Que duda cabe que el lenguaje
suele jugarnos malas pasadas. Digo esto porque, en no pocas
ocasiones, cuando tratamos de explicar el significado de alguna
palabra, solemos enredarnos y quedar entrampados bajo el prisma
de un lenguaje
conceptual con contenidos muy contradictorios… A decir verdad,
nadie ha podido quedar libre de esta impronta. Se sucede una
especie de dicotomía, puesto que tan pronto creemos
entender algo, sin embargo, cuando intentamos explicar o definir
ese algo, comprobamos que nos resulta difícil así
hacerlo.
Por cierto, no con todas las palabras nos sucede esto, siendo
más recurrentes los casos con aquellas que contienen ideas
de alta significación intelectual. Las palabras "libertad",
"democracia",
"humanismo",
"cultura",
etc., estarían en las situaciones descritas. Porque en
ellas, a fin de cuentas,…
¿Quién tendría la autoridad
suficiente para asegurarnos que significan tal o cual cosa? La
respuesta, parece ser obvia: el diccionario. Y
para el caso de nuestra lengua,
tendríamos que agregar el "Diccionario de la Real Lengua
Española", en la que reconocemos autoridad sobre la
materia.
Vista así las cosas, el problema parecería
quedar resuelto; bastaría recurrir al diccionario para
zanjar el problema. Sin embargo, la realidad suele tener
más fuerza que
cualquier supuesto. En efecto, enfrentado a esta disyuntiva, no
pocas veces, cuando he acudido al diccionario para salir de mis
dudas, cual paradoja, lo que allí encuentro, en vez de
aclarar mis dudas más confuso me dejan, por lo
contradictorio y diversidad de significados que allí
encuentro. Un esfuerzo demasiado omniabarcador en sus
pretensiones significantes parecen ser el distintivo y sello de
ciertas palabras que encontramos en los diccionarios.
Entonces,… ¿Cómo salir del atolladero?…
Por de pronto, recurriendo a lo que tengo más a la mano:
el sentido común parece ser el mejor de los recursos.
Ahora bien, en sentido estricto, las palabras no tienen
significados precisos y determinados para siempre, depende en el
contexto que éstas se usen. Vistas las palabras en forma
aislada nada parecen decirnos, es sólo cuando las
intercalamos en una frase cuando vienen a adquirir un sentido
específico, pudiendo recibir las acepciones que el
diccionario le asigna, pero también pudiendo asumir otras
que éste no le atribuye. Una especie de esqueleto al que
se termina por ponérsele el tejido muscular y nervioso, lo
que gramaticalmente reconocemos como adjetivaciones. No sin
razón ha dicho Ortega y Gasset, que los vocablos
sólo son palabras cuando son dichas por alguien,
así como un libro
sólo existe cuando tiene un lector.
Hay que admitir que las lenguas
cambian de continuo, siendo por ello que los diccionarios nunca
se encuentran acabados, constituyendo obras vivas que
están en constante evolución registrando nuevas formas e
incorporando nuevos significados a las palabras según sea
el mayor o menor grado de universalización con que
éstas puedan ser aceptadas en su uso. Tenemos entonces que
las palabras son agentes cambiantes, que mutan y que se reinventa
continuamente. Por eso, en la lengua española, como bien
lo ha subrayado el presidente de la Academia Argentina de la
Lengua, Pedro Luis Barcia, "nadie puede declararse poseedor de
una pureza que pueda imponerle al resto". Por lo mismo, si
pensamos que las exigencias de una definición exacta
parecen a primera vista ser razonables, la realidad nos dice que
no en todas las circunstancias es posible que este deseo
así se cumpla.
Gabriel García
Márquez ha dicho que los diccionarios no siempre
pueden trazar la dimensión subjetiva de las palabras. Cita
el ejemplo dela diferencia de significado entre un barco y un
buque. El diccionario de la Real Academia
Españoladecía que un buque es un «Barco con
cubierta que, por su tamaño, solidez y fuerza es adecuado
para navegaciones o empresas
marítimas de importancia». Desde luego, en esta
definición se confundía el barco con el buque. lo
que llevó a pensar a García Márquezque
existía una diferencia subjetiva entre las dos palabras.
En efecto, los buques no servían sino para empresas
fluviales, con dos chimeneas sustentadas con leña e
impulsados con una rueda de madera en la
popa; mientras los barcos se utilizaban para empresas
marítimas, eran únicamente los de mar. En otra
ocasión quiso saber sobre las diferencias entre
fantasía e imaginación, pero las definiciones del
diccionario no sólo le resultaron muy poco comprensibles
sino que, además, se daban al contrario.
Constituye una afición de García Márquez
encontrar imbecilidades en los diccionarios y percatarse que, a
veces, se dan cuenta de que han hecho el ridículo y lo
corrigen en una edición
posterior. Esto le pasó al de la Real Academia
Española con la definición de perro:
«Mamífero doméstico de la familia de
los cánidos, de tamaño, forma y pelajes muy
diversos, según las razas, pero siempre con la cola de
menor longitud que las patas posteriores, una de las cuales
levanta el macho para orinar». Una precisión
excesiva que se prestó para muchas burlas.
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