En la economía militar se concentran los mayores
ejemplos de innovación contemporánea, y por esa
razón, este sector sirve como ilustración de los
rasgos del cambio tecnológico. El volumen e incidencia
económica de esta rama es tan significativa, que desde los
años 50 se tornó usual la denominación
«economía armamentista», para referirse al
capitalismo de posguerra. Según demuestra Vayrynen1, el
cambio tecnológico y la industria moderna siempre tuvieron
un desarrollo paralelo. La tecnología bélica, que
se había estancado en los albores del capitalismo,
cobró impulso a partir de 1850, y se adelantó a
partir de 1880 a la tecnología civil con la
formación de las grandes corporaciones militares.
El salto se produjo a mitad del siglo XX, a través de
una elevación permanente de gasto militar. En vez de
aumentar exclusivamente en los períodos de guerra, estas
erogaciones comenzaron a ascender también en ausencia de
conflictos generalizados.
Los gastos bélicos aumentaron del 1% del PBI de los
países desarrollados al 5-10% del PBI, luego de la
última guerra. Entre 1954 y 1967, el gasto militar
excedió el valor de todos los negocios norteamericanos. El
Departamento de Defensa estadounidense acaparaba el 62% del
presupuesto federal en 1948, y el 80% en 1960. En los años
60 la producción de armas absorbía la mitad de la
inversión de capital de todo el mundo. Pero el papel de
este complejo armamentista en el cambio tecnológico es
aún más relevante. Todas las innovaciones
significativas de las últimas décadas fueron
inicialmente concebidas en la órbita militar. Se
transfirieron a la esfera civil, luego de su prueba y
experimentación en el sector bélico. Cypher2
señala que esta rama monopoliza actualmente el 20-30% de
los investigadores, científicos e ingenieros y absorbe dos
tercios de la totalidad del presupuesto de investigación
de la principal potencia mundial.
En los tres campos de mayor innovación reciente –
electrónica, aeronáutica y espacial- el uso militar
ha sido preeminente. Los circuitos integrados y los
semiconductores fueron desarrollados para satisfacer peticiones
del Pentágono, ningún modelo de avión civil
precedió al militar, los satélites de
comunicaciones derivan de programas bélicos de la NASA.
Desde innovaciones sofisticadas –computadoras, transistores–
hasta cambios tecnológicos triviales, pero de gran impacto
económico -como los «containers»- todo deriva
del uso militar previo. La microelectrónica se
gestó en la resolución de problemas de
balística, radares, detección submarina,
trayectoria de misiles y armas atómicas. Las
máquinas herramienta de control numérico
aparecieron para ajustar la precisión de piezas
aeronáuticas. Del uso bélico provino el desarrollo
de la energía nuclear. Los principales cambios en la
organización y gerencia del proceso de producción
también fueron extraídos de la esfera militar: el
taylorismo, los métodos de investigación
operacional, la gestión de stocks, la codificación
del «learning by doing», los programas recientes de
incremento de la competitividad («mantech») tuvieron
el padrinazgo de la economía armamentista. Resulta
bastante obvia la causa inmediata de esta concentración de
innovaciones en el terreno militar. Sólo grandes
contratistas, resguardados financieramente por el presupuesto del
Estado pueden encarar planes de transformación en las
tecnologías básicas. El «Proyecto
Manhattan» de la bomba atómica, comprometió
150.000 personas a fines de la segunda guerra, y marcó una
tendencia en el manejo de la «Gran Ciencia», que se
consolidó implacablemente en los últimos 50
años. Unicamente las grandes empresas, vinculadas al
Pentágono pueden asegurar la contratación de la
masa crítica de científicos, que exigen las grandes
innovaciones. Solamente este complejo económico- militar
puede planificar, y descargar sobre el conjunto de la
economía, la amortización de estos
proyectos.
Claudio Katz