proceso simultáneo de bloqueo a la
valorización de la plusvalía y a la
realización del valor de las
mercancías, explicando que el capitalismo constituye una
totalidad dinámica sujeta a contradicciones en ambos
planos de la reproducción.

Algunos críticos plantearon que al "descomponer y
atomizar la interpretación en múltiples
factores" se atenta contra la caracterización unitaria de
la crisis. Pero en realidad la multicausalidad no fragmenta el
análisis, sino que evita la simplificación que
aparece en la observación restrictiva del
desenvolvimiento de una sola contradicción. Estudiar el
comportamiento combinado de todos los desequilibrios es,
además, totalmente compatible con la
investigación ordenada de las crisis en
términos jerárquicos y secuenciales.

Un debate paralelo a esta controversia ha opuesto en la
economía burguesa a los partidarios de la "crisis por
oferta" (los obstáculos se ubican en la inversión y
la ganancia) con los defensores de la "crisis por la demanda"
(las limitaciones provienen de la restricción del poder de
compra). Y también aquí se ha propuesto una
síntesis basada en considerar simultáneamente los
factores que inciden sobre los costos (materias primas, tasas de
interés, salarios,
impuestos) y
los que impactan sobre el nivel de las ventas (nivel de ingreso,
evolución de la demanda agregada)
.

Pero esta aplicación de criterios pluricausales
al análisis del ciclo difiere metodológicamente de
su utilización para el estudio de las crisis
estructurales. En esta investigación, los marxistas no
indagan los impactos de la oferta y la demanda sobre las
fluctuaciones periódicas, sino la conexión entre la
ley de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia y las
contradicciones de la producción y el consumo, en sus
relaciones con la sobreproducción y los desequilibrios
financieros.

Partiendo de la visión multicausal se pueden
también construir modelos para indagar como se procesa
específicamente la crisis en los distintos "sitios" de la
acumulación (trabajo, consumo, financiero, etc),
analizando el impacto de tendencias, barreras y puntos
críticos en estas áreas . Vinculando estas
observaciones a la tesis multicausal resulta también
posible explicar porqué las crisis adoptan
características tan diferentes en cada país. Estas
particularidades dependen tanto de la inserción (central o
periférica) como de las modalidades de la
acumulación prevalecientes en estas naciones. Para
estudiar estos rasgos hay que observar cómo las dos
tendencias centrales de la crisis -decrecimiento porcentual de la
tasa de ganancia y desequilibrios entre la producción y el
consumo- impactan sobre cuatro áreas diferenciadas de la
economía mundial (Estados Unidos, Europa, Japón y
la periferia).

Partiendo de estos criterios el enfoque multicausal
brinda un esquema analítico para explicar porqué el
conflicto
entre el repunte de la rentabilidad y la estrechez de los
mercados singulariza a la fase actual.

LAS CONTRADICCIONES DE LA
VALORIZACIÓN

La recuperación frágil, inestable y
limitada que registró la tasa de ganancia desde mitad de
los 80 se explica desde una óptica
de largo plazo por las fluctuaciones que caracterizan la
acción de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia.

Marx atribuyó el efecto de este principio al
curso de tres variables (la
tasa de plusvalía, el capital variable y el capital
constante) y una relación clave (la composición
orgánica del capital). Observando estos componentes en las
últimas dos décadas resulta evidente el rumbo de
dos elementos. Por un lado, la tasa de plusvalía
aumentó con la flexibilización laboral, la nueva
"era del tiempo récord", la intensificación de los
ritmos de trabajo y el incremento del control patronal sobre los
sectores más descalificados de la clase obrera.

En segundo lugar, el capital variable se abarató
con la reducción del costo salarial, que en Estados Unidos
disminuyó por encima del 15% desde principio de los 80 y
que incluso no repuntó en los períodos de mayor
demanda laboral de los 90. Por esta razón, la
proporción del ingreso apropiado por los capitalistas
("profit share") volvió a ascender intensamente entre 1982
y 1997 luego de haber caído entre 1965 y 1982 .

En cambio, el tercer determinante de la tasa de ganancia
-el capital constante- registró una evolución
más compleja.

Por una parte, su valuación tendió a caer
con el uso de nuevas tecnologías en los procesos de
fabricación, gerenciamiento y organización del trabajo. Pero es un tema
muy controvertido si este abaratamiento, condujo a una
significativa desvalorización del capital y si tuvo la
extensión suficiente para reducir la composición
orgánica del capital .

Las políticas neoliberales han actuado de manera
contradictoria sobre este proceso, porque las medidas de
"austeridad" y "selección
de los capitales más eficientes"(que refuerzan las
tendencias desvalorizantes) han coexistido con el rescate estatal
(que revaloriza a las empresas en quiebra).

Otro indicio de la recuperación parcial de la
tasa de ganancia en las últimas dos décadas ha sido
la presencia de fuertes desequilibrios relacionados con la
sobreinversión coyuntural y el bajo impacto de las
turbulencias derivadas de la "presión salarial" ("profit
squeeze"). Esa preeminencia es un indicio de mayor
inversión en capital fijo y de tasas de plusvalía
crecientes. La actual crisis norteamericana es, por ejemplo, una
típica consecuencia de inversiones desmedidas, compras
excesivas y stocks elevados. Por eso afecta especialmente al
sector sobreexpandido de las nuevas
tecnologías.

Pero también en otras ramas, el avance de la
productividad ha inducido a mantener la escala de
producción con menores dotaciones de mano de obra,
provocando pérdidas de empleo que triplican las
reducciones de recesiones anteriores. Estas crisis han derivado
en una contracción de la tasa de ganancia de corto plazo,
que puede implicar el fin o un respiro de la recuperación
iniciada en los 80 .

El curso general de la tasa de ganancia ha estado
principalmente dictado por su comportamiento en la
economía estadounidense. Aunque la recuperación
parcial de los 90 se extendió también a Europa (no
así a Japón), sólo en Estados Unidos se
observaron significativos procesos de inversión. Por su
parte, la periferia nutrió los recursos que facilitan el
abaratamiento de los costos de las economías centrales,
sin participar en ningún fruto del repunte de la
rentabilidad. Pero, en todos los casos, la reducción de
los costos que apuntaló el beneficio ha quedado
posteriormente contrabalanceada por la retracción del
poder de compra .

LAS
CONTRADICCIONES DE LA REALIZACIÓN

El capitalista solo puede valorizar su inversión
si los beneficios potencialmente generados por la
explotación de la fuerza de trabajo se traducen en un
volumen
creciente de valores
realizados en el mercado. En las últimas dos
décadas predominó la fractura y no el empalme entre
estos dos procesos. Pero este desfasaje presenta una
distribución internacional muy desigual.

En Estados Unidos el consumo no registró el salto
cualitativo requerido para acompañar un avance de gran
escala de la acumulación. Pero tampoco declinó
sustancialmente, ya que el endeudamiento familiar
contrapesó el estancamiento salarial. En Europa, el rezago
del poder de compra ha sido más visible, porque la
política neoliberal intentó una traslación
forzosa del "modelo americano" de incentivo del consumo privado
en desmedro del "consumo socializado" (salud, transporte,
educación,
etc) más desarrollado en la región. El resultado de
esta presión ha sido la erosión del poder
adquisitivo.

En Japón, la retracción del consumo tuvo
mayores efectos porque recreó un estado de recesión
prolongada. El patrón histórico de alto ahorro, que en
otra época permitió el crecimiento acelerado,
actualmente sofoca el desenvolvimiento del mercado interno.
Finalmente, en la periferia se produjo una debacle absoluta del
poder de compra, que afectó principalmente a las
"economías emergentes", cuyo incipiente despegue ha
quedado sepultado por la pauperización.

Esta diversidad de situaciones se explica por la
inserción de cada país en el mercado mundial, por
la historia del
capitalismo local (especialmente el carácter extensivo o
intensivo de sus formas de acumulación) y por las formas
de distribución del ingreso. Estos tres rasgos determinan
qué impacto tienen los incrementos de la productividad
sobre el poder adquisitivo. Si bien por un lado, el avance de la
mundialización ha tendido a uniformar esta
relación, por otra parte la polarización
imperialista de ingresos
reconfigura las especificidades locales .

Dentro de esta diversidad, el dato común ha sido
la fragilidad del poder de compra acentuada por el
neoliberalismo, pero originada en la contradicción de la
producción y el consumo que caracteriza al
capitalismo.

En este sistema existe una tensión permanente
entre subas salariales que afectan las ganancias e incrementos
del beneficio a expensas del salario que disminuyen el poder
adquisitivo. La causa de este desequilibrio se encuentra en la
tendencia de la producción a expandirse ilimitadamente
bajo la compulsión de la competencia, en condiciones de
estrechez del consumo necesariamente recreadas por la vigencia de
relaciones de explotación. Por eso irrumpen
periódicas crisis de realización, que dificultan la
venta de las
mercancías al valor estimado por los capitalistas para
asegurar su nivel de ganancia. Esta desconexión entre la
producción y el consumo obedece en última instancia
a una contradicción irresoluble bajo el capitalismo: el
trabajador explotado por el capitalista es al mismo tiempo un
cliente, cuya
capacidad de compra está afectada por las reducciones
periódicas de los salarios que introduce el empresario
.

Esta contradicción se agravó en las
últimas dos décadas, aunque sin desembocar en el
subconsumo (con excepción de los países periféricos), porque la acumulación
no depende exclusivamente de la demanda final y se apoya en
diversos pilares de la producción básica e
intermedia. Tampoco se ha creado el estado de
subutilización permanente de la capacidad instalada o
declinación del progreso técnico que describe el
estancacionismo keynesiano. La política neoliberal
agravó la contradicciones del capitalismo, pero sin
provocar la paralización del sistema.

Estos desequilibrios se acentuaron, además, por
la frustración del "modelo posfordista", que desmintiendo
los augurios regulacionistas no emergió en ningún
lado. Un nuevo régimen de la demanda basado en la
utilización más colectiva de los bienes de uso no
prosperó, ni sustituyó al tradicional patrón
de consumo individual. Pero este fracaso no obedece al avance del
modelo anglosajón frente al esquema europeo, sino al
propio desenvolvimiento del capitalismo, que no puede
compatibilizar la satisfacción de las necesidades sociales
con los requerimientos de la inversión. Este divorcio
entre la utilidad social y la rentabilidad -que genera
múltiples desconexiones entre las prioridades del consumo
y los objetivos del
mercado- irrumpe con mayor nitidez en los países europeos
con salarios indirectos más desarrollados y esferas
sociales del consumo más extendidas .

El capitalismo excluyente de las últimas dos
décadas socavó al "modelo fordista" de los
países desarrollados, pero sin reemplazarlo por otra
alternativa. Algunas características del viejo esquema se
han amplificado (saturación de la demanda de bienes
inferiores, desplazamiento de la familia como
unidad de consumo, privatización de la esfera recreativa),
pero en un contexto de ensanchamiento de la brecha distributiva
que potencia su fragilidad. Esta debilidad no ha sido
contrarrestada por el poder de compra de la reducida la "clase
media global", ni tampoco por el consumo capitalista, que en la
actualidad ya no puede cumplir el mismo rol locomotor que jugaba
en el siglo XIX. El avance de la producción choca con la
estrechez del consumo popular .

EL PAPEL DE LA
SOBREPRODUCCIÓN

Un efecto clásico de los novedosos desequilibrios
de las últimas dos décadas es la
sobreproducción. La saturación actual de la oferta
es la consecuencia específica del avance de la
mundialización, que al incentivar la competencia de "todos
contra todos" ha debilitado la regulación de los
excedentes. Además, la contracción del poder de
compra potencia el sobrante de productos y al obstaculizar la
depuración de plantas y equipos
obsoletos, el rescate estatal de empresas en quiebra
acentúa la plétora de mercancías.

Interpretar la superproducción como un efecto
específico de estos desequilibrios permite entender
porqué el aumento de los excedentes presenta
características tan diversas en cada región. La
crisis de sobreinversión norteamericana en nuevas
tecnologías difiere sustancialmente de los desequilibrios
derivados del superávit comercial japonés. Y estas
dos situaciones son muy distintas a la sobreoferta de insumos
tecnológicos que soporta el sudeste asiático y a la
sobreproducción de bienes agrícolas y
energéticos que golpea a Latinoamérica.

La omisión de estas peculiaridades constituye la
principal limitación de las interpretaciones de la crisis
exclusivamente centradas en la sobreproducción . Esta
contradicción puede tomarse como punto de partida o como
interpretación última de la crisis, pero no como
explicación de los mecanismos concretos de este
proceso.

Para analizar estos eslabones hay que referirse a la ley
de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia (en el campo
de la valorización) y a la contradicción entre la
producción y el consumo (en el plano de la
realización).

La sobreproducción indica una
contradicción general del capitalismo, mientras que los
desajustes específicamente derivados de la ausencia de
coordinación constituyen crisis de desproporcionalidad.
Estos desequilibrios obedecen a la falta de correspondencia entre
la oferta y la demanda sectorial y fueron estudiados por los
economistas que comprobaron, como los precios de los
bienes de consumo fluctúan menos que las cotizaciones de
los bienes de capital, creando situaciones de
sobreinversión y cuellos de botella en la
acumulación. Estos desajustes no originan, en cambio, las
depresiones de largo plazo que preferentemente indaga la
teoría marxista de la crisis y por eso, no pueden ser
investigados en el mismo plano que las contradicciones centrales
del capitalismo. Bajo una misma situación de
sobreproducción subyacen desajustes parciales y
desequilibrios estructurales que conviene diferenciar.

INTERPRETACIONES
FINANCIERAS

La esfera financiera es la vitrina de la crisis porque
allí irrumpen las burbujas bursátiles, los
desplomes cambiarios y las turbulencias bancarias. Pero estas
conmociones son consecuencia de contradicciones originadas en la
esfera productiva y por eso, el principal desafío
teórico en esta área radica en precisar cuales son
esas conexiones.

En las últimas dos décadas se
multiplicó la especulación, porque la
desregulación bancaria al aumentar la inestabilidad
económica socavó la demanda, porque la
mundialización financiera potenció el descontrol
competitivo y porque la gestión accionaria de las firmas
alentó los fraudes contables para inflar las ganancias. El
impacto político y social de estos últimos
escándalos en Estados Unidos ha sido enorme .

Pero estos hechos también incrementan el
predicamento de las interpretaciones que atribuyen la crisis
actual exclusivamente a la acción parasitaria de los
financistas. Estos enfoques desconectan los efectos especulativos
de sus fundamentos productivos, olvidando que el capitalismo se
sostiene en la explotación del trabajo asalariado.
Desconocen que la principal función de
los financistas es facilitar la continuidad de esa
expropiación, a través de instrumentos crediticios
que representan adelantos o promesas del plusvalor que
obtendrán los empresarios.

La dependencia de los desequilibrios financieros de
contradicciones localizadas en el proceso productivo es
habitualmente ignorada por los teóricos keynesianos que
contraponen el avance de los especuladores a la
declinación de los industriales, como si ambas actividades
estuvieran completamente divorciadas y no conectadas a distintas
instancias de la conversión de la plusvalía en
capital.

Reconocer estos nexos no implica ignorar la hipertrofia
especulativa de las últimas dos décadas, ni
desconocer el rol preeminente de los banqueros. Pero esta
influencia -que se expresa en la gravitación de los
acreedores y en la primacía de las políticas de
restricción presupuestaria o monetaria- es transitoria y
no indica un "triunfo de los banqueros sobre los industriales".
Ambos grupos han participado en común del atropello a las
conquistas sociales a fin de recomponer la tasa de beneficio. El
eje del "orden neoliberal" ha sido esta agresión y no los
conflictos entre especuladores e inversores.

Partes: 1, 2, 3
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter