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El Imperialismo del Siglo XXI (página 2)




Enviado por Claudio Katz



Partes: 1, 2

El análisis del imperialismo
no ofrece una interpretación conspirativa del subdesarrollo,
ni exculpa a los gobiernos locales de esta situación.
Simplemente aporta una explicación de porqué la
acumulación se polariza a escala mundial,
reduciendo las posibilidades de nivelación entre
economías disímiles. El margen de crecimiento
acelerado que permitió en el siglo XIX a Alemania o
Japón
alcanzar el status de potencia que ya
detentaban Francia o Gran
Bretaña, no se encuentra hoy al alcance de Brasil, la
India o
Corea.

El mapa mundial ha quedado moldeado por una "arquitectura
estable" del centro y una "geografía variable"
del subdesarrollo, dónde sólo caben modificaciones
del status periférico de cada país dependiente
.

La teoría
del imperialismo atribuye estas asimetrías a la
transferencia sistemática del valor creado
en la periferia hacia los capitalistas del centro. Estas
traslaciones se concretan a través del deterioro de los
términos de intercambio comercial, la succión de
recursos
financieros y la remisión de utilidades industriales. El
correlato político de este drenaje es la pérdida de
autonomía política de las
clases dominantes periféricas y la intervención
militar creciente del gendarme norteamericano. Estos tres rasgos
del imperialismo contemporáneo se observan con nitidez en
la realidad latinoamericana.

LAS CONTRADICCIONES DE LAS ECONOMÍAS
PERIFéRICAS

Desde la mitad de los 90 América
Latina ha padecido las consecuencias del colapso de los
"mercados
emergentes". La mayor parte de las naciones afectadas sufrieron
agudas crisis,
precedidas por la fuga de capitales y seguidas por devaluaciones
que potenciaron la inflación y contrajeron el poder
adquisitivo. Estos desplomes provocaron quiebras bancarias, cuyo
socorro estatal agravó el agobio de la deuda
pública, obstaculizó la aplicación de
políticas reactivantes y acentuó la
pérdida de soberanía monetaria y fiscal.

Estas crisis obedecen a la dominación
imperialista y no exclusivamente a la instrumentación de políticas
neoliberales, que también han prevalecido en los
países centrales. Los desmoronamientos que soporta la
periferia latinoamericana son muy superiores a los desequilibrios
predominantes en Estados Unidos,
Europa o
Japón, porque están caracterizados por el derrumbe
periódico de los precios de las
materias primas exportadas, la periódica cesación
de pagos de la deuda y la desarticulación de la industria
local. La periferia es más vulnerable a las turbulencias
financieras internacionales, porque su ciclo económico
depende del nivel de actividad de las economías avanzadas.
Además, el avance de la mundialización
acentúa esta fragilidad, al profundizar la segmentación de la actividad industrial, la
concentración del trabajo
calificado en el centro y el ensanchamiento de los desniveles de
consumo.

La dominación imperialista le permite a las
economías desarrolladas transferir parte de sus propios
desequilibrios a los países dependientes. Esta
traslación explica el carácter asimétrico y no
generalizado que presenta hasta el momento la recesión
internacional en curso. Mientras que una crisis equivalente al 30
ya se ha registrado en la periferia, esta caída constituye
sólo una eventualidad para el centro. Las mismas
políticas de privatización no han producido tampoco
descalabros semejantes en ambas regiones. El thatcherismo
aumentó la pobreza en
Gran Bretaña, pero ha desencadenado la desnutrición y la indigencia en la
Argentina; el ensanchamiento de la brecha distributiva
deterioró los salarios en
Estados Unidos, pero desató la miseria y emigración
masiva en México; la
apertura comercial debilitó a la economía japonesa, pero condujo a la
devastación de Ecuador. Estas
diferencias responden al carácter estructuralmente central
o periférico de cada país en el orden
mundial.

La dependencia es una causa central de la gran
regresión que soporta Latinoamérica desde mitad de los 90, luego
del corto alivio que generó la afluencia de capitales de
corto plazo. La región ha vuelto a la dramática
situación de la "década pérdida" de los 80.
El PBI regional se mantuvo estancado en 0,3% durante el
año pasado y volverá a situarse en 0,5% en el 2002.
Luego de cuatro años de salidas netas de capital, el
ingreso de inversiones se
ha estancado y la especialización productiva en
actividades básicas afianza el deterioro comercial (las
sumas remitidos por emigrantes en Estados Unidos ya superan en
muchos países las divisas generadas
por sus exportaciones).
Cómo resultado de esta crisis, tan solo 20 de los 120
títulos de compañías latinoamericanas que se
negociaban en las Bolsas mundiales hace una década
continúan comercializándose en la
actualidad.

La dominación imperialista es el origen de los
grandes desequilibrios económicos que derivan en
déficit comercial (México), descontrol fiscal
(Brasil) o depresión
productiva (Argentina). Actualmente estas conmociones han
desatado una sucesión de colapsos que irradian desde el
Cono Sur, desestabilizando a la economía uruguaya y
amenazando a Perú y Brasil.

Los economistas neoliberales se esfuerzan por analizar
las excepciones de esta crisis, ni comprender la regla general de
estos desequilibrios. Al ignorar la opresión del
imperialismo tienden a cambiar frecuentemente de opinión y
denigran con inusitada rapidez los modelos
económicos que antes elogiaban.

Pero evadir el análisis del imperialismo se ha
vuelto prácticamente imposible desde el lanzamiento del
ALCA. Este
proyecto
estratégico de dominación norteamericana apunta a
expandir las exportaciones estadounidenses para bloquear la
concurrencia europea y consolidar el control de la
primer potencia de todos los negocios
lucrativos de la región (privatizaciones faltantes, contratos
privilegiados en el sector públicos, pagos de
patentes).

El ALCA es un tratado neocolonial que impone la apertura
comercial latinoamericana sin ninguna contrapartida
estadounidense. Para lograr el "fast track" (autorización
legislativa para negociar rápidamente acuerdos con cada
país), Bush- introdujo recientemente nuevas
cláusulas que impiden la transferencia de alta tecnología a
Latinoamérica y traban el ingreso de 293 productos
regionales al mercado
estadounidense. Estas barreras arancelarias afectan
particularmente a los insumos siderúrgicos, textiles y
agrícolas. Además, ha puesto en marcha un programa de
mayores subsidios al agro, que en la próxima década
propinarán un golpe mortal a las exportaciones zonales de
soja, trigo y
maíz

El ALCA desenmascara el doble discurso
imperialista, que incentiva la apertura comercial en el exterior
y el proteccionismo en casa. La implementación del acuerdo
provocaría un colapso de países medianamente
industrializados como Brasil y de asociaciones regionales como el
Mercosur,
mientras que sólo permitiría una débil
adaptación al convenio de las economías
pequeñas o complementarias en rubros muy
específicos con Estados Unidos.

Al cabo de una década de neoliberalismo, el mensaje imperialista de
apertura comercial ya no engaña a nadie. Es evidente que
la prosperidad de un país no depende de su "presencia en
el mundo", sino de la modalidad de esta inserción.
Africa, por
ejemplo, detenta una tasa de comercio
extraregional en proporción al PBI (45,6%) muy elevada en
comparación a Europa (13,8%) o Estados Unidos (13,2%) y es
la región más empobrecida del planeta . Este caso
extremo de subordinación desfavorable a la división
internacional del trabajo ilustra la situación de
dependencia general que soportan las economías
periféricas.

RECOLONIZACIÓN
POLÍTICA

El correlato político de la dominación
económica imperialista es una recolonización de la
periferia, que se apoya en la creciente asociación de las
clases dominantes locales con sus socios del norte. Este
entrelazamiento es consecuencia de la dependencia financiera, la
entrega de los recursos
naturales y la privatización de los sectores
estratégicos de la región. La pérdida de la
soberanía económica le otorgó al FMI un manejo
directo de la gestión
macroeconómica y al Departamento de Estado una
incidencia equivalente sobre las decisiones políticas. Ya
ningún presidente latinoamericano adopta resoluciones de
importancia sin consultar la opinión de la embajada
norteamericana. La prédica de los medios de
comunicación y de la intelectualidad americanizada ha
contribuido a naturalizar esta subordinación.

A diferencia del período 1940-70, los
capitalistas latinoamericanos no propugnan reforzar los mercados
internos mediante la sustitución de importaciones. Su
prioridad es la vinculación con las corporaciones
extranjeras, porque la clase
dominante regional es también parcialmente acreedora de la
deuda externa
y se ha beneficiado con la desregulación financiera, las
privatizaciones y la flexibilización laboral. Existe
incluso una capa de funcionarios que es más fiel a los
organismos imperialistas que a sus estados nacionales.
Cómo han sido educados en las universidades
norteamericanas, adiestrados en los organismos internacionales y
entrenados en las grandes corporaciones, sus carreras
están más atadas al futuro de estas instituciones
que a la salud de los
estados que gobiernan.

Pero esta generalizada recolonización
también acentúa el descalabro del sistema
político de la región. La pérdida de
legitimidad que soportan los gobiernos servidores del
FMI produjo en los últimos dos años el colapso de
los regímenes de cuatro países (Paraguay,
Ecuador, Perú, Argentina).

Al cabo de un largo proceso de
erosión
de la autoridad de
los partidos tradicionales, los gobiernos se tornan
frágiles, los regímenes tienden a disgregarse y
algunos estados se desmoronan. Esta secuencia corona el
vaciamiento de instituciones, que ya no receptan ningún
reclamo popular y que simplemente operan como agentes del
imperialismo. A medida que la fachada constitucional pierde
relevancia, también el Departamento de Estado
norteamericano alienta un retorno a las prácticas
golpistas del pasado, aunque encubriendo ahora el viejo
autoritarismo con nuevos artificios
constitucionalistas.

Esta línea de acción
ya fue visible en el reciente intento golpista de Venezuela.
Desplazar al gobierno
nacionalista de ese país es una prioridad del gobierno
estadounidense para reforzar el embargo contra Cuba,
desarticular al zapatismo, condicionar una victoria electoral del
PT en Brasil e imponer un gran escarmiento a la rebelión
popular argentina. La diplomacia norteamericana ha comenzado
incluso a evaluar la posibilidad de restaurar los viejos
protectorados, en los estados que considera definitivamente
"fracasados". Colombia y
Haití son los primeros candidatos a este ensayo
neocolonial, que también podría ponerse en
práctica en Yugoslavia, Ruanda, Afganistán, Somalia y Sierra Leona.
Recientemente la Argentina ha empezado a figurar entre las
naciones incluidas en este proyecto de administración virreinal . Estas
alternativas también suponen una mayor ingerencia directa
del gendarme norteamericano.

EL INTERVENCIONISMO MILITAR

El "Plan Colombia" es
el principal ensayo de esta intervención bélica en
Latinoamérica. El Pentágono ya dejó de lado
el pretexto del narcotráfico y luego de forzar la ruptura
de las negociaciones de paz ha iniciado una campaña
militar contra la guerrilla. El cuidado por minimizar la
presencia directa de tropas norteamericanas apunta a reducir la
pérdida de vidas estadounidenses ("síndrome de
Vietnam") mediante un mayor desangre de los "nativos".

Con la guerra en
Colombia se busca restaurar la autoridad de un estado desmembrado
y recomponer la apropiación imperialista de los recursos
estratégicos. Como lo prueba la conspiración en
Venezuela, estas acciones
también apuntan a garantizar el aprovisionamiento
petrolero de Estados Unidos. Para asegurar este abastecimiento,
la CIA ya instaló también un centro
estratégico en Ecuador y audita desde la vecindad
fronteriza todo el territorio mexicano.

El imperialismo está embarcado en modernizar sus
bases militares con efectivos de alta movilidad. Por eso
descentralizó el viejo comando de Panamá
e instaló nuevos dispositivos en Vieques, Mantas, Aruba y
El Salvador. A
través de una red de 51 instalaciones en
todo el planeta, las tropas norteamericanas realizan ejercicios
que involucran desplazamientos simultáneos diarios de
60.000 efectivos en 100 países . Un objetivo
siempre presente es la agresión contra Cuba, a
través del sabotaje terrorista o algún renovado
plan de la invasión.

Este giro belicista se acentuó luego del 11 de
septiembre, porque Estados Unidos apuesta a reactivar su
economía mediante el rearme y tiene en carpeta planes de
guerra contra Irak, Irán,
Corea del Norte, Siria y Libia. Con el 5 % de la población mundial, la principal potencia
absorbe el 40% del gasto militar total y se ha lanzado a
reacondicionar submarinos, diseñar nuevos aviones y
testear en un programa de "guerra de las galaxias" las nuevas
aplicaciones de las tecnologías de la información.

Este relanzamiento militar es la respuesta imperialista
a la desintegración de estados, economías y
sociedades
periféricas, que provoca el creciente ejercicio de la
dominación sobre la periferia. Por eso, la actual "guerra
total contra el terrorismo"
presenta tantas similitudes con las viejas campañas
coloniales. Nuevamente se diaboliza al enemigo y se justifican
masacres de la población civil en el frente y
restricciones de los derechos democráticos
en la retaguardia. Pero cuánto más se avanza en la
destrucción del enemigo "terrorista", mayor es la
desarticulación política y social en los escenarios
de este atropello. El estado
general de guerra perpetúa la inestabilidad, provocada por
la depredación económica, la balcanización
política y la devastación social de la periferia
.

Estos efectos son muy visibles en América
Latina y Medio Oriente, dos zonas que tienen relevancia
estratégica para el Pentágono, porque detentan
recursos petroleros y representan importante mercados frente a la
competencia
europea y japonesa.

Debido a esta significación estratégica
constituyen centros de la dominación imperialista y sufren
procesos muy
semejantes de desarticulación estatal, debilitamiento
económico de la clase dominante local y pérdida de
autoridad de los representantes políticos
tradicionales.

FATALISMO
NEOLIBERAL

La expropiación económica, la
recolonización política y el intervencionismo
militar conforman el triple pilar del imperialismo actual. Muchos
analistas se limitan a describir resignadamente esta
opresión como un destino inexorable. Algunos presentan la
fractura entre "ganadores y perdedores" de la globalización como un "costo del
desarrollo",
sin explicar porqué este precio se
perpetúa a lo largo del tiempo y recae
siempre sobre las naciones que ya cargaron en el pasado con ese
padecimiento.

Los neoliberales tienden a pronosticar que el fin del
subdesarrollo sobrevendrá en los países periféricos que apuesten a la
"atractividad" del capital extranjero y a la "seducción"
de las corporaciones. Pero las naciones dependientes que
intentaron este camino en la última década abriendo
sus economías soportan hoy la factura
más pesada de las "crisis emergentes". Quiénes
más se embarcaron en la privatización, más
posiciones económicas perdieron en el mercado mundial. Al
otorgar mayores facilidades al capital imperialista removieron
las barreras que limitaban la depredación de sus recursos
naturales y por eso, ahora padecen un intercambio comercial
más asimétrico, un vaciamiento financiero
más intenso y una desarticulación industrial
más acentuada.

Algunos neoliberales atribuyen estos efectos a la
limitada aplicación de sus recomendaciones, cómo si
una década de nefastos experimentos no
brindara suficientes lecciones del resultado de sus recetas.
Otros sugieren que el subdesarrollo constituye una fatalidad
derivada del temperamento desganado de la población
periférica, del peso de la corrupción o de la inmadurez cultural de
los pueblos del Tercer Mundo. En general, la argumentación
colonialista ha cambiado de estilo, pero su contenido se mantiene
invariable. Ya no justifica la superioridad del conquistador en
la pureza racial, sino en su acervo de conocimientos o en la
calidad de sus
comportamientos.

TRANSNACIONALIZACION IMPERIAL

T.Negri y M.Hardt presentan un cuestionamiento
más serio a la teoría del imperialismo, porque
estiman que la
globalización diluye las fronteras entre el Primer y
Tercer Mundo. Consideran que un nuevo capital global actúa
en torno a la
ONU, el G 8, el
FMI y la OMC y ha creado
una soberanía imperial, que enlaza a las fracciones
dominantes del centro y la periferia en un mismo sistema de
opresión mundial.

Esta caracterización supone la existencia de
cierta homogeinización del desarrollo capitalista, que
resulta muy difícil de verificar. Todos los datos de inversión, ahorro o
consumo confirman la contundente ampliación de los
desniveles entre las economías centrales y
periféricas e indican que los procesos de
acumulación y crisis también se polarizan. No
sólo la prosperidad norteamericana de la última
década contrastó con el derrumbe generalizado de
las naciones subdesarrolladas, sino que el colapso social de la
periferia no tiene por ahora equivalentes en Europa. Tampoco
existe ningún indicio de convergencia del status de la
burguesía venezolana y estadounidense o de
asimilación de la crisis argentina a la japonesa. Lejos de
uniformar la reproducción del capital en un horizonte
común, la mundialización profundiza la creciente
dualización de este proceso a escala
planetaria.

Es cierto que la asociación entre las clases
dominantes de la periferia y las grandes corporaciones es
más estrecha y que la pobreza se
extendió en el corazón
del capitalismo
avanzado. Pero estos procesos no convierten a ningún
país dependiente en central, ni tampoco tercermundizan a
las potencias metropolitanas. El mayor entrelazamiento entre las
clases dominantes coexiste con la consolidación de la
brecha histórica que separa a los países
desarrollados y atrasados. Por eso, el capitalismo no se nivela,
ni se fractura en torno a un nuevo eje trasnacional, sino que se
desenvuelve ahondando la polarización forjada durante el
siglo pasado.

La mayor evidencia de esta persistente organización jerárquica del mercado
mundial es el poder detentado por los capitalistas de una
veintena de naciones sobre los restantes 200 países.
Ejercen su dominación militar a través del Consejo
de Seguridad de la
ONU, imponen su hegemonía comercial por medio de la OMC y
afianzan su control financiero con el FMI.

Al analizar los vínculos predominantes entre las
clases dominantes, la tesis
transnacionalista confunde asociación con la
equiparación del poder. Qué un sector de los
grupos
capitalistas de la periferia incremente su integración con sus aliados del centro no
los convierte en partícipes de la dominación
global, ni diluye su debilidad estructural. Mientras que las
corporaciones norteamericanas explotan a los trabajadores
latinoamericanos, la burguesía ecuatoriana o
brasileña no participa de la expropiación del
proletariado estadounidense. Aunque el salto registrado en la
internacionalización de la economía es muy
significativo, los capitales continúan operando en el
marco de un orden imperialista que fractura al centro de la
periferia.

CLASES Y ESTADOS
I

Algunos autores sostienen que la
transnacionalización del capital se ha extendido a las
clases y a los estados, creando un nuevo corte transversal de
dominación global que atraviesa a todos los países
y estratos sociales .

Esta tesis identifica a los procesos de
integración regional con la "transnacionalización"
social y estatal, sin percibir la diferencia cualitativa que
separa la asociación entre grupos imperialistas de la
recolonización periférica. La Unión
Europea y el ALCA, por ejemplo, no forman parte de una misma
tendencia hacia la "transnacionalización", sino que
constituyen expresiones de dos procesos muy distintos. No es lo
mismo una alianza entre sectores dominantes en el mercado mundial
que un plan neocolonial de una potencia.

En realidad, sólo la alta burocracia de los
países periféricos también perteneciente a
los organismos internacionales constituye un grupo social
plenamente "transnacionalizado". La lealtad de este sector hacia
el FMI o la OMC es mayor que hacia los estados nacionales que
manejan y se podría incluso caracterizar que el comportamiento
y las perspectivas de estos funcionarios anticipa el curso futuro
de las clases capitalistas del Tercer Mundo. Pero esta evolución constituye una posibilidad y no
representa todavía una realidad verificable, especialmente
en los países de la periferia superior (como Brasil o
Corea del Sur), cuya clase dominante está muy enlazada con
los procesos de acumulación dependientes de los mercados
internos. La situación es completamente diferente en las
economías de pequeños países (por ejemplo de
Centroamérica), altamente integrados al mercado de una
gran potencia. Estas diferencias desmienten la existencia de un
proceso general o uniforme de
transnacionalización.

Algunos defensores de la tesis imperial afirman que el
grado de ensamble efectivo entre las clases centrales y
periféricas es superior a lo que indican los
parámetros obsoletos de las cuentas
nacionales. Y es cierto que estas categorías ya son
insuficientes para evaluar el curso de la mundialización
actual, pero complementan a otros indicadores
contundentes de la brecha entre el centro y la periferia. La
profundización de estas desigualdades se verifica en
cualquier plano de productividad,
ingresos,
consumo o acumulación.

Es por otra parte falso, suponer que un "nuevo estado
global" ha sustituido la distinción entre estados
dominantes y recolonizados. Esta diferencia se verifica en la
irrelevante influencia que tienen las burguesías del
Tercer Mundo en cualquier decisión de la ONU, el FMI, la
OMC o el BM. Las clases dominantes de la periferia no son
víctimas del subdesarrollo y lucran ampliamente con la
explotación de los trabajadores de sus países. Pero
esta participación no les otorga ninguna
gravitación en la dominación mundial.

La tesis del imperio ignora este rol marginal y
desconoce la perdurabilidad del dominio
imperialista en los sectores estratégicos de la periferia.
No registra que esta sujeción no es ya puramente colonial,
ni está exclusivamente centrada en la apropiación
de las materias primas o el manejo territorial directo, pero
subsiste como mecanismo de control metropolitano de los sectores
estratégicos de los países subdesarrollados
.

Esta dominación no se ejerce a través de
un misterioso "poder global", sino por medio de la acción
militar y diplomática de cada potencia en sus áreas
de mayor influencia. El rol de Estados Unidos es más
nítido en el "Plan Colombia" que en el conflicto de
los Balcanes y el papel de Europa es más definido en las
crisis del Mediterráneo que en el desarrollo del
ALCA.

Esta especificidad deriva de los intereses que cada
grupo imperialista canaliza a través de sus estados en
acciones geopolíticas, que los teóricos del imperio
no pueden percibir.

¿UN RETORNO AL CAPITALISMO
INDUSTRIALISTA?

La mayor parte de los críticos del neoliberalismo
en la periferia reconocen que la dependencia persiste como una
causa central del subdesarrollo. Pero proponen superar esta
sujeción mediante la construcción de "otro capitalismo". Ya no
vislumbran un proyecto totalmente nacional, autónomo y
centrado en la "sustitución de importaciones" -como sus
antecesores de la CEPAL- pero si un modelo
regional, regulado y basado en los mercados internos. Auspician
esquemas keynesianos, para erigir "estados de bienestar en la
periferia", sostenidos en transformaciones institucionales
(erradicar la corrupción, recomponer la legitimidad) y en
grandes cambios comerciales (frenar la apertura), financieros
(limitar los pagos de la deuda) e industriales (reorientar la
producción hacia la actividad local)
.

¿Pero cómo se construiría un
"capitalismo eficiente" en países sometidos al
sistemático drenaje de sus recursos? ¿Cómo
se lograría actualmente alcanzar un objetivo resignado por
la clase dominante desde la mitad del siglo XIX?
¿Qué grupos construirían este sistema de
mejoras sociales y maximización del beneficio?

Los partidarios del nuevo capitalismo periférico
no brindan respuestas a ninguno de estos interrogantes cruciales.
Ignoran que el margen para implementar su proyecto se ha reducido
a partir de la asociación creciente de las clases
dominantes periféricas con el capital metropolitano. Esta
vinculación obstaculiza la acumulación interna,
multiplica la salida de capitales y dificulta la
aplicación de políticas reactivantes de la demanda
interna. Las burguesías que no lograron en el pasado poner
en pié un capitalismo autónomo, tienen menos
posibilidades de aproximarse a esa meta en la
actualidad.

Su giro pro-imperialista limita incluso la viabilidad de
proyectos
regionales como el Mercosur. Esta asociación tambalea
luego de una década de fracasos en la erección de instituciones económicas
y políticas comunes. Todas las propuestas de acción
concertada (monedas, organismos, instancias de arbitraje) fueron
archivadas a medida que la crisis se extendió en toda la
zona. Estos colapsos se profundizan con las políticas de
"diferenciación" que ensayan todos los gobiernos, para
demostrarle al FMI que "ellos no son irresponsables". La fractura
regional repite así la historia de
balcanización latinoamericana y confirma la incapacidad de
las burguesías locales para instrumentar políticas
de acumulación auto-centradas.

Muchos autores explican este resultado por el
tradicional "rentismo" regional y la consiguiente ausencia de
empresarios dispuestos a invertir o arriesgar. Pero si esta
ausencia de impulsos a la acumulación sostenida se ha
reforzado: ¿Por qué apostar a un proyecto que
carece de sujeto? ¿Qué sentido tiene construir un
capitalismo, sin capitalistas interesados en competir e
innovar?

Convocar a los trabajadores a que sustituyan a la clase
dominante en esta tarea equivale a incentivarlos a construir las
cadenas de su propia explotación. La expectativa en que
otros sectores sociales reemplazarán a los empresarios en
la tarea de apuntalar un capitalismo próspero
(burocracias, clase media) tampoco tiene gran fundamento, ni
precedentes empíricos.

Los partidarios de erigir "otro capitalismo"
deberían recordar que el modelo prevaleciente en cada
país es producto de
ciertas condiciones históricas y no de elecciones libres
de sus gestores. Existe una dinámica objetiva de este proceso que
explica porqué el desarrollo del centro acentúa el
subdesarrollo de la periferia. Es evidente que todos los miembros
de las naciones periféricas hubieran deseado un destino de
potencias desarrolladas, pero en el mercado mundial hay poco
lugar para grupos dominantes y mucho espacio para las
economías dependientes. Por eso, las "economías de
mercado exitosas" en la periferia son excepcionales o
transitorias. Para emerger del subdesarrollo no alcanza con
implementar políticas antiliberales. Se requiere,
además, enlazar la acción antiimperialista con la
construcción de una sociedad
socialista.

TRES MODELOS EN
DISCUSIÓN

La vigencia de la teoría clásica del
imperialismo para explicar las relaciones de dominación
entre el centro y la periferia es contundente. Pero su actualidad
para clarificar las vinculaciones contemporáneas entre las
grandes potencias es más controvertible.

En este segundo sentido, el concepto de
imperialismo ya no apunta a esclarecer las causas del atraso
estructural de los países subdesarrollados, sino que
pretende aclarar el tipo de alianzas y rivalidades predominantes
en el campo imperialista. Varios autores han destacado la
importancia que tiene distinguir entre ambos significados,
señalando que las modalidades de dominación
periférica y de vinculación entre las potencias han
seguido cursos divergentes a lo largo de la historia.

El punto de partida tradicional para analizar este
segundo aspecto es la distinción entre fase imperialista y
librecambista del capitalismo, propuesta por los teóricos
marxistas de principios del
siglo XX. Con esta delimitación buscaron caracterizar una
nueva etapa del sistema, signada por el reparto de los mercados
entre las potencias a través de la guerra.

Lenin atribuía esta tendencia al conflicto
bélico interimperialista a la gravitación del
monopolio y el
capital financiero, Luxemburgo a la necesidad de buscar salidas
externas al estrechamiento de la demanda, Bujarin al choque entre
los intereses expansionistas y proteccionistas de los grandes
carteles y Trotsky al agravamiento de las desigualdades
económicas generadas por la propia acumulación.
Estas interpretaciones pretendían clarificar porqué
la concurrencia entre grupos monopólicos que comenzaba en
confrontaciones comerciales y áreas monetarias desembocaba
en desenlaces sangrientos.

Esta caracterización quedó desactualizada
en la posguerra, cuándo la perspectiva de conflictos
armados directos entre las potencias tendió a desaparecer.
La hipótesis de este choque se tornó
descartable o muy improbable, a medida que la competencia
económica entre las diversas corporaciones y sus estados
se fue concentrando en rivalidades más continentales.
Estos cambios transformaron los términos del
análisis del segundo aspecto de la teoría del
imperialismo.

En los años 70 Mandel sintetizó la nueva
situación, mediante un análisis de tres modelos
posibles de evolución del imperialismo: competencia
interimperialista, transnacionalismo (en su denominación
original: ultraimperialismo) y superimperialismo. Estimaba que el
rasgo dominante de la acumulación era la rivalidad
creciente y por eso atribuyó a la primer alternativa
mayores posibilidades. También pronosticó que la
concurrencia intercontinental se profundizaría junto a la
formación de alianzas regionales.

El economista belga cuestionó la segunda
perspectiva transnacionalista (anticipada por Kautsky) y
defendida por los autores que preveían la constitución de asociaciones
transnacionales divorciadas del origen geográfico de sus
integrantes . Mandel consideraba que si bien la
internacionalización de las empresas
multinacionales debilitaba sus cimientos nacionales, no era
probable una gran sucesión de fusiones entre
propietarios de corporaciones de distinto origen. Dado el
carácter concurrente de la reproducción
capitalista, estimaba aún menos factible el sostenimiento
de este proceso en la constitución de "estados mundiales".
Además, consideraba muy improbable la indiferencia de las
corporaciones hacia la coyuntura económica de sus
países de origen y la consiguiente prescindencia frente a
las políticas anticíclicas en estas naciones, que
supondría este tipo de integraciones. Descartaba este
escenario, argumentando que el desarrollo desigual del
capitalismo y las crisis crean tensiones incompatibles con la
perdurabilidad de alianzas transnacionales.

La tercer alternativa superimperialista presagiaba la
consolidación del dominio de una potencia sobre las
restantes y el sometimiento de los perdedores a relaciones de
sujeción semejantes a las vigentes en los países
periféricos. Mandel consideraba en este caso, que la
supremacía alcanzada por Estados Unidos no colocaba a
Europa y Japón al mismo nivel de dependencia que las
naciones subdesarrolladas. Destacaba que la hegemonía
norteamericana en el plano político y militar, no
implicaba supremacía económica estructural de largo
plazo.

¿Cómo se plantean actualmente estas tres
perspectivas? ¿Qué tendencias prevalecen a
principio del siglo XXI: la competencia interimperialista, el
ultraimperialismo o el superimperialismo?

LOS CAMBIOS EN LA
CONCURRENCIA INTERIMPERIALISTA

La interpretación inicial de la tesis del
imperialismo como una etapa de rivalidad bélica entre
potencias no tiene prácticamente adherentes en la
actualidad. Existe en cambio una
versión débil de esta visión centrada ya no
en el desenlace militar, sino en el análisis de la
concurrencia económica.

Algunos analistas subrayan la activa intervención
de los estados imperialistas para apuntalar esta competencia,
así como la vigencia de políticas neomercantilistas
para debilitar a las compañías rivales . Otros
autores remarcan la prioridad que mantienen los mercados internos
en la actividad de las corporaciones y la homogeneidad de origen
de sus propietarios . Esta atadura a sus bases nacionales,
explica para ciertos estudiosos porqué la tendencia a la
formación de bloques regionales es más
significativa que la mundialización comercial, financiera
o productiva . Qué el crecimiento norteamericano de la
última década se haya concretado a expensas de sus
rivales es interpretado también como una expresión
del retorno a la concurrencia interimperialista. Estos enfoques
coinciden en presentar a la mundialización como un proceso
cíclico de fases expansivas y contractivas del grado de
internacionalización de la economía .

Esta variedad de argumentos contribuye a refutar la
mitología neoliberal sobre el "fin de los
estados", la "desaparición de las fronteras" y la
"movilidad irrestricta del trabajo". La tesis de la concurrencia
interimperialista demuestra cómo esta rivalidad limita la
deslocalización industrial, la liberalización
financiera y la apertura comercial, destacando que la competencia
de bloques exige cierta estabilidad geográfica de la
inversión, restricciones al movimiento de
capital y políticas comerciales orientadas por cada
estado.

Pero aunque desmientan convincentemente las
simplificaciones globalizantes, estas contribuciones no alcanzan
para esclarecer las diferencias existentes entre el contexto
actual y el vigente a principio del siglo XX. Es cierto que la
concurrencia interimperialista continúa determinando el
curso de la acumulación: ¿Pero porqué
razón la rivalidad entre las potencias ya no desemboca en
conflagraciones bélicas directas? La misma competencia se
desarrolla ahora en un marco de mayor solidaridad
capitalista, puesto que Estados Unidos, Europa y Japón
comparten los mismos objetivos de
la OTAN y actúan dentro de un bloque común de
estados dominantes, frente a los distintos conflictos
militares.

Se podría interpretar que el alcance mutuamente
destructivo de las armas nucleares
ha transformado el carácter de las guerras,
neutralizando las confrontaciones abiertas. Pero este
razonamiento explica solo las modalidades de la disuasión
que asumió el choque entre Estados Unidos y la ex URSS,
sin aclarar porqué los tres rivales imperialistas
prescinden de este tipo de enfrenamiento. También es
cierto que la "lucha contra el comunismo"
diluyó la concurrencia entre potencias capitalistas, pero
este conflicto tampoco estalló luego de concluida la
"guerra
fría".

En realidad, el choque entre potencias ha quedado
mediatizado por el salto registrado en la mundialización.
La actividad capitalista internacional tiende a entrelazarse con
el crecimiento del comercio por encima del aumento de la
producción, la formación de un mercado financiero
planetario y la afirmación de la gestión
globalizada de los negocios por parte de las 51 corporaciones,
que ya integran el pelotón de las 100 mayores
economías del mundo.

La estrategia
productiva de estas compañías se basa en combinar
tres opciones: abastecimiento de insumos, fabricación
integral para el mercado local y fragmentación del
ensamblado de partes elaboradas en distintos países. Esta
mixtura de producción horizontal (recreando en cada
región el molde del país de origen) y
producción vertical (subdividiendo el proceso productivo
de acuerdo a un plan global de especialización) implica un
grado de asociación más significativo entre
capitales internacionalizados . Las corporaciones que definen su
estrategia a escala global tienden además a predominar
sobre las menos internacionalizadas, como lo demuestra por
ejemplo, la gravitación del primer tipo de firmas en las
fusiones corporativas de la última década
.

Este avance de la mundialización explica
también porqué las tendencias proteccionistas no
alcanzan actualmente la dimensión del 30, ni desembocan en
la formación de bloques totalmente cerrados. El
neomercantilismo coexiste con la presión
opuesta hacia la liberalización comercial, ya que el
intercambio interno entre las empresas localizadas en distintos
países ha crecido notablemente. Este hecho no aparece
claramente registrado en las estadísticas corrientes, puesto que las
operaciones
entre compañías internacionalizadas realizadas
dentro de un mismo mercado nacional son generalmente computadas
como transacciones internas de ese país .

Este avance de la mundialización que debilita la
concurrencia tradicional entre potencias imperialistas expresa
una tendencia dominante y no sólo un vaivén
cíclico del capitalismo. Los períodos de
retracción nacional o regional constituyen movimientos
contrarrestantes de ese impulso central a la ampliación
del radio de
acción geográfico del capital. El freno de esta
tendencia proviene de los desequilibrios que genera la
expansión mundial y no de la pendularidad estructural de
ese proceso.

En última instancia, la presión
mundializadora es la fuerza
dominante porque refleja la creciente acción de la
ley del valor
a escala internacional. Cuánto más gravitan las
empresas transnacionales, mayor es el campo de
valorización del capital a escala global frente a las
áreas exclusivamente nacionales. Esta influencia expresa
la tendencia a la formación de precios mundiales
representativos de los nuevos patrones del tiempo de trabajo
socialmente necesario para la producción de
mercancías .

La gestión internacionalizada de los negocios
erosiona la vigencia del modelo clásico de concurrencia
interimperialista. Pero esta transformación no es
perceptible si se observa a la mundialización en curso
como un "proceso tan viejo como el propio capitalismo". Esta
postura tiende a ignorar las diferencias cualitativas que separan
a cada etapa de ese proceso y esa distinción es vital para
poder comprender porqué la internacionalización de
la Compañía de las Indias del siglo XVI tiene, por
ejemplo, tan poco parecido con la fabricación mundialmente
segmentada de General Motors.

La rivalidad contemporánea entre corporaciones se
desenvuelve en un marco de acción más concertada.
En los organismos mundiales de acción política
(ONU, G 8), económica (FMI, BM, OMC) y militar (OTAN) se
negocian las reglas de esta actividad común. A diferencia
del pasado, la acción tradicional de los bloques
competitivos coexiste con la incidencia creciente de esas
instituciones, que actúan haciéndose eco de los
intereses de las compañías
internacionalizadas.

Por eso la remodelación contemporánea de
territorios, legislaciones y mercados se consuma a través
de ambas instancias y no por medio de la guerra entre potencias.
Es evidente que la nueva configuración imperialista se
sostiene en masacres bélicas sistemáticas, pero los
escenarios de estas batallas son periféricos. La
multiplicación de estos conflictos no deriva de guerras
interimperialistas y este cambio obedece a un salto cualitativo
de la mundialización, que no es contemplado, ni explicado
por el viejo modelo de la concurrencia entre
potencias.

LA EXAGERACIÓN
TRANSNACIONALISTA

Algunos defensores de la hipótesis
transnacionalista estiman que las corporaciones actuales ya
operan desconectadas de sus países de origen . Otros
atribuyen el surgimiento del "capital global" a la
informatización de la economía, a la
sustitución de la actividad industrial por la
acción de las redes y a la
expansión del trabajo inmaterial. Destacan que esta
conjunción elimina la centralidad del proceso productivo,
favorece la gestación de un mercado planetario y refuerza
la "desterritorizalización del imperio".

Pero esta visión tiende a interpretar tendencias
embrionarias como hechos consumados y a deducir de la creciente
asociación entre los capitales internacionales un nivel de
integración que no se verifica en ningún campo. La
transnacionalización de capitales constituye actualmente
sólo un proceso inicial de una transformación
estructural, que en el pasado insumió siglos. Ninguna
evidencia de la última década sugiere la presencia
de un acortamiento tan radical del ritmo histórico del
capitalismo .

El transnacionalismo exagera el ascenso del capital
global, reflejando cierta presión mediática por
construir novedades teóricas al ritmo del consumo
periodístico. Basta observar la evolución del
parámetro que indicó Mandel -la sensibilidad de las
corporaciones globalizadas a cada coyuntura económica
nacional- para registrar la invalidez de la tesis
ultraimperialista. Los cuatro rasgos centrales del curso
económico de los 90 -reactivación norteamericana,
estancamiento europeo, depresión japonesa y desplome de la
periferia- ilustran la inexistencia de una evolución
común del "capital globalizado". Los beneficios y las
pérdidas de cada grupo corporativo han dependido de su
ubicación en cada región.

Qué la recuperación estadounidense se haya
sostenido en la caída de sus rivales confirma la
existencia de un bloque ganador diferenciado de las
compañías europeas o japonesas.

Ciertas formas de asociación global comienzan a
emerger y por primera vez se están soldando alianzas
estructurales transatlánticas y transpacíficas
entre compañías europeas, norteamericanas y
niponas. Este tipo de conexiones obstaculizan la cohesión
de la Unión Europea, obligan a Estados Unidos a fijar su
política
económica en función
del financiamiento
externo e inducen a Japón a continuar su resistida
apertura de mercados. Pero estas vinculaciones no eliminan la
existencia de bloques competitivos estructurados en torno a los
viejos lazos estatales.

En sus variantes moderadas, el transnacionalismo ignora
que el Nafta, la
Unión Europea o el Asean expresan esta puja de rivales.
Pero en la vertiente extrema de Negri esta concepción
propaga, además, todo tipo de fantasías sobre el
"descentramiento" geográfico, desconociendo que la
acción estratégica de las corporaciones
continúa asentada en Estados Unidos, Europa o
Japón. El enlace global ha creado un nuevo marco
común para la concurrencia, pero sin eliminar los
cimientos territoriales de esta competencia.

Es cierto, por otra parte, que la transformación
informática favorece el entrelazamiento
global del capital, ya que tiende a amalgamar la actividad
financiera, acelerando las transacciones comerciales y acentuando
la reorganización del proceso de trabajo. Pero la revolución
tecnológica también refuerza la concurrencia y la
necesidad de alianzas regionales entre las corporaciones que se
disputan los mercados. La "economía de la redes" no solo
unifica, sino que también acentúa la competencia
nacional. La aplicación de las nuevas
tecnologías de la información está
guiada por parámetros capitalistas de ganancia,
concurrencia y explotación que impiden flujos
indiscriminados de inversiones a escala global o movimientos
irrestrictos de la mano de obra. Estas localizaciones dependen de
condiciones de acumulación y valorización del
capital, que obligan a las 200 empresas mundializadas a
concentrar sus centros operativos en un pequeño
puñado de países centrales.

CLASES Y ESTADOS
II

Quiénes consideran que la
transnacionalización del capital ha dado lugar a un
proceso equivalente en el terreno de las clases dominantes y los
estados, señalan como evidencias de
este cambio el avance de la inversión
extranjera, la internacionalización del trabajo y la
gravitación de los organismos mundiales . Negri incluso
considera que se ha consumado la formación de un nuevo
orden jurídico -inspirado en la constitución
norteamericana- surgido de la transferencia de soberanías
nacionales al centro imperial de la ONU.

Pero este esquema es completamente forzado, ya que no
existe ningún indicio de globalización plena de la
clase dominante. Cualquiera sean sus divisiones internas, la
burguesía norteamericana constituye un agrupamiento
claramente diferenciado de su homólogo japonés o
europeo. Actúa en torno a gobiernos, instituciones y
estados distintos, defendiendo políticas arancelarias,
impositivas, financieras o monetarias propias y actúa en
función de sus intereses específicos. Incluso la
integración de ciertas burguesías en torno a un
estado supranacional -como en el caso de Europa- no convierte a
sus miembros en "capitalistas globales", puesto que no se han
enlazados también con sus competidores extracontinentales
en un mismo estado.

La eventual transnacionalización de la capa
gerencial de algunas corporaciones y del segmento directivo de
los organismos internacionales tampoco prueba el surgimiento de
una clase dominante global. Este staff de funcionarios
cosmopolitas conforma una burocracia de altas responsabilidades,
pero no constituye una clase . El principal parámetro para
evaluar la existencia de esta formación social -la
propiedad de
los medios de
producción- indican una clara fragmentación
geográfica dentro del viejo radio de las naciones. Los
dueños de cada empresa
transnacional son norteamericanos, europeos o japoneses y no
"globales". Los datos de propiedad de las 500 mayores
corporaciones confirman esta conexión nacional, ya que el
48% de estas compañías pertenece a capitalistas
norteamericanos, el 30% a europeos y el 10% a
japoneses

Además, el FMI, la OMC o el WEF (World Economic
Forum) no constituyen estructuras
estatales homogéneas, sino centros de negociación de las distintas corporaciones,
que a través de sus representantes estatales defienden
distintos acuerdos comerciales y tratados de
inversiones.

Las compañías se apoyan en estas
estructuras para batallar con sus rivales. Cuándo, por
ejemplo, Boeing y Airbus se disputan el mercado
aeronáutico mundial, recurren más a sus lobbistas
de Estados Unidos y Europa, que a los funcionarios de la OMC. En
la competencia interimperialista chocan estados o bloques
regionales y no entrelazamientos intercorporativos del tipo
Toyota-General Motors versus Chrysler-D.M.Benz.

El rol privilegiado que mantienen los estados demuestra
que las principales funciones
capitalistas de esta institución (garantizar el derecho de
propiedad, proveer los condiciones para la extracción
y realización del plusvalor, asegurar la coerción y
el consenso) no pueden mundializarse a la misma velocidad que
los negocios . Incluso si un estado transnacionalizado tuviera ya
los recursos, la experiencia y el personal
suficiente para encarar por ejemplo plenamente las funciones
represivas, carecería de la autoridad que cada
burguesía conquistó en su nación
a lo largo de varios siglos para ejercer esta tarea.

Negri ignora estas contradicciones al postular la
existencia de una nueva soberanía imperial en torno a la
ONU. Deduce esta vigencia de un análisis restrictivamente
jurídico y totalmente desligado de la lógica
de funcionamiento del capital. Pero lo más sorprendente es
su candorosa presentación de las Naciones Unidas
como un sistema opresivo en la cúpula (Consejo de
Seguridad) y democrático en la base (Asamblea General),
olvidando que esta institución -en todos sus niveles-
actúa como un pilar del orden imperialista actual. Esta
benevolencia se apoya, a su vez, en una mirada apologética
de la constitución norteamericana, que desconoce
cómo la elite de ese país construyó un
sistema político de opresión, mediante un mecanismo
de contrapoderes destinado a burlar el mandato popular . Esta
visión de la soberanía imperial extrema los errores
del enfoque transnacionalista, porque exagera el principal
defecto de esta visión: desconocer que la mayor
integración mundial del capital se desenvuelve en el marco
de los estados y las clases dominantes existentes o
regionalizadas.

LOS ERRORES DEL
"SUPERIMPERIALISMO"

En la tesis del imperio está parcialmente
implícita una caracterización del dominio
indisputado de Estados Unidos. Aunque Negri subraya que el
imperio "carece de centro territorial", también
señala que todas las instituciones de la nueva etapa
derivan del antecedente estadounidense y se erigen en
oposición a la decadencia europea.

Esta interpretación converge todas las
caracterizaciones que identifican el liderazgo
norteamericano actual con el "predominio de una sola potencia",
la "unipolaridad del mundo" o el afianzamiento de la "era
estadounidense". Estas visiones actualizan la teoría del
superimperialismo, que postula la hegemonía total de un
rival sobre sus competidores.

El soporte empírico de esta tesis surge del
arrollador avance norteamericano de la última
década, especialmente en el terreno político y
militar. Mientras que la acción de las Naciones Unidas ha
quedado acomodada a las prioridades de Estados Unidos, la
presencia del gendarme norteamericano se ha extendido a todos los
rincones del planeta, a través de los acuerdos con
Rusia y la
intervención en regiones -como Asia central o
Europa Oriental- que estaban fuera de su control.

Estados Unidos detenta una clara superioridad
tecnológica y productiva frente a sus rivales. Esta
supremacía se ha verificado en la actual recesión
global, porque el nivel de actividad económica mundial
presenta un extraordinario grado de dependencia del ciclo
norteamericano.

Estados Unidos retomó en los 90 el liderazgo que
desafió Europa en los 70 y Japón en los 80. Desde
el gobierno de Reagan, la primer potencia explotó las
ventajas que le otorga su primacía militar, para financiar
su reconversión económica con recursos del resto
del mundo. En ciertos períodos apeló al
abaratamiento del dólar (para relanzar las exportaciones)
y en otras fases al encarecimiento de esa divisa (para absorber
capitales externos). También impuso alternativamente la
liberalización comercial y el proteccionismo en los
sectores que detenta respectivamente alta o baja competitividad, respectivamente. Esta
recuperación hegemónica se explica a su vez por la
implantación internacional que tienen las corporaciones
estadounidenses y porque el capitalismo norteamericano se ha
orientado desde el siglo pasado a penetrar los mercados internos
de sus competidores.

Sin embargo, ninguno de estos hechos prueba la
existencia del superimperialismo, ya que la supremacía
norteamericana no ha conducido al sometimiento de Europa o
Japón. Los conflictos que oponen a las grandes potencias
tienen la envergadura de conflictos interimperialistas y no son
comprables a los choques entre países centrales y
periféricos. En las disputas comerciales con Estado
Unidos, Francia no se comporta como Argentina, dentro del FMI
Japón no mendiga créditos sino que actúa como
acreedor y Alemania es protagonista y no víctima de las
resoluciones del G 8.

Las relaciones entre Estados Unidos y sus competidores
no presentan los rasgos de la dominación imperial. Existe
una contundente primacía norteamericana en las relaciones
geopolíticas, pero "el nexo transatlántico" no
implican la subordinación de Europa y el "eje del
Pacífico" no se caracteriza por la sujeción de
Japón a cualquier exigencia de Estados Unidos .

La tesis superimperialista sobrevalora el liderazgo
norteamericano y desconoce sus contradicciones del liderazgo.
Gowan opina acertadamente, que la forma de dominación
"suprematista" (a costa de los rivales) y no "hegemonista"
(compartiendo los frutos del poder) de Estados Unidos socava su
liderazgo. La fuerza estadounidense se construye además,
mediante el entrelazamiento y no -como en el pasado- a
través del aplastamiento bélico de los
competidores. Y esta modalidad obliga a forjar alianzas, que al
no surgir de un desenlace militar son más frágiles.
El carácter elitista del imperialismo actual, es decir
carente del sostén masivo, chauvinista y patriotero de
principio del siglo XX, también erosiona la superioridad
de la primer potencia.

La supremacía estadounidense se ejerce en la
práctica a través de las guerras en las zonas
periféricas más calientes del planeta. Pero
también esta belicosidad deteriora un curso
superimperialista, porque estas agresiones sistemáticas
potencian la inestabilidad. La nueva doctrina de "guerra
infinita" que aplica Bush profundiza este descontrol, ya que
rompe con la tradición de enfrentamientos limitados y
sujetos a cierta proporcionalidad entre medios y fines. En las
campañas contra Irak, "el narcotráfico" o el
"terrorismo", Estados Unidos busca crear un clima de temor
permanente a través de agresiones sin duración
acotada, ni objetivos precisos .

Este tipo de acción imperialista no sólo
disloca naciones, desintegra estados y destruye sociedades, sino
que también genera el tipo de "boomerangs" que Estados
Unidos acaba de padecer en carne propia con los talibanes. La
"guerra total" sin escrúpulos jurídicos
desestabiliza el "orden mundial" y deteriora la autoridad de sus
mandantes. Por eso la perspectiva de superimperialismo no se ha
consumado y está amenazada por la propia acción
dominante de Estados Unidos.

LA COMBINACIÓN
DE LOS TRES MODELOS

Ninguno de los tres modelos alternativos al imperialismo
clásico esclarece las relaciones actualmente predominantes
entre las grandes potencias. La tesis de la concurrencia
interimperialista no explica las razones que inhiben la
confrontación bélica e ignora el avance registrado
en la integración de los capitales. El enfoque
transnacionalista desconoce que las rivalidades entre las
corporaciones continúan mediadas por la acción de
las clases y los estados nacionales o regionales. La
visión superimperialista no toma en cuenta la inexistencia
de relaciones de subordinación entre las economías
desarrolladas equiparables a las vigentes en la
periferia.

Estas insuficiencias inducen a pensar que la rivalidad,
la integración y la hegemonía contemporánea
tienden a combinarse en nuevo tipo de vínculos
interimperialistas, más complejos que los imaginados en
los años 70. Indagar esta mixtura es más provechoso
que preguntarse cuál de los tres modelos concebidos en ese
momento ha prevalecido. En las últimas décadas el
avance de la mundialización ha incentivado la
asociación trasnacional de capitales, alentando la
concurrencia tradicional e induciendo también a una
potencia a asumir un liderazgo cohesionador del sistema
.

Reconocer esta combinación permite comprender el
carácter intermedio de la situación actual. Por el
momento no predomina la rivalidad, la integración, ni la
hegemonía plenas, sino un cambio en las relaciones de
fuerza al interior de cada potencia, que favorece a los sectores
transnacionalizados en desmedro de los nacionalizados en el marco
de los estados y clases existentes .

Este balance de posiciones difiere en cada país
(en Canadá u Holanda, la fracción mundializada es
probablemente más gravitante que en Estados Unidos o
Alemania) y en cada sector (en la industria automotriz, la
transnacionalización es mayor que en la siderurgia). El
capital se internacionaliza mientras los viejos estados
nacionales continúan asegurando la reproducción
general del sistema.

La nueva combinación de rivalidad,
integración y supremacía imperialistas forma parte
de las grandes transformaciones recientes del capitalismo. Se
inscribe en el marco de una etapa signada por la ofensiva del
capital sobre el trabajo
(incremento del desempleo, la
pobreza y la flexibilización laboral), la expansión
sectorial (privatizaciones) y geográfica (hacia los ex
"países socialistas") del capital, la revolución
informática y la desregulación
financiera.

Estos procesos han alterado el funcionamiento del
capitalismo y multiplicado los desequilibrios del sistema, al
debilitar la regulación estatal de los ciclos
económicos e incentivar la rivalidad entre las
corporaciones. Las viejas instituciones políticas pierden
autoridad a medida que parte del poder efectivo se desplaza hacia
nuevos organismos mundializados, que carecen a su vez de
legitimidad y consenso popular. Además, la escalada
militar imperialista provoca colapsos en las regiones
periféricas ahondando la inestabilidad mundial
.

Estas contradicciones son características del
capitalismo y no presentan las similitudes con el imperio romano
que postulan numerosos autores. Estas analogías subrayan
la identidad de
mecanismos de inclusión o exclusión de los grupos
dominantes al centro imperial , la semejanza institucional
(Monarquía-Pentágono,
Aristocracia-Corporaciones, Democracia-Asamblea ONU) o la decadencia
común de ambos sistemas
(caída de Roma-"pudrición" del régimen actual)
.

Pero el capitalismo contemporáneo no está
erosionado por una expansión territorial desbordada, ni
está corroído por el estancamiento agrario, la
improductividad del trabajo o el derroche de la casta dominante.
A diferencia del modo de producción esclavista, el
capitalismo no genera la paralización de las fuerzas
productivas, sino un desarrollo descontrolado y sujeto a crisis
cíclicas.

Las contradicciones derivadas de la
acumulación, la extracción de plusvalía, la
valorización del capital o la realización del valor
conducen a la crisis, pero no a la agonía de la
Antigüedad. Pero la diferencia crucial radica en el rol
jugado por sujetos sociales con capacidad de
transformación histórica, que no existían
durante la decadencia romana.

LOS AMBITOS DE LA RESISTENCIA
POPULAR

Los trabajadores, explotados y oprimidos de todo el
planeta son los antagonistas del imperialismo del siglo XXI. Su
acción ha modificado en los últimos años el
clima de triunfalismo neoliberal prevaleciente en la elite de la
clase dominante desde principios de los 90. Una sensación
de desconcierto comienza a instalarse en el "establishment"
globalizador, como lo prueban las críticas que los popes
del neoliberalismo descargan contra el curso económico
actual.

Soros, Stiglitz o Sachs ahora escriben impactantes
libros para
denunciar el descontrol de los mercados, el exceso de austeridad
o la inconveniencia de ajustes extremos. Sus caracterizaciones
son tan superficiales como los desbordantes elogios que antes
propinaban al capitalismo. No aportan ninguna reflexión
relevante, pero testimonian el malestar que ha creado en la
cúspide del imperialismo, el desastre social creado
durante los años de la euforia privatizadora.

Estos cuestionamientos al "capitalismo salvaje" reflejan
el avance de la resistencia popular, porque los dueños del
mundo ya no sesionan en paz. Sus encuentros en puntos remotos y
en reuniones atrincheradas siempre enfrentan las manifestaciones
del movimiento de protesta global. No pueden aislarse en Davos,
rehuir la escandalosa represión de Génova, ni
ignorar los desafíos de Porto Alegre. Ya no hay "discurso
único", ni "un sola alternativa" y con el avance de los
cuestionamientos populares decrece la imagen de
omnipotencia imperialista.

Los participantes de la protesta global son los
artífices centrales de este cambio. Su resistencia ya
desborda el impacto mediático inicialmente creado por el
boicot a las cumbres de presidentes, ejecutivos y banqueros.
Seattle marcó un
"antes y un después" para el desarrollo de esta lucha, que
no ha decaído luego del 11 de septiembre.

Los presagios de un gran reflujo han quedado desmentidos
y la intimidación "antiterrorista" no logró vaciar
las calles de manifestantes. Entre octubre y diciembre pasado
250.000 jóvenes se movilizaron en Peruggia, 100.000 en
Roma, 75.000 en Londres y 350.000 en Madrid. En
febrero, el segundo encuentro de Porto Alegre superó la
concurrencia y representatividad de las reuniones anteriores y
una marcha posterior en Barcelona concentró a 300.000
manifestantes. La movilización más reciente de
Sevilla contra la "Europa del Capital" reunió a 100.000
personas. Estas reacciones confirman la vitalidad de un
movimiento que tiende a incorporar a su acción la batalla
contra el militarismo. Un movimiento antiguerra empieza a
despuntar, siguiendo las huellas dejadas por las luchas contra
los crímenes de Argelia en los 60 y Vietnam en los 70
.

La clase obrera se perfila como otro desafiante del
imperialismo, tanto por su convergencia con la protesta global
(muy significativa en Seattle), cómo por la
recomposición de las luchas reivindicativas. La etapa de
severo reflujo que inauguraron las derrotas de los 80
(Fiat-Italia en 1980,
los mineros británicos en 1984-85) tiende a revertirse
desde mediados de los 90, al compás de importantes
acciones en Europa (huelgas en Francia y Alemania) y en la
periferia más industrializada (Corea, Sudáfrica,
Brasil). La extraordinaria movilización de tres millones
de trabajadores italianos en mayo pasado y la impactante huelga general
en España
confirman esta recuperación de la clase obrera.

Las sublevaciones populares en la periferia representan
el tercer desafío al imperialismo. Los ejemplos de esta
resistencia en Sudamérica son contundentes, a partir de la
significativa extensión de la rebelión argentina. A
medida que el "contagio económico" se irradia hacia las
naciones vecinas (fugas de capital, quiebras bancarias y mermas
de inversiones), también se expande el "contagio
político" con manifestaciones y cacerolazos en Uruguay,
grandes movilizaciones agrarias en Paraguay y masivos
levantamientos contra las privatizaciones en
Perú.

Por otra parte, la intervención popular contra el
golpe de
estado en Venezuela marcó el debut de una
reacción masiva contra la política pro-dictatorial
que promueve el imperialismo norteamericano. Este éxito
de los oprimidos constituye apenas el primer round de un
enfrentamiento que atravesará por numerosos episodios, ya
que el Departamento de Estado ha puesto en marcha una escalada de
provocaciones contra cualquier gobierno, pueblo o política
que no siga fielmente su libreto.

A escala mundial, el caso más dramático de
estas agresiones es la masacre de los palestinos. El nivel de
salvajismo imperialista en Medio Oriente rememora las grandes
barbaries de la historia colonial y por eso la resistencia
popular en esa región es emblemática y despierta la
solidaridad de todos los pueblos del plantea.

La protesta global, la recuperación de la clase
obrera y las rebeliones en la periferia demuestra los límites de
la ofensiva del capital. Al cabo de una década de
atropellos sociales las relaciones de fuerza comienzan a cambiar
y este giro abre un nuevo espacio ideológico para el
pensamiento
crítico, que vuelve a tornar atractivas las ideas del
socialismo. A
medida que el neoliberalismo se desprestigia, el socialismo deja
de ser mala palabra y el marxismo ya no
es visto como un pensamiento arcaico. Este resurgimiento
replantea varios problemas de
la estrategia socialista.

CUATRO DESAFIOS
POLITICOS

Un nuevo internacionalismo ha irrumpido junto a la
protesta global en las marchas cosmopolitas en favor de "otra
mundialización". Estas movilizaciones incluyen un fuerte
cuestionamiento de los principios de competencia, individualismo
y beneficio y han generado un avance de la conciencia
anticapitalista, que se refleja en algunos lemas de estas marchas
("el mundo no es una mercancía"). Contribuir a transformar
esta crítica
embrionaria al capital en una propuesta de emancipación es
la primer tarea que enfrentan los socialistas.

Esta alternativa ya se debate en los
foros mundiales, cuándo se analiza la perspectiva social
del internacionalismo espontáneo del movimiento. En la
protesta global prevalece una oposición total a las
reacciones fundamentalistas contra los atropellos imperialistas y
un contundente rechazo a las confrontaciones étnicas o
religiosas entre los pueblos explotados, que fomenta la
derecha.

Esta solidaridad internacionalista es incompatible con
cualquier proyecto capitalista que invariablemente implica
fomentar la explotación y por lo tanto, estimular los
enfrentamientos nacionales. Sólo el socialismo ofrece una
perspectiva de comunidad real
entre los trabajadores del mundo.

El generalizado despertar de la lucha antiimperialista
en la periferia presenta un segundo desafío para los
socialistas. Algunos teóricos ignoran esta
irrupción porque han decretado el fin del nacionalismo y
celebran esta desaparición, sin poder distinguir entre las
corrientes reaccionarias y progresistas de estos movimientos.
Estos autores declaran, además, la inoperancia de
cualquier táctica, estrategia o prioridad política
en las nuevas "luchas horizontales", porque interpretan que en
estos combates se enfrentan el capital y el trabajo sin
ningún tipo de mediaciones .

Esta visión constituye una burda
simplificación de la lucha nacional, porque coloca dentro
de una misma bolsa a los talibanes y a los palestinos, a los
ejecutores de masacres étnicas en Africa o los Balcanes
con los artífices de las guerras de liberación de
las últimas décadas (Cuba, Vietnam, Argelia). No
logra distinguir dónde se ubica el progreso y en
qué lugar se sitúa la reacción. Por eso no
comprende porqué los pueblos del Tercer Mundo luchan por
el desconocimiento de la deuda externa, la nacionalización
de los recursos energéticos o la protección
arancelaria de la producción local.

Definir tácticas y concebir estrategias
específicas es importante, dado que las reivindicaciones
nacionales que comparten los explotados de la periferia, no
tienen significación para los trabajadores de las naciones
centrales. El enfoque transnacionalista repite la vieja
hostilidad liberal hacia las formas concretas de resistencia
popular en los países subdesarrollados, recurriendo a un
lenguaje
más radical. Sus vaguedades transmiten un sentimiento de
impotencia frente a la dominación imperialista, porque en
el mundo sin fronteras, centros y territorios que describen,
resulta imposible localizar al opresor y establecer algún
rumbo para enfrentarlo.

El tercer desafío de la política
socialista es concebir estrategias de captura y
transformación radical del estado, a fin de abrir un
camino de emancipación. Este objetivo exige desmistificar
el cuestionamiento neoliberal a la utilidad de la
intervención estatal y las creencias neutralistas del
constitucionalismo, que enmascara el control detentado por la
clase dominante sobre esta institución. Especialmente, la
difundida oposición entre desreguladores neoliberales y
reguladores antiliberales encubre la vigencia de una
gestión capitalista coincidente del estado. Este manejo es
la causa del creciente divorcio entre
la sociedad y el estado. Cuánto más dependen los
asuntos públicos del lucro empresario,
mayor peso adquieren los aparatos y las burocracias alejadas de
las necesidades mayoritarias de la población.

Pero la superación de esta fractura estatal exige
inaugurar una gestión colectiva que permita avanzar hacia
la extinción progresiva del carácter elitista y
opresor del estado. Este objetivo no puede alcanzarse a
través de un acto mágico de disolución de
instituciones que tienen raíces milenarias, ni puede
lograrse mediante el enigmático camino emancipatorio que
proponen, quiénes postular cambiar la sociedad rehuyendo
la captura y manejo del poder .

Algunos teóricos argumentan que en la actual
"sociedad de control" las formas de dominación son tan
invasoras, como frustrantes de cualquier transformación
social basada en el manejo popular del estado . Pero esta
sugerencia de un poder omnipresente ("que está en todas
partes y en ninguna") convierte cualquier debate concreto sobre
la lucha contra la explotación, en una reflexión
metafísica sobre la impotencia del individuo
frente a su entorno opresivo. Eludiendo el análisis de las
raíces objetivas y los pilares sociales de esta
sujeción se torna imposible concebir caminos concretos de
superación de la dominación capitalista
.

Precisar quiénes son los agentes de un proyecto
de transformación anticapitalista es el cuatro
desafío de los socialistas. Observando a los trabajadores
en huelga, a los jóvenes de la protesta global y a las
masas movilizadas de la periferia no es muy difícil
definir quiénes son los artífices de un cambio
emancipatorio. Este nuevo protagonismo popular socava el discurso
neoliberal individualista sobre el fin de la acción
colectiva, pero no ha generado aún, reconocimientos del
papel central de las clases oprimidas (y especialmente del rol de
los trabajadores asalariados) en la transformación
social.

Esta omisión obedece, por un lado, a la
gravitación que se le asigna a la "ciudadanía" en los cambios
políticos, olvidando que esta categoría uniforma a
los opresores y oprimidos en un mismo status y oculta que el
"ciudadano-obrero" carece de las atribuciones cotidianamente
ejercidas por el "ciudadano-capitalista" (despedir, contratar,
acumular, derrochar, dominar). Incluso en las caracterizaciones
más radicales que hablan de la "ciudadanía
insurrecta" o de la "ciudadanía global", esta frontera de
clase queda disuelta y el antagonismo social es relegado a un
segundo plano.

Otra manera de diluir el análisis clasista
consiste en sustituir la noción de trabajador o asalariado
por el concepto de "multitud". Este agrupamiento es presentado
como el embrión de un "contraimperio" naciente, por su
capacidad aglutinante de los "deseos de liberación" de
sujetos "cosmopolitas, nómades y emigrados"

Aunque los promotores de esta categoría reconocen
su sentido meramente poético, pretenden de hecho aplicarla
a la acción política . Y este trasplante genera
numerosas confusiones, porque la misma multitud alude a veces al
agrupamiento amorfo de individuos (nómades) y se refiere
en otras ocasiones a la acción de fuerzas particulares
(emigrados). En ninguno de los dos casos se explica porqué
ocuparía un lugar tan significativo en la lucha social de
un imperio, que al no ser localizable tampoco enfrenta
contrincantes muy definidos. Pero lo más difícil de
este rompecabezas es dilucidar para que sirve.

Abandonando los malabarismos verbales y analizando, en
cambio, el potencial emancipatorio de la clase trabajadora para
comandar un proyecto socialista se puede arribar a las
conclusiones de mayor provecho. Esta reflexión puede
partir de la creciente "proletarización del mundo", es
decir de la estratégica gravitación social que han
alcanzado los trabajadores, definidos en un sentido amplio como
la masa total de los asalariados . Esta impresionante fuerza
podría transformarse en un poder anticapitalista efectivo,
si se concreta un salto significativo en la conciencia socialista
de los explotados.

Las condiciones para este avance político ya se
han reunido, como lo prueban las discusiones sobre el
internacionalismo, el estado y el sujeto de la
transformación social. Repitiendo lo ocurrió en
1890-1920, el debate sobre el imperialismo vuelve a ubicarse
también en el centro de esta maduración
política. ¿Estas similitudes se extenderán
al crecimiento del movimiento socialista? Quizás la
sorpresa de la nueva década sea el surgimiento de
partidos, líderes y pensadores comparables a los
clásicos marxistas del siglo pasado.

 

 

 

 

Autor:

Claudio Katz

Economista, profesor de la
Universidad de
Buenos Aires e
investigador del CONICET

URL:http://katz.lahaine.org

Junio de 2002.

Partes: 1, 2
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