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Subjetividad objetiva y
objetividad subjetiva
La objetividad es lo verdaderamente subjetivo. La subjetividad
es lo verdaderamente objetivo. Lo
más subjetivo es lo objetivo. Lo más objetivo es lo
subjetivo.
Por una parte, cuando se tiene un objeto, hay múltiples
ángulos y momentos en que éste puede
circunscribirse, desde cada uno de los cuales se va haciendo
distinto, es decir, se va haciendo otro objeto. El objeto cambia
al modificarse el contexto, la historia en la que se
enmarca y que siempre va siendo distinta. El objeto que en un
momento llamó la atención por su novedad al poco tiempo se hace
viejo e indiferente, es otro. Pero, aún más,
generalmente un objeto nace ambiguo y complejo por la
simultánea diversidad y movimiento de
los contextos en los que se inserta desde el principio.
Así, un objeto es siempre muchos
objetos, hay una infinitud de objetos implicada en
cada objeto, porque son infinitos sus contextos.
Por la otra parte, no hay nada más patente y
vívido, es decir, no hay nada más
objetivo, que las emociones cuando
éstas son intensas, aunque a veces no se tenga palabras
para describirlas.
A diferencia de lo externo que puede ser observado desde
diversos ángulos y tiene desde su origen múltiples
facetas, lo interno únicamente es desde el ángulo
mismo en que fue captado por la persona que lo
observa; no es otra cosa, sino eso mismo que fue percibido
internamente. Es dolor, es alegría, es nostalgia, es un
recuerdo, una imagen, una
narración que el observador ha percibido desde el
único plano en que existen. En cuanto esas emociones y
vivencias internas pueden analizarse se transforman en externas y
dejan de ser lo que fueron originalmente al entrar en
relación con otros contextos.
Con entrenamiento una
persona puede aprender a describir con alta fidelidad sus
emociones y la forma en que desarrolló un pensamiento,
así como puede narrar sus sueños que solamente
tienen un único ángulo desde el que son
soñados. Sin embargo, debe quedar claro que al nombrar o
describir un hecho éste se transforma. Por eso se dice que
el sueño narrado es siempre distinto del sueño
soñado, y lo mismo ocurre con cualquier otro objeto. Todo
objeto al ser representado se modifica, se hace otro en cada
ocasión en que se recuerda. Entendiendo esto,
podríamos tener claro que "el pasado se puede cambiar" y
de hecho cambia con sólo mencionarlo, como cambia un
libro o una
película a los que se entra por segunda o enésima
vez. Los seres humanos estamos condenados a transformar todo lo
que tocamos, aún cuando no sea esa la intención.
Por eso la cultura crece
y se modifica con la reiteración, con los rituales, con
las costumbres.
Las emociones y los pensamientos tienen un sentido primigenio
único, mientras que lo externo es desde el primer momento
diverso, polisémico. Pero lo interno sólo puede
pervivir externalizándose, es decir, haciéndose
otro. La vivencia pasa a ser recuerdo. Los recuerdos, es decir,
el pasado, va cambiando conforme pasa la vida; lo que un
día fue tristeza y debilidad después se transforma
en orgullo y fortaleza, tal como lo muestran las historias
heroicas.
En psicología, los objetivistas no confiaban
en la percepción
directa de los datos, sino en la
medida en que dos o más sujetos observadores estaban de
acuerdo, con lo cual sus datos resultan "intersubjetivos". Del
otro lado, muchos teóricos de la subjetividad, en cambio, no
parecen preocuparse mucho por confirmar sus observaciones, las
consideran verdaderas y válidas desde el primer momento,
como si fueran objetivas.
A principios del
siglo XXI, todavía hay muchos objetivistas que no han
entendido que los ojos y los oídos han sido educados para
percibir lo que perciben, tienen una historia y corresponden a
actitudes y
creencias ideológicas, y que, por tanto, lo mismo ocurre
con todos los patrones de medida a los que han considerado como
si fueran impersonales o ahistóricos.
Los teóricos de la subjetividad no se percatan de que
los fenómenos que consideran "subjetivos" se producen
"objetivamente" y se relacionan de manera objetiva con las
condiciones de vida material en que se desenvuelven personas y
grupos. Los
teóricos de la subjetividad no comprenden lo que bien dice
Pablo Fernández Christlieb (2004) acerca de que el
pensamiento ocurre no sólo en la cabeza de las personas
sino que pensamos con movimientos corporales y con las cosas que
nos rodean. Por ejemplo, un lápiz o una computadora,
así como la ordenación que hay en un supermercado
son elementos del pensar de individuos y colectivos. Al dialogar
se piensa también a través de las palabras del
otro.
En efecto, todo es subjetivo debido a su objetividad y es
objetivo por su subjetividad. Esa es la realidad, decía
Hegel. No es
que el objeto sea otro más allá de su apariencia,
sino que la apariencia es ya una parte del objeto real que se
forma de múltiples, sucesivas e infinitas formas de su
aparecer. Así, objetividad y subjetividad, tanto en el
sentido ontológico y epistemológico como en su
dimensión propiamente psicológica, incluso
individual, son dimensiones mutuamente constitutivas. Por eso
puede decirse que también el psicótico
tiene razón, como ya nos lo habían
hecho ver, por una parte Cervantes y,
por otra, Erasmo de Rotterdam. Y, siendo consecuentes,
también habría que decir que el saber
absoluto pretendido por Hegel no deja de constituir
un delirio de grandeza que, por cierto, muy pocos han podido
comprender.
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