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Para qué alcanzar al mundo Políticas de comunicación. Notas sobre la experiencia de México en la era del NAFTA (página 2)



Partes: 1, 2

Por encima de la controversia que políticamente
podría suscitar el asunto Marcos-Chiapas-guerrilla, pareciera indiscutible que las
imágenes se han superpuesto al discurso y que
el personaje, ha destacado por encima de la colectividad a la que
aparentemente representa. El mismo Ejército Zapatista
decidió desplegar su contienda en el heterodoxo terreno de
los medios,
más que en el tradicional y siempre más costoso
campo de batalla militar.

Ese México que
desde 1994 está formalmente incorporado al mercado comercial
norteamericano, en realidad desde tiempo
atrás se encontraba en un circuito cultural fuertemente
influido por los mensajes de los medios de los Estados Unidos
–aunque de ninguna manera condicionado a ellos–. Para
México, en términos de la
comunicación de masas, el NAFTA ha
significado pocas innovaciones específicas, aunque el
Tratado mismo haya establecido un contexto de símbolos y compromisos políticos en
el cual, el intercambio de bienes
culturales ha sido algo más intenso que antes.

Presencia
estadounidense, parte de la tradición en los medios
mexicanos

La economía mexicana, aunque su apertura ha
sido más paulatina de lo que se esperaba, se confronta y
complementa, ahora, con la del resto de Norteamérica y el
mundo. De manera similar, como parte del caprichoso proceso de
liberalización mercantil por el que atraviesa
México, dentro del país la gran novedad en materia de
medios de comunicación es la competencia que
comienzan a enfrentar los grupos otrora sin
disputa eficaz, especialmente en la
televisión.

   En 1993, por cierto en vísperas de la
aprobación del NAFTA, el gobierno
vendió a un grupo privado
las dos cadenas de televisión nacionales que poseía. La
televisión
gubernamental (que nunca llegó a ser una televisión
pública digna de ese nombre) desapareció a
excepción de algunas estaciones culturales como el canal
11 de la ciudad de México, pero perdió presencia en
términos nacionales. Al mismo tiempo, por primera vez en
su historia,
Televisa tuvo
delante suyo rivales que han llegado a disputarle segmentos de
rating en los horarios más valiosos. Los canales de los
cuales se deshizo el Estado,
ahora agrupados en la empresa
Televisión Azteca, paulatinamente han significado
algún contraste delante de la otrora prácticamente
indisputada supremacía de Televisa entre los
públicos mexicanos.

   Con o sin NAFTA, en México la
televisión ya tenía una programación en donde al menos el 20% de
los títulos –entre ellos algunos de los de mayor
audiencia– proviene de series estadounidenses 4. En otra medición, más reciente, se ha
encontrado que el porcentaje de materiales de
origen extranjero, según el espacio que ocupan en la
programación semanal de cada canal, oscila entre el 62 y
el 33% en la televisión mexicana 5.  Significativamente, la empresa cuyos
canales transmiten menores dosis de televisión extranjera
es Televisa y la estación con más contenidos
producidos fuera de México el Canal 11, de corte cultural.
Es decir, la preponderancia de programación extranjera no
está relacionada, necesariamente, con la calidad de los
contenidos. Puede haber niveles altos de programación
nacional pero de contenidos triviales o, al contrario, muchos
programas
extranjeros de carácter educativo o científico.

   En el caso del cine, el 42%
de los espectadores en la ciudad de México prefiere cintas
extranjeras (fundamentalmente de los Estados Unidos) frente a
sólo el 22% que antepone las películas mexicanas
6. La diferencia de idioma sigue
siendo obstáculo para una penetración intensa de
los diarios y revistas estadounidenses, pero las publicaciones de
mayor relevancia en aquel país llegan a tener una
circulación similar a la de revistas de calidad en
México 7. El NAFTA no
modificó sustancialmente las reglas para la presencia
extranjera en los medios mexicanos. Esa, ya existía y
solamente fue acotada, o sometida a pequeñas innovaciones
legales. 

   El NAFTA no hizo mas que reglamentar y tratar de
organizar una realidad que ya existía, independientemente
de ése o cualquier otro acuerdo mercantil. El comercio entre
México y Estados Unidos, particularmente pero no
sólo en los 3 mil kilómetros por los que se
extiende la frontera, ha
sido crecientemente intenso. El Tratado precisó y
acotó los términos de ese intercambio. Pero en el
plano simbólico representó –y propulsó– la
idea de que con y en el comercio multiplicado con los vecinos del
Norte, México empalmaría su desarrollo a
los grandes cambios del mundo. Ese fue no sólo parte del
discurso
político oficial, sino uno de los ejes la cultura
política
de la sociedad toda.
Todavía a fines de 1994, según una encuesta de
seriedad reconocida, el 60% de los mexicanos estaban, total o
parcialmente, de acuerdo con el para entonces ya vigente Tratado
de Libre Comercio 8.

La televisión,
cohesionadora de un amalgamado espíritu
nacional

México es un país fuertemente estratificado. El
progreso económico que se advierte en los estados del
Norte (Baja California, Sonora, Chihuahua, Nuevo León) no
existe en el México del Sur. Pero si en algo se encuentran
identificados los mexicanos en todo el país, a pesar de
diferencias económicas, es en las señales
de televisión que son contempladas a lo largo de todo el
país. Es muy posible que lo mismo un relativamente
acomodado trabajador industrial en Tijuana o Monterrey, que un
campesino sin
tierras en Atoyac o en Ocosingo, a pesar de sus muchas
diferencias geográficas, culturales y monetarias vean los
mismos programas, en los mismos canales de televisión.

   México ha experimentado, como es bien
sabido, una hasta hace poco invariable concentración en la
estructura de
sus medios de
comunicación. El principal de ellos, la
televisión, había estado
sometido a los intereses de una sola empresa, Televisa, desde que
comenzó esta segunda mitad del siglo.

   Las capacidades de Televisa para formar lo mismo
que abolir consensos en la sociedad mexicana, sólo en
pocas ocasiones han sido puestas a prueba pero, en todos los
casos, ha resultado evidente que la influencia de la
televisión, unida a la propiedad casi
monopólica de ese medio, tiene efectos muy importantes en
la cultura popular. En la primavera de 1996, corrió por la
sociedad mexicana la versión fantástica de que un
animal monstruoso, similar a un vampiro, estaba asesinando
animales
domésticos, a los cuales les sorbía la sangre. El
Chupacabras, se denominó a ese personaje ficticio, cuya
fama había surgido un año atrás en Puerto Rico.
Aunque ese mito rondaba
por varios sitios de América
Latina, en México no había echado raíces
hasta que una noche de abril, en el telediario de mayor
audiencia, 24 Horas, el conductor Jacobo Zabludovsky se
refirió a "El Chupacabras" mostrando un dibujo que
supuestamente representaba a ese animalejo. A partir de entonces
y durante al menos dos semanas, ése asunto dominó
las conversaciones e incluso las creencias de la sociedad
mexicana. Docenas de personas aseguraron haber visto al
"Chupacabras" o sus destrozos, aunque en todos los casos se
comprobó que se trataba de imaginaciones, o exageraciones.
La televisión le había impuesto a la
sociedad mexicana un mito pasajero, pero de gran intensidad
simbólica.

   La televisión sirvió como catapulta
de una versión que luego sería reabastecida por los
programas y periódicos sensacionalistas. Lo que
aquí nos interesa señalar es la capacidad
homogeneizadora que, en términos nacionales, tiene ese
medio de comunicación en México.

   Las diferencias socio-económicas, quedan
abatidas por la pantalla electrónica, cuyas imágenes son
presenciadas en todos los sectores. En febrero de 1995, el autor
de esta ponencia visitó la zona de Chiapas en donde
había tenido influencia el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional, el cual tuvo que replegarse debido a
una ofensiva del Ejército Mexicano. Este investigador, iba
acompañando a una misión de
varios colegas académicos y periodistas, entre ellos uno
de los conductores de los noticiarios del Canal 13, Javier
Alatorre. En una de las poblaciones que visitamos, varios
centenares de indígenas estaban refugiados en un
campamento del gobierno. Cuando vieron al conductor de noticias,
varias docenas de mujeres empezaron a murmurar su nombre: el
telediario era visto incluso en apartadas zonas de esa
paupérrima zona de Chiapas, en donde no había
agua potable
suficiente, ni drenaje ni escuelas, pero sí
televisores.

   La televisión homogeneiza las concepciones
culturales de la sociedad en este país. Pero
además, es una de las fuentes de
información que los mexicanos consideran más
confiables. La ya citada encuesta nacional encontró que
los ciudadanos, en una escala del 0 al
10, otorgan las siguientes calificaciones, en materia de
credibilidad, a los siguientes emisores: Escuela y
maestros, 7.8%; Iglesia, 7.3%;
La televisión, 6.3%; El presidente, 6.3%; Los
periódicos, 6%; Gobierno, 5.8%; Partidos políticos,
5.3% 9.

   El hecho de tener más credibilidad que las
instituciones
políticas y que la prensa escrita y
casi tanta como el sistema
educativo y el religioso, sitúa a la televisión
como fuente privilegiada en la conformación de las ideas y
creencias de los mexicanos. Seguramente, en tal sentido, no hay
diferencias sustanciales en la influencia televisiva en
México y en otros sitios del mundo. En nuestro caso, es
importante esa constatación tanto para reiterar el sitio
que la TV tiene dentro del elenco de los medios de
comunicación, como para insistir en las consecuencias
que tienen los criterios fundamentalmente mercantiles con que
operan las televisoras privadas, que son enorme mayoría,
en este país.

Tutela tenue, pero
reglamentada, a los medios de origen mexicano

El NAFTA, como ya apuntamos, introdujo pocas modificaciones en
la presencia e influencia de los medios en México. De
cualquier manera, es interesante revisar las principales pautas
que experimentaron ajustes. Para los medios mexicanos, el NAFTA
significó una heterodoxa mezcla de apertura en algunos
casos (y en otros no) al capital
extranjero, proteccionismo menguado (pero vigente) a los mensajes
culturales de este país y reconocimiento del intercambio
intenso que ya existía con industrias
culturales de los Estados Unidos.

   En la radio y la
televisión, antes del NAFTA estaba prohibida la inversión de capital foráneo. A
partir del Acuerdo, se permite hasta el 49% de inversión
extranjera, inicialmente en la televisión por
cable.

   En la cinematografía, antes se
requería que cada sala exhibiera películas
mexicanas en al menos el 50% de su tiempo de proyección;
esa cantidad bajó al 30%. Antes, era obligatorio que cada
distribuidor cediera a la Cineteca Nacional una copia de cada una
de las películas que se exhibieran en pantallas mexicanas;
ese requisito se redujo, a dos de cada cinco películas (es
decir, el 40%) que sean importadas a México.

   En la industria
editorial, aumentó del 49 al 100% la inversión
extranjera posible. Allí hay una excepción: las
empresas
editoras de periódicos diarios antes, con
autorización de la Comisión Nacional de Inversiones
Extranjeras, podían ser de propiedad 100% foránea;
ahora, el porcentaje máximo es del 49% 10.

   El Tratado de Libre Comercio, que es un documento
muy extenso (en su versión impresa en español
tiene 1220 apretadas páginas) incluye un apartado de
"reservas" establecidas por México en relación a
las industrias
culturales. Allí se establece:

   -La obligación de los concesionarios de
estaciones de radiodifusión, o de transmisión por
cable, para recabar la autorización de la
Secretaría de Gobernación al importar cualquier
programa que
vaya a ser retransmitido en México.

   -La obligación de usar el idioma
español, excepto cuando la Secretaría de
Gobernación autorice el empleo de otro
idioma.

   -La prohibición para incluir anuncios
comerciales originados en el extranjero, dentro de programas
retransmitidos en México.

   -Un máximo del 49% de inversión
extranjera en la propiedad de empresas de televisión por
cable y el derecho de los mexicanos para ser los únicos
que puedan recibir concesiones de televisión por cable (es
decir, un extranjero puede ser socio de una empresa de
ese ramo, pero no el titular de la concesión).

   -La obligación de los exhibidores de
películas para destinar el 30% de su tiempo de
programación a cintas producidas, dentro o fuera del
país, por mexicanos.

   -La posibilidad de que una empresa editora de un
periódico que se publique de manera
simultánea dentro y fuera de México sea propiedad
hasta 100% extranjera, excepto cuando se trate de
periódicos sólo para el público mexicano, en
los cuales la participación foránea no podrá
exceder del 49% 11.

   Como puede verse, las alusiones a los medios de
comunicación son pocas y las restricciones, breves en las
normas
establecidas por México en el NAFTA. Hubo ligeras
concesiones en el campo de la industria del cine, reiteraciones
(que ya existían para la televisión y la radio) en la
transmisión de video por cable y
una actitud
más proteccionista, sólo en el caso de la prensa
escrita. En este sentido, los autores mexicanos del NAFTA fueron
realistas, pues antes del Tratado ya existía en
México una presencia de mensajes y medios estadounidenses
que hubiera sido imposible disminuir con un acuerdo
comercial.

Una cultura nacional
con pocas salvaguardas explícitas

Esta aparente displicencia mexicana respecto de sus industrias
culturales, puede causar asombro en otros sitios. Sobre todo,
ante actitudes de
otras naciones que han puesto especial énfasis en la
protección de sus respectivas culturas, en circunstancias
quizá distintas a las que han prevalecido en la
relación entre México y su vecino del norte.

   En Canadá por ejemplo, el gobierno de
Québec insistió en la incorporación de una
cláusula de protección a la cultura, desde las
negociaciones para el Acuerdo de Libre Comercio
con Estados Unidos, que sería suscrito en 1989 (como es
sabido, ese Acuerdo fue incorporado al NAFTA, que contiene
además las cláusulas de relación comercial
específicas para México). La excepción
cultural se amplió para las relaciones entre Canadá
y México, pero no así en el compromiso entre
México y Estados Unidos 12. La cláusula canadiense, permite a
cada nación
tomar represalias si considera que la otra ha intervenido
ilegalmente en su campo cultural.

   En México, durante las negociaciones para
establecer el NAFTA hubo alguna inquietud en el mundo cultural
por los efectos que un más intenso intercambio comercial
podría tener en el cine o la industria editorial, entre
otros campos. Sin embargo, no puede decirse que esa
preocupación fuese amplia, ni que se tradujera en
proposiciones sustancialmente distintas a las que hacía el
gobierno.

   En buena medida esa actitud de los mexicanos se
debe, como hemos insistido en las páginas anteriores, a
que durante muy largo tiempo hemos convivido con la cultura
propagada por los medios de comunicación –especialmente
la TV– de los Estados Unidos, sin que por ello la cultura
mexicana haya parecido mermada. Lo que hemos tenido, más
bien, ha sido una interacción desigual e intensa: la cultura
mexicana ha subsistido e incluso, ha encontrado nuevos
vehículos y espacios para propagarse, como parte de la
internacionalización en la que México recibe, pero
además hace aportaciones al resto del mundo. La música, el cine o la
televisión mexicanas (incluso con productos de
calidad harto discutible) han sido propagadas fuera del
país definiendo un perfil inconfundible de la cultura de
esta nación,
en buena medida porque están arraigadas en tradiciones
resistentes a la subordinación a otras influencias
nacionales.

   Lo que vulnera a la cultura mexicana no son las
influencias de fuera, sino la debilidad interna de la sociedad de
este país. El escritor Carlos Monsiváis, conocido
estudioso además de creador él mismo de y en la
cultura mexicana, ha dicho al respecto: "Efectivamente
(México) es un país americanizado, pero es un
país, también, donde se mantiene una identidad de
sobrevivencia que da por resultado, no diría yo una
cultura original, que me parece una pretensión excesiva en
estos tiempos, pero sí una cultura en partes muy viva, en
partes muy dinámica y en partes también muy
atrofiada, (por el) peso de la pobreza y de
la miseria, mucho más que de la americanización"
13.

Competencia y
contrastes en prensa, radio y TV

En los años más recientes, el rasgo principal
que ha definido las novedades en los medios de
comunicación mexicanos ha sido la incorporación, o
el incremento, de la competencia. En el campo de la prensa han
surgido nuevos diarios, sobre todo impulsados por grupos
empresariales que así pretenden reforzar sus posiciones
políticas o editados por periodistas en busca de tribunas
profesionales; a la fecha en la capital del país hay 26
diarios, cifra excesiva en comparación sobre todo con los
pocos lectores que tiene cada uno de ellos (estimamos que, en
total, el tiraje de todos esos periódicos asciende a 480
mil ejemplares). Es previsible que a corto plazo, desaparezcan
los diarios con menos lectores y se consolide media docena de los
que logren más arraigo 14.

   En la radio, hay una nueva pluralidad
especialmente política; inclusive la variedad de opiniones
se ha convertido en un elemento para que las radiodifusoras
rivalicen por la audiencia. En la televisión la
competencia es más nueva, pero el hecho de que ahora
delante de Televisa (que tiene cuatro cadenas nacionales) exista
una empresa privada (Televisión Azteca, con dos cadenas
nacionales) está comenzando a significar un contraste
inédito en la comunicación electrónica en
México. En 1996 ambas empresas han protagonizado fuertes
enfrentamientos, resultado de su disputa por el mercado.

   Sometidos durante décadas a la ausencia de
contrastes, sobre todo debido a la preponderancia del gobierno
como emisor único, o casi, de los mensajes informativos y
políticos, ahora los medios de comunicación en
México transcurren por una nueva etapa, de efervescencia
temática e incluso frecuente amarillismo y
sensacionalismo. En la existencia de nuevas empresas de
comunicación, la participación de medios del
extranjero ha sido poca y en ningún caso definitoria de
los contenidos con los cuales esos medios compiten en el actual
mercado de mensajes en México.

   Lo que sí han aportado los medios de otros
países, que cada vez pueden ser leídos, escuchados
y/o mirados en México, es el reforzamiento de una
tendencia elitizante y otra, equiparadora. Tratemos de
explicarnos.

   Por un lado, la capacidad para consumir mensajes
de medios extranjeros se concentra fundamentalmente en los
sectores sociales con recursos, tiempo
y bagaje cultural suficientes para interesarse y conectarse a
ellos. En la ciudad de México, la programación de
la CNN puede verse por antena parabólica (cuya
instalación implicó un gasto fuerte y que es
considerada como artículo de alto lujo) o mediante
suscripción al servicio
Multivisión, que en esta capital no tiene más de
300 mil abonados. Es decir, sólo una élite, no tan
pequeña pero muy menor a los 17 millones de personas que
hay en esta capital y en su periferia, tiene acceso al canal de
noticias de Mr. Ted Turner. Por eso decimos que el consumo de
medios extranjeros es, valga el lugar común, privilegio de
una élite.

   Pero además quienes tienen esa
prerrogativa, habitualmente individuos y familias de las clases
económica, política o culturalmente dirigentes,
cuentan así con la oportunidad de contrastar el desempeño de los medios mexicanos, delante
de los medios de otros países. Parte de la respuesta
crítica
que ahora tiene Televisa en el público mexicano proviene
de los segmentos del auditorio que ahora, además de la
televisión nacional, contemplan canales de
televisión de otros países. En ellos la
programación resulta, a veces, menos anodina. Sobre todo
en espacios de noticias, el manejo informativo es notoriamente
menos parcial que en los hasta hace poco tradicionalmente
oficialistas noticiarios de la televisión mexicana.

Inversión
extranjera limitada y, hasta ahora, no
determinante

En el campo estrictamente empresarial, en el contexto del
NAFTA –pero, insistimos, como parte de una tendencia que hubiera
existido con y sin el acuerdo comercial– diversos medios
mexicanos se han beneficiado de la inyección de recursos
del extranjero y, ocasionalmente, se han promovido ellos mismos
en otras naciones.

   Televisa ha mantenido e incluso ampliado sus
alianzas con empresas en otros sitios, lo mismo para multiplicar
su presencia como emisor directo de mensajes en los Estados
Unidos, en Venezuela,
Argentina o España,
entre otros países, que en aventuras nuevas como el
reciente sistema de
televisión satelital en alianza con News Corporation,
Tele-Communications International y Globo 15.

   Televisión Azteca tiene intercambio de
programas con Telemundo la cadena rival de Univisión,
copropiedad Televisa en Estados Unidos) y una limitada
participación accionaria por parte de la NBC. Otras
empresas mexicanas como Multivisión
(compañía de televisión de paga, ahora
asociada con el grupo brasileño Abril) participan
intensamente en otros sistemas de
transmisión Direct to Home.

   En el campo de los medios escritos, las alianzas
entre empresas mexicanas han sido escasas: The Wall Street
Journal intentó un acuerdo de co-propiedad con el diario
Reforma, pero finalmente se limitó a un intercambio de
servicios
informativos; el grupo español Prisa fue copropietario por
tres años de un 49% de las acciones del
diario La Prensa hasta que, en mayo de 1996, el cambio de un
empresario
mexicano a otro, como dueño mayoritario, decidió a
ese consorcio a retirar su inversión. En términos
generales puede decirse que, si bien las leyes permiten la
presencia de capital extranjero en los medios mexicanos,
éstos siguen ampliamente controlados por empresarios de
este país –aunque con frecuencia, los contenidos de tales
medios están fuertemente permeados de mensajes producidos
en otras naciones–.

Reglas anticuadas, para
realidades nuevas y cambiantes

Abiertos al mercado como nunca antes, a los medios mexicanos
les han faltado reglas capaces de acotar y regular su influencia
delante del resto de la sociedad y, en la medida de lo posible,
hacer menos desigual la competencia entre ellos mismos. En este
sentido, México permanece atrás de otros
países. Nuestros medios de comunicación han
experimentado una liberalización muy significativa, pero
las normas para su funcionamiento siguen siendo atrasadas. La
Ley Federal de
Radio y Televisión data de 1960, cuando no existía
el desarrollo tecnológico que se ha conocido en los
años más recientes. La Ley de Imprenta es de
comienzos del siglo, de 1916. Esos ordenamientos, mantienen un
régimen jurídico en varios sentidos arcaico. Por
una parte, no contempla la capacidad de las nuevas
tecnologías para crear y propagar mensajes al
instante, lo cual hace obsoletas disposiciones como las que
obligan a la supervisión previa, por parte del gobierno,
del contenido de los programas que van a ser transmitidos. Por
otro lado, las normas para adjudicar a una empresa el derecho a
transmitir por radio o televisión y para vigilar su
desempeño, siguen dependiendo del gobierno federal (en
México no hay, todavía, un organismo colegiado
encargado de revisar el funcionamiento de los medios
electrónicos).

   En este campo, a la sociedad mexicana y
específicamente a los grupos académicos y
políticos que podrían tener capacidad propositiva
respecto de los medios, les ha sucedido algo que Jesús
Martín Barbero señala entre las causas del tropiezo
en diversos intentos latinoamericanos para acotar a los medios:
"… tanto el fracaso de las políticas nacionales como la
inadaptabilidad de las experiencias culturales nos exigen
relacionar la cuestión comunicación/democracia con
los impasses de un pensamiento
crítico más preocupado por la destrucción o
la toma del Estado que por la transformación de la
sociedad, más atento al funcionamiento de los aparatos
ideológicos que a la dinámica de los actores
sociales, con más herramientas
para explicar la lógica
de la reproducción del sistema que para
comprender la significación de las contradicciones, de los
movimientos sociales y la creación cultural"
16. Es decir, al menos en el
caso mexicano, si los medios han permanecido sujetos a viejas
normas a pesar de estar inscritos en realidades nuevas, se debe
en parte a la impericia que tanto desde los partidos
políticos, como desde la sociedad, ha existido para
desplegar un marco crítico que, sin ser catastrofista, sea
capaz de acotar a los medios sin complacencias y reconociendo,
antes que nada, su enorme influencia pública.

   El dilema, sobre todo, se encuentra en
cómo actualizar las viejas reglas sin que los medios
queden sometidos a cartabones del pasado y, al mismo tiempo,
cómo propiciar la responsabilidad de las empresas
periodísticas y de radiodifusión en –y con– la
sociedad que les reconoce su derecho a la comunicación.
Los medios en México, igual que en el resto del mundo, se
desarrollan en un mercado de mensajes que ellos mismos moldean,
pero que ni siquiera el neoliberalismo
más rampante esperará que funcione sin reglas.

   Nueva competitividad
y reglas atrasadas, son las pautas que definen a los medios,
ahora, en México. Una pequeña parte de esa
competencia entre empresas de comunicación, está
relacionada con la asociación de empresas mexicanas y
firmas del exterior. Aunque hay normas claras para la
inversión extranjera, no las hay, en todos los casos, para
el funcionamiento específico de los medios. En tal sentido
pueden expresarse para México –en esta hora de la
inserción en la
globalización durante la cual se mantienen viejos
problemas de
inequidad social y predominio mercantil– reflexiones como las
del sociólogo chileno José Joaquín
Brunner:

   "Ante la modernidad las
sociedades
asumen sus posturas básicas frente al futuro y a las
personas. Los que estiman que ella debe ser controlada por los
agentes económicos y los dispositivos del mercado, optan
por una modernidad que al final, inexorablemente, descuida a los
más débiles, destruye las bases comunitarias de la
vida social y amenaza por igual a la cultura y la naturaleza.

   "Del lado opuesto están quienes estiman
que la modernidad puede realizarse bajo control
democrático. Ellos optan por un proyecto que
necesariamente pone en tensión la racionalidad
económica, las soluciones
puramente técnicas y
el avance arrollador de la competencia, sujetándolos a
consideraciones de interés
público, de consenso político y de equilibrios
culturales producidos fuera del mercado.

   "La discusión, en suma, no reside en
aceptar o rechazar la modernidad, sino más bien en
determinar la fisonomía que habremos de imprimirle en el
futuro" 17.

   Las políticas de comunicación
mexicanas en la era del NAFTA han sido dispersas, débiles,
a veces contradictorias y sobre todo, pragmáticas. La
competencia entre empresas de comunicación se desarrolla
al mismo tiempo que el Estado tiende a deshacerse de sus medios y
duda entre mantener viejas regulaciones o dejar todo al libre
juego de
fuerzas mediáticas. Hay un proceso de transición
política que puede llevar al establecimiento de nuevas
reglas para los medios, pero que hasta ahora se ha dedicado
fundamentalmente a crear o renovar las reglas para la competencia
electoral. El gran cambio en la relación entre sociedad,
política y medios, consiste en que éstos, ahora son
advertidos como problema y ya no sólo como recursos que
funcionan según el contexto en el que se desarrollen.

   Las políticas mexicanas de
comunicación, en esta hora, están todavía
por re-construirse. De cómo se resuelva esa necesidad,
dependerá en alguna medida el perfil de la modernidad que
el país pretenda para el siguiente siglo. En tal sentido
seguimos siendo aprendices de brujo en un laboratorio
cambiante y sin parámetros claros. Modernización,
entre otros destinos, puede significar democratización
pero, para ello, requiere condiciones que atenúen
desigualdades y moderen los apetitos, de otra manera debocados,
del mercado. En tal sentido la modernización no
sería moda, sino
urgencia nacional no para alcanzar, imitándolo, al resto
del mundo, sino para ser razonablemente contemporáneos de
él.

Granja de la Concepción,

México, D.F., julio de 1996

 1 José
Joaquín Blanco, "Alcanzar a Europa", en
José Joaquín Blanco y José Woldenberg,
compiladores,
México a fines de siglo. Tomo I, Fondo de Cultura
Económica, México, 1993, p. 309.

2 Poder
Ejecutivo Federal, Programa de Desarrollo Educativo
1995-2000.  Secretaría de Educación
Pública, México, 1996, pp. 104, 105 y 22.

3 En los estados del sur
mexicano –Oaxaca, Guerrero y Chiapas, principalmente– se
concentran los mayores índices de carencias sociales.

4 En 1985, una
revisión de los programas del consorcio Televisa
encontraba 118 títulos (incluyendo programas musicales,
películas, deportivos, informativos, series, etc) de los
cuales 23 eran estadunidenses. Una estimación
panorámica, nos permite afirmar que esa situación
se mantiene, con ligeros cambios, hasta hoy. Cfr. Florence
Toussaint, "Televisa, una semana de programación", en
Raúl Trejo Delarbre, coord., Televisa, el quinto poder, Ed.
Claves Latinoamericanas, México 1a. ed., 1985, pp.
40-41.

5 La investigadora Josefina
Vilar, de la Universidad
Metropolitana, encontró que en una semana de septiembre
1994 los porcentajes de programación mexicana en los
canales de la ciudad de México eran los siguientes.

  – Televisa, con un promedio del 67%: Canal 2, 100%.
Canal 4, 43%. Canal 5, 33%. Canal 9, 93%.

   -Televisión Azteca, en promedio con 50%:
Canal 7, 28%. Canal 13, 72%.

   -Canal 11: 38%.

Cfr: Josefina Vilar, "La programación de la
televisión aérea de la Ciudad de México", en
3 Foro Departamento de
Educación y Comunicación. 1995. Universidad
Autónoma Metropolitana Xochimilco. México, 1996, p.
265.

6 "Cine y video 'Made in
Hollywwod' ", encuesta del diario Reforma. México, 25 de
enero de 1996.

7 La revista Time
tenía en México, en 1992, un tiraje de más
de 20 mil ejemplares, que son muchos en comparación con
los 23 500 que en esa fecha imprimía, por ejemplo, la
revista Nexos, que es la publicación cultural de mayor
circulación en el país. Cfr. Raúl Trejo D.,
"La prensa y el Tratado de Libre
Comercio", en Asociación Mexicana de Investigadores de
la Comunicación, Cultura, Medios de Comunicación y
Libre Comercio. AMIC, México, 1993, p. 127.

8 Una encuesta nacional,
indicó que el 49% estaba de acuerdo con que se hubiera
firmado el acuerdo con Estados Unidos y Canadá. el 11%
manifestaba acuerdo en parte y el 25% se mostraba en desacuerdo.
Ulises Beltrán, et. al.,  Los mexicanos de los
noventa, Instituto de Invesrtigaciones Sociales de la UNAM,
México, 1996, p. 153.

9 Ibid., p. 126. La pregunta
específica fue: "En una calificación de 0 a 10
(como en la escuela) en general, ¿qué tanto cree en
lo que dicen los siguientes emisores?".

10 Jaime Serra Puche –en ese
tiempo Secretario de Comercio–, análisis sintético sobre la forma en
que el Tratado de Libre Comercio afectaría a las
industrias culturales. Reproducido por Javier Esteinou Madrid, en La
comunicación y la cultura nacionales en los tiempos del
libre comercio. Fundación Manuel Buendía,
México, 1993, pp. 135-136.

11 Tratado de Libre Comercio
de América
del Norte. Texto oficial.
Secretaría de Comercio y Fomento Industrial y Miguel Angel
Porrúa Grupo Editorial, México, 1993, pp. 581,
808-816 y 840.

12 La cláusula
canadiense tiene efecto sobre: "publicación y venta de libros y
publicaciones periódicas; producción, distribución, venta o proyección de
películas, videos o grabaciones de música, audio o
video; edición, distribución o venta de
composiciones musicales y radiocomunicaciones y actividades de
radiodifusión, teledifusión, distribución de
televisión por cable y difusión por
satélite". Cfr. Sylvain Simard, "La excepción
cultural y el TLC". Discurso
pronunciado en el Coloquio La prensa y el poder en tiempos del
TLC en Montreal, Québec, Canadá, el 7 de marzo de
1996. Traducido y publicado en semanario de política y
cultura etcétera, México, No. 166, 4 de abril de
1996. El señor Symard es ministro de Relaciones
Internacionales de Quebec y, en esa reunión, propuso
que la cláusula de excepción cultural fuese
ampliada en las negociaciones para incorporar a Chile al
NAFTA.

13 Carlos Monsiváis,
transcripción de su intervención en un coloquio
sobre identidad
nacional y cultura ante el TLC, en Cultura, medios de
comunicación y libre comercio, cit, p. 24.

14 Este panorama de los
medios mexicanos aparece de manera amplia en un capítulo
de nuestro libro Volver a
los medios. De la crítica, a la ética que
será úblicado, en el otoño de 1996, por Cal
y Arena en México.

15 El sistema, denominado Sky
Entertainment Services, estaba previsto para iniciar sus operaciones
comerciales entre agosto y septiembre de 1996.

16 Jesús Martín
Barbero, "Notas sobre el tejido comunicativo de la democracia",
en Néstor García Canclini, coordinador, Cultura y
pospolítica. El debate sobre
la modernidad en América Latina. CONACULTA, México,
1991,  p. 328.

17 José Joaquín
Brunner, Bienvenidos a la modernidad. Planeta, Santiago de Chile,
1994, pp. 17-18.

 

 

 

 

 

Autor:

Raúl Trejo Delarbre

servidor.unam.mx

Investigador en el Instituto de Investigaciones
Sociales de la UNAM.

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