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Significado de la palabra cultura (página 2)



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Ahora bien, hecha esta pequeña introducción quiero referirme
explícitamente al tema que rotula el encabezado de esta
nota. Para ello, como lo dice el refrán popular: "para
muestra basta
un botón". Y para el caso de la idea que quiero
representar, mi botón de muestra la voy a dejar referida
en la palabra "cultura".

La elección de esta palabra no es arbitraria. Si la he
elegido, es porque se encuentra de moda aquí
en Valparaíso, a propósito de ser designada nuestra
ciudad "capital
cultural" de Chile. Los porteños, muy orgullosos de esta
designación, han empezado a hacer de la palabra cultura su
muletilla. Sin embargo, en conversaciones con amigos, comentando
los derivados de esta designación, he quedado sorprendido,
pues parece ser que cada cual comprende el significado de la
palabra cultura del mejor modo que se le antoje. Y no
podría ser de otro modo, pues siendo el concepto de
«cultura» hoy uno de los conceptos centrales de la
antropología filosófica, puede
afirmarse que cada escuela de
antropólogos ofrece un concepto de «cultura»
diferente. Así, entre el mar de definiciones que
encontramos a mano, se da el caso que las líneas
divisorias obedecen a criterios tan misteriosos que, algunas
veces, nos vemos inclinados a sospechar si no estaremos, en
realidad, ante un simple «rótulo» de alcance
meramente pragmático.

La Idea de Cultura es, desde luego, muy imprecisa, oscura y
confusa. Sin embargo, lo más interesante del caso es que,
a pesar de la oscuridad de su connotación, actúa
precisamente a través de ésa su forma connotativa.
Así su prestigio, a pesar de su oscuridad, es tan notorio
que no necesita de precisiones denotativas. Podríamos
decir que la palabra «Cultura» es, acaso, una de las
palabras que gozan de mayor prestigio en nuestro vocabulario
cotidiano; incluso más, se encuentra revestida de cierta
aura, tanto para la comprensión del más ilustrado
como para el más lego. Su significado parece estar
impulsado por una «Idea-fuerza, en
virtud de la cual es capaz de incorporar a su movimiento a
las más diversas ceremonias, formas o instituciones
más heterogéneas, que recibirán, sin
embargo, de esa incorporación su
«justificación» precisa.

En una ocasión, -contaba Gustavo Bueno- que tuvo
ocasión de presenciar la rueda de prensa en la que
un alcalde trataba de defenderse del acoso de los periodistas por
haber gastado una cantidad, al parecer excesiva, del presupuesto
municipal para traer a una orquesta sinfónica extranjera a
las fiestas de la ciudad. Después de unos titubeos, al
alcalde se le ocurrió responder de la siguiente manera:
«Porque el concierto sinfónico que hemos escuchado
es una forma de cultura», para añadir en seguida,
«Acaso una de las formas más altas de la
cultura.» Lo sorprendente del caso no fue tanto la
ocurrencia del alcalde melómano, sino el efecto que su
respuesta produjo en los periodistas. Se apaciguaron, se
callaron, como si estuvieran rumiando la siguiente
reflexión: «No habíamos caído en la
cuenta.» La costosa ceremonia sinfónica había
quedado indudablemente justificada a través de la Idea de
Cultura.

Ahora bien, anécdotas aparte, podríamos decir,
en términos generales, que parte de nuestra
confusión surge, por un lado, cuando se usa la palabra
cultura como expresión de las bellas artes,
siendo bastante recurrido esto en diarios y revistas en donde sus
páginas "culturales" se remiten a expresar aquello que
está en relación con la literatura y las diferentes
especialidades artísticas. Se concluye, por tanto, que son
personas "cultas" aquellas que son dominadoras del saber y
conocedoras de las artes; por antonomasia dícese de
personas "incultas" aquellas de poco saber e ignorantes de las
bellas artes. En esta línea se producen confusas
galimatías en el uso de los términos cultura y
arte; la
habitual confusión del uno por el otro, añaden
variadas contradicciones en las que deben convenirse avenencias.
Eso por un lado, por otro, es sabido que también se usa la
palabra cultura para denominar a determinados grupos humanos.
Por cierto, muchas personas quedan confundidas con esta doble
significación. Los profesores, por ejemplo, parecen tener
una marcada preferencia por la primera acepción, a la vez
que se reconocen ellos mismos y son reconocidos por los
demás como personas "cultas". Sin embargo, usualmente
transmiten en el aula una acepción que -con algunas
variaciones de contenidos- se acerca más a la segunda
noción, esto es, que cultura es el conjunto de costumbres
y modos de vida de un pueblo, heredados y transmitidos de
generación en generación.

Navegando entre estas dos aguas, y empecinado por encontrar
una definición que mejor satisfaga mis requerimientos
(ensayista), debo confesar que tal propósito no me ha sido
tarea fácil. Habiendo hecho lectura de
innumerables definiciones, éstas no me han dejado del todo
satisfecho, en lo que respecta a lo noción que mi propia
subjetividad presupone para dicho término. Y esto que he
experimentado en lo personal, he
comprobado que pasa hasta en las mejores familias. Con
sólo decir que en los años cincuenta, dos
antropólogos norteamericanos, Alfred Kroeber y Clyde
Kluckhohn, decidieron contabilizar las diferentes acepciones de
la noción de cultura. El resultado los tomó por
sorpresa: llegaron a registrar más de cien definiciones
distintas. El problema, evidentemente, no era teórico sino
fáctico, ya que para los antropólogos cada grupo humano
teje y desteje su propio universo cultural
y entraña, por añadidura, una cultura
específica.

En la misma línea, años más tarde, la
propia UNESCO, se vio entrampada en esta misma disyuntiva. En el
momento que tuvo que realizar un estudio sobre este
tópico, llegó a encontrar más de 200
acepciones para la explicación del término.
Finalmente llegó a sintetizar la definición de la
palabra cultura en la siguiente expresión: "cultura no es
un medio para el progreso material: es el fin y el alma del
desarrollo
visto como el florecimiento de la existencia humana en todas sus
formas…" (UNESCO 1966).

A la luz del examen de
las definiciones que podemos encontrar a la mano podemos
concluir, en un sentido general, que la cultura sería "el
conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales,
intelectuales
y afectivos que caracterizan una sociedad o
grupo social". Sin embargo, al momento de tratar de
intelectualizar y aprehender esta noción, es que surge mi
reparo y cuestionamiento a la misma. ¿Cuáles son
los valores
representativos de nuestra sociedad? ¿Qué configura
para nuestra identidad las
expresiones rasgos distintivos, espirituales, materiales,
intelectuales y afectivos? ¿Por qué colocar en el
mismo plano los rasgos espirituales, intelectivos y afectivos con
los rasgos materiales?. ¿Acaso son nociones que van a un
mismo ritmo? ¿Y qué hay de la diferencia entre
valor y
desvalor? He ahí el meollo del asunto desde donde surge mi
reparo y crítica
lo que, obvio está, requiere una explicación
más detallada para la comprensión del lector.

Como se sabe, el uso de la palabra CULTURA fue variando a lo
largo de los siglos. En el Latín hablado en Roma significaba
inicialmente "cultivo de la tierra", y
luego, por extensión, metafóricamente, "cultivo de
las especies Humanas". Es decir, en su origen se usaba como
opuesto al salvajismo, barbarie o al menos rusticidad. Un
hombre culto o
cultivado era el hombre educado. Esta es su verdadera
génesis. Más después, desde el siglo XVIII,
el romanticismo
reafirmó esta idea, estableciendo sí una diferencia
entre civilización y cultura. El primer término se
reservaba para nombrar el desarrollo
económico y tecnológico, lo material; el
segundo para referirse a lo "espiritual", es decir, el "cultivo"
de las facultades intelectuales. En el uso de la palabra
"Cultura" cabía, entonces, todo lo que tuviera que ver con
la filosofía, la ciencia, el
arte, la religión, etc. Se
entendía la cualidad de "culto" como un rasgo individual,
por eso podía hablarse de un hombre "culto" o "inculto"
según hubiera desarrollado sus condiciones intelectuales y
artísticas. Esto aún hoy es muy frecuente, sobre
todo cuando apelamos al campo del sentido común.

Sin embargo, en la época más
contemporánea, la antropología, y también la sociología y psicología, entre
otros, han venido a redefinir el término contradiciendo la
concepción romántica y sus orígenes
más precedentes. La definición del término
se desplaza de lo puramente individual a lo social. En general,
hoy se piensa a la CULTURA como el conjunto total de los actos
humanos en una comunidad
dada, ya sean éstos prácticas económicas,
artísticas, científicas o cualesquiera otras. La
palabra cultura entonces designa hoy todos los modos y costumbres
que existieron o existen en cualquier pueblo, o conglomerado
social específico, que respondan o hayan respondido a
determinados parámetros de vida, desde las épocas
más primitivas a las más contemporáneas.

Y es en este punto, en donde quiero hacer oír mi
reclamo, pues observo que esta definición no hace
distingos entre lo que constituye un "valor" de un desvalor. Para
mí gusto, la cultura debe tener una significación
siempre asociada a "valores",
nunca a "desvalores", ese es el meollo central de mi reparo. Digo
esto porque no todos los modos de vida se han orientado, por
desfortuna, al mayor enriquecimiento del espíritu humano,
al contrario, muchas veces lo han hecho degradarse
llevándolo a retrotraerse a una profunda decadencia.
Así, por ejemplo sería impropio referirse a una
"cultura nazi"; más bien, lo propio sería hacer una
referencia a la "barbarie nazi". Lo mismo pasa con lo que se
denomina "cultura de guerra" o
más posmodernamente a lo que se denomina "cultura light".
En todos estos casos más bien, nos estamos refiriendo a
"inculturas" o "contraculturas", pero de ningún modo a
culturas en el sentido que he indicado.

Sobre esto algunos pensadores contemporáneos han
llamado la atención, previniéndonos, sobre el
hecho de que la sociedad capitalista sea una sociedad sin cosas,
ni para comer, ni para mirar, ni para usar, que sea
exclusivamente un mundo de mercancías en el que desaparece
toda comunidad, un mundo "sin Cultura"; un espacio virtual de
no-lugares donde las cosas-símbolo son suplantadas por
virtualidades fantasmales. En este sentido soy de la
opinión que una definición léxica no puede
contener, por una parte, una cosa, y por otra su contrario. Esto,
constituiría un burdo eclectismo que, desde el punto de
vista intelectual, y también desde el sentido común
y de la lógica,
pareciera no ser aceptable. La definición de las palabras
deben de cautelar un prudente equilibrio: ni
demasiado metafísico ni tampoco demasiado
ecléctico

Ahora bien, esta idea fuerza que he querido hacer connotar en
la noción de cultura, -preeminencia de valores y no
desvalores- ha sido muy bien recogida por el filósofo
cubano Pablo Guadarrama, quien, en mi opinión, muy bien ha
apuntado al meollo del asunto, cuando ha definido la cultura en
los siguientes términos":

"En mi libro Lo
universal y lo específico de la cultura, defino cultura
como el grado de dominio que posee
el ser humano sobre sus condiciones de existencia que posibilita,
con grados de libertad, el
control de sus
condiciones de vida y la realización en el proceso
permanente de humanización frente a las formas de
alienación. El ser humano es un ser que se aliena en
muchas formas, pero también supera las formas de
alienación históricamente, no porque el ser humano
sea un sujeto alienable por naturaleza
sino porque hay determinadas condiciones
histórico-sociales que enajenan, que oprimen, y frente a
ellas la cultura es un elemento desalienador, emancipatorio, que
da grados de libertad. Por eso José Martí
decía que "ser culto es el único modo de ser
libre". O sea, posibilita que el ser humano, al conocer las
relaciones del mundo natural y del mundo social, pueda realmente
construir su propio modelo de
vida. Para mí, sostiene Guadarrama- cultura implica valor.
Los "desvalores" o "antivalores" no forman parte de la cultura.
Forman parte de la sociedad. Por eso, incluso llamo excrecencias
sociales a esos productos del
hombre que, en lugar de favorecer la condición humana,
atentan contra ella. Es decir, hay muchos factores que el hombre crea
y que se convierten en boomerang. A eso la escuela de Frankfurt,
en particular Theodor Adorno, lo
llamó contracultura. No creo que todos los filmes que se
producen en Estados Unidos
sean cultura. No creo que todos los productos que nos venden en
los supermercados sean cultura. Ni todos los juguetes que
enajenan a nuestros niños
sean cultura. No creo que haya infinidad de acontecimientos
sociales que sean cultura. Cultura es sólo aquello que
enriquece la condición humana, que nos hace ser más
humanos, que nos hace ser más libres…"

Demás está decir que con esta definición
aportada por Guadarrama, he puesto término a mi larga e
interminable búsqueda, pues aún sin pretender ser
determinista, ésta me ha conformado plenamente en mis
requerimientos. Razón le confiero a Guadarrama cuando
define esta significación, dando así un
significativo paso en la aclaración del embrollo que ha
originado la definición reintroducida por las distintas
corrientes antropológicas más
contemporáneas.

Del mismo modo, indirectamente, Guadarrama ha dejado sentado
que las mayores dificultades que nos plantea la Idea de Cultura,
en cuanto Idea-fuerza, proceden, en la práctica, del lado
de su denotación. Rescata así el hecho cierto de
que el uso común de la palabra «cultura» como
Idea-fuerza, restringe de hecho la denotación universal
del término, tal como lo entienden los
antropólogos, pues solemos reservar el nombre de
«cultura» para designar a la música, al ballet, al
teatro, al
cine, a la
literatura, etc.

Una denotación cuyo círculo se superpone,
más o menos, con el círculo denotativo de aquello
que Hegel
llamó «Espíritu absoluto». Y aun
cuando, antropólogos, sociólogos y
psicólogos iniciaran una cruzada para que se incluyera, al
lado de los contenidos de la primera y originaria noción,
los contenidos de la otra cultura, la cultura que, además,
representaría la vanguardia
material de la humanidad -un tren de alta velocidad, un
ordenador, el segundo principio de la termodinámica, etc., quiérase o no,
dichos contenidos materiales son dejados de lado por el hombre
común, para quedarse con la primera significación
denotativa, aquella idea fuerza que se encuentra más
cercana al espíritu, aquella que la caracterizó
desde sus orígenes, aquella que se encuentra siempre
asociada con la idea fuerza de contener algún "valor".

 

 

 

 

Autor:

Hernán Montecinos

Partes: 1, 2
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