Para comprender qué ha sucedido con el sistema de
medios en el
Chile posdictadura, se hace necesario analizar la estrecha
relación entre el modelo
neoliberal heredado de Pinochet y la democracia que
ha construido la Concertación, coalición que
lideró el retorno a la democracia después de 17
años de régimen militar y cuyo cuarto gobierno es
encabezado por la Presidenta socialista Michelle Bachelet, la
primera mujer en la
historia de
Chile que se ciñe la banda presidencial.
Un chiste que circulaba en la década de los 90
entre periodistas del área económica se
refería a la visita que hizo a Chile el año 1975 el
padre del neoliberalismo, Milton Friedman, a quien un
reportero le preguntó cuál era la opinión
que tenía de sus discípulos, los llamados Chicago
Boys. Friedman respondió muy acongojado que nunca
pensó que resultarían tan
fanáticos.
Si bien la respuesta del Premio Nobel de Economía 1976 entra en el campo de la
ficción, no deja de tener un asidero en la realidad,
puesto que la implementación de la política neoliberal
durante la dictadura militar
de Pinochet fue en todos los aspectos un experimento radical, una
política de shock que buscó transformar no solo la
estructura
económica y política del país, sino
también los hábitos sociales y culturales de los
chilenos. Hoy existe consenso, tanto en los intelectuales
de izquierda como de derecha, en cuanto a que el gobierno de
Pinochet realizó su propia revolución, claro que de muy distinto signo
de la que quería llevar a cabo el Presidente Salvador
Allende y su
alianza de partidos
políticos; la Unidad Popular.
Entre las múltiples consecuencias que ha tenido
para el país la instauración por la fuerza del
modelo neoliberal, una de las principales ha sido el cierre de
diversos medios de
comunicación, tras el retorno de la democracia en
1990, luego que Pinochet perdiera el plebiscito de 1988. Muchos
de esos medios comprometidos con la libertad de
expresión y el derecho a la información, como los diarios La
época, Fortín Mapocho, El Metropolitano, Plan B, Diario
Siete; las revistas Apsi, Cauce, Análisis, Hoy, Rocinante, Lat 33; canal de
televisión Rock and Pop,
también cumplieron un rol esencial en la defensa de los
derechos humanos
y la recuperación de las libertades civiles y políticas.
Hay que agregar que la calidad de los
actuales medios de comunicación chilenos habla por sí
sola de la calidad de nuestra democracia.
Democracia y
tutelaje
Resulta paradojal, por decir los menos, que en estos 17
años de democracia la mayoría de las normativas
legales que rigen el sistema
político, económico, social y cultural del
país sean las mismas que impuso la dictadura de
Pinochet, partiendo de la Constitución de 1980, aprobada en un
plebiscito irregular, sin registros
electorales ni partidos políticos legalizados y bajo un
estado de
miedo colectivo. Tal como sostiene el sociólogo chileno
Felipe Portales, la Concertación de Partidos por la
Democracia no ha cambiado un ápice de la herencia
dictatorial en lo que se refiere a "las leyes que limitan
el rol del Estado en la economía, que rigidizan el sistema
de propiedad,
conculcan los derechos laborales y sindicales de los
trabajadores, atomizan a los sectores medios y populares, y
establecen sistemas
mercantiles de salud, educación y
previsión". Es más, aun hoy persiste el sistema
electoral binominal ideado por la dictadura, cuya finalidad es
igualar antidemocráticamente la minoría con la
mayoría.
El programa
político de la Alianza Democrática, antecesora de
la Concertación, establecía en julio de 1984 que el
retorno a una democracia plena solo era posible si se derogaba la
Constitución de 1980 y se restablecía la totalidad
de los derechos conculcados a los chilenos por Pinochet. Para los
políticos de entonces, muchos de los cuales están
actualmente en el Parlamento, no había posibilidad de
cambio
democrático con una carta fundamental
que no era fruto de la voluntad soberana del pueblo.
Curioso resulta, entonces, como bien plantea Felipe
Portales, que sin haberse cumplido ese requisito fundamental, ya
en agosto de 1991, el Presidente Patricio Aylwin diera por
concluida la transición. Dice Portales: "Y lo que en 1984
se consideraba, con toda propiedad, como requisitos ineludibles
para la existencia de una democracia, en 1991 se empezó a
concebir como simples factores de perfeccionamiento de
ella… En otras
palabras, Aylwin y el liderazgo de
la Concertación comenzaron a ver a la Constitución
de 1980, en sus preceptos permanentes, como democrática,
solo que imperfecta". Más aún, el propio Aylwin, en
septiembre de 2003, sostenía que si bien le incomodaba el
sistema binominal, reconocía que éste le daba
estabilidad al sistema político, pues permitía
establecer gobiernos de mayoría.
Una posible respuesta a esta aceptación por parte
de la Concertación de los enclaves autoritarios presentes
en nuestro sistema político, es lo dicho por el ex
ministro Secretario General de la Presidencia de Aylwin y ex
senador designado, Edgardo Boeninger: "Las propuestas del
programa (de Aylwin) comprometieron un marco para el orden
económico que, sin perjuicio de sus evidentes
propósitos electorales, tuvo el sentido más
profundo de reducir el temor y la desconfianza del empresariado y
de la clase media
propietaria, condición necesaria para poder
sostener, en democracia, el crecimiento sostenido de la
economía logrado a partir de 1985. El indudable éxito
técnico del equipo de (Hernán) Büchi
sustentó los planes políticos del régimen,
en cuanto puso rápido término a la crisis e
inició un proceso
dinámico de crecimiento que se ha mantenido… La
economía no pudo haber tomado el rumbo dinámico que
continúa hasta hoy, si no se hubiera producido una
transformación espectacular en la clase.
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