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Libertad y Liberalismo




Enviado por Jorge Majfud


Partes: 1, 2

    Libertad y liberalismo no
    son sinónimos; son antónimos, al igual que, por ejemplo,
    fraterno y fraternidad, Cristo y cristianismo,
    pacifico y pacifismo, razón y racionalismo,
    mercado y
    mercantilismo,
    justicia y
    justicialismo, Batlle y batllismo, and so on. Por no mencionar
    esa larga lista de nombres de políticos célebres
    que, después de su muerte,
    terminan siendo asociados al inevitable "ismo" y a una
    práctica en todo diferente a la original. Más
    adelante nos ocuparemos de otro par problemático que es
    fundamental para descifrar la nueva Sociedad
    Desobediente: individuo e
    individualismo. Todos son pares de opuestos aunque, por lo
    general, los segundos términos surgen de los primeros y,
    al separarse, terminan por negarlos " como en toda
    herejía.

    Lo único que "libertad" y
    "liberalismo" tienen en común, además de su
    raíz etimológica, es su relación con el
    poder. Como lo
    definimos antes, no existe libertad sin cierta dosis de poder; ni
    siquiera se puede ser libre si el otro posee un poder excesivo.
    Hasta aquí, podemos entender cualquier tipo de libertad,
    incluida la libertad de conciencia de un
    prisionero.

    Pero cuando hablamos de "liberalismo" lo estamos
    haciendo en un campo más restringido " el
    sociológico"   y, por lo tanto, al tratar de analizar
    qué relación mantiene con la "liberad" no tenemos
    más remedio que restringir ésta misma al campo de
    la otra, ya que la libertad, a secas, es una condición
    humana que puede abarcar casi toda su existencia
    humana.

    El liberalismo, como todo "ismo", es una ideología, a pesar de que fueron los
    neoliberalistas los que proclamaron, hace unos años,
    la muerte de
    las ideologías. Una ideología de la misma
    categoría que el marxismo, por
    ejemplo, aunque menos compleja y menos incómoda " y
    aquí radica una de sus ventajas estratégicas: es
    apta para todo público, como Tom y Jerry. Pero lo que a
    mí me interesa del liberalismo es su propia paradoja: con
    un origen etimológico común a la libertad, y con
    pretensiones semejantes, su resultado ideológico se opone
    a la libertad, por la misma relación luterana que mantiene
    con el poder. El conflicto se
    origina en el objeto de sus buenas intenciones. En su estado ideal,
    el liberalismo exitista propone la libertad irrestricta de los
    mercados como
    paso previo a la felicidad de los seres humanos, lo que lleva,
    inevitablemente, al sometimiento del resto de los individuos que
    no participan de sus beneficios ni logran convertirse en
    mercancía. Para superar esta contradicción "
    libertad de los mercados, sumisión de los individuos" ,
    los liberalistas insisten en que el progreso material de una
    clase
    verdaderamente libre arrastrará al resto de la población " obediente y libre sólo
    en potencia y hasta
    su muerte" a un estado de bienestar. Lo cual es ética y
    teóricamente dudoso, pero podría llegar a ser
    aceptado si la experiencia en laboratorios, como el
    latinoamericano, hubiese dado resultados positivos alguna vez. La
    experiencia parece demostrar lo contrario, y para ello basta con
    estudiar cualquier estadística mundial de organismos
    confiables, como los de la ONU o de ciertas
    ONGs.

    En este momento, es valioso distinguir, creo yo, entre
    otro de los pares de opuestos: mercado y mercantilismo. El
    segundo es la perversión del primero. Veámoslo
    desde un punto de vista histórico. Durante miles de
    años, el mercado fue el principal instrumento de
    intercambio entre los pueblos, no sólo de bienes sino, y
    quizá sobre todo, de cultura. Con
    las caravanas de camellos y de barcazas viajaron y se difundieron
    conocimientos científicos y tecnológicos, religiones y
    lenguas
    exóticas. Y hasta es probable que gracias al comercio se
    hayan evitado muchas guerras. El
    mercado funcionó, muchas veces, como excusa para las
    relaciones sociales y para las relaciones entre naciones que se
    desconocían, a través de los objetos. Incluso el
    regateo, que se practica hoy en muchas partes del mundo
    sospechoso, es más una tradición folklórica
    que una prueba de la avaricia individual. En algunas partes del
    mundo hemos experimentado cómo el vendedor se molestaba
    cuando pagábamos el primer precio
    propuesto sin pedir rebaja, con lo cual no sólo le
    negábamos el diálogo
    sino que, además, le demostrábamos
    arrogancia.

    Sin embargo, en su esencia, el mercado actual es todo lo
    contrario. Su paradigma es
    la agresión y la supresión del otro " de las otras
    lenguas, de las otras formas de ver el mundo" . Porque el mundo
    se ha convertido en un gigantesco campo de fútbol
    americano, donde los gerentes juntan manos y cantan victoria en
    el centro del campo antes de aplastar al adversario. Incluso las
    universidades y las academias más especializadas no dejan
    lugar a dudas: la competencia es a
    muerte, y la nueva ética se basa en la eficacia y el
    éxito
    impiadoso. Hasta los problemas
    psicológicos y existenciales de los perdedores se trata en
    sesiones místico-deportivas donde el paciente debe lograr
    sacar lo mejor de sí: el ansia irrefrenable de
    éxito, ya sea a través del grito temerario de "yo
    venceré" o por algún sacrificio físico como
    sostener en cada mano una piedra caliente. Hasta que el aprendiz
    logra la iluminación y queda pronto para el asenso a
    subgerente. La más mínima debilidad en la estrategia por
    imponer un jabón, un "buen libro", el
    mejor sistema para
    adelgazar sin sufrimientos o para creer en la verdadera religión sin
    padecimientos puede terminar en la desaparición de
    la empresa y,
    por ende, del puesto de trabajo de
    decenas de personas. Por ello se necesitan gerentes y empleados
    agresivos " la agresión es la nueva virtud, así
    como antes lo era la valentía o el altruismo" , verdaderos
    subjefes de tribu, mercenarios que no tengan misericordia por el
    adversario. Si el adversario desaparece, es decir si los
    dependientes de la competencia quedan en la calle, habremos
    tenido éxito y nuestro camino habrá sido allanado a
    la gloria bancaria. Pues bien, ésta es la ética
    contemporánea del mercantilismo. Pero el mercado es otra
    cosa.

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