A pesar del obvio anacronismo, el proverbio atribuido a
Galileo, digamos que existen dos tipos de mentes poéticas:
uno apto para inventar fábulas y
otro dispuesto a creerlas, parece haber sido concebido para
explicar el fenómeno que los especialistas denominan
leyendas
mercantiles.
En esta denominación se encuentran integrados tres
aspectos básicos: se trata de relatos cuya veracidad no
puede ser confirmada ni desmentida, que circulan por
ámbitos distintos de los medios
convencionales y por los que se denuncian deslealtades o fraudes
cometidos en la elaboración o en la distribución de productos de
consumo
masivo. El proverbio de Galileo resulta adecuado, pues, porque la
difusión de estas historias permite entrever que muchas
personas están dispuestas a dar crédito
a las denuncias anticorporativas, independientemente del sustento
empírico que tengan los relatos. A la vez,
extrañamente, las consecuencias peligrosas que se
advierten en las leyendas mercantiles no parecen funcionar como
impedimento para que se dejen de consumir los productos
denunciados. Nuestra hipótesis pretende que esta "creencia
inconsecuente" se deriva de la función
lúdica que cumplen estos relatos, los cuales no
serían tomados por los agentes sociales como
informaciones, sino como una herramienta de ajuste de las
representaciones sociales dominantes.
Al igual que con otras formas de rumores, no es posible
identificar la fuente de estas leyendas. Algunos autores han
aventurado que el origen de las anécdotas anticorporativas
se encontraría en el rechazo de algunos sectores sociales
a la imposición global de hábitos consumistas y en
general a su influencia en las costumbres locales. Estas
respuestas, descritas alguna vez como "efecto Goliat",
estarían vinculadas con los terrores o las ansiedades que
suscitan las tecnologías del capitalismo
industrial, en general desconocidas para la mayor parte de los
consumidores. Dado que numerosos detalles de la producción industrial son inaccesibles a
los consumidores, en los relatos quedarían plasmadas las
sospechas ya establecidas acerca de la
contaminación o manipulación desleal de los
productos. La disposición a aceptar estos relatos
también debería algo a la creencia de que el
contralor estatal no es suficiente (por corrupto o por ineficaz)
para limitar el desmedido afán de lucro de las
corporaciones.
No se sabe quién las inventa, pero sí es
posible, a partir de su estructura
retórica, advertir que estas narraciones no pretenden
describir el mundo, sino burlarse o criticar los estilos
dominantes de representarlo. Por eso es que en la construcción de las leyendas mercantiles se
recurre a procedimientos
frecuentes en la prensa
sensacionalista y en el discurso
publicitario. A falta de pruebas, las
denuncias vienen acompañadas por descripciones alarmantes,
que se fundan en pretendidos reportes científicos acerca
de los efectos para la salud que ciertos
ingredientes o procedimientos industriales pueden producir. Esta
adjudicación de responsabilidades criminales va casi
siempre unida a la fórmula que solicita complicidad de los
interlocutores para que, gracias a la rápida
difusión de la denuncia, el máximo de personas
(vulnerables) puedan evitar las calamidades que se
advierten. Junto con las sospechas que suscitan la
producción industrial y el propósito lucrativo de
los capitalistas, la retórica de las leyendas mercantiles
lleva, aparentemente, a muchos consumidores a convalidar las
denuncias sin que se aporten las evidencias
correspondientes. Por cierto, la convalidación se
reduciría a la retransmisión de la
anécdota, y no a la adopción
de las medidas de consumo correspondientes.
¿Temor a los
poderosos o interés
por debilitarlos?
Las leyendas mercantiles toman como objeto de sus denuncias
compañías que producen bienes de
consumo doméstico, preferentemente alimentos,
bebidas, artículos de tocador y uso íntimo,
etcétera; aunque también circulan, son menos
frecuentes las denuncias acerca de otros artículos de
consumo, tales como computadoras,
teléfonos celulares, hornos de micro ondas,
etcétera. Corporaciones como Procter & Gamble,
Coca Cola,
McDonald’s, y otras de posición dominante en el
mercado
norteamericano han sido mencionadas por una variedad de relatos
en los que se pretende poner al descubierto el uso intencional o
descuidado de ingredientes nocivos en la fabricación de
los productos, casi siempre sindicados como factores que
desencadenan enfermedades
incurables.
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