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El núcleo estratégico de la producción y las relaciones estado-mercado (página 2)



Partes: 1, 2

B. En el caso de los países subdesarrollados,
subordinados dentro del proceso
mundial de valorización, los estados que en otro momento
fueron fundamentales para la promoción de las bases de despliegue del
capital
(nacional y extranjero), han dejado de ser capaces de cubrir las
nuevas necesidades de enlace, infraestructura y regulación
de los sujetos productivos. La internacionalización de los
procesos
productivos y de las redes de enlace y comunicación entre los mismos ha vuelto
insuficiente la capacidad regulatoria de los estados particulares
y se maneja desde los países desarrollados (sea
directamente por las empresas o por
instituciones
protoestatales). La reproducción de la fuerza de
trabajo, su
calidad y
movilidad, sí requieren la intervención de estos
estados. La fijación salarial, la educación y la
salud, así
como la acción
desmanteladora de sus organizaciones
sigue siendo objeto de la gestión
de estos estados.

Esta es la base de la proliferación de los argumentos
liberales o neoliberales en el tercer mundo mientras en el
primero se refuerza el papel del estado y su
relación con el mercado, en la
medida en que éste conquista el
espacio mundial. El estado en
el caso de los países desarrollados se ha convertido cada
vez más en un promotor descarado de los intereses de sus
capitales en el exterior, en un negociador de reglas para evitar
la competencia
nociva, en el agente de ampliación del territorio real de
su nación
y en copartícipe y defensor de las ventajas
tecnológicas de sus capitales.

Para cumplir esta función, y
restringiéndonos al campo de lo económico, la
interpelación del mercado ha implicado una acción
en los espacios de definición fundamental de la
reproducción global. De acuerdo con el esquema
técnico del sistema de
máquinas, compuesto por máquina
herramienta, máquina motor y mecanismo
de transmisión, nosotros ubicamos tres tipos de espacios,
a saber, la producción de equipo automatizado, los
energéticos y materias primas estratégicas y las
comunicaciones
y transportes. Asimismo, atendiendo a la escisión sujeto
objeto dentro de la producción y al carácter de origen o fuente del valor que
porta la fuerza de trabajo, es obvio que es esta la
condición esencial de la reproducción, no
sólo económica sino social.

Mediante su regulación en estos campos el estado
garantiza la generación del plusvalor extraordinario, el
establecimiento de un auténtico mercado mundial de fuerza
de trabajo (ver EIR) y la apropiación al máximo de
los recursos
mundiales.

Por razones de espacio dejaremos fuera la problemática
de los recursos energéticos y minerales
estratégicos. Baste mencionar la esencialidad que reviste
la intervención del estado en este campo que está
marcado por una sujeción al territorio. El acaparamiento
de los recursos de esta naturaleza, su
apropiación, y la desposesión simultánea que
ello conlleva para el resto del mundo, son elementos sustanciales
para la definicion de la vulnerabilidad o fortaleza de cada
nación.
La apropiación de ellos, por la subdivisión
planetaria en naciones, forma parte de la validación
colectiva de los capitales de vanguardia y
de la sumisión integral al mercado mundial. Este es un
terreno, por excelencia, del estado[3].

3. La gestión
del plusvalor extraordinario

El afán incesante del capital por extender los campos
de valorización y el grado de expropiación social,
así como su particular manera de desarrollar las fuerzas
productivas, conduce al perfeccionamiento tendencial de la
automatización no sólo de los
procesos de trabajo sino del de reproducción en
conjunto.

Esta, que es la manera capitalista de impulsar el proceso de
dominio sobre
la naturaleza y de multiplicar la potencia del
trabajo es, a la vez, el modo de acrecentar la extracción
del plusvalor y la objetivación de saberes y destrezas, es
el medio de control de
la ciencia y
la causa de la relativa superfluosidad de la fuerza viva de
trabajo. Pero, simultáneamente, es el sendero de construcción, ampliación y
profundización del mercado.

Del mismo modo como, con la creación de la
máquina herramienta, el capital logró despojar al
obrero de su destreza y habilidades y objetivar así las
condiciones de la producción, la complejización de
los procesos productivos que requiere de forma creciente el
recurso de las capacidades intelectuales
de la fuerza de trabajo[4], ha puesto a las
potencias del trabajo bajo el mando capitalista al servicio de la
expropiación de estas capacidades, mediante la
creación de máquinas que pretenden sustituir ya no
sólo la destreza física del obrero
sino su destreza mental.

Si la interposición de la máquina herramienta
entre el obrero y su objeto de trabajo eliminó el
principio subjetivo de la división del trabajo heredado de
la manufactura y
sentó las bases para el empleo
indiferenciado de la capacidad de trabajo física, es
decir, fue incorporando en la máquina todas las
disposiciones específicas del proceso concreto de
trabajo para suprimir diferencias y homogeneizar capacidades, con
la introducción de la microelectrónica
y la informática se establece la posibilidad de
objetivación de los principios
básicos del razonamiento lógico y de su
articulación con el proceso de producción.

El capital avanza, por este camino, en el cumplimiento de su
misión
histórica. En su afán por acrecentar al
máximo la extracción del plusvalor promueve, sin
proponérselo, el desarrollo
incesante de las fuerzas productivas materiales de
la sociedad
aunque, por supuesto, bajo su forma capitalista, esto es, en
tanto que fuerzas productivas del capital.

Así, el esfuerzo por automatizar el proceso de trabajo
es, dentro del capitalismo,
punto de definición de los alcances y límites de
la subsunción pero también, en el ámbito de
la competencia, lo es de la superioridad o vanguardia productiva.
Este espacio estratégico desde la perspectiva del mercado
es asumido con la mayor responsabilidad por el estado
convirtiéndolo en asunto de seguridad
nacional. Así el estado, en la medida de su fuerza,
socializa e internacionaliza los costos del
progreso técnico o supremacía tecnológica de
sus capitales. El estado se encuentra así en el
núcleo problemático del mercado, poniendo en
funcionamiento una mano que es completamente
visible[5].

La profundización del dominio capitalista sobre el
proceso de trabajo permitida por la electroinformática se
manifiesta desarrollando la máquina herramienta en dos
vertientes distintas pero confluyentes: avanza
apropiándose del proceso de trabajo intelectual, mediante
la objetivación de sus herramientas
básicas (en la
computadora) y desarrolla la máquina herramienta
apropiadora del saber de la mano al convertirla en un
brazo mecánico (en robot). Los robots de la
última generación, sin embargo, ya contemplan la
inclusión de programas de
autoregulación, que responden a estímulos mediante
la elección de alternativas. En este caso, la confluencia
de movimientos y de instrucciones de opción
múltiple es lo que permite la sustitución eficaz
del obrero en una variedad de puestos de trabajo. El robot no es
una persona, ni
piensa, ni razona, ni es siquiera como el famosísimo
C3PO de la Guerra de las
Galaxias, pero es la máquina herramienta más
perfeccionada y completa, con la que además de imitar los
movimientos del trabajador, se empieza a intentar imitar o
reproducir algunas de las operaciones
lógicas de su mente.

Al considerar el impacto de la electrónica en la automatización
industrial, la computadora,
como unidad mínima de control automático
programable, constituye el elemento definitorio o esencial de la
transformación. La computadora es la unidad más
simple de representación de la capacidad de controlar el
conjunto productivo y sus especificaciones particulares desde su
interior, es decir, automáticamente. En el desarrollo
tecnológico de este sistema y en su amplia difusión
ha sido fundamental la tecnología de los
circuitos
integrados o microelectrónica. En este sentido, se
tiene una relación de interdependencia entre la
tecnología de la computadora o
informática[6] y la
microelectrónica, dando como resultado lo que consideramos
como el motor del cambio
tecnológico actual y que llamaremos
electroinformática[7].

La enorme importancia del desarrollo de la
electroinformática está relacionada con la
reorganización general de la reproducción
capitalista y con su versatilidad. El abaratamiento de costos,
motivo conciente[8] del capital, conduce a
la apropiación universal de las condiciones de
reproducción y, con ello, a la expansión de los
medios de
control y a la integración de los medios de
extracción de plusvalor. La electroinformática
constituye una base técnica que contribuye
simultáneamente a la desvalorización de los
elementos del capital constante, a la sustitución de
fuerza de trabajo y al abaratamiento de su saber mediante su
expropiación objetiva, así como a la
reducción del tiempo de
circulación del capital mediante la aproximación de
los mercados proveedores
(fuerza de trabajo y materias primas) y realizadores, pero
también mediante la adecuación programada de
las diferentes fases de la producción entre sí y de
la producción con el mercado.

Como parte de este proceso de electroinformatización
general y del desarrollo de nuevos materiales vinculado con el
mismo y, de manera muy cercana con la industria
militar, es decir, directamente bajo el impulso y financiamiento
del estado, en los últimos años las telecomunicaciones han sido objeto de un gran
desarrollo técnico y de una ampliación de su
injerencia en el desarrollo de las actividades productivas,
comerciales o financieras de las empresas y de las naciones.
Asimismo, la utilización cada vez más intensiva y
extendida de los servicios de
telecomunicaciones y, sobre todo, el perfeccionamiento y
diversificación de los mecanismos o servicios de
transmisión, propician un mayor grado de desarrollo
técnico de los procesos productivos, expresado, por
ejemplo, en la desagregación espacial de las distintas
fases del proceso de trabajo o en la mayor flexibilidad para
la
organización de la fábrica y para el
enfrentamiento de conflictos
laborales o de administración de fuerzas de trabajo con
distintas cualidades o calificaciones[9]. En este
terreno, la dinámica expansiva de la producción,
en términos geográficos, requiere de nuevos
sistemas de
comunicación que se adecúen a las necesidades
globales de los agentes productivos (las empresas).

El desarrollo tecnológico en las telecomunicaciones,
por tratarse de una fuerza productiva básica de uso
generalizado, impulsa o limita el desarrollo global de las
fuerzas productivas, pero también, por la misma
ocasión, incide en su distribución o acaparamiento mundial y en
la determinación de condiciones de vanguardia o privilegio
para el establecimiento de patrones tecnológicos y de
relaciones económicas de dominación.

El problema de las telecomunicaciones no parece provenir por
el momento de insuficiencias técnicas
sino de restricciones propiamente económicas. La
interconexión total de las redes es técnicamente
posible en la actualidad mediante la adopción
de un protocolo o
lenguaje
universal y de la adecuación del equipo para su
adopción, no obstante, éste, el del
software
, es justamente uno de los terrenos fundamentales de
la disputa entre naciones, entre empresas, entre empresas y
naciones, etc. y es uno de los espacios privilegiados de
gestión de los estados.

Esta restricción, empero, ni es la única ni
quizá la más importante. La universalización
del código
o protocolo, que finalmente es también una
mercancía capitalista, supone la capacidad para determinar
y controlar las comunicaciones mundiales y otorga una ventaja
competitiva que trasciende el propio sector de telecomunicaciones
por el grado de penetración social de las mismas. La lucha
por imponer un protocolo es, simultáneamente, la
validación de un liderazgo y en
ello se juegan mancomunadamente estados y empresas, es decir las
personificaciones individual y colectiva del capital. Nuevamente
el estado es aval y punta de lanza de sus capitales.

4. Ejército
industrial de reserva y fuerza de trabajo

Las dos mercancías fundamentales, premisas de las
relaciones sociales capitalistas son los medios de
producción y subsistencia concentrados y la fuerza de
trabajo.

La inmanencia de la fuerza de trabajo, originada por su
carácter de fuente del valor, al tiempo que constituye el
elemento de negación o ruptura, ha llevado al capital a la
búsqueda por objetivar sus facultades como ya
veíamos y por expropiar su capacidad de control sobre el
proceso de trabajo. Este afán se cristaliza
dinámicamente en el carácter de la
tecnología y en la ampliación de su ámbito
de aplicación. Sin embargo, la incapacidad de separar a la
fuerza de trabajo de su portador, obliga a ocuparse de otros dos
problemas: su
reproducción y su subordinación.

En estos dos aspectos la organicidad de la relación
estado-mercado es fundamental. Ellos suponen la gestión de
los recursos alimenticios y del ejército industrial de
reserva mundiales. Una empresa de esta
envergadura sólo puede ser asumida por el estado, en el
entendido de que empleará en ella todos los recursos, es
decir, políticos, militares, económicos y
culturales de los que el capital, como sociedad, dispone.

Esto no implica que sea el estado el artífice de la
construcción del mercado mundial de fuerza de trabajo. El
desarrollo de las fuerzas productivas materiales, generado en la
búsqueda del plusvalor extraordinario, provoca
simultáneamente efectos contrarios de
concentración-desposesión, sobre los cuales se
asienta su poder.
Mientras más se impulsa la automatización,
más accesible se vuelve la fuerza de trabajo en
virtud de la menor especificación concreta de la
acción del trabajador dentro del proceso de trabajo (o, si
se quiere, de su mayor alejamiento del objeto de trabajo). La
gran concentración del capital que suponen estos procesos
dan la medida, por oposición, de la escala de
desposesión a que es sometida la población del mundo. Asimismo, y como
manifestación del mismo proceso, la
internacionalización y movilidad del capital se
corresponde con la extensión del espacio de
definición del ejército proletario y, por tanto,
del ejército industrial de reserva. De esta manera se
crean, como resultado contradictorio de un mismo proceso,
condiciones de valorización más adecuadas o maduras
(superiores) en los dos elementos que conforman la
relación capitalista: la objetivación de saberes y
destrezas multiplica el rendimiento de la capacidad viva de
trabajo y reduce su cantidad, y, el mercado de trabajo se
extiende y profundiza aumentando el peso relativo y absoluto del
ejército industrial de reserva y, adicionalmente,
incrementando la gama de diferencias entre sus miembros, lo que
agudiza su atomización interna y fortalece la
posición del capital.

Asimismo, este afán por incrementar el plusvalor
extraordinario conlleva una desvalorización en los
bienes de
consumo
necesario y, combinado con una política de
confrontación interna del contingente obrero y de
extensión (incluidas migraciones) del ejército
industrial de reserva, una desvalorización también
de la fuerza de trabajo.

La heterogeneidad y polarización del desarrollo
capitalista da lugar a una gran diversidad de situaciones
productivas y de calidades[10] y
disciplinas[11] de trabajo que el capital
desarrolla y confronta en su beneficio. Los sistemas de
producción más automatizados, que expresan la mayor
apropiación material alcanzada del conocimiento
humano, apelan a la intervención de una fuerza de trabajo
de mayor operatividad intelectual que manual. Las
operaciones estrictamente manuales,
más fácilmente mecanizables, han sido desde hace
tiempo paulatinamente incorporadas en el sistema de
máquinas, mientras que las operaciones intelectuales, que
requieren no sólo de conocimientos sino, sobre todo, de
capacidad para discernir, apenas empiezan a ser aprehendidas en
los llamados sistemas inteligentes[12]. La
coexistencia de estas tecnologías límite o de punta
con sistemas manufactureros, domiciliarios o hasta
precapitalistas, todas articuladas al proceso de
valorización bajo el liderazgo del capital de vanguardia,
requieren de un ejército obrero igualmente variado y con
la suficiente flexibilidad y amplitud como para soportar los
cambios en la estructura
tecnológica de la producción y en los ritmos de la
acumulación. Esto sólo es posible mediante la
mundialización del ejército industrial de reserva,
en correspondencia con la internacionalización del proceso
de valorización.

La heterogeneidad tecnológica de la producción y
la alta estratificación del proletariado, tienden a
agudizarse de acuerdo a dos tipos de problemáticas.
Primero, la búsqueda incesante del plusvalor
extraordinario que multiplica las innovaciones y sus campos
específicos de aplicación, provoca una
heterogeneidad no sólo vertical (relativa a la
jerarquización interna de las ramas de producción)
sino horizontal (referida a la diferencia de condiciones
tecnológicas dentro de una misma rama) de los procesos
técnicos de producción y de su instrumentación social, y, segundo, el
acercamiento real de la geografía planetaria
que vincula las situaciones más diversas mediante la
insoslayable penetración del mercado mundial en todos los
ámbitos geográficos y productivos, confronta,
asimila y saca partido de las contradicciones entre los
diferentes espacios tecnológicos y culturales. Y en este
terreno nuevamente la intervención del estado es
fundamental en la regulación de las cantidades y calidades
de la fuerza de trabajo mediante políticas
de atracción y repulsión específicas y
diferenciadas de acuerdo al ciclo de la acumulación y a
las características técnicas de los procesos de
trabajo, y mediante la tolerancia o
incluso promoción de la xenofobia e
ilegalidad, y de los conflictos entre minorías
étnicas.

La construcción del mercado mundial o, de otra manera,
la dominación capitalista sobre la producción y
reproducción del mundo, marca el
límite de la subsunción de la fuerza de trabajo, de
la conversión de la población mundial en clase obrera.
La profundidad y duración de la desposesión y, con
ello, la organicidad alcanzada por la producción
capitalista en cada espacio, indican el grado de la
estratificación o las diferentes disciplinas impuestas a
la fuerza de trabajo y su articulación específica
con el proceso de construcción del mercado mundial de
fuerza de trabajo.

El sustento o base de este proceso debe ser encontrado en el
carácter desestructurador o universalizador del modo de
producción del capital y en la polaridad o
contradictoriedad con que éste se abre paso en el mundo
poniendo y rompiendo fronteras[13], en ocasiones
lidereado por sus capitales de mayor envergadura, en ocasiones
por su representación global.

En su proceso de universalización, el capital se
apodera de territorios entendidos en el sentido integral: con sus
recursos naturales, su población, sus conocimientos, su
cultura. Se
apropia y subsume y, por tanto, dispone e incorpora. Estas
poblaciones son convertidas en fuerza de trabajo o, mejor, en
ejército industrial de reserva, pero conservando
tradiciones culturales (religión, creencias,
costumbres, es decir, su concepción del mundo), si bien en
pugna con nuevos elementos de la realidad que muchas veces son
asimilados sólo mecánicamente, pues no encuentran
cabida ni explicación adecuada dentro de los sistemas
autóctonos de reconstrucción
cultural[14]. Esta especificidad cultural, si bien
en el interior del proceso de trabajo tiende a ser soslayada, es
reproducida en el terreno social (por el estado e instituciones
protoestatales) porque forma parte de la riqueza global de la
fuerza de trabajo pero, sobre todo, porque es el elemento central
de sustentación de la discriminación, tan rentable
económicamente.

La polarización mundial del desarrollo capitalista, la
concentración del poder y la riqueza, se acompañan
también de una concentración de la miseria y la
depauperación, esto es, la polarización caracteriza
tanto al desarrollo de las fuerzas productivas y a la
apropiación del producto
social como a las condiciones de reproducción humana. El
capital como tal se reproduce atendiendo a una disposición
jerárquica y polar pero universalizando correlativamente
las condiciones de producción capitalistas y extendiendo
con ello el ámbito del ejército industrial de
reserva al terreno mundial. Esta disparidad, producto del
desarrollo
económico mundial pero fomentada por los estados tipo
A y agudizada por las oligarquías locales (estados tipo
B), es el vehículo de las migraciones internacionales de
fuerza de trabajo.

La reproducción ampliada del capital no depende de su
capacidad para adecuar la reposición intergeneracional de
la fuerza de trabajo sino de su capacidad para crearla a partir
de la población mundial en su conjunto. Así, es
posible sortear en conjunto, o garantizar en el nivel del capital
social general lo que el capital individual y sometido a los
ciclos y la competencia destruye, reprime o incentiva, de
conformidad con sus requerimientos inmediatos. Es aquí
donde se ubica la verdadera importancia de esta fuerza productiva
itinerante y del ejército proletario mundial como
ejército industrial de reserva. Es aquí donde la
regulación del estado es indispensable para garantizar una
de las condiciones generales de la valorización.

5. Las nuevas formas de
gestión colectiva del capital. Supranacionalidad del
mercado y del estado

La internacionalización de los procesos productivos, si
bien fortalece -y depende de- la capacidad hegemónica de
algunos estados, cuestiona su propia vigencia. La competencia ya
en estos niveles de fuerzas productivas ha tenido que suspenderse
relativamente en algunos espacios, notablemente en los de
investigación básica o en
investigación tecnológica precisa. Ya ni el estado
puede socializar adecuadamente los costos del avance
tecnológico y ha sido necesario establecer convenios entre
capitales competidores de nacionalidades distintas y estados.
Qué tanto el capital se está convirtiendo con esto
efectivamente en multinacional todavía no puede decirse
pero seguramente el gran número de acuerdos y la calidad
de la
investigación (o producción) que se está
realizando sobre estas nuevas bases pone en cuestión la
circunscripción nacional de los estados.

La regulación de las condiciones generales del proceso
de valorización implica una escala cada vez más
amplia y ha requerido de la sumisión mayor o menor de los
estados tipo B y de una especie de encadenamiento en el que
éstos se han convertido en estaciones repetidoras o
reproductoras de los intereses de la clase dominante de los
países tipo A, la que por supuesto está presente
también en el juego de
fuerzas interno. Sin embargo, cada vez más el estado tipo
A, adecuando su gestión a un mercado ampliado de sus
capitales, requiere imponer directamente sus directrices sobre
las economías subordinadas y por ello se ha promovido, la
mayoría de las veces a través de instituciones
supranacionales como el FMI y
equivalentes, el desmantelamiento de los estados y la
ubicación de los recursos estratégicos en la
posición más débil, es decir, en manos de la
oligarquía local y no ya de la nación. La
relación de estos estados (tipo B) con el mercado,
entonces, no corresponde a la promoción de los intereses
nacionales sino a la medida de su subordinación. Los
"intereses nacionales" que encarna la clase dominante de estos
países son de entrada expresión de su
articulación subordinada con el mercado mundial o con las
economías líderes.

Dentro de nuestro horizonte conceptual son las
características y tamaño del mercado las que
definen el ámbito y alcances del estado y su
gestión. Así, la trasnacionalización de la
producción y la posible multinacionalización de los
capitales estaría abriendo el espacio para la
supranacionalización de algunos estados, al tiempo que
plantea la conversión de otros en oficinas de
trámites y contención de los conflictos de clase.
Es decir, la ampliación de la soberanía de los líderes implica un
vaciamiento de la soberanía del resto.

Pero estas no son todavía más que especulaciones
trazadas desde la perspectiva del capital internacionalizado, del
capital y los estados líderes. No es este sin embargo el
único ángulo del análisis. La lucha de clases, en este caso
trasladada violentamente al plano mundial, tendrá que
marcar los límites de este proceso. Será necesario
observar, en América
Latina, la evolución de los movimientos
democratizadores y sus productos
sociales, ya que éstos representan, en el momento
presente, la expresión más organizada de
recuperación de la soberanía y redefinición
de los intereses de la nación.

 

 

 

 

Autor:

Ana Esther Ceceña

Economista.

Investigadora en el Instituto de Investigaciones
Económicas de la Universidad
Nacional Autónoma de México.

Miembro del Grupo de
Trabajo Economía Internacional (CLACSO)

[1] Nuestro punto de vista a
propósito del mercado, de su estructuración y
de la ubicación de sus elementos definitorios
esenciales, así como un abordaje detallado de cada uno
de ellos se encuentra en el libro
Producción estratégica y hegemonía
mundial, coordinado por la autora y Andrés
Barreda, de próxima aparición en Siglo XXI
Editores, S.A.

[2] Por razones de espacio no podemos
detenernos mucho en este punto así que esta
delimitación resultará inevitablemente
esquemática.

[3] Un planteamiento amplio y muy
documentado sobre este punto se incluye en el libro
Producción estratégica y hegemonía
mundial, op. cit.

[4] La complejización del proceso de
valorización del capital que se apodera de nuevas
esferas, reestructura las ya conocidas y profundiza la
desposesión general lleva aparejada una
ampliación de la escala de la proletarización y
del espectro proletario.

[5] Estamos refiriéndonos
aquí obviamente a la situación de los
países del tipo A.

[6] Vocablo francés que se forma a
partir de la unión de dos palabras: información y automática.

[7] En un primer momento, la computadora,
por sus grandes dimensiones y altos costos de
producción, sólo está presente como
instrumento de cálculo en los laboratorios, procesando
información en instituciones gubernamentales o
coordinando equipo militar. Sus dos vertientes
básicas, la microelectrónica y la
informática, fueron producto de investigaciones
realizadas bajo los auspicios del estado para mantener la
vanguardia internacional en la tecnología de guerra.
Es ya en el momento en que se logra la
miniaturización, cuando se crean máquinas
pequeñas, muy potentes, capaces de funcionar como las
primeras computadoras (los llamados microcomputadores),
que esta tecnología puede difundirse y diversificar
sus aplicaciones en la industria civil. A partir de este
momento se convertirá en el elemento determinante del
nuevo patrón tecnológico.

[8] Karl Marx,
El capital, T. I, vol. 2, México, Siglo XXI
Ed., 1977, p. 465.

[9] "La tendencia en la producción
manufacturera hacia la automatización y la
interconexión entre sistemas automatizados en el piso
de la fábrica y entre plantas,
está jugando un papel cada vez más importante
en términos de la futura competitividad industrial". OCDE; The
telecommunications industry. The challenges of structural
change; París; OCDE; 1988; p. 16.

[10] Por calidad de la fuerza de trabajo
entendemos todo el conjunto de características
físicas y culturales del trabajador que se expresan en
el consumo productivo de su fuerza de trabajo. Entre ellas se
cuentan los hábitos alimenticios, higiénicos y
de cuidado del cuerpo, así como las convicciones y
costumbres religiosas y morales, la educación y conocimiento del mundo, el
cosmopolitismo y las tradiciones relativas a las experiencias
de trabajo y de subsistencia.

[11] Por disciplina
de trabajo enunciamos la adecuación o sometimiento del
trabajador al trabajo industrial en general pero atendiendo a
sus características históricas
específicas, es decir, a las determinaciones
técnicas del proceso de trabajo y a las
determinaciones sociales de explotación de la fuerza
de trabajo.

[12] Se llama sistemas inteligentes a los
sistemas computarizados facultados para descomponer los
problemas de acuerdo a una secuencia de operaciones
lógicas y tomar opciones en su resolución.

[13] No nos referimos aquí
estrictamente a las fronteras políticas sino a las
económicas y culturales también.

[14] Este es un aspecto que debe ser
ampliamente documentado para evaluar la fuerza del capital (o
su incapacidad relativa) para romper o transformar las
estructuras conceptuales a partir de las
modificaciones en el modo de asegurar la subsistencia y en
las relaciones de trabajo. Asimismo, es necesario evaluar las
bases de estas estructuras (sobre las que se asienta la
resistencia identitaria), para confrontarlas
con las exigencias disciplinarias capitalistas sea en el
propio terreno, sea en realidades distintas
tecnológica y culturalmente.

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