Dos estrategias se enfrentan en la discusión del
socialismo del siglo XXI. La propuesta de promover crecientes
transformaciones radicales choca con la postura de apuntalar
previamente una etapa capitalista de neo-desarrollismo regional.
El debate gira en torno al comienzo y no a la construcción
plena del socialismo. En la región existen recursos para
iniciar este giro y el dilema inmediato es quién
usufructuará de la bonanza actual.
La tesis pro-desarrollista elude discutir la conveniencia de
un empresariado latinoamericano. Subvalora, además, las
dificultades para erigirlo y los obstáculos para superar
el carácter periférico del capitalismo regional.
Esta visión omite los costos sociales de semejante modelo
y sobredimensiona las desavenencias entre banqueros e
industriales.
Este enfoque por etapas debilita la lucha de los oprimidos,
desdibuja el proyecto popular y reduce las disyuntivas
políticas actuales a una oposición entre
centro-izquierda y centro-derecha. Esta polarización
obstruye los reclamos sociales y tiende a neutralizar el
antiimperialismo de los gobiernos nacionalistas.
Los dos planteos en pugna se expresan en Venezuela en
iniciativas de radicalización o congelamiento del proceso
bolivariano. Esta misma divergencia induce en Bolivia al uso de
la nueva renta petrolera para mejoras populares o para subsidios
al capital. El resultado de esta puja a escala regional
favorecerá la renovación del socialismo o la
restauración del capitalismo en Cuba.
La definición de alianzas y prioridades
políticas constituye el principal problema de la
izquierda. Los distintos planteos en debate se nutren de
raíces locales y foráneas, pero recogen tradiciones
opuestas de subordinación o resistencia a las clases
dominantes latinoamericanas.
La ausencia de planteos socialistas es más perniciosa
que los errores de diagnóstico sobre el capitalismo
contemporáneo. El socialismo es un concepto tan manoseado
e irreemplazable como la democracia. Renovar su contenido es el
desafío de la época.
Claudio Katz