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La concepción moral según Carlos Marx (página 2)



Partes: 1, 2

Por lo demás no hay que pasar por alto que Engels
considera esta «moralidad
humana real»
como algo futuro y no algo que esté
ahora a nuestro alcance, pues seguimos prisioneros de la sociedad de
clases y de sus conflictos
inevitables. Está claro además que Engels niega
enfáticamente que existan «verdades eternas»
sobre moralidad. Piensa sinceramente que los principios de una
«moralidad humana real» -perteneciendo como
pertenecen a un orden social futuro- son tan incognoscibles para
nosotros como las verdades científicas postuladas para una
teoría
de una sociedad futura que la praxis
aún tiene que probar.

Así, teniendo en cuenta lo contradictorio de los
puntos de vista que se han sostenido sobre el tema, esto quiere
decir que el papel desempeñado por las concepciones
morales en el pensamiento de
Marx nunca ha
estado
plenamente claro ni siquiera entre los propios marxistas. Las
consecuencias de esta falta de consenso constituyen por sí
solas un viejo debate dentro
de la teoría marxista, a lo menos, en lo que corresponde a
este específico punto. Con todo, históricamente la
tendencia se ha movido más por el lado de concluir la
existencia de una "moral
marxista"
, idea que se ha hecho carne, incluso, en no pocos
reputados pensadores e investigadores del marxismo.

Ahora bien, resulta evidente que Marx ha tomado de
Hegel la idea
de que la moralidad abstracta (kantiana) es impotente, y que los
motivos que son históricamente efectivos siempre armonizan
los intereses individuales con los de un orden social, movimiento o
causa más amplio. Sin embargo, a pesar de esta crítica
igual Hegel critica la «moralidad» sólo
en sentido estrecho, intentando salvarla en su sentido más
amplio. Ello porque Hegel al situar la armonía de los
intereses individuales y de la acción
social en la «vida ética», sigue tirándole un
salvavidas a la moral, pues
la armonía de los intereses individuales y de la
acción social en la "vida ética" sigue
siendo algo distintivamente moral por el hecho de que su
apelación final a nosotros es supuestamente la
apelación de la razón imparcial. Pero como quiera
que sea el sistema de la
vida ética igual resulta ser un sistema de derechos, deberes y justicia que
realiza el bien universal, incluyendo en su movimiento, en
sentido más limitado, a la moral como uno de sus
momentos.

Por otra parte, tenemos tambíén que en el
joven Marx arraiga temprano la lección hegeliana de que la
falsedad acecha siempre que nos empeñamos en separar los
hechos de los valores,
al igual que ocurre si insistimos en deslindar al mundo de
nuestro pensar acerca de él. Y si bien la tesis de la
indistinción entre hechos y valores
formaba parte de la metafísica
hegeliana, el caso es que Marx supo traducirla en un sentido
más amplio para los objetos de sus observaciones
sociológicas, señalando a este respecto que todo
contenido social de conciencia ha de
reflejarse en la praxis concreta de los sujetos. Separar en
éstos apreciaciones y acciones
sólo provoca la recaída en una mala
abstracción: la que permite hablar del hombre como
una entelequia asocial o de los valores como aspiraciones
desencarnadas.

Del respeto a esta
idea de indistinción, junto a otras, se deduce la actitud
predominante de Marx en la crítica, primero, de las
instituciones
sociales burguesas y, después, del capitalismo:
se trata de hacer ver de qué modo específico las
conductas expresan valores, no de juzgar si los valores son
adecuados o no. Por eso no ha de resultar sorprendente que cuando
Marx se refiere al comunismo no lo
exponga simplemente como un conjunto de valores deseables. Su
esfuerzo primordial no consiste en presentar de forma atractiva
al comunismo, aunque esté convencido de que se trata de un
orden más racional que el capitalismo, sino mostrar de
qué modo los individuos comprenden el mundo gracias y al
mismo tiempo que lo
transforman necesariamente. De este modo, la unidad de hechos y
valores acaba vinculándose con la idea de praxis;
ésta, unificando teoría y práctica desarma
toda tentativa de otorgar autonomía a las construcciones
teóricas, incluyendo, claro está, a cualquier
reflexión de orden moral o jurídico. Y esto se
encuentra bien explícito en su conocido juicio: "Es en la
práctica donde el hombre
tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el
poderío, la terrenalidad de su
pensamiento."

En un sentido análogo, Marx también
podría haber dicho que la práctica demuestra
igualmente los valores
morales defendidos y que, por consiguiente, no resulta
necesario plasmar su validez en abstracto para convencer de ella
a los individuos; pero se habría detenido en una
consideración de este tipo si hubiese creído que
las nociones morales o jurídicas podían determinar
efectivamente las actitudes y
las conductas de los hombres al margen de las instancias
económicas clásicas que
identificó.

Cabe destacar que la posición descrita no es
únicamente la del Marx maduro: Marx la adopta en el
momento que admite la indistinción entre hechos y valores,
es decir, cuando a su paso por la universidad de
Berlín, lee a Hegel y se esfuerza en desarrollar una
postura filosófica propia que halle acomodo entre dos
tesis contrapuestas: la aceptación resignada de los hechos
históricos, al modo de la derecha hegeliana, y las
exigencias morales con las que se enfrentan al mundo la izquierda
hegeliana y los socialistas utópicos. Por ello, La
ideología alemana
no es la obra que
inauguraría su desdén por el servicio que
pueden prestar los conceptos morales o jurídicos, sino
sencillamente el lugar donde éste se hace
explícito.

Ahora bien, si sólo en el comunismo puede
aceptarse conscientemente que el mundo es el resultado del
esfuerzo práctico de los hombres, nunca algo independiente
de ellos y que se les opone, entonces la ontología de la naturaleza
humanizada, así como la epistemología que se deriva de ella, han de
formar parte de la utopía social de Marx.

Es en los Manuscritos
económico-filosóficos de 1844
donde Marx
afirma, de modo inequívoco, en más de una
ocasión, que el comunismo representa sobre todo una
transformación decisiva de la naturaleza
humana, que inaugura una relación nueva con la
naturaleza a la par que una nueva comprensión de
ésta. Debido a la
metamorfosis total del ser humano que genera en todas sus
esferas de actuación, su conciencia y sus relaciones con
el mundo natural o social, el comunismo no puede ser reducido a
una propuesta global de orden moral o de corrección
jurídica más que a riesgo de una
terrible equivocidad.

Además, desde su juventud, Marx
creyó, en la misma línea de Hegel, que ninguna
norma moral ni ningún conjunto de normas morales o
jurídicas podían producir una transformación
de tal calibre. En este sentido, la idea de considerar al
comunismo como un telos moral, orientador de la acción
revolucionaria, o como una forma sofisticada y anclada en el
devenir histórico de implantar la justicia es incompatible
con la intención explícita y temprana de Marx de
hallar un punto de paso intermedio entre el fatalismo
histórico y la pretensión de desafiar moralmente a
la realidad. Marx siempre rechazó ser incluido entre
aquellos que reducían la historia a un conjunto de
hechos no susceptibles de control humano,
pero tampoco admitió nunca ser alineado en la larga serie
de reformadores sociales que creyeron posible modificar las
circunstancias sociales e históricas mediante el
ímpetu de la voluntad moral o el afán por la
justicia.

Partiendo de estas ideas es que quiero aventurar mi
reflexión personal, en
dirección a apostar por aquella tesis
opuesta a aquella que ha deducido de los escritos de Marx la
existencia de una moral marxista. Por cierto, mi exposición
no va a resultar nada nuevo en circunstancias que ya otros
investigadores (Allan Woods, Lluis Pla Vargas, etc.,) se han
pronunciado en el mismo sentido. Claro está que ahora
agregaré variables y
complementaciones propias que he estimado necesario introducir,
para mejor aclarar el punto. Por cierto mis ideas no se
encuentran animadas bajo el propósito de entrar a
descalificar a aquellos que piensan en contrario, ni menos
presuponer que las mismas tengan que prevalecer sobre
éstos. Al contrario, mi intención se encuentra
animada bajo el espíritu de aportar ideas y puntos de
vista a manera de mantener vivo un debate sobre uno de los
aspectos de la teoría marxista sobre la que no se ha hecho
mucha luz como si ha
hecho sobre otras categorías (dialéctica, enajenación, alienación,
etc.)

No es un dato menor señalar que, según
Marx, los seres humanos no necesitan una moral para ver
transformado su mundo. Para Marx las ideas morales así
como las filosóficas y todas aquellas categorías
que se encuentran alojadas en la superestructura, no contribuyen
a superar el mundo real, más bien son precisamente esas
ideas los que lo consagran y justifican. Así entonces, la
Ley y la moral
son prejuicios burgueses derivados de intereses burgueses,
constituyendo ambas categorías los portavoces de dichos
intereses.

Ahora bien, en un sentido amplio es
característico del pensamiento moral presentarse como un
pensamiento fundado en cosas como la voluntad de un Dios
benévolo para todos, o un imperativo categórico
legislado por la pura razón o un principio de felicidad
general, etc. Desde este punto de vista la moralidad se describe
como la perspectiva de una buena intención imparcial o
desinteresada, que tiene en cuenta todos los intereses relevantes
y otorga preferencia a unos sobre otros sólo cuando
existen razones buenas para hacerlo. Incluso, si recurrimos al
diccionario de
la Real Academia de la Lengua,
observamos allí una definición que opera en el
sentido indicado: "Ciencia que
trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a
su bondad o malicia". Así, cualquiera sean las fuentes a que
recurramos para encontrar un significado de la palabra moral,
vamos a comprobar que todas operan en el sentido precedentemente
indicado.

Entonces, de acuerdo a su significado, entendemos que la
esencia de la moral corresponde a una idea intrínsecamente
ligada a "acciones humanas", cuya tendencia es ser aceptadas por
todos, es decir, conlleva en sí un rango inequívoco
de generalidad, de universalidad. Esto quiere decir que desde el
punto de vista filosófico la idea de moral responde
inequívocamente a una concepción metafísica,
y bien sabemos que la teoría de Marx tiene la razón
de ser de su fundamento en la dialéctica, justamente
ésta última en oposición frontal a la
metafísica. De allí que esta va a ser la primera
poderosa razón y la primera gran pista que me van a servir
para fundamentar mi negación a la supuesta existencia de
una moral marxista.

Sin embargo, en mi opinión, existe una
razón aún más poderosa para reforzar este
punto de vista, y que tiene su origen en los propios escritos de
Marx. En efecto, en varios de sus escritos Marx refiere que los
actos humanos deben estar motivados no por tal o cual moral sino
por la "autotransparencia" de la acción.
¿Qué quiere decir con esto Marx? Evidentemente el
señala que la autotransparencia de la acción no es
meramente un valor
teórico. Y si bien es cierto que la humanidad puede no
haber conocido aún una forma social de vida regida por la
autotransparencia de sus componentes, ello se debe a que la
estabilidad de todas las sociedades
basadas en la opresión de clase " y esto
significa todo orden social registrado en la historia, incluido
el nuestro" depende del hecho de que sus miembros están
sistemáticamente privados de la libertad de
autotransparencia social. En este orden los oprimidos sólo
pueden seguir en su lugar si se mistifican adecuadamente sus
ideas sobre ese lugar; cuestión precisa y necesaria para
los opresores, pues de lo contrario el sistema podría
verse amenazado si se incubaran ideas excesivamente precisas
sobre las relaciones que les benefician a expensas de
otros.

De otra parte, de cuerdo con la doctrina marxista, todas
las instituciones humanas, el pensamiento y las acciones tienen
una base económica. De allí que los seres humanos
no necesitan una moral para transformar el mundo, sólo se
necesita transformar las condiciones materiales en
que se desarrolla la vida de la humanidad. Como se sabe, para
Marx no es la teoría sino la practica, el cambio de
circunstancias reales, lo que eliminará ciertas ideas de
las mentes humanas y así erradicar la moral de las
personas al considerarlas ya no necesarias. La moral no
será capaz de superar la alienación del hombre,
sino que será preciso la transformación de las
estructuras
materiales que son las realmente culpables de la
enajenación de los seres humanos. Las ideas morales o
filosóficas, al contrario de lo que creían los
filósofos e intelectuales
de su época, no contribuyen a superar este mundo,
más bien lo consagran y lo justifican al no darse cuenta
de su procedencia. La Ley y la moral son prejuicios burgueses
derivados de intereses burgueses con la única y exclusiva
intención de perpetuar las condiciones existentes de la
sociedad de clases. En este cuadro, los valores morales cumplen
la función
de ser los portadores y portavoces de los intereses de la clase
dominante. De esto se instituye que la transformación
moral del mundo es una mentira si no
atiende fundamentalmente a la corrección de una distribución de la riqueza radicalmente
injusta.

No resulta casual, entonces, que en sus escritos la
actitud de Marx se muestra
más bien hostil hacia la moral, a los valores morales e
incluso a la propia moralidad. Así, por ejemplo, contra
Proudhon, Heinzen y los "socialistas auténticos
alemanes"
, Marx las emprende una y otra vez utilizando
regularmente los términos de "moralidad" y "crítica
moralizante" como epítetos insultantes. Condena
amargamente la exigencia de "salarios
justos"
y "distribución justa" del Programa de Gotha
afirmando que estas expresiones "confunden la perspectiva
realista de la clase trabajadora"
con la "verborrea
desfasada"
y la "basura
ideológica"
que su enfoque científico ha vuelto
obsoleta. Incluso, cuando algunos amigos persuaden a Marx para
que incluya una retórica moral suave en las reglas para la
"Primera Internacional", confiesa que tuvo que pedir
disculpas a Engels por ello: "me vi obligado a introducir dos
expresiones sobre "deber" y "lo correcto"… es decir, sobre
"la verdad, la moralidad y la justicia", pero están
situadas de forma tal que no pueden hacer daño
alguno"
.

Por cierto que el problema de la moral no se suscita a
partir de los escritos de Marx. Sobre el tema sabemos, por un
lado, que desde tiempos inmemoriales, hace miles de años
atrás, cuando se conformaron los primeros grupos humanos,
éstos empezaron a concordar comportamientos y costumbres a
modo de poder lograr una mejor convivencia entre los miembro de
la comunidad. En
ese tiempo, entonces, la moral no era teórica sino que
empírica. En las sociedades modernas en cambio, las
morales son preceptuadas en códigos y leyes en donde
éstas quedan preceptuadas de manera obligatoria para todos
los miembros. Y no sólo en las sociedades modernas, sino
que ya en las tablas de Moisés, en los diez mandamientos
encontramos ya los primeros preceptos morales
escritos.

Pero así como encontramos en la época
antigua testimonios y documentos del
como se preceptuaban códigos de moralidad, así
también encontramos escritos en donde pensadores, sobre
todo filósofos y hombres de letras, se oponen a estos
códigos de moralidad. Estos últimos a través
de la historia, han sido conocidos o denominados
"inmoralistas".

En efecto, desde la antigua Grecia nos han
llegado voces de
filósofos con un tono fuertemente inmoralista
(Diógenes, el cínico, por ejemplo.). Varios siglos
después, ejemplos como los del marqués de Sade y el
mismo Oscar Wilde, no harán más que radicalizar
dicha línea. Incluso, hasta el mismo Hegel pareció
quedar seducido por dicha impronta, pero la fuerza de su
Espíritu Absoluto le impidió ir más
allá. En la Modernidad, entre
otros, destacan las fuertes voces inmoralistas de Marx y Nietzsche,
cuyos ecos hoy adquieren renovados bríos.

"Yo soy el primer inmoralista", dirá Nietzsche en
Ecce Homo, libro escrito
el año 1888, cuando Marx ya había muerto. Sin
embargo, en mi opinión, en este punto Nietzsche se
equivoca, porque ya muchos años antes, en sus escritos
más tempranos, Marx le había arrebatado dicho
autoproclamado título. En efecto, cuando se ha intentado
hacer una analogía entre el pensamiento de Marx y
Nietzsche, respecto de la moralidad, los epígonos del
primero, suelen hablar de una supuesta "moral marxista" para
contraponerla a la moralidad capitalista, o bien a la inmoralidad
nietzscheana proveniente de aquel narcisismo individualista que
promueve el discurso del
filósofo de Sils María. Sin embargo, estas
pretensiones no han hecho más que malinterpretar al mismo
Marx.

En efecto, quien lea con atención los escritos de Marx y Nietzsche,
no podría dejar de concluir que el ataque a la moral de
Marx es mucho más radical y demoledora que la de
Nietzsche, puesto que este último supone la existencia de
dos tipos de morales, una moral que afirma la vida y otra que la
niega, de ahí que su lucha será en contra de todas
las morales negadoras (nihilistas) de la vida reivindicando, en
cambio, aquellas morales encaminadas a hacer una
afirmación de la vida.

Para Marx, en cambio, no hay morales ni afirmativas, ni
negadoras, ni de ningún otro tipo, simplemente a ambas les
resta validez por ser sólo productos o
subproductos que deambulan en la superestructura como una
más de las tantas invenciones que cristalizan finalmente
en la ideología. Por eso, en mi opinión, Marx no se
plantea reemplazar una moral por otra, simplemente se plantea, al
igual que para el Estado su
extinción, en el momento que advenga la sociedad
comunista, momento en el cual el hombre comunista hará
valer la "autotransparencia" en la acción. Siendo la
moralidad un sistema de ideas que interpreta y regula la conducta de una
manera esencial para el funcionamiento de cualquier orden social,
Marx opta por la autotransparencia de los individuos en sus
actos, y no por una determinada tal o cual moral, las cuales
cualesquiera sean sus orígenes, siempre actuarán en
forma compulsiva y, por tal, distorsionadoras de aquella
necesaria autotransparencia a que hace referencia
Marx.

Sin embargo, rechazar la moralidad no es necesariamente
rechazar toda conducta que prescribe la moralidad y defender la
conducta que prohibe. En efecto, algunos preceptos morales (como
un mínimo respeto a la vida e intereses de los
demás) parecen no tener sesgo de clase alguno, sino
pertenecer a cualquier código
moral concebible, pues sin ellos no sería posible sociedad
alguna. ¿Cómo puede querer Marx desacreditar estos
preceptos, o pensar que el materialismo
histórico los ha desacreditado? Además, si todos
los movimientos de clase precisan una moralidad, al parecer
entonces también la necesitará la clase
trabajadora. ¿Cómo puede querer Marx privar al
proletariado de un arma tan importante en la lucha de
clases?

Puede haber algunas pautas de conducta comunes a todas
las ideologías morales, y podemos esperar
ideologías morales que las realcen. Si la gente debe hacer
y abstenerse de hacer determinadas cosas para llevar una vida
social decente, sin duda Marx desearía que en la sociedad
comunista del futuro la gente hiciese y se abstuviese de hacer
esas cosas. Pero Marx no deseaba que se hiciesen porque lo
prescribe un código moral, pues los códigos morales
son ideologías de clase, que socavan la autotransparencia
de las personas que obran de acuerdo con ellas. Quizás el
temor es que sin motivos morales, nada nos impediría caer
en la extrema barbarie. Marx, sin embargo, no comparte este
temor, primo hermano del temor supersticioso de que si no existe
Dios, todo está permitido. La tarea de la
emancipación humana es construir una sociedad humana
basada en la autotransparencia racional, libre de la
mistificación de la moralidad y de otras
ideologías. Marx reconoce que en la actualidad no tenemos
una idea clara de cómo sería una sociedad
semejante, pero cree que la humanidad es igual a la tarea de
procurar una sociedad así.

De todo esto se comprende que Marx tenga poderosas
razones para negarse a eximir a las ideologías morales de
la clase trabajadora de semejante crítica. La misión
histórica del movimiento de la clase trabajadora es la
emancipación humana, pero toda ideología, incluidas
las ideologías obreras, socavan la libertad destruyendo la
autotransparencia de la acción. Marx arremete contra la
moralización en el movimiento obrero porque considera
indispensable para su tarea revolucionaria la "perspectiva
realista" que le aporta el materialismo
histórico.

Por eso los intereses de clase marxianos no son
"morales" siquiera en un sentido extenso. Son intereses de una
clase que está en relación hostil a otras clases, y
pueden defenderse sólo a expensas de los intereses de sus
clases enemigas. Además, todo esto vale tanto para los
intereses proletarios como para los de cualquier otra clase.
Representar los intereses de la clase trabajadora como intereses
universales o como algo imparcialmente bueno es para Marx un
paradigma de
falsificación ideológica y un acto de
traición contra la clase trabajadora.

Un tercer elemento a sumar para fundamentar de que no
existe una moral marxista, es el hecho de que Marx
inequívocamente pone a la moral en el mismo plano de la
ideología, presuponiendo que toda moral deriva en una
determinada tal o cual ideología. Relacionado con este
punto, Marx considera que los sistemas
filosóficos abstractos eran engaños, "formas de
ideología"
.

En efecto, para Marx, la ideología representaba
una falsa conciencia de los hechos sociales y económicos
de la vida. Típicamente, aparecía en las creencias
de los pensadores tradicionales que no estaban conscientes de la
fuerza impulsora (las realidades económicas) que
subyacía a sus concepciones, y que creían,
erróneamente, que su sistema era una creación pura
de su mente. De esta forma, se pueden comprender las razones de
la crítica de Marx a todos los teóricos de la
ética que formulaban principios universales de conducta.
Estos moralistas no ven que las exigencias morales son meras
racionalizaciones diseñadas por las clases
económicas dominantes, y que, al cambiar esas clases,
también cambia la moral. Como Marx y Engels lo expresan:
"Cada nueva clase, que se pone a sí misma en el lugar
de la clase dominante anterior a ella, se mueve únicamente
a la consecución de sus intereses, y los presenta como si
fueran el interés
común de toda la sociedad. La clase dominante da a sus
ideas la forma de universalidad, y las presenta como las
únicas racionales y universalmente
válidas"
.

La filosofía moral de Kant, basada en
un principio formal y abstracto de la razón llamado
imperativo categórico, sería esa forma
específica de ideología que Marx critica. Por eso
cuando Marx asegura que "los comunistas no predican ninguna
moral"
, está diciendo que la moral, en general, es un
sinsentido.

Como sabemos, Marx para configurar todo el armado de su
teoría, parte de las condiciones de clase existentes en la
sociedad de su época, condiciones de clase que surgen y se
crean a partir de las condiciones materiales de vida, de las
cuales se origina «toda una superestructura de
sentimientos, ilusiones, formas de pensar y concepciones de la
vida diferentes y características»
que sirven a
sus miembros a motivar acciones que llevan a cabo en su favor.
Pero en la medida que estos sentimientos, ideas y concepciones
son producto de
una clase especial de trabajadores intelectuales que trabajan en
beneficio de una clase, Marx reserva para ellos un nombre
especial: "ideología". Así, entonces, los
productos de los ideólogos " sacerdotes, poetas,
filósofos, profesores, pedagogos, etc." son, de acuerdo
con la teoría materialista, típicamente
ideológicos. Productos todos ellos que sirven para
explicar la concepción del mundo de clases
sociales particulares, en una época particular y que
sirven a los intereses de clase de éstos.

Es en esta línea que Engels, en una carta a Franz
Mehring, define la ideología como «un proceso
realizado por el pensador con la conciencia, pero con una "falsa
conciencia"
. Las fuerzas motrices verdaderas que le mueven
siguen siendo desconocidas para él; en caso contrario no
sería un proceso ideológico. Este pensador se
imagina para sí fuerzas motrices falsas o aparentes.
Según este juicio, la ilusión principal de
cualquier ideología es una ilusión sobre su propio
origen de clase. Cuando el ideólogo piensa que está
siendo motivado por un entusiasmo religioso o moral, se
autoengaña a sí mismo pensando que obra por deber
moral o amor
filantrópico.

Según Marx, la característica más
profunda de la ideología es su tendencia a representar el
punto de vista de una clase como un punto de vista universal, los
intereses de esa clase como intereses universales. Esto es
precisamente lo que hacen las ideologías morales:
representan las acciones que benefician a los intereses de una
clase como acciones desinteresadamente buenas, en pro del
interés común, como acciones que fomentan los
derechos y el bienestar de la humanidad en general. Pero
sería ilusorio pensar que este engaño podría
remediarse mediante un nuevo código moral. Pues en una
sociedad basada en la opresión de clase y desgarrada por
el conflicto de
clase, la imparcialidad es una ilusión. No existen
intereses universales, ninguna causa de la humanidad en general,
ningún lugar por encima o al margen de la lucha. Sus
acciones pueden estar subjetivamente motivadas por la
benevolencia imparcial, pero su efecto social objetivo nunca
será imparcial. Para Marx es precisamente este rasgo el
que vuelve a la moral esencialmente ideológica
colocándola en el mismo nivel de aquellas
categorías que caen dentro de la superestructura, tales
como la religión, el derecho, etc.. De esto resulta
evidente que para la teoría marxista la moral se vuelve
ideología.

Hilando más delgado aún, Marx
señala que cuando las personas están motivadas por
ideologías no se comprenden a sí mismas como
representantes de un movimiento de clase; pero son exactamente
eso. No piensan en los intereses de clase como la
explicación fundamental del hecho de que estas ideas les
atraen a ellos y a otras personas; no obstante, esta es la
explicación correcta. No obran con la intención de
promover los intereses de una clase social frente a los de otras;
pero esto es lo que hacen, y en ocasiones tanto más
eficazmente porque en realidad no tienen semejante
intención. Pues si verdaderamente supiesen lo que estaban
haciendo, simplemente podrían no seguir
haciéndolo.

Por todo esto es que no resulta sorprendente que Marx
normalmente describa la moralidad, junto a la religión y
el derecho, como formas de ideología, "otros tantos
prejuicios burgueses tras los cuales se esconden otros tantos
intereses burgueses"
. Pero no sólo condena las ideas
burguesas sobre la moral. Su blanco último es la propia
moralidad. En el Manifiesto
Comunista Marx señala que al igual que la revolución
comunista supondrá un corte radical de todas las
relaciones tradicionales de propiedad,
también supondrá el corte más radical con
todas las ideas tradicionales. Evidentemente Marx pensó
que igual que la abolición de la propiedad burguesa
será una tarea de la revolución comunista, otra
será la "abolición de toda
moralidad"
.

Ahora bien, en este sentido, los juicios sobre lo que es
bueno para la gente, lo que va en su interés, son sin duda
"juicios de valor", pero no son necesariamente juicios
morales, pues incluso si no existe en absoluto
preocupación por la moralidad, se puede seguir estando
interesado en promover los intereses y el bienestar propio y el
de otras personas cuyo bienestar preocupan. El ataque de Marx a
la moralidad no es un ataque a los juicios de valor, sino un
rechazo de los juicios específicamente morales,
especialmente los relativos a las ideas de lo correcto y la
justicia.

Así entonces, señalar que Marx atribuye a
la concepción materialista de la historia haber "roto
el soporte de toda moralidad"
es de importancia suma, puesto
que en la concepción materialista de la historia es donde
Marx hunde las raíces para ir al origen de la moralidad.
Así, si para Nietzsche el origen de la moral tiene
raíces culturales que empieza con la decadencia griega a
partir de Sócrates y
sigue impertérrito su curso con el advenimiento del
cristianismo,
para Marx, en cambio, la moral tendrá una
fundamentación ideológico-político a partir
de la existencia del dominio de una
clase por otra, cuestión conclusiva y primordial de la
concepción materialista de la historia.

Y si Marx piensa que el movimiento obrero persigue los
intereses de la "gran mayoría"; ello no quita
mérito al hecho de que igual los intereses de la clase
trabajadora son los intereses de una clase en particular, y no
los intereses de la humanidad en general. Marx cree que el
movimiento obrero llegará a abolir la sociedad de clases y
conseguirá con ello la emancipación humana
universal. Pero su primer paso para esto debe ser emanciparse de
las ilusiones ideológicas de la sociedad de clase. Y esto
significa que debe perseguir su interés de clase en su
propia emancipación conscientemente como interés de
clase, no distorsionado por las ilusiones ideológicas que
presentarían su interés de forma glorificada y
moralizada. Marx piensa que sólo desarrollando una clara
conciencia sobre sí mismo de este modo el proletariado
revolucionario puede esperar crear una sociedad libre tanto de
las ilusiones ideológicas como de las divisiones de clase
que crean su necesidad.

Hay que reiterar que Marx, en sus ideas teóricas,
reflejadas fundamentalmente en la filosofía materialista
de la Historia y de la libertad, la tarea del hombre se presenta
como el imperativo de liberarse de la alienación
económica para realizar su ser genérico. Pero los
valores en cuyo nombre se emprende esa liberación nunca
son trascendentes a la experiencia humana, sino inmanentes a la
Historia. Entonces, lejos de oponerse a la realidad (a la que
servirían de modelos las
morales), se extraen de la realidad, sin separarse nunca
totalmente de ella. Naturalmente, Marx está conciente que
la conciencia del hombre siempre puede fabricar valores sin
relación con la experiencia concreta: pero en dicho caso
la tarea ética que propone no está ya caucionada
por las condiciones materiales necesarias para su
realización: se trata simplemente de una
moral-consolación o una moral moral-aspiración, muy
lejos de estar en la piel de la
propia realidad..

Ahora, y por último, si quisiéramos
insistir en que existe una ética o moral marxista en los
escritos de Marx, tenemos que dejar expresión de que su
existencia estaría íntimamente ligada a la
dialéctica de lo real. Y en este sentido, debemos atender
bien al hecho de que la dialéctica de lo real ni suprime
ni hace inútil la toma de conciencia de un imperativo
moral, pero le impone límites
objetivos,
dentro de los cuales puede ser real y práctica.
Así, por tanto, mientras el hombre continúe siendo
prisionero de determinaciones y separaciones-, la única
tarea, a la vez ética y práctica, que realmente se
ofrece a su libertad es la de coincidir activamente con su
devenir.

Fuentes:

Manifiesto Comunista. Marx y Engels
El Anthi Duhring. Federico Engels
La ideología alemana. Carlos Marx
Manuscritos económico-filosóficos de 1844.
Carlos Marx
La teoría de la justicia en el joven Marx. Lluís
Pla Vargas

Marx contra la moralidad. Allan Wood
Nietzsche, un siglo después. Hernán
Montecinos

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