No recuerdo por qué, pero lo cierto es qa
memoria un
refrán africano que dice algo así como:
Mientras no sepamos lo que piensa el León
de la cacería, debemos conformarnos con la opinión
del
cazador.
Para comenzar una convicción absoluta: nada, ni
una idea política, ni
ideológica, ni un rencor, ni una fe; nada, ninguna
circunstancia económica o social puede justificar los
atentados del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y
Washington.
Los autores de estos atentados no representan, como
quisieran algunos, a nuevos adalides de la libertad, o
representantes armados de las mejores causas del hombre. Son,
hay que repetirlo siempre, xenófobos de especie asesina,
arropados de hábito religioso. Sabedores de la importancia
de los medios de
comunicación y por ello los ataques iban dirigidos a
la multitud atenta de la era mediática. El terrorismo
necesita de los medios para
propagar su terror. Paradójicamente, en sus países
de origen pregonan el término del trato con los infieles y
propician el desmonte de las "abominables antenas
satelitales, transmisoras de la contaminación cultural de
occidente".
No es casual que no exista consenso sobre la
definición de terrorismo: el término es tan
subjetivo que está privado de cualquier significado
intrínseco, y aunque todos lo sabemos es bueno reiterarlo:
el lenguaje no
goza de la presunción de inocencia. La palabra terrorismo
es extremadamente peligrosa porque mucha gente tiende a creer que
sí tiene un significado preciso; muchos otros usan y
abusan del término para aplicarlo a cualquier cosa que
odian; como un medio para evitar el pensamiento
racional y la discusión y, con frecuencia, para
justificar su propia conducta ilegal e
inmoral.
Cualquier análisis desapasionado sobre el uso de la
palabra terrorismo también revela que la elección
-o no- del término se basa, lamentablemente, no en el
hecho mismo sino en quién está haciendo qué
a quién.
Hay quienes quieren hacernos creer que la única
definición intelectual, honesta y totalmente factible de
terrorismo sea una subjetiva: "terrorismo es la violencia que
yo no apoyo".
El filósofo español
Fernando Savater ha debido reconocer que, en el caso del conflicto
entre israelíes
y palestinos, "es casi imposible discernir, en muchas ocasiones,
cuándo un mismo ejecutante tiene carácter de combatiente o de
terrorista".
Sin embargo, la palabra ha sido tan devaluada que
incluso la violencia ya no es requisito esencial para su uso.
Robert Mugabe acusa a muchos periodistas de
terrorismo.
La llama sagrada del periodismo es
la duda
De las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella
en la que hay menos lugar para las verdades absolutas. La
raíz del periodismo debería se la duda, aunque cada
vez más gente en esta profesión cree tener
sólo certezas.
La llama sagrada del periodismo es la duda. Una llama
que no debería ensimismarse en el escándalo sino en
la
investigación honesta, no creada a golpes de efectos
sino a través de la narración de cada hecho dentro
de su contexto y de sus antecedentes. Dice Kapuzcinsky que esta
no es una profesión para cínicos, aunque a veces
parece lo contrario. No es circo para exhibirse, ni un tribunal
para juzgar, ni la asesoría para gobernantes ineptos ni
vacilantes, sino un instrumento de información, una herramienta para pensar,
para crear, para ayudar a la humanidad en su eterno combate por
una vida más digna y menos injusta.(Eloy
Martínez).
El periodismo no es la ropa que uno se pone cuando llega
la hora del trabajo, y que
se saca cuando duerme. El periodismo es una segunda piel,
inseparable del cuerpo y que lo determina en todo tiempo y en
toda circunstancia. Por eso el periodista debe escribir su propia
verdad, pero no defendiéndola como un concepto
único, porque no existe la voz, sino las voces.
La libertad de
expresión es un derecho sagrado y sin ella no hay
democracia,
pero es insuficiente. Sin voluntad de verdad el periodismo se
vuelve una parodia o solamente producto banal
de mercado. La
voluntad de verdad es barata porque sólo requiere
honradez, lucidez y fortaleza. Por ello es desalentador comprobar
que la mayoría que no posee casi nada, no tiene voz para
decir su verdad, y los que tienen mucha voz, frecuentemente no
están interesados en la verdad (Jon
Sobrino)
El método es
precisamente la elección de los hechos (H.
Poincaré)
Cuando el periodista opta por contar la verdad y no solo
una parte, en una situación extrema como la creada por los
atentados del 11 de septiembre del 2001, corre el riesgo de ser
tildado de traidor, o cómplice del terrorismo. La ola
nacionalista en los Estados Unidos se
ensañó, por ejemplo con Peter Jennings, uno de los
periodistas televisivos con más fama y prestigio en el
país. Por primera vez en sus 61 años de vida
recibió más de 10.000 llamadas de protesta,
amenazas e insultos, por haberse atrevido a preguntar, tras las
primeras horas de los atentados, dónde estaba el
presidente George Bush. Era sólo el comienzo de lo que
hemos vivido después. La campaña militar y
política en contra del terrorismo a escala planetaria
está acompañada de "una guerra
informativa de gran intensidad", es decir, de grandes mentiras y
desinformaciones, tan grandes que el gobierno en
Washington anunció que iba a crear la Oficina de
Información Estratégica, con la que el
Pentágono aspiraba a intoxicar a la prensa
internacional o, según el propio Secretario de Defensa
Donald Rumsfeld, a "utilizar, ocasionalmente, el engaño
táctico contra el enemigo". Debido a las protestas
internas e internacionales, el gobierno desmintió que
desinformaría, dejándonos a todos con la duda
existencial de saber dónde empezaba la verdad o la
mentira.
Responsabilidad de
los medios
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