1.
Introducción
Los últimos años han sido escenario de un
desplazamiento de las fronteras tecnológicas, espaciales y
sociales del proceso de
valorización del capital. La
reestructuración capitalista ha implicado una
redefinición del mercado mundial,
de la división internacional del trabajo, de
las formas organizativas de la producción, de sus bases
tecnológicas, de la amplitud y profundidad de la
proletarización, de la elasticidad del
ejército industrial de reserva y, por supuesto, de las
formas de la competencia y de
la contradicción estado-capital
en la gestión
de la reproducción global. La complejidad del
entramado productivo y reproductivo, profusamente expresada en la
detallada y abundante división social del trabajo y en la
diversidad del espectro proletario, supone no sólo
relaciones técnicas o
productivas distintas, sino también relaciones sociales
inter o intra clase
más complejas y contradictorias.
La crisis puso en
entredicho las bases de la dominación capitalista y con
ello promovió nuevamente la competencia por mejores
opciones tecnológicas, por desarrollar redes productivas más
eficientes, por una mayor identificación y control de los
recursos
estratégicos mundiales y por una relación de mayor
poder
negociador frente al proletariado.
La posición de Estados Unidos ha
variado desde el final de la segunda guerra con la
emergencia de Japón y
la unificación de los países europeos. Muchos han
sido los vaticinios acerca del debilitamiento de la capacidad
hegemónica de esta nación,
hasta el extremo de plantear su superación por parte del
complejo Japón-Cuenca del Pacífico. Efectivamente
la evolución de algunos indicadores
macroeconómicos abonan en favor de esta idea, sin embargo,
un punto de partida indispensable, que no siempre es considerado
por los analistas de la economía mundial, consiste en precisar
qué se entiende por hegemonía, cuáles son
sus sujetos y cuáles sus elementos determinantes.
2. Hegemonía
económica y contradicción
estado-capital
Hablar de hegemonía conlleva una serie de
complicaciones que van desde el contenido necesariamente
multifacético del concepto hasta la
falta de rigor con que ha sido utilizado en la
teoría[1].
De entrada, nosotros delimitaremos nuestra propuesta al
terreno estrictamente económico, aunque dejando sentada la
importancia que concedemos a la superioridad militar en la
gestión de la supremacía económica,
así como al desarrollo de
las fuerzas productivas que genera la dinámica bélica del control del
mundo. La hegemonía refiere, no obstante, una
articulación compleja de todos los niveles de la
gestión social en la búsqueda por convertirse en
propuesta de validez universal.
Adoptando el sentido original del concepto en tanto capacidad
de liderazgo,
pero desde la perspectiva de la construcción de consensos planteada por
Gramsci[2], la hegemonía económica
estribaría en la capacidad para determinar el paradigma
tecnológico sobre el cual se asienta la
reproducción material global y para establecer los modos
de su implantación generalizada, así como en la
posibilidad creada desde la propia tecnología para
apropiarse el plusvalor generado en la sociedad
mundial.
Sin embargo, uno de los problemas que
de aquí derivan es el de los sujetos de la
hegemonía. Se habla indistintamente de hegemonía
del capital trasnacional o hegemonía de Estados Unidos,
por ejemplo, sin detenerse a examinar el diferente ámbito
y estatuto teórico que tienen esas dos formas de
representación del capital. Mientras el espacio del estado
lo coloca en posición de promover las mejores y más
amplias condiciones de valorización de sus capitales, pero
privilegiando la gestión nacional, es decir, buscando la
supremacía de la nación
en el mundo, el capital individual personificado en la empresa como
base esencial de producción de plusvalor, busca la ventaja
tecnológica y organizativa en su campo específico,
incrementando así sus ganancias. El estado
asume la representación del capital principalmente ante el
conflicto
entre clases antagónicas, y hacia el exterior de la
nación, mientras que el capital individual procesa,
mediante la competencia, el desarrollo de las fuerzas productivas
como espacio de apropiación privada, sustento de la
superioridad o dominio
económico frente a su propia clase. Bajo la forma de
empresa el
capital no reconoce fronteras políticas,
culturales o geográficas: sus fronteras están
marcadas por su capacidad productiva, por su capacidad de
convertir todo espacio en un espacio real de valorización.
Bajo la forma de estado, expresada históricamente como
estado nacional, sus fronteras emanan de su capacidad para
apropiarse los recursos mundiales, frente a y en detrimento de
otros estados nacionales, abriendo el espacio para el despliegue
de sus capitales y disputando su lugar como eje
vertebrador del proceso general de
reproducción[3].
El estado se constituye como síntesis
de los diferentes niveles de expresión social y de las
diferentes contradicciones de clase, como elemento cohesionador
de la sociedad atomizada, y, por tanto, sólo el estado
puede presentarse como portador de un proyecto social
global, que busca articular a la sociedad mundial. La
percepción de la división social del
trabajo se construye a través del estado como espacio de
aglutinación que trasciende las fuerzas desagregadoras de
la competencia, por ello, el sujeto de la hegemonía es el
estado nación, aunque ésta se construya
fundamentalmente sobre la base del liderazgo económico que
impulsan sus capitales.
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