Libertad y liberalismo no
son sinónimos; son antónimos, al igual que, por ejemplo,
fraterno y fraternidad, Cristo y cristianismo,
pacifico y pacifismo, razón y racionalismo,
mercado y
mercantilismo,
justicia y
justicialismo, Batlle y batllismo, and so on. Por no mencionar
esa larga lista de nombres de políticos célebres
que, después de su muerte,
terminan siendo asociados al inevitable "ismo" y a una
práctica en todo diferente a la original. Más
adelante nos ocuparemos de otro par problemático que es
fundamental para descifrar la nueva Sociedad
Desobediente: individuo e
individualismo. Todos son pares de opuestos aunque, por lo
general, los segundos términos surgen de los primeros y,
al separarse, terminan por negarlos " como en toda
herejía.
Lo único que "libertad" y
"liberalismo" tienen en común, además de su
raíz etimológica, es su relación con el
poder. Como lo
definimos antes, no existe libertad sin cierta dosis de poder; ni
siquiera se puede ser libre si el otro posee un poder excesivo.
Hasta aquí, podemos entender cualquier tipo de libertad,
incluida la libertad de conciencia de un
prisionero.
Pero cuando hablamos de "liberalismo" lo estamos
haciendo en un campo más restringido " el
sociológico" y, por lo tanto, al tratar de analizar
qué relación mantiene con la "liberad" no tenemos
más remedio que restringir ésta misma al campo de
la otra, ya que la libertad, a secas, es una condición
humana que puede abarcar casi toda su existencia
humana.
El liberalismo, como todo "ismo", es una ideología, a pesar de que fueron los
neoliberalistas los que proclamaron, hace unos años,
la muerte de
las ideologías. Una ideología de la misma
categoría que el marxismo, por
ejemplo, aunque menos compleja y menos incómoda " y
aquí radica una de sus ventajas estratégicas: es
apta para todo público, como Tom y Jerry. Pero lo que a
mí me interesa del liberalismo es su propia paradoja: con
un origen etimológico común a la libertad, y con
pretensiones semejantes, su resultado ideológico se opone
a la libertad, por la misma relación luterana que mantiene
con el poder. El conflicto se
origina en el objeto de sus buenas intenciones. En su estado ideal,
el liberalismo exitista propone la libertad irrestricta de los
mercados como
paso previo a la felicidad de los seres humanos, lo que lleva,
inevitablemente, al sometimiento del resto de los individuos que
no participan de sus beneficios ni logran convertirse en
mercancía. Para superar esta contradicción "
libertad de los mercados, sumisión de los individuos" ,
los liberalistas insisten en que el progreso material de una
clase
verdaderamente libre arrastrará al resto de la población " obediente y libre sólo
en potencia y hasta
su muerte" a un estado de bienestar. Lo cual es ética y
teóricamente dudoso, pero podría llegar a ser
aceptado si la experiencia en laboratorios, como el
latinoamericano, hubiese dado resultados positivos alguna vez. La
experiencia parece demostrar lo contrario, y para ello basta con
estudiar cualquier estadística mundial de organismos
confiables, como los de la ONU o de ciertas
ONGs.
En este momento, es valioso distinguir, creo yo, entre
otro de los pares de opuestos: mercado y mercantilismo. El
segundo es la perversión del primero. Veámoslo
desde un punto de vista histórico. Durante miles de
años, el mercado fue el principal instrumento de
intercambio entre los pueblos, no sólo de bienes sino, y
quizá sobre todo, de cultura. Con
las caravanas de camellos y de barcazas viajaron y se difundieron
conocimientos científicos y tecnológicos, religiones y
lenguas
exóticas. Y hasta es probable que gracias al comercio se
hayan evitado muchas guerras. El
mercado funcionó, muchas veces, como excusa para las
relaciones sociales y para las relaciones entre naciones que se
desconocían, a través de los objetos. Incluso el
regateo, que se practica hoy en muchas partes del mundo
sospechoso, es más una tradición folklórica
que una prueba de la avaricia individual. En algunas partes del
mundo hemos experimentado cómo el vendedor se molestaba
cuando pagábamos el primer precio
propuesto sin pedir rebaja, con lo cual no sólo le
negábamos el diálogo
sino que, además, le demostrábamos
arrogancia.
Sin embargo, en su esencia, el mercado actual es todo lo
contrario. Su paradigma es
la agresión y la supresión del otro " de las otras
lenguas, de las otras formas de ver el mundo" . Porque el mundo
se ha convertido en un gigantesco campo de fútbol
americano, donde los gerentes juntan manos y cantan victoria en
el centro del campo antes de aplastar al adversario. Incluso las
universidades y las academias más especializadas no dejan
lugar a dudas: la competencia es a
muerte, y la nueva ética se basa en la eficacia y el
éxito
impiadoso. Hasta los problemas
psicológicos y existenciales de los perdedores se trata en
sesiones místico-deportivas donde el paciente debe lograr
sacar lo mejor de sí: el ansia irrefrenable de
éxito, ya sea a través del grito temerario de "yo
venceré" o por algún sacrificio físico como
sostener en cada mano una piedra caliente. Hasta que el aprendiz
logra la iluminación y queda pronto para el asenso a
subgerente. La más mínima debilidad en la estrategia por
imponer un jabón, un "buen libro", el
mejor sistema para
adelgazar sin sufrimientos o para creer en la verdadera religión sin
padecimientos puede terminar en la desaparición de
la empresa y,
por ende, del puesto de trabajo de
decenas de personas. Por ello se necesitan gerentes y empleados
agresivos " la agresión es la nueva virtud, así
como antes lo era la valentía o el altruismo" , verdaderos
subjefes de tribu, mercenarios que no tengan misericordia por el
adversario. Si el adversario desaparece, es decir si los
dependientes de la competencia quedan en la calle, habremos
tenido éxito y nuestro camino habrá sido allanado a
la gloria bancaria. Pues bien, ésta es la ética
contemporánea del mercantilismo. Pero el mercado es otra
cosa.
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